Cascada.

Tema en 'Isla' iniciado por Insane, 10 Abril 2019.

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    Hygge

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    No os asustéis ante el cambio de narrador, es parte del simbolismo del personaje. Ahora es ella quien narra su vida o la que le queda asdfg

    Rachel Gardner


    Me aferré con delicadeza al cuello de Alex, subida a caballito en su espalda mientras admiraba el paisaje desde aquella nueva perspectiva. De vez en cuando pasaba mi brazo por mi rostro y secaba mis lágrimas, apoyando una vez más mi barbilla sobre su hombro. A pesar de que sus palabras aún resonaban frescas en mi cabeza, a pesar de que era consciente de que cada paso dado era una parte de la vida del hombre que se escurría entre sus manos, sonreía. Sonreía porque era lo que aquel hombre que tanto me había dado se merecía. Forzaba a elevar la comisura de mis labios por tanto tiempo que mis mofletes se resentían, pero quería seguir haciéndolo, porque no podía permitir que Alex me viera llorar de nuevo. Porque la nueva Rachel había aprendido a sonreír de su mano.

    Jamás había tenido la dicha de ser cargada de esa forma, tan paternal y cariñosa, y aquel hombre nunca había podido tener aquella oportunidad a su alcance, disfrutar de la risa de una niña en sus brazos. Ambos, en aquel momento, nos complementábamos mútuamente. Nos hacíamos felices, y eso era todo lo que necesitábamos. El llanto no tenía cabida en aquel instante.

    Mientras el barranco quedaba atrás, y con ella las palabras de Alexander eran arrastradas por el viento, apretaba con más fuerza el abrazo sobre sus hombros con cariño, ocultando mi rostro de la cascada a la que nos acercábamos. Sentí entonces una mezcla de ilusión, impaciencia y miedo. Cuando partí de allí, ya había asumido que jamás podría verla de nuevo. Quería volver a abrazarla y pedirle disculpas por lo que había hecho cuando no miraba, por lo que había intentado hacer. Pero por otra parte... tenía miedo de lo que pensaría. Estaría muy disgustada. Era una desagradecida, marchándome así después del cariño que me había dado.

    Pero yo... Alex... Alex no podía morir. Alex era... era como mi papá. No, no era como él. Él era verdaderamente un papá, mucho mejor que el que me había dado la vida... y se la había llevado consigo de vuelta. Alexander me había brindado la suya, después de todo. Y yo tenía la obligación de aferrarme a ella, por mucho que me doliese verle partir a cambio.

    —Alex... —dije en un susurro, cerca de su oreja—. ¿Crees que Katrina se enfadará mucho por haberme ido así? Aunque no le contemos nada... n-no estuvo bien. Espero que no pase nada.

    Llegamos finalmente a la orilla del río donde aguardaba la joven, y de repente sentí la necesidad de agachar mi cabeza tras su espalda, nerviosa.

    Lo siento mucho, Kat... L-lo siento mucho.
     
    Última edición: 28 Abril 2019
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    Zireael

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    When Liza cambia de narrador y ni te das cuenta, porque desde como medio rol vives en un colapso entre primera y tercera persona

    Katrina Akaisa.


    Un sacrificio con tal de asegurar la supervivencia de los otros dos, para que pudieran salir de la maldita isla.

    Dormitaba, eso era lo que hacía, pero la voz de aquel desgraciado llegaba de algún lugar y, de repente, todo tenía la atmósfera de un sueño que rozaba la pesadilla.
    Me dolía la espalda, aquella posición empezaba a hacerme daño, pero poco importaba eso mientras fuera cómodo para Rachel. En este momento, era la niña la prioridad.

    Del mismo terreno ilusorio del que me llegaba la voz del anfitrión, me llegó una caricia. Cálida, delicada.

    ¿Mamá?

    No.

    Deseaba levantarme, pero mi agotamiento emocional le envió la señal contraria a mi cuerpo. No estaba descansando como debía, ni siquiera creía que fuera reparador en lo más mínimo, pero era mejor que nada.

