~Canto bajo la luna~

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Amara Silberschatz, 28 Agosto 2011.

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    Amara Silberschatz

    Amara Silberschatz Usuario común

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    ~Canto bajo la luna~
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    2
     
    Palabras:
    718
    Asdf, asdf.

    Resumen:

    ¿Alguna vez pensaste que tu vida era dura? Sí crees eso te invito a probarte mis zapatos, pues aunque parezca que tengo una buena vida es sólo apariencia. Dinero, "amor", lujos, "belleza", inteligencia y "talento", ¿todo eso para qué?

    Pueden llamarme Michelle Baena, eso claro de 6:00am a 5:00pm, pues luego de ahí ya no tendré un nombre...
    tan sólo una melodía: "Aika".

    ~Canto bajo la luna~

    Prólogo

    Mi nombre es Michelle Baena. Tengo el cabello rubio, piel de porcelana y ojos celestes. Soy de poca estatura, mi personalidad no es algo a cuestionar. Mis amigos dicen que soy demasiado ingenua, algunas veces altanera, pero que eso es porque soy un poco caprichosa, además me catalogan de muy dulce e infantil. Lo último se debe a que tengo un cuerpo algo aniñado, creo. Puesto que soy muy delgada, mis pechos pequeños y mis caderas apenas pronunciadas, como olvidar mi cintura diminuta. Casi lo olvido, tengo quince años y ando próxima a cumplir los dieciséis.

    Mi mamá, en sus tiempos de gloria, fue una gran pianista que, a tal punto, que a pesar de su muerte, sigue haciendo que sus canciones afloren en los recuerdos de la gente. Desde su muerte noto a mi padre frío y distante, por no decir que parece odiarme. Además de que creo que intenta matarme de inanición, ya que no me permite comer lo debido, pues a sus ojos estoy gorda. ¡Y yo creyendo que me iba a desaparecer! Hem, como decía, mi padre no sólo me desprecia a mí, sino que ha intentado impedir en varias ocasiones que mi abuelo me enseñe a tocar piano.

    Según dice mi “tutor”, yo estoy perfectamente bien. Es más, me ha dicho que me veo muy jalada, eso no me agrada en los más mínimo, sin embargo no soy capaz de llevarle la contraria a mi progenitor.

    Algunas veces tengo que ir a calmar mi hambre a casa de Daniel, sino a donde Kari. Aunque regrese feliz de sus casa, y con mi estómago lleno, no puedo hacerlo muy seguido.

    Al pasar los días me he ido dando cuenta de que el odio de mi padre no tiene razón aparente, eso me desanima. Ya no sé qué hacer si todo sigue así; cada segundo puede ser último, cada día me siento más y más distanciada de mis sueños. Los minutos muertos me sonríen en la cara, los que vienen llegan burlándose de mi mala suerte, aun así doy pelea.

    Mi sueño es convertirme en una gran pianista, pero no puedo porque eso implica desafiar a mi padre y no tengo valor suficiente para eso. Así que decidí hacerlo a escondidas, por supuesto con ayuda de Kari, liberarme de mi progenitor será todo un desafío, más cuando me dé cuenta que tengo mi propio “perro guardián”, después verán a lo que me refiero.

    Mi querida Kari es especialista en destrozar cosas, adicta a las fiestas, fan del licor (que la pone en lo que yo denominé modo “arroz”), demasiado ingenua y despistada, a pesar de su cuerpo sugerente, según mis compañeros. Realmente no le veo futuro como empresaria y tampoco como ama de casa, no es muy hábil en lo que respecta a trabajos manuales. Pero tiene un buen sentido de la moda, además de una belleza envidiable. Tal vez ella termine siendo modelo o diseñadora.

    En fin, mi vida es algo monótona. Exceptuando las clases, que cambian cada semana, nunca se sabe qué materia habrá cada día. Para no aburrirlos más, porque, como se deben de haber dado cuenta no soy buena con las palabras, pero sin duda aún quedan muchas que decir.

    pd: Advertencia: capítulos de 10 hojas de word aproximadamente. Además de que publicaré cada mes y medio o dos meses, según pueda ir sacando los capítulos de este drama.


