Interior Casilleros

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Allí estaba ella. Esperándole frente a la línea de casilleros. La sonrisa se le escapó casi sin permiso nada más verla al bajar las escaleras. La persona que había movido por completo su mundo.

    Su cuerpo se tensó ligeramente, en un ademán inconsciente cuando se le acercó y lo rodeó con sus brazos, casi se le abalanzó encima. El rubor le escaló el rostro de súbito pero su reacción tensa fue meramente por la sorpresa. Su cuerpo se destensó cuando lo miró con los ojos ilusionados de una niña, sin soltarlo, y se le escapó una risa baja.

    >>Te estaba esperando<<

    Ese simple gesto llenó su pecho de esa calidez antaño desconocida que últimamente le empezaba a resultar familiar. Esa felicidad que le había sido tan esquiva.

    —Pareces una chiquilla Kurosawa—murmuró pero no había reproche en su voz áspera. De hecho la risa se coló en su tono mientras la rodeaba con los brazos.

    Senpai.

    Había cosas que simplemente no cambiaban.

    Era obvio que esa mujer lo derretía. Tenía su corazón en sus manos, le había dado permiso para hacer lo que quisiera con él. No podía ser un lobo fiero, era un torpe y cariñoso cachorro cuando se trataba de ella. No solo lo ocurrido en la enfermería, haberse contado sus pasados, haber removido en las cenizas y vuelto a traer a los monstruos que los encadenaban a la vida por unos segundos, había sido la prueba de fuego para Usui. Ella no lo iba a dejar. No lo iba a abandonar como un perro por lo que había hecho.

    Le había partido la cara al cerdo maltratador de su padre con sus manos desnudas.

    Y era un torpe.

    Pero los gestos y las muestras de afecto que se permitía con ella estaban regadas de un cariño genuino.

    Se apartó con suavidad y con una mano y la otra al bolsillo volvió a revolverle el flequillo como durante el receso. Ese acto casi fraternal, condescendiente, que tendría un hermano mayor.

    —Tonta—bufó.

    Por primera vez en mucho tiempo, o quizás en toda su vida, se estaba permitiendo sentir cosas que no había sentido. La lealtad y ese instinto protector siempre habían estado ahí, pero el amor se había colado en el lienzo y lo había llenado todo con sus colores cálidos. Ese amor romántico, torpe de la juventud, ese que estaba lleno de esperanzas y sueños de futuro.

    Tenía que preguntárselo.

    Qué eran. Ahora que estaban las cartas sobre la mesa, ahora que todo había sido expuesto y no quedaban secretos ni nada que en principio pudiera separarlos. Era el momento perfecto.

    Tragó grueso.

    Se pasó la misma mano por el cabello en ese ya conocido gesto de incomodidad que evidenciaba tensión por su parte y nerviosismo. Soltó el aire de golpe por la nariz.

    —Hey Shiori...—la miró a los ojos, con seriedad. El ámbar brillante de los suyos y el color de la fogata. El fuego cálido que había domado al lobo. Ni siquiera titubeó. Sus palabras sonaron claras y concisas junto al ligero rumor de la lluvia— Sal conmigo.

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    *me morí jsjsjsjs*
     
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    Soltó una risa al notar que el color le había vuelto a subir al rostro, como era usual, que permaneció en sus labios como la sonrisa tonta del final del receso cuando lo escuchó reír mientras le decía que parecía una chiquilla.

    —Shiori —corrigió con fingido tono de reproche, aún aferrada a él.

    Si es que era necia.

    No había que ser ningún genio. Ese chico era su debilidad más grande, la grieta en su máscara, el único al que le había permitido todo y más.

    Confiaba en Hiroki ciegamente. Había sido así desde el momento en que lo conoció, con todo y sus pintas y su personalidad huraña. Aquella corazonada que había sentido desde el primer segundo había resultado ser cierta.

    No sabía explicarse qué había sentido, sólo lo sintió, algo que le aseguraba que Hiroki era una persona a la que valía la pena acercarse, que guardaba algo valioso bajo aquella actitud brusca.

    Cuando se separó de ella y le revolvió el flequillo de nuevo cerró los ojos por mero reflejo.

    "Tonta".

    No, si no iba a negarlo. Estaba hecha una completa estúpida.


    Cuando sus ojos volvieron a encontrar los ajenos lo vio apartarse el cabello de la frente, en aquel gesto ansioso del que no parecía consciente siquiera, y volcó todavía más su atención en él cuando lo escuchó llamarla por su nombre.

    De la nada, sin razón aparente, la pregunta volvió a rebotar en su cabeza casi haciendo daño.

    ¿Qué somos ahora?

    No sabía qué responder si preguntaba eso, pero tampoco iba a necesitarlo, porque fue directo al punto, sin trastabillar siquiera.

    "Sal conmigo".

    Como el día anterior en la enfermería el color le subió al rostro con violencia, le alcanzó incluso las orejas y amenazó prácticamente con hacerla humear.
    No esperaba que le soltara eso, siempre era él haciendo preguntas, pero ahora estaba allí frente a ella, diciendo que salieran juntos con una firmeza que no parecía encajar con la casi timidez que solía moverlo a su alrededor a veces.

    Encima era la primera vez que alguien se lo preguntaba, es decir, alguien que ella quería de verdad.
    Había rechazado a algún par de chicos cerca del final de la escuela media y en primero, porque bueno le daban igual. No le interesaban.

    Luego se había liado con Altan pero todo lo comenzó ella, con aquel beso casi robado una tarde que él no rechazó y nunca hablaron de salir juntos de verdad. Nunca fue nada oficial incluso cuando ninguno de los dos se enredó con otras personas en ese tiempo.
    Eran pareja sin serlo, porque a fin de cuentas no se querían para eso, solo estaban llenando vacíos.

    Así que eso convertía a Hiroki en el primero que de verdad le gustaba que le estaba pidiendo salir con ella en serio. El primero oficial.

    Novios.

    La palabra que apareció en su mente sólo le envió más sangre al rostro si es que era posible.

    ¿Para qué vas a querer tú salir conmigo?

    En el fondo de sí era además una maldita insegura, lo había sido siempre. Por eso le daba miedo saber lo que la gente pensaba de ella sabiendo que no había llorado a Kaoru, que había terminado cuidando a sus padres y trabajando en la tienda cuando ellos no podían hacerlo.

    Lo hubiera preguntado, ciertamente, pero era débil. No importaba por qué, sólo importaba que se lo estaba pidiendo.

    No fue capaz de sostenerle la mirada ni un segundo más. Tomó un mechón de cabello, justamente el teñido de azul, y jugueteó con él entre sus dedos, nerviosa.

    Además, ¿qué clase de idiota iba a negarse?

    —S-sí —respondió casi en un murmuro, reprendiéndose mentalmente por el ligero temblor en su voz. Alzó la vista despacio mientras dejaba ir el cabello, aún con el rostro encendido, y encontró el valor para tan siquiera decirlo con una parte de la seriedad con que él se lo había soltado—. Saldré contigo.

    Logró sacudirse los nervios lo suficiente para echarle los brazos alrededor del cuello, abrazándolo de nuevo. Le estampó un beso en los labios, cálido, y que en principio no tenía ninguna otra intención más que la de casi cerrar aquella afirmación.

    Pero joder, de verdad qué débil era a ese tonto.

