Capítulo perdido: Rin y Kohaku eligen.

Tema en 'Fanfics Abandonados de Inuyasha Ranma y Rinne' iniciado por Asurama, 17 Enero 2011.

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    Capítulo perdido: Rin y Kohaku eligen.

    Faltaba poco para llegar. Subieron a lo alto del barranco y desde allí, pudieron ver aquel pequeño poblado. Llegaban hasta ellos los olores y los ruidos de los pobladores y la suave brisa de la mañana los acariciaba.

    —Por fin —se alegró Kagome—, ya quería llegar a un buen lugar para tomar un baño y dormir bajo un techo.

    —¡Por fin comeremos bien! —se alegró Shippou, saltando, mientras pensaba en los deliciosos banquetes que su amigo Miroku conseguiría para ellos.

    Lo miró, pero lo halló triste, como había estado en las últimas semanas. Miroku tendía a ocultar su tristeza, sus preocupaciones y su miedo de morir recurriendo a un humor bastante peculiar y conseguía con facilidad que los demás olvidaran que su salud era muy delicada, pese a que ahora no sentía dolor debido al veneno que había consumido, con el propósito de proteger aquello que amaba.
    El peligro, como les había advertido Yakurou-dokusen, era que Miroku siguiera absorbiendo veneno hasta morir, debido a que no sentía dolor y eso preocupaba sobremanera a todos.

    Inuyasha los miró y les sonrió.
    —Bajemos —dio la media vuelta y pasó en medio de ellos, bajando de la colina para encontrar el camino más rápido al poblado.

    Desde que había perdido a Kikyou no era el mismo y sentía que en su corazón había un vacío. Kagome y todos sus amigos estaban a su lado dándole apoyo y fuerza y recordándole que no estaba solo. Al darse cuenta de que los hacía sufrir más de la cuenta, ocultó su dolor así como lo había hecho cuando era niño.
    Entendía que había hecho sufrir a Kagome… y ella decía ser amable… pero muy en el fondo de su corazón, como todos los seres humanos, ella era egoísta y no le había permitido hacer un duelo por la pérdida.
    A pesa de que decía haberle comprendido, tal vez no lo comprendía del todo.
    Y aunque su amor era “egoísta”, tenía algo de razón.
    No iba a rendirse ahora a su deseo de morir para ir con Kikyou, porque sólo estaría cumpliéndole un sueño a Naraku y porque además, sus amigos necesitaban de su protección, no podía darse el lujo de abandonarlos… y resultaba claro que tampoco podía darse el lujo de sufrir.

    Me parezco a mi hermano, pensó. Oculto todo lo que soy para proteger a los míos, la vida me ha obligado.

    Como una vez le había dicho a Sango, tal vez el mejor modo de superar su dolor era sobreexigirse y luchar… pero sabía que, a la larga, eso le costaría caro. Sango era diferente de él, era completamente humana y su dolor constante le causaba picos de estrés que podían volverse un tanto autodestructivos. Y eso repercutía en la estabilidad de todo el grupo, ya que Sango era un blanco fácil y manipulable.

    Inuyasha ocultaba su temor a las consecuencias.

    Cuando llegaron al poblado, la gente vio a Inuyasha y todo el mundo corrió a ocultarse en sus casas, mientras la campana sonaba. En seguida, salieron varios hombres armados e Inuyasha se puso en guardia, pero Miroku lo empujó y se puso frente a todos.

    —Tranquilos señores, podemos hablar, venimos en son de paz —levantó una mano, en concordancia con lo que decía.

    Desconfiados y apuntándoles con sus armas, los pobladores accedieron a regañadientes, mientras el grupo les aseguraba que Inuyasha era inofensivo a pesar de su rudeza.
    Todos fueron llevados hacia el patriarca, que los recibió en la entrada con igual suspicacia. Notaron, extrañados, que había allí pocas mujeres y ningún niño y pensaron en teorías como el ataque de bandidos o de algún youkai… aunque se veían prósperos. Era una rara contradicción.

    —Hemos notado que no hay niños en el poblado —aludió Miroku— ¿Ha pasado algo en la aldea? ¿Algo extraño?

    —En los últimos días, nuestros niños y mujeres desaparecieron sin dejar rastro y a pesar de que los buscamos en las montañas, no pudimos encontrarlos —les contó el patriarca—. Creemos que es obra de alguna criatura sobrenatural.

