Sinceramente no esperaba otra respuesta de su parte. Era Emily, la dulce y amable Emily Hodges, que nunca veía nada malo en las personas. Era como si fuese literalmente incapaz de ver maldad en nadie, como una niña pequeña. Esa aparente pureza lograba escandilarla porque no era común—porque Emily era genuina y a ella le gustaban las personas reales, no las de plástico. Como ella misma— y a su vez, frustrarla de sobremanera. La ingente cantidad de problemas que podía haberse ahorrado si fuese tan solo más desconfiada y un poco menos crédula. Quizás por eso se veía en la necesidad de protegerla. Porque no veía a Emily capaz de hacerlo por sí misma. "No todo el mundo es como tú, dios, Em. Deberías tener eso en cuenta". Mimi suspiró y cruzando los brazos bajo el pecho apoyó la espalda contra los casilleros. Había seriedad en su expresión pero su ceño no estaba fruncido. Solo parecía resignada. Por supuesto que Emily daría una respuesta como esa. ¿Ser su amiga? ¿Amable? Tsk. En cualquier caso sacó su teléfono y mandó con celeridad un mensaje antes de guardarlo dentro de su bolso y echarse al hombro el mismo con soltura. —No te has dado cuenta ¿verdad?—preguntó. ¿Pero qué pregunta estúpida era esa? Nadie lo había notado. Emily menos. La jodía. Ciertamente la jodía por un sin fin de motivos. Pero el principal de todos ellos, el que tenía más peso en la balanza, era que se creía que podía jugar con ella como si fuese una marioneta y hacerla bailar al son que le daba la maldita gana. Como si creyese realmente que ella iba a dejarse manipular—. Lo hace a propósito. No es ninguna santa paloma, sabe de sobra lo que hace y por qué. Como si... como si lo tuviese todo milimétricamente calculado de antemano. Es como una versión sádica y cargante de ti, la muy perra. Estaba segura de que lo que realmente le molestaba a Kurosawa no era solo su actitud. Era el hecho de que se negaba sistemáticamente a bailar al son que ella dictaba. Que ironía pensar que ella había intentado lo mismo. >>Y no la soporto—finalizó con obviedad. La miró directamente, clavando en sus ojos violeta la fiereza de sus orbes azules. La luz anaranjada de la tarde arrancó de ellos destellos dorados—. Te juro que si vuelve a provocarme le voy a borrar esa sonrisa cínica de la cara. Más te vale estar cerca para detenerme, Em. No me lo voy a pensar dos veces.
—Me distraigo un solo día y ya iniciaron las tensiones en el instituto. No pierdes el tiempo, ¿eh, Mims? Apoyé el peso de mi cuerpo sobre los casilleros, y pese al tono de reproche latente en mis palabras, logré formar una breve sonrisa. Como una madre que a pesar del enojo, no podía dejar de querer a su hijo. Podía reconocer sus voces en cualquier parte, y aquella vez, mientras tomaba mis pertenencias del casillero trasero, no fue la excepción. El hecho de no haber podido encontrarlas durante todo el día hizo que mis pasos se desviaran de su trayectoria original. El ambiente distendido y pacífico propio del final de la jornada solo hizo el resto. Intercambié miradas entre ambas, serena, y pude percibir cierta pesadez en la mirada de Emi. "No tienes que llevarlo tú sola, tranquila" Mimi, Emily y yo habíamos sido amigas y compañeras de clase desde hacía años. Tantos, que no podía recordar escenas de mi vida académica donde ellas no estuviesen. La destreza que solo te daba la experiencia hacía que supiese bien cuándo y cómo debía actuar en situaciones como esa. Mimi estaba cargando demasiada frustración por lo que parecía entrever, y algo dentro de mí me impedía dejar que se marchase así a casa. Ambas hemos tenido un mal día, ¿no es así, cielo? —No sé qué es lo que ha sucedido, tampoco quiero saberlo. Pero Em no tendrá que detenerte porque no permitiré que sienta la necesidad de hacerlo, ¿de acuerdo? —declaré, cruzando los brazos bajo mi pecho. Mi mirada no parecía admitir reproches. Poco después destensé los hombros, sin darle mayor importancia al asunto. Después de todo, estaba feliz de encontrarlas allí—. Sea como fuere, os he estado buscando todo el día. ¿Cómo fue todo? Mentí. No había necesidad en contar algo que no debía haber sucedido, ¿no es así?
Siempre solía aparecer en los momentos adecuados. La inestimable Liza "Mami" White. Era una persona con un carácter sumamente maternal, como una gallina cuidando y procurando la salud y el bienestar de todos sus pollitos. Siempre estaba ahí, desde que se conocían. Para mediar entre los problemas y para solucionarlos con paciencia y cariño. Entre Emily, Mimi y ella, Liza era sin dudas la más madura. Y la que tenía la cabeza probablemente más centrada de las tres. Mimi no se apartó del casillero y aún cruzada de brazos, la miró. Sus ojos azules, aquella mirada fiera y altiva pareció suavizarse al encontrar su mirada. La mamá del grupo. —Liza—dijo. Aún vibraba cierta molestia en su voz, pero no estaba dirigida a ella—. ¿Cómo fue todo dices? Una hecatombe de proporciones épicas, eso fue. Me alegra que ya haya acabado. El día había sido una rutunda y reverenda mierda. Eso era lo que sentía. No había hecho absolutamente nada de provecho salvo aterrar a una chica de primero, ser levantada del suelo por un troglodita dopado sin cerebro y conocer a la que probablemente sería su némesis el resto del curso. Lo que se decía, un día provechoso al uso. >>En cualquier caso, ¿dónde estuviste metida todo el día de hoy?—preguntó— No me digas... ¿que estuviste con Nikolah? Ese chico es peor que Aika. Y creéme, no pensé que pudiera haber nadie peor que— —¡Mii-chan! Aquella voz alegre pronunciando aquel ridículo apodo que le hacía hervir la sangre a la Honda como si fuese fuego líquido, no podía pertenecer a otra persona. Solo una. Una única persona en el mundo podía ponerla en tensión solo por una palabra. Ni siquiera Kurosawa tenía ese poder. Aika Izumi se acercó corriendo desde el pasillo, atlética como era. Alegre como solía ser. Cuando Mimi quiso darse cuenta la tenía encima, abrazándola, prácticamente asfixiándola como si llevara años enteros sin verla. ¿Fuerza? Tampoco carecía de ella. —¡S-suéltame idiota...!—se quejó Mimi, quejumbrosa, el llanto similar al de un gatito frustrado y quejoso.—¡Aika...! Pero en lugar de soltarla terminó rodeándola por la espalda, aferrándose a sus hombros y desde allí se dio cuenta de la otra joven presente. Los ojos azules de Liza White brillaban con cariño y simpatía. Aika alzó el brazo y sonrió amplio, genuina, una mueca llena de pureza. —¡Lizachii! Emily. Kashya. Liza. Aika. Mimi. Estaban todas. Las cinco. Después de tanto tiempo, en circunstancias completamente discrepantes, habían vuelto a reunirse.