    Lo que me obligó a abrir los ojos fue el frío que comencé a sentir, a pesar de que no era tan intenso como el de hace unas horas. Me recibieron las tonalidades cambiantes del cielo, que anunciaban el amanecer.
    Llevé la vista a mi regazo, esperando encontrar a Rachel en él aún.

    Vacío.

    Permanecí arrodillada junto a la cascada, incapaz de procesar nada más. Recorrí el lugar con la mirada, solo para descubrir que Alexander tampoco estaba.
    Sin embargo, reparé en que el maletín que Rach había traído consigo permanecía tirado en el mismo lugar.

    Traición.

    La palabra me golpeó la mente con una fuerza inesperada y sentí el profundo deseo de echarme a llorar nuevamente, pero ya había tenido suficiente.
    Sonreí, resignada. Había sido abandonada a mi suerte, ¿no? Luego de todas las promesas, había sido dejada aquí, con el maletín como un remedo de carta de disculpa.

    Vi las pisadas en la tierra húmeda.

    Bufé para mí misma.

    Esto era lo que ganaba. Este era el resultado del contrato que había firmado en cuanto hice lo único que sabía hacer por Rachel Gardner.
    Dolía.

    Deseaba fumarme toda la maldita cajetilla de cigarrillos.

    Me incorporé para sentarme en una roca junto a la cascada. Miré mi reflejo en el agua, fragmentado por el rompimiento de la que caía.
    Tardé demasiado en darme cuenta.

    La traición no era el haberme dejado a mi suerte, en lo absoluto, porque llegados a este punto era improbable que alguno de los del otro equipo diera conmigo por mera casualidad.
    Si Alexander había ido con Rachel, como imaginaba que había sido por las pisadas; era porque ambos se habían negado a matarme y ni siquiera estuvieron dispuestos a discutirlo.
    Lo peor de todo es que aquello aseguraba que uno de ellos dos moriría con tal de asegurar la vida de los restantes, al menos hasta el enfrentamiento final. Sin Alexander no éramos más que unas muchachillas debiluchas con bombas. Sin Rachel que sobreviviéramos nosotros dos no tenía sentido.

    Fruncí el ceño al reparar en un detalle nimio, volteé el cuerpo para mirar el lugar de nuevo. El maletín, mi riñonera con BIMs... y metros más allá, otro bolso.
    Me levanté y corrí tropezándome con mis propios pies, levanté mi riñonera, colocándomela mientras avanzaba y me desplomé junto al bolso que supe estaba donde había descansado el grandulón. Al tomarlo y abrirlo reconocí las granadas de Rachel, idénticas a las mías. Solo quedaban dos. A su lado habían otras bombas que no supe reconocer.

    El corazón se me atoró en la garganta y sentí unas terribles ganas de vomitar a pesar de tener el estómago vacío.
    Rach había vuelto a encaminarse a su muerte.

    Aprisioné el bolso con las bombas contra mi vientre y ahogué el grito que deseaba proferir.
    La odié.
    Esa era la absoluta verdad.
    La odié por su sumisión, su deseo de morir y su cobardía de dejarme allí sin decir nada.
    La odié porque me había prometido cuidarla y ella estaba lanzando esa promesa de la que no tenía conciencia por la borda. La odié porque era lo único que le daba sentido a sobrevivir este infierno y se había ido así como así.
    Porque esta maldita isla había terminado de quebrarme y me había aferrado a Rachel creyendo que brindarle algo que yo anhelaba volvería a unir mis pedazos, a pesar de saber que solo los haría polvo.

    Yo debía morir, pero nadie se atrevió a preguntármelo.

    En ese momento, los odié a ambos, porque él también me había traicionado.

    Regresé a la orilla de la cascada, aún aferrándome a las pertenencias de Rachel y me senté allí, mirando el fluir del agua, desconectada, incapaz de pensar.

    Pasaron minutos u horas, ya no lo sabía; pero me llegó el susurrar de pasos moviendo la hojarasca. No fui capaz de voltearme hasta que se detuvieron a mis espaldas. Imponente como era, parecía aún más intimidante ahora que lo miraba desde el suelo. El reflejo que generaba el sol me impedía ver bien.
    Me levanté, dejando caer las cosas de Rachel, y me hice con una de las granadas esféricas. Estaba furiosa.