    —Podemos ayudarle —garantizó Miroku—, somos muy fuertes y estamos capacitados pero… necesitamos un lugar donde quedarnos.

    —Estoy desesperado —admitió el patriarca.

    No había tiempo ahora para discutir las mañas de Miroku, eso lo harían en otro momento.
    Ellos salieron sin demora a busca a la criatura, que en verdad no había dejado rastros de su presencia.

    Cerca del mediodía, la búsqueda era aún infructuosa e Inuyasha estaba desesperado, bufando y caminando de un lado a otro, pues sentía que no había sido de mucha ayuda y se sentía frustrado. Una y otra vez regañaba al grupo, exigiéndoles que no se quejaran.

    Kagome se apoyó contra la corteza de un viejo árbol y frunció el ceño.

    —¿Te sucede algo? —Sango le tocó el hombro.

    —Siento la presencia de un fragmento de la Shikon no Tama a no muchas leguas de aquí.

    La youkai taiya se quedó quieta.
    —Mi… ¿mi hermano menor?

    Aún no podían salir del bosque porque corrían el peligro de ser encontrados, el sol estaba en lo alto y lo único que podían hacer era ocultarse.
    Su pequeño y débil guardián comenzó a suspirar como siempre y se sentía culpable desde el último ataque de Naraku.

    El maestro les había dejado a regañadientes. Sus vuelos eran cortos y rápidos, buscaba y regresaba en seguida. También parecía haber quedado con culpa. Los rumores de que no tenía armas habían corrido como reguero de pólvora y los había convertido en blancos de ataque. Lo que, en principio, había sido una batalla contra Naraku, era ahora una verdadera guerra.
    Él no había participado antes en una guerra, pero ahora papi no estaba para defenderlo a él y a sus bonitos niños. Tenía que pelear completamente solo. Y más le valía ganar.
    Aunque, de vez en cuando, deseaban desconectarse, ellos no podían evitar saber lo mala que era la situación y estaban preocupados por el maestro, con el agregado de su incapacidad para ayudarlo: sólo eran niños y, aunque quisieran refutárselo a Jaken, éste tenía razón: sólo estorbaban.

    Esa era la dura realidad. Hacían sufrir a la persona que amaban.

    —Jaken-sama ¿Cuándo regresará Sesshoumaru-sama? —preguntó Rin por enésima vez.

    —No lo sé, lo hará pronto —el pequeño youkai estaba notablemente estresado e impaciente.

    Kohaku había conseguido algunas bayas cerca del lugar en donde “acampaban” y volvió a obligar a Rin a comer. Todos habían estado un tanto inapetentes durante el último tiempo, pero tenían que estar lo suficientemente fuertes para resistir los embates de aquella implícita guerra.

    En algún momento de la tarde, Kohaku se sentó sobre el lomo de Ah-Un y se quedó quieto como una estatua, callado, como una tumba, con la mirada perdida.

    —¿Te pasa algo, Kohaku? —le preguntó Rin—. Te ves muy preocupado últimamente.

    Y eso que no se había visto a sí misma, su lengua filosa y su aguda inteligencia no habían conseguido cortar y separar sus preocupaciones, que se aparecían en sus pesadillas como monstruos gigantes que querían aplastarlos a todos. Cualquiera que viviera tres vidas tenía la oportunidad de ver las cosas desde una perspectiva muy diferente. Era lo que tenía en común con Kohaku y por eso eran como hermanos. Lamentablemente, pensar como adulto y ver las cosas diferentes no era suficiente para cambiarlas.

    —Tengo una sensación muy extraña —fue todo lo que le dijo su amigo.

    Sin embargo, aquella respuesta no le satisfizo.

    De pronto, una silueta apareció entre las sombras del bosque y salió al encuentro de ellos. Ah-Un se paró, volteó hacia él y le gruñó.

    —¡Sesshoumaru-sama! —gritaron Rin, Kohaku y Jaken a la vez y corrieron a su encuentro.

    El maestro los miró y les dijo
    —Tenemos que irnos.

    Jaken corrió de regreso hasta Ah-Un y lo tomó de las riendas para llevarlo, pero el dragón seguía gruñendo.
    —¿Qué te pasa, dragón tonto? —le gritó al tiempo que jalaba las riendas—. ¿Qué no ves que tenemos que irnos ya?

    —Tú quédate aquí —le dijo el maestro—. Hay algo que quiero mostrarles a Rin y a Kohaku.