Emily Hodges Miré la escena que se desarrollaba ante mí con... ¿cierto desinterés? Suspiré con desgana cuando Mimi acabó de hablar, y si bien agradecía enormemente la aparición de Liza en aquel momento, no fui capaz de dirigirle una sonrisa y casi olvidé que había desaparecido a la hora del almuerzo. Me giré entonces, mirando a Kashya que no se había movido del sitio. Coloqué mi mano sobre su brazo, y conseguí crear una muy sutil sonrisa que solo ella podría ver. —Casi se me olvida... —le susurré—. Hoy es lunes, tienes que ir a la biblioteca, ¿verdad? —Oh —fue su única respuesta, como si se hubiese olvidado de ello cuando aquello parecía casi imposible—. Pero... —Está bien —seguí, negando con la cabeza—. Papá lo va a entender. Te guardaremos un poco así que cuando acabes, no dudes en venir, ¿sí? —Vale. La vi alejarse entonces, con destino a la Biblioteca. Agaché la cabeza después, mirando al suelo durante un breves segundos, antes de volver a dirigirme al trío que aún quedaba ahí. Quise hacerle saber a Liza con la mirada que me alegraba de verla y que agradecía su aparición. Esperaba, realmente, que después de tantos años de amistad entendiese aquello. —Hasta mañana —fue lo único que dije antes de salir de la Academia, con paso ciertamente algo apresurado. Necesitaba salir de ahí, tomar aire y volver a casa cuanto antes. Mañana sería otro día, sí. Contenido oculto Whatever, igual me voy a despertar tarde (?
El ambiente distendido desapareció cuando Emily lo hizo. Si estaba pesado antes, ahora resultaba asfixiante. Tenso. Podría cortarse con un cuchillo. Al verla marcharse apresuradamente Aika corrió hasta la puerta y la llamó, preocupada, pero no se atrevió a seguirla. Algo estaba mal. Incluso Aika Izumi podía notarlo. No era necesario ser un lince para darse cuenta. Emily era una chica tranquila, dulce y cariñosa. Solía afrontar los problemas con una sonrisa optimista en el rostro. Rara vez perdía la calma o se molestaba y gritaba. Ella no era así. Excepto cuando su paciencia alcanzaba su límite y lo rebasaba y casi todas esas situaciones involucraban a Mimi Honda de uno u otro modo. La princesita tirana parecía tener un don para lograr que la gente perdiese la paciencia con ella. Emily trataba de disculpar su comportamiento ante los demás... pero a veces ni ella misma podía disculparla. —¡Emichii!—la llamó sin obtener respuesta colocando sus manos a ambos lados de su boca para que le sirviera de amplificador. Cruzó los brazos tras la nuca viéndola alejarse apresuradamente, cuando fue perfectamente consciente de que no regresaría. Una mueca de preocupación genuina se extendió por su rostro entonces—. ¿Qué le hiciste ahora, Mii-chan? Mimi se sobresaltó como si la hubiesen pinchado. ¿Era culpa suya acaso? ¡Solo le había dicho la verdad! Si se lo tomaba a mal o no ya no dependía de ella. No era su maldita culpa. Y aún así, lograba frustrarla. Ojalá supiera que la frustraba realmente de todo eso. Dios. —Nada—respondió con cierta acidez, terca. Seguía con los brazos cruzados y había girado la cabeza, mirando hacia otro lado—. No le hice nada ¿está bien? La verdad duele, eso es todo. Parecía dolida también. Realmente le hacía daño dañar a Emily. Y trataba de ocultarlo escudándose en ese orgullo barato. Tan suyo, tan férreo. Tan estúpido. Quizás era un poco rudo hablar así de una persona a la que acababa de conocer y con la que Emily simpatizaba. Tal vez. A veces, por pretender hacer un bien metía la pata hasta el fondo. Mimi no era consciente en el momento, no pensaba las cosas. Actuaba por mero impulso, por lo que su corazón le decía que era correcto. Pero su corazón parecía equivocarse demasiado a menudo. >>Solo le dije la verdad—repitió con un tono diferente, más suave. Resignado incluso. En cualquier caso, no se arrepentía. De la misma forma que no confiaba en lo más mínimo en Shiori Kurosawa.
Me permití cerrar los ojos con cierta expresión de circunstancias ante su saludo. Si Mimi no tuviese una queja en sus labios al recibirme ya estaría llevando mi mano a su frente, inquieta, pensando que se encontraría enferma. Mi postura calma se turbó durante breves segundos, aquellos que abarcaron la mención de Nikolah, y cambié el peso de mi cuerpo con cierto disimulo. Había tenido que prometerle que dejaría por el día de hoy toda actividad extraescolar si quería que volviese a clase; no podía permitir que le pusiesen falta por culpa de mi descuido... por mucho que apreciase que cuidase de mí. Pero mis palabras se vieron opacadas por la melodiosa y alegre voz de alguien más. Contemplé con ternura cómo Aika Izumi correteaba hacia nosotras, abalanzándose a los brazos de Mimi con ese cariño y esa energía tan propias de la albina. Le dirigí una amable sonrisa desde mi lugar, contemplando la escena en silencio, hasta que la voz crispada de Emily me devolvió a la realidad. Sus orbes morados se posaron en mí, y sentí en ellos cierto brillo de disculpa. Su sonrisa perenne había desaparecido, y en su lugar tan solo quedó cierta incomodidad que no me pasó desapercibida. Asentí con suavidad, comprensiva, y la dejé ir. No tuve que volverme hacia Aika, que corría en busca de la chica a toda prisa, para saber que por más que se desgarrase la voz allí mismo ella no volvería. Mi atención se posó entonces sobre Mimi, siendo cuestionada por Izumi-chan poco después; bajo su férreo orgullo algo se desmoronó tras su partida. Así que era mucho más importante de lo que creía. Nikolah tendrá que perdonarme por la espera. —Muy bien, olvida todo lo que dije —separé mi cuerpo de los casilleros con parsimonia, ojos cerrados. Llevé las manos a mi cintura, y al posar mi mirada sobre ella la seriedad volvió a retomar su lugar—. Creo que me debes una explicación, y no aceptaré un no como respuesta.
Bueno, había metido la pata. Para variar. Sinceramente le importaba bien poco calificar a Kurosawa como "una perra manipuladora" cuando sentía que lo era. Lo que sí le importaba e irritaba, molestaba y mil cosas más era la reacción de Emily. No quería sentirse mal por decir la maldita verdad. Pero nunca había sido buena tolerando la crispación de los demás, aún menos si esa crispación venía acompaña de desilusión, de decepción y tristeza. Aún menos si era Emily la persona en cuestión. Emily era tan dulce y buena que, aunque de manera usual le diese igual que clase de reacción despertase en los demás, algo parecía quebrarse dentro de ella cuando su expresión perdía aquella sonrisa. Si Emily estaba involucrada pasaba de la indiferencia a sentirse como la mierda... y lo detestaba. Porque tenía un orgullo férreo pero ella lo traspasaba como si esas murallas estuviesen hechas de papel. Odiaba sentirse tan vulnerable y expuesta. Tan frágil. Y la voz de Liza, autoritaria, solo empeoró la situación. No necesitaba echarle más leña al fuego. No quería ser reprendida por nadie por su comportamiento. —Quizás no quieras un no como respuesta pero es lo que obtendrás de mi parte—le dijo con cierto cansancio en la voz, hartazgo incluso. Apoyó la parte posterior de la cabeza contra el casillero—. No tengo ganas de explicarlo todo ahora Liz. Es tan ridículo que... Su móvil sonó en ese momento y con cierta parsimonia respondió la llamada. Era Watari. La limusina de la familia Honda aguardaba por ella en la puerta de la institución. Cortó la llamada y guardó el teléfono. Fue en ese momento que miró a Liza una vez se separó del casillero. Y le sonrió. Una mueca vacía e irónica, brutalmente falsa. No había la más mínima alegría en su expresión. >>Digamos solo... que ha sido un primer día de mierda. Va a ser un año interesante. No esperó una respuesta solo se encaminó a la salida. Aika intercambió miradas entre ambas, ciertamente incómoda y tras rascarse la mejilla en un ademán tímido le dirigió a Liza una sonrisa tensa, culpable, de disculpa... antes de seguirla.
