Interior Cafetería

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

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    I'm afraid that I'm just another victim of a generation.
    It's a part of me, it's vanity, and honestly, I can't shake it.
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    Podía, vaya que podía y de repente la idea de demostrarlo se le antojó de lo más tentadora, pero habían cosas que no podía hacer sin una computadora más que nada por comodidad.
    Datos de arriba a abajo, lo básico. Fechas y lugares de nacimiento, tipo de sangre, lugares de residencia pasados y actuales, árboles genealógicos prácticamente completos. Si se ponía quisquilloso podía averiguar el ingreso familiar, gastos mensuales, trimestrales, anuales, deudas y contactos. Dependiendo de las redes sociales y plataformas que usaran podía conseguir información que se creía borrada, datos de tarjetas de crédito, casi cualquier mierda imaginable.

    ¿Rastrear un móvil? Juego de niños. Podía encontrar a cualquiera de los dos así se metieran en el culo del diablo.

    Deberían agradecer que, para la llave maestra que poseía, al menos tenía sentido de la moral para no girarla por completo.

    Que Anna prácticamente reflejara sus movimientos solo hizo que la sonrisa prepotente se le ensanchara aún más en el rostro si es que era posible, también la actitud de Kohaku en realidad. Ya no era un secreto para nadie, entre la tontería de la noche de la azotea, el hecho de que Hiradaira le había escupido en el centro de la cara a un armario empotrado que seguramente era capaz de aflojarle la mandíbula a cualquiera, y lo que le había contado en la enfermería ya se hacía una idea muchísimo más nítida de la capacidad que tenía para fundirse con el mundo de sombras.

    Pandora.

    ¿La primera mujer? Había recibido una suerte de dones de un montón de jodidos. Afrodita: gracia y sensualidad. Atenea, las Cárites y las Horas: dominio de las artes. Finalmente Hermes se la había cargado: carácter inconstante.

    Un bello mal.

    Estaba la versión que todo mundo conocía, que Pandora había sido la idiota que abrió la caja y soltó el mal sobre la Tierra. La otra era que en realidad, al abrir la caja, los bienes habían vuelto al Olimpo, a manos de los dioses. Era una suerte de Eva griega.
    Como fuese, Pandora era una figura asombrosamente curiosa. Había sido creada por Hefesto de arcilla, lo que implicaba que debió ser calcinada por el fuego para nacer como tal. Dotada de la belleza inmortal pero con vida propia.

    ¿Qué cojones significaba Pandora como tal de todas maneras? Habían datos confusos, siempre relacionados a regalar o a darlo todo.

    Cada vez se volvía más y más lógico.

    Allí iba ella de nuevo y su español.

    —¿Tabaco de liar? That's your kind of shit, darling? Still pretty fucked up, if you ask me. —De nuevo la risa casi condescendiente, el ronroneo del gato—. Te metes a los pulmones cerca de un 6,4% más de monóxido de carbono y alquitrán que con los industriales, se pasan por los huevos las cantidades de nicotina permitidas incluso en los de cajetilla, el papel de liar sigue teniendo aditivos lo quieras o no porque, vaya, es papel y se consume. Podrá oler menos a mierda pero nos vamos a morir de todas maneras. ¿Qué si quiero pretender no oler como un fumador? Me la suda un poco, a decir verdad.

    De todas formas apenas hace unas horas me bautizaron como Hades.

    Fue una sombra, apenas un atisbo de la sonrisa inquietante que se le podía forma en los labios durante las noches que se mezclaba con las escorias de la calle y terminaba machacando a algún pobre imbécil que creía ser más ágil, parchándolo todo de rojo profundo, pero estaba allí.
     
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    Ah, sería mentira si dijera que aquella sonrisa socarrona no le irritaba un poco; la empujaba a intentar borrársela de una forma u otra. Aunque también sería mentira si alegara profundo desagrado o hastío.

    Podía llorar como un niño, reír como un adolescente normal y sonreírse como el puto rey de la vanidad.

    ¿Cómo le había dicho en la enfermería? Que sólo servía, entre otras nimiedades, para cagar a palos a la gente. ¿Con qué clase de persona se estaba metiendo, exactamente? ¿Acaso jamás aprendería? ¿Por qué disfrutaba tanto jalando la cuerda? Dios, si era la misma perra capaz de provocar a Kakeru sin darle nunca realmente lo que quería. La misma perra capaz de patearle las bolas a cualquier imbécil que intentara sobrepasarse con ella.

    Era la perra que disfrutaba siguiéndole el juego a Altan Sonnen.

    Un minuto andaba aterrada por los lobos de su pasado, y al siguiente no lograba mantener la cabeza gacha cuando un idiota le hablaba así. Ella también podía hacer todas esas cosas, ¿verdad? Llorar como una niña, reír como una adolescente y sonreírse como la puta reina de la vanidad.

    Lo había pensado hace menos de una hora, las personas son putas cebollas. Seguramente habría imágenes más poéticas que esa, pero la analogía le valía y el resto, pues a dar por culo.

    Ella con su español, él con el inglés. No podía quejarse. Le soltó todo aquello a una velocidad bastante difícil de seguir, pero así como en la enfermería logró captar algunas palabras sueltas. Alzó las cejas con genuina sorpresa en cuanto Altan comenzó a vomitar toda esa información, y compartió una mirada con Kohaku que se convirtió en una risa incrédula. La diversión chispeó en sus ojos rosados.

    —Pero bueno, ¿anotaste todo eso, Ko? —soltó, el muchacho igual se veía bastante divertido—. Luego se lo podemos tirar por toda la puta cara a Kakeru, así nos deja de romper los huevos.

    Volvió la mirada a Altan, la deslizó con suavidad hasta fijarla en sus ciénagas.

    —Como sea, niño genio, no es mi mierda en sí. Prefiero quemarme directamente el cerebro porque bueno, es lo que hay y nos moriremos de todas maneras. —Señaló a Kohaku con el pulgar—. Además, mal que mal, confío en este idiota.

    —También reciclo el papel —anotó Ishikawa, sonaba hasta orgulloso de su labor para con el medio ambiente.

    Anna sonrió casi enternecida al oírlo, fue apenas un instante antes de que recuperara su estúpida actitud socarrona que mantenía frente a Altan porque... vete tú a saber. Porque le divertía y ya.