    Rin dio un paso hacia él e intentó darle la mano, pero él se separó de ella.
    —No tardaremos mucho —y volteó hacia el mismo camino de tupidos árboles por el que había llegado.

    Como encantados por su brillo, los dos niños fueron hacia él y lo siguieron de cerca, con los ojos vacíos y faltos de vida.

    Ah-Un, alterado, saltó hacia ellos, pero algo invisible le impidió llegar a su lado y se vio obligado a permanecer cerca de Jaken, gruñendo hasta que el maestro desapareció a la distancia.

    Ambos niños eran incapaces de hablar y lo único que podían hacer era seguirlo de buen grado a través de las montañas, mientras la tarde lentamente caía, volviéndose rojiza sobre ellos. Mientras más se internaban en lo profundo de las montañas, el paisaje iba oscureciéndose, la arboleda se volvía espesa y los cauces de los ríos se estrechaban hasta volverse simples hilitos de agua. Aquel lugar de terreno accidentado e impenetrable no era el más apropiado para que alguna criatura viviera, pero ellos no parecían darse cuenta. Y se hallaron entrando en una grieta que estaba debajo de un barranco.
    Al avanzar hacia el interior, la grieta se ensanchaba hasta formar una cueva que se prolongaba en un largo camino, que descendía en una curva. A pesar de la profundidad, el camino no era oscuro, puesto que había pequeños cristales a lo largo de las paredes de la cueva, que reflejaban luz unos en otros, provocando una penumbra constante.

    Rin pudo ver la silueta de Kohaku a su lado y al maestro frente a ellos.
    —¿En dónde estamos? —preguntó curiosa, a mitad de camino, caminando a tientas por temor a caer.

    —En una red subterránea que lleva a un sitio especial y son muy pocos los que conocen estos caminos debajo de las montañas —le contestó él.

    Kohaku había escuchado algunos rumores sobre esos caminos de las montañas, pero permaneció en silencio, tan cerca de Rin como podía. El camino hacía muchas curvas y bajaba, mientras se ensanchaba cada vez más. En la profundidad de las cuevas, encontraron una gruta que parecía tener cientos de años de antigüedad por su tamaño y apariencia. Allí, se hallaba emplazado un palacio oscuro, aunque de apariencia suntuosa.

    —Pasaremos la noche ahí, deben estar cansados —les dijo él antes de encaminarse hacia la construcción.

    Mientras más se acercaban, Kohaku pudo sentir una presencia extraña en la Casa, como si la misma estuviera viva, sin embargo, no se sintió incómodo en ningún momento y no habló de ello.

    Cuando iban a entrar, un youkai extraño les salió al paso, miró a Sesshoumaru y se hizo a un lado para dejarlo pasar, pero les gruñó a los niños.

    —Ellos vienen conmigo —le informó al youkai que, después de mirarlos, los dejó pasar también.

    Ellos, temerosos, se alejaron rápido del youkai y corrieron cerca del maestro.

    —Esa cosa es enorme y extraña —acotó el muchachito—. Jamás había visto uno.

    —Eso es porque solo habitan en las profundidades de la tierra —le explicó el maestro—. Son criaturas violentas y esquivas que prefieren mantenerse ocultas de los seres humanos y tienen cierto control sobre el fuego y el metal.

    —¿Qué pasaría si salieran a la superficie?

    —No lo harían, porque no soportan la luz del sol. Además, el bosque les presenta una enorme desventaja.

    —¿Hay otros tipos de criaturas aquí abajo, Sesshoumaru-sama?

    —Las hay —afirmó él—, pero son pequeñas y débiles y por lo general, sirven de alimento a criaturas como la que acaban de ver.

    Kohaku miró al suelo estéril de la cueva. Lo que acababa de oír era lógico, puesto que aquella no parecía una tierra fértil que pudiera dar frutos, salvo criaturas que se devoraran entre sí. Le preocupó lo que pudieran llegar a encontrarse en ese lugar, pero luego, recordó que estaba con el maestro y la sensación de inseguridad, desapareció en el acto, como si el maestro fuera un avatar capaz de defenderlos de todo.

    Rin miraba asombrada el techo y las paredes, todo lujosamente elaborado y decorado. Estaba dentro de un verdadero palacio y era la primera vez que veía algo tan hermoso.
    —¿El castillo de Naraku era también así? —se atrevió a preguntar.

    Había algo extraño en el ambiente que los hacía sentirse bien, se sentían seguros y por eso, la pregunta no les incomodó.
    —Era intrincado y lóbrego y no estaba tan trabajado —le contó su amigo—. Pero no hubieras podido verlo, porque el ambiente viciado del castillo te hubiera matado.

