Historia larga Bleu ex machina

Tema en 'Novelas Terminadas' iniciado por LhaurgigSesnas, 3 Mayo 2015.

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    Browning

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    Muy buen capitulo, me ha gustado mucho. estare esperando al siguiente capi. Me he llevado mi sorpresa. y disculpa si no lo habia leido antes :3
     
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    Sus opciones inocuas


    Al fin llegó un laringólogo, y en camilla se la llevaron para hacer un sondeo del estado de su faringe y laringe. A petición suya, usaron un laringoscopio de video, como en aquellas ocasiones pasadas, cuando era cantante. Tuvo miedo de ver el desastre que había dentro, cerró los ojos, pero al final los abrió. Debía constatar el desastre.

    Ya no se podía hablar de pliegues vocales. Ambos estaban totalmente atrofiados, aunque los podía reconocer en medio de la inflamación general. ¡Estaban ahí, entre hematomas, parecían ser esos dos edemas uno al lado del otro! El inmenso choque fracturó 6 de los nueve cartílagos, y le era muy difícil aplicar presión, puesto que su musculatura también estaba inutilizada. Inclusive debía tener cuidado para comer, pues aunque podía tragar, la comida no necesariamente iba conducida hacia la faringe. Si caía por la laringe, proceso que su cuerpo ya no podría evitar como antes, se haría mucho más daño, además de ahogarse. Desde aquel momento, estaba condenada a comer en forma de papilla.



    Al menos podía aplicar presión cordal, aunque al comienzo le dolía hacerlo. Mientras tuviera hematomas, ese dolor no emprendería retirada, pero eso no significaba que pudiera producir sonido, una vez pasase el tiempo. Uno de los pliegues continuaba vibrando, y el otro estaba por completo inmóvil.

    Al revés, lo costoso era abrir la laringe, pues eran otros los cartílagos y músculos encargados de la tarea. Podía abrir con mayor concentración de la usual, de a poco. Con entrenamiento evitó el sentirse ahogada, y según pasaron los días, tuvo mayor soltura. Aunque era bueno que pudiese cerrar y abrir su laringe a voluntad, los doctores se dieron cuenta de que el tosido por acto reflejo, era demasiado brusco para soportarlo, causaba dolor. En lo posible debía toser a propósito, controladamente, si sentía la comida ir por el conducto equivocado. Eso sería difícil de lograr.



    Sólo había soluciones parciales para ella. Tras radiografías y mil revisiones, le dijeron que debía operarse, para reparar la anatomía laríngea y así evitar problemas. Eso no significaba que pudiese volver a hablar, pues aunque el cartílago podía ser colocado en su sitio, y se regeneraría con el tiempo, lo importante a esa tarea eran los pliegues vocales, aquellas membranas tan útiles… y ya no serían lo de antes. De entre los pliegues implicados en la fonación, uno ya no respondía, y el otro parecía mandarse solo, cuando quería funcionaba.

    Restaba comprobar si la parálisis era permanente, aunque todo parecía indicar que sí. El estímulo que generaba el movimiento, simplemente no llegaba, era a causa de una lesión en los nervios recurrentes laríngeos, uno más afectado que el otro. La única solución posible, era una “tiroplastía”, en donde se movería el pliegue inmóvil a una posición más próxima al otro, para evitar tanto escape de aire. No volvería a moverlo, pero seguramente podría respirar mejor y, ¡quizá hasta pudiera hablar! Su voz sería limitada, airosa y ni soñar con interpretar con pericia.

    Como debía operarse bajo anestesia general, en forma invasiva, la tiroplastía podría hacerse en medio de la otra intervención reconstructora. Sin embargo, apareció la doctora Darwin insistiendo en que debía hacerse luego de un tiempo de recuperación, vía endoscópica, aunque en ese caso no podría echarse pie atrás al procedimiento, si la parálisis resultaba no ser permanente. La señora debatió largo y tendido con el médico encargado de su caso, una batalla entre profesionales de la que no entendió nada. ¿Quién era Schaefer, qué era la escotadura tiroidea, cómo querían evitar la retracción cicatricial? Continuaron la charla en otro lugar, pues un debate de ese tipo podría ponerle insegura, eso no era bueno a la hora de afrontar una intervención quirúrgica.



    Si la respiración seguía siendo una dificultad tan evidente, el recurso al que podían echar mano, era una traqueostomía. Es decir, por debajo de su laringe abrirían un pequeño agujero hacia su tráquea, y la inserción de una cánula facilitaría el paso de aire. Pero… ¡qué horror! La sola idea le dio escalofríos. Los escalofríos le hicieron doler el cuello, igual que cada vez que tosía.

    No estaba segura de nada. ¿Todo eso para qué?, ¿qué más daba si se sometía a tres cirugías, o a ninguna? Sea como fuese, no iba a recuperar su voz. El sueño de su vida, la razón por la que existía, estaba muerta. Si respiraba bien, o se ahogaba, le importaba menos que nada.

    ¿Cómo expresar su desinterés? La doctora Darwin, sus padres, Kitrinos y los médicos, estaban seguros de que su negativa era debido al miedo, al proceso traumático, y quizá tuvieran razón. Estaba demasiado abatida por el accidente, pero debía entrar en razón y reflexionar. La vida seguía, tenía que someterse como mínimo a la reconstrucción, de otro modo sería intubada y debería permanecer en el hospital. Ella tenía la decisión, no le podían obligar, pero rechazar las operaciones era un acto irresponsable. Sobre todo, debían comenzar pronto el trabajo.



    Nada de eso tenía sentido. Ya estaba perdida, todo se fue a la basura, y no había nada que Flovia o que Ao y Kitrinos pudieran hacer para confortarle. Ya no era la misma persona; se dio cuenta de que su lucha era inútil, se rió de sí misma por poner tanto empeño en algo infructuoso. Si ya no era una cantante, lo único que le quedaba era ser otaku. ¿Quizá aprender a dibujar? ¡Pero si también tenía fracturas en su brazo, carajo! Tal vez pudiera optar a una pensión por invalidez, y dedicarse a leer mangas por el resto de su vida. Eso sonaba más o menos placentero, además ya no podría ser un pañuelo, y los benefactores no le darían un mísero billete.

    Si no podía ser nadie en el mundo real, sólo le quedaba dejarse envolver por los mundos de fantasía. Así se dio cuenta, al ir Flovia seguido, queriendo alentarle, disfrazándose de personajes sólo para sacarle una sonrisa.

    Oh… pero eso también tambalearía, puesto que si no podía desenvolverse como contralto, ni ganar dinero por arrojar su voz al resto, ¿cómo se iría de la casa de sus padres? ¡Ya lo tenía! La scooter seguramente estaba buena, debía venderla, y con el primer y segundo pago por asumir el rol de Bleu, le alcanzaría para el pie de una casa, o el arriendo de un sitio por algunos meses. Luego… ¿dedicarse a trapear mesas?, ¿preparar hamburguesas? Lo único que sabía es que luego de su accidente, con sus padres instigándole más que nunca, iba a ser imposible dedicarse a leer un manga.



    Decidió que si ya no tenía garganta para discutir con ellos, debía evitar el conflicto. No debía volver, ¡tenían razón! Debía alejar de su vida todos los elementos inadecuados. Sin saber cómo, se prometió no volver a pisar aquel sitio, salvo para hacer sus maletas. Tenía una nueva vida que plantearse.

    ¡Ya basta de indecisiones! Tenía que someterse a la estúpida cirugía, así al menos podría tomar una siesta, sin creer que iba a morirse ahogada en el sueño. De momento, rechazó la tiroplastía de tipo 1 por parálisis unilateral, más tarde podía hacerse del modo en que Darwin indicó, sin necesidad de operarse. Era positivo que Kitrinos convenciese a los otros patronos, y a Darwin, de usar dinero del CVA en costearle los gastos médicos. No lo pidió, fue un favor del hombre. Al menos de eso no tendría que preocuparse, y además, le daba mayor tranquilidad para pensar. Que sus padres pagaran los gastos médicos no le hubiese convenido.

    Definitivamente, descartó la traqueostomía. Tener un agujero en el cuello no le atraía en nada, incluso facilitase su respiración. Significaba poner fin definitivo a cualquier milagro. ¿Y si de pronto, su parálisis cordal desaparecía? Pero es que… si optaba por una tiroplastía endoscópica, también se cerraba opciones. Se le escapaban los motivos científicos por el que Darwin opinaba que aquella era la mejor opción, en tanto el médico encargado de su caso, decía todo lo contrario.

    Así que simplemente no. Más adelante pensaría sobre la llamada tiroplastía, luego del tiempo de recuperación que debía tomar, tras la reconstrucción a la que debía someterse. Podía hacerse de un modo u otro más tarde.



    Entre siestas y períodos de soledad, aclaraba sus ideas. Con tal claridad, descubría que no tenía claridad para nada. Su decisión podría ser cualquiera, y no estaría segura de haber elegido lo mejor. Se quedó dormida, aunque despertaba inspirando fuertemente. Un buen día decidieron que debían hacerle respirar con máquinas siempre. Por su ansiedad, por el trauma, se agitaba mucho y entraba en crisis. Se estaba tardando mucho en decidir, y no tenía mejoría.

    Es que no le importaba lo que pasase con ella.
     
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    Extinguirse el espíritu


    Llorar le era contraproducente. Movía el cuello sin querer y le dolía, además el tragar aún le molestaba. Seguramente eso pasaría con los días, tras el tiempo de reposo prudencial, luego de la reconstrucción de su laringe. Debía mantener descanso absoluto, sin intentar hablar, apenas tragando lo suficiente. Ahora respiraba mejor… un motivo menos para someterse a ninguna operación estúpida más. Sólo eran para desagradarle.

    Ya no estaba intubada, y tenía cierta libertad. El yeso ya estaba firmado por sus amigos, quienes le daban algo de fuerza. En cambio sus padres encontraron imprudente el rayarlo, algo grosero, y además estaban muy preocupados de sus recientes amistades. Pero ya no tendrían razón para preocuparse nunca más…



    Kitrinos iba todos los días a visitarle, comentándole cómo iba evolucionando el tema de Noir y Vilma. La muchacha y su familia ya habían emprendido el viaje, pero antes y de forma apurada, le nombraron como Bleu. Quizá era precipitado, pero el nivel de canto que exhibía la joven lo merecía, y también su empeño en seguir haciéndolo, pese a la afrenta que eso significaba para su progenitora. Dijo que esparciría su voz en donde pudiera, y trataría de hacer un poco menos rutinaria la vida de las personas. Como acto de despedida, en un restorán tuvo su debut, bajo el nombre de Bleu. Una pequeña presentación ayudada por un singular profesor de dirección de conjuntos, con quien no había perdido contacto.

    Flovia y Namie le extrañaban ya, aunque el muchacho transformista se hacía el duro. En todo caso, antes de partir Vilma les dijo que el trío se quedaba en su corazón, pero que la vida no era cursi, así que debían buscar un remplazo.

    Kitrinos esperaba que el rápido e improvisado nombramiento no fuera una impertinencia para el resto de trascendidos. La muchacha todavía tenía que aprender mucho. Sobre los benefactores y el dinero que le entregaban, esa renta llegaba a manos de Rouge, y luego ella se encargaba de enviarlo. De esa forma cortaban cualquier posible pista de la que Noir pudiese aferrarse para buscarla.



    Oh… maldita Noir, estúpida egoísta. Durante los extensos tiempos para reflexionar que tuvo, había dado con una conclusión irrefutable. ¿Un camión descargando fuera de la barraca, en una avenida, y de manera todo menos segura? ¿Quién sabía en donde estaba, y hacia dónde iría luego de terminar la reunión? Era previsible que a cierta hora pasase con la scooter por ahí, pero, ¿cómo los de la barraca le reconocieron?, ¿si hubiera ido en un automóvil, le habrían visto? Cuando pensaba en todas esas cosas, se agitaba mucho y venía la enfermera, cortándole las reflexiones.

    La ley estaba investigando a la barraca, y a las condiciones sospechosas de su accidente, pero ¿cuánto tiempo tardarían en los peritajes? Quizá no tuviese eterno lapso para confirmar su sospecha. Su mente se llenaba de desprecio, pero no de respuestas



    La paranoia no le cortaba su rutina habitual: llorar hasta ya no poder más, pues nada tenía sentido. Estaba en el peor momento de su existencia, y sabía que en realidad no quería operarse por segunda vez, debido a la cobardía. De hacerlo, su problema tampoco se resolvería, ¡quería que todo fuera como antes! ¿No existía alguna forma de preservar lo que en algún momento tuvo?

    Al trabajar en teatros y auditorios, nunca grabó su voz. Quizá algún espectador haya tenido intención de grabarle, con una cámara casera, y calidad de sonido pobre, ambiental. Su pequeña fama no podía seguir creciendo, y su voz entonces se extinguía con su accidente… ¿quizás aferrarse a la pequeña satisfacción de ser Bleu durante algunas semanas?, ¿añorar para siempre las clases que dio en la casona?, ¿suponer que los miembros del instituto del jazz jamás se olvidarían de lo que provocó en sus cabezas?

    Supo todo lo que se amaba a sí misma, a pesar de no haberse volcado nunca a pensamientos ególatras. El cantar significaba que alguien le escucharía, grupos de gente cada vez más extensos. Pero eso ahora no le bastaba… le habían escuchado, ¿y qué más? Se acordó entonces de que había hecho algunas grabaciones en el estudio de Kitrinos, pero de nada servían.

    Quienes le oyeron y eran constantes en su vida, sus compañeros de clase, Flovia, sus padres, eran los únicos que podrían admirarse con nostalgia. Y no lograrían transmitir en relatos lo que ella lograba en directo.

    Como nunca se aferró a sus recuerdos, eso al mismo tiempo que no tenía ninguna secreta esperanza de que mejorasen las cosas. Simplemente la realidad no era así.



    A la mañana siguiente preguntó a la enfermera si acaso era practicable el que le dejasen salir, acompañada, por los alrededores. Sentía la necesidad de moverse, el encierro y sus incesantes reflexiones sólo le hacían daño. Pensar demasiado le acabaría trastornando.

    Sólo unos pocos minutos, y luego le traerían de vuelta. ¿No se podía?, ¡lo necesitaba!

    Consiguió algo de eso, a medias. Estaba todo el tiempo recostada, o semi sentada, para que su cuello no tuviera que hacer mucho trabajo. Pensando en ello, es que para salir debía hacerlo con un collarín, y en silla de ruedas. Aunque podía caminar, tropezarse era un riesgo que no se debía correr, y además podía sufrir la tentación de querer girar la cabeza para mirar a algún sitio.

    La luz del sol en su rostro estaba fabulosa, seguramente le ayudó a aclarar sus ideas. Pese a que todo el mundo estuviese en contra, la decisión estaba tomada: no se haría jamás ninguna tiroplastía. ¿Para qué? Cada vez respiraba mejor, ya no era algo tan preocupante. Pero sus pliegues vocales habían quedado atrofiados, sólo el cartílago y ciertos músculos mostraban progreso. Quiso mostrar alguna rara dignidad ante el desastre; su laringe inútil sería una marca que le acompañaría de por vida. Una nueva intervención no aportaría nada, aunque lograse hablar en forma rudimentaria. Mejor no dar lástima, y aprender el lenguaje de sordomudos.



    Cuando le dieran de alta, su cuidado cervical no fuese tan estricto, y pudiese desenvolverse normalmente, planearía qué camino emprender. Lo que tenía claro, es que no debía volver a casa de sus padres, pero se le escapaba el modo de hacer realidad su idea.

    Es más, quizá su padre pudiera calzarle en alguna empresa, como secretaria, algo así. Les necesitaba a pesar de todo, y al menos tendría trabajo, no sería una profesional con un título de intérprete musical obsoleto… ¿pero qué estaba pensando? No renunciaría a la música, debía seguir inmersa en ella. Lucharía por un campo laboral relacionado, incluso terminara vendiendo instrumentos musicales… oh, pero si estaba muda, vendedora no podría ser.

    ¡Quizá aprender un instrumento de cuerdas! Tenía 24 años, no estaba perdida. Sólo tenía que afrontar el reto con madurez, sin desesperarse.



    Alguien que estaba más intranquila que ella, era Flovia, sobre todo luego de haber rechazado la segunda operación. Incluso estuviera disfrazada como uno de los personajes más felices que pudieran existir, no podía ocultar la pena. Le conmovió que Flovia le dijese que extrañaba su voz, ese timbre tan raro que tenía, y que le daba pena el saber que ya nunca le podría escuchar. Era casi como si hubiese muerto… y sentía igual.

    Era distinta ya, otra persona, aunque no estaba definida.



    Pero Flovia no estaba allí sola, pues era menor de edad y debía ir acompañada. Ao le llevó, y aunque ésta no había tenido oportunidad de escucharle tan íntimamente, era incapaz soportar el pesar de las dos. Así que le tomó una mano, y le juró que algo podía hacer al respecto, si le daba permiso a usar su programa. Los pocos experimentos que hizo, eran más valiosos de lo que jamás hubiera supuesto.

    Tuvo que esperar a que le dieran de alta para entender.
     
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    Bleu ex machina


    ¿Qué podía ser lo que planificaba Ao? ¡Su voz había desaparecido! Ya jamás podrían escuchar nada igual en la vida, había sido una experiencia única y que duró poco. Flovia atesoraría para siempre aquella ocasión en el instituto del jazz, esa versión sombría de una vieja canción.


    “¿Y cuál traje usará la pobre chica,


    en todas las fiestas futuras?


    Un pobre andrajo de quizás dónde,


    en todas las fiestas futuras.




    ¿Y adónde irá, y qué osará hacer,


    al caer la medianoche?


    ¡Será otra vez la bufón del domingo!


    y llorará tras de la puerta…”



    Con un tempo más rápido que el usual, sin la tercera estrofa, y con un envolvimiento inédito del ambiente; con su inusual voz impactando a los estudiantes. ¿Cómo no se iba a sentir apesadumbrada, si eso jamás podría repetirse?