     
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    Flamakun

    Flamakun Entusiasta

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    Me encanta, no daré detalles técnicos porque no soy quien para darlos xD, por eso me iré a los comentarios sobre la historia directamente. Me pareció algo conmovedor, aunque su padre es muy cruel por el hecho de descargarse con ella luego de la muerte de su esposa, aún así no puedo decir demasiado por ser un capitulo cortito pero, me gusto mucho y por eso espero con ansias la continuación ^^ Saludos y avísame cuando lo continúes ;D
     
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    Amara Silberschatz

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    ~Canto bajo la luna~
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    Drama
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    2
     
    Palabras:
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    Capítulo 1

    Abrí los ojos ese día, como todos los otros, con pocas ganas de levantarme y más aún porque era sábado. Pero era mi deber, tengo que ir a las clases que me paga mi padre. Así que, con todo el dolor de mi alma, me levanté de la cama y me di un baño. Al salir me sequé, me puse un vestido fino de seda de color blanco, unos zapatos de muñeca del mismo color y me dejé el cabello suelto.

    Me dirigí a un espejo, a ver que tal me veía, y me topé con la sorpresa de que había adelgazado unos 2 kilos. Me sentí del asco, si esto seguía así pronto parecería una anoréxica. Tengo que aceptarlo, mi cuerpo es bonito a como es y no tengo porque andar bajando peso. Pero, según mi padre, estoy gorda y no es mi culpa tener curvas.

    Desenredé mi cabello con mis manos y despedía un olor delicioso; adoro mi cabello porque es tan largo, completamente lacio y muy alborotado con flequillo, pero muy suave. Además, su color miel no tiene nada que envidiarle a otros colores. Aunque mi padre seguía con la idea fija de que las rubias son tontas.

    Estuve viéndome en el espejo un largo rato, pero con mirarme no iba a arreglar nada. Así que me decidí alejarme del espejo, pero no sin darle una miradita a mis ojos… un par de gotas de agua, celestes y puras.

    Salí de mi cuarto, bajé las escaleras y al llegar a la cocina me encontré con mi padre, para mi mala suerte. Quise ocultar mi mueca de desagrado y sonreír, pero aún me encontraba medio dormida y no pude hacerlo.

    —Te ves pálida —se quejó y luego le dio una mordida a su pan.

    —Perdona, trataré de recibir algunas de mis clases al aire libre.

    Mi padre es un pelinegro, su piel es morena y es alto y fornido. Además, es un gran empresario y se preocupa mucho por las apariencias, he de decir que odio eso. Pero no hay nada que pueda hacer para cambiarlo.

    Él bebió un sorbo de café, luego se frotó el puente de la nariz y me dirigió una mirada fría, la cual era mucho más gélida gracias al color azul tan frívolo que poseen sus ojos.

    —Te he dicho muchas veces que uses tacones —reprendió él.

    —Disculpe, pero…

    —No hay pero que valga.

    No quise continuar discutiendo con él, no me convenía. Así que me senté a tomar el desayuno en silencio.

    Luego de un rato mi padre se fue, a su trabajo, y yo me quedé ahí. Más por inercia que por hambre, puesto que ahora mi desayuno era un vaso de jugo de frutas, una tostada y una fruta. Todo para que me viera perfecta en mi dieciseisavo cumpleaños, aunque no me importa en lo más mínimo.

    Una temporada de silencio se adueño de la casa, ya me había comenzado a acostumbrar y es que eso era así desde la muerte de mi madre. En esta casa ya no había música, ni cantos y tampoco alegría. Todo, absolutamente todo, permanecía en un silencio frívolo. Ya ni los pájaros se dignan a aparecer en las mañanas a alegrarme.

    De repente el sonido agudo del timbre retumbo por toda la casa bacía y, con pocas ganas, me levanté de la mesa, dejé los platos en el fregadero y fui a abrir la puerta, seguramente, al otro lado estaría mi abuelo.

    —Michelle, cariño —dijo mi abuelo y me dio un gran abrazo.