    Desde el último susto, la palabra “muerte” debía de alterar a todos, pero nadie pareció molestarse, había algo muy extraño pero a la vez muy agradable rodeándolos y se sentían bien. Querían quedarse en ese lugar.
    Luego de caminar por intrincados pasillos y bajar escaleras, se hallaron dentro de una habitación enorme, que sorprendió a ambos niños.

    —Quédense aquí hasta que regrese —les ordenó el maestro—, no tardaré mucho.

    —¿A dónde irá? —a Rin no le agradaba nada tener que separarse.

    —Iré a traerles algo de lo que puedan alimentarse, ya que no hay nada en el palacio que ustedes puedan comer. No vayan a salir de esta habitación, sería peligroso. Deberán esperarme.

    Ellos asintieron sin rechistar y él salió rápido.

    Kirara cruzó velozmente entre matorrales y árboles, internándose cada vez más en las montañas.
    —Date prisa, corre más rápido —la incitaba Sango.

    No había querido esperar a los otros y había salido rápidamente, tomando la dirección en la que Kagome decía haber sentido la presencia del fragmento. No le gustaba saber que su hermano estaba en esas montañas, donde se habían extraviado tantos niños. Kohaku era bastante fuerte para su edad y además, estaba con Sesshoumaru pero, aunque había querido, no consideraba al inuyoukai una garantía. Cuando le surgía un inconveniente o entraba en estado de shock, él dejaba a su séquito solo y desprotegido. Además, Inuyasha había dicho no sentir su presencia. Si ese era el caso, podía llegar a sucederles cualquier cosa.

    —¿Puedes olerlo? —le preguntó a Kirara, pero la gata negó.

    De pronto, Kirara pareció sentir algo y cambió abruptamente de dirección. A medida que se internaba en la espesura, Sango consiguió ver una luz, la misma se trataba de una fogata y Ah-Un estaba allí.

    —La Taijiya —comentó una voz aguda y áspera.

    —¿Jaken? —preguntó Sango consternada— ¿En dónde está Sesshoumaru?

    —Salió hace algunas horas y aún no ha regresado —soltó un largo suspiro.

    —¿Y en dónde están Rin y Kohaku? ¿No se supone que deberías estar cuidándolos?

    El pequeño youkai bufó.
    —Se fueron con él.

    Sango frunció el ceño, algo confundida.
    —¿Se fueron con él?

    —Sí ¿Qué tiene eso de raro?

    Ah-Un levantó la vista y la miró.

    —¿Que qué tiene de raro? Sesshoumaru nunca se los lleva consigo cuando sale ¿verdad?

    Jaken se puso de pie y la miró desafiante.
    —¿Qué estás sugiriendo?

    —Si se los llevó a ellos, ¿por qué no te ha llevado a ti también? Eras su guardián, igual que Ah-Un.

    —Eso no te incumbe, es que… —Jaken se dio cuenta de que no había razón alguna para que no viajara con ellos—. ¿Qué demonios te pasa, humana?

    El dragón se paró junto a ella, dejando a Jaken a un lado.

    —Fuiste engañado burdamente por alguna criatura.

    —¡Claro que no! —de pronto, vino a su mente la imagen de Ah-Un gruñéndole al maestro y celando a los niños.

    —Iré a salvar a mi hermano —Sango jaló de la pelambrera a Kirara y ésta cambió de dirección, internándose en la espesura. Rin, Kohaku y lo que fuera que estuviera con ellos podían estar en cualquier sitio.

    —¡Espera! —le gritó Jaken, pero la joven hizo caso omiso y pronto, se perdió.

    El youkai estaba dividido. Si el maestro regresaba y no encontraba a los niños, se enojaría más que un jabalí con hernia y lo golpearía hasta dejarlo hecho puré. Jaló fuertemente las riendas de Ah-Un, obligándolo a volver en sí. Una de las cabezas lo miró, pero la otra permaneció con la vista fija en el lugar por donde los niños se habían marchado. Sin darle tiempo a pensar, saltó hacia la arboleda, arrastrándolo consigo, mientras el pequeño youkai le gritaba a más no poder.