    —¡Dije que si incumplías tu maldita palabra que te iba a meter una bomba en la garganta! —chillé. Ya ni siquiera era capaz de echarme a llorar, estaba harta—. ¡Y aún así se largan, dejándome aquí! ¡Te vas con ella sin siquiera decirme nada, traidor de mierda!

    Estuve por activar la bomba y arrojársela encima cuando reparé en la niña, oculta tras él. La traía sobre los hombros, tenía los ojos enrojecidos, había estado llorando, de nuevo; pero su mirada era completamente diferente y, por un breve momento, vi en sus labios, la sombra de una sonrisa.

    La trajo de regreso.

    No.

    Trajo de regreso a una Rachel distinta.


    Toda la ira y el odio que había sentido desaparecieron, era insignificante.

    Con torpeza, regresé la bomba a la riñonera y dirigí mis brazos a Rachel, ayudándola a bajar de los hombros del grandulón. Me dejé caer de rodillas y me aferré a su cintura, ocultando mi rostro en su vientre.
    Pasados un par de minutos, pude dirigir la vista nuevamente a nuestro compañero.

    —Gracias —dije dirigiéndome a él.

    Era a la vez una disculpa.
    Si la niña estaba de regreso era porque Alexander había logrado convencerla de cambiar sus planes, pero él había tomado su lugar en la horca.

    Se me formó un nudo en la garganta y aumenté la fuerza en torno al cuerpo de Rach por un momento, antes de separarme de ella y ponerme de pie.

    —No es debatible tu decisión, ¿cierto, grandulón? —dije, sin mirarlo, frunciendo el ceño.
     
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    El Calabazo

    El Calabazo Y dime, ¿Quién soy yo?

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    Alexander Purchinov


    —"No es debatible tu decisión, ¿cierto, grandulón?"

    — La niña no podía caminar y tuve que llevarla así, no quedo de otra — Suspire, el sol ya estaba levantándose y ardía con fuerzas, reflejaba en mi cara y molestaba un poco, obvie la ultima pregunta de Katrina, no había nada por hablar.

    — Tengo hambre, no probaba bocado desde que llegamos aquí, les molesta si... ¿comemos algo juntos? creo que queda algo de arroz del primer maletín.

    Fui a buscar el plato y dividirlo entre tres, no seria suficiente para llenarme por completo, pero era lo mejor, ellas necesitaban mantener sus nuevos recursos para usarlos cuando fuera necesario y yo una simple excusa para intentar tener una comida familiar. Apile los dos maletines cerca de la cascada para usarlos de mesa. — Un trozo para Rachel, otro para Katrina y el ultimo para mí — les dije intentando sonreír y parecer normal.

    No quería probar nada, porque con cada mordisco que diera, acortaría la duración de este pequeño momento, pero todo tiene un final y los finales no son algo que puedan eludirse.

    El sol estaba en su punto máximo, pero caían pequeñas gotas de agua del cielo, una pequeña lluvia momentánea, era perfecto, porque las lagrimas se ocultan fácilmente con las gotas sobre ti, las lagrimas se camuflan con la lluvia sobre ti. No quería verlas llorar, no quería llorar...

    — Me... me ha gustado estar con ustedes, sin importar qué. Yo no necesitare mis granadas, no todas al menos, cargo un montón... pueden quedarse con las cuatro de gas que me quedaban de las originales y tres de las nuevas que obtuve, solo necesito llevar 3. También pueden quedarse la gema que cargaba encima, mi pañuelo y mi saco, ya no los necesito, son mi regalo y no acepto un no por respuesta.

    — He cumplido mi palabra, ya no le queda mas nada excepto una ultima cosa a este viejo, junto a una petición... Katrina... Rachel... P-perdon por tan poco y gracias por tanto. — Mi voz se rompía, ¿porque decir adiós debe ser tan difícil?...

    Me levante sin mas, acaricie el pelo de Rachel por ultima vez y tome del hombro a Katrina sonriendole, ella sabría que hacer de ahora en adelante, ellas eran fuertes, pueden salir de aquí, van a crecer, van a tener familias, van a vivir, y quizás en alguna pequeña parte de sus corazones puedan recordar a este viejo con algo que no sea odio.