    Él es un señor algo mayor, tiene sesenta y cinco años. Es un gran músico, fue el maestro de mi madre y es el mío. Tiene unos ojos celestes como los míos, cabellos rubios, piel pálida y pecosa. Es bajito, pero muy delgado y es muy amable.

    Luego del largo abrazo, nos dirigimos a la segunda planta. Ahí se encuentra la habitación donde se guardan los instrumentos; tomé asiento en el piano.

    Comencé a tocar algunas notas, más sin sentido que con algún ritmo. Comencé a recitar una canción, pero la dije con una voz tan aguda y dulce que sólo yo sabía lo que decía:

    “If being alone is a punishment,
    Then is has made me hurt.
    If repenting would bring you back
    I would to do it a thousand times.
    But you’re dead…
    If the moon were you voice,
    If the stars were your song,
    If the night were your love,
    And the watchman could ease my pain…”

    Suficiente —ordenó mi maestro de cabellos dorados y faz marcada por los años.

    Yo sólo asentí con la cabeza y paré de tocar la melodía; pasé un largo rato llevando las clases de piano, sin progreso alguno. De todas las clases que llevo, piano y canto son las únicas que me gustan. Las otras son unas idioteces… modales, ética, danza, matemáticas, biología, física mate, costura, estudios sociales, dibujo… muchas, pero muchas más, aunque literatura no es tan mala. Quizás porque mi madre me leía muchas novelas y poemas cuando era más chica.

    El sábado ya casi concluía, la noche se quería apoderar del cielo. Sentí un impulso fuerte de querer salir, mas sabía bien que no podía. Intenté pensar en otra cosa, mas no conseguí nada. Así que decidí irme a la cama y echarme a dormir.

    Abrí los ojos con mucha pereza, porque es más temprano que ayer. A pesar de que los domingos no hay clases, siempre me tengo que levantar temprano.

    Me bañé, me vestí con un vestido de color verde clarito de tirantes (muy veraniego) y unas sandalias verdecitas sin tacón, dejé mi cabello suelto y até mi fleco con una prensa en forma de flor con pequeñas incrustaciones de jade, cuyo color verde combina de maravilla con el atuendo.

    Después bajé y desayuné; hoy mi padre no estuvo presente en el desayuno, gracias a Dios, pero… siempre se sentía su esencia por toda la casa, es que su frialdad ya se había apoderado de todo el sitio.

    Desayuné lo de siempre: una tostada, un vaso de jugo y fruta como postre. Y, he de recalcar, que era la única comida que hacía al día. Porque dentro de unos días sería mi cumpleaños, casi un mes para ser exacta.

    El domingo fue muy aburrido, no hice nada más que estar encerrada en mi cuarto. Aparentando ser perfecta, como mi padre quiere.

    Ya casi acaba el día, que se supone es de descanso, aunque a nadie le gustan los lunes. Yo me siento con unas grandes ansias de que llegue mañana, para poder escapar un rato de esta vida de adorno de la casa y juntarme con mis amigos del liceo.

    Me fui a recostar en la cama, miré un rato el techo. Sentí ganas de tocar el piano, mas sabía que mi padre me lo había prohibido. El piano sólo podía tocarse durante las lecciones, si alguien oía la dulce melodía de mi instrumento favorito. Podía irme cavando mi propia tumba y yo no quería eso.

    Cerré los ojos y froté ligeramente mi vientre, el cual gruñó apenas sintió el roce de mis manos; fruncí el seño. Seguidamente, la debilidad se comenzó a apoderar de mi cuerpo hasta que terminé cayendo presa de las garras de Morfeo.

    El lunes comenzó como siempre, me retorcí sobre la cama y luego me erguí sobre ella. Froté mis ojos con el dorso de mis manos y me fui a darme una mirada en el espejo, ya me veía un poco más calada. Sentía asco conmigo misma por dejar que hicieran algo como esto conmigo.

