Cúpula de ceremonia [FSN]

​

El aire en aquel sitio era pesado y oscuro. Sólo iluminado por una luz en el centro y un extraño olor metálico se filtraba a través de las paredes revestidas de oro. La sensación de ser teletransportados era parecida a ser aspirados por un tobogán cerrado, habían terminado en el suelo, recuperándose de la impresión de haber sidos robados del lugar donde hace segundos estaban.

Una delicada voz se aclaró la garganta para atraer su atención. La joven perfectamente vestida con un vestido blanco e inmaculado que resaltaba el cabello largo y lacio del mismo color. La chica tenía un pergamino en sus manos, parada frente a una copa dorada y antigua, la desconocida tomó aire y comenzó a leer:

Henos aquí nuevamente, diez años después. Han sido los siete afortunados elegidos para luchar y cumplir su más profundo deseo. No necesitan entender mucho, sólo que las reglas son simples… sólo uno sobrevivirá. Hoy sellaran el pacto con su espíritu guardián, sólo deben pararse frente al cáliz y las llamas en él llamaran al servant que su alma invoque, “Yo te invoco” debe salir claramente de sus bocas para que sean sellados al cristal esmeralda en sus manos.


Que la bendición del ganador esté con ustedes, cualquier pregunta… sus servants los podrán ayudar.

Aquella persona tan blanca como fantasma comenzó a desvanecerse, hasta que en su lugar, no quedó nada.


Objetivo:

Luego de invocar a su guardián. En el momento que formen el lazo, serán teletransportados de nuevo a su casa y se abrirá un mp dónde podrán hablar con sus servant y realizarles cualquier pregunta acerca de La Guerra por el Santo Grial.

Importante:

—Pueden conocerse, interactuar y todo acá antes de cumplir con el objetivo.

—La cúpula está perfectamente cerrada, no tiene puertas ni ventanas.

Contenido oculto: A ROLEAAR

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Kozakovitch

Fue el primero en dar un paso al frente y desafió a cualquiera que intentara sobrepasarle. Una vez se detuvo frente frente el cáliz llevó una mano hacia el centro y cerró sus ojos.

—¡Yo te invoco! —el acento era brusco y hostil, una lengua barbara.

No dejaría que el servant tomara parte de su mente. Él tomaría al servant y lo haría parte de su mente. No al revés, jamás de otra forma.

 

Ante la mirada sorprendida de todos la luz se hizo tan fuerte que los cegó por unos segundos. Cuando abrieron nuevamente los ojos.

Ese hombre que había sido el primero en ponerse de pie y dar las instrucciones, ya no estaba.​

 

Mila Vitale

Su corazón permaneció tranquilo escuchando el discurso de la desconocida y la desaparición de lo que parecía un sujeto, sin entender muy bien sus instrucciones se dedicó a husmear con emoción, no quería repetir las palabras que habían indicado, no quería volver a la habitación que solo tenía el color blanco.

—Wooow —expandió sus brazos hacia lo alto al concentra el sitio tan brillante en el que estaba, con aquel cáliz que le hacía brillar sus ojos carmín en suma curiosidad—. ¡Que lindo! —gritó a viva voz moviendo su cabeza de un lado a otro, ignorando el hecho de que estuviese en un sitio desconocido. Creía que era una nueva experimentación con su albino cuerpo, por ello sólo se emocionaba en demasía con los colores dorados que cubrían el suelo que pisaba, y las paredes que miraba.

Comenzó a caminar curiosa.

—¿Hola? —preguntó luego de un rato de caminar con las manos tras su espalda—¡Hola! —saludó de nuevo a la nada, haciendo un puchero al no recibir respuesta. Cogió aire en los pulmones y gritó a todo lo que su voz le dio —¡Hoooola! —esperaba que le contestaran, o que al menos le escucharan.

