Colectivo BTOOOM! Re:birth

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Zireael, 1 Octubre 2019.

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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    BTOOOM! Re:birth
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    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Tragedia
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    Holi (?) Como saben que nos va eso de delirar, vengo con un proyecto que andamos planeando hace un rato.
    En fin, creo que eso es todo lo que diré porque si no voy a spoilear todo xD
    Liza White y El Calabazo












    BTOOOM! RE:BIRTH

    Category 5 Hurricane























    I feel the earth shaking under my feet,
    I feel the pressure building until I can't breathe
    And it takes everything
    And it all spills out.
    Anger. Sleeping At Last.



















    Los rayos dorados de la luz filtrándose a través de los hilos de las cortinas la sacaron de su sueño, para ser recibida por el techo de su habitación.
    Su mente estaba enredada en los restos de sus pesadillas y ni siquiera tuvo que levantarse para caer en cuenta de lo agotada que se sentía a pesar de haber caído rendida antes de las once de la noche.

    Metió el brazo bajo la almohada, sacando el móvil para desbloquearlo y ver la hora… ¿Había dormido doce horas?
    Bufó, sin siquiera darse cuenta que había fruncido el ceño, y se levantó de mala gana, tirando el aparato entre las sábanas para abrir las cortinas.

    Buscó una muda de ropa, tomó una ducha y cuando salió, limpió el espejo empañado con la toalla y clavó la vista en su reflejo, solo para notar los principios de unas raíces doradas.
    Bastó un parpadeo para que la imagen frente a ella se deformara, regresándole una versión pasada de sí misma de largo cabello rubio.

    No.

    El corazón se le detuvo en el pecho con el escalofrío que le recorrió la columna vertebral, eran dos preciosos ojos azules los que la miraban desde el espejo, pertenecientes a una muchachita menuda que aunque se parecía exageradamente a sí misma a sus quince años, no era ella.

    Otro parpadeo.

    En el espejo solo estaba ella, Katrina Akaisa, la muñeca manchada que olía a humo, con algunas de las difusas cicatrices que su adolescencia había dejado.
    Le tomó varios minutos recuperarse de la impresión y comenzar a vestirse, maquillarse y secarse el cabello, para luego salir del baño y comer la última manzana que quedaba en la refrigeradora, con la vista clavada en ninguna parte.

    Tomó las llaves del apartamento, su móvil y la billetera. A pesar de lo agotada que se sentía, se había comprometido a ir a almorzar con sus amigas y quería confiar en que su presencia la haría sentir mejor.

    Mientras caminaba a través de las calles cercanas al campus, texteó un rápido mensaje a su madre, deseándole un buen día y que saludara a Delilah, la empleada a quien más le había tomado cariño durante su infancia, estuvo por presionar el botón de enviar pero dudó un instante, suficiente para hacerla detener el paso.

    Dale mis saludos a papá.

    ¿Por qué? ¿Por qué lo seguía intentando a pesar de que sabía que cuando su madre le decía que él le regresaba los saludos, era un invento suyo? Era probable que se lo comentara en la noche, durante la cena o antes de irse a la cama, y el hombre ni siquiera le prestaría atención o solo respondiera con un sonido.
    Era probable que ni siquiera llegase a casa ese día por estar en medio de un viaje de negocios. Fuese lo que fuese, Damian Akaisa nunca regresaba su saludo realmente.
    ¿Cómo su amorosa madre había podido enamorarse de un hombre así? Hailee Akaisa merecía un compañero que la adorara como el tesoro que era y aunque supuestamente su padre lo había hecho en algún momento, la sola idea no le cabía en la cabeza.

    Retomó el paso, guardándose el aparato en el bolsillo de nuevo, avanzando despacio bajo el sol que pronto se encontraría en su punto más alto, hasta que llegó a las paradas de autobús donde había acordado verlas.

    Bruma.

    Un cuerpo delgado aferrándose al suyo, llorando hasta que la vida parecía írsele en ello.

    Dos siluetas con las que compartía una comida.

    Ella amenazando a un gigante con una esfera para luego ayudar a bajar a la pequeña de sus hombros.

    Ella dejando su chaqueta y su cajetilla sin abrir atrás.

    Ella luchando con uñas y dientes.

    Oscuridad.