    Luego de quedarme ahí, matando tiempo, me fui a dar un baño. Salí y me sequé todo el cuerpo con una toalla blanca, me dirigí al armario y busqué mi uniforme de colegio. El cual consta de una falda negra de paletones, una camisa blanca media manga (de las típicas de colegio), zapatos de muñeca negros y medias largas de color blanco.

    Una vez mudada me paré frente al espejo e intenté atarme el fleco, pero no dio un buen resultado provocando que todo el fleco me cayera en la cara. Así que tuve que dejarlo así, porque ya era algo tarde.

    Bajé y desayuné, lo de siempre. Ya ni me daban ganas de desayunar; me cepillé los dientes, cogí mi mochila, negra con morado, y salí a subirme a la limosina negra.

    —Buenos días, Señorita —saludó el joven de tez blanca, ojos color miel, ni gordo ni flaco, alto y de cabellos negros con unos veinticinco años.

    —Buenos días —respondí con una sonrisa y noté como uno de los sirvientes me abría la puerta.

    —Pase señorita —pidió de forma amable el otro muchacho, cuyos ojos eran negros al igual que su cabello y su piel era blanca, alto y delgado de unos veintiocho años.

    —Gracias Kevin —dije y me introduje en auto.

    Una vez dentro el chofer arrancó, no mediamos palabra durante el camino. Él es muy serio, así que no le agrada mucho llevar a una chiquilla a todas partes, o al menos a las que asisto con permiso. A las demás, que voy a escondidas, voy a pie como cualquier persona normal.

    Luego de unos quince minutos el conductor ingresó al instituto y me dejó ahí, luego se marchó; yo di un bostezo y me dirigí al aula número veinte para recibir mis lecciones de matemáticas.

    Entré al salón y, en menos de dos segundos, muchas miradas llenas de odio y envidia se posaron sobre mí. Yo les resté importancia y me fui a sentar al lado de mi amiga Kari Slim.

    —Hola Michelle —me saludó la pelirroja de ojos verdes, alta y muy voluptuosa, que se veía muy entusiasmada.

    —Hola Kari —saludé y me senté a su lado, luego le regalé una sonrisa.

    —¿Cómo estuvo el fin de semana? —consultó la muchacha de piel muy blanca y algo pecosa mientras se levantó de su asiento.

    —Aburrido —musité y solté un bostezo— y ¿el tuyo?

    —Divertido, alistando todo para mi fiesta —contestó y comenzó a dar algunos saltitos de alegría, provocando que su falda se levantara un poco y más de un pervertido de los del salón mirara.

    —No hagas eso.

    —¿Por qué? —expresó hastiada y ahora colocó sus manos sobre mi pupitre para hacerme una cara de reclamo.

    —Tu falda.

    —Mi falda… ¿qué? —preguntó ella y agachó la cabeza, cuando lo hizo su cabello rojizo cayó por toda la mesa.

    —Se levanta con tus brincos.

    La pelirroja se apenó y se sentó calladita en su silla, ante su acción yo reí.

    —Idiota —susurró.

    Yo nada más le dije lo dramática que era; de repente llegó el querido profesor de matemáticas. Un morocho de ojos azules y cabello negro, alto y fornido de unos veintiséis años.

    —Buenos días alumnos —anunció el profesor.

    —Buenos días profesor —dijeron las chicas de la clase embobadas por él, todas menos Kari y yo.

    —Como si tuvieran algo de buenos —cuchichearon los barones de la clase.

    Kari y yo nos quedamos en silencio, nosotras no somos tan tontas e ingenuas como las otras, que creen que algún día el profesor se fijará en alguna de ellas; por otro lado, he notado como se le van los ojos viendo a Kari.

    El profesor se dio un gran gusto escribiendo en la pizarra, escribió una cantidad descomunal de operaciones y ecuaciones. Y, para colmo, cuando terminó de escribirlas nos pasó a Kari y a mí ha hacerlas todas.

    En un transcurso de unos cuarenta minutos ya habíamos terminado, pero mi amiga pelirroja falló una de las ecuaciones y le tocó quedarse castigada, por eso algunas chicas le hicieron mala cara.

    —Nos vemos a la hora de almuerzo —sentenció el profesor a la pelirroja que venía a mi lado.