 

Mila Vitale

Su corazón dio un brinco de emoción al escuchar una voz diferente a la suya. Aunque no hubiese contestado directamente su saludo le prestó atención, y eso la hizo centrar sus ojos en aquel joven que parecía tener desentendimiento en su mirar. Ella podría explicarle, si tan solo hubiera entendido lo que la enfermera de blanco dijo. Caminó hasta él y le dedicó una gran sonrisa.

—¿Cómo así de nada? —preguntó ladeando la cabeza, con un tinte de emoción en sus ojos—. ¡No me entero de nada! —le copió sus palabras y señalo el brillante cáliz mientras suspiraba con parsimonía, posando su dedo índice en su mentón, esforzándose en comprender para poder explicar algo que tampoco entendía... en nada, como él. Según nada es nada, de no existir. Se sentó en el suelo confundida. Se había hecho un rollo de filosofía en la cabeza, o al menos eso habría pensado si supiese que la filosofía existía.

Recostó su rostro en la palma de su mano y volvió a elevar su mirada hacia la de él.

—Creo que yo tampoco entiendo nada.

 

Mila Vitale

Su rostro pensativo se transformó en uno de sumo interés al escucharle preguntar tal cosa. ¿Su nombre? Oh por todo lo existente, todos en el hospital sabían su nombre, estaba registrado en cada hoja de los dichosos documentos que escuchaba redactar a una mujer sobre un aparato que tenía varias teclas de distintas letras. Siempre quiso jugar en el pero nunca le dejaron. Volvía a divagar, se distraía con tanta facilidad.

—Mila, Mila Vitale —susurró ensimismada en sus recuerdos, recuerdos que comenzaba a soltar por medio de sus cuerdas vocales—. Acababan de sacarme otra prueba de sangre con una de aquellas agujas —asintió con seguridad—. Me quedé dormida en cuanto el doctor puso una pastilla en mi boca y desperté aquí... Joey, tú, ¿eres enfermero? Tengo entendido que las visitas están prohibidas —asintió levemente con la cabeza sin apartar sus ojos de los suyos—. Si te da miedo puedo ir yo primero —soltó sin más señalando el cáliz—. Luego vendré y te diré que todo está bien, de esa forma no tendrás que seguir entendiendo nada, yo podré explicarte luego de entender lo que debí entender.

Suspiró luego de sonrojarse con vergüenza. Se estaba enredando, como era costumbre en ella.

 

Mila Vitale

¿Un amigo? Oh, se sentía ofendida por aquella pregunta. ¿Un amigo? Su estómago se retorció por dentro e infló las mejillas al castigarse mentalmente con aquella cuestión que dividió la parsimonia de su mirada por un fugaz de enojo, como si le hubiesen pisoteado lo más preciado para ella.

—Claro que si tengo un amigo, no sé si un mejor amigo, pero un amigo... ¡por supuesto que sí! —alegó a viva voz—. Tú eres mi amigo Joey —se levantó del suelo y se cruzó de brazos—. No sé si mi mejor amigo, pero eres mi amigo —repitió ordenando la lluvia de pensamientos que se aglomeraban en su cabeza—. Eres mi primer amigo —confesó y desajustó el firme agarre de sus brazos cruzados para dejarlos caer a cada lado, mientras jugaba con sus dedos entre sus propias palmas tras pasarlos a su espalda para que no la viese sucumbir al nerviosismo.

En el hospital le decían que podía tener amigos, solo le faltaba acceder a uno. Cuando a sus nueve años preguntó por uno le dijeron que esperase a que alguien se interesara en hablarle, en saber su nombre. Y Joey había hecho eso, y eso lo hacía su amigo. Su mejor amigo no, o quizá sí.

Tragó grueso y miró el suelo, recuperando el brillo en sus ojos. Le sonrió con dulzura.

—Amigos, ¿verdad?

 

Mila Vitale

Ella dudó en ello por un par de segundos, porque sí, quería hacer más amigos, pero no quería perderle a él, no con el resto de personas a su alrededor. Joey era su amigo, el primero en serlo. Asintió y le sujetó la mano, entrelazando sus delgados dedos con los de él luego de buscarle la mano dentro del abrigo ajeno, sacándoselo.