    Ya fuera del hospital, debía tener mucha precaución, aunque ya asumía que los dolores cervicales tendría que soportarlos toda su vida. No era tan grave, no le hacía imposible la existencia, aunque ahora tronaba su cuello cada vez que se sentía incómoda. Tics que no se pudo quitar.



    El viejo departamento de proceso de datos era un lugar muy inquietante. Había máquinas tan viejas que ni siquiera tenía noción alguna de cómo podían funcionar, o a qué cosa moderna eran similares. Pero era evidente que no hacía falta un mouse, o siquiera un monitor. No había nada que ver, lo único necesario era escuchar.

    Un solo parlante de madera, hecho a mano, era indispensable. Lo importante era un teclado de 88 notas puesto sobre un atril. Ao se dedicó a tocar una melodía, la cual reconoció de inmediato. Al terminar usó otro teclado, esta vez de escribir, y allí se quedó introduciendo datos. Tuvieron que esperar, y después pasó algo que no esperaba.



    El único parlante comenzó a emitir… ¡su voz! Era su timbre de voz, su canto… al parecer el programa era un sintetizador vocal, y lograba emularle con pasmosa fidelidad. Su forma de cantar era bastante parecida, y aunque estaba algo falto de matices, la propia maestra Vert los iba creando en el teclado. Se dio cuenta que con una apretar de tecla, hacía pasar la voz virtual por el puente, cantando primero de pecho, y tras dicha acción de cabeza. En el final, la japonesa decidió ponerle vibrato a las sílabas, y para ello intercambiaba en oprimir 2 teclas, repetidamente.

    Era la segunda estrofa de la canción añorada, seguramente le preguntó a Flovia por la letra:



    “¿Y cuál traje usará la pobre chica,


    en todas las fiestas futuras?


    ¿Por qué sedas, trajes de antaño,


    en todas las fiestas futuras?




    ¿Los trapos del jueves, qué les hará


    cuando lunes sea ya.


    ¡Será otra vez la bufón del domingo!


    y llorará tras de la puerta…”



    El grado de perfección era estremecedor, tanto que logró sacarle una lagrimilla a Flovia.

    ¡Su voz no falleció el día del accidente! Había sido reencarnada en aquellos mainframes, en las minicomputadoras. Su alma como artista estaba dentro de máquinas añejas… la voz que algún día tuvo, parecía haberse cansado de su cuerpo, y se cambió de casa. La imitación era incluso más real que aquella que Kitrinos hizo a modo de juego, cuando se conocían.

    Un software lo lograba mejor que una persona humana.



    Lo que sí, el simulador no había alcanzado la perfección, pues fue incapaz de descubrir el modo en que produjo la última frase, al bajar un octava entera. El programa no podía llevar su voz virtual a zonas tan graves del registro, puesto que hacía igual como ella, previo a descubrir la forma de glotalizar. Al querer agravar se volvía airosa, el volumen descendía y el sonido se hacía muy débil, tanto que se perdió.

    Pero a Vert le causaba una satisfacción tremenda dicho fallo, pues ¡no lo era! Su aparato fonador estaba tan bien emulado, que el mismo programa no podía ir por encima de lo que ella era físicamente capaz de hacer. En cuanto Ao terminara de aprender la producción de la voz frita, podría aprovechar el fenómeno en su simulación. De hecho, el programa era capaz de producir el fenómeno, existía la capacidad “anatómica”. Lo que faltaba era programar las instrucciones que permitieran usarla. Para simplificar, su garganta virtual podía freír la voz, pero el cerebro no era capaz de dar la orden.



    Necesitó sentarse. Su asombro era cuantioso, no tenía palabras para describirlo. Flovia se quedó mirándole, ¡era lo que Ao trabajaba, desde hacía años! Partió en la época en que los ordenadores que presenciaba, eran actuales. Y al parecer, no hacía falta cambiar ninguno. Lo más moderno allí era un lector de disquetes, uno para cada parámetro grabado. Cada uno de los disquetes de aquella caja de cartón que le mostraba Vert, era una voz distinta.



    Los programas de síntesis vocal estaban en pañales, y seguramente hicieran falta muchos años para que hiciesen un 1% de lo que Ao había conseguido. Sea cual fuese el método, es un error sintetizar la voz y trabajar en el armado de frases, la naturalidad del timbre, y lo inteligible que resulta. Es un error lógico similar a querer que el agua adoptara forma cúbica, sin primero diseñar un recipiente cuadrado.

    En la vida real el canto no nace de la nada, por telequinesis, eso era lo que un software de síntesis vocal hace. En la vida real, el canto es sostenido por 3 cosas: un aparato fonador, las leyes físicas, y la creatividad del intérprete.



    Parte de esto era recreado con mayor o menor éxito, en los juegos de vídeo. ¡Motores de física! Sostienen un “ambiente” en el que puede haber “interacciones” entre los objetos presentes.

    ¿Y si alguien analiza al milímetro toda la conformación del tracto laríngeo, del tubo faríngeo, del cartílago, de los músculos implicados en la tarea? Pero no era lo único, también el interior de la boca y fosas nasales, dientes, lengua y paladar, mejillas y labios, hasta la saliva. En un disco magnético de 4 megabytes se hallaba un prototipo de laringe “estándar”. Toda la información del aparato fonador completo, incluyendo pulmones y diafragma, se podía contener en menos de 4 millones de caracteres.



    Esos datos debían compilarse en información trabajable para el motor de física, confiriendo rigor y elasticidad, definiendo las capacidades sónicas, el modo en que los pliegues vibran y alteran la ondulación mecánica.

    Los disquetes sólo contenían información adicional, para modificar la laringe prototipo. El planteamiento: la mayoría de información anatómica es algo común a todo ser humano. Los modificadores son factores genéticos y hormonales, pero jamás hacen tan distinta una laringe de otra. Los aparatos fonatorios de un hombre y una mujer difieren mucho, pero poquísimo al lado de la similitud general.

    Por ello, con unos cuantos kilobytes de texto podía modificar el aparato fonador predeterminado, según las características que había estudiado. Los vídeos que grabó con laringoscopio sólo le daban una idea general, menos que mínima. El pañuelo amarillo le ayudaba mucho a deducir el modo en que cada quien cantaba, y Darwin hacía conjeturas sobre su anatomía laríngea, las medidas de su cavidad nasal, etcétera. La completa perfección la consiguió escuchando mil veces la voz generada, y viendo las características de ésta.



    Ella, Ossandón, la misma japonesa, Darwin en su juventud e inclusive cantantes líricos fallecidos. Ao también había diseñado timbres no pertenecientes a nadie, bajo una estructura anatómica correcta, eso quería decir que alguien podría nacer con una voz semejante.



    A Vert le urgía realizar algo que bautizó “test de Turing auditivo”. Le explicó que tenía en cassette una grabación suya, a cappella, que hizo en casa de Kitrinos, cuando estaba explorando géneros musicales.

    Escucharía la grabación de sí misma, y también un canto con su timbre, producido por el programa. Era la misma canción, al mismo tempo y tono. La gracia era que reproduciría una versión u otra al azar, según un lanzamiento de moneda, y ni siquiera Ao sabría cuál versión sonaría en qué orden.

    El ejercicio era reconocerse a sí misma.
     
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    Ao fue muy precavida, para evitar que cualquier factor ajeno al oído crítico evidenciase cuál era la canción real, y cuál la simulada. Tuvo en cuenta que la calidad del audio podría ser una pista, puesto que el canto original fue grabado en estudio, en cambio el programa recreaba los formantes de la voz para transmitirlos por un parlante. Por razones técnicas, la calidad de una grabación profesional sería superior a la generada por el programa, sobre todo si luego el canto era transmitido por un parlante casero, aunque fuera un señor parlante, muy bien hecho.

    Lo resolvió editando los dos audios, para emparejar las calidades de ambos. Aparte de eso, juró no haber realizado ninguna otra modificación.



    Almacenar una canción a cappella sin pérdidas era mucho desafío para las máquinas del subterráneo, así que los resultados eran grabados en soportes analógicos. Suponiendo 10 megabytes por minuto de duración, quizá un aria llenase todo un estante de cinta magnética, y algunos discos también. ¡Ni soñar! Así que Vert había grabado en el lado A de un cassette la voz original, y en el B lo creado artificialmente. Colocó la cinta en la radio estéreo, tapando con su cuerpo para que no viesen. Además, el cassette tenía borrada cualquier señal escrita, Ao no sabía cuál lado era cuál. El que desconociese cuál canto sonaría pretendía algo de cientifismo, pero como controlaba el experimento, no interesaba. Aparte, un lado tenía que estar rebobinado respecto al otro, ¿no? Así que era mentira, la japonesa sabía cuál versión pondría.



    Era el momento de escuchar… y fue incapaz de reconocer cuál era la máquina. ¡Las dos canciones eran ella, sin duda alguna! ¿Era un juego de engaño, verdad? Ambas versiones eran suyas, hizo más de una sola grabación de la pista.

    Sin embargo, ya había oído su traducción de la vieja canción que utilizó en el versus. Terminó decidiendo por inteligencia; eligió la versión que le pareció mejor ejecutada, y tuvo razón. La máquina era menos prolija que ella al inspirar, también sonaba levemente más plana, y parecía pronunciar un poco distinto.



    Al menos ya sabía cuáles eran las diferencias más notorias de su voz, tras haberse ésta cambiado de casa. Era escalofriante el que ella misma necesitase entrenamiento para saber reconocer a la vieja Bleu simulada. Si no hubiese recibido aquella charla sobre la negación, por parte de Ao y Kitrinos, se hubiera empeñado en asegurar que todo eso era un elaborado truco.

    Era verdad que la Bleu virtual pronunciaba un poco raro, pero eso tenía explicación: aunque el programa reproducía su aparato fonador, no la tenía a ella a cargo. Por eso Vert debía cuidar mucho la letra que introducía; pensó desde un principio en las interpretaciones en diferentes idiomas.



    Una persona que cantase en inglés entonaría con otro énfasis, diferente a una persona de habla hispana, o respecto a un finlandés. Aunque muchos lenguajes comparten las mismas grafías, cada hablante las pronuncia según costumbres, inclusive es así dentro del mismo idioma. Un argentino y un mexicano pronuncian las LL de distinto modo, y los españoles con los venezolanos dicen la Z distinta.

    Por eso, el aparato fonador virtual debía ser libre de pronunciar como se requiriese. Lo que la japonesa escribía no eran las grafías en castellano, sino que las del alfabeto fonético internacional. Era un compendio de fonemas más amplio que cualquier idioma por separado, y por tanto, Ao debía escribir la representación correcta; más de 100 símbolos que debía utilizar con habilidad. Pero como no tenía una pantalla, lo que tecleaba era lo definitivo. Sin monitor y con escasa memoria, no había comprobación alguna. Si equivocaba una letra, la voz virtual acabaría cantando lo que escribió.



    El programa no pronunciaba igual que una persona real, puesto que de hecho lo hacía más correctamente que una. La gente es descuidada y debe enfocarse en pulir su dicción; el programa de por sí lo hacía con pulcritud máxima. Vert podía definir el nivel de habilidad de su simulador, convirtiéndole en un negado total que desafina mil veces, o en un virtuoso. La única limitante era la capacidad anatómica, o en ciertos casos puntuales, mental.

    Con el valor “dicción” en su máximo, la diferencia no sería desapercibida por nadie; incluso no es perfecto un cantante lírico entrenado por años, para pronunciar correctamente los principales idiomas usados en la ópera. Es poco común hallar gente que, como Ao, tuviera dicción máxima.

    En todo caso, luego del proceso de calzar la letra de la canción con la melodía ejecutada en el teclado, venía el ajustar las “interacciones” que tendrían evento en el motor laríngeo. Vert podría bajar la dicción a un 86 u 88%, y el resultado sería aún más parecido a lo que podía cantar en el pasado.

    No obstante, Vert prefería trabajar con todos los indicadores de habilidad al 100%. Con escribir las canciones bajo una fonética distinta, bastaba y sobraba. Por ejemplo, si buscaba imitarle cantando en alemán, al nunca aprender el idioma debía lograr un resultado poco pulcro. Para eso estaba el teclado especial, el cual adaptó a la minicomputadora con “magia”, igual que el teclado musical.



    Ejemplos de pronunciación y fonética Ao podía dar muchos. Era capaz de superar el límite anatómico/mental de su programa, pero eso sólo componiendo una canción que a propósito rebasara los cánones. Ya había tenido oportunidad de oírle, su verdadera habilidad no le era secreta. Sin embargo, Flovia quedó “flipando en colores”, y realizó mil expresiones de euforia distintas.

    La maestra Vert pronunciaba tan rápido, que los oídos sin entrenamiento eran incapaces de entender individualmente cada sílaba. Una persona con muchísima práctica podría alcanzar quizá un tercio de su velocidad tras meses, para un único texto. Estaba por sobre el común, y también por encima de aquel centenar de personas alrededor del mundo, con quienes compartía una habilidad similar. De entre el abanico de gente con su misma cualidad neuronal en el Área de Broca, era la única que no intentaba evitar los cambios tonales y sonar uniforme, queriendo articular menos complicada, y alcanzar mayor rapidez.

    Según la mujer, eso era un error, al menos lo era considerando que necesitaba cantar, no batir récords mundiales en la tele. ¿De qué le serviría dar dictados acelerados, sin poder usar eso musicalmente? Ao practicaba legatos muchas horas al día, sabía introducir los cambios de ritmo y tono precisos para explotar aquella habilidad.

    Su oído absoluto y la capacidad de leer casi tan rápido como hablaba, le ayudaron a pulir por años los altibajos tonales. Partió leyendo páginas, variando la altura abstraída del texto. Luego buscó sólo acentuar palabras en concreto, y tras incesable rutina, llegó al extremo de ser capaz de ejecutar cambios considerables de tono, éstos de una duración de décimas de segundo. En ese pequeño lapso debía volver a la altura inicial, mientras seguía preparada para encarar la fonética del siguiente grupo de sílabas. Así que era una persona con una agilidad sin parangón, tanto en el legato como mientras pronunciaba.



    Aunque, en honor a la verdad, el japonés es un idioma que facilita mucho aquello de pronunciar rápido. Es muy silábico y su construcción es más o menos fácil. No hay eles, erres cargadas, nada demasiado complejo. Sólo por demostrarle a Flovia, Ao empezó a repetir varias veces el trabalenguas de “tres tristes tigres”, sin llegar a tener errores. Su truco era no marcar demasiado las R que secundaban consonantes, que eran la dificultad principal en ese caso. Las suavizaba, pues al margen de velocidad que Vert manejaba, era indistinto al oído el “triste tigre” del “turiste tigure”. Estaba pronunciándolo como haría cualquier japonés, y se facilitaba la dicción. Existen combinaciones más sencillas que otras, todo consiste en saber cuál aplicar, para no perder velocidad y garantizarse suficiente soltura.

    Lo siguiente fue muchísimo más rápido.



    “El cielo está encurubinquincado. ¿Quién lo desencurubinquinquizará?

    El desencurubinquinquizador que lo desencurubinquinquice,

    buen desencurubinquinquizador será”.


    ¡Eran sílabas mucho más fáciles, es más sencillo pasar de una a otra! No pudieron calcular el tiempo que Ao tomó en decir todo eso, quizá 2 segundos, y aunque con Flovia no entendieron nada, sabían que había dicho todo sin trabas.

    Todavía existía en castellano algo más elemental:



    "Si tu gusto gustara del gusto que gusta mi gusto,

    mi gusto gustaría del gusto que gusta tu gusto,

    pero como tu gusto no gusta del gusto que gusta mi gusto,

    mi gusto no gusta del gusto que gusta tu gusto."


    El sonido que oyeron simplemente parecían balbuceos y “tototos” como una metralleta. Vert había tardado menos de dos segundos, cosa que su programa de recreación fonadora no podría replicar. Si bajaba el valor de la dicción para facilitarse velocidad, cometería errores o se trabaría, y si lo dejaba a tope, no podría ir tan rápido. Si a la vez la agilidad estaba al máximo, habría limitación en ambos sentidos.

    No obstante, para la inmensa mayoría de casos, el software era indistinguible de un ser humano cantando. Para reconocerlo a ciencia cierta se debía realizar un análisis de formantes, pues la física del sonido del motor no estaba tan perfeccionada.



    Así que… Bleu había reencarnado en una máquina, y dejado su cuerpo mortal. Como un cascarón vacío que ahora era, debía luchar por convertirse en otra cosa.
     
  6. Threadmarks: 50 Un segundo génesis
     
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    Un segundo génesis


    Estaba muy ocupada decidiendo qué hacer consigo misma, acababa de nacer y su infancia en el hospital fue corta. Su alter-ego vagaba en el subterráneo del centro del CVA, club al que se desafilió. Los miembros con voces andróginas tenían voz, y ella a su tierna edad todavía no sabía hablar. Por otro lado, aunque quisiese fingir que era otra persona y que había “nacido” nuevamente, tenía padres reales. Su decisión estuvo muy meditada.

    Les agradecía sinceramente el haber cuidado de ella, el educarle con valores, el incitarle a cantar. ¡Gracias por el cobijo, por el amor, gracias por la comida y el convertirle en una persona íntegra! A partir de ese momento debía emprender una aventura nueva, pero ellos sólo le detendrían. La vieja Bleu no podría visitarles, ¡consiguió hogar en unos computadores viejos!, y por su parte, estaba queriendo hacer cambios en su vida… no les necesitaba.

    Juró que los recordaría con cariño, y no como los vio en los últimos momentos, antes de que la contralto muriese en un accidente de motocicleta. Se reunió con ellos por última vez, en verdad se le hizo más difícil de lo que pensó. Lloró por despedirse de ellos, y partir del nido.



    Sólo para asegurarse de que podría planear su existencia con paz, no les dio la dirección en donde se estaba quedando, ni un número telefónico tampoco. Les volvería a permitir el contacto una vez estuviese consolidada como una nueva persona.