    Su cuerpo se presionó contra él de nuevo, la protesta de sus músculos resentidos le recordó toda esa madrugada, y deslizó las manos hasta posarlas en sus mejillas. Como si los veía alguien, la traía sin cuidado.
    Se coló en su boca, presionó la lengua contra la suya y retrocedió casi inmediatamente después.

    Le acarició las mejillas con mimo, mientras se relamía los labios.

    —Hiro, grandísimo idiota, ¿trajiste paraguas?

    Había que ver. Preguntando eso luego de haberlo besado así.

    Yo: wey qué soft
    Shiori: que le puedo comer la boca cuando quiera dice
     
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    Yugen

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    Enarcó ligeramente las cejas al ver la reacción que tuvo en su rostro aquella petición. Lo tomó por sorpresa. Era... una reacción esperable ¿no? Pero no pudo evitar la risa ligera que le nació y que se le dibujó en los labios en forma de una sonrisa de dientes cubiertos. Se había ruborizado violentamente, hasta las orejas, como aquella vez en la enfermería. Contrariada, totalmente tomada con la guardia baja.

    Repentinamente el fuego que era Kurosawa se había apoderado de su rostro en forma de un abrumador incendio.

    Joder, era adorable.

    Contuvo el impulso de volver a revolverle el cabello porque en el fondo él también estaba hecho un jodido manojo de nervios. Estaba ciertamente tenso, incluso si había soltado eso con una claridad y seguridad aplastantes. Con las manos en los bolsillos, alto e imponente como era.

    Él tampoco había salido con nadie nunca para ser honestos.

    No estaba interesado en tejemanejes sentimentales ni había tenido la necesidad de meterse en una relación seria con nadie. Lo máximo que había tenido habían sido amistades con derecho, líos esporádicos con aquellas gyaru que tenían la odiosa manía de llamarlo Hi-kun. Con sus uñas largas y perfiladas de gel que se le clavaban en los omóplatos y las risas estridentes. Pero con Shiori... con Shiori todo era diferente. Y se cagaría a puñetazos a sí mismo si se le pasaba por la cabeza el solo hecho de tratar de compararlas.

    El Hiroki de antaño no conocía más que la frialdad, el olor a óxido de la sangre y el ardor en los huesos resentidos, como hierro carcomido, por los golpes. La calidez le era ajena. Un abrazo, una charla distendida, un mero almuerzo en compañía de alguien que no terminara en una reyerta con alguna otra pandilla eran cosas que jamás había creído que necesitaba. Se reunía con su pandilla en el mismo parque por noche y bebía latas de soda envuelto en aquella chaqueta que lo asemejaba a un animal. Estaba siempre cerca, pero jamás se acercaba demasiado al resto. Mantenía las distancias y gruñía, tosco, si alguien osaba acercarse demasiado. Si alguien buscaba entrar, indagar en el pasado del lobo.

    —Eh, Hi-kun—el tono burlón se le clavó en el centro del cerebro. Tomoya. El bueno e imbécil de Tomoya— ¿Te unes esta noche? Esa panda de cabrones andan por ahí, creyéndose los putos amos de Shibuya.

    Arrojó la lata a la papelera a pesar de estar a una distancia considerable. La encestó sin problemas y cayó con un sonido metálico.

    —¿Te apuestas algo, capullo?—gruñó más que dijo. Soltó una risa sin gracia por la nariz y se apartó del poste de luz—. Vamos a reventarle las putas jetas a esa panda de retrasados.

    Su vida siempre había sido eso. No lo disfrutaba. No era como el resto, que mostraban sonrisas casi demenciales bajo las luces de neón y la luna y el humo mientras sus puños patinaban sobre el rostro desfigurado de alguien y se ensañaban a patadas en el estómago. Pero era él, siempre, el que lanzaba el primer bocado. El primer golpe siempre era el suyo, era una regla no escrita y todos la respetaban como si estuviese escrita en prieda. Luego el resto se lanzaba, como alimañas, como una verdadera manada de lobos hambrientos tras una presa, hasta destrozar y desgarrar. Hasta que la sangre roja y pestilente manchaba el suelo del callejón
    .

    Fue la calidez de la voz de Shiori la que lo regresó a la realidad. A la sala de casilleros, a la lluvia insistente, a ese corazón que había aprendido a amar y era inmensamente débil al calor de la fogata.

    >>S-sí. Saldré contigo<<

    —¿Ah?

    Él se lo había dicho con tal seguridad. Pero aún así escuchar una afirmación por su parte le hizo abrir los ojos de golpe, sorprendido. El corazón le dio un vuelco en el pecho y fue su turno de ruborizarse. Incluso si no fue tan intenso como el de ella, era evidente. Leve, ligero en las mejillas pálidas.

    No tuvo tiempo para reaccionar. Esa calidez lo embargó de golpe en forma de un abrazo y las piezas encajaron de golpe. No necesitó presionarlas. Se deslizaron, como si ese siempre hubiera sido su lugar. Soltó el aire en un suspiro pesado, aliviado casi sin notarlo, cuando ella le echó los brazos al cuello y conectó nuevamente sus labios.

    Joder, todo el día se había estado muriendo por volver a probarlos.

    Se dejó hacer. Y tocar. Y dejar que su lengua se deslizara en su boca sin oponer resistencia. Le había dicho que sí. ¿Cómo mierda iba a poner resistencia? Ahora era su novia. Shiori Kurosawa era su jodida novia. Ahora podía decirlo alto y claro y que se jodiese el puto cuervo.

    ¿Por qué querría alguien como tú salir conmigo?

    La pregunta estaba ahí. Flotaba pesada sobre el ambiente, era incluso más ruidosa que la lluvia. Pero no emergió de su garganta. Ya se había hecho a la idea de que cuestionarse por qués era ridículo. Y ella lo había aceptado con todo. Siendo un huraño y un torpe, teniendo las manos manchadas de sangre. Lo había aceptado aunque era un lobo solitario y podía ser una verdadera bestia. Pero ya no quería serlo.

    Solo quería protegerla.

    Cuidar sus espaldas de todos sus demonios.

    —¿Qué?—cuestionó y enarcó una ceja, confuso, antes de soltar una risa baja por la nariz. ¿Paragüas? Venga ya. Deslizó las manos a la cintura y la sostuvo mientras ella le acariciaba con mimo las mejillas. Cerró los ojos como un cachorro buscando calor y se inclinó con suavidad dejando un beso ligero sobre su frente— ¿Qué pregunta es esa, tonta? Sabes que no.

    >>Pero imagino que tú sí, niña lista. O si no los dos nos hemos aventado una inmensa cagada.
     
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    ¿Qué habría dicho Kaoru, viéndola allí, aceptando salir con semejante idiota? Con el armario empotrado, el huraño por excelencia, el de las pintas peligrosas. Literalmente un jodido pandillero.

    Altan no había andado muy lejos, pero bueno, era solo un niño rico jugándoselas de animal y a ella no le interesaba por qué.

    ¿Qué se traía con los putos amargados, de verdad?

    Como fuese, nunca sabría que diría Kaoru, pero una parte de sí le decía que Aniki siempre había confiado en su juicio. El juicio de los Kurosawa era, después de todo, acertado en general.

    —Aniki, Akaisa-senpai parece buena chica, ¿a que sí?

    —Solo es un poquillo apática, pero sí, lo parece.

