Mini-rol Black Sun's Child and the Griffin | UA (The Witcher)

Tema en 'Salas de rol' iniciado por Zireael, 7 Diciembre 2023.

  1.  
    Gigi Blanche

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    Me sonreí ligeramente, aunque preferí dejar el asunto estar. No creía necesario destacar que, ahora mismo, mis profusos conocimientos en pintura, música y bordado no me servían de una puta mierda. Además, nunca me había gustado la sensación de que pretendían encerrarme en el corsé de una señorita. Prefería mil veces las lecciones de monstruos, hierbas y magia que cualquier brujo de mala muerte sería capaz de darme. Eran conocimientos útiles y terrenales, abstractos.

    Dearg empezó a andar y Altan me mencionó el significado de su nombre. Sonreí con ligereza y me incliné para acariciarle la crin al caballo, preguntándome cuán intensa se vería bajo la luz del sol. Se ofreció a enseñarme cómo preparar el concentrado de malva y solté una risa nasal, una que no pretendió cargar burla ni malicia. El detalle sólo se antepuso con su señalamiento previo y reafirmé mi idea.

    —No le diría que no a las lecciones de un brujo —concedí, ligeramente divertida, y acabé escupiendo, sin mucho tacto, lo que había callado antes—. Te aseguro que serán más útiles que saber qué puto hilo destaca en cada clase de bordado. Que si lino, que si algodón, que si seda. Que la puntada, que la aguja, que los bastidores. "Princesa, debería tomárselo con más calma" —ironicé, imitando la voz y el acento pomposo de una de mis institutrices de aquella época, y solté una risa floja—. "¿Son sus manos las que bordan o las pezuñas de una cabra?".

    Había acabado hablando mucho, como era lo usual. Decidí autodistraerme con el asunto de su cicatriz y recibí la respuesta desde mi espalda. Fruncí apenas el ceño ante la mención de una "lamia" y por suerte el brujo se adelantó a mi evidente pregunta. Vampiro supremo, ajá, ¿por qué supremo? ¿Eso significaba que había vampiros de la plebe? En cualquier caso, mi atención la absorbió la descripción física de la adorable lamia. Me tragué la gracia, pues le había ocurrido siendo un muchachito de mi edad y eso...

    —Por cierto, ¿qué edad se supone que tienes?

    ¿Hace cuánto había sido, exactamente?

    —Tengo entendido que los brujos se curan más rápido y de heridas más letales, ¿cierto? Por las mutaciones. Supongo que un tajo así a un pobre mortal sí le habría dejado la quijada abierta en dos. Nada bonito.

    Eso si la lamia no se lo comía, claro. La imagen mental me arrugó las facciones y solté un suspiro ligero, distrayéndome. Inhalé bien hondo, observé alrededor y luego alcé la mirada al cielo. Andar a caballo siempre me había gustado y llevaba varios meses sin hacerlo, era... agradable, en cierto modo. Una parte de mí comenzaba a resistirse a mantenerse tan alerta con el brujo a mi espalda, cosa que no comprendía plenamente. El silencio se prolongó con calma, una canción lejana acudió a mi mente y comencé a murmurarla con los labios sellados, distraída. Alguna que otra estrofa se convirtió en palabras, casi susurros.

    Mantén tus palabras congeladas, tu mirada alimenta el fuego. "Sigue disimulando", dicen, pero no siento el deseo.

    Cuelga el dulce disfraz, tu corazón late muy fuerte. Ni los cuentos de hadas ni las mentiras piadosas lo tapan lo suficiente.

    Por lo extraordinario toma este corazón, rompe este corazón.

    No es deseo, es necesidad. Es ignorar lo que otros nos comandan cantar.