Una sensación de extraño vacío se instaló en mi pecho, como si un enorme abismo se hubiese deslizado entre nosotras a través de sus palabras. Abrí los ojos, sorprendida, y no supe responder. Por primera vez mi cabeza quedó en blanco, golpeada con contundencia por el hastío y la evidente falsedad en su sonrisa. Mi cuerpo sintió de repente el agotamiento que había acumulado a lo largo del día, y mis pies quedaron anclados al suelo, dominados por el peso sobre mis hombros. No pude despedirlas, no fui capaz de hacerlo, mas la mirada incómoda de Aika acabó por terminar de agrietar la sensación de culpabilidad que había comenzado a emerger inexorablemente. No puedes pretender que siempre esté en tu mano resolver los conflictos. No cuando estos no te incumben en absoluto. No sabría decir cuánto tiempo permanecí allí. Estancada en mis pensamientos y en la horrible sensación que me había dejado el reencuentro con mis amigas, apenas fui consciente de los mensajes de Nikolah. Por suerte, su interés por investigar la escuela en busca de sus pesquisas acabó llevándole a los casilleros, sacándome una vez más de mi estupor. Siempre regresábamos juntos a casa, pero parece que el agotamiento mental me había dejado tan exhausta que ni siquiera reparé en su existencia hasta que me tocó el hombro. Al alzar la mirada hacia él ni siquiera pude forzar una sonrisa; en su lugar, mis orbes se cristalizaron durante breves segundos. Apenas me di cuenta de ello. —Lo siento, cariño —me disculpé. Hacía tanto que los apelativos cariñosos eran parte de nosotros que apenas me percataba de ello. Respiré hondo, recolocando el bolso sobre mi hombro, y comencé a caminar hacia la salida—. Volvamos a casa. Esa noche no pude conciliar el sueño. Pero esa vez, por una razón muy diferente.
La idea de ir a un club junto a Satoko la hacía sonreír incluso en días tan tristes y grises como ese. No le desagradaba la lluvia. El rumor de las gotas cayendo sumía su cuerpo en una extraña calma, sopor. Incluso si no hubiese sido así... pocas cosas podrían estropear los ánimos de Yukie aquella mañana. Excepto tal vez esa redacción. Sabía perfectamente lo que escribir en ella. Lo había sabido desde el minuto uno, dese el momento mismo en el que Kazami-sensei les preguntó qué deseaban lograr durante su vida académica. Su mayor aspiración, deseo y aliciente, era solo uno. El mismo desde hacía años. Desde que la conocía realmente. Una única palabra. Tan simple en apariencia pero con un significado tan trascendental y profundo. Realmente Yukie no podía saber con certeza si aquellos sentimientos se correspondían con aquella palabra de significado tan inmenso. No tenía referencias previas. Pero tampoco las necesitaba. ¿Era amor lo que sentía por Shichimiya Satoko? Absolutamente. Bastaba ver esa sonrisa que se le dibujaba en los labios, casi sin pedir permiso, cuando la veía sonreír. Bastaba con sentir el latir desbocado de su corazón cuando simplemente estaban juntas o su hiperactivo comportamiento hacía que terminara rozándola... y su piel se erizaba bajo una extraña corriente eléctrica. A veces simplemente era incapaz de conciliar el sueño. Satoko se había apoderado inexorablemente de todos los aspectos de su vida. A menudo pensaba en ella sin darse cuenta. Cuando probaba un postre nuevo se descubría pensando en lo mucho que a Satoko le gustaría y en que tenía que hablar con ella para que lo probase. Cuando cocinaba, aunque ciertamente torpe, ansiaba que ella probase su comida. Se preguntaba si le gustaría y en más de una ocasión había deseado poder cocinar para ella. Pero su miedo y esa asoladora timidez se colaban como agua gélida en sus venas y detenía todo intento en el acto. ¿Por qué era tan tímida, tan torpe, tan tonta...? Si no fuese tan introvertida. Si no temiese tanto una reacción desfavorable. Si solo pudiese mirarla a la cara y decírselo. Gritarlo. A menudo deseaba detenerse en mitad del patio y chillarlo a toda voz. Que todo el mundo lo oyese. Gritarlo hasta que le doliese la garganta y ya no tuviese voz. Tal vez así la presión sobre su pecho fuese menos pesada. Bajó la mirada y mientras sacaba los libros de su taquilla, no pudo evitar recordarla. La redacción. Escrita con una letra cuidada, algo inestable y temblorosa. "Mi mayor aspiración es decirle a Satoko-chan como me siento por ella. La amo. Estoy segura de que la amo. Pero ella no lo sabe. Y si no tomo valor y se lo digo, jamás va a saberlo". Aquellas palabras eran casi... una promesa consigo misma. Pero no podía hacerlo. No podía. No. Sintió el rubor escalar fieramente a sus mejillas y se apresuró a cerrar el casillero. Ojalá fuera tan fácil.