    Es más, los compañeros del conservatorio, los vecinos de su barrio, Alberto Velásquez, Nina Ossandón, las amistades hechas en el conservatorio… debía dejar pasar esa etapa. ¡Adiós! Seguramente sabrían que poco tiempo después de graduarse, antes de planificar su carrera, sufrió un accidente. Después no se supo más, quizá murió, o tal vez quedó en coma para siempre. Lo más inverosímil es que reencarnase en un mainframe obsoleto, pero lo que contaban las malas lenguas era que había sufrido daños en la laringe, y había abandonado el mundo de la música.

    Sabía cómo encontrar a toda esa gente, pero no se contactaría con ellos, a menos que le fuese necesario para avanzar. Si quería continuar en el ambiente musical, seguramente debería echar mano de las personalidades a quien tuvo gusto de conocer.

    Además, tenía amistades nuevas, que le respetaban. De la gente que conoció antes del accidente, la mayoría se comportaba hipócritamente, no la consideraban más que una rara mujer, una tonta que se afanaba en pasatiempos raros e infantiles. Extrañaría a las personas que no se burlaban, quizá echase de menos a Velásquez, pero él de todas maneras volvería a su país en algún momento.



    Pero su plan fallaba en algo, le hizo ver Flovia. Como no entendían sus gestos, acostumbró a ir con un cuaderno y escribir sus preguntas. ¡Pues claro, podía decir un millón de veces que era otra, con otra mentalidad, pero era físicamente idéntica a la anterior Bleu! Le dio de ejemplo a Namie y a la más reciente maestra Bleu, Vilma, quienes sabían caracterizarse de modo muy bueno. ¿Y si pasaba por la calle, y le reconocía una persona que sabía de su “yo anterior”? Quizá quisiera visitar sitios comunes, y sería bueno poder ir a esos lugares sin mirar a todos lados, por si no había alguien de su antigua vida merodeando.

    Tenía que cambiar su apariencia física, lucir distinto. Eso parecía bastante difícil, puesto que el teñirse el pelo, cambiarse el peinado, broncearse la piel, o incluso engordar mucho, no le alejarían de ser la mujer que ya era. ¿Cómo lograrlo? O tal vez se estaba obsesionando mucho con lo del “nuevo comienzo”, y no podía ir por ahí, pretendiendo que no conocía a nadie, pues era una nueva persona con otra vida. Ridículo.



    Para ayudarle a tomar una decisión, Flovia le mostró mangas en donde el protagonista tenía que cambiar su vida, ya fuera porque viajaba a lugares lejanos, el amor de su vida moría, o porque el mundo había entrado en un período post-apocalíptico, y la sociedad se consumía en la anarquía. Aunque lo encontró un poco tonto, optó por mangas más adultos, no “shōnen”, el cual es creado para público joven. Historias más profundas, personajes de una psicología más delineada, muchos menos cabos sueltos. En algunos de esos mangas sí podía fiarse, eran la narración de cómo los protagonistas superaban sus problemas, como evitaban caer ante la desesperación.



    Ya con sus maletas hechas, fue recibida en el centro de la doctora Darwin. Allí había todo lo necesario para vivir, aunque de noche iba a dormir a casa de Namie. En el centro había comida, televisión, material bibliográfico interesantísimo. Sus pertenencias necesitaban una habitación entera, pero el laboratorio contaba con salones desocupados. Movió algunos muebles de sitio, y guardó su ropa. Se acostumbró pronto a los cajones pequeños, y a resistir la tentación de toquetear aparatos que no conocía del todo. Tampoco descendía al sótano, no necesitaba de ello, y además la mayoría del tiempo estaba bajo llave. El ascensor no llegaba hasta allí, y la escalera daba a una puerta cerrada con candado. Desde el sabotaje, mantenían cerrado el sitio siempre.

    Aprendió mucho con la doctora Darwin, y además a la señora le venía bien alguien dispuesta a limpiar el sitio, barrer, trapear. También sabía cocinar, así que desempolvó el casino del sitio luego de años cerrado. Era muy poco el personal estable, apenas se utilizaban los microondas.



    Ciertamente, era una idea muy fuera de lo usual el quedarse a vivir allí. Podía haber pedido alojamiento a Kitrinos, o al francés, y seguramente se lo permitieran. ¡Dormía y desayunaba en la casona!, ¿por qué no residir en el sitio? En primer lugar, todo obedecía a un plan que comenzaba a ejecutar. En segunda, quería sentirse independiente por primera vez en su vida, y ser una allegada no ayudaba mucho a eso. Estando interna en el laboratorio, podía sentirse más tranquila, suponiendo que vivía a cambio de trabajar un poco. Además, gracias a Darwin y a las estanterías, el sitio le servía como una universidad. También aprendió de Ao, sobre todo le daba datos acerca de tecnología.

    Descubrió que cuando estaba “cantando”, el motor laríngeo podía utilizar hasta 30kb de memoria, así que Vert zafó de un gran lío tecnológico. El sistema operativo consumía casi 5kb de memoria, y aparte había un programa que enviaba datos para modificar la laringe estándar, el cual ocupaba 1kb. Eso significaba que originalmente no podría “caber” todo junto, pero por suerte el mainframe, originalmente de 32kb de memoria, había sido ampliado a 64, años atrás. Tal cambio permitió actualizar el sistema operativo de la máquina, y la mayor ventaja era la multiprogramación. ¡El mainframe podía realizar dos tareas a la vez, eso era espléndido! Así que Ao creó una partición nueva, y santo remedio. Podía usar los dos programas a la vez, y además el motor laríngeo trabajaba en su propio espacio, sin colapsar la máquina.



    Todo eso le pareció ridículo. En su antigua vida no tuvo un computador personal, pero conocía el ordenador de Kitrinos, ¡con 16 megabytes de RAM! No 64 mínimos kilobytes, ¡megabytes! Calculando al ojo, 250 veces más memoria, y ni pensar ya el procesador… pero Ao no quería dejar de ocupar los mainframes, puesto que los lenguajes de programación modernos, están creados según el “nosequé estructurado”, y simplemente tendría que aprender a programar desde cero.

    Cosas de ella.



    El comienzo de su nueva vida surgió por casualidad. Al llegar casi a oscuras a la casona del francés, vio a Duncan recostado, de espaldas a la calle. Como el perro no le había visto en todo el tiempo que permaneció en el hospital, al salir se formaron ambos la costumbre de “saludarse” cuando aparecía en la noche. La primera vez que su perro no le esperó y no le vio abrir la reja, por acto reflejo quiso hacer el llamado especial.

    La mente es curiosa. Como contralto adulta, había perdido la capacidad de utilizar el registro de silbido. Incluso ya había perdido en absoluto todo sonido, pero en aquel momento sintió la necesidad de llamar a su mascota, justo como lo hacía en la adolescencia. Cuando sintió el haber despedido un sonido plano y agudo, se estremeció. ¡Podía sonar!, ¡logró producir una nota!



    Fue incapaz de hacer que Don Can se interesase, no era la nota que esperaba oír. No logró afinar, ni sostenerla más allá de una fracción de segundo, y sólo logró un volumen suficiente apenas para escucharse a sí misma… pero había abandonado la mudez absoluta.

    Debía, por todo lo que le importaba en la vida, seguir tratando.
     
  7. Threadmarks: 51 Nueva rara identidad
     
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    Nueva rara identidad


    Durante días, sólo emitió unas cuantas notas inconexas, y por pura casualidad. ¿Acaso era síntoma de que su parálisis en uno de los pliegues vocales, cesaba? No lo parecía, no sentía mejoría. Pero con la correcta cuota de presión cordal, era capaz de producir sonido. Se extinguía de inmediato, su laringe se resistía a mantener una postura tan difícil.

    Sin comentarle a alguien más, preguntó a Darwin y le pidió una nueva revisión de su laringe. Ésta se hallaba igual a como estaba, sin muestras de avance. No podía hablar o entonar bajo voz de pecho, ni con la voz de cabeza. Muda, y cuando trató de replicar el sonido que había logrado, tampoco fue capaz. ¿Qué era lo que ocurría?



    No se resignó. Tenía mucho tiempo libre, y pasaba grandes ratos sola. La doctora le desaconsejó hacer esfuerzo innecesario, pues de nada servía estresar más los pliegues y su cuello, eso no ayudaba para nada, a menos que quisiera volver a tener dificultades para respirar correctamente.

    Intentó ser inteligente ante lo que estaba experimentando. Sabía que lo que lograba de pronto, era el registro de silbido. Sus pliegues se juntaban tanto, que la presión de aire era suficiente como para producir sonido. Así que el método consistía en soltar todo el oxígeno que sus pulmones tuvieran, y resistirse a la corriente. Se agitaba más de la cuenta, ese no era el método. Nunca había cantado queriendo vaciarse de aire.



    ¡Ah, por supuesto! Debía primero encontrar la presión cordal indicada, practicó mucho y cada vez con mayor facilidad podía emitir el sonido, aunque duraba una décima de segundo, no más. Inmediatamente su laringe volvía a una posición “normal”. ¿Cómo algunas personas podían sostener el silbido, sin ser traicionadas por el aparato fonador? Ella misma no era capaz de hacerlo antes, pero de algún modo, el accidente o la operación habían cambiado eso. Seguramente el tiempo le daría mayor soltura.

    Casi de casualidad, descubrió un método sumamente efectivo. Seguramente su mente le ayudaba nuevamente, recordándole la oportunidad en que Ao exploró en el registro vocal de Flovia. Si Flovia subía la laringe mientras elevaba su voz de “súper cabeza” aumentaba el tono y llegaba al silbido. Nunca cantó subiendo la laringe, debía mantenerla estable, o a veces la bajaba; pero ahora que ya no tenía nada, mejor experimentar.



    Hizo presión y subió. Fue curiosa la sensación, pudo sentir como el cartílago tiroides se desplazaba. Éste cartílago son dos láminas que se conectan en la parte delantera de la laringe, formando la nuez de adán. En mujeres ésta no se ve mucho, pues el grado de inclinación de las placas es diferente. Pues bien, su cartílago pareció vibrar de un modo muy curioso. No molesto ni doloroso, pero cada vez que subía la laringe haciendo presión con los pliegues, el cartílago se estremecía. De hecho en ocasiones incluso resonaba, dando un pequeño sonido tras reacomodarse. ¡Qué curioso!, ¿qué diablos estaba pasando ahí dentro?

    Tuvo miedo de estarse produciendo más daño, pero ya estaba muda, ¿qué más daba? Continuó y ejecutó un silbido, y el resultado inclusive le asustó. ¡Un nota muy aguda, la cual sostuvo de forma inamovible! Aunque parecía ser capaz de mantenerla hasta quedarse sin aire, era incapaz de hacerla más grave o más aguda, estaba encasillada en ella. Tampoco logró el tono a consciencia, no podía afinar.



    Supuso la respuesta de ello. Era como un registro de silbido a la fuerza, algo ocurría dentro de su garganta. Quizá la presión desmedida reducía el diámetro del hueco de la laringe, de otra forma no se lo explicaba. Una cuerda estaba paralizada, no podía juntarse con la otra, ¿no era una respuesta lógica, el pensar que la propia laringe se aplastaba, y luego volvía a su posición original? Por eso el cartílago reaccionaba de tal forma.

    El hecho es que acostumbrada a subir la laringe, practicó haciendo un poco más de presión. Le era algo difícil afinar, pero se nivelaba en segundos. Ya podía tener algo de soltura, y el volumen del sonido era muy alto, los tonos que podía alcanzar también. Cuando ganó costumbre, intentó recuperar una voz normal y trató de descender el tono, descubriendo que de hecho tenía un puente vocal, el cual no había constatado nunca. Ahora se sentía más cómoda, aunque el timbre de su voz no se enriquecía, pero al menos se sentía libre de pronunciar. ¡Estaba hablando! Hablaba dentro de la quinta octava del piano, pero lo hacía.

    Seguramente había descubierto la voz de “súper cabeza”, la fase pre-silbido. Cualquier intento posterior por descender a notas más graves, fue inútil. En cuanto quería utilizar la voz de cabeza, volvía a ser muda.

    Toda noción de canto cambiaba para ella.



    Estaba contenta, pero no satisfecha. Hablaba nuevamente, con algo de torpeza, pues el trabajo sólo era hecho por uno de los dos pliegues. El timbre de su voz era en absoluto distinto al de Bleu, quien ahora vivía su existencia virtual. Y si es que se le podía llamar timbre a eso. Demasiado liso, sin expresividad alguna, de hecho no podía ser creativa y querer sonar de forma pasional, dramática, o alegre, puesto que su nueva voz era plana a más no poder. No tenía vibrato, no podía replicarlo, puesto que estaba funcionando bajo el registro de silbido. Sabía que eso debía ser así, la voz de silbido no es timbrada casi para nada. ¡Pero en su caso ya era ridículo! Más que una persona, parecía un televisor viejo que acababa de prenderse. La gente mayor ya no podía escucharlo bien, pero el chillido que emitía el aparato podía ser molesto.

    ¡O tal vez era un teléfono! Un tono de marcar elevado varias octavas… no, incluso el teléfono tenía más color de voz que ella. Quizá la parálisis de algunos músculos influyese, pues era obvio que gran parte de los formantes de su voz habían desaparecido.

    No quiso ir a consultar con Darwin aún. Tenía que poder afinar como correspondía, le gustaba tanto cantar, que incluso si aquella era su nueva voz, tendría que saber darle juego.



    Por no consultar, pronto dejó de interesarse en la causa anatómica de su descubrimiento. Finalmente dejó de sentir que hacía presión indebida, se había adaptado a ello. Podía hablar con soltura, aunque su voz era demasiado inusual. Le costaba pronunciar, pero sabría cómo hacerlo en uso de estrategias parecidas a las de Vert. Cuando ensayó lo suficiente, notó que sin esos formantes que definían su timbre, daba la apariencia de que estaba pronunciando en modo increíble, hipercorrecto, aunque tenía que tomárselo con algo de calma, no debía hablar demasiado rápido. Su gesticulación se hacía exagerada.



    Ya sabía qué era… ¡un robot! Quien le escuchara, diría que eso tenía que ser un producto artificial, y era curioso, pues la que fue su real voz era la artificial ahora. Seguramente al Bleu cambiarse de casa a la avenida mainframe, intercambió puestos con algún toroide de ferrita, que se fue a vivir a su interior. Eso produjo que los resultados del canto virtual fuesen tan humanos, y en cambio ella fuese tan robótica ahora. Era la mayor estupidez la cual se dio lujo de imaginar, pero tenía sentido. O quizás estaba volviéndose loca de la frustración, enfermándose más por la soledad en la que se había envuelto.

    Era un androide ahora, una ginoide cuya función primaria era el canto.
     
  8. Threadmarks: 52 Testeando el software
     
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    Testeando el software


    No podía ser un buen y funcional robot si no conocía sus especificaciones técnicas. Al parecer la capacidad de su software auditivo no estaba actualizado a la última versión, puesto que cuando llegaba a su registro agudo, dejaba de oír. Y no llegaba al máximo aún.

    Había pasado la época en que no tenía buena coloratura con el silbido, salvo el vibrato, no tenía limitantes. No sufría estrés, ni se sentía agitada. Subir el tono era un ejercicio de hacer cada vez más presión, muy controladamente para no cortarse todo el paso de aire.

    Con concentración… de a poco, se dio cuenta de que su software vocal estaba hecho por encima de la norma. Superar el piano estándar y llegar más agudo, no tenía siquiera desafío. Superar una flauta, pan comido. ¿Había algún instrumento más agudo, cierto? Nunca consultó a ninguno de los músicos del conservatorio, por los límites físicos de su instrumento.

    Como fuese, llegaba más agudo todavía, y en la décima octava sentía perderse el poco color de voz que tenía, hasta volverse un sonido muy fino, el cual luego desaparecía. Le fue difícil comprender la situación, puesto que no estaba mermando su ejecución, seguía produciendo ruido.



    Realmente se sintió tonta, tras sólo encontrar la solución al problema dos días más tarde. ¡Qué interesante… utilizó a Duncan para su experimento. ¡Emitió a vista y paciencia de quien estuviese, un chillido suficientemente agudo, a tal volumen que hubiera hecho caer a gente en bicicleta! No escuchó nada, pero en cambio su mascota pareció desagradada. No se volvió loco porque era un perro viejo, y prefería mantenerse sereno.



    No sabía aún cómo utilizar su voz en la música. Nunca más podría dedicarse al canto lírico, el resultado no sería estético. ¿Tal vez música electrónica? No le gustaba, sólo sonidos sin sentido. Para la discoteca estaba bien, pero no pasaría su vida en ello. ¡O tal vez plagiar a las ardillitas de la televisión, y ser intérprete de doblaje! Aunque no sabía cómo su voz podría ser usada en forma artística, quiso seguir explorando su capacidad.

    Pero, ¿y cómo se suponía que exploraría sus ultrasonidos, si no los oía? Por algo son llamados así. ¿Cómo afinar sin poder irse ajustando a lo que se oye? Quizá la pregunta careciera de sentido, no interesa afinar si nadie puede oír que se está a buen tono. A menos que quisiera componer música para murciélagos, claro, pero su curiosidad ganó al pragmatismo.



    La pregunta ya tenía dos soluciones, la solución rústica y la de la doctora Darwin. Era capaz de entonar en un do7, un do8, un do9 y un do10, en donde la tímbrica de su voz disminuía a un fino hilo de sonido chirriante. No es para nada difícil subir una octava exacta, ¿no? Así que produjo lo que supuestamente debía ser un do11, el que no oía. Incluso… con algo de esfuerzo, ¡do12! Si de verdad lo estaba generando, eso sería algo que ni un perro podría escuchar.

    Lo había cantado ante un micrófono, conectado a uno de los computadores del laboratorio. Apenas entendía nada del programa que Darwin usaba para estudiar los formantes o la frecuencia, pero sólo necesitaba una simple cosa. Era totalmente ignorante respecto a si un micrófono podía recoger sonidos tan alejados del espectro audible del ser humano, sobre todo porque ese era un centro médico, no un laboratorio acústico.

    No alcanzó a comprobarlo, puesto que Darwin entró al lugar y le vio. Se disculpó con ella, en lenguaje de señas… estaba explorando.