    —Sí —respondió de mala gana ella.

    Él soltó una tos fingida, seguramente, en busca de respeto.

    —Sí, señor —vociferó ahora, pero con tono militar, ante su acción tuve que reprimir una pequeña risa que quiso escapar de mis labios.

    Nos largamos de ese salón y nos dirigimos al de biología. Nos sentamos otra vez una al lado de la otra y charlamos sobre cosas tontas, entre ellas que el profesor de mate está loquito por ella y cada vez que dije algo así ella se sonrojó y negó cada acusación. Yo me limité a reírme suavemente en varias ocasiones.

    Luego de unos diez minutos de nuestra amena charla. Llegó el instructor de biología, al cual todos recibimos con una ovación. A eso tipo lo queríamos todos, su nombre es: Antonio Villareal. Tez bronceada, ojos marrones y cabellos castaños, es alto y delgado.

    —Profe —dijimos casi todos, menos los chicos más serios.

    —¿Cómo han estado? —preguntó el castaño educador.

    Entonces el ruido se apoderó del salón, algunos dijeron que bien y otros que mal. Algunos no respondieron, otros susurraron que aburrido y luego del bullicio el profesor nos ordenó que nos sentáramos.

    Cuando todos estuvimos sentados el profesor comenzó a dar las clases, las clases eran lindas e interesantes. Porque el profesor explica de un manera tan sencilla que cualquiera entiende, sino ni me molestaría en venir. Aunque siempre lo buscan a uno y lo hacen llevado a rastras a la clase.

    Para cuando me di cuenta las clases ya habían terminado; Kari y yo dirigíamos al comedor, como predije, ella pensó en fugarse del castigo. Pero el instructor de mate fue más listo.

    —Kari —tosió de forma fingida— el castigo la espera.

    —Pero… —renegó ella.

    —No hay pero que valga…

    —No sea malo profe Gabriel.

    Como deben de saber… “Pelea que no es mía ni aunque me meta mi tía”. Así que jalé de ahí, no es que sea mala amiga. Es sólo que, si ponía algún pero en nombre de mi amiga pelirroja él me iba castigar a mí también.

    Me dirigí a la cafetería, cogí un plato y me serví un poco de comida. En momentos como este agradezco venir a una escuela para gente pudiente, ya que podía escoger el tipo de comida que más me apeteciera; escogí un poco de arroz con camarones y un vaso de coca cola.

    Busqué una mesa en la cual sentarme a almorzar, pero… ¡Adivinen! No había ni una; maldije por lo bajo.

    Empecé mi travesía, con la bajilla y el baso en las manos; primero me dirigí al jardín y busqué una sombra de un árbol para ir a almorzar. Cuando la encontré me fui a echar; tenía una hora para comer y no había nadie con quien hablar, este día sería largo… muy, muy, largo.

    Cuando terminé de comer decidí quedarme un rato ahí, descansando. Por un momento olvidé quién era yo, mi apellido, a mi padre, a todo el dinero que posee mi familia. Olvidé todo y quise no recordarlo nunca más.

    —Niña, quítate que estorbas —dijo un voz que provenía desde arriba.

    —¿Qué?

    —Ahora eres sorda —bufó él tipo, que no me digné ni a ver.

    No le contesté, sólo lo ignoré y él se marchó. Al cabo de unos minutos regresó con cara de malos amigos.

    —Lárgate —ordenó con superioridad.

    —Muéveme, si puedes.

    Acercó su mano a mi cuello e intentó tomarlo entre sus manos, pero alguien a sus espaldas le dio un golpe y lo dejó tirado en el pasto.

    —Eres una chica temeraria —halagó el muchacho que me había defendido unos minutos antes.

    —Quizás.

    Cuando alcé la mirada me topé con alguien que no esperé ver, un chico de los más populares.

    —¿Cuál es tu nombre? —preguntó el castaño de piel trigueña y ojos color miel.

    —Estoy obligada a decirlo, ¿verdad?

    —Sí —vociferó aún de pie, lo cual me hacía sentir más chata, puesto que él era alto y delgado, por lo que asimilaba ser un poste vestido de colegial.