    —¿Crees que pueda ser su amiga o algo? —Recuerdo que pareció pensárselo un rato.

    —Sí, claro. ¿Por qué no?


    Eso había sido antes del desastre, de la sangre y los huesos rotos. Del compromiso arreglado de Katrina, del miedo y la ira. Antes de que Akaisa se rodeara de espinas, como una genuina acacia.

    Había sido antes de que Katrina la cagara como las grandes esa semana.


    Pateó aquellos pensamientos que no era tiempo de estar atendiendo. No allí con Hiroki, ya se las arreglaría con ella más tarde. De todas maneras era curioso que le preocupara más la opinión de un difunto que de sus propios padres, pero así era lo cosa.

    Además había que verlo nada más, a pesar de que lo había dicho él se sorprendió igual y el color le subió al rostro.

    Serás idiota.

    Contuvo el deseo de molestarlo, de provocarlo un poco.

    ¿Hmh? ¿Qué pasa, eres tan tonto que creíste que te iba a rechazar después de lo de anoche?

    No podía ser así de cruel y grosera ahora, aunque ganas no le faltaban, y a final de cuentas su costumbre era molestarlo.
    Suspiró cuando sintió sus manos en la cintura, a la vez que se permitía una sonrisa suave. Eso era lo que había querido desde hace tiempo, ¿no? Que la tocara, que la recibiera entre sus brazos.

    Había sido un deseo inconsciente hasta el día anterior.

    Y otro de aquellos besos en la frente, pero esta vez no le arrojó la oleada de miedo encima, más bien pareció poner todo en su lugar. Era cálido y reconfortante.

    Volvió a buscar sus labios para dejar una serie de besos cortos, uno tras otro. Dejó varios más en sus mejillas en cuanto reposó las manos sobre sus hombros.

    —Si sigues haciendo el imbécil y mojándote cada vez que llueve te vas a resfriar y vas a tener que aguantarme cuidándote, así que elige sabiamente. —Se permitió volver a hundir el rostro en su pecho antes de murmurar algo—. Aunque bueno, me has aguantado cuidándote bastante tiempo ya.

    Se separó con cuidado, deslizando las manos hasta las suyas.

    >>¿Pues por qué crees que estaba esperándote? ¿Solo porque me traes toda estúpida? —bromeó, sacando la lengua—. Pues no~ alguien tiene que llevar tu culo irresponsable a casa.

    Soltó sus manos entonces, para retroceder hasta donde había dejado sus cosas para levantarlas. En ese momento se le ocurrió una cosa, algo que no había pensado hasta ese momento.

    >>Eso significa que… ¿Vamos a tener citas y tal? —Lo preguntó casi en un murmuro, con la vista clavada en el suelo. Frunció el ceño apenas, contrariada y lo siguiente le salió como la queja de una niña confundida—. No tengo idea de nada de eso.

    Además, ahora no tenía salida, ¿cierto? Tenía que soltárselo a Watanabe.

    Que era novia del tosco de Hiroki, al que parecía tenerle tanto recelo.
     
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    Soltó una risa baja. ¿Que iba a tener que aguantarla cuidándolo? En su vida se había preocupado por un resfriado o una gripe. Había sido un crío débil por las circunstancias pero nunca enfermizo. Aquella vez no había sido a propósito, no había visto la lluvia caer y le había importado tres carajos tomar o no un paraguas. Había salido tarde de casa. No le desagradaba la lluvia pero acabar mojado hasta los huesos no era agradable.

    Aprovechó que había reposado sus manos sobre sus hombros para subir las suyas hasta sus mejillas, alzar así su rostro y volver a besarla. Sus labios eran suaves y cálidos y cada vez que los rozaba, incluso por segundos, le enviaba una sensación de plenitud por el cuerpo.

    Como si todo estuviese bien por primera vez en la puta vida.

    —No lo hice porque quise, la lluvia me pilló de camino—le dijo con ese tono que solo ella tenía permitido escuchar. Ese torno ligero, aún áspero, pero considerablemente cálido. La estrechó con fuerza entre sus brazos cuando ella apoyó el rostro sobre su pecho—. Además, no me importaría que vinieras a mi casa. Quiero presentarte a Ike.

    Su perro.

    Después de la conversación de la mañana anterior en la enfermería había descubierto que a Kurosawa le gustaban los animales. Estaba seguro de que el bobo de su Akira y ella harían un equipo entrañable.

    El murmullo de la lluvia más que molesto le resultaba hipnótico. Mantenía esa burbuja de paz donde solo ellos existían, allí, en medio de los casilleros. En medio de la nada. El resto del mundo se había vuelto ruido blanco, distante, lejano.

    Superfluo.

    Se separó al poco tiempo. El brillo de la fogata se tornó burlón. Siempre estaba haciendo eso. Cuidando
    . Cuidando de él. Cuidando de todos.

    Era lo que había hecho siempre.

    Una eterna cuidadora.

    Le dio un golpecito ligero en la cabeza con el dorso de la mano.

    —Tonta, te preocupas demasiado—le reprochó y se llevó la otra mano al bolsillo del pantalón. Su gesto se suavizó—. Pero mi culo irresponsable y yo seguimos vivos, así que estás haciendo bien tu trabajo
    .

    Sonrió, aquella sonrisa claramente jocosa, fanfarrona, de dientes descubiertos. Solo con ella se permitía ser así ¿no? El Hiroki que deja pasar la calidez bajo esa tosquedad, ese carácter huraño. Le había tendido la mano y ella había pillado todo su brazo y no podía estar más jodidamente feliz de haber tomado una decisión como esa. Se hacían bien mutuamente, era simplemente obvio.

    Casi simbióticos.

    Sus ojos ambarinos la siguieron con la mirada cuando se alejó y detalló la silueta de su cuerpo mientras levantaba sus cosas del suelo. La camisa del uniforme blanca que se le ajustaba como un guante a la piel, a su complexión delgada y a sus curvas suaves; la falda oscura de tablas que terminaba por encima de sus muslos, resaltándolos, las medias negras que apretaban y realzaban sus piernas estilizadas y firmes. Y aquel cabello largo y azabache, ondulado, que caía en ondas sobre sus hombros y espalda.

    Se lo había dicho. La noche anterior, sobre aquella camilla de la emfermería.

    Joder, que era preciosa.

    Se sobó un lado del cuello, tenso ante el repentino pensamiento que le cruzó la mente. Era un momento tierno pero allí estaba de nuevo, el hormonal idiota, pensando en devorarla como en la noche contra la maldita línea de casilleros. Los pocos alumnos que quedaban en la Academia estarían en sus respectivos clubes y probablemente no escucharían.

    Contrólate, mierda.

    Su mente se había perdido tanto que las palabras de Shiori, expresadas en un murmullo bajo, no pudo procesarlas en su totalidad. Había clavado la vista en el suelo, ciertamente contrariada, confundida, y en ese momento los engranajes de su cerebro aparentemente chamuscado parecieron volver a funcionar.

    Citas.

    El rostro se le encendió.