Los días nevados y los días lluviosos eran dos cosas diferentes. Abismalmente distintos a pesar de originarse del mismo elemento en diferente estado. Lo cierto es que no era particularmente fanática de los segundos. Había algo en la lluvia, en el cielo encapotado y oscuro, que no le hacía la mínima gracia. Era casi como si la aplastara. Soltó un pesado suspiro mientras sacaba algunas cosas del casillero y guardaba otras, entre ellas el paraguas. —¿Estás bien? —La voz de Laila la hizo dar un respingo mientras cerraba la puerta del casillero. —Ah, sí —respondió, evidentemente distraída—. ¿Le preguntarás a Kurosawa-san sobre lo que me contabas? Ya sabes, el equipo. Jez le dedicó una de sus más delicadas sonrisas, esas que eran cálidas y frías a la vez. Deseaba no conocer tan bien ese gesto en ella. Asintió a su pregunta, de hecho había estado buscando con la mirada a la menor desde que entraron, pero parecía que no había llegado aún y de todas formas, su atención estaba mayormente tomada por el estado emocional de Jez. Le picó la frente con el dedo índice, sobre el flequillo revuelto, y la albina parpadeó como reflejo. —Los días lluviosos no son tan malos, Jezzie —añadió—. Después de todo es la lluvia la que permite que todo lo demás siga vivo, ¿no? La vio sonreír de nuevo, estaba vez con un poco más de calidez y asintió tímidamente con la cabeza. Un movimiento, como una chispa azul, captó la atención de Laila y Jez permaneció junto a los casilleros. Joder, era una idiota. ¿Cómo iba a olvidar el paraguas si desde que despertó había visto la oscurana en el cielo? Entró al pasillo casi corriendo, refugiándose por fin, y sintió el cabello húmedo adherirse a su rostro. Caminó hasta los casilleros con paso rápido y abrió el propio con movimientos bastante atolondrados. Sacó algunas de sus cosas y se quitó el suéter húmedo, la lluvia la había atrapado cuando estaba por llegar, eso era lo único que la había salvado de quedar destilando agua. Maldita sea, se estaba cagando de frío. Sintió que le daban un toque en el hombro y se volteó bruscamente solo para topar con los ojos magenta de Laila Meyer. —Senpai —murmuró—. Hola. —¿Volviste a olvidar el paraguas, Kuro-chan? —A la aludida se le subió el color al rostro y desvío la mirada. Ah, el tinte azul se le iba a lavar antes de tiempo—. Como sea, ¿puedo preguntarte una cosa? —Claro. —¿Te interesaría el club de esgrima? Amery y yo quisiéramos volver a formarlo, ya sabes, y pensé que ahí te interesaría. Recuerdo que me preguntaste algunas cosas una vez. Shiori regresó la vista a ella y sus ojos naranja brillaron con cierta emoción infantil. —¿De verdad? —Vio que Meyer asintió con la cabeza. La menor hizo una reverencia—. Me encantaría, muchas gracias, senpai. Laila sonrió y sacó un pequeño pañuelo de su mochila, que le colocó encima de la cabeza. —Sécate un poco, Kuro-chan, o pescarás un resfriado. Su senpai se despidió y regresó junto a la albina.
Satoko Shichimiya —¡A-a-achú! Mi llegada a la Academia fue anunciada por aquel estruendoso estornudo. Para sorpresa de nadie, Satoko Shichimiya había olvidado su paraguas en casa y por mucho que hubiese corrido y corrido, la lluvia acabó empapándola hasta los huesos y no parecía que fuese a librarse de un resfriado de al menos un par de días. >>Estúpida Satoko, estúpida Satoko —murmuré, dirigiéndome a mi casillero mientras me deshacía de la chaqueta del uniforme. Escurrí como pude la prenda y del casillero saqué un pañuelo que usé para secarme como pude, prestando especial atención en el pelo. Tras guardar las cosas que tuviese que guardar y llevarme las que necesitase, comencé a caminar hacia el interior de la Academia, con la chaqueta colgada de mi brazo. No muy lejos de mi camino fui capaz de distinguir el verdoso cabello de Yukie, tan fácilmente distinguible, y con una sonrisa me acerqué a ella. >>Yukie, buenos días~ —saludé, moviendo la mano ligeramente cuando estuve lo suficientemente cerca de ella—. ¿Qué tal? Espero que tú sí hayas traído un paraguas contigo...
El frío le estaba calando los huesos como un puto parásito, y ya no le importaba mediar distancia entre sus zapatos y los charcos de agua. Era un idiota, se había dormido y había salido pitando de casa; olvidó, por supuesto, el bendito paraguas que Matty se había tomado la molestia de dejarle junto a la puerta. Un improperio diferente salía de su boca cada vez que imaginaba el estado de sus pintas. Todo el uniforme empapado, las medias dentro de los zapatos mojadas, el cabello pegado a la frente como lenguetazo de vaca. En medio de su carrera olímpica hasta los casilleros, ya atravesando el patio frontal, Joey advirtió una melena rubia —y seca— caminando con parsimonia bajo un paraguas. Ah, qué hermoso debía ser eso. Ella pareció notar su presencia, o sólo se giró al oír el atropello de un gorila acercándose, y extendió el paraguas ligeramente hacia el costado. —Joey. Te ves... agitado. El muchacho la fulminó con la mirada desde abajo, mientras recuperaba el aliento apoyado sobre sus rodillas. —Gracias por destacar lo obvio, Middel. No lo había notado. Un par de segundos después se irguió de golpe, soltando un pesado bufido, y comenzaron a caminar hacia el interior del edificio. —¿Entrarás a clases así? —¿Tengo opción? Bleke se encogió de hombros. —Sólo decía. —Lo codeó suavemente para que fuera él quien sostuviera el paraguas, y rebuscó algo dentro de su maletín—. Estabas considerando unirte a un club de deportes, ¿verdad? Podrías probar con alguno de estos dos. Joey le echó un vistazo a los panfletos que la muchacha le había extendido y frunció el ceño, curioso. —Muy bien, no lucen mal, pero... —La vio de soslayo y sonrió ladino, risueño—. ¿Qué estás planeando ahora? —Hay alguien en esos clubes que me interesaría observar —explicó, con calma y soltura—, y por cuestiones de tiempo me será imposible unirme yo misma a ellos. Si te interesan, te sugiero que los contactes lo antes posible. Joey suspiró, agitando los panfletos en el aire y luego guardándolos hechos un bollo en el bolsillo del uniforme. —¿Cómo puedes decir cosas tan perturbadoras con esa cara de póquer? Vale, luego me pondré a ello. ¿Quién es la víctima, si se puede saber? —Shawn Amery. ¿Lo conoces? Frunció la nariz, alzando la vista al paraguas. No se le daba bien recordar chicos, a decir verdad. —Diría que no, quizá de vista. —De repente recordó algo—. Ah, y sobre las fotos... —Sí, aún no he podido definir para cuándo las necesitaré. Habían llegado a la entrada de los casilleros. Joey le devolvió el paraguas y Bleke se detuvo para sacudirle un poco el agua y cerrarlo. —Pero con el club de fotografía ya abierto no hace falta apresurarse —agregó, alzando la mirada a Joey, y le sonrió—. No te preocupes. El muchacho se encogió de hombros, palmeándose aquí y allá y sacudiendo la cabeza como un perro. Unas cuantas gotas salieron en todas direcciones y Bleke retrocedió rápidamente, evitando mojarse. —De acuerdo, que tengas buen día, Joey. Nos vemos. Joey le sonrió ampliamente y la despidió con una mano en alto, volviendo en apenas un segundo al incalculable hastío de estar mojado, feo y frío. Arrastró los pies hasta su casillero, en la sección de los de tercero, y advirtió por el rabillo del ojo un destello blanco en medio del ambiente grisáceo. Lo recordó y frunció el ceño, contrariado. Joder, qué sueño más extraño había tenido. Le daba algo de vergüenza saludarla con esas pintas, pero igual sus hormonas le ganaron y se acercó a Jezebel quien, al parecer, se encontraba con una amiga. —Buen día, señoritas —saludó en tono caballeroso, haciendo una reverencia—. Qué bellas y secas se las ve esta mañana. Al final, ayer se había quedado leyendo ese libro con las dos albinas y perdió la noción del tiempo. Para cuando Bleke apareció, Matty le había enviado un mensaje pidiéndole un favor y tuvo que irse, dejando su reunión para otro momento. De todos modos, no habían contado con encontrarse en la entrada de la escuela y, supuso, el asunto había quedado zanjado. Cuando se irguió tras la reverencia, soltó una risa algo apenada y se rascó la nuca. —No sabía que también ibas a tercero —le dijo a Jezebel—. ¿En qué clase estás? Verla a los ojos recrudecía aún más las sensaciones con las que había despertado esa mañana, la angustia galopante que creía haber olvidado con todo el rollo de la lluvia pero que, sin pedirle permiso, había vuelto a oprimirle el pecho. No tenía importancia, ¿verdad? Sólo había sido un estúpido sueño. Sí, lo mejor que podía hacer era olvidarse del asunto. Contenido oculto im sorry, mi corazón pendejo necesitaba hacer una referencia a todo el sufrimiento del joey del otro universo(?)