    — Creo que ya me voy...

    >>>>> Alexander parte a su final

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    Hygge

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    Rachel Gardner

    "¡Dije que si incumplías tu maldita palabra que te iba a meter una bomba en la garganta!"

    Apreté los ojos con fuerza, asustada al oír el grito destrozado de Katrina. Quise gritar que estaba bien, que no me había hecho daño, pero el terror hizo que aguardase allí, escondida, sin saber aún cómo controlar mis emociones. Mientras contenía la respiración, sin embargo, un silencio tenso se sucedió, y poco después la joven se acercó hacia donde me encontraba, colocando sus brazos sobre mis costados para ayudarme a bajar de la espalda de Alexan... quiero decir: de papá.

    Me mordí el labio inferior, agachando la mirada sin ser capaz de mirarla a los ojos, pero ella cayó de rodillas y me abrazó, sin decir nada más. Algo dentro de mí se partió al imaginar qué habría sucedido si yo no regresaba, no podría haberme perdonado herir aún más a Katrina. Acaricié con cariño su cabello, sin moverme del lugar, pidiéndole disculpas con aquel gesto, porque sabía que no teníamos tiempo para resolver algo así. La presencia de papá se agotaba, y debíamos estar felices para él. Para que atesorase un último recuerdo feliz. Quería que me viese sonreir, que viese que agradecía la nueva vida que me había otorgado.

    Aquella mañana comimos juntos como una verdadera familia, con el sonido de la cascada y los rayos del alba acompañando nuestra estancia. No teníamos mucho, pero nos teníamos a nosotros, y eso hizo de aquella velada la mejor que podría haber deseado jamás. A pesar de que mi estómago se había cerrado por la ansiedad y la tristeza que me producía aguardar a que papá se levantase y partiese para no volver, hice un esfuerzo por comer, por aparentar normalidad. Hice todo lo que pude por atrasar lo inevitable, pero sabía que ya no había marcha atrás.

    "He cumplido mi palabra, ya no le queda mas nada excepto una ultima cosa a este viejo, junto a una petición... Katrina... Rachel... P-perdon por tan poco y gracias por tanto".

    ¿...P-por qué? ¿Por qué Alexander tenía que hacer las cosas tan difíciles? Con cada palabra las lágrimas se amontonaban una vez más en mis orbes claros, y tuve que agachar la cabeza para no romper a llorar una vez más. Me acarició la cabeza con suavidad, y yo volví a abrazarle con fuerza, deseando no soltarle jamás.

    —Muchas gracias por todo... papá.

    Permanecí aferrada al cuerpo de Kat mientras su figura se perdía en el bosque, y solo en aquel entonces me permití llorar en silencio. "Las personas van y vienen, pero dejan siempre un lugar en tu corazón", dijiste, y aquellas palabras ahora cobraban más brillo que nunca. Jamás olvidaría al hombre que cumplió la promesa más importante de todas para mí, lo guardaría en mi corazón para siempre, por más que en aquel instante me costase asimilarlo.

    El silencio regresó una vez más a la cascada, y la realidad me golpeó con fuerza, devolviéndome en mí misma. Sentí cierta soledad, cierto temor por nuestro futuro, por lo que sucedería ahora. Tenía que hacer todo lo posible por sobrevivir, por Alexander, por Kat. Era la persona más importante para mí en aquel instante, y debía ser fuerte por ella. Por las dos.

    Por papá.

    —Kat... D-deberíamos movernos de aquí —murmuré, con la voz aún quebrada, separándome lentamente del abrazo, con el saco de papá sobre mis hombros. No volvería a alejarlo de mí—. Quedarán dos personas más en la isla... H-hay que hacerlo. A pesar de que te dije que no quería hacerlo, y-yo... —mordí mi labio inferior, apenada—. ...quiero serte útil. No quiero ser un lastre para ti.

    Vida: 100/100
    Hambre: 6/7 (3/3)
    Sed: 5/7 (1/3)
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    Zireael

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    Katrina Akaisa.