    —¿¡Ah!?—exclamó como un niño torpe en una especie de exclamación aguda por el nerviosismo. Enarcó las cejas y abrió los ojos como platos por el shock. Era lo común. Salir en citas, ir a comer juntos, pasear por el parque. Esa clase de cosas que hacían las parejas. Pero pronunciarlo en voz alta era como la confirmación inamovible de que estaban saliendo juntos y aquello, contra todo pronóstico, logró moverle el mundo. Permaneció unos breves segundos así, estático, ruborizado hasta las orejas, hasta que comprendió que ambos eran en definitiva un par de idiotas. Estaban totalmente perdidos. Los dos. Sacó la mano del bolsillo del pantalón y desviando la mirada se pasó nuevamente la mano por el cabello dejándolo caer revuelto sobre su frente. Tardó unos breves segundos en encontrar las palabras y recomponerse—. Agh. Yo... tampoco tengo ni puta idea, Shiori. Supongo que sí. Como... ir a cenar o al cine y esas cosas.

    Tenía algo de dinero.

    Podía hacerlo.

    Estaba trabajando a tiempo parcial después de todo. Necesitaba pagar la renta de su apartamento,
    su comida y las cosas de Ike.
     
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    Se dejó hacer, que la besara, que la abrazara. Era probable que nunca en su vida se hubiese dejado hacer sin ninguna preocupación como hasta ese momento.
    Su toque era tibio, cálido, le tranquilizaba el corazón.

    A fin de cuentas la electricidad no era solo el potente relámpago, con la capacidad de fundir fusibles, de incendiar árboles desde su interior, de golpear el agua y correr a través de ella. La electricidad era lo que movía el mundo, controlada era la que daba vida a los circuitos, a las bombillas, a los aparatos de toda clase.

    Rio por lo bajo al escucharlo explicarle lo de la lluvia y la sonrisa tonta volvió a aparecer en su rostro cuando le dijo que no le importaría que fuese a su casa, que le presentaría a Ike.

    Dios, si es que hay que ver nada más. Te suavizaste de una manera.

    ¿Que se preocupaba demasiado? Por supuesto que lo hacía. Razones para preocuparse le sobraban, siempre, quería que toda la gente que quería estuviese bien, tranquila, bien alimentada. Que todos se sintieran, pues así, queridos.

    “Pero mi culo irresponsable y yo seguimos vivos, así que estás haciendo bien tu trabajo”.

    Pues claro, torpe. ¿Has visto algún trabajo tan meticuloso antes?


    Tenía un privilegio increíble, ¿no? De poder escuchar ese tono de voz que aunque no perdía su aspereza era mucho más cálido, casi conciliador. Podía escucharlo hablarle así todo el día. Encima podía verlo sonreír de verdad también y si el idiota ya era atractivo hasta con aquella eterna expresión de haber mordido todos los limones de Japón, la sonrisa le quedaba preciosa. Le daba un aspecto liviano, le regresaba al rostro la edad que tenía realmente.

    En tanto se separó para levantar las cosas lo notó, por supuesto, sintió su mirada clavada en ella. No era idiota. Había seguido sus movimientos con la vista y ella se permitió observarlo con el rabillo del ojo, justo para ver el movimiento ansioso.

    Lindo.

    No le duró demasiado, claro, porque pronto cayó en sus palabras y ella se enderezó. Volteó a mirarlo como correspondía, solo para ver que ahora era él a quien el color le había subido al rostro con violencia.
    Escuchó sus palabras y se permitió sonreírle casi con condescendencia.

    Cierto, los dos estaban más perdidos que la mierda.

    —Ya, ya. No te me mueras, cariño, averiguaremos esas cosas sobre la marcha. Siempre puedo prepararnos una cena un día o algo, ya sabes, para empezar. —Mientras hablaba había sujetado el maletín y el paraguas con la mano derecha, para deshacer con la mano libre el lazo del uniforme. Bueno ya no estaban en clases como tal, qué más daba si se permitía respirar un poco. Lo guardó en el bolsillo de la falda para luego soltar el primer botón de la camisa, mientras giraba ligeramente el cuerpo en dirección a la puerta principal—. Por ahora, vas a tener que hacer algo respecto a la forma en que me estabas mirando y tú dirás si seguimos rompiendo reglas o no.

    Lo observó de costado, con la mirada afilada como en la madrugada. Casi se la podía escuchar ronronear.

    >>No me queda autocontrol del que presumir, de todas maneras. —Dio un par de pasos y la cascada oscura como el carbón se movió al ritmo de sus movimientos, un balanceo casi sinuoso que hizo relampaguear la víbora azul. Sus siguientes palabras apenas se hicieron oír sobre el murmullo de la lluvia—. Ya debiste darte cuenta, ¿no? Puedes hacer conmigo lo que quieras, cuando quieras. Pero ten cuidado, me dejaste adolorida~

    Porque nos marcamos como animales.

    Porque me pediste salir contigo.

    Y porque al final del día siempre me regresas la correa.

    Por eso te estoy diciendo expresamente que tienes poder.


    No había tenido que hablar siquiera, solo la había mirado y eso bastó para desatarla.

    Las colas del kitsune volvieron a palpitar, ansiosas.
     
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    Allí estaba.

    El fuego del incendio en sus ojos color atardecer. Ese brillo peligroso que había visto la mañana anterior en la enfermería y posteriormente en la noche.

    La víbora ígnea.

    Siguió sus movimientos con la mirada, todos y cada uno de ellos. Su silueta recortada contra la puerta y la lluvia. Como se deshizo del lazo del uniforme y desabrochó los primeros botones de la camisa. El silencio le permitió escuchar el sonido sedoso que hizo el lazo al desatarse. Detalló la piel tierna y clara que quedó descubierta, esa que había recorrido y marcado la noche anterior.

    ¿Qué mierda haces, Shiori?

    Rojo.
    Le estaba dando poder.

    Le estaba dando permiso.

    Idiota.

    Era jodidamente débil y ella lo sabía. Lo sabía de sobra y sabía cómo aprovecharlo. El lobo gruñó en algún lugar de su mente y mostró los colmillos con ansiedad. Morder. Marcar. Se le iba a lanzar encima como un animal salvaje y lo ocurrido la noche anterior quedaría en ridículo comparado con lo que le iba a hacer ahora.

    Joder.

    Se acercó a ella con las manos en los bolsillos de pantalón, evitando tocarla, y se inclinó sobre su hombro para hablarle al oído. El cabrón. Sabiendo lo que sabía, le habló al oído.


    —Shiori, hay cámaras por toda la puta academia—le dijo con la voz ronca. Ella lo sabía, pero tuvo la necesidad de recordárselo, como si el calor le hubiese chamuscado el raciocinio. Su autocontrol era pésimo—. A mi no me importa que me expulsen, pero ni de coña voy a dejar que te expulsen a ti.

    No me provoques.

    Se apartó entonces. La había dejado adolorida. Por ser un imbécil y porque ella no le dijo que era la primera vez que hacía algo así con alguien. Hubiera sido más cuidadoso. Todo lo que le permitiese su cerebro herméticamente cerrado y su cuerpo hirviendo por el calor.

    >>Vámonos, anda—prosiguió— ¿No quieres conocer a Ike?

    La estaba invitando a su casa. Puede que no la fuese a tocar allí, en la academia, pero había despertado al animal que dormía dentro de sí y si seguía tirando de la cuerda no respondía de sí mismo.
     
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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    La respiración se le detuvo en cuanto lo vio acercarse a ella y tuvo que contener un suspiro traidor que amenazó con brotar de sus pulmones.
    Tragó grueso y se relamió los labios, ansiosa.

