Interior Casilleros

Liza White

Se dejó guiar, aferrada a la mano de Dante, a pesar de no saber hacia dónde iban. Los murmullos le taladraban los oídos y no lograba recomponer las piezas del puzzle en su cabeza, pero había escuchado mencionar la enfermería, y eso nunca era una buena señal. Prácticamente chocó contra su espalda cuando se detuvo, escuchando los sollozos de alguien al otro lado, y un extraño presentimiento estrujó su corazón y la empujó a asomarse, conteniendo el aliento.

Aika. Su dulce Aika estaba llorando.

Y estaba sola.

Su rostro se contrajo en una mueca de dolor, paralizada por la visión que tenía ante ella. Su corazón imploró por rodearla entre sus brazos. Extender sus alas y crear un refugio cálido y seguro, donde nadie más pudiera hacerles daño. Donde nadie le arrebatase la hermosa sonrisa del rostro a aquel ser de luz que hacía sus días brillar con una fuerza que nunca creyó poder contemplar. Aika era la viva imagen de la inocencia y la pureza, era todo lo bueno que había en el mundo comprimido en una sola persona, pero también era el corazón del grupo. La rosa protegida en una urna de cristal.

Y los últimos pétalos se estaban cayendo frente a sus ojos. Y no estaba haciendo nada por evitarlo.

Apenas alcanzó a escuchar las palabras de Dante. Le miró sin verlo realmente, congelada por el terror, la culpabilidad y el arrepentimiento. Sus palabras chocaron contra una pared invisible y no lograron alcanzarla. Le estaba pidiendo ayuda, tomando desesperado los trozos de Aika entre sus manos, estaba siendo más humano con una desconocida que ella misma. Su amiga. Pero ante los ojos de Liza, Aika se había fusionado con Mimi. Sus orbes fulgían con el mismo dolor, rogando por ayuda a gritos. Desesperadas.

Pero no podía hacerlo. La impotencia de ver a sus amigas quebrarse la estaba haciendo pedazos, aferrarse a la esperanza vana de que ella podía marcar la diferencia solo hacia que la caída fuese más dolorosa aún. No podía hacerlo. No quería volver a sufrir. Quería huir.

Honda-san.

Izumi-san.​

"¡Liza-chii!"

Fue como sacarla de un trance. Como sacar la cabeza del agua y recuperar el oxígeno de nuevo. Los brazos de Aika despertaron su cuerpo entumecido y sus pupilas se contrajeron, volviendo a enfocar el mundo de golpe. Su pecho recuperó parte del calor perdido y de repente los ojos le ardieron, y quiso largarse a llorar de nuevo. Se aferró con una fuerza que no creyó suya al cuerpo de Aika, apretándola contra sí en un intento desesperado por cesar su llanto. ¿Pero cómo podía ser un ejemplo si las lágrimas empezaban a deslizarse por sus mejillas de la misma forma?

—Dios mío Aika, lo siento. Lo siento, mi vida, estoy aquí —sollozó, con la voz rota, cerrando los dedos en torno a la tela de su uniforme. Dios mío, había estado a punto de hacerlo. A punto de crear la misma brecha que había hecho con Mimi, de apartarse, de abandonarla a su suerte. Jamás agradeció tanto escuchar la voz de Aika como en aquel momento—. Estoy aquí, cielo. Estoy aquí, y ya no me perderé de nuevo. Lo prometo.

Acarició su cabello y posó su vista en Dante y en el resto de estudiantes, angustiada. Sintió cómo las paredes se estrechaban, la ansiedad amenazando con descomponerla, pero fue más rápida y tomó la mano de Aika y la de Dante con suavidad, pidiéndole a este último que las escoltasen a los baños más cercanos. Donde nadie pudiese verlas así; el espectáculo se había acabado.

Antes de empezar a andar tras su amigo logró reconocer una figura entre la multitud. Sus miradas conectaron durante un breve instante, pero la reconoció, y fue suficiente para apartar la vista, como si el solo hecho de mantenerla le quemase.