    —De todas formas, es una pena~ —Fingió un puchero y enganchó su corbata apenas con la punta del dedo, sin tocarlo realmente, lo suficiente para alzarla en el aire y dejarla caer a su ritmo—. Inteligente, guapo, y con olor a mierda. Ah, tanto potencial desperdiciado~ ¿No crees, Ko? Justo como Tsukki.

    Ishikawa alzó las manos en señal de bandera blanca, echándose sobre su espaldar.

    —No cuentes conmigo, An-chan, quizá se daña mi frágil masculinidad.

    Anna soltó una risa fresca y cruzó las piernas bajo la mesa, balanceando una en el aire con cierto ritmo inquieto.

    —Así que también puedes soltar datos así. ¿Hasta dónde llegan tus amplios conocimientos?
     
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    El comentario de Ishikawa sobre reciclar el papel le sacó una risa ronca del pecho, genuinamente divertida, porque no esperaba que soltara esa mierda así de repente.
    ¿Qué hacía jugando con Hiradaira de esa manera? Así era cómo se comportaba para tocarle las pelotas a pandilleros con masculinidad exageradamente frágil, pero con todo y la gracia no sentía que aquello tuviera el mismo tinte, porque no lo tenía.
    Era una competencia, la pregunta era cuál era el premio. ¿Más con que hincharse el ya de por sí exagerado ego? Quién sabe porque la cabrona estaba jugando que hasta que daba gusto.

    Vaya mierda.

    Sabía el tinte que tenía esa putada, lo había tomado de repente.

    Joder, no era de piedra. Podía ser un imbécil colado hasta las patas por su amiga de la infancia, pero no era de piedra.

    Niño genio. ¿No era así cómo lo había llamado Kurosawa en la mañana?


    La vio tomarle la corbata y ni siquiera así se quitó la maldita sonrisa del rostro, prepotente, socarrona, cargada de quién sabe qué cosas porque era, por demás, indescifrable.
    Cuando la dejó caer, se inclinó apenas hacia Anna sin invadir su espacio todavía.

    —La ventaja es que el olor a mierda tiene solución, digo, existen las duchas. —Fue entonces que finalmente se acercó lo suficiente para poder murmurarle cerca del oído—. En la mañana me tuviste lo suficientemente cerca para darte cuenta de que no fumo con la suficiente frecuencia para apestar todo el día, ¿no es cierto? Sabes cómo huelo usualmente y no es a humo, la duda es si te gusta.

    Soltó una risa baja, ronca, antes de hablar una vez más y llevarse la mano a la corbata, aflojándola más si era posible.

    —De todas maneras, si querías desvestirme solo tenías que decirlo, An. —Retrocedió entonces, regresándole su espacio, y volvió a apoyar el codo en la mesa para sostener su rostro contra sus nudillos antes de atender al resto del asunto. Hace un rato se había sonrojado como un puto crío, ¿cómo es que de repente le estaba soltando esa mierda sin inmutarse?—. Depende de hasta dónde quieras que lleguen mis conocimientos.

    Dios, Anna, ¿sabes acaso qué mierda estás haciendo?

    Porque yo no.

    Y de repente tampoco me preocupa demasiado.
     
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    Su cuerpo se tensó brevemente al momento en que Altan se inclinó lo suficiente para hablar a su oído. Agradeció que Kohaku no fuera capaz de oír aquello, pero igual y la puta piel se le erizó ante el contacto de su aliento cálido, de la voz que deslizaba entre sus labios, y se esforzó por contener un gruñido de molestia. Vio a Ishikawa de reojo, le incomodaba... que él estuviera ahí, mirando como un jodido voyeur. Pero había apartado la mirada. Bueno, normal. Menudo espectáculo.

    Ella se lo había buscado, ¿no? En medio de la cafetería, de toda la Academia, y esa mañana los casilleros. Siempre elegía los peores lugares para desatar sus desastres.

    Los recuerdos de la enfermería la golpearon con fuerza y entreabrió los labios para tomar aire al momento que Sonnen, por fin, se alejaba.

    "La duda es si te gusta."

    Pedazo de cabrón.

    —¿Y qué harías si te digo que sí? —replicó, con voz suave, y se inclinó hacia él en un amague calculado mientras se incorporaba.

    El cárdigan seguía ahí, sobre la mesa, pero si antes no había tenido frío, ahora menos. Fue hasta la máquina expendedora con movimientos pausados y sacó unas monedas del bolsillo de su falda para comprarse un té frío, un zumo, lo que fuera. Recién allí fue consciente de cuán fuerte le latía el corazón.

    Si es que estaba mal de la puta cabeza.

    Resopló. Era muy probable que Sonnen le ganara, no era tan jodida como él, después de todo. Podía verlo en su sonrisa, y le irritaba muchísimo haberse metido en un estúpido juego perdido pero... ¿qué estaba haciendo, exactamente?

    ¿Y qué hacía él?

    Así y todo, volvió a la mesa como si nada; o al menos logró fingirlo, porque la garganta se le apretó un segundo al ver que Kohaku se había esfumado. La puta madre.

    Se dejó caer en su asiento, lo utilizó de costado para situarse justo frente a Altan, y se cruzó de piernas. Apoyó un brazo en el respaldo y clavó el sorbete en su juguito antes de darle un trago.

    Si lograba regularlo... estaría bien, ¿verdad? Sólo tenía que mantener sus putas manos donde las tenía y ya.

    —¿Desvestirte? Tuve mejores chances para hacerlo que esta, tú bien lo sabes. A ver, cariño —entonó, él le había dicho darling, ¿verdad?—. Háblame de... el sistema endócrino.

    Era una cabrona.
     
    Última edición: 24 Septiembre 2020
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    Se lo había dicho a Balaam, era un maldito cretino y ella, errática como siempre, lo había empujado al borde.

    ¿Que qué haría si decía que sí?

    ¿Nada? ¿No fumar en la escuela? Vete a saber.


    Cuando la chica se levantó se echó contra el respaldar y, prácticamente en un parpadeo, Ishikawa había desaparecido, escurridizo.

    Bueno, hombre, gracias por ese apoyo al control de impulsos.