    ¡Qué ridículo esconderle algo así a la señora! Era la única persona que podía ayudarle a medir las capacidades de su software. Le enseñó su nuevo modo de hablar, dejándole boquiabierta. Sobre todo, la mujer quiso estudiarle con el laringoscopio, y a cambio le ayudaría con su problema.

    El trato era justo, entonces el método rústico estaba descartado. Lo eliminó de su cerebro inmediatamente, sin pasar antes por la papelera. Creó un nuevo archivo, llamado “aprender a cantar sin escucharse”, y se sometió al experimento.



    Sin que tuviera un control fisiológico como el de Kitrinos o Namie, sería algo difícil, pero no imposible. Se volvería un nuevo conejillo de indias, ¿o no lo era ya? Tenía que encontrarse un buen nombre, y aún estaba barajando ideas. Pese a que estaba volviéndose una persona de lo más excéntrica, no quería tener un nombre alocado, raro.

    Darwin le metió en un salón, absolutamente vacío a excepción de un escritorio, con un computador encima. Trajeron un atril para un micrófono, y conectaron éste por detrás de la CPU, a la tarjeta de sonido.

    Cantó un fragmento al azar, claro que tres octavas por encima de lo que hubiese cantado antes. Era la primera vez que alguien oía sus nuevas características vocales, y era un gran alivio comprobar que la doctora Darwin no se desagradaba del resultado. Tonos tan altos podrían ser molestos, debía formar un sentido musical como nadie, para convertir aquello en algo de provecho, y no en un espectáculo desastroso. Pero… ¿por qué tenía ese miedo? Era un robot que tenía archivos de memoria sobre violines, trompetas, flautines. Aunque eran instrumentos muy ricos incluso en sus límites, no se quedaría atrás jamás ¡debía seguir adelante! Si no podía dar mucho juego con el carisma y la riqueza de su expresión, debía alzarse a los demás en habilidad, y aprender a componer. Así explotaría sus capacidades.

    Y si quería se dedicaba a la música sinfónica, o al rock. Siempre había opción, quizá no en la forma que su hermana dentro del mainframe hizo antes; obviamente debería asemejar su participación a la de un instrumento. Sus solos serían muy buenos, decidió.



    Todavía tenía tiempo para decidir. A los niños y a los robots recién fabricados, les dan algo de tiempo para aprender, de cara a enfrentarse a la vida madura. ¡Recién se estaba engrasando! Y sus circuitos integrados estaban interactuando unos con otros, aunque sin seguir las especificaciones de manual.

    Darwin registró su canto, la frecuencia de su voz, y se la reprodujo. Siempre que alguien se graba a sí mismo, se escucha con una voz distinta a la que está acostumbrado, puesto que falta una componente del sonido, que llega a los tímpanos por medio de la propia estructura ósea, dentro del cráneo. En realidad la voz que oye el público es la correcta, de aspecto algo más ligero, agudo, aunque por supuesto al mismo tono.

    Pues bien, como ahora cantaba con súper voz de cabeza, y registro de silbido únicamente, se escuchaba igual. Cualquier banda de frecuencias graves de su voz no existía.



    No era lo importante. Darwin fue a otro cuarto continuo, y regresó con unos audífonos. Eran grandísimos, pesados y de aspecto sumamente aparatoso, daba la impresión de ser muy caros, así que los trató con cuidado.

    Darwin le dio instrucciones: los audífonos tenían alimentación propia, así que había que encenderlos. Estos eran auriculares de inversión de onda, su trabajo es captar con pequeños micrófonos insertos en la estructura, los sonidos ambientales, para así emitir hacia los oídos ondas mecánicas que se cancelen mutuamente con el sonido ambiental. El resultado era el no oír nada. Aparte, se puso antes unos tapones de una rara espuma, los que amortiguaban el sonido. Con las dos cosas juntas, no escuchaba absolutamente nada, ¡pero nada!



    Era el momento de cantar.
     
  9. Threadmarks: 53 La influencia de su voz
     
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    La influencia de su voz


    Cuando se sacó los audífonos y los tapones, se dispuso a escuchar lo que había cantado. Lo bueno es que siempre ejecutó sonido, así que efectivamente sabía cuándo se hallaba sonando, y cuando no. ¡Pero el resultado fue tan estrepitosamente malo que hubiera querido reír! Y sonaba aún peor de lo normal, puesto que empleó tonos que ponían los pelos de punta a cualquiera.

    Bien, eso podía mejorar absolutamente. De hecho, Darwin en algún momento tuvo ilusión de ejecutar su idea en gente sorda de nacimiento, pero eso resultó por completo un desastre. Sólo servía con personas que hubiesen perdido la audición recientemente, y aún tuvieran en su memoria nociones del canto. O bien, servía en gente absolutamente sana, la cual llegaba a la conclusión de que cantar basado en el oído, es una equivocación. Como siempre, Kitrinos y sus locuras.

    La doctora le mostró una grabación de él cantando algo más o menos complejo. No se esperó nada menos: exceptuando que pronunciaba como cavernícola e insistía en sonar poco femenino, era admirable. Lo siguiente era repetir la canción, tras tomar un vaso de agua, ponerse tapones y los audífonos canceladores. ¡Sorprendente! Había perdido algo de calidad, y tuvo una que otra imperfección por completo perdonable. El secreto era uno solo: ¿uno canta con los oídos? No, cada persona canta en uso del aparato fonador, el cuerpo en general. Que sus conocimientos musicales no le hicieran rehuir de una premisa elemental: el cuerpo es el que canta, no los oídos. Es posible y más fidedigno ejecutar el sonido preciso, en tanto supiese cómo producía su cuerpo dichas notas.

    Eso pateaba todos los cimientos de lo que era la educación de un intérprete vocal, pero estaba acostumbrada a cosas así por parte de Kitrinos, y ya no veía tan descabellada cualquier hipótesis que la doctora Darwin barajase.



    Tenía que cantar de acuerdo a su cuerpo, no al oído. Mucho más fácil decirlo que hacerlo. Lo primero, debía acostumbrarse a estar sorda, y en lo posible conservar los tapones y audífonos el mayor tiempo posible al día. El trabajo consistía en hacer renegar a su cerebro la idea de oírse a sí misma, de modo que se facilitara el acondicionar la mente a atender al cuerpo a la hora de cantar, no al sonido.

    Como tenía oído absoluto muy bueno, la tarea no sería tan complicada. Primero, se pusieron por meta el hacerle producir una sola nota correcta, sin oírla. Una nota que le resultara fácil, cómoda. El Do8, la última nota aguda del piano de 88 teclas, fue el objetivo. ¿Recordaba bien cuál era, como para no tener una referencia previa?, sí. ¿Había producido aquella nota con soltura, previamente?, sí. Una habilidad básica de una persona, era asumir la primera nota que entonase con éxito, y eso se facilitaba mucho con oído absoluto, pues no necesitaba tocar un piano para hacerse la idea. La nota estaba en su cabeza, y simplemente debía ponerla en su laringe anormal.



    No fue nada difícil, de hecho, Darwin aventuró que sus problemas iniciales para poder afinar, fueron porque abarcaba notas muy agudas, y estaban lejos de lo que le era cotidiano antes. No se afinaba porque no recordaba bien la tonalidad, y en consecuencia, hacía mayor esfuerzo en la laringe, cuando lo que tenía que hacer era tomar una partitura, en vez de intentar cantar de memoria. Un problema bastante tarado, el cual ya no tenía.

    Si tenía en la cabeza la nota que quería ejecutar, simplemente la ejecutaba. Pero sólo la primera o segunda, ¡no podía hacer una escala sin escucharse! El único indicador que tenía era un levantamiento de pulgares de la doctora, si cantaba la nota necesitada. Si no, ella usaba gestos en idioma de sordomudos, para indicarle si debía agravar, subir, y si mucho o poco.



    Lograrlo al menos con una secuencia pequeña, fue el siguiente objetivo. Se comprometió a no hablar ni hacer sonido, cuando estaba sin los auriculares. Pasaba con éstos varias horas al día, acostumbrándose al silencio, y llegaba a dormir a la casona en apariencia muda. Nadie más que la doctora Darwin, y su perro, sabían que de hecho sí podía dialogar en extenso. La gente a su alrededor comenzaba a pensar que transcurría mucho tiempo, y todavía no planificaba algo para su futuro.

    Debía lograr recordar lo que su cuerpo hacía, no dejarse retroalimentar por los oídos. Eso tomaría un tiempo demasiado largo, así que debía acallar las inquietudes de los demás sobre ella. Primero que nada fue con Flovia, quien jamás sufrió ningún ataque por parte del tal Haruna, aunque dijo haberle visto alguna vez, ¡ojalá fuese sólo una idea suya! Ahora no salía de casa, asustada, y como su matrícula en su nueva escuela era reciente, ya le estaban mirando mal. A la dirección, los justificativos de sus padres no le servían de nada. Si la niña no asistía a los exámenes tendría calificaciones horrendas, y acabaría reprobando el año.

    Mejor que le pusiesen un profesor particular, ¿no? La joven también tendría que decidir su futuro, y quizá hacer cambios en su vida, no tan drásticos como los de ella, por supuesto. Le dio ánimos contándole su nueva realidad, su voz nueva y sus capacidades absolutamente por sobre la norma. Se sentía un robot, su hardware era diferente al normal, y su software estaba en periodo de marcha blanca. Pero… no tenía un nombre aún. Flovia, luego de terminar otro nuevo arrebato anonadado, le propuso mil cosas, pero nada le gustó. ¡Lógico! La muchacha proponía puras tonterías, inclusive ahora que era una mujer completamente deformada de lo que antes fue, lo seguía creyendo.



    No era la misma. Su voz era irreal, sintética. Su mente había cambiado, sus motivaciones eran otras, había nacido de nuevo. Se sentía un capullo fantasma: su verdadera larva había avanzado en una mariposa hermosa, que vivía en ordenadores mainframe viejos, en cambio ella, la crisálida, había adquirido fuerza vital, y ahora debía luchar dentro del terreno de los seres vivientes. A diferencia de la mariposa, ya nada le podía hacer daño, no debía proteger nada en su interior. Había rechazado todo lo que le afectaba, y había perdido todo lo que era frágil.

    Sin nada ni nadie que pudiese juzgarle, era libre por primera vez. Quizá no volaba igual que una mariposa, pero tampoco cargaba nada que le aprisionara. Sus padres ya no estaban, las burlas tampoco, el que nuevas personas le juzgaran era lo de menos. De todas formas, era un bicho raro por obligación, su voz era la de un robot, alejado de los estándares humanos. Si quisiera evitar el prejuicio, volvería a ser muda, y fingiría que no había descubierto una cualidad que ganó por accidente.

    Así que era libre de dar al exterior la imagen quisiese. El objetivo de ir con Flovia no fue sólo levantarle el ánimo: debía entrar al lado excéntrico de la vida, y convertirse en una friki para siempre. Incluso, lo sería tanto que empalagaría a otakus, mangakas, cosplayers, crossplayers, a toda la fauna. ¡Le gustaba! Y estaba forzada por su voz a convertirse a la que era su ambición. Toda la vida podía ser lúdica.



    Era el momento de adoptar su forma definitiva.
     
  10. Threadmarks: 54 Su batalla definitoria
     
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    Su batalla definitoria


    Flovia estaba dedicada aficionadamente al manga. Su propia historia llamada “Xuxri el hortalizo aventurero” (traducción del japonés), contaba las aventuras de Xuxri, un extraterrestre que decide venir a la tierra a plantar “yasaimezus”, cosas como papayas natales de su mundo. El planeta terrícola tiene el suelo lleno de nutrientes, y como en su civilización las tarifas para afiliarse a la confederación de granjeros son muy altas, decidió alquilar una nave, e iniciar su granja lejos de toda comisión no exenta de impuestos.

    Buscó un lugar alejado de ciudades humanas y plantó los yasaimezus. El terreno era tan rico que éstos crecieron mucho, con troncos gruesos. Eso fue problema, pues un grupo de castores anárquicos e insurgentes, decidieron cambiar el curso de un río para colapsar una represa humana, y así hacer que reventase a fin de echar a éstos de su territorio. Por ello, los castores comenzaron a talar los yasaimezus para usar los troncos en su obra. ¡Xoxri tenía que defender su granja! El primer tomo consiste en Xoxri infiltrándose en la agencia de los castores (eran anarquistas, pero hicieron su organización por perder una apuesta), pero luego termina aliándose con ellos para expulsar a los humanos del lugar.

    Los nutrientes bajo los que crecieron los yasaimezus eran tan buenos, que sus frutos le daban poderes místicos durante el proceso de digestión, los que usó para erradicar el mal.



    El segundo tomo consiste en la venganza humana, cuando un ex trabajador de la represa decide llenar de material radiactivo la granja, sólo por joder. Todo sale mal, pues los yasaimezus cobraron vida, y como son muy poderosos (tienen la fuerza de las frutas en su interior), deciden que talar árboles es malo, y las emprenden contra los castores, para después invadir las ciudades humanas. ¿Cómo vencerlos, si Xoxri comiendo sus frutas se hacía poderoso? El plan fue rescatar al ex trabajador, secuestrado por los yasaimezus, para descubrir secretos nucleares y lograr volver su plantación a la normalidad.



    La historia no estaba terminada. Flovia comenzaba el tercer tomo, en donde la comisión reguladora de la federación de granjeros, esos del planeta de Xoxri, deciden que si hay yasaimezus en la Tierra, entonces el planeta debe afiliarse, y comenzar a pagar los impuestos. Como el presidente de la humanidad se niega, deciden invadir, y Xoxri tiene que hacer algo para evitarlo. ¡Podía utilizar su vieja nave, y con los residuos nucleares, añadirle la fuerza de las frutas! Eso creó un robot súper fuerte, pero cuando los castores lo entrenaron, descubrieron que no quería pelear, pues el sueño de su vida era el diseñar montañas rusas.



    Tenía que dar un juicio crítico del trabajo de su amiga, y era difícil, pues ésta todavía se hallaba nerviosa con el supuesto avistamiento de Haruna. Además, sus problemas de asistencia en la escuela le afectaban, y mucho más la partida de Vilma. ¿Estaría bien? Aparte, aún no conseguían al tercer miembro del trío con Namie… demasiados problemas para su cabeza adolescente.

    ¿En qué forma decirle que su manga era malo? No por la historia, ¡cosas más locas había leído!, ni por la lógica interna de su universo ficticio, o el nivel de dibujo. Era obvio que Flovia podía dibujar mejor, pero no iba a tardarse tres horas por viñeta, se ponía fechas para cumplirse a sí misma. No, todo eso estaba excelente, aparte la joven sabía aprovechar el diálogo, o las onomatopeyas; era algo muy dedicado. El problema era que si bien la historia era interesante, y daba juego, Flovia la contaba de forma muy torpe, explicaba de forma muy rápida cosas importantes, y a otras cosas sin interés, le dedicaba más de una página.

    En todo caso… hacía igual, metiendo relleno a la historia de su vida, justo a instantes del fin. Como fuera, Laramie ya no le escuchaba, de hecho estaba frente al espejo, reflexionando sobre sí misma. Por horas. A veces aprovechaba para profundizar en su dicción.



    Flovia además no sabía dotar a sus personajes de carisma, y cuando ya parecía tener bien definido a alguno, éste actuaba de forma que no haría. Y el humor, ¡asco! Demasiado infantil, quizá si los lectores tuviesen 7 años la historia podría ser digerible.

    Realmente, le costó terminar de leer. Cuando su amiga le pidió opinión, dijo que ella era lo suficientemente hábil como para no necesitar consejos o guías, y además no podría opinar con propiedad hasta leer la obra completa. Ahí destriparía todo, punto por punto.

    Por suerte se arrepintió de inmediato. El no querer herirle era un impulso de la antigua maestra Bleu, pero si en verdad era su amiga, tenía que decirle todo lo que opinaba, pues de otro modo Flovia terminaría su historia, siendo que antes debía hacerle cambios importantes. La verdad a veces duele; quien pide una impresión seria sobre una obra creativa, debe aceptar que la respuesta puede no ser positiva.



    Cuando le terminó de explicar las carencias de su trabajo, la muchacha le agradeció por tomarse la molestia de leer, pero estaba notablemente decepcionada. ¡Supuso que la historia le encantaría! Incluso sollozó, pensando en todo el tiempo tirado. Había comenzado las aventuras de Xoxri antes de los 10 años, y se notaba. La calidad y estilo de su dibujo habían cambiado considerablemente, entre un tomo y otro. Era su ilusión, su proyecto, y de pronto la única persona a quien le había confiado leerlo, lo echaba por tierra.

    Con su voz carente de expresión le quiso comunicar un mensaje de esperanza. ¡De eso se trata crecer! El talento estaba ahí, pero no podía esperar que todo saliera bien desde el principio. Sobre todo, no podía desilusionarse con una opinión como la suya, y desvalorarse. Por nada del mundo debía pensar jamás que ella no servía para el manga, que sus sueños eran imposibles. Incluso si el manga estaba pulido y nadie lo aceptaba, tendría que tocar puertas, buscar personas y no darse por vencida.

    ¿Cómo lo sabía?, ¡por qué no nació sabiendo cantar! Con firmeza se habían burlado de ella, más aun sumando que era otaku, una tonta marimacho que no podría lograr nada, y que tenía gustos subnormales.

    El mundo es de los que luchan.



    Ya había luchado en su vida anterior, y triunfó. Todo cambió de repente, y aunque el consejo fue sincero, no lo aplicaría en sí misma. Estaba al margen de cualquier crítica, había dejado de lado la opinión de todas las personas. Antes tuvo que moldearse a lo que decían, y esconder sus sueños, sus intereses e incluso sus últimos amigos. ¡Ahora el mundo tendría que acostumbrarse a ella! Si no se adaptaban a alguien así, mala suerte, adiós, ¡siguiente!



    El mundo es de los que luchan, ¿cierto? Su propia batalla final estaba por librarse. Tras explicar su plan a Flovia, y luego de disuadirle de que le persuadiera, pudieron calzar todas las piezas del absurdo rompecabezas que apareció en cosa de meses. ¡Alguien tan imaginativa como Flovia, tenía que contribuir al plan que resolvería todos sus problemas juntos! Una experta en Cosplay como lo era su amiga, sabría darle el look que adoptaría para siempre. El único modo de olvidarse de la vieja Bleu, y de que nadie le reconociese, era disfrazarse. El disfraz cobraría personalidad propia, fusionando su propósito con la voz que poseía. Así extinguiría al fin lo que alguna vez fue.