    Cuando se hizo a un lado estuvo por detenerlo, por sujetarlo de la muñeca y tirar de él hacia sí.
    De repente tenía la necesidad imperiosa de tocarlo, de que se apretara contra ella de nuevo, de que se la comiera.

    Allí contra la maldita línea de casilleros.

    Pero bueno, tampoco iba a pedírselo. No allí, con el circuito de cámaras, aunque podía aprovechar los puntos ciegos de otros lugares en la academia.

    Se le escapó una risa ronca.

    —No tenías que torturarme tampoco, Hiro —murmuró medio en broma medio en serio mientras le seguía los pasos—. Vale, iré ya que insistes~ pero vaya, si me entretengo con Ike no te vayas a poner celoso.

    Una vez en la puerta abrió el paraguas y se lo pasó.

    >>Llévalo tú. No vaya a ser que te saque un ojo. —Se sujetó entonces a su brazo, apretándose a él con claras intenciones—. Te sigo.


    Que me aviente un Shiroki bien sabroso de cómo va a terminar esto? Vale
    Jsjsj bueno ahí fue para no estirar más la cuerda
     
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    Amane

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    Fuimos al gimnasio pero sin darnos mucha cuenta, nuestra conversación había acabado gastando más tiempo del esperado y los integrantes del club se estaban yendo ya. ¡Una pena! Pero bueno, al menos me lo había pasado realmente bien con Anna y Kohaku.

    Cuando fui hacia la biblioteca para esperar a Kashya, sin embargo, me di cuenta que el chico seguía el mismo camino y no mucho después descubrimos que nuestras dos amigas habían acabado en el mismo club. Sin contar además que me quedé prácticamente de piedra al ver lo parecidas que eran físicamente, a excepción del color de pelo.

    Había sido una casualidad demasiado interesante, a decir verdad.

    Me sentí mucho más animada después de la reunión con ellos así que no me resultó difícil mantener las apariencias al llegar a casa e incluso ponerme a estudiar un poco y ponerme al día con algo de trabajo atrasado. Por suerte no era mucho por ser la primera semana, pero me había descuidado un poco.

    * * *
    El tiempo fue mucho mejor a la mañana siguiente, así como mis ánimos y energías en general. ¡Había dormido un montón y estaba descansada! ¡Y hacía sol! Así que podría enseñarle a Ishikawa-kun el invernadero durante el descanso~

    Pero antes de todo ello, había algo que quería hacer. No supe muy bien de dónde vino la determinación y el valor para decidir seguir la idea, pero la tenía, así que al llegar a los casilleros me despedí de Kashya y me dirigí hacia la fila de tercero, buscando un casillero en concreto que no fue difícil de encontrar.

    Esperé hasta que la persona finalmente apareció y me acerqué a ella en cuanto estuvo a mi alcance.

    —A-Akaisa-senpai, ¿podríamos hablar un momento a solas, por favor? No será largo.

    Bueno, que tuviese la determinación de hacerlo no significaba que no me pusiese nerviosa igualmente, así que definitivamente estaba sonrojada y con la mirada esquiva.

    LUEGO AVIENTO A TODO EL MUNDO BUT HOLD MY GAYNESS

    Hitori AAAAAAAA
     
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    Insane

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    Se acomodó algunos mechones de su lacio cabello negro sobre sus hombros, cayendo el resto por su espalda como una cascada, alisando de seguido los tablones de su falda escolar, milimétricamente perfecta al igual que todo en ella. Caminó delicadamente por los casilleros, con las manos en sus costados y el maletín en sus hombros. Se tomó unos minutos para observar el sitio minuciosamente, como si lo escaneara.

    Que limpio.

    Sonrió con gracilidad hacia su casillero designado, abriéndolo para encontrarse con un poco de polvo dentro. Un descuido imperdonable. Sacó del bolsillo de su falda un pequeño paño para pasarlo con sumo cuidado, tirándolo a una cesta luego de eso, sin importarle el que estuviese bordado con su nombre en una esquina.

    Dejó dentro una baraja de naipes y un sobre abultado, cerrando la puerta de acero con suavidad al dejar sus preciadas pertenencias dentro, elevando de nueva cuenta aquellas pupilas carmín, manteniendo aquella postura .

    —Buenos días —saludó cordialmente al desconocido que estaba cerca de ella—. ¿Podrías por favor indicarme dónde está el salón 3-1? —hizo una suave reverencia, sonriéndole con suma prudencia mientras llevaba un mechón tras su oreja.

    Un lindo sitio como ese, merecía una hermosa mujer como ella.

    —En realidad —continuó con aquel tono de voz suave, dulce—, no me gustaría perderme —hizo una pausa—, y aún faltan varios minutos para entrar... si me contextualizas sobre el ambiente estudiantil, sería bastante ameno para mí.
     
    Última edición: 15 Septiembre 2020
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  11.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Bueno, la rutina de cada semana realmente le resultaba bastante indiferente. Había estado siendo algo intermitente aquella primera semana de clases gracias a un jodido resfrío de cambio de estación, pero por suerte ya había comenzado a estabilizarse lo suficiente como para no seguir acumulando ausencias. En la escuela al menos, claro. Al trabajo no había faltado ni un maldito día.

    Iba tarareando una cancioncilla mientras llegaba a su casillero, sacaba los zapatos y se los colocaba, con movimientos tranquilos y pausados. Su larga cabellera rojo tinto se deslizó sobre sus hombros al agacharse apenas para enganchar el dedo en el talón del calzado, y saludó con una cálida sonrisa a algunas compañeras que pasaron a su lado.

    Era un día precioso, ciertamente, y le aliviaba mucho ya estar mejor de salud.

    Insane jujuju

    [​IMG]

    ¡Pero qué pedazo de día, mamma mía! Venga, eso había rimado, ¿verdad? Soltó una risilla en voz baja mientras pensaba en ello y llegaba a su casillero, para cumplir la clásica rutina japonesa del calzado. Qué cosas, ¿no? Aún recordaba lo mucho que se le había dificultado acostumbrarse al llegar a Japón. Qué cosa tan adaptativa era el ser humano.

    Estaba de buen humor, ¿no? ¡Claro que sí! Habían sido días espléndidos para ella y... bueno, no dejaría que nada los perturbara. Ni estúpidos ataques de asma, ni estúpidos pandilleros pululando por los pasillos.

    Las palabras de Rei de la noche anterior aún retumbaban en sus oídos.

    ¿Ah? ¿En serio? Pero Anna, ese es... de Kou...

    Meneó la cabeza con vehemencia, su coleta cruzada acompañó el movimiento, y le dio un manotazo a la puerta metálica sin darse cuenta. Ya se preocuparía por el cabrón si lo veía, de momento... de momento no quería pensar en eso.

    Necesitaba no pensar en eso.

    O empezaría a temblar otra vez.

    dont mind me shitty post, me tengo que ir y qUERÍA USAR MIS CINTITAS NUEVAS ADJSAJKDK
     
    Última edición: 15 Septiembre 2020
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  12.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Había mostrando tal ansias y seguridad el día anterior. Pero estaba temblando. Porque estaba nerviosa, porque tenía miedo, porque no sabía que esperar. Ella, la alumna perfecta. Se llevó un mechón oscuro tras la oreja, tensa como un elástico.

    Muñequita.

    Pero no juguete.

    Qué gracia.