    —¿Hmh? No me hago cargo de oportunidades desperdiciadas de todas maneras. —Esculcó en el bolsillo contrario al de la cajetilla y el mechero, solo para encontrar un caramelo, su madre solía poner alguno al doblar la ropa cuando bueno, lo hacía ella y no alguna de las criadas. Lo desenvolvió y se lo llevó a la boca, aunque no pudo contener la risa nasal ante la solicitud de Anna—. ¿Es en serio? ¿Preguntando por el sistema que regula todas las malditas hormonas del cuerpo justo ahora? Qué puta gracia.

    Pasó el caramelo de un lado a otro de su boca y luego se relamió los labios.

    —Como todos los sistemas es un conjunto de órganos y tejidos, ya sabes, en este caso llamados glándulas. La hipófisis, las suprarrenales, la tiroides, etc etc. Secretan mensajeros químicos, hormonas pues, que viajan por sangre y regulan funciones corporales y conductuales. Te puedes cargar todo un sistema de otra clase por hiperactividad hormonal, por ininterrumpida activación, el estrés crónico es un ejemplo. Puede hacer mierda partes de la corteza cerebral incluso, por retroalimentación del eje que se activa. —Volvió a soltar una risa como las anteriores—. El resto de su funcionamiento debes saberlo a menos de que no prestes ni una gota de atención en clase o seas de piedra. El sistema endocrino es una putada y una maravilla, ¿no crees? Junto al sistema nervioso.
     
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    Soltó una risa breve al oírlo hablar sobre oportunidades desperdiciadas y luego detalló sus movimientos al llevarse un caramelo a la boca. Eh~ ¡Ella también quería uno! Ni siquiera se lo había ofrecido, qué malo~

    Lo miró con los mofletes inflados hasta que le regresara la vista porque no planeaba ya conseguir ese caramelo, ¡pero sí que supiera que ella lo habría querido!

    Entonces tuvo una idea, mientras Sonnen soltaba la lengua como el asistente de Google sobre el sistema endocrino ella se agachó un momento y buscó dentro de su mochila. Sacó una cuadernola tapa dura y un bolígrafo celeste, y con el monólogo de Wikipedia de fondo enganchó los pies al borde de la silla de Altan para utilizar sus propias rodillas como mesa. Además, el muchacho así no podría ver qué hacía.

    Se detuvo de repente, pensativa, y para cuando Altan terminó de hablar ella le respondió algo totalmente fuera de tema.

    —Si quisieras conseguir algo de alguien con facilidad y de forma asidua, ¿qué te gustaría que fuera?

    Ahí iba de nuevo, con una de sus ideas locas.

    —Ah, no vale pedir que te desvistan~ —bromeó, moviéndose de una forma extraña entre la alegría de la niña del almuerzo, y el carácter burlón y más serio de la adolescente de la cafetería.

    Algo así como si, de repente, hubiera encontrado un pequeño equilibrio.
     
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    La miró cuando infló los mofletes y volvió a reír, una risa como las del patio, fresca, que le regresó la apariencia de adolescente normal.

    Mierda, qué calor.

    —Solo tenía uno y estaba ocupado soltando la enciclopedia, no soy bueno con el multitasking. —La miró sacar la cuaderno—. El lunes te puedo traer caramelos, pero bueno, tienes que decirme cuáles te gustan.

    Enarcó la ceja al escuchar su pregunta, ignorando su siguiente comentario como había hecho ella con los suyos.

    —¿Algo de alguien con facilidad? ¿Pero y esta entrevista? —Soltó un suspiro que más sonó como si bufara—. ¿Tengo pinta de querer algo de la gente para empezar?
     
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    Sus ojos rosados chispearon llenos de emoción al oír sobre recibir caramelos el lunes, y se llevó la cuadernola al pecho de un golpe seco para inclinarse hacia él.

    —¿De verdad~? —soltó, ilusionada, y luego volvió a sus garabatos con cierto aire distraído—. Ah, no lo sé~ Tantos sabores diferentes. Mejor eligelos tú.

    Era una puta vaga y ni siquiera tenía ganas de decidirse por un sabor.

    Su respuesta a la otra pregunta, sin embargo detuvo el movimiento del bolígrafo por un instante. Lo vio desde abajo, alcanzando una regla de su mochila para empezar a medir y trazar líneas rectas, cuando sus propias palabras resonaron en su cabeza.

    Intensa.

    Podía ser super intensa, ¿verdad?


    Era extraño, Altan había soltado y dicho cosas que podrían haberle caído mucho peor, pero fue ese bufido el que le atoró el corazón dentro del pecho. ¿Lo estaría incordiando? ¿Hacía preguntas muy extrañas? ¿Probablemente fuera a cansarlo con sus ideas de preescolar? Tenía todas las pintas de ser un muchacho serio, incluso un poco estirado. ¿Qué haría él con ella?

    ¿Qué podría querer él de ella?

    Así y todo, se las arregló para sonreír. Soltó el aire medio de golpe y clavó el codo en la cuadernola para mirarlo con el rostro sobre su mano.

    —Todos queremos cosas de la gente, es el núcleo mismo de ser bichos sociales. Y racionales, encima. ¿Para qué mantener relaciones, si no?

    ¿Qué quieres de Jez, por ejemplo?

    —Como sea, no tienes que responder si no te apetece —murmuró, volviendo su atención a la hoja mientras jugueteaba con el bolígrafo entre sus dedos; bueno, igual sólo había hecho las divisiones—. Fue una pregunta extraña, olvídalo.
     
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    Con todo y que era un idiota había cosas a que no le pasaban por alto, como el cambio de tono en la voz de Jez en la madrugada o el hecho de que el idiota de Gotho era incapaz de tocar a Ishikawa.
    Anna pudo sonreír, pero el gesto le había alcanzado rostro a medias.

    Mordió al caramelo antes de seguir hablando. La chica lo había consolado, ¿cómo iba a seguir mintiendo?

    —No se trata de no querer responder —admitió y paseó la vista entre Hiradaira y la cafetería atestada—. No quiero cosas de la gente, Anna, al menos en general, porque me es difícil querer a la gente en sí. Quiero cosas raras de las relaciones que establezco por mera conveniencia o aburrimiento. Poder, por ejemplo, es decir, gente sobre la que ejercerlo.