    No es que su antiguo yo tuviese algún problema, estaba conforme, pero simplemente no era más esa mujer.



    Como Flovia tenía habilidad con el lápiz, fue su improvisada diseñadora de vestuario. Con sus bocetos pudo tener referencias de cómo luciría; había aceptado varios trajes similares entre sí, todos del mismo color y con los mismos accesorios básicos. Aunque quisiera, no podría usar exactamente la misma ropa siempre, acabaría sucia, pues no disponía de ningún hardware limpiador entre sus dispositivos. Debía tener un set completo de prendas adecuadas a su intención, a lo que era. Ahora, la crisálida se amoldaba por manos artistas, para esculpir una nueva clase de mariposa.

    La joven tenía vínculos muy convenientes. Su mamá estudió diseño de moda, pero el embarazo obstruyó sus planes, y prefirió abrir una peluquería. ¡Menuda suerte haber engendrado una hija que quería triunfar donde ella no pudo, y otra con tantas ganas de disfrazarse! Así que en sus ratos libres, la madre y la medio hermana de Flovia, confeccionaron lo que sería el atuendo que utilizaría para siempre, hasta que su hardware se volviera obsoleto, y su software se llenase de virus. El acabo era profesional, un trabajo que no se tomaron a broma.

    Los trajes de Flovia no gustaban mucho a Camila, su hermana mayor, pero así tendría algo de práctica, antes de marchar. La joven tenía pensado irse a vivir con su padre, a otro país, luego de terminar la escuela. Allí estudiaría diseño de moda, con la ventaja de que todo sería más barato. Quizá faltara algo de glamour adónde iba, pero si las cosas no funcionaban, siempre podía regresar.



    En la peluquería arreglaron su cabello, aunque no tuvo intención de recortarlo. ¡Desde antes del accidente que éste crecía sin que tijera se asomase! Ya sabía qué hacer con su tan largo cabello, y sólo necesitaba unos retoques. El cambio grande era la tintura, la que cambiaría su aspecto para siempre. Tonalidad no fácil de hallar en el mercado.



    Cuando por fin estuvo vestida para la ocasión, emprendió camino hacia su último reto.
     
  11. Threadmarks: 55 El silencio de lo artificial
     
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    El silencio de lo artificial


    Aquellas noches a solas en el hospital, mirando el techo, se hizo una pregunta a la cual quitó importancia, pues estaba demasiado deprimida como para pensar. Tiempo más tarde la retomó.

    ¿Por qué después del accidente, al no poder cantar, Kitrinos prefirió entregarle el pañuelo azul a Vilma? Era contradictorio con los hechos pasados. La gente describía a Noir como alguien que a propósito había dañado su garganta, para no verse obligada a cantar nunca más; entonces, ¿por qué ella seguía siendo nombrada como la pañuelo negro? El que conservase el título significaba sólo una cosa: no le habían contado la historia completa. ¡Ella todavía tenía capacidad para el canto! Y al suficiente nivel como para ser considerada trascendida.



    Noir quería destruirse como cantante, y ella debió volver a construirse como tal. Eran polos opuestos, bajo ese punto de vista. La maldita mujer que había provocado su accidente, dejándole en tal estado, seguramente tenía más ambiciones para con el centro laringológico del CVA. Estaba segura de que ella o alguno de sus secuaces intentarían hacer daño nuevamente, por eso había decidido residir en el centro, incluso cuando definitivamente la señora Darwin le pidió buscar otro sitio.

    Se mantuvo ahí, día tras día, esperando que apareciesen. Luego sintió la necesidad de pasar también las noches allí, siempre alerta. Tardaban demasiado, le dieron tiempo para perfeccionar sus habilidades, para terminar de entender la producción de su nueva voz, y lograr dominarla incluso por encima de la audición humana. Debía estar lista.



    Cuando empacó, al abandonar la casa de lo que antes llamó “padres”, sacó algo que no le pertenecía. Como Namie había gastado todo el gas pimienta, sacó el arma de su progenitor, aquella que ocultaba secretamente al fondo de un armario, debajo de grandes maletas llenas de ropa antigua. Cuando él le quitaba algunos mangas, ella hurgaba para encontrarlos; jamás el hombre se dio cuenta.

    Un revolver que sostuvo con algo de timidez al principio. Es que lo hacía con su brazo maltratado, había perdido algo de pulso. O tal vez fuera el nerviosismo. Aquel brazo en sanación requería de su fuente de alimentación primaria, y mientras no la tuviera, decidió amarrar un extenso mechón de su cabello alrededor de éste, comenzando por su bíceps, y dando unas vueltas hasta alcanzar la muñeca, en donde ataba la última reminiscencia de pelo con un pequeño nudo, el que cubría debajo de un guante. Para que no se saliese el cabello desbordado por todo su brazo desnudo, se colocó unos brazaletes de apariencia metálica, recubiertos del color que le caracterizaba.

    En la otra mano no había guante, llevabas las uñas pintadas, y un anillo de plástico, ¡era parte muy vistosa de su hardware externo! Por el lado izquierdo toda ella era metálica, y por el derecho tenía materiales más ligeros. Es que su aleación era tan compleja, que utilizarla en todo el cuerpo provocaría una fusión nuclear de sus componentes, ¡a temperatura ambiente!



    Todo estaba bajo un único color. Sus ojos habían abandonado el marrón, para adaptarse a las nuevas especificaciones técnicas. Sus labios ya no llevaban sangre al interior, sino que refrigerante en gel, y eso había transformado su coloración también. Sus cejas, sus pestañas, su cabello, ahora eran fibras ópticas de increíble aspecto, aunque la tonalidad de su pelo era más natural de lo que esperó. Un poco más claro que el resto. Sus labios tampoco parecían irreales.

    Su piel era una imitación de la epidermis, pálida y agradable al tacto. Sus movimientos ya no eran humanos, sino robóticos, más rectos y cuadrados, pero no por ello faltos de fluidez. Sus extremidades eran funcionales, era una buena ginoide con todos los implementos.

    El rostro inexpresivo contribuía a la ilusión de que su voz era carente de toda emoción. No obstante, todavía era capaz de producir en buena forma una sensación en concreto.



    Su software de análisis detectivesco no había logrado analizar pistas sobre Noir, pero la unidad alterna de raciocinio le dijo que sería bueno esperar. ¡Estaba por completo segura de que la mujer algo más intentaría! Noir no resistiría la tentación de acceder al motor laríngeo de su hermana, ¡atentaría nuevamente!



    Hasta donde Vert tenía conocimiento, nadie más en el mundo entero, ni científicos, universidades, o gobiernos, intentaban algo como lo que ella logró. En 20 años más, el planeta tendría programas de síntesis vocal muy buenos, pero no simuladores laríngeos. Incluso sería muy posible, si no se podía ya, modificar los formantes del habla digitalmente, y convertir cualquier voz en otra, incluso en tiempo real, como hacía un detective en un manga que comenzó a leer. Imitar la voz de una persona importante, por ejemplo, o fingir llamadas telefónicas, cosas que tendrían límites debido a la propiedad legal que en algún momento, la gente poseería sobre su timbre de voz.

    Sin embargo, nadie pensaría que de un día para otro, apareciese un software que pudiera cantar de forma clara, armoniosa y con un grado de habilidad mayor que la de un profesional de trayectoria, bajo un infinito rango de timbres, matices y capacidades, que a pesar de todo no sonarían falsas, sino completamente humanas. La tecnología que Ao desarrolló, perfeccionada y en un soporte tecnológico moderno, podía ser el símil musical de abrir la caja de pandora.



    La idea le pareció ridícula desde que la oyó. Vert podía imaginar un futuro donde su software, junto a afinadores automáticos de la voz, fuesen distribuidos por el mundo fácilmente, gracias a los medios digitales que comenzaban a surgir. Los programas podrían ser tan simples de utilizar, que la gente dejaría de sentir interés en aprender a cantar, pues ¿para qué? Podrían hacer música sin tener conocimientos reales.

    De a poco, los músicos comenzarían a mutar hacia la ingeniería en sonido, y producirían canciones sintéticas. Ya existían orquestas completamente artificiales, ¿no? Así que sólo unos pocos estudiarían a fondo la música, pero no para tocar instrumentos o cantar, sino que para componer lo que los softwares interpretarían. Al resto de la gente le saldría más fácil componer canciones aficionadas en la computadora, que aprender a hacerlo en forma real. Y además, estarían muy acostumbrados a usar la tecnología informática, lo poco común sería aprender algo fuera de ello. Por si fuera poco, si aprendía la gente a cantar, cualquier máquina podría hacerlo mejor de lo que ellos conseguirían tras años de disciplina.



    Ao era bastante apocalíptica. Habían inventado los autos, y la gente todavía seguía corriendo. Aunque inventaron las videoconferencias, la gente todavía iba a visitarse. Se podían ver imágenes de países lejanos por televisión, pero la gente aún iba a turistear. ¡Ilógico! La razón de Ao para no querer divulgar su programa, y mantener “atrasada” la tecnología de producción sintética del canto, era ilógica. Pero algo tenía que conceder, motivo de su presencia casi reclusa en el centro laringológico.

    En el sabotaje al centro del CVA, se intentaron estropear los mainframes y se provocó un incendio en el primer piso. Era obvio que la artífice, Noir, sabía lo que Vert estaba diseñando, y no dudaría en hundir las garras en el producto. Con astucia, el motor laríngeo podría ser su arma más certera. Aunque la voz virtual nunca suplantase al vocalista humano, Noir podría distribuir el programa con buen éxito, incluso podía llegar más allá, producir voces envasadas, venderlas y promover su utilización. Existirían bandas musicales donde el vocalista sería el sintetizador, se volvería habitual. Abriría campo para la competencia de lo que tanto odiaba, ¡los cantantes humanos!

    Sin duda alguna, pues Noir era alguien astuta, se haría multimillonaria, y haría y desharía por toda Europa. Con recursos y prestigio ilimitados, podría hundir a quien quisiera, podría tener influencia en las decisiones de discográficas, lograría mayor poder para hacer lo que ya hacía.



    Sólo era una posibilidad. No preguntó a sus amigos, pero seguramente lo que Ao y Kitrinos pensaban del tema, es que si Noir tenía oportunidad, destruiría el programa. Que inclusive las maquinas cantasen, le sacaría de quicio. ¡Una total vergüenza! Anteriormente había intentado destruir, no robar.

    Cualquiera fuera la intención de Noir, eso le devolvería al laboratorio del CVA tarde o temprano, viniese ella o mandase a gente. Y eso abría paso a su real preocupación, los asuntos tecnológicos no eran más que curiosidades.

    Destruir los mainframes y cualquier medio de respaldo que Vert tuviese, no significaba nada, puesto que la versión original del programa se hallaba en Japón. Así que, irremediablemente, Noir tendría que hacerse cargo de su hermana melliza. ¡Elemental! Era lo que su unidad alterna de raciocinio logró concluir.



    Desconocía si los patronos del CVA habían barajado tal idea, o si Vert estaba tomando medidas precautorias. Lo criminalmente lógico era encontrar a la pañuelo verde en el centro laríngeo, así cumplían dos trabajos en uno. Por fortuna, Ao cada vez aparecía con menor frecuencia en el laboratorio. De hecho no había ido desde que asumió su disfraz vitalicio; nadie le había visto transformada, a excepción de la familia de Flovia, la doctora Darwin y su estudiante personal… cientos de personas en la calle, y un gato trepado en un árbol, frente a la añorada heladería. Mucho mejor así, haría su estreno de forma más espectacular, y podía sentirse tranquila sabiendo que Ao no corría peligro.



    Alguien que tenía la sangre fría, y la falta de alma para buscar la muerte de sus hijos, no tendría reparo alguno con su hermana.

    Se mantuvo esperando y, finalmente, algo ocurrió.
     
  12. Threadmarks: 56 La múltiple debacle
     
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    La múltiple debacle


    Cuando ya estaba impacientándose lo suficiente como para replantearse la idea, una camioneta negra sin placas patente, y de vidrios opacos, embistió las puertas de entrada del CVA, en un intento por derrumbarlas. Eran similares a las puertas de los centros comerciales, corredizas y casi enteramente de cristal. Los grandes ventanales a los costados también eran muy vulnerables, de hecho, siempre consideró raro la existencia de un lugar así, sin reja alguna. ¿Qué clase de edificio habrá sido hace 30 años? Si el acceso principal parecía tan vulnerable, era de esperarse la existencia de ladrones, quienes entrasen a ver si había algo de valor.



    Esa madrugada la camioneta no logró derribar las puertas, pero no importaba. Los ventanales sucumbieron y el cristal del pórtico igual, ya se podía entrar. Salieron del vehículo una mujer de pelo corto, rostro oriental y extrema delgadez. ¡Esa era Haruna! Le acompañaba un sujeto de apariencia normal, con un pasamontañas. Eso era innecesario, el sitio tenía cámaras de seguridad, pero hacía años que no se grababa, y al parecer la hija de Noir lo sabía.

    El hombre retiró una lona negra que cubría la carga de la camioneta, para sacar un bidón de plástico, más o menos grande, y por cómo el hombre lo manejaba, se notaba lleno. ¿Acaso otro incendio? Pero qué predecible.



    Durante los interminables días en que esperó, imaginó mil veces cómo procedería. No era una ginoide equipada para el combate, de hecho la misma Haruna quizá fuese peligrosa por sí misma. Había atacado a Namie, y logró raptar ella sola a Vilma, quizá supiera algún arte marcial, era más de lo que su apariencia raquítica indicaba.

    Lo bueno es que el hombre no parecía estar armado, a diferencia de la primogénita de Noir, quien había sacado una pistola. La mujer entró adelantándose al hombre, y comenzó a buscar, con una linterna en una mano y el arma en otra. Intentó abrir puertas, miró en las habitaciones, subió al segundo piso y exploró. No buscaba documentos, por lo visto, pues no revisaba ningún mueble.

    ¡Qué actuar tan poco prolijo! Lo único inteligente era el estar usando guantes, pero se notaba que la joven no tenía astucia alguna. No sujetaba la pistola correctamente ni nada, quizá apenas sabía usarla. Por supuesto, al no ser una ginoide de combate, tampoco es que supiera usar su revólver en forma decente, ni siquiera había jalado nunca un gatillo.



    Desde la sala de cámaras, la cual le pareció buen escondite, miraba todo. Haruna no supondría que éstas grababan otra vez, ni que tenía evidencia fuerte como para meterla en la cárcel por invasión de propiedad privada, o robo, si es que se llevaba algo. ¡Tal vez por el incendio! El hombre mojó con combustible todos los muebles del pequeño hall principal, el piso, las escaleras… también se metió a habitaciones. Cuando acabó el bidón, volvió a la camioneta y fue por otro.

    ¡Qué mal planeado le pareció todo! Era una zona concurrida de la ciudad, un sitio comercial, había tiendas por todos lados, aunque cerradas por la avanzada hora de la noche. Sin embargo, había gente afuera. Miraban incrédulos la situación, guardaban la distancia, pero seguramente alguien llamaría a la policía. Haruna y el sujeto contaban con hacer el trabajo rápido, el motor de la camioneta nunca fue apagado, y en cuanto el hombre vació el segundo bidón de bencina, se subió al vehículo y aplicó reversa. Se estacionó en la calle y se mantuvo esperando. Tuvo que alejar a algunos observadores, seguramente a insultos.

    Ahora sólo restaba que Haruna encontrase lo que buscaba. Pero, ¿qué sería?



    Su unidad detectivesca mostró indicios de querer funcionar en orden, finalmente. ¡Por supuesto, lo primero que Haruna hizo fue desenfundar! Venía para matar dos pájaros de un tiro, acabar con su vida y destrozar el programa de Vert. Si bien la maestra verde no estaba allí, estaba ella. Como no lograron matarle en el accidente, ahora terminarían el trabajo. Era de esperarse que Haruna viniera otra vez al laboratorio, si era cierta la idea de que Noir intentaba deshacerse de la vieja Bleu. Por eso todo tan mal planeado, ¡tenían que capturarla!

    Eso significaba que Noir confiaba muchísimo en el silencio de Haruna. Pero también, algo más estaba pasando… si la idea de matarle era cierta, ¿cómo sabían que le encontrarían ahí? Otra vez su unidad de análisis detectivesco empezó a procesar: alguien le comentó a Noir. Por supuesto, el topo dentro del CVA era la misma persona que le dijo también sobre la ceremonia que hicieron para nombrarle Bleu, cuando era una terrícola común y corriente. Si su accidente era planificado, tenían muchos detalles… su scooter, el lugar por el cual pasaría, la hora en que sería; también datos muy precisos sobre su apariencia. ¡El topo era alguien demasiado cercano!



    Ao y Darwin estaban descartadas. Ambas tenían su trabajo en peligro por culpa de Noir.

    ¿Flovia?, la sola idea era ridícula. Aunque sabía todos los detalles, también tuvo riesgo de ser interceptada por Haruna. Su miedo no podía ser actuado, ni tampoco su dolor por Vilma.

    La única otra persona que contaba con todos los detalles suficientes, era Kitrinos. Horrorizada por la idea se quedó envuelta en escalofríos, y fue sacada de su miedo a la idea, por lo que Haruna hacía. Había mirado su reloj de pulsera, seguramente decidiendo que ya había tardado demasiado. Así que con prisa bajó hasta el primer piso, y corrió intentando no tropezar por lo mojado del suelo. Se dirigía al subterráneo. Conocía el lugar con lujo de detalles, por lo visto.

    Intentó abrir la puerta hacia los mainframes de mil formas, a patadas, empujándole con todo el cuerpo, usando llaves propias a ver si por casualidad el candado se abría, incluso cuando pareció desistir de la idea, usó su arma contra el candado. Al parecer la táctica hollywoodense no funcionó para nada, pero el disparó logró asustarle, sonó muy fuerte sin importar la distancia.