"Gracias por nada, Emily"



Yule Shirai

Alzó las cejas, tomado por sorpresa al ver los ademanes tan educados y formales de la chica con alguien... bueno. Con alguien de tan poca clase como él. Y pensar que hasta hacía unos años vivía con sus padres en el campo y tenía que convivir con los salvajes gorilas de sus hermanos biológicos, que con suerte lograba enseñarles lo que era el papel higiénico. El contraste era ciertamente chocante.

¿Debía hacer algo en concreto ahora? ¿Inclinarse también? ¿Extender la mano? Mierda.

—¿Eres nueva? ¡Yo también! Bueno, en verdad no. Es mi quinto día aquí. Pero bueno, algo así —se rascó la nuca, soltando una risilla nerviosa. Dios, los silencios eran incómodos, sí, pero no podían rellenarse con tantas palabras. La iba a asustar también. Tomó aire con algo de esfuerzo y dejó caer la mano, pensando mejor sus palabras—. Has tenido suerte, yo también soy de la 1-2. Podemos subir juntos, así te enseño el camino... S-Si gustas, por supuesto.

Movió su cuerpo en dirección a las escaleras pero se frenó en el sitio, buscando la confirmación de la chica. ¿Se le estaba escapando algo...?

¡Ah, sí! ¡El nombre!

>>Soy Shira Yule, por cierto. ¿Cómo te llamas?

 

María Akizuki

—¿En serio? Entonces me alegra que ambos seamos nuevos aquí, yo solo un poco más —El alivio se le podía escuchar muy notorio en su voz, y cierta emoción brilló en sus ojos cuando mencionó que tenían la clase juntos, ¿cómo podía tener tanta buena suerte el primer día? ¿Sería por el tiempo que se había enfermado por todo ese cambio repentino? —, me encantaría, eres muy amable.

Asintió con la cabeza para reafirmar sus palabras y antes de que pudiera andar tuvo que detenerse al ver que él también lo había hecho y casi de inmediato sus mejillas tomaron el mismo color de su cabello, ¡no se había presentado!

—¡Lo lamento! —volvió a hacer aquella reverencia que había hecho al inicio para saludarlo, como si quisiera repetir todo ese proceso de nuevo —Akizuki María, encantada. —Y así algo más segura terminó caminando aquellos pasos que los separaban para posicionarse a su lado, mirando por un momento hacia las escaleras como una pregunta silenciosa sobre si ya deberían avanzar.

 

Bergren Johansson

Entré a la academia con una sonrisa de oreja a oreja, mostrando un poco mis dientes algo tiburonescos. Teniendo en cuenta las cosas por las que había pasado en mi primer día de… ehm… clases, acercarme al edificio de Gakkou me ponía de un buen humor que no se podía romper con nada. Ni había terminado de presentarme y al instante había conocido las “artes” de este lugar gracias al tour que la señorita Welsh había hecho con tanta amabilidad. Pero al traspasar las puertas de entrada, volví a caer en cuenta de que me sentía tan perdido como ayer. Es que, bueno, Alisha me llevó a conocer un sitio cálido al que nadie podría ir a molestarnos, donde nos conocimos más estrechamente. ¡Uf! ¡Qué chica tan apasionada! Aprendí artes que a día de hoy no sabía, cosa que no suele pasarme muy seguido... Estaba listo para ponerlas en práctica.

Me acerqué a mi casillero a poner y sacar las cosas que iba a necesitar para este día. Un abrigo por acá, útiles por allá, los condones… ¿Y la varita mágica? Bien envainada pero lista para la siguiente batalla, por supuesto.

—Bijesan, hoy puede ser otro gran día —dije a la lagartija que dormía en el bolsillo del pantalón—. ¿Sabes en qué lugar puedo conseguir lazos más estrechitos?

>>Exacto, en los clubes.

Pero no sabía dónde debía ir para anotarme a uno. Quizá en los Pasillos encontrara a alguien dispuesto a darme una mano.