    Sabía perfectamente que lo era. Era un maldito juguete. Se iba a permitir serlo solo porque era débil. Porque Alisha Welsh tenía una facilidad ridícula para convertirla en algo que nunca había sido. Para machacar su calma, para romper su aura de pureza, para corromper a la jovencita que leía novelas románticas y cuidaba flores en el invernadero de la academia.

    Para convertirla en la serpiente.

    Se suponía que el amor era algo bonito. Pero cuando no era correspondido se convertía en una bomba de tiempo capaz de destruirte. Desde la noche de la fiesta llevaba una soga en el cuello. Colgaba de ella sobre el vacío.

    Solo estaba precipitando su propio final.

    Jugando a fingir que aquello tenía algún sentido. Siendo insistente porque era una estúpida y se había permitido guiar por los celos y por un cuerpo sumamente honesto. No iba a hacerse ideas preconcebidas ni ilusiones con un futuro juntas y un amor de cuento. Las cosas no funcionaban así cuando te enredadas en las fauces de Cerbero.

    No había amor. Incluso si podía sentirlo. Su corazón latiendo intensamente, el rubor en sus mejillas, el hecho de que podía pasar por alto las cosas que sabía que Welsh hacía incluso si la estaban desgarrando por dentro.

    ¿Qué había hecho cuando llegó a casa? Necesitaba estudiar. Repasar los apuntes, hacer resúmenes. Pero cerró la puerta. Aflojó los botones del uniforme sintiéndose ahogarse, sintiendo que cualquier atisbo de paciencia había llegado al límite. Estaba ardiendo y el mero roce de sus senos contra la tela del sostén le estaba enviando descargas eléctricas por la columna.

    Dios.

    El recuerdo volvió a hacerle arder por dentro y sus mejillas se colorearon de un rojo intenso. ¿Cuántas veces habían sido? ¿Cuántas veces había recorrido su propia piel con sus dedos fingiendo que eran otros? ¿Cuántas veces había perdido la cabeza y el mundo dejó de ser mundo a su alrededor mientras su cuerpo frágil y delicado se hundía en sus fantasías? ¿Cuántas?

    Solo un nombre había ocupado sus pensamientos. Y sólo un nombre había emergido de sus labios, cubiertos inútilmente por la palma de su mano, en medio de suspiros y gemidos ahogados.

    Alisha-san.

    Ella no lo sabía. Pero era simplemente curioso que mientras Alisha tenía sexo salvaje con Joey en un cubículo cualquiera del baño de chicas, ella estuviese en su cama, semidesnuda, experimentando un placer similar consigo misma.

    Contó mentalmente el tiempo restante para el receso.

    Tres horas.

    Sus manos se apretaron inconscientemente al maletín y cerró el casillero. Una parte de su ser quería huir de allí. Quería salir corriendo lejos a un lugar donde aquellos sentimientos no la hicieran tomar decisiones estúpidas.

    Ciento ochenta minutos.

    El cielo estaba despejado, el club de jardinería se reuniría esa mañana durante el receso. En su vida había faltado a una sola reunión del club. ¿Iba a hacerlo ahora? ¿Mamiya-san se preocuparía?

    Se mordió el labio.

    Diez mil ochocientos segundos.
     
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    Insane

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    Divisó las afueras del instituto mientras escuchaba la incesante electrónica por los audífonos negros, sonriendo sacarronamente mientras comenzaba a retomar los pasos hacia la entrada, con la mochila rojo carmín en su hombro derecho, con aquel llavero del dedo corazón levantado, colgando en uno de los cierres, manteniendo el celular en uno de los bolsillos delanteros de su pantalón.

    Los uniformes masculinos japoneses definitivamente no eran de su gusto… pero el uniforme japonés femenino, era digno de ver.

    Sus orbes avellana se pasearon por la pulida puerta de entrada, con cierto tinte soberbio.

    Pero qué buen gusto tenía su madre.

    Estaba tan cansado de ver clases en casa desde que se mudaron que figuró manifestarlo. Pff, y con aquella maestra que no le provocaba absolutamente nada más que incesantes ganas de escaparse con excusas baratas, pérdida de tiempo en definitiva; pero al menos ahora, ser un niño rico y extranjero comenzaba a agradarle quizá más de lo esperado, pese a que su cultura descarada comparada con aquella rígida que solía denotar no fuese a encajar de lleno.

    Relajó los hombros. Ya vería cómo mover la lengua para hacerse un espacio. Se permitió nuevamente aquella sonrisa sardónica al ver las féminas pasearse por los casilleros. En su cabeza era un cabrón que buscaba la satisfacción ajena en base a sus actos… Fue entonces cuando por el rabillo del ojo captó aquel color escarlata, ladeando el rostro mientras enterraba su mano derecha en el bolsillo.

    Mamacita.

    Le bajó el sonido al celular y se aproximó por la espalda, inclinándose para cerciorarse de alcanzar aquel oído que bien conocía, susurrando como si estuviese contando un pequeño secreto que nadie más tendría por qué oír.

    Sasha —paladeó su nombre esperando a que se volteara—. Buenos días —saludó suavizando aquella expresión felina, como si con solo verla se embelesara.

    Se veía preciosa.
     
    Última edición: 15 Septiembre 2020
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  14.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    Hold my salsa que la voy a cagar como desde tres frentes
    5.png

    Así como la noche se había mantenido sin lluvia, el cielo ahora celeste, lucía más claro que nunca.

    Bastante irónico, ciertamente.

    Estaba por entrar a la Academia cuando notó la figura esbelta de Shiori unos metros adelante, justo en la puerta. El relámpago azul parecía reflejar el color del cielo, resaltando aún más si era posible.
    Apretó apenas el paso para darle alcance y al pasar a su lado murmuró algo junto a ella. Su voz fue el siseo de una serpiente.

    —Buenos días, zorra de Usui. —Tuvo que contener la risa mientras seguía su camino.

    Se dio cuenta que la menor se había quedado estaqueada en la entrada, seguro con la bilis subiéndole por la garganta.

    ¿Por qué se contuvo?

    Bueno, al final del día Kurosawa no era ninguna estúpida. Si terminaba siendo sancionada no iba a ser por una pelea, al menos no con Katrina Akaisa.

    La mayor se dirigió a los casilleros de tercero sin prisa realmente y estaba por hacer el cambio de zapatos cuando una presencia conocida apareció junto a ella. No pudo disimular la sonrisa felina en su rostro, aunque desapareció poco después.

    ¿Hablar a solas? ¿Otra? Tan siquiera Emily iba a tener la decencia de no írsele encima hecha una fiera como Kurosawa la noche anterior.

    —Como quieras, Emi-chan.

    1.png

    No tenía sueño como tal, porque había dormido toda la puta tarde, pero sentía la vista cansada y le ardían los ojos. Además las escenas de la madrugada, de Jez rota, de sus palabras, seguían repitiéndose en su cabeza de archivo. En su maldita mente de enciclopedia.

    Llevaba la chaqueta del uniforme sin abrochar, como siempre, y el cabello húmedo todavía de la ducha que se había dado al llegar a casa.

    Netherlands.

    Tumba.

    Ya no quiero ser esto.

    Tenía tarea que hacer ese día y no tenía lo mínimo que ver con la escuela.
    Cuando cruzó la puerta de la academia ya Shiori se había dirigido a su casillero, pero giró el rostro justo cuando él entró y, por la forma en que lo miró, se dio cuenta de que algo estaba bastante jodido.