    —¿Es verdad lo que dicen de los brujos? ¿Que las mutaciones los arrancaron de sus emociones? —murmuré, sin una pizca de diversión, ni sarcasmo, ni burla—. A mí me cuesta creerlo, honestamente. Detenerse a admirar un cielo estrellado o la balada de un bardo, incluso una increíble jarra de cerveza o el perfume de una mujer al pasar. Eso, pararse a apreciar el mundo, también son emociones.


    la cancioncita es Extraordinary Things y al principio pensé que iba a ser muy difícil traducirla conservando la rima, but i made it somehow JAJAJA
     
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    Zireael

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    No había que tener demasiadas luces para entender que la educación que esta chica había recibido ahora mismo le servía más bien de poco, no que yo tuviera demasiado contacto con... doncellas, por decirlo así, pero las veía cuando tomaba contratos de condes, de reyes y lo que fuera. Las enseñaban una cantidad de cosas que, si de repente al mundo se le ocurría tener otra Conjunción de las Esferas, no les daba conocimiento para saber dónde buscar refugio y no morirse de hambre. Si su natural desconfianza se lo permitía, sería capaz de aprender más de mí que de sus institutrices.

    Le aseguraría algunos días más de vida.

    Seguía resultándome curioso como parecía haberse soltado más desde que el caballo apareció, aunque no podía culparla, incluso yo había aprendido a apreciar más la compañía del animal que la de las personas. La gente era entre estúpida, grosera y cruel a secas, había dejado de esperar agradecimiento genuino hace mucho tiempo. Era más fácil solo trabajar, cobrar e irse.

    Al final no solo aceptó las lecciones de un brujo, también escupió algo que se pareció a lo que había pensado antes y aunque pretendí contenerlo se me escapó una risa, se notó que pretendí callarme, pero ante el fracaso pues solo la dejé ser. Me imaginé al viejo Keldar golpeándome la cabeza con un pergamino al llamado de atención de "No debes reírte de las personas relacionadas a las familias reales, ni levantar la voz ante ellas" y a Erik con su eterno "Déjalos reírse de algo, ya se amargarán cuando se hagan viejos".

    —Supongo que nadie podrá cosernos unos guantes para el frío entonces —solté con el mismo tono invariable de antes, aunque la intención de la broma tuvo algo más de claridad.

    Le conté la historia de la cicatriz, mi fracaso de novato que bien me habría costado la vida y a ella le llegó la duda por fin de cuál sería mi edad realmente, aunque también puso sobre la mesa lo de la curación acelerada por las mutaciones ya que un tajo de esos, a un cualquiera, sí le habría dejado una perpetua sonrisa que le llegaría casi a la oreja.

    —Sí y no, sanamos más rápido pero tampoco tanto, la Golondrina, una poción, ayuda con eso —expliqué y apuré apenas un poco más el paso de Dearg, sin que se convirtiera todavía en un trote. Parecía que había ignorado su primera pregunta, pero no fue el caso—. Sesenta y algo. Varias vidas suyas, Princesa, eso sin duda.

    La vi alzar la vista al cielo, seguí sus movimientos y la observé sin motivo particular. En algún punto antes de que comenzara a murmurar una canción regresé la vista al camino y cuando la melodía se hizo espacio entre el sonido del andar del caballo le presté atención. Hubo algo en eso que me transmitió algo parecido a una sensación lejana de calma que había dejado de sentir desde que los magos provocaron la caída de Kaer Seren, desde que vi a Keldar en las ruinas, me dijo que Erik estaba muerto y me entregó la espada de plata que había querido regalarme cuando llegara.

    Su pregunta me trajo de regreso un poco de repente, me había quedado algo absorto, y cuando dijo que a ella le costaba creer que las mutaciones realmente nos volvían insensibles una sonrisa de lo más resignada me alcanzó el rostro un instante. Supuse que así se había sentido ella cuando le dije que no creía que estuviera maldita, era algo que podría haber dicho cualquier otro, pero uno a veces se aferraba a esas diminutas posibilidades.

    —El mundo de los brujos casi siempre apesta a cadáveres, pero la cerveza es un pequeño placer de la vida, en eso debo concordar. La compañía de una mujer también. —Fue más bien un pensamiento en voz alta y suspiré antes de seguir hablando—. Teóricamente las mutaciones adormecen la manifestación física intensa de algunas emociones. Si nos la pasáramos asustados al matar monstruos moriríamos demasiado fácil, por ejemplo, pero no significa que no sintamos nada, no. Hay ira, hay miedo de otras índoles, hay alegría raras veces. ¿Hasta dónde nos adormecieron en realidad? No lo tengo muy claro yo mismo, es difícil de establecer, así que lo dejo a su criterio.