 

Había pasado el resto del día anterior con la chica nueva, Beatriz. Al principio le había costado ciertamente calmarse, dejar de lado su carácter tímido para ofrecerse a mostrarle los alrededores un día donde la lluvia no impidiese salir fuera. Pero había terminado almorzando con ella y Satoko en la cafetería. No habían hablado mucho porque ambas eran igualmente tímidas o puede que incluso Beatriz fuese mucho más introvertida que ella, pero había sido agradable. ¿Había encontrado tal vez otra amiga?

—¡A-ah! ¡Llego tarde!

El día estaba hermoso, con un sol radiante y un cielo celeste con alguna que otra nube como copia de algodón. Pero se había terminado distrayendo con un gatito callejero de pelaje atigrado, saltando sobre los saltos de lluvia como la niña que realmente era... y el tiempo se le había ido volando.

Se acercó a su casillero con celeridad, evidentemente nerviosa ante la expectativa de llegara tarde a clase y sentir las miradas de sus compañeros de aula y la profesora sobre ella, fijas como agujas. El solo pensamiento le produjo escalofríos y el labio le tembló. Debía darse prisa en cambiar sus zapatos.

Sin embargo, sus pasos hasta su casillero se detuvieron al escuchar una voz familar. Aquel tono ligero y vibrante. Una voz que conocía muy bien.

Satoko-chan.

A pesar de los nervios y el miedo latente un sentimiento cálido le llenó el pecho y se extendió por el resto de su anatomía como una ola de templanza y conciliación. Aceleró el paso. Ah, también iba a llegar tarde ¿verdad? No sería la primera vez que Shichimiya se retrasaría y no podía permitir que ocurriese algo como eso.

—¡Satoko-chan!—la llamó. Pero su voz perdió fuerza hasta acabar en un murmullo bajo. El casillero que lo había estado cubriendo, al acercarse, desveló la alta figura de un joven de cabello rojo. Alguien en quien no había reparado hasta entonces.

Oh.

Satoko estaba hablando con él.

Un sentimiento extraño le escaló la garganta, algo que no había experimentado hasta ese preciso instante y al cual no podía ponerle nombre. Una extraña molestia y al mismo tiempo cierto miedo y ansiedad. Cerró las manos en puño.

Sus pies se congelaron de súbito, el alma le cayó a los pies con estrépito y retrocedió un paso buscando ocultarse tras la línea de casilleros, fuera de su campo de visión.

No la habían escuchado... ¿cierto?

 

Bergren Johansson

Miraba con mucha atención a todas las damas que aparecían bajo el radar de mis ojos, con una mano en el mentón. Yo siempre me consideré un amante de la belleza en todas sus dimensiones; desde los modestos ademanes de la ternura, hasta la más deslumbrante de las curvas. Creo que por eso estaba a toda hora fijándome en alguna chica, siempre seducido por la sola presencia. Pero ¡demonios!, en Gakkou sí que había belleza en todas sus formas y colores. Elegir a la amante del día se me estaba tornando una tarea un poco exigente, pero al mismo tiempo disfrutaba de mi contemplación, como un lobo en busca de una presa a la que darle… todo el fuego de mi pasión.

Pero la afortunada candidata estaba fuera de mi radar. Es más, fue ella la que se aproximó hasta mí posición. Me di cuenta cuando, el sentir a Bijesan moviéndose en mi bolsillo y girarme para comprobar que se encontraba bien… la vi. Uf… UF… Si el día anterior había comenzado de maravillas, el de hoy le hacía una fuerte competencia. Porque la dama que en ese momento acariciaba la cabeza de mi dragón tenía casi todo lo que me podía atraer de una chica… El color de su cabello, sus ojos, su sonrisa. Pero, por sobre todas las cosas, el cuerpo atlético que los pliegues de su uniforme parecían dibujar para mi exclusivo deleite, todo combinado con la más dulce de las sonrisas que había visto.

“Vaya, vaya. Qué delicia” pensé, cubriéndome los labios con el dedo índice para no relamerme en público, iba a quedar feo eso.