    Se pasó la lengua por las muelas como había hecho cuando mordió la paleta que ella le había dado el día de la fiesta.

    —Y cuando la gente se aproxima a mí y logra colarse me torno convulso y egoísta. No quiero nada en particular, quiero que quienes que no me generaron rechazo, que me aceptaron, se queden conmigo y ya está. Lo quiero aunque sienta no merecer la simpatía de nadie realmente. —Volvió a suspirar, el posible hastío era con él mismo—. Me dieron un cerebro de archivo y un carácter de mierda, no puedo ponerme quisquilloso con la gente que me rodea cuando he empezado a quererla, ¿no crees?

    Joder, ¿no podía dar respuestas sencillas? Ni de coña.
     
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    You are not alone
    I've been here the whole time singing you a song

    I will carry you

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    Sus manos en torno a la cuadernola se comprimieron un poco; había alzado la mirada hacia él en cuanto lo escuchó hablar, y ciertamente la mantuvo sin perderle palabra o movimiento. No había preguntado con semejante intención, era más bien una estupidez al pasar que se le había antojado divertida y que, como varias cosas en la vida, había puesto en marcha sin demasiada reflexión.

    Pero jamás lo desestimaría o desatendería, jamás le soltaría la mano a uno de sus amigos. Ya no.

    Altan confiaba en ella, ¿no? Sin pretenderlo habían acabado construyendo un puente esa mañana y ahora podían cruzarlo de lado a lado con una facilidad irrisoria. Ciertamente una parte suya lo asumía como una responsabilidad, un deber que estaba dispuesta a cumplir; pero, más que eso, era un privilegio.

    Alguien la había dejado entrar, a ella, con todo y sus cientos de defectos, contradicciones, miedos y fantasmas. Apenas se conocían, pero allí había alguien a quien ya consideraba su amigo hablándole de mierdas serias y no pudo despegar sus ojos ni oídos de él, y su cerebro se activó a una velocidad vertiginosa en busca de la mejor respuesta que concederle. Quería hacer valer el privilegio, quería estar a la altura.

    No quería que se arrepintiera de confiar en ella.

    "Lo quiero aunque sienta no merecer la simpatía de nadie realmente."

    Podría jurar que el aire se le escapó de los pulmones y su expresión se contrajo un poco. Las palabras de Altan habían enderezado directo a su pecho las lanzas que siempre la amenazaban, las habían arrojado sin piedad y, cuando se clavaron, reparó en que estaban hechas de su propia sangre. Eran sus propios miedos en la boca del muchacho que podía llorar como un niño, reír como adolescente y sonreírse como el rey de la vanidad.

    Dios, hacía apenas cinco minutos habían estado tonteando como unos jodidos descarados y ahora sólo quería abrazarlo. Estaba hecha un desastre emocional.

    Y ¿por qué sentía tanta pena? ¿Por qué no podía juzgarlo, ni siquiera un poco? Sólo quería prestarle sus ojos y un espejo para que pudiera verse como ella lo veía, y haberlo entendido le atravesó el cuerpo como un rayo.

    Todos los fantasmas que debía haber dentro de su mente.

    Cuán aterrador debía ser de noche.

    Hablaba de poder, de relaciones de conveniencia, de aburrimiento y egoísmo. Pero había más que eso, ¿verdad? Su amor por Jez, su gratitud con Kohaku, su suavidad con Konoe, incluso cómo la había protegido de Kurosawa sin medir las consecuencias. Era un puto suicida dispuesto a romperse en mil pedazos y entregarse, pieza por pieza, a las personas que quería.

    Pero no podía verlo.

    Porque era esa clase de estúpido y los fantasmas le vendaban los ojos.

    Soltó el aire lentamente y le jaló la manga del gakuran, apenas un poquito, para captar su atención. Entonces le sonrió.

    —Da miedo querer a alguien, ¿verdad? —empezó, mientras volvía su atención a la hoja; iba escribiendo aquí y allá, su voz era suave, casi conciliadora, y sonaba como una reflexión al aire sin dirección u objetivo concreto—. Da miedo detenerse y darse cuenta que en realidad nada nos pertenece, que cualquier día podemos despertarnos y haber perdido lo que nos hacía felices, nos mantenía cuerdos o sólo nos daba las alas para volar. Me pasó, más o menos. Cuando tuvimos que venir a Japón dejé casi todo mi corazón en Argentina, pero estaba llena de amor, tenía este inmenso y estúpido optimismo, y pensé que podría reconstruir aquí lo que tenía allá.

    Hizo un breve silencio mientras seleccionaba otro color para seguir su trabajo.

    —Me equivoqué. Me di cuenta entonces que, efectivamente, había perdido a quienes quería. Siempre viví a pura velocidad, y el mundo me obligó a detenerme y darme cuenta que nada me pertenecía, que cualquier día podía despertar en un país extraño, salir a una cocina vacía, prepararme un desayuno sin sabor y no darle un beso de despedida a nadie, porque mis viejos tienen que romperse el lomo trabajando y nunca, nunca están en casa. Y en la escuela sólo era-

    Tomó aire de golpe, meneando la cabeza, y soltó una risa floja. Vamos, no iba a echarse a llorar en medio de la puta cafetería.

    —Sólo era un cero a la izquierda, los detalles son demasiado mierda. No importa. Como sea, me di cuenta que siempre esperamos que pasen ciertas cosas. Sin importar cuán horrible nos veamos al espejo, siempre vamos a esperar que alguien nos quiera. Sólo somos así, y no es egoísta ni patético. A veces necesitamos, de vez en cuando, los ojos de alguien más para vernos a nosotros mismos. Porque es fácil ahogarse en nuestras propias mierdas, es fácil...

    Perder los colores.

    Esta vez extrajo una tijera de su cartuchera y, luego de arrancar la hoja, se puso a cortarla según las líneas que había trazado en un principio. Consiguió una pilita de tarjetas más o menos pequeñas, que observó detenidamente y luego asintió, satisfecha. Se las extendió a Altan.

    —También es fácil acobardarnos y no saber cómo pedir las cosas, porque sentimos que no merecemos la simpatía de nadie.

    Entornó la mirada, dulce, y lo alentó a echarles un vistazo. Eran cupones, o algo así. Había de tres colores diferentes: celestes, rosas y morados, y valían por diferentes cosas con aclaraciones debajo en letra pequeña.