    —Michelle.

    —Lindo nombre, yo soy Abraham.

    Que parte de: “No me interesas”, no había entendido ese chico. Es decir, ¿para qué rayos me dijo su nombre?, que me acuerde no se lo pregunté; noté que tenía todas las intenciones de quedarse y esa idea no me agradó mucho. Por lo que recurrí a una estrategia de alejamiento.

    —¿Estás…? —trató de preguntar, pero lo interrumpí.

    —Disculpa, tengo que ir a buscar a mi amiga Kari.

    Apenas dije eso me levanté y me fui, su compañía no me es grata. Quizás para las demás chicas del colegio sí, pero a mí no me causó ninguno efecto “raro”.

    Pasé un largo rato buscando a mi amiga de cabellos rojizos, mas no la encontré e inicié a sospechar que algo andaba mal. No sé como, pero tenía algún tipo de mal presentimiento merodeando mi cabeza.

    Los pensamientos se adueñaron de mi cabeza: “Y ¿si ella hace alguna idiotez?, ¿si se le ocurre…? ¡Ay no, ni dios lo quiera!”; al cabo de unos tres segundos la paranoia me había cegado. A tal punto que casi corría de pasillo en pasillo buscando a Kari, pero la desgraciada no se dignó a aparecer.

    La hora de almuerzo llegó a su final y nada que me encontré a la pelirroja. Así que, ya resignada, me dirigí al salón de música. Cuando llegué me tope con la típica noticia de que el institutor no se encontraba ahí y teníamos que darnos la tarea de ir a buscarlo.

    Pasamos un largo rato buscando al profesor, todos los del grupo íbamos en molote. Pero este no aparecía, luego me recordé que desde que el maestro de matemáticas se llevó a Kari tampoco la he visto.

    Ya casi iba a finalizar la clase y nosotros nada que encontrábamos al “viejo loco” alias el instructor de música. Aunque luego de un rato lo encontramos, lo raro no fue encontrárnoslo al lado de la fuente con su guitarra. Sino ver a una pelirroja, alta y de cuerpo voluptuoso. Cuyos ojos verdes resaltaron como dos esmeraldas, su piel blanca hacía un raro contraste con el uniforme, igual al mío, que porta. Porque lo usa un poco más cortito que las demás chicas.

    Maldije por lo bajo, esa chica sólo podía ser Kari. Nadie más en todo el colegio podría parecerse a ella, además nos saludó extrovertidamente con su mano y, en ese preciso instante, mis ganas de matarla se multiplicaron por cien.

    Me acerqué a ella con una cara muy amable, que ocultó por completo mis intenciones. Ya que cuando llegué y la abracé… le di un fiero jalón de greñas, que hasta soltó un alarido y al escuchar su aullido de dolor me solté a reírme.

    —Maldita sea, —masculló ella— ¿ahora qué te hice?

    No dije nada, pero le dirigí una mirada que lo decía todo. Algo así como: “¿Todavía te atreves a preguntar?”.

    Olvidando por un rato mi resiente “reencuentro cariñoso” con Kari, el Profesor Maximiliano (Max) pasó lista. Él es alto, entrado en sus años y muy canoso, tiene ojos verdes claros y una cara marcada por los años. Es medio loco de ahí su apodo, pero todos lo queremos mucho.

    Como llegamos tan tarde el “viejo loco” no nos dio clases, pero eso no quería decir que nuestra jornada había terminado. Seguían las clases de francés, las que más odio.

    Al llegar nos recibió una señora de ojos cafés, cabello corto teñido de color rojo y enanita. Algo gordita, con una cara de regañona (que no era solo cara, sino que era su personalidad).

    Las clases fueron las más lentas de toda mi vida, parecían no acabar. Esa vieja, digo señora… sí, eso es señora. Habló y habló como si tuviera un casete dentro de su boca y, lo peor, es que con lo feo que suena el francés y el sueño que me andaba comencé a cabecear.