Aika contuvo una exclamación cuando ingresó al pasillo de los casilleros. Tenía el cabello empapado y el uniforme calado hasta los huesos. Se estaba muriendo de frío. —¡Ah, mierda!—se quejó abrazándose a sí misma. —Te dije que no fueses andando—replicó una voz fría mientras con un ademán dejaba el paragüas rojo en el paragüero. Sacudió su cabello, adecentándolo, aunque no le había caído ni una gota. Privilegios de ser previsora y tener una limusina—. Pero no, tú tienes que hacer siempre lo que te da la gana. Idiota. Aika hizo un puchero. —¡Pero Mii-chan, si no voy al instituto corriendo me voy a dormir durante las clases!—soltó— ¡Necesito libertad! ¡Aire fresco! ¡Antes de encerrarme en esta cárcel por seis interminables horas! Mimi suspiró pesadamente. Caminó hasta el casillero y lo abrió dejando su bolso dentro. ¿Se notaría demasiado que tenía ojeras? Las había maquillado a conciencia frente al espejo pero temía que siguieran viéndose evidentes. No había logrado descansar nada. Incluso sus altivos ojos azules se veían algo más apagados, exhaustos. ¿Había llorado? Sí, probablemente. —Te duermes durante las clases de todos modos, deja de decir estupideces—le respondió con simpleza y recogió los libros para la primera clase.— Anda, sécate. Estás haciendo el ridículo. Y le tendió uno de sus paños de lino. Tenía las iniciales M.H bordadas en un lado. Aika pareció ciertamente sorprendida de la repentina amabilidad de la princesita tirana. Pero Mimi no parecía de humor aquella mañana ni para replicar con su típico y absurdo orgullo. Aika recogió el paño e intercambio una mirada desconcertada entre los ojos azules de la Honda y el pedazo de tela. —¿D-de verdad?—preguntó con sorpresa, como si su cerebro fuera incapaz de procesarlo. Cautelosa. Para Aika fue como si las nubes hubiesen desaparecido del cielo. Aquel cielo gris y encapotado, y sonrió amplia, una sonrisa tan aniñada y pura que podría opacar el mismo sol. —¡Gracias Mii-chan! Se secó las mejillas y el cuello y sacudió el cabello de lado a lado como un perro tras salir de un baño. En algún lugar un tipo alto de ruda apariencia probablemente había hecho lo mismo. Mimi tenía demasiadas cosas en la cabeza aquella mañana. Los eventos del día interior seguía pesándole, apretándole el pecho con inusitada fuerza. No dolía pero sí lograba molestarla. El gesto ensombrecido de Emily... esa mueca de tristeza, de profunda decepción. Eso. Eso era lo que le quitaba el sueño. Dios. Odiaba esa situación horrible. La frustraba hasta límites ridículos. Podía hacer sentir mal a quien fuese y le daría igual en principio. Probablemente lo aceptaría con esa mueca falsa, tan plástica. Pero a ella no. Con ella todo era diferente. Porque aquella dulce sonrisa parecía alegrarle los días. Porque no podía actuar con frialdad contra el cariño y la paciencia de Emily. El hielo no resistía el candor cálido del fuego. La presencia de Hodges era como una hoguera en días fríos. Así la hacía sentir. No. No podía. No a Emily. Yukie dio un brusco respingo y un gritito similar al chillido de un perrito emergió de su garganta al escuchar aquella voz dulce. Su cuerpo se tensó, víctima de la sorpresa. —¡S-S-Satoko-chan! Siempre era tan oportuna. Era como si tuviera la habilidad de leer su mente y aparecer justo cuando estaba pensando en ella. Su voz sonó mucho más aguda de lo usual, nerviosa. Tuvo que manotear para evitar que los libros cayesen al suelo, haciendo auténticos malabares para mantenerlos pegados a su pecho. El corazón le golpeaba con tanta fuerza que sintió que se le saldría del tórax. ¿Era por el susto? ¿O era porque era Satoko? Alcanzó a dirigirle una mirada asustada por debajo del flequillo verde, con las mejillas fieramente enrojecidas. >>B-buenos días...
Estaba por echar a andar junto a Laila cuando una voz llamó su atención, haciendo que volteara el rostro bruscamente, alertando a Laila también quien se volvió con menos prisa. La de cabello lila le dedicó una sonrisa al moreno y observó a Jez con el rabillo del ojo, atenta. —Estás empapado —murmuró, como si no fuese obvio ya y empezó a esculcar en su mochila—. ¿Qué en esta escuela todos son igual de tontos, dejando el paraguas en casa? Había fruncido el ceño apenas, a su lado Laila enarcó una ceja. No era raro que Jez regañara a la gente por no cuidar de sí mismos, sin embargo, ¿dónde se supone que había conocido a Joey, si pasaba metida en la biblioteca? —Jezzie, te veo más tarde, ¿vale? Iré subiendo —dijo y se despidió de ambos con un movimiento de mano—. No llegues tarde a clase, Wickham~ La albina había encontrado lo que buscaba, un pañuelo de un apagado tono de azul. Extendió la mano hacia Joey y lo usó para secarle al menos una parte del cabello oscuro, extrañamente confianzuda pero el gesto de reproche no había desaparecido de su rostro. Hasta después procesó el resto de lo que el moreno había dicho. ¿Quién la mandaba a preocuparse por gente que no conocía de nada? —Voy a la 3-2 —respondió, mientras seguía con su labor—, y por lo que veo tú vas en la misma clase que Laila. Retrocedió unos pasos, separándose de él y pareció volver a ser la Jez tímida de la biblioteca, porque el sonrojo volvió a aparecer en su rostro cuyas facciones ya se habían suavizado. >>P-perdona. Meyer al pasar por los casilleros de segundo, volvió a distraerse por la chispa azul. Kurosawa tenía la cabeza apoyada contra la puerta cerrada de su casillero y a pesar de la alegría con la que había tratado con ella, de repente tenía muy mala pinta. Dudó, ¿debía acercarse? Estuvo por hacerlo cuando notó que alguien se le adelantaba, una muchacha con el cabello teñido también. —Kurobaka. —La llamó mientras cerraba el paraguas—. ¿De nuevo te sorprendió la lluvia? Shiori separó la cabeza del casillero, abriendo los ojos. Había que admitir que no era el mejor de sus días. Apretó el pañuelo que le había dado Laila entre sus dedos. Se encogió de hombros, buscando restarle importancia y soltó una risa floja. >>¿Sigues pensando en la mierda de Honda? —A su lado, la menor dejó de respirar un momento. Katrina podía ser bastante intuitiva, quizás por su desconfianza—. ¿Desde cuándo le haces caso a lo que las princesas dicen? Punto para Akaisa. ¿Desde cuándo? —No es que le haga caso —murmuró. —¿Vas a decirme que estás así de jodida por la estupidez del perro? Un tono despectivo muy parecido al de la princesa. Akaisa notó que la había cagado cuando los ojos anaranjados de Shiori chispearon en su dirección. Vaya. Para ser un pajarito tenía agallas, parecía de esos que se metían en la boca de los cocodrilos. >>Eso es un sí. —Qué ganas tenía de un cigarrillo, maldita sea, y también de romperle la boca a Honda, ya que estaba, pero al parecer ese sería el trabajo de Kurosawa si la rubia seguía pisando el terreno inestable que representaba el lobo. —Es una estupidez, ya sé. No tienes que decirlo. —La vio secarse mechones de cabello con el pañuelo, luego de haber desviado la vista. —Nunca dije que lo fuera —respondió, seria, y empezó a andar—. Está bien querer defender a otros, Kurosawa, incluso cuando no necesitan defensa alguna. Solo digo que no deberías perder el tiempo sintiéndote así cuando tienes más poder del que crees. No se refería a Honda, la princesa orgullosa no iba a dejarse mancillar por el carácter burlón de Kurosawa, no iba a bailar al son de la extraña melodía que emitía su corazón; pero el cachorro sí. Lo estaba haciendo probablemente sin siquiera saberlo. Como ella misma lo había hecho alguna vez. Se despidió con un movimiento de mano y la menor se limitó a seguirla con la mirada, confundida. >>Deberías ir a tu clase, bonita. No vaya a ser que llegues tarde el segundo día. ¿Qué le importaba a Akaisa lo que Shiori Kurosawa hiciera o no? Más de lo que iba a admitir, al parecer.