    Antes de pensar en sus acciones, tuvo que sacarse el pánico sobre Kitrinos de encima. El hombre estuvo acompañándole en el hospital todo el tiempo que pudo, y cuando por fin despertó, le vio llorando sin consuelo. ¡La cara que puso cuando le vio consciente no se le borraría nunca! Era la esperanza a la que resistió de aferrarse, puesto que aún con eso, inclusive después de hacer el amor con el hombre, sabía que éste no quería nada con ella. ¡Maldita sea! Qué testarudo, en el hospital, durante unos minutos sintió que el hombre le amaba legítimamente. ¿Se estaba haciendo el duro, o simplemente ella era optimista?

    Pero tuvo que salir de su ensimismamiento, y su frustración sentimental. ¡No era el momento! Haruna llevaba casi dos minutos allí, el hombre en su auto esperaba, la situación estaba congelada. Era su oportunidad de actuar, aunque no supiera qué hacer. Debía ser la heroína, ese era su gran mundo de aventuras fantásticas, le debía salir bien. Como protagonista, nada iba a pasarle.



    Aquel era un pensamiento muy imbécil. Ya había experimentado el sufrimiento de un accidente, recordaba el choque con la viga de metal, se acordaba de cómo patinó metros por el suelo, y el dolor inexplicable en su cuello, infernal. Sintió todo eso mientras todavía su mente resolvía qué era lo que sucedía, e instantes después de entender que estaba envuelta en un accidente, perdió la consciencia.

    Ahora, si le daban un balazo, simplemente se desvanecería para siempre. O quizá no, tal vez sufriera mucho más que en dicha oportunidad, o tal vez fuera incluso más terrible, y muriera quemada. Tuvo ganas de quedarse ahí encerrada, y no salir. ¡Qué estupidez el haber esperado un incidente así, por semanas!



    La sala de vigilancia estaba tras un pasillo luego de hall principal. Afuera estaba mojado con combustible. Sus opciones eran correr hasta una salida de emergencia a un costado del edificio, o planear algo estúpido y enfrentar su miedo.

    Sin terminar de decidir, tomó su revólver y se armó de valor.
     
  13. Threadmarks: 57 Locura bien canalizada
     
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    Locura bien canalizada


    Antes de aventurarse, debía hacer una última cosa. Tomó la grabación de la cámara 1, el salón de acceso. Aparecía la camioneta embistiendo, luego Haruna entrando con un arma, y posteriormente el hombre llenando de combustible el sitio. Esas eran suficientes pruebas, y debía resguardarlas, en caso de que algo saliera mal y se provocase un incendio. Se metió la cinta entre su ropa, y tras asegurarse de que la primogénita de Noir seguía en la puerta de entrada al subterráneo, salió al exterior.

    A diferencia de la invasora, ella iría sosteniendo el revólver con las dos manos. No veía, pero tuvo demasiado tiempo para recorrer ese sitio a oscuras, muchas veces. Ensayó por si tenía necesidad de hacerlo alguna vez, en cuanto llegasen personas extrañas. Lo más lógico era que viniesen de noche, ¿cierto? Aunque antes hubieran arremetido a plena tarde.



    Avanzó a paso rápido, guiada por la iluminación afuera en la calle, y llegó al hall. Había decidido no huir, y enfrentar el peligro, ¡su larga espera no sería en vano!

    Sin embargo, no se esperó que el momento llegara tan súbitamente. Al llegar al Hall, vio al hombre apurado en dirección al edificio. ¡Se había impacientado por el retraso de Haruna! El sujeto no le había visto, así que volvió a meterse en el pasillo, y se ocultó en la penumbra.

    ¿Qué opciones tenía? Seguramente una sola, el hombre estaba desarmado. Ojalá no intuyera su secreto.



    Ese secreto era que no tenía intención de usar su arma, no tenía planeado dispararle a nadie. Sólo la tenía para intimidar a quien se le opusiese. Estaba nerviosa y temblaba, eso era algo en lo que todos podían fijarse. No obstante, el tono de su voz era tan vacío, que con sólo mantener su rostro inexpresivo, podía fingir la suficiente sangre fría para que le tomaran en serio. O eso esperaba.

    Cuando sintió los pasos del sujeto resonar en las baldosas del hall, se mostró ante él, apuntándole. Él llevaba una mano en su chaqueta… qué mala idea amenazarle. Antes de que tuviese tiempo a decirle el clásico “¡quieto, arriba las manos!”, el hombre sacó una pistola y le apuntó todo lo rápido que pudo. Por fortuna no alcanzó a disparar, pues ella tenía inteligencia. El grito que emitió fue tan fuerte y tan agudo que haría chirriar los oídos de cualquiera. ¡Factor sorpresa! El tipo por instinto reaccionó recogiéndose un poco y cerrando los ojos con fuerza, incluso se llevó las manos a las orejas, pues aquel sonido tan molesto no cesaba.



    ¡Tenía un segundo o dos para hacer algo! En vez de disparar, corrió a toda velocidad hacia él, y dio la mayor patada que hubiera propinado nunca. Directamente al pecho, antes de que el sujeto alcanzara a componerse. Eso le empujó al piso, aunque ella casi cayó también. ¡Qué alegría ver que el hombre había dejado caer su pistola! Lo primero que trató de hacer fue recuperarla, cosa que no llegó a concretar. Estaba en el piso, empapado de combustible y encañonado. Prefirió no jugar a ver quién tenía mejores reflejos, pero ella sí, pues el arma estaba a escasos centímetros de la mano del hombre.

    Con rapidez se acercó y la pateó lejos. Antes de que el tipo tuviera tiempo de sujetarle las piernas, se retiró.



    Por fin pudo hablar. Ese desgraciado sería el primero en escuchar su nueva voz, aparte de la doctora Darwin. Le dijo que se levantase, y que buscara en su ropa el elemento con que haría encender el fuego. Debía tener un encendedor, o fósforos en algún lado.

    Disparó al techo, para darle a entender quién mandaba. ¡Ya había perdido todo el miedo!, pero el sujeto podía tener un cuchillo, cualquier cosa. Miró con atención; el hombre sacó de su pantalón, apartando la funda de su pistola, una caja de fósforos, la cual quiso abrir. ¿Qué pensaba? Aunque le advirtió que no lo hiciera, terminó haciéndolo y encendió un fósforo. ¡Si le disparaba, comenzaría el incendio y ambos estarían perdidos! El tipo usó su nueva ventaja para acercarse, muy lentamente.

    Supo que el hombre le miraba buscando el modo en que atacarle. ¿Qué más opción tenía, aparte de dispararle en una pierna? Su repentina sensación de poder le devolvía a la demencia que sintió en el hospital. La locura podía utilizarse si se sabía canalizar, ¡claro que sí! Como llevaba guante de cuero teñido en su mano izquierda, se acercó al hombre fingiendo calma, y con dos dedos apagó la flama. Luego volvió a sujetar el revolver con ambas manos, y comenzó una cuenta regresiva.

    ¡Diez, nueve, ocho…! El hombre parecía perplejo, la serenidad que actuó había dado sus frutos. Quizá su vestimenta y voz le hicieran pensar “¿Qué rayos pasa con esta demente?”

    Siete, seis. Retrocedió unos pasos, para incrementar la distancia con el tipo, quien por fortuna se decidió a correr.



    El problema estaba en que llegaría a pronunciar el uno, antes de que el hombre alcanzase la camioneta, así que simplemente le disparó, pero sin esperar acertar. Avanzó calmada y la emprendió a balazos contra el vehículo.

    No tenía intención alguna de impedir que escapara. Era mejor que se fuera, no sabría qué hacer si tuviera que retenerlo. La importante era Haruna.

    En todo caso, no quiso dejársela tan fácil. Ya estaba fuera del laboratorio, ¿tendría puntería para acertar a una de las ruedas del coche? Pues al parecer no era tan torpe como pensaba, aunque se asustó con el ruido que la rueda hizo. Lo bueno es que el hombre no le había visto, ni intentó nada más. Simplemente partió en forma precaria.



    Qué bueno que el tipo no reflexionó, pues su revólver sólo tenía una bala más. Tomó la pistola que perteneció a ese malnacido, y la revisó bien a ver si tenía seguro, o si estaba en perfecto estado para disparar. La verdad no tenía idea, pero en teoría tendría que estar lista. El hombre pensó en desenfundar rápido y jalar el gatillo.

    Haruna tendría que ser sorda para no escuchar los tiros. Aunque no tenía nada planeado, sabía por dónde aparecería, y además la mujer se avisaría con la linterna. De todos modos una que otra vez asomó la cabeza por ese pasillo, impaciente. La muchacha estaba tardando demasiado en aparecer, ¿acaso había decidido esperar también? Difícil, puesto que desconocía el resultado de la balacera, no sabía a quién se encontraría. Además estaba contra el tiempo, no podía quedarse allí indefinidamente.

    Sólo tenía que esperar, sin perder la paciencia. En el tiempo que Haruna le estaba dando, debía pensar en algún plan, pero simplemente no tenía ideas. La adrenalina corría por sus venas, era un robot que todavía podía sentir tal agitación, y por otra parte, no tenía forma de aprisionar a la mujer. No contaba con alguna soga, simplemente debería intimidarle lo suficiente para que abriera la boca.



    Miró a través del pasillo nuevamente. ¿Existía algún otro camino que la desgraciada pudiera tomar? No. ¿Qué tal si avanzaba a oscuras? Era algo que podía hacer, por lo que se vio tentada a dejar de esperar. Conocía el sitio a oscuras mejor que nadie, sin embargo no era prudente.

    Algunos transeúntes ya se asomaban a ver qué había ocurrido, viendo que la camioneta partió, y que luego nada pasaba. Al verle armada algunos retrocedían, en cambio otros intentaban acercarse un poco más, a lo que tuvo que apuntarles para disuadirlos. ¡Pequeño problema! Si la policía llegaba, sería una de las culpables hasta poder probar lo contrario. Ahora el reloj le urgía también, así que a sabiendas de que era mala idea, avanzó a oscuras por el corredor, apegada al muro izquierdo. No tanteaba, mantenía firme la pistola, y el revólver descansaba en un bolsillo.



    Llegó hasta donde el pasillo doblaba. Continuó apegada a la izquierda, y se detuvo, esperando oír un sonido de pasos, cualquier cosa. Pero entonces notó otra cosa.

    Un pequeño destello de luz se asomaba por una de las puertas. Al parecer Haruna fue más lista; ahora debería internarse directamente a una trampa.
     
  14. Threadmarks: 58 Juego de azar
     
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    Juego de azar


    En inteligencia no le iba a ganar una estúpida psicópata. ¡Era una ginoide con increíble capacidad de procesamiento! Simplemente, abriría la puerta y la empujaría hacia adentro, sin entrar. Quizá con suerte Haruna sintiera la confianza para salir, o seguramente debería esperar un rato más. Pero no iba a entrar a la habitación, sería casi como suicidarse.

    Cuando Haruna saliese, tendría ventaja. Tal vez la mujer todavía mantuviese dudas sobre quién había abierto, pero sería ilógico. Si hubiese sido el hombre que le acompañaba, había hablado y así se prevendría. En todo caso, si contaba con buena suerte, la mujer todavía tendría sus dudas, y debería mirar antes de disparar.

    Pero de hecho, la suerte no estuvo de su lado. Cuando giró la manilla, la luz salió hacia el pasillo, dejándole a Haruna ver su silueta. Disparó.

    ¡No estaba dentro! ¡Sólo prendió la luz como un señuelo, pero estaba esperando en la sombra, asomada desde una sala contigua!



    Cayó y se dio un feo golpe con la puerta, medio cuerpo dentro de la habitación, inmóvil. Gritó, pero de su voz no salió sonido, era muda en tanto no usase el silbido. Allí se quedó, mirando a un punto indeterminado. Oyó a Haruna reír nerviosa, y tras sentir un “tic” vio un pequeño destello, borrado de inmediato. Seguramente era la linterna de su atacante, quien caminaba marchándose.



    El dolor era mucho. Por lo visto, sí le habían ganado en inteligencia, pero tendría su segundo round, pues sólo estaba herida en el brazo. Lo de dejarse caer y quedar inmóvil fue teatro; qué pavor tan grande le provocó la idea de que Haruna disparara otra vez, para asegurarse. Pero por lo visto, ni siquiera creyó necesario comprobar que le había abatido.

    Ahora debía acercársele por la espalda, pero sintió la necesidad de revisar su extremidad izquierda. Le dolía sobremanera, y otra vez gritó silenciosa al tocarse la herida. Desconocía si era bueno o malo, pero la bala había atravesado uno de los brazaletes metálicos que llevaba. Quizá hubiese amortiguado mínimamente el impacto, pero más tarde un doctor debería sacarle dos piezas metálicas, además de un poco de cabello.



    Estaba mareada por el golpe que se dio, pero debía continuar, ¡y rápido!, pues seguramente Haruna intentase prender fuego para incendiar el lugar. Aún con prisa debía ser sigilosa, para que la mujer no escuchase sus pasos y diera vuelta.

    La tenía a tiro, veía su silueta dado que se aproximaba al salón de acceso, y éste se hallaba iluminado por los faroles de la calle. La primogénita de Noir estaba caminando muy rápido, así que tuvo que olvidarse de la idea del sigilo, y se le asomó corriendo para acortar la distancia. Había apuntado a las piernas, pero el dolor de estirar el brazo herido le hizo errar, y terminó dándole en una nalga. De algún modo, le fue un consuelo el que ella sí gritara de dolor. También cayó al piso, pero a diferencia de su secuaz, no había soltado su arma. Se retorció en el suelo mojado para quedar de espaldas, y le apuntó con poco éxito. Dos balazos errados, pero el zumbido en su oreja lo recordaría para siempre.



    ¿Tendría que acabar con su vida? No tenía a donde ponerse a cubierto, abrir algún salón le tomaría mucho tiempo, y en el pasillo, aún a oscuras, era blanco fácil.

    Entonces se la jugó, tenía que hacer algo para desconcentrarle. No sabía si Haruna alcanzó a oír su agudo grito desde el acceso al subterráneo, era una de esas cosas que funcionan sólo la primera vez. Nuevamente lanzó un tono desorbitado en la zona más molesta para el rango auditivo humano, y tuvo el efecto deseado. La mujer también reaccionó instintivamente, lo que le dio tiempo a correr y llegar al hall. Le puso una patada en todo el rostro, y luego se agachó. ¿Qué hacía ahora, forcejear por su pistola? Fue su plan por un corto instante, pero había algo más preciso. Una nueva bala, esta vez en el dorso de su mano, impediría que pudiese jalar del gatillo. El grito que Haruna lanzó le hizo retroceder con un escalofrío, pero se compuso rápidamente, apuntándole. Le dijo que soltase su arma, y ella con ojos llorosos la dejó caer.



    Se pregunta fue fuerte y clara. ¿Dónde encontrar a Noir? Quería ir con ella en ese mismo instante, antes de que supiese que algo malo había ocurrido con el nuevo atentado. ¡Ahora! Si no, le mataría. Lo dijo gritándole, neutra de rostro, seria. No era verdad, pero así ella debía creerlo.

    Pasó justo como había pensado. La muchacha no iba a decir jamás nada, no delataría a su madre, no la incriminaría, prefería morir. ¡Pero qué estupidez! Intentando parecer soberbia, le dijo algo que ella seguro sabía: Noir estaba buscando a sus hijas para matarlas. ¿De veras tenía la falsa idea de que ella merecía mayor consideración que las demás? Sólo la estaba utilizando para sus fines, de hecho le quiso demostrar que esos atentados eran idiotas, mal planeados y la intención una sola: hacerle caer.

    Pero la muchacha siguió obstinada en su negación. ¡Cómo puede ser testaruda la gente! Así que optó por portarse de la única forma en que podía tratar a Haruna, de otro modo no conseguiría nada. No estaba cómoda haciéndolo, pero le pateó nuevamente, repetidas veces. La muchacha pareció querer atraparle una pierna, pero ante tal osadía, volvió a patear su cabeza.

    ¡Estaba amenazada de muerte! Pero Haruna ya estaba alejada de la cordura. De pronto se rió fuertemente. ¡Apostó a que era incapaz de darle el tiro de gracia!



    Pues bien, era hora de aplicar una cosa que ideó. Su revólver tenía una sola bala… “vamos a jugar algo bonito”. Se alejó unos pasos y sacó su revólver, dejando la pistola firme en uno de los brazaletes de metal. No se le hubiese ocurrido que podían ser tan útiles, podría desenfundar rápido si Haruna intentaba cualquier cosa.

    Liberó el cilindro y lo hizo girar, luego cerró el revólver, con los ojos fijos en la oriental, para evitar ver si la bala estaba en la recámara que sería detonada. También eludió la vista del tambor, de hacerlo comprobaría si Haruna estaba a salvo o no. Apuntó a su cabeza… con un sexto de posibilidades de matarla, era capaz de disparar. La adrenalina que fluía en sus venas desde que todo comenzó, se lo permitía. El gatillo del revólver era duro, pero no la decisión de jalarlo.

    Le dio la oportunidad de decir la ubicación de su madre, o comentar lo que quisiera. Haruna empleó el beneficio para decirle lo estúpida y bizarra que se veía. ¡Basta de juegos! Disparó, y no salió la bala. Pero la muchacha se estremeció al oír el click metálico del arma.



    Segundo intento. Las reglas eran las siguientes: si decía algo que le interesara, haría girar el tambor otra vez, y tendría nuevamente 1/6 de posibilidad de salir mal. En cambio, si no decía nada de valor, dispararía de inmediato, lo que le dejaba 1/5 de probabilidades letales. Si volvía a hablar alguna estupidez, el riesgo subía, 1/4, un tercio… a menos que comentara algo que pudiera esclarecer la situación.

    Sólo se detendría al decir el paradero de Noir. Iría a buscarle esa misma noche.



