Conjunto de 5 drabbles, basados en canciones de la cantante Aurora Asknes y de los libros de Canción de Hielo y Fuego/serie Game of Thrones. Sansa Se miró al espejo y sonrió débilmente mientras arreglaba su largo y suave cabello. Tenía las mejillas rojas como dos manzanas maduras y sus ojos brillaban de una peculiar manera nunca antes vista en ella. Con cada movimiento de su mano la seda de su vestido crujía con suavidad. Era tan preciosa, tan esbelta, tan pura, tan inocente y tan tonta. Su habitación tenía una magnífica vista al océano; en el horizonte se perdían los colores y los barcos y el cielo era una obra de arte. Sansa lo contemplaba para luego volver la vista hacia el espejo. Él llegaría en cualquier momento, él la estaba buscando y deseaba verla. Ella estaría lista para él. El joven león era todo lo que Sansa había soñado, un heredero, un príncipe; el futuro gran caballero de Roca Casterly. Había esperado por él largo tiempo, desde muy pequeña, encerrada en su fría habitación de Invernalia. Y ahora, todos sus sueños se cumplirían. Conquistó su corazón con una mirada y ella esperaba conquistar el suyo con dulces besos y palabras de aliento. Detrás de ella la puerta crujió. Sansa se dio media vuelta y lo vio parado frente a ella. Sus ojos se encontraron, pero en la mirada de Joffrey ella divisó la frialdad y el poco interés. El joven príncipe avanzó hacia ella y murmuró que la habitación era asquerosa; su boca torcida en una vil mueca. La indiferencia la golpeó como una bofetada. Fue el primer golpe pero no el último. Y Sansa descubrió que Joffrey jamás se interesaría por ella, ni la seguiría para unirse en sagrado matrimonio ante los siete. Veía la farsa y en su interior algo se rompió con lentitud, como una mariposa con un ala rota. Sonrió mostrando sus dientes, ignorando las crueles palabras. Sabía la verdad, pero no estaba dispuesta a aceptarla. No ahora, no en ese momento. Desde esa mañana, Sansa fingió con maestría, aunque la realidad era otra, y ella se sentía de todo menos viva pero igual se lo decía a sí misma. “Me siento viva”.
Osha/Rickon Su estridente risa era un consuelo. Osha sonrió mientras veía a Rickon jugar con Peludo. El lobo gruñía y movía la cola mientras el pequeño lo picaba con un palo. Se veían tan felices pero a la vez tan maltrechos. ¿Quién diría que debajo de toda aquella suciedad Rickon era un príncipe del Norte? Nadie. Y mejor así, se decía repetidas veces la mujer salvaje. Estaban huyendo, manteniéndose a salvo, sobreviviendo; no había tiempo y menos valor para presentarlo como quien era en verdad. La paranoia y el instinto eran sus únicos amigos. En las noches despertaba con miedo, sintiéndose apresada, violada, observada. Osha conocía los misterios del bosque y del invierno, poseía el conocimiento de los nacidos libres, pero no tenía idea del corazón de los hombres del verano. Y desconfiaba, desconfiaba terriblemente. Sobre todo luego de ver tantas traiciones y sangre. Estaba angustiada. Y quería escapar, pero no podía. Había un calor que la atraía a los Stark. No podía negarlo, era una especie de poder místico, cálido como el abrigo de un arciano en plena noche estrellada. Rickon crecía feliz a su lado. Osha era como su madre; la escuchaba y ella enseñaba al pequeño lo que sabía o lo que podía, y Peludo no podía faltar; era su guardián, negro y oscuro. Cazaba las mejores presas, aullaba ante cualquier peligro y permanecía atento. Entre árboles y nieve vivían y, algunas veces, corrían. Estaban tratando de encontrar un lugar lleno de paz, donde pudieran al fin descansar, alejarse de la corrupción y la maldad. Todavía no llegaban a ese sitio, ni siquiera sabían con exactitud a dónde se dirigían. Lo que sí Osha tenía en claro es que seguirían juntos, como una manada.
Jon Snow Los susurros no lo dejaban descansar. Se arañaba o al menos eso creía, tratando de callarlos, aunque sea un poco, pero no, los escuchaba igual. Entonces se levantaba y se daba cuenta de que su cuerpo desnudo había dejado una marca en la espesa nieve. No sentía el frío y podía ver el vapor salir de su boca ¿o tal vez era humo? Más allá del crudo invierno en el que ahora vivía sentía algo quemar dentro suyo. Como un dragón. Caminaba observando su entorno, esperando una señal: quería adivinar donde se encontraba. Tocaba la áspera piel de los árboles, de los pinos y arcianos que lo rodeaban, cubiertos de nieve; esperaba sentir la fuerza de la naturaleza despertando con fuerza en su mente. Pero sólo conseguía sentirse más inquieto. Jon no entendía. Su mente era un río congelado, duro y frágil al mismo tiempo, al igual que el hielo, en el cual puedes dibujar tus pensamientos con delicadeza, aun sabiendo que luego se borrarán y no recordarás que alguna vez los hiciste. Era también curioso cómo había abandonado sus sentimientos; la tristeza, el enojo, el amor. Se sentía vacío. ¿Cómo volver a llenarse de lo que había dejado atrás? Parecía como si la nieve se lo hubiese llevado todo, con su blancura y pureza. Casi todo se había ido y algunas veces se perdía de tal forma que volaba entre las nubes y bajaba precipitadamente para luego volver a subir. Y otras miraba fijamente hacia el bosque siguiendo con la lánguida mirada unos rojos ojos que encendía la pequeña llama de su ser. Sólo recordaba dos cosas. Una era que su nombre era Jon. Y la otra es que estaba muerto.