    Sango miraba en todas direcciones y llamaba a su hermano, pero sólo le respondía su propio eco y el murmullo de las criaturas del bosque, que se alejaban de Kirara tanto como podían.
    Kirara se paró en un claro y sintió el suelo del bosque a través de sus patas. Había una energía sobrenatural muy cerca, que podía sentirse a través del suelo y también en el aire. Provenía de un sitio indeterminado. No se trataba de algo común.
    La gata y la exterminadora miraron en todas direcciones… y se dieron cuenta de que no tenían la menor idea del sitio en el que se encontraban. Sólo había un arenero junto a un carbol seco.

    —¿Nos hemos perdido? —Sango no podía creerlo—. No, tenemos que salir de aquí y encontrar a Kohaku. Rápido… por… por la derecha.

    Kirara comenzó a correr, pero al cabo de un rato, se hallaron con que estaban exactamente en el mismo sitio. El arenero y el árbol seco seguían en el mismo lugar.

    —Lo siento, me equivoqué —se disculpó con su mascota, mientras le acariciaba la cabeza—. Ahora, vamos por la izquierda.

    Kirara rugió y echó a correr en esa dirección, pero después de un largo rato, se detuvieron… junto al mismo arenero.

    —No, hemos estado caminando en círculos.

    Kirara intentó volar por sobre el bosque, pero se encontró con una barrera que le impidió subir más allá de los árboles. Ambas cayeron al suelo, pero en seguida se pusieron de pie.

    —Encontraremos el camino de alguna manera ¡Hiraikotsu! —Sango arrojó el arma con tanta fuerza como pudo y logró cortar varios árboles a su alrededor, despejando el camino… pero de inmediato, los troncos y ramas volvieron a crecer, recuperando los árboles su misma apariencia inicial.

    —¿Qué? —Sango estaba realmente confundida.

    Volvió a lanzar el arma, pero el mismo fenómeno volvió a repetirse.

    —No —miró en todas direcciones, como si el arenal, las rocas, los matorrales y los altos árboles que la rodeaban fueran una especie de impenetrable pared—. Hemos caído en la trampa de alguna bestia.

    Continúa...
     
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    2da parte

    A Kagome le preocupaba sobremanera que Sango se hubiera marchado, pues repentinamente había dejado de sentir la presencia del fragmento de Shikon, como si el mismo se hubiera alejado del lugar a toda velocidad. No había rastros de su amiga.

    —No debimos haber dejado que se marchara —se quejó Inuyasha llevando a Kagome en su espalda.

    Miroku corría a su lado tan rápido como le era posible y también se sentía culpable.

    —Inuyasha ¿puedes sentir su olor? —indagó Kagome otra vez y él, frustrado, negó.

    Estaba pasando exactamente lo mismo que en la mañana. Así como esa criatura que raptaba mujeres y niños podía virtualmente desaparecerse, no pudiendo ser encontrada, asimismo Sango con Kirara parecían haber sido borradas del mapa, pues a medida que avanzaban, su olor desapareció, dejándoles la conclusión de que se había ido volando
    En la oscuridad, todos los sitios del bosque parecían iguales a otros y algunos caminos no tenían salida. A Inuyasha le dio la impresión de que estaban corriendo en círculos, pues habían pasado varias veces junto a un viejo tronco caído, sin embargo, no estaba seguro, porque algo en ese sitio confundía su olfato y no conseguía sentir su propia esencia.

    —Este bosque me está enloqueciendo —arguyó—, tenemos que salir rápido.

    —Pero no podemos dejar a Sango —se quejó Kagome.

    —¡Keh! Si no sentimos su presencia, significa que no está aquí.

    —¿Entonces, a dónde crees que fue?

    Inuyasha se detuvo en seco. Se dio cuenta de que no tenía la menor idea de dónde estaba.
    —Debe haber ido más allá de las montañas —suspiró hastiado—, si no tenemos un camino para salir de este maldito bosque, tendremos que construir uno ¡Sankontessou! —lanzó un poderoso ataque de zarpazo y tiró unos y otros árboles, pero éstos volvían a crecer— ¡¿Qué?!

    —Estos árboles son partes de una ilusión —le aclaró Miroku—. Estamos en el territorio de alguna criatura sobrenatural.

    —Eso significa que Sango aún podría estar aquí —se apresuró Kagome.

    —Pero no la encontraremos si primero no conseguimos salir de su trampa —desenvainó a Tessaiga, que enrojeció al instante y, con el Kaze no Kizu, abrió una larga brecha a través del bosque, cortando varios árboles, pero, en seguida, estos comenzaron a regenerarse.