    Alexander terminó de pisotear mi corazón destrozado. Trajo a la niña de regreso y ahora estaba allí, improvisando una mesa y repartiendo el poco arroz con vegetales que conservábamos, negándose a usar las cosas del maletín que Rachel había traído.
    Estos dos estaban despedazándome, arrancando cada vez trozos más grandes.

    No tenía apetito, pero me forcé por comer lo que el grandulón nos ofrecía, porque otra vez, mi sentido de la moral me obligaba.
    Pensé por un segundo, que así era cenar con una familia. Papá nunca estaba, siempre cenaba con mamá y las criadas, porque a ella le gustaba que cenaran con nosotras.

    Sonreí con tristeza.
    Mi madre era una mujer extraña para su clase social y Alexander era un hombre extraño para haber matado a una chica con una bomba de gas corrosivo.

    Vi que los ojos de Rachel se humedecían conforme el grandulón hablaba, la pobre estaba destrozada. Todos lo estábamos. Extendí mi mano hacia ella, tomando la suya y la apreté suavemente, antes de que ella se levantara para abrazarlo una última vez.
    El grandulón me dedicó un toque en el hombro y, por segunda vez desde que nos habíamos conocido, tomé su mano, esta vez para darle un apretón afectuoso.

    Abrí los ojos con sorpresa cuando escuché la forma en que Rachel se dirigió a él.

    Papá.

    Rach se aferró a mí entonces, llorando silenciosamente. Rodeé sus delgados hombros con mis brazos.
    Suspiré, observando cómo se alejaban, dejando con nosotras su saco y su pañuelo, además de un fragmento de sí mismo. Volví a agradecerle, esta vez mentalmente. No era capaz de formular palabra alguna.

    La voz de Rachel me regresó a la realidad.

    —Kat... D-deberíamos movernos de aquí —murmuró mientras se separaba—. Quedarán dos personas más en la isla... H-hay que hacerlo. A pesar de que te dije que no quería hacerlo, y-yo... —mordió su labio inferior, apenada—. ...quiero serte útil. No quiero ser un lastre para ti.


    Útil. Otra vez esa palabra.

    Fruncí el ceño y me agaché un poco, para quedar a la altura de Rachel. Le ajusté el saco de Alexander, le limpié las lágrimas del rostro y recogí el bolso de BIM's del suelo y las otras que había obtenido, y se lo coloqué con cuidado.

    —Solo prométeme una cosa, Rach. Una sola cosa es la que necesito. —Dejé la mano en la correa del bolso que contenía sus granadas, a pesar de que ya se lo había colocado, y con la otra le sostuve el rostro, en caso de que quisiera escapar de mi miraba. Vi mis ojos dispares reflejados en los suyos—. Solo usarás las bombas si debes defenderte, solo si eres atacada primero. ¿De acuerdo? Y si puedes huir, hazlo, corre sin mirar atrás.

    Inhalé con fuerza, intentando no dejarme llevar por mis desorganizadas emociones. Me quité el collar con la piedra verde del cuello y se lo coloqué a ella.
    Era de mi madre y yo lo había necesitado, pero ahora era ella quien debía tenerlo.

    No quería que tuviese que matar a nadie más, pero sobre todo, no quería que muriera intentando salvarnos.

    Me separé de ella, levanté del suelo mi chaqueta, que le había colocado encima a Alexander antes de que Rachel volviera, y me la até a la cintura. Me coloqué el maletín que Rach había traído en la espalda y desvié mi mirada hacia las bombas que había dejado Alex para nosotras.

    Me hice con las cuatro bombas de gas y le entregué a Rachel las otras tres, de diferente tipo.

    No esperé a que me respondiera.

    —Vamos, Rach.

    Tomé su delgada mano y empecé a caminar hacia el pequeño parche de bosque que nos separaba del edificio médico, dirigiéndonos hacia allí.
    Cuando ya nos habíamos internado entre los árboles, no pude evitar voltear hacia atrás una última vez, como si conservara la ingenua esperanza de que el grandulón regresara con nosotras.

    Estábamos solas.

    Hambre: 4/7 (3/3)
    Sed: 7/7 (1/3)
    Cansancio: 7/10 (1/2)
     
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