—Sí —murmuró y le mostró sus blanquecinos dientes en una sonrisa mientras con su mano libre se corría los mechones albinos, pasándolos atrás de su oreja. Se posicionó a su lado y ajustó el agarre con suma delicadeza, como si pensara que su poca fuerza podría dañar a Joey. No le soltaría, no hasta que fuera el momento de hacerlo. Su piel ante su tacto le traía tranquilidad, tanto como la de un desconocido al que comenzaba a apegarse de una forma nada sana.

 

Mila Vitale

Mila soltó la mano de Joey al ver con asombro el cabello de Jezabel. Aguantando las ganas existentes por acariciarlo. Era como el suyo, blanco. Suspiró en sus adentros y volvió a entrelazar sus dedos con los de Joey mientras miraba los ojos de la recién conocida.

—¡También nos alegra conocerte! —le sonrió con alegría y miró a Joey —, nos alegra, ¿verdad? —la duda se instaló en sus ojos.

Debía cerciorarse de que sus palabras eran correctas. Quizá a Joey no le agradaba Jezabel, y si a Joey no le agradaba Jezabel y se lo decía, entonces a Mila tampoco le agradaría Jezabel.

 

Daichi Nishimura~

Abriendo despacio sus ojos, Daichi escuchaba aquella voz femenina hablar, confundiéndole por completo. Cuando esta figura se desvaneció se dio cuenta de que se encontraba en un espacio desconocido de tonos dorados. Algo aturdido por el golpe que sintió se levantó del suelo, y se fijó que en su mano aún sostenía el bolígrafo con el que estaba escribiendo momentos antes, guardándoselo en uno de los bolsillos de su pantalón.

Miró a su alrededor, viendo a las demás personas que se encontraban con él. Un jovial muchacho se había puesto a hablar con una chica que se le asemejó bastante tierna en su actitud, y no pudo evitar soltar una pequeña risa ante aquella visión. Después, otra muchacha más se acercó a ellos, probablemente atraída por la actitud amigable que emanaban, ¡y no le extrañaba! Parecían estar igual de desorientados que él.

Sin embargo, antes de que Daichi diese algún paso para acercarse a aquel grupito, localizó un cuerpo en el suelo cercano a él, el de una chica. Su castaña melena se veía realmente sedosa, y aquellos ojos verdes emanaban una especie de electricidad que inevitablemente le atraía.

Se acercó a ella y se inclinó a su lado, tendiéndole una de sus manos de la manera más amable posible, y le regaló la más encantadora de sus sonrisas.

—¿Te ayudo a levantarte?

 

Mila Vitale

Escuchó atenta las palabras de Joey mientras veía a lo lejos las dos figuras. Un hombre ayudando a levantar a una mujer. Debían ser amigos, o algo más que eso, pues se le asemejaba en cuanto al médico que llevaba su caso cada que veía a la enfermera de medio tiempo que se encargaba de sacarle las muestras de sangre. Desvió su mirada por un momento hacia Jezabel. Al parecer a Joey no le desagradaba, así que la emoción la invadió y volvió a sonreirle. A ella tampoco le desagradaba, era muy linda, tenía un cabello similar al suyo y había dicho su nombre al acercárseles.

—¿Mm? —susurró y volvió a mirar a Joey. Lo sabía, él tenía dudas en dar un paso adelante del cáliz—. Te lo dije, voy primero y vuelvo aquí a avisarte si no hay nada malo del otro lado —se soltó de su mano y le sujetó la chaqueta con ambas manos—. A fin de cuentas eres mi amigo —asintió varias veces con la cabeza y retiró el tacto de la textura de la ropa ajena, caminando hacia el cáliz—. Espérame, confirmaré que no pasará algo que te dañe.

Tomó una bocanada de aire y puso su mano sobre el extraño objeto.

—¡Yo te invoco!