    —No puede ser —gimió Kagome— ¡La barrera no se rompe?

    —Esto es más que una simple barrera —espetó Inuyasha mientras la cargaba en su espalda—. Tenemos que salir de aquí mientras todavía podamos.

    Pero mientras más velozmente corrían, más se cerraba el bosque a su alrededor, recuperando su amenazante forma inicial. Pronto, todo se volvió oscuro, sin posibilidad de que hallaran el camino. Inuyasha no se rindió y volvió a empuñar a Tessaiga, abriendo otra brecha, pero la misma comenzó a cerrarse. Era una pesadilla.

    —¿Qué demonios es esto? —se quejó.

    Kagome se quedó callada por unos instantes.
    —Esto… ya lo había visto antes en alguna otra parte

    —¿Qué? —inquirieron Miroku e Inuyasha a la vez.

    —¿Quiere decir que sabe de qué se trata, Kagome-sama? —preguntó Miroku.

    —Algo así, Hace tiempo, enojada con Inuyasha, salí a caminar sola y fui absorbida por una entidad en forma de cueva —recordó—, se trataba de una criatura sobrenatural que se alimentaba de los poderes espirituales de las miko y allí también encontré a Kikyou, que había sido atrapada de manera imprevista.
    »Me vi obligada a utilizar los poderes de la Shikon no Tama para poder salir de allí, ya que hacían varias horas desde que Kikyou estaba allí dentro y se encontraba demasiado débil como para hacer nada.

    —¿Por qué nunca nos contaste eso? —le recriminó Inuyasha.

    —No creí que fuera necesario. Además, fue extraño que, de sentir su olor, no hubieras salido corriendo detrás de ella.

    —¿Lo que crees es que se trata de la misma criatura… ¿o el mismo tipo de criatura?

    Kagome miró hacia las copas de los siniestros árboles.
    —Tal vez… debe ser algo… parecido.

    —Entonces tenemos que darnos prisa —les advirtió Miroku—, si esa criatura es la que ha atrapado a todas esas personas y absorbe sus energías, no tardará en devorarlos y entonces será demasiado tarde.

    —Pero sólo puede ser derrotado desde dentro —le advirtió Kagome a su vez.

    —Eso es una gran ventaja —espetó Inuyasha mientras volvía a levantar a Tessaiga— si consideras que estamos dentro ¡Meidou Zangetsuha!

    La enorme luna negra, regalo de su hermano, abrió un vacío en medio del bosque. Cuando éste se hubo cerrado, había un largo camino abierto, que pasaba a través de la montaña, perforándola. Ni la montaña ni el bosque procuraron cerrarse. El camino hacia fuera se había abierto de manera violenta.
    Sin embargo, a Miroku y a Kagome les preocupaba que Sango y los aldeanos pudieran estar en cualquier sitio y salieran lastimados. Inuyasha no podría volver a usar la ominosa técnica que era el Meidou-ha.
    De inmediato, corrieron a través del camino abierto.

    —Lo mejor que pueden hacer es regresar a la aldea —les advirtió Inuyasha—, esta criatura verá a Kagome como un manjar, sería mejor evitarlo.

    —De ninguna manera —se mostró obstinada la miko—, no saldré de aquí hasta que hayamos encontrado a Sango y a los demás.

    Inuyasha no creía que hubiera tiempo para sus caprichos.
    —Kagome, podría no haber una segunda oportunidad de escapar.

    —Eso no me interesa —sin embargo, sentía que sus poderes espirituales iban mermando, como en aquella ocasión, eso significaba que estaría débil al momento de atacar el corazón de la criatura que había invadido las montañas, por lo tanto, tenían que darse prisa—. Corre más rápido.

    Sango seguía corriendo sin encontrar una salida, cuando un resplandor apareció en el cielo y algo muy pesado pasó junto a ella. Un camino se había abierto y, si no se equivocaba, se trataba del Meidou Zangetsuha.
    —Inuyasha y los demás están cerca —concluyó mientras miraba el camino abierto, pero antes de regresar con ellos, primero quería encontrar a su hermano, asegurarse de que estuviera bien.
    Así, jaló a Kirara en la dirección contraria y se internó nuevamente en la espesura. Al menos, ya sabía por donde encontrar la salida más rápida.