—Ah, no podré ir hoy al invernadero... Suspiró profundamente cerrando con un movimiento el paragüas. No le disgustaba la lluvia. De hecho le resultaba hermosa. Su sonido lograba calmarla y su acción mantenía vivas y hermosas las flores de los jardines sin necesidad de ser regadas. La lluvia era agua. Y el agua era vida. Y nada que hiciera florecer la vida podía ser malo en forma alguna o podía disgustarla. Recordaba haber escrito un haiku a la lluvia cuando estaba en segundo de primaria. Lo había leído frente a la clase, sobre la tarima, con seguridad. Sin que le temblase el pulso. Lágrima del cielo, Verde vida Moja mi alma Su estricta educación la había motivado desde su juventud más temprana a esforzarse por lograr sus objetivos. Desde siempre había sido la niña correcta, estudiosa, educada, que conocía todos y cada uno de los estrictos protocolos para vivir en una sociedad como lo era la japonesa. Konoe era tradicional. Le gustaba el ikebana, el mochi, el kabuki, la ceremonia del té. Típico de las jóvenes nacidas en las familias tradicionales de Kioto. Todo en ella tenía la templanza, la elegancia y la educación de una miko. Mas jamás se clasificaría como una damisela en apuros, incapaz de defenderse por sí misma. Oh no. Claro que no. Guardaba un corazón feroz capaz de luchar con todo por aquello que ansiaba y deseaba conseguir. Y lo que más ansiaba en aquellos momentos era el cargo de presidenta del consejo. Mientras terminaba de dejar el paraguas se percató de la presencia de una jovencita de melena rubia. Esa chica beligerante, que había enfrentado a Okamiya-san el día interior en la sala de profesores. Oh, vaya. Su rival política a partir de entonces. —Buenos días Middel-san—la saludó con una suave inclinación, cortés—. Intuyo que seremos más cercanas a partir de hoy. Se incorporó y le sonrió. Una sonrisa gentil, sin ninguna otra intención detrás que ser educada con una compañera de institución. >>Será un honor para mí si pudiésemos llegar a conocernos—dijo—. Y no, no lo tengas en cuenta, por favor. Somos rivales, pero mi actitud no esconde segundas intenciones.
—Explícame una vez más por qué le has dado tu paraguas a una desconocida, Shawn —el sonido de la lluvia y el aullido del viento opacaron gran parte de su voz—. De verdad que no lo entiendo. Shawn Amery sujetó con firmeza el mango de plástico ajeno, avanzando sobre el pavimento encharcado atendiendo a su vez a que el paraguas cubriese la figura de ambos. Su tamaño no resultaba excesivo, obligando al menor a arrimar el hombro en todo momento y arrancándole en el proceso más de una sola queja. —Se les había roto el suyo, Yule. Y nosotros teníamos dos —comentó, simple, como si remarcase algo que resultaba obvio cuando solo le ocurría a él. A él y a su necesidad de ser caballeroso las 24 horas del días, siete días a la semana—. El instituto queda aún a quince minutos mínimo y apenas hay tiendas abiertas donde resguardarse. ¿Podrás cargar en tu conciencia su resfriado? —Admite que eres un filántropo de mierda —bufó el menor, irritado. Apenas iniciaba el día y ya había metido el mismo pie en un charco tres veces, para que ahora su hermano se apropiase de su paraguas sin su permiso—. ¿Por qué tengo que pagar yo con tu locura? —¿Quién es más loco, el loco o el que sigue al loco? —No empieces con tus referencias a Star Wars porque no- Pero Yule no pudo acabar de hablar, pues Shawn detuvo sus pasos, extendiendo su brazo sobre su estómago con cautela. El menor, confuso, siguió la dirección del albino hasta encontrarse, en uno de los cruces por el que transitaban, la figura de una joven de rubia cabellera que parecía revisar con cierta angustia el teléfono empapado en su mano. Por el uniforme que llevaba, ambos comprendieron al instante que iba al mismo instituto. Yule torció los labios en una mueca angustiada al notar el temblor y el miedo en los gestos de la chica. Parecía... —...Creo que está perdida. Está avanzando en dirección contraria, y por allí... —alzó la mirada, allá por donde la calle se perdía de vista—, no es un barrio muy bueno que digamos. Shawn siguió la dirección de la chica, relajando el cuerpo al escuchar las palabras de su hermano. Lo vio de reojo, tenso, sin desviar la mirada de la figura ajena. Repentinamente dio media vuelta, regresando la marcha sin mediar palabra alguna. Quizás la filantropía era otra de las cosas que venían de familia. >>¿Eh? ¿No vas a ir a ayudarla? —inquirió, desconcertado. Sus pies clavados en el suelo. —No puedo quitarte el puesto cuando ya te adelantaste, ¿me equivoco? —se sonrió, volviendo la cabeza hacia él para extenderle el paraguas. Yule abrió los ojos sin comprender—. Ten, llévatelo. No cabemos los tres. Y antes de que te niegues, soy mucho más rápido que tú así que podré llegar a la escuela antes de enfermarme. El menor tomó el paraguas con cierta duda, su ceño ligeramente fruncido, y el guiño que le dirigió solo le hizo avergonzar aún más si cabía. >>Buena suerte, Romeo. Y antes de que pudiese replicarle por sus estupideces de galantería, Shawn Amery desapareció calle abajo a toda velocidad. Yule tensó los hombros, repentinamente nervioso. Pero al volver la mirada hacia la jovencita que se alejaba cada vez más solo pudo tomar aire y armarse de valor. Dios, vaya día de mierda. —¡H-h-hey, oye! ¡Es... Espera! "¡Es... Espera!" El grito de una voz a sus espaldas la hizo anclar sus pies al piso, para voltear su rostro en un súbito arranque de esperanza. Las lágrimas que se acumularon en sus cuencas ahora surcaban libres sobre sus níveas mejillas, fundiéndose cristalinas con el fluir de la lluvia. La presencia de un joven de su edad la atemorizó y alivió a partes iguales. —¿Es a mí? —murmuró, y Yule pudo percibir en su voz el desgaste del llanto. —S-sí, d-disculpa