    Guardé silencio otra vez, ahora fui yo el que alzó la vista al cielo y cuando la bajé de nuevo noté que la capucha se le había movido un poco. Se la ajusté de nuevas cuentas, fui delicado a conciencia, para no ir a detonarle otra respuesta de huida o lucha, y seguí con lo mío sin más.

    —¿Canta, Princesa? —pregunté sin motivo real—. Digo, ¿le gusta la música en sí?

    Cualquiera alegaría a que a todo el mundo le gustaba, pero imaginaba que había grados de gusto. No eran lo mismo todas las cervezas o todos los panes y había gente que prefería meterse una botella de licor enano que una cerveza.



    el DESTINO algoritmo me puso delante una imagen del mismo artista que la que elegiste para Anna y yo tomé esa señal de los cielos, obviamente
     
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    Gigi Blanche

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    Di que no me veía la cara, pues la sorpresa que me congeló el semblante al oír su risa fácilmente podría haberse equiparado al avistamiento de un fantasma. El sonido pretendió interrumpirse en algún punto, al menos trastabilló, y entonces esbocé una sonrisa silenciosa. Ni por un segundo había esperado que mis bromas estúpidas le causaran gracia, cumplían a un propósito diferente, pero en ese momento lo sentí más humano y recordé que no se consideraba uno. No pondría su lógica en tela de juicio, no aún al menos, pero el desliz reforzó la pregunta que le hice poco después respecto a sus emociones.

    —Que borde feo no significa que no pueda bordar —corregí ante su broma, y se me aflojó una risa nasal—. Quiero creer que no me pinché tanto los dedos por nada.

    Me contó sobre su cicatriz y una poción que los ayudaba a curar más rápido, que vete a saber qué contendría. Cuando me dijo su edad volví a girar el rostro, repasé sus facciones con el ceño ligeramente fruncido y me resultó increíble, a su manera, que luciera tan joven. La historia se repetía con los magos y hechiceras, lo sabía, pero en Narok no abundaban. Dudaba que a la Hermandad le interesara un principado escondido entre las montañas y tapado hasta el culo de nieve.

    —Lo sabía —murmuré, reemplacé el ceño arrugado por una sonrisa amplia y regresé al frente. Agregué, orgullosa—: Sí eres un anciano~

    El descubrimiento no tenía ninguna validez real, pero me servía para seguir distrayéndome con tonterías. La canción rellenó el silencio, entonces, y fui hilando pensamientos inconexos hasta derivar en la pregunta de sus emociones. Recibí su respuesta desde mi espalda, la peste a cadáver, la cerveza y las mujeres. Bajé la mirada a mis manos sin dejar de escucharlo y las detallé. Estaban magulladas, llenas de raspones o pequeños cortes, con tanta mugre enterrada bajo las uñas que dudaba ser capaz de quitármela completamente algún día. Quizá no fueran tripas de monstruos, pero a mi manera también sentía la peste adherida a mi cuerpo.

    El adormecimiento de las emociones parecía un requisito necesario para el trabajo de los brujos, desde luego, incluso si mi conocimiento de la labor se reducía a anécdotas de taberna, libros académicos y mi propia imaginación. Su respuesta me resultó honesta y me di cuenta que, más allá de sus intenciones directas conmigo, todo lo que me había dicho me había resultado sincero. En sus palabras percibí un resabio de resignación y pensé en la propia maldición de la cual pendía mi cabeza. ¿Qué era real y a partir de dónde acabábamos forzándonos a ser lo que el mundo nos comandaba? Lo que esperaban de nosotros, lo que veíamos en los ojos ajenos.

    Si todos te trataban como si no tuvieras emociones, ¿para qué sentirlas en absoluto?

    No encontré nada que responder. Murmuré un sonido débil, si acaso para confirmarle que lo había oído, y seguimos el camino en silencio. Me abstraje lo suficiente para no detectar sus intenciones, y aún así, sentir su tacto sobre la capucha no me sobresaltó. Lo hizo con cuidado, además, y la canción siguió rebotando en mi mente. La pregunta, por ende, fue oportuna. Esbocé una pequeña sonrisa, evocando recuerdos lejanos. El sonido de los instrumentos se deslizaba con dulzura por el salón principal y permanecía conmigo. Al entrenar, estudiar, cabalgar, seguía susurrándome al oído. Se entremezclaba con la brisa del bosque, rodeaba mi cuerpo y lo guiaba, como hilos plateados, entre la escarcha y el paisaje estático del crudo invierno.