—Parece pequeñín, pero si lo hacen enojar demuestra que, en realidad, es todo un dragón —dije con una sonrisa. En ese momento oí que llamaban a una tal “Satoko”, pero estaba demasiado concentrado en la chica que se me había acercado. La miré a los ojos—. Le has caído bien. Se da cuenta fácilmente cuando una persona es buena y dulce. Y yo, en lo personal, quiero añadir lo bonita que eres.

Acerqué la mano al pequeño lagarto. Bijesan levantó la cabeza, me clavó su mirada reptil por unos instantes y luego se paró en mi palma. Lo acerqué a la chica, para que pudiera apreciarlo en todo su esplendor y acariciarlo a gusto.

—Se llama Bijesan. Yo soy Bergren, Bergren Johansson. Somos el Dragón y el Lobo, respectivamente —paseé mis ojos, con rapidez, por su figura. Era exquisita— ¿Tú cómo te llamas, corazón?

 

Aguardó sentado en los escalones de la entrada, viendo pasar a los alumnos más rezagados abandonar el edificio para dirigirse a casa. Había estado dirigiéndose a varios clubes en calidad de visitante, preguntando por sus horarios y actividades por mera curiosidad, aunque le había acabado faltando uno. De hecho, si no fuera por los tablones de anuncios nunca hubiese adivinado que esa casucha era realmente un club de esgrima. Mucho menos que su aparente copia física fuese su representante, ni que tuviese en ese momento una visita inesperada.

Parecía tener el don de la oportunidad a su alcance. Qué interesante.

Inclinó la cabeza hacia atrás, los codos apoyados sobre los escalones traseros, cuando reconoció la figura de su hermana desde su posición. Nunca la esperaba para volver a casa, no importaba a dónde fueran, pero las circunstancias eran diferentes ahora. Se meció hacia delante, incorporándose en el acto, y se irguió para recibirla con entusiasmo fingido.

Sonreía, pero su sonrisa era tan, tan distinta a la de Shawn.

No había calidez detrás de ninguna de sus acciones. Solo vacío.

—Sorpresa~. No imaginabas que te esperaría, ¿eh? Decidí tener un detalle por una vez, como el buen hermano que soy —se llevó las manos tras la cabeza con naturalidad e inclinó su cuerpo a un lado, alzando las cejas en un gesto inquisitivo—. ¿Ah? ¿Qué hay con esa cara? Te brillan los ojos más que de costumbre.

Arrugó la nariz entonces, conteniendo una risa hiriente.

>>Qué desagradable.

 

<<Ya sabes donde encontrarme después de todo. No tienes pérdida>>

Amery...

Valentía y poder. Eterno o inmortal.

Misericordioso.

Caminó meciéndose sus largas hebras ónix con cada paso que daba, sin atreverse a volver a mirarlo manteniéndose con un solo asentimiento de cabeza. No le salían más palabras, debía ir a casa y estudiar, así distraería su cabeza que se encontraba ambivalente por alguien ajeno a ella. En cuanto llegó a los casilleros notó el cabello albino, sin embargo no habló, apenas y lo miró, gélida.

Abrió el casillero correspondiente e hizo el cambio de calzado con parsimonia.

—Cállate —murmuró al mencionar aquel lazo de sangre que los unía como una cadena de acero amarrada al cuello, ajustada, apretada, hiriente.

Cerró el casillero y llevó un mechón de su cabello tras la oreja, mirándolo de soslayo al mencionar el brillo de sus ojos. Sus globos oculares solían brillar entre lo insano, sin embargo, ahora era un poco distinto, ¿Cierto, Zuko? Se relamió los labios entonces al escuchar lo desagradable que se veía para él.

—¿Me estabas espiando, Zuko? —cuestionó con un tono de voz bajo, pasivo, procurando que nadie más que él escuchara pese a no estarlo mirando directamente, a fin de cuentas el frío en su espalda no lo solía producir nada más que esos orbes ámbar.