    Lo siguiente que recuerdo fue que alguien me zarandeó para despertarme y, como seguía medio dormida, me dieron ganas de decirle hasta de lo que se iba a morir. Pero cuando abrí los ojos y miré quien era la persona que me zarandeó, casi muero del susto… “¡La profesora!” grité mentalmente.

    La vieja amargada comenzó a darme un sermón, que casi me hace dormirme se nuevo; la clase terminó y me dirigí a la biblioteca, bueno no. Me fui a para las canchas de fútbol y senté en la gradería a hacerle apoyo moral a mi mejor amigo. Es un castaño de ojos grises, piel trigueña y sonrisa encantadora. Alto, ni gordo ni flaco y muy veloz. Es el mejor delantero y el goleador estrella, lo que quiere decir: “el chico que quieren todas las chicas”.

    Al rato Dany, mi mejor amigo, llegó y se trepó hasta donde yo me encuentro, me dio un beso en la mejilla casi los labios y un abrazo. Después tuvo que regresar a entrenar, claro está que no por voluntad propia.

    —Date prisa Daniel —gritó el entrenador.

    Era un hombre bajito, moreno y de ojos cafés, cabellos negros. Muy estricto, de los tipos que dan miedo con solo mirarlos.

    —Ya voy —respondió con voz bien enérgica Dany.

    Al llegar se juntó con otro chico, un trigueño de ojos azules y cabellos rubios claros. Alto y flaco, con el que parecía hablar.

    El partido de entrenamiento inició y Daniel anotó un gol en muy poco tiempo, todas las chicas de la gradería gritaron como locas. Yo, al notar su mirada, sólo le sonreí y él entendió que esa era mi forma de felicitarlo.

    Al finalizar el partido el equipo en el que mi amigo jugó, fue el ganador. Todas las chicas corrieron a los camerinos y se abultaron en la salida. Así cuando los chicos comenzaron a salir ellas aprovecharon y les pidieron autógrafos y toda esa clase de idioteces.

    Cuando mi amigo salió la manada de tontas se le tiraron encima y, cuando vi su cara de disgusto, una ligera sonrisa se dibujó en mi cara. Pero desapareció al notar que me había dado un beso en los labios y alegando que era su novia, lo que hizo que todas las chicas me miraran con odio y yo le dirigiera una mirada sádica a él.

    —No te pongas así —se quejó él.

    —Claro, claro… —dije y le regalé una sonrisa.

    —Te ves más linda cuando sonríes —susurró y me tocó una mejilla.

    Lo que él no sabía es que detrás de cada sonrisa amable hay una malvada hazaña, pero de eso se daría cuenta pronto.

    —Vayámonos —ofreció el castaño y yo accedí como una niña tierna y sumisa.

    Nos dirigimos a la salida del liceo y, apenas pusimos un pie afuera, él me abrazó por la cintura. Así gané más miradas de odio patrocinadas por sus fans maniáticas, pero ya me las cobraría —una sonrisa malévola se posó en su rostro—.

    —Michelle —oí un grito a mis espaldas.

    —Kari —susurré y Dany me escucho, pero pensándolo bien ¿¡Cómo no me iba a escuchar si estaba casi encima mío!?— ¿Qué quieres? —opté por responder.

    —Espérame un momento —chilló a lo lejos.

    Le hice una seña al mi castaño acosador (por así decirle) y él accedió, esperamos a la pelirroja un rato y cuando llegó, se veía toda agitada.

    —¡No puede ser! —vociferó asombrada e idiotizada— es… es… es.. ¡Daniel Cepeda!

    En ese momento sentí ganas de darle un golpe y bajarla de esa nube. Pero luego pensé: “¿por qué quedarme con las ganas?”; me acerqué a ella, aún siendo sujetada por Dany, y le di un fuerte porrazo por su cabeza con mi mano.

    Ella me miró con cierto odio, se le pasaría luego, y dany me sonrío. Lo que me hizo recordarme que él aún me debía algo.

    Seguimos nuestro camino, íbamos a la pizza hut, pero ahora mi amiga pelirroja también nos acompañaba. A los veinte minutos de caminar ya habíamos llegado a la pizzería, buscamos una mesa y nos sentamos.