    —Me gusta cantar, no que lo haga bien —respondí, con calma, junto a una risa ligera—. Memorizo las melodías sin darme cuenta y las llevo conmigo. Me ayudan a calmarme, supongo. Me gusta la música en sí, y las artes relacionadas a ella. Creo que hay algo... extraordinario, casi mágico, en el poder de una buena canción. Es uno de los idiomas que mejor entiendo. —Hice una breve pausa y lo miré de soslayo apenas un instante—. Son las famosas emociones, ¿no? Cualquier arte que se precie debe ser capaz de fabricarlas, o conjurarlas como un hechizo sobre tu cuerpo. La angustia de una pérdida, la alegría de un reencuentro, la cólera de una traición. El amor de dos almas conectadas a través del tiempo y el espacio. El arte es... sentir el mundo a tu alrededor, y puede que sea tanto una maldición como una bendición.

    Estar forzado a sentir muchas veces era injusto y doloroso.

    Había divagado de lo lindo. Bueno, con algo debíamos entretener el viaje, ¿cierto? Y no era un bardo, eso seguro, así que no seguiría cantando como si un ángel me hubiera obsequiado su voz. Carraspeé apenas, hablando de cuerdas vocales, y suspendí una pregunta sobre el silencio.

    —¿Tienes interés por algún arte? ¿O recuerdas haberlo tenido alguna vez?


    diré que es el destino y de esta colina no me bajo *clava la bandera altanna*
     
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    Zireael

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    Ver a un brujo reír era raro en sí mismo, al menos cuando estábamos trabajando, pero era lo mismo de siempre. Al final del día teníamos preocupaciones, angustias, guardábamos aprecio por los amigos que, en medio de la sangre que nos cubría, éramos capaces de hacer. La mayoría de ellos morían antes que nosotros por diferentes motivos que iban desde la enfermedad, la edad y la estupidez humana natural de ciertos individuos. Conocíamos la soledad porque no teníamos otra cosa, no porque la deseáramos.

    —Puede que esté pecando de impertinente, pero me parece que se le dan mejor las armas que las agujas —añadí después de su broma que pretendió corregir la mía.

    El caso fue que después le dije cuanto tiempo llevaba vivo, un dato que solo poseía porque Erik guardaba registro del nacimiento de los niños de la sorpresa bajo su cuidado, y la vi girar el rostro. Encontré sus ojos, quería decir, suponía que yo podía verla mejor de lo que ella me veía a mí independientemente de la claridad de la noche; supuse que estaba procesando la idea de que mi aspecto no se equiparaba a mi edad. Al final del día los Grifos habíamos estados más cerca de ser hechiceros que el resto de escuelas de brujos.

    —Eso la convierte a usted, Princesa, casi en una niña —apañé cuando volvió a llamarme anciano—. ¿O acaso me equivoco?

    Sabía que esta chica, por muy joven que fuese, estaba manchada de una manera muy similar a los brujos. Había sido condenado por las palabras de otro a una vida donde no conocía la paz real, ni siquiera una ilusoria, de esa que podían vivir las familias reales hasta que algo se iba a la mierda por cosas de política. Esta no era la vida que debía haber tenido esta chica, tendría que estar en sus aposentos, con sus vestidos finamente confeccionados y sus institutrices.

    Ningún mago habría tenido que recurrir a un brujo para salvar su vida.

    En la falta de emocionalidad de los brujos también había una honestidad que parecía estar conectada al hecho de que no nos preocupábamos por los resultados de las cosas que decíamos. Les decíamos la verdad a nuestros contratistas, escupíamos lo que aprendíamos en las fortalezas y cobrábamos según dicho conocimiento, pero esa sinceridad indiferente se proyectaba a lo demás. No había visto en mi vida a un solo brujo ser realmente considerado con las emociones de otro, aunque conocíamos el respeto en ciertas esferas que lo requerían. Puede que solo tratáramos a todo el mundo como monstruos, había que saber cómo actuar para no precipitar nuestra muerte.