 

Dejó escapar una risa sardónica cuando le mandó callar, tajante, arqueándose hacia delante en mitad de la carcajada. Ara ara, la gatita sacaba sus garras antes de lo previsto. Siempre era la misma historia al final del día, un ciclo vicioso de acción-reacción donde buscaban divertirse a costa del otro. Agnes solía ser mucho más resistente a su molesta presencia pero aquella tarde la mecha pareció acortarse considerablemente.

Lo estaba disfrutando como no tenía idea.

—¿Espiarte? No sé de qué me hablas —extendió las palmas de sus manos, inocente, y nada en su voz o en su expresión parecía indicar lo contrario. Le mostró los dientes en una sonrisa felina, llevándose las manos a los bolsillos del gakuran para inclinarse ligeramente hacia ella. La chispa ámbar brilló con una inusitada fuerza con los últimos rayos del atardecer; todo en él indicaba peligro—. No me digas que has estado haciendo algo indecente que debería saber... Hermanita.

Casi saboreó las palabras lentamente, plenamente consciente de su significado. Susurró, con aquel tinte burlón coloreando su voz al acercarse a su oído.

>>Anda, vamos. ¿No se suponía que los hermanos lo comparten todo?

 

Organizó entonces los tablones de su falda pese a estar perfectamente lisos, sin ningún rastro de suciedad aunque dedicó su tarde a limpiar aquel lugar, que a vista estaba sucio y ella dejó impecable. Le miró entonces, por fin en toda la conversación directo a los ojos.

¿La había encontrado ahí por casualidad?

Inconcebible.

Volvió a ser ella, oscureciendo su mirar luego de procurar observar a su alrededor sin hacerlo notar siquiera por alguien externo a ellos dos, cerciorándose de que Amery no estuviese cerca sin ademanes en su expresión facial o corporal. Comenzaba a negarse en mostrarse como la víbora que era, no deseaba manchar el lienzo blanco de las sombras nefastas que podía crear con facilidad, siempre y cuando Zuko no se entrometiera donde no debía.

—¿Buscando atención tan temprano? —murmuró esquivando la pregunta con gracilidad, erizándose aún así al sentir la penetrante mirada sobre la suya. Simplemente el conocerse tan bien era inaudito; era su hermano al fin y al cabo. Lo sintió entonces cerca de su oído, sin embargo no retrocedió ni un ápice, dejando que aliento le acariciara la piel—, el pequeño niño abandonado corre a exigir que se centren en él, y no en otro —siseó como el inicio de un cuento de hadas—, pobre niño desolado, ¿quién lo habrá abandonado?

 

Apretó la mandíbula por inercia, encendiendo una chispa en sus ojos, pero logró sobreponerse antes de que el fuego se extendiera por sus venas. Dejó escapar el aire por la nariz, negando con la cabeza, y el cabello le hizo cosquillas en el rostro. La mueca burlona en su rostro, si bien algo más tensa, se extendió al sostenerle la mirada de nuevo.

Ah, ahí estás de vuelta. Astaroth.

El apellido de los malnacidos.

—Ah, me pillaste~. Llamar tu atención es de mis entretenimientos favoritos —confesó, con un tono culpable que lejos estaba de ser real. Cualquiera que pasase por su lado pensaría que solo era un adolescente normal, charlando animadamente a la salida. Su voz disminuyó considerablemente entonces, de forma que solo ella percibiese el matiz en sus palabras—. Pobre intento de princesa. Las escorias de la calle como nosotros no tienen permitido juntarse con las altas clases. No se te habrá olvidado, ¿verdad que no, Agnes?

Altas clases.

El príncipe del Sakura Gakkuen.

Se volvió sobre sus pasos, dándole la espalda para comenzar a bajar los escalones con calma. Se detuvo al cabo de unos instantes, viéndola por encima del hombro con una severidad inusual en él.

>>Deberías ser consciente de cual es tu sitio. Nosotros no somos como ellos, ni lo seremos nunca.