    Mientras su carrera continuaba, una criatura salió de entre los matorrales y comenzó a correr en la misma dirección que Kirara, con idéntica velocidad, pero desde su posición, Sango sólo consiguió ver su silueta, que era tanto o más grande que Kirara. A medida que se internaba en el bosque, notó que la criatura seguía el mismo camino que ellas y llegó a pensar que estaba siendo perseguida. Sujetó fuertemente a Hiraikotsu con una mano, por si surgía la necesidad de defenderse.
    El camino se vio bruscamente interrumpido por la base de un barranco, por el que ascendía un camino rocoso y empinado, rodeado de espinos, troncos y hiedra venenosa. Sólo entonces se dio cuenta de que el paisaje de la montaña había cambiado abruptamente por la imagen de un sitio inhóspito.

    —Entonces, todo lo demás fue una ilusión.

    La criatura saltó, dejando ver su silueta, iluminada por la pálida luz de la luna llena y subió sobre una puntiaguda roca de aquel camino. Comenzó a saltar en zigzag, escalando para llegar a lo más alto.

    Sango miró a la criatura con resolución.
    —Espera —dijo mientras instaba a Kirara para que también trepara por las rocas.

    Kirara puso las garras sobre el camino, lo estudió atentamente y comenzó a saltar por los mismos sitios que antes había pisado la otra criatura.

    —De prisa, Kirara, no dejes que se escape.

    Sango estaba segura de que aquella criatura sabía algo, no en vano la había venido siguiendo y parecía como si la estuviera invitando a seguirla. Claro que aquello podría ser también una trampa, pero la única manera de averiguarlo era aceptando la invitación, con todos los riesgos que esto implicaba.
    Se preguntó a sí misma qué estaba haciendo. Una voz interior le dijo que se estaba arriesgando en vano y que hubiera hecho mejor en espertar a sus amigos para que la ayudara, pero Sango ya no podía pensar claro e ignoró de plano aquella voz.

    Cuando llegaron a lo alto de aquel camino, la criatura ya bajaba por el otro lado. Sin necesidad de una orden, Kirara la persiguió, corriendo tan rápido como podía. En unos pocos segundos, estuvo justo detrás de la criatura y ésta se dio cuenta.
    Volteó y las miró con sus resplandecientes ojos rojos, antes de hacer un largo salto en zigzag y girar sobre sí misma, para así deshacerse de sus perseguidores. Pero Kirara no le dio tregua y practicó un salto similar, aunque no tan cerrado, intentando no perderle el rastro.
    La persecución se convirtió en una extraña carrera en zigzag, donde la criatura llevaba la delantera. Sango miró por un instante hacia el cielo y vio cómo la luna iba descendiendo lentamente, había tardado toda la noche en encontrar una salida a aquella trampa y sus amigos debían estar muy preocupados. Debía apresurarse.

    Sin estar muy segura de lo que hacía, lanzó el Hiraikotsu, que siguió con pasmosa perfección la trayectoria de la criatura, pero la perdió en el siguiente zigzag, Sango no se rindió y volvió a lanzar el arma, pero la criatura saltó hacia los secos árboles, utilizándolos para impulsarse y esquivar el ataque. La atacó una vez más y consiguió tirarla de los árboles, mas la criatura giró sobre sí misma, cayó de pie y continuó su apresurada carrera.
    La taijiya estaba extrañada, pues aquel extraño youkai no parecía tener intenciones de pelear con ella, ya que en cualquier momento podría haberse volteado y atacado con esos extraños movimientos, sin embargo, las ignoraba y continuaba. Eso sólo podía significar una cosa: la criatura tenía más prisa que ella.

    —¿Por cuánto tiempo me seguirás? —dijo una voz de macho.

    —Espérame —le exigió Sango.

    —No tengo tiempo para perderlo con sucios humanos y con mononokes que se alían a ellos.

    Sango frunció el ceño y obligó a Kirara a saltar hacia delante en línea recta, lo suficiente como para alcanzar a la criatura en medio de la arboleda.
    —¿Eres tú el que rapta a los niños y mujeres de las aldeas cercanas?

    La criatura le miró por unos instantes.
    —No sé nada de eso.

    —¿Tú vives en este bosque?

    —Por supuesto que no —y estiró la zancada—, mira a tu alrededor, no hay agua ni comida, no hay nada que pueda crecer y vivir aquí.

    —Pero pareces conocer el lugar —retrucó Sango con suspicacia, conocedora de la capacidad de los youkai de engañar a los desprevenidos.

    —Una vez mi manada pasó por aquí.

    —¿Eso significa que hay otros como tú?

    —Los había.