    Los celestes, por un zumito de sabor a elección. Para cuando tengas la cabeza llena de mierdas y te olvides el almuerzo.

    Los rosas, por un abrazo. Para cuando sólo quieras detenerte y descansar un poco.

    Los morados, por una opinión sincera. Para cuando olvides todas las cosas buenas que tienes.
     
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    ¿Miedo? Daba el más absoluto terror, querer a la gente siempre despertaba un temor visceral, casi primitivo que lanzaba señales de evitación directamente, de huida. Daba aún más miedo cuando el mundo era tan jodidamente pálido.
    La escuchó con atención de nuevo, no importaba que la cabrona lo hubiese provocado, que le hubiese tomado la corbata y le hubiese nublado el juicio. Si de algo tenía una capacidad ridícula era de redireccionar sus propios impulsos cuando la situación lo ameritaba, cuando la gente que se había colado en sus defensas lo requería.

    No podía imaginar siquiera lo que había implicado para Hiradaira dejar Argentina, su adorada Argentina, y con ella toda esa gente de la que le había hablado en la mañana. Solo pensarlo le hacía tragar grueso.
    Jamás podría replicar lo que tenía en latinoamérica en este lado del charco y si lo lograba, Dios, debía ser una cosa digna de documentación. Los japoneses, él mismo, eran fríos en general, insípidos, planos. Él era una mezcla de sangres europeas desperdigada en otros continentes y era japonés por mera cosa de haber nacido allí, pero ese país lo había criado, lo había influenciado.

    La escuchó en silencio, archivando, organizando, anotando. Dándole forma a la imagen que ya iba completando de la chica errática que tenía enfrente, que había creado un puente entre ellos, y le daba el privilegio de cruzarlo.

    "También es fácil acobardarnos y no saber cómo pedir las cosas, porque sentimos que no merecemos la simpatía de nadie".

    Niña, por favor no.

    Joder.

    El mundo gris, la monocromía... también la ves, ¿no es cierto?


    Miró la pila de papelitos, de cupones, y frunció apenas el ceño, ciertamente confundido. Para cuando se dio cuenta había soltado, de nuevo, una risa como las del patio. Una risa de verdad, no era burlona, era más bien incrédula.
    Estiró la mano pero en lugar de tomar uno de los cupones continuó su camino para picarle la mejilla a Anna.

    —Dios, eres de lo más rara a veces. —Casi lo dijo en un murmuro, antes de permitirse acariciarle el rostro con mimo y retroceder inmediatamente después—. Me fundes los fusibles y luego los reemplazas como si nada. ¿Qué mierda pasa con eso?

    Tomó entonces un cupón de cada color, solo para observar las notas en cada uno, y no pudo retener la sonrisa casi estúpida que se formó en el rostro. No importaba por cuántas facetas pudiera pasar, qué tan errática podía ser, en el núcleo de su personalidad estaba aquel estúpido amor, incondicional. ¿Cómo mierda podía uno lastimar a esa chica de manera consciente?

    Colocó la tarjeta rosada frente a ella, regresando las otras dos al montón.


    puto parkour se clavan estos dos pero well im here for it
     
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    Gigi Blanche

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    Cuando los cupones pasaron a Altan, sus manos se enredaron entre sí y comenzaron a removerse inquietas, claramente ansiosas, aguardando por la reacción del muchacho. Incluso luego de todo lo que había pasado ese día, de la forma ridícula, casi surrealista en que se habían acercado, seguía persistiendo aquel miedo base, la presión en su garganta, la vocecilla inquietante sembrando dudas e inseguridades.

    ¿Y si se ríe?

    ¿Y si los arroja en un cubo de basura?

    Ya había oído tantas cosas en la escuela media.

    Pero sus manos se detuvieron de repente y, podría jurar, igual lo hizo su corazón. La risa de Altan viajó directo hasta su cerebro, su pecho, si se quiere, y Anna lo miró. Parpadeó, todo se congeló como una fotografía, y los colores latieron. Fue un breve instante, pero estuvieron ahí, vibraron, la cegaron y... Dios, se veían hermosos.

    Cerró un ojo y arrugó el ceño por mera inercia al sentir el pellizco en su mejilla, pero todo se relajó y buscó respuestas en las ciénagas oscuras porque, joder, no entendía, no entendía una mierda. Su caricia había sido ridículamente suave y dulce.

    Y sus manos quemaron apenas.

    Se permitió una risa floja, fue casi un reflejo sin fuerza de la suya. ¿Rara? Bueno, se podría decir, sí. Solían aparecerle esas ideas extrañas, tenía mil caras diferentes, era errática, caprichosa, inconstante. Si se descuidaba lo suficiente se transformaba en un incendio, si no se esforzaba, se desbordaba. Las grietas palpitaban, le dolían y permitían filtraciones hacia adentro y hacia afuera.

    Sólo quería por fin sellarlas con el más dorado de los pegamentos.

    —Lo siento~ Puedo ser bastante intensa —comentó, algo avergonzada, junto a una risa suave.

    Lo contempló mientras inspeccionaba los cupones con una pequeña sonrisa, tranquila. Altan los había aceptado y, joder, cuánto la aliviaba saberlo. Vio su sonrisa, lo vio mientras él no la miraba, y una vez más reflejó su expresión.

    La calma le duró poco, sin embargo, pues Sonnen le presentó justo frente a su cara un cupón rosa y Anna lo miró como si se le hubiera caído el alma al piso. Se llevó las manos a las mejillas por reflejo, las sentía calientes y, Dios, qué vergüenza.

    —¿E-eh? —farfulló, nerviosa, viendo en todas direcciones—. ¿A-aquí? ¿Ahora?
     
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    Zireael

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    La idea en sí misma parecía de niña de preescolar, nadie iba a negarlo, pero le había despertado la más pura de las ternuras. La jodida chiquilla tenía esa habilidad, como si viniera en el paquete de su personalidad errática, podía pasar de un extremo al otro sin aviso prácticamente y él pretendía seguirle el ritmo, se lo había propuesto solo por el hecho de que ella le había abierto los brazos.