    ¿Qué eran esos recuerdos que habían aparecido en su mente antes de que pasara a ese minisuper a comprar cigarrillos, asegurándose de comprar también un encendedor, antes de ir a esperar a sus amigas cerca de las paradas de autobús y que todo se tornara oscuro?
    La silueta enorme colocando un pañuelo rojo a su lado, la cascada rubia que brillaba bajo la luz de mil estrellas… el fuego azul que refulgía en la mirada vacía de aquella chiquilla del espejo.

    ¿Quién era esa gente que había visto antes de que todo se tornara negro?

    Era incapaz de abrir los ojos, pero escuchaba algo cortar con fuerza el aire y sentía el movimiento de la superficie bajo su espalda, inestable.

    El helicóptero.

    Fue incapaz de comprender su propio pensamiento, pero apareció en su mente con tal nitidez que fue incapaz de desconfiar de este, porque sabía que estaba en un helicóptero aunque nunca había estado en uno, y no terminaba de entender por qué o cómo había llegado allí.


    —¡Bienvenidos a este nuevo juego que podrá costarles la vida!


    Una sola palabra fue lo que hizo que los engranajes hicieran click, que las imágenes se arremolinaran en su mente, que reconociera la voz del cerdo que había estampado la boca contra la suya mientras estaba paralizada en la camilla… el que le entregaría las malditas bombas fragmentarias.
    El aire escapó de sus pulmones.

    Juego
    .

    Eso era un juego, sí. Ese de donde provenían las pesadillas que estaba teniendo desde hace un mes, era la causa de aquellos terrores nocturnos, de aquellos rostros a los que no terminaba de asignarles un nombre, pero a los que había terminado por reconstruirles una personalidad.

    Abrió los ojos de golpe, a pesar de que el efecto de la anestesia en su cuerpo empañaba su visión, revelando dos orbes de distinto color, y los clavó en el televisor, justo a tiempo para ver cómo al anfitrión se le escapaba una risa.


    >>Dentro de poco estaremos en el destino deseado, disfruten el viaje mientras la anestesia empieza a desaparecer, quizá algunos no entiendan lo que estoy diciendo, y eso lo hace más divertido aún. —La sonrisa en el rostro del joven se ensanchó, como si la reacción de Katrina le hubiese caído en gracia, justo antes de que la conexión finalizara.


    Las maldiciones de uno de los gigantes no se hicieron esperar como ruido de fondo, la joven de mirada heterocroma no separó la vista del televisor apagado, porque lo cierto es que no podía siquiera pensar en intentar enfocar el mundo a su alrededor.

    Este idiota… ¿Tenía nombre? No. Nunca supimos quién era, ¿o sí? Al menos yo no lo supe.

    Esta vez guardó silencio, intentando poner sus memorias revueltas en orden, y a pesar de lo fatal que la hacía sentir la anestesia, sumado al peso del paracaídas en su espalda, logró hacer el esfuerzo suficiente para sentarse, aunque tuvo que apoyarse con los brazos para evitar irse de cabeza o caer de lado.
    El mundo parpadeó frente a ella con tanta fuerza que estuvo por vomitar lo poco que tenía en el estómago, cerró los ojos, intentando recuperar algo de su compostura, y los abrió despacio.

    ¿Dónde estás, niña?

    Paseó la vista sobre los cuerpos femeninos, buscando una sola cosa: aquella melena rubia. No tardó en encontrarla, la vio yaciendo sobre su costado, con los hilos dorados cubriéndola en direcciones aleatorias. Estaba cerrando los párpados, ocultando los fuegos fatuos que tenía por ojos, solo para dejar caer la mejilla contra el suelo.

    ¿Cómo terminé contigo, chiquilla? ¿Quién eres?

    Deslizó la vista entonces por el resto de personas allí y pronto distinguió a la otra silueta de sus pesadillas. El gigante caucásico.

    Grandulón.

    La palabra apareció en su mente con una fuerza ridícula, haciendo que su cuerpo cediera por fin a la anestesia y al peso del maletín; tragó grueso, sintiendo su corazón latir violentamente en su pecho, amenazando con salirse por su garganta.

    Recordaba fragmentos, sus rostros, gritos, sangre. ¿Por qué su corazón se hacía un nudo al pensar en la chiquilla y el grandulón? Hay muerte, ¿la muerte de quién?
    Él… él le introdujo un cilindro de gas en la garganta a una chica de su edad, pero no es esa muerte, no es esa sangre.