yo... —se llevó su mano libre al hombro, repentinamente cohibido, y pronto recordó que la joven se encontraba a la imterperie y no tardó en cubrirle—. V-vi que también ibas a mi escuela y noté que te dirigías por la dirección equivocada. L-lamento inmiscuirme s-si no... Pero lejos de molestarse, la rubia negó con la cabeza, sorbiendo por la nariz mientras secaba su rostro antes de dirigirle una tenue sonrisa. Su cuerpo estaba congelado y apenas sentía las manos, pero aquel gesto conservó toda la calidez con la que contaba. —N-No, no... Estás en lo cierto. Apenas conozco este lugar y yo, bueno... me perdí —dejó escapar una breve risa por la nariz, apartando los mechones rubios que se habían adherido a su rostro en el proceso—. Me confié al creer que podría orientarme sola con el móvil pero... parece que me equivoqué. Yule le devolvió el gesto, sumamente nervioso, eso sí, pero aliviado de ver que había hecho lo correcto. Por la palidez de su tez y sus labios ligeramente amoratados supo que debían ponerse en marcha. —B-bueno, pues lo mejor será llegar cuanto antes al instituto, no vayamos a pescar un resfriado —sugirió Yule, algo preocupado por su estado, comenzando a caminar en dirección contraria—. Sígueme, es por aquí. Rachel asintió con presteza, obediente, y siguió sus pasos sin dudarlo dos veces. En mitad del camino Shirai no pudo evitar notar cómo la jovencita clavaba sus orbes azules en su cabello, y el asombro en su expresión le arrancó una tímida sonrisa. —Tu cabello... ¡Es muy curioso! —casi pareció chillar, con una emoción infantil—. ¿Cómo lo hiciste? Y Yule, no sin algo de esfuerzo, se dedicó los minutos restantes en relatar la historia de una familia de cabellos azabaches, albinos, y una extraña mezcla.
Soltó un gruñido por décima novena vez mientras se llevaba la mano a la frente y se apartaban los rebeldes cabellos mojados, algo más oscurecidos de lo normal por la humedad. Joder. Como odiaba la puta lluvia. Era un día perfecto para quedarse en su casa, con su perro. Y no para estar allí, en aquella puñetera ratonera. Ni siquiera podría subir a la azotea y pasar el rato lejos de todo, para resguardarse, y lograr despejar su mente de la molestia que le suponía tanta interacción social. Al menos no si quería evitar pescar la gripe del siglo. Si se enfermaba... ¿quién iba a cuidar de él? ¿Su perro, Ike? Él mismo era demasiado terco y tozudo para dejarse cuidar por nadie. Aunque aprovecharía cualquier excusa de mierda para faltar a clase si tenía oportunidad. Podía cuidar él solo de sí mismo. No era como si no estuviese acostumbrado a hacerlo. —Kurosawa. En ese momento, con la mano sobre el cabelllo vislumbró un destello azul por el pasillo. Aquella larga mecha celeste atrajo su mirada ambarina como un imán. Era difícil no notarla. A ella y Akaisa. El pajarito había estado a punto de dar unos buenos picotazos por él el día anterior. Por culpa de esa cabrona de Honda. ¿Qué cojones le pasaba a esa tipa? ¿Tenía falta de cariño? ¿Era imbécil a secas? Debería dejar a Shiori en paz. Hiroki se apoyó contra el casillero y soltó una risa seca, sardónica. No querría ver a un lobo enojado mostrando los colmillos.
Parpadeó, extrañada del comportamiento de Akaisa, era apenas un atisbo pero había podido notarlo a través de su disfraz. Había preocupación en su intento tan extraño de consejo. Una sonrisa se formó en su rostro mientras la veía alejarse. No se acercaba a gente problemática porque sí, lo hacía precisamente por personas como Katrina, que escondían un valioso tesoro dentro de ellos, aunque se empeñaran con todas sus fuerzas en encerrarlo. Apoyó la espalda en los casilleros, cruzando los brazos bajo el pecho el pecho, buscando mantener el calor de su cuerpo. Era sorprendente que el desastre que era Katrina Akaisa hubiese podido hacer retroceder parte del malestar que sentía, ella y Laila, en realidad, con aquel gesto de entregarle su pañuelo, sin saber que ella tenía uno también. Cuando giró la cabeza y divisó a Hiroki, frunció el ceño de una forma muy parecida a la que lo había fruncido Jez al ver a Joey destilando agua. Un gesto inconsciente de reproche, nacido de la genuina preocupación. No había burla, no había provocación ni nada de esas cosas usuales en su actitud. Como Watabane también llegue chorreando agua... Había que ver lo idiota que era, caminando por allí sin cubrirse. Aunque bueno, ella había hecho exactamente lo mismo. Guardó el pañuelo de Laila y buscó entre la mochila el propio, milagrosamente seco a pesar de que algo de la lluvia se había filtrado un poco dentro. Caminó hacia el muchacho, apoyado en los casilleros, y estiró la mano hacia él antes de permitirle reaccionar siquiera, secando con mimo parte de la humedad de su cabello cenizo. —Como pesques un resfriado por idiota vamos a tener problemas, senpai —murmuró casi como una queja, ceñida en su tarea, a pesar de que algunas gotas rebeldes seguía resbalando por su propio cabello. Clavó la vista en sus ojos dorados un instante y sin apenas darse cuenta, había deslizado el pañuelo con cuidado por su mejilla, buscando secar un poco su piel—. Aunque no es que haya mucho remedio de por sí. Cruzó los brazos de nuevo, apretando el pañuelo en su mano, sin despegar la vista de él. >>No creo que vayas a subir a la azotea hoy, con este día de mierda, ¿o sí? —Si algo podía tener en común con Katrina es que a veces se negaba a mostrar su sentimientos tal cual eran, como si ser transparente implicara algún tipo de peligro. Soltó una pregunta que era, por demás, jodidamente rara porque no es como si soliese pedir su opinión para ello—. ¿Quieres pasar el receso conmigo? Prometo no llevar gente rara como Honda esta vez. Es más, no tenía ánimos de arrastrar a nadie más, a lo mucho aparecería con Watanabe.
