Los gritos amargos rasgaban su garganta produciendo que le ardiera pero no le importaba. Seguía profiriendo los casi aullidos sin importarle que todo el mundo en ese lugar le dedicara miradas extrañas. ―Marina, deja de llorar, cálmate. No puedo sacarlo.―dijo su padre angustiado mirando a su alrededor mirando a la gente con gesto cansado. Se acercó a la máquina de nuevo e introdujo una moneda, decidido y un tanto molesto. La mano subió con nada entre sus dedos. Él dejó escapar un sonido de sus labios debido a la frustración. Buscó en su bolsillo y miró la última moneda que quedaba. El estridente llanto de Marina le llenaba todo el ser y lo irritaba porque odiaba escucharla llorar. La mano volvió a bajar y un sonido se produjo en la caja de metal que daba al exterior. Marina escuchó algunos aplausos y murmullos. Bajó el sonido de su llanto y levantó su pequeño rostro. Entre sus lágrimas pudo ver a su padre en cuclillas frente a ella sosteniendo algo entre sus manos. ―Ya esta pequeña, un hada servido ¿Vamos a casa?―dijo con una sonrisa dulce en sus labios. La pequeña dejó escapar grito cargado de emoción y rodeó a su padre en un abrazo, le arrebató el peluche de sus manos y lo giró viendo sus alas y su vestido. Aún con sus caprichos, su hija era adorable.
Por Dios que los niños son tan terroríficos como encantadores xD Me gustó mucho el relato. El amor de padre impera sobre cualquier cosa, incluso el gastar monedas de más y pasarse una eternidad intentando agarrar un peluche de la condenada máquina (yo nunca tuve éxito u.u). Qué bello, pero admitámoslo ¿quién no tuvo sus momentitos de capricho al ser pequeño? Y es más, hasta ya de más adultos algunos seguimos siéndolo. Y claro, no puede evitar ser adorables al tener lo que quieren, jajaja. Simpático relato, gracias por compartirlo. Cuídate mucho, Hasta otra.