    Como fuese, la chica no contestó nada pero hizo un sonido que me dijo que al menos me había escuchado y cuando le ajusté la capucha no se sobresaltó de ninguna manera, lo que también me relajó a mí aunque no fuese consciente de mi tensión. Mi pregunta sirvió para llenar el silencio y aunque le presté atención comencé a recordar las características de este terreno conforme avanzábamos.

    El camino principal que llevaba a Duén Hen empezaba casi de inmediato al dejar el desvío de las ruinas, ascendía y luego seguía casi en línea recta, pero a ambos lados había terreno inclinado y sin árboles. Descansar aquí arriba era mala idea por diversos motivos, pero apenas el camino empezara a bajar daría paso casi de inmediato a los pantanos, lo que querría decir que estaba demasiado cerca de posibles ahogados para el gusto de cualquiera. Arriba, donde estaba el poste que indicaba hacia dónde seguía el camino, todavía se estaba muy cerca del agua.

    Anna habló de las emociones, habló de una manera en que me hizo comenzar a crear una imagen algo más nítida de ella misma. Se había defendido dentro de la cueva con tal ira, con tal negación a su propia muerte, que pensé que era imposible que esta chica tan pequeña no tuviera dentro de sí un torbellino de fuego. A veces ni siquiera en los brujos más famosos se veía esa necesidad de seguir respirando.

    —Imagino que se necesita sentir algo para poder transmitirlo con el cuerpo, las manos o la voz —dije sumándome a su divagación apenas terminó de hablar—. Es un talento que puede que provenga de una maldición. Entre sentir tanto y no sentir nada, a veces lo segundo puede sonar tentador, ¿pero qué sería de los libros sin las manos que ilustraron algunas de sus páginas y de las tabernas sin un bardo?

    Su pregunta me hizo fruncir un poco el ceño, no por molestia, fue más bien una confusión extraña. No solía hacerme esas preguntas a mí mismo, la verdad fuese dicho, y nadie en su sano juicio me las haría. Ni siquiera las hechiceras que pretendían ser humanas junto a los reyes se molestaban en esas cosas. El punto fue que tuve que pensar y llegué a una sola conclusión.

    —Letras, supongo —respondí al recordar que había querido recitarle el libro de memoria a Keldar en vez de subir por el huevo de grifo—. Solo letras en general, no que poesía o ficción o la tontería que sea. Incluso los que dedican la vida a apuntar fechas, a guardar los recuerdos de un mundo que dejarán atrás, tienen su cuota de artistas me parece. En el arte hay algo de negación, ¿no cree? Negación a la muerte, al amor no correspondido y al destino mismo. El que escribe en lugar de hablar está negando algo también, incluso si solo niegan el olvido en su totalidad.


    Duén Hen.png

    ayer me metí al juego solo para refrescar mi memoria de esta ruta y terminé haciéndola hasta ramanegra, según el tiempo in-game duré como hora y veinte al trote suave (???? *clava la bandera Altanna en medio camino*
     
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    Gigi Blanche

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    Su respuesta me arrancó una risa nasal bastante floja, una que adhirió a mi rostro una sonrisa ligeramente torcida, y hablé sin necesidad de girarme. En medio de la nada y con sus sentidos de brujo podría oírme perfectamente.

    —Lo estás, sí —afirmé al instante, disimulando la diversión para soltar un suspiro apesadumbrado—. Pobre brujo, la impertinencia le costó una mano tras ofender a la princesa. ¿Qué hará ahora contra los monstruos, los malditos y los campesinos supersticiosos con la mitad de su fuerza?

    Era una broma demasiado real, lamentablemente. El poder, voluble y dinámico, era un fenómeno demasiado complejo para algunas de las manos donde caía. Tendía a nublar el juicio, magnificar el reflejo propio y susurrar dulces delirios. No me extrañaría que en otro contexto, en otra Corte, frente a otra nobleza, un brujo formulara sus ideas de forma desafortunada y el mero desliz, la ausencia de miedo o la falta de educación le condenaran la vida. Y quien decía brujo bien podría significar granjero, herrero, pescador, herborista. No creía a Altan lo suficientemente tonto, ya me había demostrado que sabía hablar bonito y usar los títulos adecuados, la broma me arrojó más bien a la imagen deformada, hipotética, de la vida que podría haber tenido. El poder que podría haber ostentado.