    —No hay nada por lo que debes disculparte —añadió con voz suave—. Es lo que eres, ¿no? Es lo que te vuelve Anna. Puedo intentar seguirle el ritmo a la chica que me sostuvo... como un pilar.

    Cuando notó la expresión en su rostro ante el cupón rosa se le escapó otra risa. ¿No fue lo que hizo ella, tomar sus palabras en el preciso momento en que lo dijo? Ahora le tocaba aguantarse, además los cupones no tenían mayor especificaciones, eran su propio vacío legal.

    —¿De qué te quejas, no fuiste tú la que canjeó mi oferta dos segundos después de que la dije? —Contuvo el impulso de reír de nuevo y, sin pensárselo demasiado, tomó con cuidado una de las manos de la muchacha separándola de su propio rostro y se inclinó para colocarla sobre su cabeza, en el desprolijo cabello negro de cuervo—. Si no quieres porque hay mucha gente está bien, me conformo con esto.

    Cerró los ojos y soltó aire contenido en sus pulmones despacio.
    Daba igual, el mínimo contacto hacía retroceder el frío y hacía vibrar los colores. El magenta de sus ojos, el rosa de su cabello y del trozo de papel.
     
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    recordé la existencia de esta belleza tan soft y ya me dio diabetes


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    Apretó los labios en cuanto el muchacho manipuló su mano. El cabello negro le hizo cosquillas entre los dedos, era suave y estaba algo esponjoso. Lo vio cerrar los ojos y algo extraño vibró en su pecho. Lucía aliviado.

    ¿Realmente tenía ese poder? ¿Podía hacer tanto por él con sus manos?

    Le tomó unos segundos, y desde el momento en que se decidió a hacerlo se encendió como un tomate. Devolvió los pies al suelo, tragó grueso, respiró hondo, y deslizó la mano hacia abajo, por su cabello, mientras alzaba el otro brazo y se inclinaba para rodearle el cuello. Lo atrajo apenas hacia sí, acomodó la barbilla sobre su hombro y suspiró.

    Eran sus cupones, mira que se los negaría. Había sido su idea, al fin y al cabo.

    "No hay nada por lo que debes disculparte."

    Sus palabras aún hacían eco en sus oídos y, al menos de aquella forma, no podría seguir viéndola sonrojada. Bueno, todo el resto de la cafetería sí, pero en ese momento le importaba más lo primero.

    "Puedo intentar seguirle el ritmo a la chica que me sostuvo... como un pilar."

    ¿Por qué cada cosa que Altan decía o hacía por ella se sentían como pequeños obsequios? Los recogía entre ambas manos y, suavemente, los llevaba hasta su pecho; y allí estaban, los latidos irregulares, pero cálidos, de su propio corazón. Exponiéndose. Dándoles la bienvenida.

    Tanta, tanta gratitud.

    Aún olía un poco a humo, pero era él y estaba bien.

    —Tonto —susurró, en tono algo quejumbroso—, mira que le faltaré el respeto a mis super cupones. Soy una chica con principios, ¿sabes?

    Al final era una idiota demasiado orgullosa como para admitir que, en resumidas cuentas, no podría negarle nada si él se lo pedía.

    Quemaba un poco, de una forma ligeramente diferente a la mañana. Reconocer su aroma, la textura de su cabello, el ancho de sus hombros. Quemaba un poco, pero era su amigo y estaba bien, porque era una cabeza dura y nadie lograría apartarla si Altan la quería allí, junto a él.

    Ni siquiera ella misma.
     
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    Zireael

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    Anna, tómala antes de que me arrepienta.

    Te la estoy entregando de forma consciente.

    La correa.


    Sentí que movía su mano entonces, para rodearme el cuello con los brazos y apoyar su barbilla en mi hombro. De nuevo fui consciente de lo pequeña que era y a la vez de la calidez que cargaba consigo, sin importar qué. Aunque lo había pedido me tomó unos sólidos segundos reaccionar para corresponder el gesto, presionándola suavemente.

    Había un calor residual distinto al de la mañana, pero podía ignorarlo. Podía hacerlo.

    Estiré la mano para acariciarle el cabello con el mismo cariño con el que le había acariciado la mejilla de puro impulso. No sabía bien por qué lo hacía, solo me nacía, era una necesidad extraña quizás impulsada por intentar reflejar algo del calor que me brindaba, que sintiera que no era unilateral.

    ¿Desde cuándo me preocupaba yo por la reciprocidad de las cosas de todas formas?

    —Pues me alegro, porque iba a soltarte un monólogo sobre los vacíos legales de tus propios cupones.

    Anna no podía hacerse una idea de la calidez que el hecho de que me brindara sus brazos me transmitía, hasta a mí me parecía ridículo si pretendía pararme a pensarlo. Me sosegaba la mente de archivo y el corazón, acostumbrado al mundo gris. Era...

    —Se siente como estar en casa.

    Se me escapó y me arrepentí inmediatamente después, porque había pensado en voz alta pero ya no había remedio, ya lo había dicho.
     
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    Gigi Blanche

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    Entreabrí los ojos al notar que, tras unos cuantos segundos, sus brazos también me rodeaban la espalda. Los entreabrí y se clavaron en algún punto indeterminado del suelo, de las baldosas y sus uniones ennegrecidas por la suciedad. En los zapatos yendo y viniendo, en el murmullo asentado de la cafetería. Estábamos abrazándonos a vista de cualquier alma, como unos idiotas.

    ¿Y si corrían rumores? ¿Y si se formaban una idea equivocada?

    "La perra de"

    Los cerré con fuerza, mis manos le habían arrugado un poco la camisa y entonces, casi como una nana, empezó a acariciar mi cabello. Mis facciones contraídas se relajaron lentamente, sin darme cuenta, y alcancé su nuca para enredar allí los dedos. Solté el aire que había estado conteniendo.

    Gracias.

    Una risa suave vibró en mi pecho y me aflojó aún más el cuerpo, al oír su mierda sobre los vacíos legales de mis cupones.

    —No esperaría menos de una Wiki andante —repliqué, fanfarrona—. Al menos, puede que me sirvas para pasar los exámenes.

    Era cálido y reconfortante en verdad, como llegar a casa luego de un día extenuante y topar con el aroma de la cena que mamá está cocinando. Como darse una ducha en medio del más crudo invierno y meterse a la cama. Como despertar un sábado con el suave piar de las aves, y saber que puedes seguir durmiendo.