    Sango comenzó a mirar a su alrededor, para asegurarse de que no estaba siendo víctima de una emboscada, donde aquel youkai era la marca. Si no había comida, ella podía convertirse en comida y aquel ser parecía famélico.

    —¿A dónde me estás llevando?

    —A los colmillos de un monstruo despiadado ¿aún así me seguirás?

    La criatura saltó con violencia hacia ellas, derribando a Kirara y rompiéndole una pata. La gata chilló de dolor e inmediatamente comenzó a cambiar de forma. En ese corto instante, Sango pudo ver que aquella criatura se trataba de un Kitsune gigante, de pelaje dorado y patas oscuras.
    Cuando sango se recuperó del golpe, vio claramente cómo el youkai se alejaba. Claramente, no quería ser seguido, pero debió valerse de ella para escapar también de aquella trampa del bosque ¿Significaba eso que todos estaban buscando a la misma criatura?
    Sin embargo, ahora estaba perdida y con su mascota herida.

    —Debí haber regresado con los otros cando tenía oportunidad —murmuró mirando hacia atrás—, me pregunto si Inuyasha podrá encontrar mi rastro. Tal vez quieren que nos separemos para atacarnos con mayor facilidad, fui una tonta —no podía hacer nada, puesto que si pedía ayuda, alertaría a otras criaturas que pudieran encontrarse en los alrededores y se convertiría en la cena. Lo único que podía hacer era esperar alerta, par así defenderse, hasta la llegada de los demás.

    Pese a la insistencia de los demás, Inuyasha consiguió dejarlos a un lado y correr solo en libertad, en in intento de hallar más rápido el camino que los llevaría a Sango. Todavía no era capaz de sentir su olor, pero había decidido que, cuando la encontrara, la regañaría a más no poder, por haberlos dejado atrás y tan preocupados.
    Comenzó a subir por un empinado camino en la montaña, cuando vio un resplandor plateado que llamó su atención y, sin pensarlo, comenzó a seguirlo. A medida que se acercaba, pudo notar que tenía forma humana, pero carecía de esencia propia y no despedía ningún olor ¿podría tratarse de una mera ilusión?
    Cuando llegó a lo más alto, se sorprendió de ver a Kikyou. Se restregó los ojos y miró con más cuidado ¿Acaso se estaba volviendo loco? ¡Ella ya no estaba! Pero estaba.
    La miko volteó a mirarlo impasible por un momento y luego, continuó su camino.

    —E-espera Kikyou —intentó detenerla— ¿A dónde vas?

    Ella lo miró una vez más antes de continuar por un camino que bajaba de manera abrupta. Inuyasha se apresuró a seguirla, pero apenas logró detenerse a tiempo para evitar caer por un barranco, que terminaba en un profundo valle lleno de rocas puntiagudas.

    —¿Kikyou? ¿Por qué me trajiste aquí? —y la buscó en todas direcciones— ¿Kikyou? —pero no pudo verla en ningún sitio, como si se hubiera desvanecido en el aire una vez más.

    De pronto, la tierra debajo de sus pies cedió y él cayó hacia abajo. Se sujetó con ambas garras, evitando así caer por la empinada ladera. Sus pies buscaron apoyo y lo encontraron en un borde muy angosto que sobresalía, pero aquella roca era dura y resbalosa.
    De pronto, un viento sopló y los olores mezclados que traía consigo, invadieron su nariz.
    Clavó fuertemente las garras en las rocas y dio un salto que le permitió llegar a la cima. Cayó rodando camino abajo, llenándose de polvo, se levantó y corrió apresurado hasta el sitio en donde había dejado a sus amigos.

    —¡Kagome! ¡Miroku! —les llamó mientras aún corría—. Encontré el rastro de Sango, está muy cerca de aquí, hay que darnos prisa.

    Ellos no esperaron un instante pera ir hacia él.
    Sea lo que fuera que se les hubiera aparecido antes del alba, le había ayudado a encontrar el camino correcto y, aunque estaba sumamente agradecido, no había tiempo que perder.

    Miroku y Kagome miraron asustados y sorprendidos aquel barranco.

    —No se acerquen al borde —les advirtió Inuyasha—, es muy inestable.

    —¿Qué hacemos ahora?

    —Tendrán que subir ambos a mi espalda, tenemos que bajar por ahí.

    —Inuyasha, sería una larga caída —le advirtió Miroku.

    Se aseguró de que se hubieran sujetado e, ignorando por completo la advertencia, saltó al vacío.
     
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