    Estaba mal.

    Había mucho en este mundo que estaba mal.

    —No te equivocas, brujo —respondí tras llamarle anciano y que él me dijera niña, tranquila y... resignada—. Vivimos en un Continente que extermina a sus antiguos habitantes y persigue incluso a aquellos con una gota de su sangre, que arranca a los hijos de los brazos de sus madres y los encierran en Aretusa, o Ban Ard, o alguna de las fortalezas de brujos. Y si tienes la fortuna de ser totalmente humano, si el Caos no llamó a tu puerta, lo más seguro es que lo haga un reclutador de tu rey para engrosar las filas de su ejército. ¿Yo? Apenas llevo más de veinte años en este mundo y dieciocho los gocé a salvo, tras los muros de un castillo. Me enseñaron de historia, arte, ciencia y política, cenaba estofado de venado todas las noches y el fuego del hogar ardía frente a mi cama. Soy una niña, y serlo es un mero privilegio azaroso y es... ridículo. Es ridículo.

    Nos mantuvimos un tramo del camino en silencio, hasta que la canción surgió y con ella, un nuevo tema de conversación. Siquiera era consciente del disfrute que encontraba en el pequeño placer de poder charlar con alguien, así fuera un brujo aparecido de los Dioses saben dónde. El exilio, la huida y el constante peligro te reducían a un animal hambriento, furioso y desconfiado; lo había pensado muchísimas veces, hecha un ovillo en el refugio de alguna cueva, atenta a cada ínfimo sonido bajo la cortina de lluvia. La supervivencia era voraz y lo demandaba todo, absolutamente todo, a cambio de mantenerte con vida. Te hacía preguntarte si acaso valía la pena.

    Pero el arte existía, el amor era real y seguía ahí afuera, en alguna parte. Cada visita esporádica a alguna taberna, cada encuentro fortuito con un bardo, o un trovador, o una compañía de artistas, me recordaba lo que llegaba a creer olvidado. El mundo podía brillar, estallar en cientos de colores y ser hermoso. La vida era un obsequio, no una maldición.

    El brujo mencionó las letras como su arte predilecto y me sonreí, mas no me atreví a replicarle nada. Me había dado una respuesta en condiciones y había analizado el asunto, permitiéndome reflexionar al respecto. Esta conversación podía ser la mierda más sinsentido del mundo, pero no todo debía tenerlo. No todo debía ser funcional y servir a un motivo concreto.

    —Antes de negación, creo que hablaría de resistencia —repliqué con suavidad, serena—. Quizás el artista no se diferencie tanto del guerrero legendario o el monarca que convirtió su reino en un imperio. Quizás, en las acciones de todos ellos, haya un motor de pura resistencia. Resistencia a doblegarse, resistencia al olvido, resistencia ante lo que nadie se cuestiona. Requiere astucia y coraje blandir una espada, cambiar el curso de la historia o sangrar tu corazón sobre una hoja de la forma correcta. La negación la creo más ciega e insensata, pero la resistencia... es mirar el olvido a los ojos y darle batalla. Sabemos que eventualmente nos tomará, sabemos que es inevitable, y aún así resistimos. No hay otra forma de vivir para mí.

    Tras la depresión del terreno, éste comenzó a elevarse nuevamente y mostrar un paisaje despejado hacia los lados. Percibí el chispazo cálido de una fogata delante de nuestra posición y me ceñí la capucha sobre la cabeza por mero instinto, temiendo que allí hubiera gente. El brujo, sin embargo, no se detuvo en el círculo de piedras de Duén Hen y giré a verlo.

    —¿Dónde pararemos?
     
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    La broma de que ofender a la princesa me había costado una mano quiso arrancarme otra risa que contuve mejor que la primera, la broma tenía poco de mentira igual. Los brujos nos manteníamos eternamente neutrales en el mundo justo para no ofender a las personas incorrectas, las que podían cortarnos un brazo porque les dijimos algo en el tono incorrecto o mandarnos a la orca porque no hicimos la reverencia con la inclinación que dicta el protocolo. El mundo de la nobleza era una cosa extraña, rígida e incomprensible, pero lo respetábamos para sobrevivir.