    "Se siente como estar en casa."

    El color volvió a subirme al rostro y tragué saliva; y yo que ya estaba pensando en deshacer el abrazo y el cabrón me hacía sonrojarme otra vez. ¿Ahora se suponía que lo soltara? ¡Se iba a pensar que me había echado todo el rato como un tomate!

    Que no estaba muy lejos, pero bueno.

    No supe qué decir, el cerebro me había hecho cortocircuito pero lo había pensado, ¿no? Lo había pensado y...

    —Como tener un día larguísimo y sentir el olor de la comida de mamá.

    No pensaba con claridad, creo.

    —Como pegarse un baño y meterse a la cama.

    Pero era cierto.

    —Como despertarte y saber que puedes seguir durmiendo.

    Joder, era cierto.

    Era cálido y reconfortante, tranquilo, silencioso, apaciguador. Era una caricia del viento, el sol tibio del otoño. Era casa. ¿Por qué? ¿Por qué se sentía así? No tenía sentido. Desenredé los brazos de su cuello a cámara lenta y volví a mi posición original, tomándome un momento para alisarme la falda y peinarme el cabello. Eran movimientos reflejo, realmente, un intento de fingir que no acabábamos de abrazarnos frente a toda la escuela... o algo así. Luego clavé el codo en la mesa y descansé la mejilla sobre mi puño, como hace un rato. Lo vi ligeramente de costado, repasé su expresión y su rostro en general sin querer.

    Sólo había que ver mi habilidad para fingir que aquí nada pasó, pero no era novedad, ¿verdad? Había acabado haciéndole cupones de abrazos al chico que cinco minutos antes por poco me había ligado sin reparo. Y las dos me venían bien.

    Dios, estás loca, Anna.

    —Así que las clases estuvieron medio-medio —solté, sin pensarlo mucho. Sólo quería desviar la atención de, no lo sé, ¿todo?—. ¿Pasó algo o sólo fue aburrido?
     
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    Zireael

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    El arrepentimiento retrocedió cuando ella soltó aquellas comparaciones, que solo acentuaron la sensación que ya sentía en el pecho.
    Era como cuando mamá cocinaba un fin de semana, incluso si acababa de casi cerrarme a palos luego de darse cuenta que me había peleado con alguien el día anterior, como cuando papá traía chucherías de la tienda y las comíamos mirando cualquier película en la tele, comentando tonterías.
    Como cuando yo mismo me detenía en la tienda de los Kurosawa para llevarle algo de picar a mis padres, sabiendo qué les gustaba a cada uno.
    Cuando me sentaba a escuchar a mamá ensayar sus solos o sus partes para la orquesta.

    Era cálido, reconfortante y casi me adormecía. De repente había sentido unas ganas tremendas de echar por patas e irme a dormir a la enfermería, consciente de que me había estado toda la madrugada fuera.

    Cuando se apartó volví a sentir el frío, pero bueno tampoco podía pretender vivir colgado a ella todo el día.
    Seguí sus movimientos de nuevo, cómo se alisó la falda y se acomodó el cabello, antes de hacer la vista gorda como una campeona.

    Bostecé, repentinamente adormilado, y me eché sobre la mesa usando los brazos de almohada, apoyando el rostro del lado que pudiese mirarla.

    —Ah, fue algo relacionado a la tontería de Gotho. En ese momento una chica de otra clase le estaba presentado a Natsu a Suzumiya, total, que Suzu se veía incómoda con él pero aceptó quedar con ambos a la salida a pesar de ello. Cuando Gotho llamó a mi número, bueno me comporté como el insoportable de siempre, y a Suzumiya casi le da un venazo por la estupidez de que hubiese un móvil encendido en media clase. —No sabía en realidad por qué le estaba contando eso, supongo que solo necesitaba soltarlo—. Cuando Gotho se fue con la chica, Suzu se acercó, me ajustó el maldito uniforme y me preguntó qué había sido eso, si había pretendido ayudarla. Tuvimos una suerte de encontronazo, supongo.

    Fruncí el ceño, como un chiquillo enfurruñado.

    —No me gustó que me tocara y me puso de mal humor, quiero decir, aún más de lo normal. No la quité de un manotazo solo porque era ella. —Suspiré con pesadez, tratando de relajar las facciones—. Apartando eso, las clases me han parecido aburridas desde que tengo memoria.
     
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    Había tenido calor, luego estuve bien, entonces el calor de nuevo y ahora... frío. Me dio un escalofrío repentino mientras él bostezaba y se recostaba sobre la mesa, y estiré la mano para alcanzar el cardigan y deslizarlo hacia abajo. Me froté un poco los brazos mientras lo escuchaba contarme lo que había ocurrido, hasta que recobré algo de temperatura y ahuequé la palma en mi mejilla para verlo desde allí.

    —Bueno, normal que estuviera incómoda, la hubieras visto regañando al mastodonte ese como si fuera un niño de preescolar. —Solté una risa tranquila al recordar la escena de la enfermería—. Se puso como un sargento en cuanto supo que hablaban de traficar el número de Jez. Pero bueno, habrá tenido sus razones para aceptar. —Me encogí de hombros—. Aunque parezcan estúpidas o infantiles.

    Se me escapó una sonrisa al verlo fruncir el ceño así, y por un impulso que no me cuestioné mucho le corrí algunos mechones de cabello, los más largos, que se removían inquietos sobre su rostro al compás de su respiración. ¿No le hacían cosquillas?

    ¿A un cuervo le hace cosquillas su plumaje?

    Al final del día siempre me gustaba molestar a mis amigos, era algo que compartía bastante con Kohaku aunque el cabrón por lo general me ganara. Mis labios se curvaron con cierta diversión llena de satisfacción y entorné la mirada. ¿Que no le había gustado que lo tocara?

    —¿Eh~? —murmuré, sedosa, y le piqué la mejilla con un dedo varias veces—. ¿Así?

    Me gustaba molestar a mis amigos y puede que ni fuera consciente de que también me gustaba, en cierta medida, ostentar el poder que ellos me conferían.

    Poder.

    Él lo había mencionado.