    Arrojó el problema con Akaisa al fondo de su mente.

    —¿Al? ¿Qué tienes?

    Sonnen suspiró y, como si no tuviese más remedio, se acercó a ella y apoyó el peso sobre la línea de casilleros.

    —Nada que te importe, Kuro-chan.

    Ella frunció el ceño, contrariada, y recorrió sus facciones con la mirada antes de caer en algo de repente.

    —¿Dónde está Vólkov-senpai?

    Dios, es que tenía puntería cuando le daba la gana, la cabrona.

    Tragó grueso, buscando bajarse el nudo salado en la garganta antes de responder con su tono plano y sin gracia de siempre, como si no ocurriera nada.

    —Posiblemente preparando maletas.

    —¿Qué mierda dices?

    —Viaje de último minuto a Países Bajos. —Esquivó la mirada de Shiori adrede, negándose a que siguiera leyéndolo.

    —Te lo preguntaré una única vez más, Al, ¿qué te pasó a ti?

    Él comprimió los gestos. Sintió de nuevo la ira sin dirección y el miedo correrle por el cuerpo, y el nudo volvió a apretarse en su garganta. ¿Era porque no había dormido antes de venir a la escuela que sentía la necesidad de seguir llorando como un imbécil, era porque tenía el cerebro atascado todavía?

    Despegó el cuerpo de los casilleros, la idea inicial era dejar todo hasta allí y retirarse, pero la chica lo sujetó por la muñeca. Ella se había molestado durante las pruebas, ¿no? Estaba fastidiada con él por tocarle los cojones a wan-chan, pero aún así cuando lo vio, cuando se dio cuenta de que había llorado recién le estiró la mano.
    Su tacto era cálido. Logró ponerle pausa a su tren de pensamiento unos sólidos segundos, pero también estuvo por romper toda la fachada que se estaba montando.

    Ese era el poder de Shiori.

    Ahora fue Sonnen quien tiró de ella hacia sí. Se permitió rodearla con los brazos con fuerza, hundiendo el rostro en su hombro. Sorbió apenas por la nariz, pero la muchacha se dio cuenta, claro que se iba a dar cuenta. Los brazos tibios de Kurosawa le rodearon la espalda.

    Dios, wan-chan le iba a partir la jeta por tocar a la chica, ¿no? No podía importarle menos.

    Sin Jez la única amiga a la que le tenía algún grado de confianza era a la manipuladora de Kurosawa y era probable también que solo ella entendiera la frustración que se cargaba encima por lo que había pasado la madrugada anterior.

    Si tuviera la decencia de explicárselo.

    La desquiciada de Shiori olía a shampoo y perfume, y de alguna manera era reconfortante, como el olor a suavizante en la ropa recién lavada. Se permitió cerrar los ojos.
    Era un calor casi ilusorio, pero algo de consuelo le brindaba.

    Con todo, el idiota de Usui debía considerarse más que suertudo por haberse follado a esa chica, no iba a mentir tampoco.

    —Te lo contaré otro día, supongo —consiguió murmurar.

    —Vale.

    Altan la soltó entonces, sin mayor explicación.

    Ah, mierda, le había prometido a Jez decírselo a Anna, ¿no?
     
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    Amane

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    Emily Hodges

    Había aceptado.

    Bien.

    Perfecto.

    Era lo que había querido, ¿cierto?

    De repente quería huir.

    Negué rápidamente con la cabeza, alejando esa idea de mi mente y le sonreí, aunque algo nerviosa, antes de asentir ligeramente con la cabeza. Iba a hacerlo.

    Con algo de miedo, llevé mi mano hacia la suya y la rodeé, con suavidad, para guiarla hacia un sitio algo menos concurrido que la plena entrada. Tragué saliva con fuerza cuando paré mi movimiento pero no solté su mano, más bien afiancé más el agarre.

    Sin decir nada más, tomé el impulso para echarme hacia delante hasta unir mis labios a los suyos. Empezó siendo como el beso que me dio en la Azotea, superficial, pero no era eso lo que quería realmente. Después de un par de segundos, lo profundicé un poco más aunque sin atreverme realmente a dar un paso más allá.

    Solo quería besarla por más de un segundo.

    Cuando me separé, lo hice por completo, soltando su mano. Estaba roja como un tomate, con la respiración agitada y no me atrevía a separar la vista del suelo... pero lo había hecho. Y había merecido la pena.

    —L-lo siento... Pero era esto lo único que quería la otra noche... —murmuré, moviendo las piernas con nerviosismo.

    N-no iba a huir, al menos quería saber cómo reaccionaba.

    Ups~
     
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    Gigi Blanche

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    Había llegado junto a Kohaku, como todas las mañanas habían hecho en su anterior escuela, y como harían el resto del año. Vivían estúpidamente cerca, después de todo. Estuvieron a punto de subir al tercer piso cuando una voz suave y femenina captó la atención del muchacho. Morgan se asomó por detrás para detallar el intercambio y su sonrisa mutó automáticamente.

    Ah, qué bonita.

    —Yo voy a la 3-1 —murmuró, con su suavidad usual, y cruzó los brazos bajo el pecho junto a Kohaku—. Puedo acompañarte y asistirte en todo lo que desees, si así lo prefieres, bonita.

    Ishikawa, por su parte, se sonrió y dejó el asunto estar. De nada servía correr a Morgan de sus intenciones cuando ya las tenía fijas y, de todos modos, le traía sin cuidado. Repasó los alrededores valiéndose de su estatura, en busca de Natsu. Una risa prácticamente vibró en su pecho. Le había enviado un mensaje la noche anterior, esperaba hablar con él allí.

    Tenía un pedido que entregar, ¿verdad?

    [​IMG]

    Justo había acabado de erguirse cuando una voz tibia danzó cerca de su oído. Sasha dio un respingo, no sólo por la cercanía sino por el color de aquel sonido. Lo había reconocido de inmediato, pero... ¿qué?

    —¿Dautie? —murmuró, incrédula, y al terminar de girarse y topar con el chico una sonrisa enorme le decoró el rostro—. ¡Babe!

    Le rodeó el cuello con ambos brazos y se pegó a él, llena de alegría, balanceándose de derecha a izquierda. ¿Ese era el uniforme del Sakura? ¡¿De verdad se había transferido sin decirle nada?!

    —¿Qué haces aquí? —preguntó, casi con cierto tono de reproche, y le dio un golpe sin fuerza en el brazo junto a un mohín—. Oye, no sabía nada~

    Usualmente Sasha era una chica madura, demasiado madura para su edad, hablaba con entereza y seguridad; junto a Daute, sin embargo, solía tornarse ligeramente más infantil y quejosa, su voz se oía más aguda e incluso dulce.
     
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    Zireael

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    Esa niña era un desastre con patas, se había dado cuenta desde el principio. No sabía bien si era su personalidad en general o porque estaba desatada hormonalmente, aún más que el mismo trío del desastre, pero era un manojo de ansiedad y necesidad de contacto.

    Que ella no iba a negarle si lo pedía a gritos.

    No se movió cuando tomó su mano, ni cuando se inclinó hacia ella y la besó, un beso casi tímido, dado a medias. La dejó hacer porque le venía en gracia, porque era entretenido verla buscarla como si el ratón se pusiera voluntariamente entre las fauces del león.

    Jodida suicida.