    Nos tocó esperar unos diez minutos para que llegaran a atendernos y todo es tiempo me toco “pedirle amablemente” a Dany que me soltara. Pero no como no quiso, pensé en aumentar el nivel de mi castigo y así lo hice. Cuando me las cobrara se iba a arrepentir de estarme usando como su boleto para deshacerse de las chicas.

    El mesero llegó y entre todos decidimos pedir una pizza de jamón y queso grande, para que alcanzara para todo el equipo de fútbol y nosotros. Además de una coca cola grande; pasados unos veinte minutos de “amena charla” llegó el mesero con la pizza y las bebidas.

    Duramos una media hora devorándonos la comida, entre bromas y charlatanerías. Aunque no faltó que algún incómodo o incómoda se quejara de nuestro escándalo, pero nadie nos dijo nada porque con sólo oír el apellido de Kari o de cualquiera de nosotros, o fijarse en nuestro uniforme, se deban cuenta de que nuestras familias eran “muy pudientes” (por así decirlo).

    Después de la travesía y todo el rato perdido haciendo cosas poco inteligentes, Dany se ofreció a llevarme a mi casa y esa clase de cosas no se rechazan, además andaba aquí sin permiso, si mi padre me veía llegar cerca de alguno de los más pudientes no me reclamaría. Puesto que eso lo beneficia a él, aunque es mi amigo no por su dinero o por ser popular sino porque me importa mucho.

    Daniel decidió que era muy tarde y que deberíamos irnos, yo no me opuse. Él se acercó y me tendió la mano. En ese momento aproveché para desquitarme todas las del día, le jalé la mano pero él ni se movió. Eso provocó que frunciera el seño y me levantara como si ni le conociera, ¿por qué rayos tenía que ser tan fuerte?

    Salí del restaurante muy enojada, no entendía cómo había hecho para no descuidarse ni un segundo; al salir del restaurante me encontré con un convertible negro y luego sentí como me pasó las manos alrededor de la cintura y me dio un beso en la mejilla.

    —Vamos, era lógico que intentarías vengarte —sonrió de forma burlona Daniel.

    —¿En serio? —cuestioné y él sólo asintió con la cabeza—. Lo obligué a que me soltara, pero él no quería y en medio del berrinche que le armé, algunos de que pasaban por ahí, se nos quedaron viendo.

    —¿Aún quieres venganza? —se animó a decir él.

    Era obvio que sí, para qué se molestó en preguntar; me di media vuelta comencé a caminar calle arriba y él me tomo de la muñeca para detenerme y, en ese instante, el flash de miles de cámaras se vio por todo el lugar.

    —Tú —dijo con cierto enojo.

    —A mí no me culpes de que nos sigan, amor.

    pd: Advertí que es un drama, así que veanme en el mi género natural :3

    gracias por leer Flame-san *-*
     
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  4.  
    Flamakun

    Flamakun Entusiasta

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    o.o Esto me esta dejando muy interesado, esta muy bien la historia. Ese Daniel es un... como decirlo ¿Acosador muy bien preparado? xD Bueno pero me esta gustando (Quedarse dormido en clases, me recuerda a mi en las clases de Lenguaje e Historia o.o) Bueno, espero que lo continúes y obviamente quiero que me envíes la conti, yo seré siempre tu fiel lector ^^ Saludos.

    PD: La pequeña parte de la canción ¿La letra la hiciste tu? O ¿La sacaste de alguna canción original?
     
  5.  
    Amara Silberschatz

    Amara Silberschatz Usuario común

    Cáncer
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    Escritora
    Buenas, pues la letra la hice yo. Por eso si hay errores o algo, por favor, avísame :3

    Te recuerdo que el drama se me da muy bine, pero en este casoel drama que trato de desarrollar se me está tornando algo difícil. Pues no es el típico realismo aburrido, monónotono y sin gracia, que viven mis protagonistas. Sino un que requiere esfuerzo y optimosmo, pues la protagonista ni es amargada ni "cerrada", así que es algo difícil de desarrolar e,e
     
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