 

Masuyo Kobayashi

A la hora de almuerzo se había contenido de no sacar más de un dorayaki de los que ofreció Shawn, en verdad le encantaban y podría comerse tres sin problemas, pero le avergonzaba tomarse demasiadas confianzas. Sus senpai parecían haber tenido algún tipo de riña, por el comentario de Laila sobre que Shawn podía disculparse con solo decirlo, pero el asunto ya parecía solucionado, pues el resto del almuerzo pasó en un ambiente ameno. Ese dúo parecía llevarse bastante bien.

Las clases terminaron sin problema alguno, a pesar de que le faltaban un par de materias con las que ponerse al día, ya lo podría hacer el fin de semana. Era momento de dirigirse al dojo, ¿no? Le emocionaba bastante incursionar en una nueva arte, dispuesta a dar lo mejor de sí. Tras cambiarse el calzado en los casilleros se respaldó en estos, ignorando a cualquiera que pudiera estar por ahí, para después revisar su celular. Soltó un leve gruñido, había olvidado pedirle a Laila su número, ¿habría llegado ya al dojo? Se cruzó de brazos observando los alrededores, esperaría un rato para ver si aparecía.

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Holi Hitori , aquí estoy :3

 

Lo había hecho de nuevo, el acariciar aquel dolor compartido sin ningún remordimiento real, notando la expresión tensa que se transformó rápidamente en una expresión filosa, peligrosa, entendiendo de lleno que ahora el comentario venenoso no vendría de su parte.

—Mi memoria es prodigiosa —susurró aceptando la advertencia implícita, dándole la razón sin titubeo, viéndolo darle la espalda, lo que la llevó a dar un paso hacia adelante, y entonces llegó.

El vacío en el estómago.

Sin embargo no tenía intenciones de dejar de hablar con Shawn, el chico albino de mirada brillante había conseguido sin siquiera saberlo el apaciguar aquel infierno que corría dentro de ella, por un par de horas.

Zuko no tenía por qué enterarse de nada más.

—Somos solo tú y yo —susurró llegando a su lado, dando el atardecer sobre su piel de porcelana, mirándolo entre las pestañas.

No existía Lena.

No existía Shawn.

Cuán mentirosa podía ser.

Retomó sus pasos, dirigiéndose a casa con su hermano a su lado.

 

Apenas había bajado las escaleras se dirigió a una de las maquinas expendedoras para comprar un té frio que sostuvo momentáneamente sobre una de sus mejillas antes de suspirar. Le frustraba bastante que incluso teniendo ya días del incidente ciertos puntos le siguieran doliendo, quizás no como el primer día, pero al fin y al cabo: dolor.

Luego se dirigió a su casillero para cambiar sus zapatos y poder pasar a la zona de la entrada y apoyarse en una de las paredes de vidrio para esperar tal y como le habían indicado.

No era algo que lo molestara en lo absoluto, menos cuando sabía que no tenía nada que hacer en su casa mas que terminar de ordenar su pronta mudanza (cosa que realmente no tenía ganas de hacer) así que, si tenía que distraerse estando en el celular un tiempo, lo haría sin lugar a dudas.

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super relleno (?

 

Masuyo Kobayashi

Observó el paisaje tras los ventanales que daban a la salida, también tuvo que apartarse un par de veces para que un par de alumnos pudieran usar los casilleros, pero de todas maneras Laila demoró poco en aparecer, por lo que la espera estuvo lejos de llegar a ser tediosa.

—¡Ah, Meyer-senpai! —Le dedicó una sonrisa, la cual cambió a sorpresa cuando la chica se disculpó—. No, no fue nada, senpai —respondió negando con la mano, ahora sonriendo algo avergonzada—. No hay de que disculparse. ¿Vamos? —Dio media vuelta recuperando el ánimo habitual, para tomar rumbo al dojo, pero de inmediato volvió a voltearse.

>>Hey senpai, ¿te gustaría intercambiar números? —preguntó alzando su propio celular. La situación le emocionaba un poco, a pesar de que el leve nerviosismo no se notara por afuera, la sonrisa que le brindaba era una calmada.

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Si quieres puedes responder el siguiente post en el dojo (?) Como prefieras uwu