    Cuando la vio clavar la vista en el suelo se pegó a ella, empujándola hacia la pared y arrinconándola con su cuerpo. Buscó sus ojos, aquellos orbes violeta que, incluso después de que el puto inglés se la hubiese comido, tenían más inocencia que la de tres pares de ojos juntos.

    Alisha.

    Joey.

    Y ella.

    Eran los tres el mismo monstruo.


    —Eres una tonta, Emi-chan —murmuró peligrosamente cerca de su rostro. Deslizó la mano derecha por su mejilla y volvió a besarla, posesiva, colándose en su boca. Se permitió llevar la mano a su nuca y enredar los dedos en la melena azabache. Fue una cuestión de segundos y se separó de ella con la misma velocidad—. ¿Tienes idea siquiera del tablero sobre el que estás moviéndote?

    Sonrió de nuevo, una sonrisa amplia de dientes descubiertos, que emanaba peligro ciertamente.

    >>Si es que eres igual de autodestructiva que Kurosawa, ¿no será tu hermanita perdida?

    Al menos a ti puedo consumirte.

    "Cuando Honda regrese".

    Vaya hueco legal, Shiori.
     
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  18.  
    Amane

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    Di un pequeño respingo cuando sentí que me acorralaba contra la pared, aun cuando sabía que iba a ocurrir algo parecido. Seguí evitando su mirada pero fui incapaz de evitar el beso posterior, aunque era obvio que tampoco quería hacerlo.

    Correspondí como pude a pesar de la sorpresa, sin oponer demasiada resistencia a su intromisión, y dejé escapar un ligero gemido quejumbroso cuando se separó tan pronto.

    Bueno, ahí iba todo el valor que había conseguido en dos días. Katrina me desarmaba como si nada.

    Fruncí el ceño al escucharla y llevé mis manos hacia los límites de su chaqueta, tironeando de ellos en una especie de berrinche infantil, a decir verdad.

    —¡Sé muy bien lo que hago!

    Aquel "enfado", sin embargo, se deshizo rápidamente al escuchar sus siguientes palabras y mis facciones se suavizaron. Ladeé la cabeza, con una clara expresión de confusión.

    >>¿Kurosawa-san? ¿Por qué dices eso?

    Bitch you clearly don't (?
     
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  19.  
    Yugen

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    Era como ver caminar una sombra etérea. Alice Dumont ingresó en los casilleros envuelta en una calma extraña, con pasos cuidados y postura perfecta. No era japonesa pero su piel blanca y fina como porcelana la asemejaba ciertamente a ellos. Incluso si por sus venas no corría gota alguna de sangre asiática. Su padre era francés, un coleccionista de muñecas. Y era como una más de la colección. Pequeña, menuda, de ademanes casi victorianos.

    Había detestado tener que cambiar su ropaje gótico usual por aquel uniforme tan ordinario, pero era un mero trámite. Nimiedades superfluas que no pensaba traer a colación. ¿Qué era la ropa en sí misma? Un envoltorio. Un intento patético por racionalizar el comportamiento humano. Imponer diferencias inexistente entre los animales.

    Pero ella, más que nadie, sabía que no había diferencias.

    Mientras caminaba su largo cabello violeta, oscuro, se mecía con cada unos de sus movimientos, sinuoso y delicado como seda púrpura. Aunque no parecía estar prestando atención a su alrededor ciertamente lo hacía. Estudiar el entorno era algo que disfrutaba hacer, sobre todo cuando podía contemplar la cara más cruda y veraz de la miseria humana.

    Se sonrió a sí misma.


    Qué lindo cabello negro.

    Acercó sus dedos mortecinos y deslizó con ligereza sus yemas sobre la cascada oscura como la brea. Fue como tocar obsidiana líquida.

    Había reparado en que aquella joven estaba manteniendo una conversación con un joven de cabello celeste, pero en ese momento no le importó realmente. La atrajo como un faro en la noche a una mariposa de alas trémulas.

    Cómo amaba las mariposas.

    Especialmente las inmortalizadas dentro de cuadros. Las inmarcesibles. Las eternas.

    —Ah, mi color favorito—murmuró. Su voz se deslizó sedosa, pausada—. La ausencia total de color. La mayoría de japoneses tienen el cabello negro pero jamás había visto un tono tan intenso como este—dejó el cabello deslizarse entre sus dedos como un arroyo de agua clara. Entornó los ojos, aquellos pozos violetas y esbozó una sonrisa ominosa—. Sublime.
     
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    Zireael

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    Leo
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    "¡Sé muy bien lo que hago!".

    Eso era como cuando al estar de fiesta le quitaban el vaso a alguien, diciéndole que ya estaba hasta el culo, y el ebrio que casi ni podía sostenerse gritaba: ¡Estoy bien!

    Era, además, un reproche casi infantil de un niño al que le dicen que tenga cuidado porque puede caerse y golpearse, pero sigue haciendo lo que le sale del culo y al final besa el suelo y le tienen que suturar la barbilla o se rompe un diente.

    Emily Hodges no sabía ni dónde estaba pisando, sus movimientos eran torpes, pasaba de ella al inglés y viceversa. Más pronto que tarde iría a caer en el territorio de Alisha y en el de quién sabe quiénes más.
    Era más errática que una mariposa en mar abierto.

    Enarcó una ceja ante la pregunta.

    Empezando por que la zorra me abofeteó anoche.

    Pero no, no era por eso que lo había dicho.


    —¿No le ves algo de suicida a la chica, enredándose con puros problemáticos? ¿Qué hay de diferente en lo que estás haciendo tú, cariño?


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    ¡Si es que hacía un día precioso! Luego de que ayer lloviese todo el día lo mínimo que esperaba, porque ni de imbécil iba a ir a la escuela lloviendo o bueno eso decía, aunque seguro hubiese acabado por ir igual.
    Llevaba ya años en el sistema educativo japonés, pero vaya, a esas alturas cómo iba él a negarse el placer de ver a un montón de señoritas en faldas de tablas y medias altas.

    Entró al Sakura paseando la mirada de aquí a allá, sin ser demasiado obvio, porque ante todo sabía no ser un pesado y disimular sus costumbres cuestionables a ojos de los japoneses.
    Sabía montarse tan bien en teatro que llevaba el uniforme arreglado, pulcro, y lo único que medio desentonaba era la melena rojiza desordenada y el aro en la oreja, pero bueno, ¡algo de estilo tenían que permitirle!

    Caminó hacia los casilleros de tercero para buscar el propio mientras tarareaba alguna canción que le llegó a la mente, en lo que hizo el cambio y guardó sus cosas notó el destello rojizo de Katrina Akaisa, apenas un atisbo, pero ya se hacía una idea de lo que debía estar haciendo evitando el ojo público así. No tenían costumbres diferentes, después de todo, y precisamente por eso la conocía.

    No sabía que estaba yendo a esa escuela, así que la sorpresa era grata. Quería ver a la chica en acción a plena luz del día. ¿Era una competidora digna, ahora que estaban en el mismo territorio? Sin duda alguna.
    Había un montón de chicas preciosas, no se le había pasado detalle de ninguna y la jodida Katrina se habría deleitado ya con varias o planearía hacerlo.

    Podía ser un idiota para los estudios pero si para algo le servía el cerebro era para archivar siluetas femeninas. Bueno todos tenían sus dones, ¿no? El suyo era ese.
     
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