    A más de uno de nosotros nos habían arrancando, sin saberlo, de una cuna noble.

    Cuando me respondió lo otro, por haberla llamado una niña, la escuché con una atención que rozó lo ridículo. Con el tiempo que llevaba en la Senda, atascado entre monstruos, gente prejuiciosa, locos de turno y contratos mal pagados muchas de las historias que escuchaba no eran alentadoras en ningún sentido. Todas hablaban de condena, las de los brujos, la de los que nacían con inclinaciones para la magia, que a los que llamaban a enlistarse en el ejército. Todo estaba tan lleno de mierda que las familias reales con sus clases innecesarias y sus buenas comidas eran casi dioses.

    La diferencia era que Anna de Narok estaba aquí sobre el lomo del caballo de un brujo precisamente porque los privilegios en los que había nacido eran igual de frágiles que los de cualquier otro. Habían bastado las palabras de un loco para arrancarla de su hogar, de sus comodidades y la vida que, en teoría, le pertenecía por nacimiento. Una condición había cancelado la otra, así que no sabía qué era más ridículo en realidad.

    No vi qué acotar, me quedé dándole vueltas a sus palabras hasta que la canción tomó el silencio y la conversación giró. Quizás conociera pocos placeres en la vida, casi todos ellos corporales, pero era innegable que habían cosas menos terribles de vez en cuando. Dormir bajo un techo cuando afuera diluviaba, leer los libros que asignaba el viejo Keldar aunque ahora estaba todos sepultados en las ruinas de Kaer Seren y escuchar voces conocidas. A veces el buen momento era una canción, una jarra de cerveza o una habitación tibia.

    A veces la sencillez era mejor.

    Cuando le contesté lo de las artes (que era debatible esto de ver las letras no ficticias como arte) corrigió lo de negación a resistencia, aunque a mí me parecían exactamente lo mismo. Creía que en todo aquel que tuviera todavía fuerzas para pelear contra la muerte existía algo de ello, en los soldados, los bardos, los campesinos corrientes, los artistas de teatro y así hasta parar de contar.

    —Habla como los artistas —apunté sin una intención particular—. En cierta medida tienen una forma más amplia de ver el mundo. Donde yo veo negación usted ve resistencia, son la clase de cosas para la que los ojos que ven en la oscuridad son inútiles. Hay que ser forjado de diferente manera para poder leer el mundo de esa forma.

    La cosa rozó el pensamiento en voz alta, ni siquiera lo dije como si fuese algo bueno o malo, era solo algo que era y ya. Si el mundo no estuviera en crisis cada año por razones diferentes tal vez, solo tal vez, sería capaz incluso de apreciar el arte en sus otras formas, pero todo lo que conocía bien era la peste a muerte y el sonido del dinero en las bolsas de piel.

    Para cuando el terreno se aplanó estábamos demasiado cerca de los humedales, podía escuchar cosas revolviéndose en el agua y descarté de inmediato la posibilidad de descansar cerca de allí, ni siquiera arriba en el poste que indicaba el camino podía estar seguro de que no saldría un ahogado de la nada y nos jodería la noche. Era demasiado riesgo para una chica que había estado por ahogarse y se había dado de hostias con un brujo, así que guié al caballo para seguir el camino, dejando atrás el fuego de la cima de la elevación.

    —Más adelante. Seguiremos el camino en dirección a Sotomedio —anuncié y por suerte me adelanté al posible soponcio—. No la haré entrar al pueblo, sería condenarla a otra persecución y quisiera evitar tener que degollar campesinos paranoicos. Solo necesitamos dejar atrás el pantano, poner distancia para encontrar un terreno más seco y más plano. Prefiero enfrentarme a los lobos que a los ahogados, si me lo pregunta, la peste a perro es más soportable que la de los necrófagos.