    Tuvo que disparar otra vez, y cuando estaba por jalar el gatillo por tercera ocasión, pudo ver los pantalones de Haruna mojándose aún más. Diablos… qué pesado se hacía el disparador, cada vez que la probabilidad de matarle aumentaba. Dudó sobre jalar el gatillo nuevamente, pero no hizo falta, la mujer no soportó el pánico, y le dijo algo interesante.

    ¡Jamás revelaría el paradero de su madre! En todo caso, ¿por qué no le preguntaba a Dalia Darwin? Quizá ella fuera más accesible.
     
  15. Threadmarks: 59 Estúpido rompecabezas
     
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    Estúpido rompecabezas


    ¿Dalia Darwin?, ¡imposible!

    O eso pensaba, hasta que Haruna se explayó. Era muy conveniente para Darwin que la madre de aquella triste persona empapada en bencina, le dejase en paz, y en cambio dedicase el tiempo a intentar destruir lo que fuese que Ao construyese en el subterráneo. Era conveniente para Darwin que Noir fuera de paseo a buscar a Vilma o a cualquiera de sus hermanas, así le dejaría tranquila, y podría retomar sus investigaciones por fin. La pobre señora estaba vieja, quería resultados pronto.

    Si se preguntaba por el paradero de Noir, ya no estaba en el país, había ido a buscar a la nueva Bleu. ¿Quién más aparte de los patronatos, sabía el paradero exacto de la adolescente? Fue algo que no le dijeron ni siquiera a Flovia o Namie, pues podían buscarles para extraerles esa información.



    Hizo girar el tambor y disparó otra vez. Haruna vivió, y pidió que no siguiera disparando, ¡estaba confesando! Todavía le faltaba contar algo más: la primera incursión en el laboratorio había sido permitida por la misma Darwin. Ya habiéndose efectuado el trato entre la vieja y Noir, eso de documentos robados eran puras patrañas para que nadie hiciera la conexión. Por lo demás, la doctora había insistido en que la documentación en realidad no tenía validez científica.

    ¿Por qué provocaron el primer incendio, entonces? Simple, ¿de dónde más sacaban información acerca de Flovia, y de Vilma? Por supuesto que Darwin les dijo donde solían estar ambas muchachas, pero tenía que parecer como si la información hubiera sido robada. Haruna también aprovechó de acceder al motor laríngeo de Ao, pero no supo cómo utilizarlo. Simplemente se encargó de apalear un poco las máquinas, pues el supuesto nuevo objetivo de su madre era el programa.



    ¿Por qué venir de nuevo, si Darwin y Noir tenían un trato? Para destruir los mainframes de una vez por todas, y también para matar a una mujer de baja estatura, senos grandes, pelo oscuro y alargado, que se quedó a vivir allí. Vaya, ¡Haruna no tenía idea quién era la que jugaba con su vida! Su siguiente pregunta era obvia: ¿por qué querían asesinar a esa mujer? Recibió respuesta tras una nueva risa estúpida de la pobre tipa.

    El quitarle de en medio no tenía que ver en lo absoluto con lo artístico, con el odio que profesaba Noir hacia el canto, si bien al principio fue motivo para estar pendiente. Incluso le resultó decepcionante, pues la razón era banal. Un tiempo después de que la pañuelo negro oyese de esa contralto tan excepcional, Darwin intentó relajar el ambiente tenso que había cada vez que las dos se encontraban. La doctora le comentó acerca de la creciente relación que tenía la contralto con el maestro Kitrinos. En efecto, Noir no iba a permitir una competencia amorosa.



    Oh… el cambio en la expresión de su rostro le dio confianza a Haruna para intentar ponerse de pie, pero fue incapaz, producto del dolor producido por la primera bala. ¿Era ese el viejo amor de Kitrinos, la causa de que ya no tomara en serio a ninguna otra mujer? Él mismo le había comentado algo antes: previo al pañuelo negro, la japonesa había sido Rose, la maestra que representaba la sensualidad, la feminidad y el coqueteo. Sin embargo, era difícil encontrar a una mujer que no acabase usando su natural don de atracción en sus fines personales. La oriental era una increíble actriz, podía ser tierna o una perra, lo que el hombre de turno necesitara. Su belleza era también majestuosa, era capaz de engatusar hasta al hombre más duro.

    El hombre había caído en garras de Noir, entonces. Le resultó una real lástima. Todavía no acababa de estremecerse, pues de hecho, la verdad era más horrorosa. No era un viejo amor, Noir le había hecho recaer. La última vez fue hace unos años atrás, ¿quién era el padre del último bebé de Noir? Tom Thri había sido convenientemente manipulado por la mujer, pero lo lindo era volver con Kitrinos, además eso a los benefactores les gustaría. ¡La mezcla perfecta!


    Aunque Haruna estaba hablando, el impulso por disparar otra vez fue más poderoso. Recién entonces comprendió que la víctima se había vuelto victimaria. La primogénita se rió; la expresión en las dos debía ser patética.

    No fue capaz de escuchar ya nada más. ¡Se desmoronaba la imagen idealizada del que, a su pesar, era el amor de su vida! Tuvo la tentación de disparar otra vez, pero a cambio preguntó si Kitrinos sabía que tenía un hijo. Haruna no supo contestarle, quizá supiera, o pudiera ser que no. Entonces mantuvo esperanza en que no, pues de otro modo, él se había desligado del tema y dejado a su suerte a ese bebé, sabiendo lo que le depararía. Kitrinos no podía ser alguien así.



    Trató de calmar su mente. Se quedó muy quieta, sin que el tiempo avanzara. Mientras Haruna intentaba ponerse de pie nuevamente, su cerebro electrónico ideó la respuesta que más quería, la que le haría sentir un poco menos desdichada. ¡Kitrinos no era alguien frustrado, que iba de chica en chica, por ser un egocéntrico galán con complejo de macho alfa! No, Kitrinos sabía que Noir no toleraría que le quitaran al hombre del que terminó obsesionada, y por eso no podía estar con nadie más. Por eso buscó apartarle, para no ponerla en riesgo.

    Cuando despertó ese día en el hospital, se sintió amada por él, eso era algo que no podía borrar… no era bueno sacar conclusiones propias, muy seguramente se estaba engañando.



    Sintió la urgente necesidad de contestarse una pregunta distinta a las demás: ¿dónde está el límite entre la legítima defensa, y el ensañamiento? Supo que estaba en problemas, las cámaras habían registrado todo lo ocurrido. La policía pediría las grabaciones, y verían lo que había hecho.

    Ahora era su turno de reír, aunque por supuesto no salió sonido de su boca. La única cámara que no estaba grabando era la del hall, ¡había sacado la cinta! Haruna estaba a su merced… al parecer era un robot que podía sentir odio.

    Por fortuna, también estaba prevenida contra eso. Comprobó las recámaras visibles en el revólver, y no estaba la bala: se hallaba en el cañón…

    … eso le devolvió algo de cordura. Ya había oído todo lo que necesitaba escuchar, o en realidad no, pero no tenía imaginación para cualquier otra pregunta. Dejó que Haruna se fuera. Ésta abandonó el lugar cojeando, de seguro no iría muy lejos. Era un hecho que la policía estaba en camino; al menos no hacía falta la presencia de bomberos.

    No tenía lógica alguna el quedarse allí. Ya que Noir no estaba en el país, debía avanzar con la última tarea pendiente, luego sería un ser completo. Le urgía hacerlo, más incluso que prestar atención a su brazo.



    Antes de marchar, leyó las instrucciones de un extintor, con prisa, y roció espuma en todo el piso del hall, y también en los pasillos. Mejor prevenir que lamentar. Las dos armas pertenecientes a Haruna y su acompañante, las dejó sobre el escritorio de la recepción. El revólver se lo guardó, aunque quitó la bala. Debía devolvérsela al que era su padre, en algún lejano futuro.

    Fue a la que era su habitación improvisada, y se llevó sólo una cosa. La necesitaría.



    Se fue corriendo disimuladamente, prefirió usar la salida secundaria. La scooter, reparada y también repintada del color que le caracterizaba, estaba a la espera. Rebasando el límite de velocidad, llegaría rápido.
     
  16. Threadmarks: 60 La identidad de un robot
     
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    La identidad de un robot


    Anteriormente, cuando era una persona casi normal, y no un engendro dominado por lo excéntrico y atípico, había pensado que no podía ser merecedora del pañuelo azul. Ahora, tras cambiar mucho sus ideas, su apariencia y lo que le definía como persona, quería una identidad nueva. Sería distinta, ¡ahora lucharía por un nuevo pañuelo! ¿Cómo combatir la inescrupulosa tarea de los benefactores, sin entrar en su juego?



    Según lo que sabía, los pañuelos de color rosa y marrón eran mucho más recientes que los otros. Significaba que en algún punto, se demostró que el abanico de personalidad no era suficiente, y más la extrema pericia de los nuevos representantes, surgió la idea de incluir el color. Desconocía la “burocracia” del proceso, pero se sentía capaz de barrer con cualquier formalismo.

    Era única, su voz no la tenía nadie, y era la indicada para manejarla. Otra persona no lograría sus resultados, ni sabría aplicar la musicalidad precisa, y transformar algo potencialmente desagradable en algo artístico.

    Por su puesto, su estilo se pondría en entredicho mil veces, de eso no cabía duda. Sin embargo, había aprendido a dotar su inexpresiva y plana voz con la única emoción que podía transmitir adecuadamente: lo sombrío. Canciones que inquietasen, que a la gente le hiciese replantearse el oír, pero aun así, siguieran haciéndolo, envueltas. La música no sólo podía causar agrado, nostalgia, grandeza o felicidad. También podía desasosegar, evocar un placer pálido, tal vez culpable.

    No era su objetivo el miedo, su timbre muerto no poseía esa capacidad. Sin embargo, era buena idea rozar las sensaciones previas a éste.



    Irrelevante si era de madrugada. Tocó la bocina de su moto, presionó el timbre mil veces, y también sacó su teléfono celular, para llamar a uno de los pocos a quienes no había borrado del listado. ¡Así Kitrinos sabría quién insistía tanto! Él no sabía que ya no estaba muda; necesitaba conservar eso unos minutos más.

    Estaba ansiosa, apurada y quería que todo acabase luego. Debía vendarse el brazo, como mínimo. Había cambiado los brazaletes unos con otros, para camuflar el impacto de bala. Tuvo miedo de agravar la herida, por no prestarle atención. Dolía cada vez más.

    Por fortuna, el dolor no le haría disminuir la calidad de su canto para nada. No se trataba de algo similar a lo hecho por Namie; es que simplemente no había imprecisión alguna que pudiese cometer. Era muy fácil estancar su voz en la misma nota, sin alteraciones.



    Tras minutos, un ojeroso Kitrinos vestido a la rápida apareció. Al abrir la puerta, se exaltó bastante, ¿qué diablos era lo que estaba tras la reja? No sonrió ante él, ni le saludó, sólo se mantuvo inexpresiva, esperando. El hombre le preguntó si estaba de fiesta con Flovia, pero no respondió nada. Cuando tuvo abierto el paso, caminó en forma mecánica hasta el salón de grabación. Ignoró cualquier pregunta del hombre, incluso se hizo la desentendida cuando éste le sujetó una mano, queriendo detenerle. Tuvo que disimular la punzada que eso le provocó en la herida.

    Apuntó hacia el pasillo, era la única forma de hacerle entender a Kitrinos que necesitaba avanzar, urgentemente. Antes de entrar a la sala de captación, le entregó un cassette a Kitrinos, algo que compuso y grabó ayudada por algunos músicos de cierta academia de jazz, y valiéndose también de sintetizadores. Flovia era la única que había escuchado la composición, y le gustó bastante.

    Necesitaba la opinión del hombre, era lo que importaba.



    Entró cada uno a la sala correspondiente. No se puso los audífonos, pues cantaría de memoria. ¡Esa canción era su creación, la conocía de pies a cabeza! Y no necesitaba ninguna referencia.

    Por lo demás, partía cantando ella, así que miró a Kitrinos y vio cómo trabajaba para reproducir la cinta. Por suerte le hizo una cuenta regresiva, el hombre tenía un rostro de extrema extrañeza.


    Eso es lo que soy, ¡soy un robot!


    Tras su aguda frase, comenzó el rock pesado. El ritmo de la batería era fuerte y definido, la guitarra marcaba la melodía, rápida. Un órgano sintético brindaba una atmósfera propicia para el estrago que debía provocarse. El bajo sólo repetía algunas notas de la guitarra, más gravemente. Marcaba énfasis en el ritmo.

    Pero la protagonista era ella. Cuando Kitrinos escuchó su voz, no supo leer su rostro. Podía ser una mezcla de estupefacción y alegría. Si era cierto su pensar, él se alegraba legítimamente de oírle cantar.


    Cuenta la historia que hubo una mujer

    que soñaba con ser una contralto.

    Era muy joven y también capaz

    de sorprender al mundo con su gran voz.




    Tuvo éxito y alcanzó fama

    estaba cumpliendo muy bien su sueño.

    Pero algo terrible ocurrió,

    un grave accidente le arrasó.



    La canción tenía mucho texto, pues había demasiado que contar a Kitrinos. Las sílabas estaban alargadas a ocasiones, en otras pronunciadas con rapidez, o no calzaban.

    Su historia era narrada en forma impersonal, ¿de qué otra manera comunicarle a aquel pañuelo, que era una mujer diferente? Era difícil decidir si el relato era en primera persona, o en tercera, era un total error calculado.


    El tempo se incrementó de pronto.


    ¡Nunca más podrá cantar,

    el daño es grave,

    necesita urgente de cirugía!

    ¡Hay que agradecer

    que su garganta

    no sufrió un daño aún mayor!


    ¡No podrá respirar bien,

    no podrá tragar,

    no podrá volver a vocalizar!


    ¡Tenemos ahora que intervenir,

    el daño es severo, irreparable,

    no hay mayor solución!



    El alargamiento de la melodía en el último discurso intentaba dar énfasis a la desaparición. La guitarra se tornaba más dura, y el órgano perdía algo de presencia.

    La primera canción que componía no estaba del todo mal, era por completo distinto a lo que estudió durante años. Afortunadamente, tenía ideas para mejorar la línea del bajo, tomaba algo más de participación en el coro.


    Lindo destino

    transforma a la gente,

    es un cambio radical,

    es un nuevo despertar.




    Todo cambia a mejor

    si existe la voluntad,

    aún con todo en contra,

    ¡incluso si hay que renacer!



    La percusión abruptamente se tornaba más fuerte, debía enfatizar la conclusión que la antigua contralto veía al problema. Eso era contarle a Kitrinos lo que ocurría, del único modo que era posible. ¡Usando música! El lenguaje por excelencia.


    ¡Y esa es la gran moraleja!

    Eso es lo que soy, ¡soy un robot!



    Lo era. Jamás volvería a personificarse como Loreto Adamelli, ese nombre se le hacía anecdótico. Su nueva identidad era sólo un color, sin nombre ni apellido, únicamente la esencia de lo que tenía en su interior. Y había sentimientos dentro, también una expresión musical. No era sólo tuercas y chips integrados.



    Tomó aire sin necesidad. Evitó mirar su brazo izquierdo, ¿cuántas veces más recibiría todo el castigo? Cuando tuviera su flamante pañuelo, por fin su extremidad tendría su fuente de alimentación primaria, así podría sentirse completa.

    Debía seguir adelante.


    La mujer casi entra en locura

    su vida iba directo a la basura.

    ¡Rechazó la operación,

    surgió algo en su traumada mente!




    Descubrió algo muy inusual,

    su boca todavía hacía ruido.

    Era un tono irreal;

    la operación era carente de sentido.



    Las pocas rimas que había, fueron fruto de la casualidad. ¡Sólo estaba haciendo calzar las sílabas, buscando las palabras justas! Que todo encajase a la perfección era algo que Kitrinos sentía excelente, eso podía ver en su anonadado rostro. Aunque seguramente la clase de melodía, o la composición no era lo que le sorprendía.

    Su nueva y artificial voz, descubriéndose ella sola en el relato, justificándose. Lo que hacía, era una de las pocas cosas que Kitrinos no podía emular. El hombre se sentía atraído por cualquier estilo vocal, o modo de interpretación que no pudiese abarcar. ¡Estaba sumando puntos! Casi sentía ese pañuelo alrededor de su brazo.


    ¡Cuerdas vocales muertas,

    varios músculos

    estaban por completo paralizados!

    ¡Pero algo había,

    sonido existía,

    ¿qué explicación podía tener eso?!

    ¡Los formantes de la voz

    dijeron adiós,

    y el timbre se redujo a un tono!

    Esa contralto

    se modificó,

    ¡ahora su voz era por completo algo muy irreal!



    Sólo de esa forma el musculado sujeto entendería, no necesitaba mayores detalles. Tampoco podría asimilarlos, tras revelarle lo acontecido en el centro laringológico de CVA. Seguramente se devastaría al saber del nocivo actuar de la doctora Darwin, mujer que convirtió la voz del hombre en algo sin igual. ¿Tal era la obsesión de la señora por querer proseguir el trabajo?, ¿llegaba al punto de vender a las hijas de Noir, entregarlas en bandeja?

    Nuevamente, pecaba de apresurarse mucho en sus conclusiones. Sin embargo, había creído las palabras de Haruna. También lo que mencionó respecto a Kitrinos, a su hijo con la mujer más despreciable de todas. Una mujer que hacía tales juegos de engaño, y luego cazaba a su propia sangre, ni siquiera merecía compasión. Ya había probado la sensación de tener un arma en sus manos, de tener la vida de una persona en su poder. Si Noir un día aparecía frente a ella… la cosa se pondría complicada.


    Lindo destino

    transforma a la gente,

    es un cambio radical,

    es un nuevo despertar.



    Todo cambia a mejor

    si existe la voluntad,

    aún con todo en contra,

    ¡incluso si hay que renacer!



    ¡Y esa es la gran moraleja!

    Eso es lo que soy, ¡soy un robot!



    Como robot, su función primaria era el canto y la música, pero no necesariamente entretener con ella. Llegaba el intermedio, comenzaba un solo de guitarra, el cual se entremezclaba con el órgano hasta intensificar la sensación tétrica que la canción pretendía.