Cerró los ojos un momento, cavilando en silencio cómo demonios iba a pasar ese día. Sin poder salir al patio se sentía como un lobo encerrado. Probablemente se afanase en dar vueltas por ahí con las manos en los bolsillos del gakuran, sin ningún rumbo fijo. Dios. En esos pensamientos se encontraba cuando sintió un tacto ajeno en su cabello. Suave, efímero. Abrió los ojos con cierta pesadez, solo para que su gesto mostrara ligera sorpresa al descubrir quien estaba molestándolo ahora. Aunque no estaba molestándolo realmente. ¿Qué... qué estaba haciendo? ¿Secándolo? ¿Era eso? Su ceño se frunció apenas mientras la dejaba llevar acabo su tarea, escuchando sus reproches casi maternales. Él era como un niño que se había ensuciado jugando fuera y entraba sucio a casa, llenando el suelo recién fregado de huellas embarradas. Agh, de verdad que era rara. Esa chica. La observó en silencio. La expresión concentrada de su rostro, el leve ceño fruncido. El cabello azabache aun húmedo, que caía en suaves ondas sobre sus hombros. Sus ojos color atardecer. Esos condenados ojos. Cuando sus miradas se encontraron Hiroki apartó la suya, repentinamente tenso. Aquella situación rara. Joder, ¿qué pasaba con eso? ¿Pero qué tenía esa chica en la cabeza? Todo lo que hacía era tan extraño, tan repentino, tan salido de la nada. Pero tan cálido y se sentía... tan... bien. "No pesques un resfriado. ¿Quién eres para hablar? Pareces un maldito pez recién sacado del agua, Shiori" —¿Ah? Inquirió. Aquello fue todo lo que emergió de su garganta, entre contrariado y sorprendido cuando ella le propuso pasar juntos el receso. ¿Le había leído la mente acaso? Por supuesto que no iba a subir a la jodida azotea. Era un huraño de mierda no un suicida. La miró entonces, con cierta contrariedad en sus pupilas. Venga ya, ¿otra vez quería pasar el día con él? ¿Por qué? ¿Porque eran... amigos? Ni siquiera estaba aún seguro de qué eran con exactitud. ¿Amigos? ¿Conocidos? —¿Por qué no pasas el receso con Akaisa, Kurosawa?—le preguntó y se llevó las manos a los bolsillos del uniforme, apoyándose contra el casillero a su espalda. Ni siquiera se planteó que aquella fuese una de esas preguntas-órdenes que ella solía hacer. O tal vez sí y no le importó. Necesitaba saber... qué tenía para que ella quisiera estar con él. >>Será mucho más entretenido.
No le pasó desapercibida la forma en que Laila vio a Jez, y luego a él, para finalmente despedirse. Tampoco ignoró la forma en que Jez había atendido a su voz, casi de inmediato. No eran detalles que se le escaparan, aunque tuviera toda la pinta de que sí. Rió algo apenado cuando Jez lo sermoneó por haberse olvidado el paraguas. Su reacción fue adorable, se le notaba a leguas de distancia cuán genuina era su actitud, y eso... le generaba un poquito de culpa. No tenía idea, ¿verdad? Con quién se estaba metiendo. ¿No habría oído nunca hablar de él? Bueno, tenía sentido al considerar que se la pasaba metida en la biblioteca. Los libros podían ser entretenidos, pero no te preparaban para esta clase de situaciones ni para personas como él. Se despidió de Laila con calma, mientras metía las manos en los bolsillos y observaba cómo Jez seguía rebuscando en su bolso. ¿Qué podía ser tan importante en ese momento? Se le escapó una sonrisa y se balanceó sobre sus talones. Tuvo unos breves segundos para preguntarse, con absoluta liviandad, qué esperaba conseguir de esa chica. Definitivamente no era como las chicas con las que solía involucrarse, entonces ¿qué? Al final, le restó toda importancia. ¿Para qué darle muchas vueltas si nunca pensaba las cosas a fondo antes de hacerlas? Era un hombre simple. Le gustaban las chicas bonitas, le gustaba pasar tiempo con chicas bonitas, y Jez era una chica bonita. Punto. Cuando Jezebel finalmente extrajo un pañuelo de su mochila, Joey soltó el aire en una sonrisa y estuvo por preguntarle qué onda, pero se quedó en silencio. Jamás habría pensado que Jez, la ingenua y honesta Jez, podría sorprenderlo de aquella forma. Permaneció quieto, incluso se agachó un poco, cuando la chica estiró el brazo para secarle el flequillo empapado. Joey la observó sin mediar palabra mientras ella hacía, aparentemente ajena a... las posibles consecuencias de sus acciones. Vamos, Jez, ¿no eres demasiado ingenua? Su voz lo distrajo de plano, haciéndole darse cuenta que había estado viéndola muy fijo. Carraspeó la garganta, desviando la mirada, y fabricó una de sus sonrisas usuales. —Sí, voy con ella —murmuró, considerablemente más calmado—. A la 3-1. La reacción que tuvo al separarse de él le arrancó una risa divertida, sin malicia. ¿Recién ahora procesaba lo que había hecho? Vaya... —Qué lenta, Bellabel —soltó, renovando su frescor, y le acarició la cabeza al pasar junto a ella—. Gracias por eso, ahora estoy un cinco por ciento menos hecho sopa. ¡Nos vemos por ahí! ¡Que tengas buen día! ¿Bellabel? Bueno, se le acababa de ocurrir. Ni siquiera lo había pensado, simplemente... le nació. Se encaminó hacia las escaleras tarareando una melodía simple, en dirección al tercer piso. Apenas allí recordó que Jez también era de tercero. Volvió sobre sus pasos como una tromba y se le apareció por detrás, como había hecho el día anterior. Le sonrió radiante y dijo: —¡Oye! Vamos para el mismo lado, ¿no? ¿Por qué no vamos juntos? Estaba cambiándose el calzado cuando una voz dulce y ceremoniosa la llamó por su nombre. Bleke se irguió, echando un vistazo hacia el costado mientras guardaba los zapatos mojados en su casillero. —Suzumiya-san —saludó, inclinando la cabeza suavemente—. Buenos días. La escuchó con calma y paciencia, abocando su entera atención hacia ella. Le transmitía las mismas vibras de ayer; lucían tan genuinas, tan cálidas y abnegadas, que Bleke no podía evitar sentir que estaba fallando al analizarla; que debía haber algo más debajo de toda esa amabilidad. Pero ¿qué? ¿O quizás estaba pensándolo demasiado, y Suzumiya-san realmente era sólo lo que mostraba? Sí, claro. Como si eso fuera posible. —Me alegra saber que compartimos el mismo deseo, Suzumiya-senpai —respondió, serena, con una sonrisa calmada impresa en el rostro—. Creo que puede ser muy fructífero que mantengamos una buena relación de ahora en más; quién sabe, quizá ya no tengamos que ser rivales y podamos cooperar juntas. Su sonrisa se ensanchó apenas y se inclinó otra vez, anunciando su despedida. —Si me disculpas, se me hace tarde para ir a clases. Estoy segura que tú tampoco disfrutas de llegar tarde, ¿verdad? No me gustaría retrasarte. Que tengas buen día, Suzumiya-senpai. Sin esperar respuesta, Bleke se giró y emprendió su camino hacia el segundo piso. Le agradaba la actitud de Konoe, su forma de hablar, sus maneras ante el mundo. Le había agradado su sutil declaración de guerra; aunque ella quizá no la viera así, si su juicio no la traicionaba al interpretarla. Puede que la chica aún no lo supiera, pero estaba moviéndose justo como se esperaría de un decente interesado a la presidencia. Y eso le gustaba. Mantén cerca a tus amigos, y aún más cerca a tus enemigos, ¿verdad?