 

Lena Sallow

Un quejido lastimero salió de mis labios al sentir el frío y duro contacto del suelo contra mi espalda, en un golpe seco y contundente. Por un instante, con los ojos aún entrecerrados por el agudo dolor, pensé que me había caído de la cama en la que me encontraba tumbada, leyendo un libro. Pero cuando mis orbes lograron acostumbrarse al dorado color de aquella sala, apoyando los codos para intentar erguirme con esfuerzo, la semilla de la duda se implantó en mi pecho.

Esa, definitivamente, no era mi habitación.

Fruncí el ceño, completamente aturdida. A mi alrededor, multitud de personas se encontraban en mi misma tesitura. Se levantaban del suelo, sin comprender lo que sucedía, y escuchaban guardando silencio a aquella joven de finas facciones y presencia extraña recitar unas palabras que no llegué a comprender. Pero sin duda lo que acabó por dejarme perpleja fue ver con mis propios ojos cómo su silueta desaparecía sin dejar rastro, seguida poco después por un enorme tipo de apariencia intimidante. Abrí los ojos de par en par, viéndome las manos, y solté una suave risa desquiciada.

—Me he vuelto loca —aseguré, llevándome las manos al rostro mientras me refregaba los ojos una y otra vez—. Es eso o me han secuestrado. No creo que esté borracha, aunque no descarto la opción —aparté las temblorosas manos para admirar una vez más aquella sala dorada e impoluta, similar a un palacio divino, y gruñí con notoria molestia a nadie en particular, en busca de respuestas—. ¿Dónde cojones estoy?

Pero la respuesta, por supuesto, nunca llegó. Chasqueé la lengua con disgusto, escuchando una serie de voces no muy lejos de donde yacía. Seguí sus figuras con la mirada. Aquellas personas estaban... ¿Charlando? ¿Sonriendo? ¿De verdad pretendían ponerse a hacer amigos en una situación así? Apreté los puños, irritada, y estuve a punto de alzar la voz, de decirles que había cosas más importantes que atender que su vida social, cuando una voz sonó bastante cercana a mi oído. Alcé la mirada, mis orbes verdes refulgiendo cólera, pero mi amenazante aspecto no pareció ser una barrera para la carismática sonrisa que aquel chico que se me acercó me dirigió, tendiéndome una mano con amabilidad.

"¿Te ayudo a levantarte?"

—...¿Eh?

Admito que por un instante me quedé bloqueada. No estaba acostumbrada a que desconocidos como él quisiesen ayudarme cuando no nos conocíamos de nada, más aún cuando nos encontrábamos en una situación como aquella. Mi mano se movió por inercia, llegando a rozar la suya quizás animada por su sonrisa, pero me detuve en seco antes de poder siquiera aferrarme a él. Mis mejillas pronto se colorearon de la vergüenza, y ladeé la mirada con henchido orgullo, haciendo un esfuerzo sobrehumano por levantarme yo sola a pesar del dolor de espalda. Me crucé de brazos, alzando la barbilla, y le dirigí una mirada altanera, sin perder el color de mi rostro.

¿Quién demonios se creía que era aquel tipo, tomándose esas confianzas?

—Tsk. No necesito tu ayuda, ¿bien? —mentí. Por supuesto que necesitaba su ayuda, la espalda me lanzaba punzadas de mil demonios. Pero al verle bien, no pude evitar pensar que solía hacer lo mismo con todas las chicas que se cruzasen en su camino. Esa mirada confianzuda, esa sonrisa encantadora... Comenzaba a hacerme perder los nervios—. Si piensas que iba a caer a tus brazos por una linda sonrisa y un trato como ese estás muy equivocado. Deberías ir a ayudar a esas otras de allí, héroe. A lo mejor tienes más suerte —comenté con cierto sarcasmo, el corazón aún golpeándome con fuerza. Sin embargo, tras unos instantes desviando la mirada, aguardando porque el calor de mis mejillas se disipase, le dirigí una mirada de soslayo, inquisitiva—. Oye, tú. ¿Tienes alguna idea de dónde demonios estamos?