    Sus pensamientos se arremolinaron de tal forma, mezclados con la anestesia, que cuando sintió un tironazo en el cabello no pudo saber cuánto tiempo había pasado. El jalón de cabello no fue suficiente al parecer, porque pronto sintió como le sujetaban el brazo con la misma fuerza y la arrastraban, impidiendo que su desorientada visión enfocara cualquier cosa. El parchonazo verde y azulado que apareció en su visión, revuelto con el tono pardo del interior del helicóptero, causó un vacío en su estómago incluso segundos antes de ser arrojada de este y el grito que rasgó su garganta se perdió con el viento que chillaba en sus oídos.

    El suelo, el verde oscuro del bosque, se acercaba a ella a una velocidad vertiginosa, que solo fue detenida por el paracaídas que se había activado de forma automática.

    Se aferró a los tirantes de la mochila como un gato, con la fuerza que sus delgadas manos le permitían clavar las uñas en la tela; sentía el corazón atorado en la garganta y aunque ahora se acercaba a tierra firme con una velocidad mucho más aceptable, el vacío en su estómago no desaparecía.
    ¿A quién se le ocurría arrojar gente sobre un bosque?
    Sintió las ramas rasguñar su piel incluso por encima de la chaqueta y los pantalones. El paracaídas no tardó en alcanzar el mismo destino, enredándose en las ramas, dejándola caer sobre la tierra húmeda y la hierba.
    Entre las ramas observó que estaba cayendo la noche.

    Se levantó a tropezones, sacudiéndose la suciedad de la ropa y revisando los raspones de sus rodillas y manos. El corazón aún le latía con fuerza, pero lo cierto es que no sentía miedo… no esta vez. Su cuerpo no la guió a ocultarse entre la maleza, sino que se quedó clavado allí, en medio del bosque, sintiendo el aroma de la madera, la tierra y las plantas llenar sus fosas nasales.

    Si los recuerdos implantados y revueltos que tenía no la engañaban, era allí donde toparía con el primero de ellos, el que, aunque no quisiera admitirlo, la mantendría con vida porque lo cierto es que no podría sola contra prácticamente nadie. Era pequeña, delgada y además una fumadora, su fuerza y resistencia física eran ridículas. Necesitaba a otra persona para sobrevivir, para intentar cambiar ese desastre.

    Caminó despacio, sin molestarse siquiera en ocultarse y metros más allá se sentó al pie de un árbol, sacó la cajetilla de cigarrillos, la abrió, colocó uno entre sus labios y accionó el encendedor nuevo, para dar una calada antes de regresar las cosas a su bolsillo.

    Exhaló el humo, viéndolo ser arrastrado por la casi inexistente brisa y cuando la silueta de un gigante casi pasó por encima de ella, se levantó de golpe, con un miedo fugaz en la mirada que engañaría a cualquiera.


    —Fumar en medio del bosque no parece muy listo de tu parte. —Lo vio recorrerla con la vista, analizándola, pensando en su siguiente movimiento y en sus palabras—. Por el miedo en tu mirada asumo que quieres vivir, ¿no es así? Escucha, tengo un plan, o bueno, el bosquejo de un plan, pero para realizarlo necesito de un par de personas… podría asegurarnos llegar a las finales, pero quisiera explicarlo en un lugar menos abierto, donde no nos puedan atacar u observar. Hay un edificio cerca al que planeaba dirigirme, ¿qué dices?


    Extendió su manaza frente a ella, alejando la otra de la riñonera con BIM’s para que pudiera ver a la tenue luz de la luna que se encontraba vacía. Estaba serio, sereno, como si confiara en sus palabras y su estrategia; porque lo cierto es que ese gigante nunca necesitó una bomba para matarla.

    Siempre fuiste así, ¿no?

    La sombra de una sonrisa se asomó en los labios de Katrina y le dio una calada profunda al cigarrillo que aún sostenía entre los labios, pudo ver un atisbo de duda en él, tan fugaz que casi podía pasar desapercibido y tomó su mano por fin, cerrando el trato. El trato que la llevaría con la pequeña rubia.

    Un dardo se clavó en su mente, arrojado por el maldito anfitrión, uno que la orientaba a la duda, al miedo, al terror absoluto.
    La niña, la bonita rubia de ojos como fuegos fatuos había traicionado a alguien para estar allí… quería morir de tal manera que había sacrificado la confianza de alguien para ser enviada al matadero.

    Oh, cariño, ¿es eso cierto? No puede. Tus ojos no me perseguirían de haber sido así.

    Arrojó el ruido en el fondo de su mente, regresando su atención al hombre rubio frente a ella, deshaciendo el agarre de su mano.


    —Te sigo, grandulón.



     
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