    Le daría a Kitrinos una pequeña muestra de su nueva capacidad.
     
    Última edición: 19 Junio 2016
  17. Threadmarks: 61 Banalidad de la discordia
     
    LhaurgigSesnas

    LhaurgigSesnas Entusiasta

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    Banalidad de la discordia


    El solo de guitarra acabó, y el instrumento quedó en silencio. El bajo tomó su línea unos instantes, más grave, y el órgano cambió su melodía. Era la hora de hacer una pequeña secuencia dentro de la novena octava musical. Mientras cantaba en forma sólida, perdió interés en su brazo baleado, pues el dolor no impediría la correcta ejecución del trozo.

    La parte difícil era emitir el grito al fin del solo; estaba segura de que alguien joven como Kitrinos era capaz de escuchar la nota. Sin embargo, en esas frecuencias el oído ya pierde la mayoría de su capacidad, por tanto, debía subir el volumen de su voz hasta el tope, de otro modo parecería perder fuerza de la nada. Tras ello, volver rápido a las notas usuales de un piano, y proseguir con el discurso.

    ¡Dejó a Kitrinos demasiado sorprendido! Parecía querer actuar en igual modo que Flovia, simplemente volverse loco.


    ¡Necesitaba combinar,
    su capacidad
    con esta nueva y exótica voz!
    ¡No había emoción,
    un sentimiento;
    expresión de una total maquina!
    ¡Tono exagerado,
    emoción muda,
    ¿cómo se apropiaba de aquello?!
    Se transformó
    para siempre,
    ¡su viejo ser falleció dentro de aquel hospital!



    El segmento, aunque igual a otros, era más complejo para cualquiera. Tras el grito al final del interludio, regresar al diálogo a tiempo significaba no tomar aire. Y el texto era mucho, entrecortado, casi no daba posibilidad a respirar. Sin embargo, algo guardaba en común su voz y la que había emigrado al subterráneo del CVA: el control de su aire era casi igual. El grito no debía ser cansador en modo alguno, ¿por qué? Con oxigenarse lo suficiente y luego saber soltar el combustible de su voz, podría encarar aquel montón de estrofas.


    Lindo destino
    transforma a la gente,
    es un cambio radical,
    es un nuevo despertar.


    Todo cambia a mejor
    si existe la voluntad,
    aún con todo en contra,
    ¡incluso si hay que renacer!



    Estaba próximo el final. Cerró los ojos, pues estaba cansada. Era de madrugada y su jornada había sido inusual y larga. Desde su nacimiento, no se atrevía a tomar café caliente, y seguramente tuviera que mantenerse despierta un largo tiempo más. Había que explicar a Kitrinos la situación, y luego concurrir a la policía, pues no buscaba evadir aquel proceso. Llevaría la cinta que extrajo de la sala de seguridad… investigar a Darwin y lograr encarcelar a Haruna sería el primer paso. Sin embargo, ¿qué más daba si estaba la joven oriental presa? No pudo hacerle confesar sobre su madre ni amenazándole de muerte, mucho menos la policía en un interrogatorio.



    Abrió los ojos, y miró atentamente a Kitrinos. Lo que más deseaba, más allá de obtener el pañuelo, era poder recibir un abrazo del hombre. Desconocía el procedimiento policíaco, quizá tuviera que pasar la noche en una celda, o nuevamente en una clínica.

    Había sido legítima defensa, en teoría. Ojalá Haruna más tarde no tuviese el descaro de contar su versión, se incriminaría sola respecto a otros delitos.



    Quería relajarse un poco en brazos del hombre, aún con lo malo que Haruna dijo sobre él… un robot no debía sentir emociones, pero estaba enamorada, y se sentía frágil.


    Lindo destino
    transforma a la gente,
    la vuelve otra cosa,
    que nunca esperaba.


    Todo cambia a mejor
    cuando eres un robot,
    tienes otra voluntad,
    ¡no se requiere crecer!



    ¡Eso era una total mentira! Claro que el robot necesita superarse, la evolución de su software recreador de personalidad era pieza fundamental. Pero a la vez se sentía completa, incluso sin recibir el pañuelo aún. Mirando la expresión de Kitrinos, no sería difícil convencerle de su obtención.


    ¡Y esa es la gran moraleja,
    yo ahora me convierto...
    eso es lo que soy, ¡soy un robot!



    El órgano se encargaba de terminar la melodía. La batería nunca disminuyó su intensidad, y aunque la idea cambiaba a último segundo, no se preveía el final de la canción. El cierre debía ser abrupto, inesperado.

    Finalmente quedó sólo el bajo para seguir su voz.


    ¡Eso es lo que soy, soy un robot!


    Lanzó un suspiro. La sonrisa de Kitrinos le vitalizaba, y también lo que le decía a través del micrófono, luego de ponerse los audífonos. El hombre siempre tuvo la esperanza de que no se hubiese perdido en algún cuadro depresivo, él sólo había visto signos negativos luego de su salida del hospital. No tenía motivación, no quería hacer nada, se alejó de todos de pronto, y se aisló sin darle a nadie la posibilidad de brindarle ayuda. No parecía planificar nada para su vida, estaba dejando transcurrir mucho tiempo.

    Estaba preocupado, pero ¡ahora entendía el porqué de tal comportamiento! Sólo quería darles a todos una sorpresa.



    Que Kitrinos primero comentase la alegría de tenerle de vuelta, renovada, antes de decir nada sobre su nueva forma de cantar, le dio más esperanzas. Pero… ¡basta ya de adelantar conclusiones! A través del micrófono le dijo su objetivo: desde ahora sería la maestra Celeste, la primera de todas las Celestes que habría. Esa era su identidad, y jamás tendrían de vuelta a Loreto. Se esfumó, o murió tras el accidente, no importaba.

    El hombre en un principio lo desestimó, pero no necesitó esfuerzo para hacer que lo pensara dos veces. El resultado musical estaba a la vista, y ya no calzaba con el pañuelo azul, ni con algún otro de los existentes. El celeste era muy similar, sólo que más ligero, con ideas más claras. Su presencia anunciaba un buen día, pues seguía existiendo la relación con el cielo. También las aguas más bellas son celestes y no azules. A la vez, no es un color básico, es complicado, excéntrico y a su vez siempre presente.

    Siempre estaría ahí, siempre, intentando hacerse un hueco en el corazón de Kitrinos. Tenía derecho a luchar, aunque el hombre le advirtiera lo contrario.



    Con algo de dolor, retiró el brazalete metálico que ocultaba la herida, y le enseñó a Kitrinos. El hombre rápidamente buscó la forma de atenderle, a lo que contestó explicando que, mientras tanto, se conformaba con un vendaje simple. Era mucho más importante que su salud, el contarle todos los sucesos de aquella noche. Primero que nada tenían que advertir a la familia de Vilma, ¡era imperioso el que se cambiasen nuevamente de sitio! Mucho mejor si buscaban otro país donde residir. O quizá… fuese buena idea hacerles viajar constantemente.



    Nada de lo dicho por Haruna tenía sentido para Kitrinos. Ciertamente, todo se explicaban mucho más fácilmente si Noir tenía la cooperación de Darwin… ¡la mujer tenía la ubicación de cada miembro del CVA! Quizá qué pudiese ocurrir en el futuro, si efectivamente la vieja maestra Rouge era alguien que negociaba con Noir. ¡Pero eso no podía ser verdad! Kitrinos metía las manos al fuego por la señora, le conocía de prácticamente toda la vida, sería absolutamente incapaz; todo era un truco de Haruna para zafar del interrogatorio, o bien una excusa inventada por la maestra negra. Si el plan era hacer caer a su hija, que cayera con estilo.



    Una muestra de aquel intento de crear discordia, era lo que la muchacha dijo acerca de su relación con Noir. ¡Pero qué repugnante mentira! Kitrinos jamás amaría a alguien tan ruin como ella, si bien había caído bajo, y cometido dos errores que le pesaban. Por su parte, Noir tampoco sentía nada por el hombre, no había hecho más que intentar manipularle, a veces con éxito y a veces no.

    Hace años, más de los que eran adecuados, el maestro amarillo cometió una gran equivocación. La mujer que amaba con fuerza jamás le dijo que tenía una hermana melliza, le era difícil hablar del tema. En cierto momento, fue la hermana quien irrumpió en la vida, y el engaño fue tan bien elaborado que Kitrinos continuó adelante las cosas, a pesar de que consideraba que su amada estaba comportándose de forma poco usual.

    Su novia jamás se lo perdonó. Le dolió tanto que Kitrinos no supiese distinguirle de aquella abominación, que la relación nunca volvió a ser la misma. Sabía que el hombre cometió aquel error engañado, pero no aguantó la idea de que precisamente Kitrinos pudiese comparar a su hermana, y todo lo que ella representaba, consigo.



    La persona que el pañuelo amarillo amaba todavía, se encontraba en su cama, dormida. Mientras él tuviese a la maestra Vert en su corazón, jamás habría hueco para ninguna otra mujer.

    Aun así, recibió el abrazo que estaba deseando. Se quedó dormida, había vivido demasiadas cosas esa noche.
     
  18. Threadmarks: 62 Fin del tomo uno
     
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    Amistad
    Total de capítulos:
    62
     
    Palabras:
    1520
    Fin del tomo uno


    Cuando obtuvo aquel hermoso pañuelo de seda color celeste, la vida dejó de parecer tan cruel. Tenía la fuente primaria de alimentación para su brazo izquierdo, y taparía la cicatriz que su robótico cuerpo simulaba con un holograma en dos dimensiones.



    Con Haruna tras las rejas y Noir fuera del país, no parecía que el centro médico del CVA fuera presa de algún nuevo atentado. La doctora Darwin se sintió muy agraviada, por las declaraciones que salieron de boca de la hija de la peor persona que había conocido, pero comprendió que todos tenían derecho a desconfiar de ella. Dejó a disposición su papel como fundadora del CVA, confiando toda la tarea a los patronos.

    Pese a que Haruna repitió la historia en el juicio, no había evidencias reales que sostuvieran sus palabras. Finalmente, pasó el tiempo y sus comentarios ponzoñosos fueron considerados sólo un chivo expiatorio. Darwin también prestó declaración, pero sus palabras no interesaron demasiado al juez: estaba tratando de determinar la responsabilidad de cada quién en el asunto, no existía una investigación más profunda. Las hijas de quién, o las teorías de alguien, sólo eran argumentos y evidencias para ese solo caso.



    Le resultó difícil volver a confiar en la doctora, aunque se sentía tonta de creer las palabras de Haruna. El hecho era, ¿si Darwin no facilitó las cosas, entonces quién?

    Por creer en las palabras de alguien que podía ser tan calculadora como su madre, había tambaleado Kitrinos en su mente. Sin embargo, cuando se sintió en confianza de preguntar, le interrogó acerca del más joven hijo de Noir. El hombre no estaba seguro, había usado protección con la mujer, cuando tuvo el desatino de satisfacerse junto a ella. Por la fecha de nacimiento calzaban las cuentas, pero no estaba seguro. Tenía miedo de su paternidad, pero no era el motivo de no tener con él a ese bebé, su temor provenía de que quizá un hijo suyo, tuviese algún padecimiento congénito, o algún problema que se demostraría con los años.

    El pequeño había sido llevado a Japón con su abuelo, para repetir el mismo proceso hecho antes. Una familia le adoptaría, y no habría rastro que Noir pudiera seguir. El único que podía seguir la huella era Tom Thri, y tampoco demostró interés en hacerlo, puesto que era una fuente de información obvia. Hacer un seguimiento del bebé, era tan mala idea como mantenerlo al lado de Kitrinos.



    Definir si sus actuares cabían dentro del concepto de legítima defensa fue arduo, pero todo resultó mejor de lo esperado. Aunque no pudo negar el hecho de que amenazó para conseguir información, si se desestimó el juego con el revólver, puesto que “siempre supo que el arma no iba a poder disparar”. Claro que había utilizado un arma no registrada a su nombre, profirió amenazas y también se alejó del lugar de los hechos, fuera del concepto de “escapar de una agresión”.

    Aunque Haruna era una persona mentalmente inestable, era capaz de actuar con dolo, por ende, se aplicaron todos los cargos correspondientes.



    Un error fue apuntar al hombre con el revólver, puesto que había provocado deliberadamente al agresor, para incitarlo a cometer el acto en su contra, por tanto, no cabía en la legítima defensa. No obstante, ese hecho era poquísimo antecedente, tomando en cuenta que había vaciado dos enormes bidones con líquido inflamable, deliberadamente, contando con un medio para prender fuego. También la chaqueta del sicario tenía un bolsillo descocido, permitiéndole desenfundar su arma no inscrita en forma rápida. La camioneta no llevaba placas patente, y el hombre pretendía ocultar su identidad con un pasamontañas.

    ¡Cómo era tonto el matón, ¿no?! Haberse sacado la chaqueta y descubierto su rostro tras la huida. Testigos relataron cómo un hombre sospechoso bajó de una camioneta con una rueda reventada, para intentar robar un auto que aguardaba por la luz verde. Patético.



    Quedó eximida completamente de pena. ¡Qué alivio! Desde que esperó algún ataque al CVA, supo que podría tener consecuencias legales el estar en medio del incidente; siempre asumió que podría haber una causa en su contra. Después de todo, ¡extorsionó a una persona! En todo caso no se dictaminó “extorsión” en términos legales.

    Demasiada burocracia. Aunque no actuó de acuerdo a las leyes de la robótica, como máquina no podían tipificarle de la misma manera que a un ser humano.



    El paso del tiempo no le oxidaba para nada, pero cambiaba su entorno. Como ya no tenía sentido quedarse en el centro del CVA, debió buscar un nuevo lugar. Su brillante idea fue pedirle alojamiento a Kitrinos. Su casa era amplísima, y como Ao finalmente abandonó el país, había quedado solo. La japonesa volvió a su nación, tras el segundo atentado frustrado. Era más seguro continuar su trabajo allá, y poner algo de distancia con Darwin, hasta estar clara respecto a las acusaciones en su contra.

    Kitrinos le permitió quedarse allí un mes. Todavía no recibía el título de Celeste, pero con los ahorros que heredó como Loreto, podría comenzar a buscar un sitio… ¡jamás se fue! Es que había trabajo, con los conocimientos de Kitrinos en programación moderna, se habían fijado una nueva meta, mucho más allá de convertir el motor laríngeo en algo compatible con la tecnología moderna. Aprendió un poco, y se sumó a la tarea.



    También aprendió sobre la capacidad neurológica de ensueño del hombre, pero no le importó mucho, pues ¡él ya no podría imitarle jamás, ni descubrir qué hacía en su laringe sólo con verle, tras empatizar con su forma de cantar! Le recomendó que se dejara de cosas exóticas y comenzase a practicar de verdad, pero no, Kitrinos se las apañaba aprendiendo sin necesidad de ejecución.



    El paso del tiempo transformó mucho a Flovia, quien un día gritó a los cuatro vientos “¡soy mujer, yuhuu!”. Obró como su súper mascota a veces, compartieron nuevos mundos fantásticos, fueron a convenciones, y finalmente la joven le presentó a la nueva chica miembro del trío, en remplazo de Vilma. La historia de la nueva Bleu fue singular; forzada por la situación cumplía su sueño de esparcir la música en dónde pudiera, haciendo menos gris la vida de los espectadores. Recorrió muchos lugares, y enviaba cartas a veces, aunque la dirección de envío siempre era falsa.



    Cuenta la leyenda que la pequeña hija de Tom Thri tenía algo de experiencia cantando, y una voz preciosa. El hombre fue astuto, y cuando la dama errante Bleu llegó al país en donde esa familia vivía, fueron a ver su espectáculo nocturno en un fino restaurant. La niña, de entonces nueve años, tuvo inspiración suficiente para decidirse por la música, aunque su mente funcionaba a muchas revoluciones por segundo, y quería crearla. Así que prometió ser cantante y compositora a su papá.

    Un día, Tom Thri volvió a reunirse con los otros dos patronos del Club de voces andróginas, y le explicó el sueño de su tesorito. En un principio Kitrinos se negó a la petición, pues si Noir todavía merodeaba, se preguntaría sobre aquella muchachita. Pero finalmente, el maestro amarillo accedió a enseñarle a cantar. A modo de prevención, la pelirroja viviría con él una temporada, y sería Kitrinos quien supervisaría el desarrollo acondicionado de su aparato fonador, no Dalia Darwin. Para ese entonces, la mujer sucumbía al Parkinson, y casi no salía de casa. Confiaba en su ayudante personal, con quien compartía las mismas hipótesis.



    Un buen día, la niñita le pidió que contara la historia de su particular apariencia. Así lo hizo, pero habló más de la cuenta y le contó más de lo debido.

    Por lo menos, Laramie ya parecía haber superado su consternación. Un buen día se le acercó, para preguntar por las habilidades de su real madre. Le explicó que Noir, de hecho, tenía sus pliegues vocales repletos de nódulos, y su canto era desastroso, en opinión de Kitrinos. El hecho de mantenerle como Noir era simplemente una burla, un recordatorio de lo que quería renegar, y también un símbolo para el resto de maestros.



    Oh, ¡así que se trataba de eso! Su plan original era que Haruna le confesase el paradero de Noir, para obligarla de algún modo, a batirse en un duelo musical, también en forma de burla. Bueno, esa noche estuvo llena de actos irresponsables, pero había nacido como ginoide hacía poco. Lo importante es el modo en que uno se sobrepone a sus acciones, y cómo conforma su existencia luego de eso.



    Hasta que el CVA resolviera el problema con esa mujer, no se podría nombrar a una nueva maestra Noir. En todo caso, no es que Kitrinos estuviese urgido de hallar a alguien que reuniera las características. Es sólo que sabía que la mujer volvería a interferir en sus vidas, de un modo u otro.

    Si eso pasaba, no le iban a dejar las cosas fáciles, ¡no señor!

    —Si un día viene para acá a buscarme, ¿qué hacemos?

    —Te entregaremos con una cinta de regalo. Eso le gustará mucho.

    ¡Incluso pondrían globos de colores! Sobre todo globos celestes, pero negros no, quizá Noir tratase de reventarlos.
     
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