    Lo dejé tranquilo casi de inmediato y, aún sonriendo, le eché un vistazo a la cafetería por mero deporte antes de regresar a él.

    —Luego habla con ella. —No sé muy bien por qué, pero sentí como si Jez fuera la que hablaba a través de mí—. Se llevan bien, ¿no? Estoy segura que lo que sea que haya pasado no vale la pena darle relevancia. —Le eché un vistazo más general antes de agregar—: ¿Estás cansado?

    Y me tragué lo otro, porque ya se lo había dicho y quizá pecaba de redundante.

    ¿Te duele mucho?

    Ayer no dormiste nada y hoy te drené la energía, ¿verdad?

    Deberías descansar, Al.
     
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    Zireael

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    Le hubiese tirado la misma retahíla que le solté a Suzumiya a Anna, de que qué pretendía lograr con regaños, advertencias y reprimendas en una persona como Natsu Gotho. ¿Qué podía yo decirle a Anna que no supiera por sí misma? Al menos respecto a eso en particular.
    Ver a Suzumiya aceptando juntarse con alguien que le incomodaba era casi tan frustrante como imaginar a Anna hacerlo o la mismísima Jez, eran esa clase de tontas.

    La vi quitarme algunos mechones de cabello del rostro, sin reaccionar realmente, y pensé que quizás iba siendo hora de que me cortara un poco de esa maraña sin dirección pero la verdad me daba igual.
    Cuando me picó la mejilla cerré los ojos por mero reflejo.

    —Literalmente acabo de pedirte un abrazo —murmuré luego de volver a abrir los ojos, posando la mirada en algún lugar que no fuese ella—, puedes hacer lo que te dé la gana.

    ¿Hablar con Suzumiya? ¿Qué cojones iba a decirle de todas formas, si la jodida andaba hecha un maldito desastre de hormonas por una de las cabezas de Cerbero? Una parte de mí estaba fastidiada también por ver la maldita incapacidad que tenía de controlar sus propios impulsos, lo que era ciertamente hipócrita si me ponía a pensar que la misma Anna me había desordenado todo sin ponerme una mano encima, pero el punto era que , fuese o no Cerbero, Suzumiya estaba por cargarse la amistad que tenía con la chica que amaba.

    ¿Tan importante era el otro sentimiento, tan fuerte era la necesidad de contacto como para cagarlo todo con su mejor amiga?

    ¿O tanto era mi miedo como para imaginar siquiera hacer lo mismo, aunque había besado a Jez a su sola petición?

    —Yo... No soy bueno con esas cosas, ya te imaginas. —De nuevo el ceño fruncido. Además seguía medio encabronado por esa mierda de tocarme sin permiso. Había que ver lo que me alteraba, que había logrado desligarme de Suzumiya en dos segundos por un rato y me había hecho presa del más absoluto pánico e ira cuando Balaam se me fue encima.

    "¿Estás cansado?".

    ¿Ah?


    Al escuchar la pregunta salir de su boca, por alguna razón, el rasguño de la loca de Shiori volvió a palpitar de forma sorda, apenas un recordatorio de que existía, y recordé el resto de arañazos en mis brazos.
    Mamá iba a soltarme una cagada en italiano antes de siquiera dejarme explicarle lo que había pasado, ¿no? Porque así era, como si a pesar de todo la sangre le hirviera debajo de la piel. De ella había heredado el carácter a fin de cuentas y de papá todo lo demás, la mente cuadrada y el archivo infinito, además de la soberbia.

    Negué con la cabeza.

    —Estoy bien, An, no te preocupes. —Realmente lo estaba, solo me había relajado lo suficiente para sentir una oleada repentina de sueño—. En su defecto, cualquier cosa me duermo aquí mismo y me despiertas de una hostia cuando haya que volver a clase y allí sigo durmiendo.

    De repente recordé algo que había dicho ella y había ignorado por completo en el desastre. Volví a desviar la mirada como quien no quiere la cosa.

    —Y cuando quieras puedo ayudarte a estudiar, quiero decir, me importan una mierda las clases pero aún así recuerdo todo, así que no veo por qué no usarlo para algo bueno por una vez en la vida.


    me lleva la puta madre con tu tsundere ass Al istg
     
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  20.  
    Gigi Blanche

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    "Puedes hacer lo que te dé la gana."

    Me sonreí de forma realmente exagerada, era más que nada para molestarlo aunque, de hecho, estuviera bien tranquilito y no reaccionara a mis provocaciones. Como fuera, no podía ni iba a ignorar esa pequeña satisfacción que me generaba oír algo así.

    Peligrosa, si me preguntaran.

    Volvió a fruncir el ceño, se lo veía contrariado y, honestamente, se me asemejaba tanto a un niño pequeño tras pelearse con su amigo que dejé atrás todos mis intentos por molestarlo y le sonreí suave, conciliadora.

    —Sip, lo sé —solté como si nada; bueno, quizás aún me fuera un poquito la idea de molestarlo—. Pero si te diera igual no me lo habrías contado, te traería sin cuidado; tú mismo lo dijiste, ¿no? No eres de esperar cosas de la gente, pero esto sí te interesa aunque sea un poco, ¿verdad? —Reflejé su postura una vez más, me recosté sobre la mesa y giré el rostro—. Intenta hablar con ella, la intención se nota y es lo que vale. Al menos conmigo sí lo hiciste bien.

    Después de todo estábamos allí, charlando como si nada, gracias a que ambos habíamos sido lo suficientemente valientes o cobardes, quién sabe, para abrirnos el uno al otro.

    Me había dicho que estaba bien y que no me preocupara, y aunque fuera a seguir preocupándome de todos modos decidí dejar el asunto estar. Suspiré apenas, renovando mis ánimos, y le palmeé suavemente la espalda mientras me erguía en mi silla y sacaba el móvil para matar el tiempo. Una sonrisa de lo más cálida se me escapó al oír su ofrecimiento y asentí.

    Y luego dices que no sabes llevarte con la gente, ¿eh?

    —Claro, campeón. Yo me encargo.

    Dicho eso me volqué de lleno en las distracciones del aparato, saltando entre redes sociales, respondiendo algún que otro mensaje y viendo videos de gatitos en TikTok.

    iba a poner shutub pero ya saben, tiktok is the new black
     
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