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    "Habla como los artistas". El señalamiento, por simple que pareciera, me resultó lo suficientemente atípico para detener mi tren de pensamiento y congelar mi mirada en un punto inexacto del camino. Su afirmación se amalgamó con todas las horas que bailé a escondidas en el bosque, en las caballerizas, en el resguardo de mi habitación, y en el nulo reconocimiento que recibí de lo que, en algún momento, osé considerar un talento. Se amalgamó con las miradas de soslayo y los murmullos en los eventos reales, en mi reflejo envuelto en vestidos aparatosos y cómo habían logrado convencerme de que aquella chica ante mí era fea, era indigna y estaba dañada. Llevaba tres años fuera de Narok, pero puede que me hubiesen despojado de mucho más desde el día que nací.

    Acabé por esbozar una leve sonrisa, una que él no podría ver, y permanecí quieta. El exilio me había alejado de esas preocupaciones que ahora parecían tan tontas e inconsecuentes, pero en el fondo sabía que no las había superado; que el día que lograra establecerme y conseguir algo de paz, volverían a susurrarme en el oído y sería un nuevo trabajo por delante.

    —Y tú hablas como un anciano —murmuré, claramente en broma, y parte del consuelo que había encontrado en sus palabras se reflejó en mi tono.

    Pasamos más allá de los humedales y del círculo de piedras, detalle que me sembró la duda de dónde pararíamos a descansar. La mención de Sotomedio me tensó el cuerpo, pero el brujo siguió explicándose y aclaró que no atravesaríamos el pueblo. Como venía siendo lo usual, preferí bromear para anular cualquier vestigio de miedo real.

    —Igual no sé, eh, creo que andar con un brujo de guardaespaldas les haría pensarlo dos veces a todos esos imbéciles —solté, junto a una risa en apariencia despreocupada.

    Cuando proclamó su preferencia de pestes me mantuve en la misma línea. Incliné el torso hacia atrás hasta que mi espalda encontró levemente su cuerpo y giré el rostro, olfateando el aire cerca suyo de forma exagerada. Bromas aparte, sí que olía mal.

    —Te compraré una colonia —resolví, regresando a mi posición original tras arrugar las facciones, y la tontería me ensanchó la sonrisa—. O, no sé, un vale por treinta visitas en alguno de los baños públicos. O las dos cosas, por qué no. Unas velas, también, o inciensos para quemar.

    Sabía que no tenía sentido y que cada encargo lo forzaría a volver a convertirse en un chiquero andante, pero por mantener la conversación uno decía muchas tonterías. O yo, al menos. Me mantuve algunos segundos en silencio, rumiando en torno a su voz, a la mía, y se me aflojó una risa nasal.

    —No he conocido muchos artistas, ¿sabes? Narok... bueno, tú ya lo sabes, está en el culo del mundo. Aún habiéndose revitalizado la zona y sirviéndole de refugio a mucha gente, el movimiento cultural es escaso y está bastante parado. De por sí me resultaba difícil acercarme a los trovadores o bailarines que se presentaran en la Corte, tanto por mi supuesto título como por mi reputación. ¿Tienes algún amigo artista, brujo? O conocido, al menos, no me pondré tan pretenciosa.
     
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    Zireael

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    No conocía a la chica de nada, toda la imagen que poseía de ella era esta, una muchacha condenada por las palabras de Etibald, con pulmones jodidos y una resistencia que rozaba lo insensato. Había pretendido luchar contra mí, porque morir sin pelear no era una opción, pero por la manera que hablaba supuse que había más. La vida a la que había sido condenada había impedido que la mejor versión de sí creciera, que superara a las otras versiones de ella, y ahora... ¿Y ahora qué?

    Podíamos comprarle un tiempo de tregua si lo planeábamos bien, un tiempo que merecía como tantos otros de nosotros. No podría regresarla a su principado, devolverle el título que le pertenecía ni sus lujos, pero justo ahora estaba seguro de que la libertad valía mucho más que todo eso. Poder vivir en paredes, no tener que huir como un animal e incluso la tontería de conseguirle un vestido bonito, uno que pudiera usar en las calles.

    Igual el mago había tenido suerte de dar conmigo, venía siendo de los menos neutrales de todos los desgraciados de mi especie que quedaban.

    —Y empiezo a sentirme como uno también —repliqué a lo de hablar como anciano—. Mi contrato no ponía en ningún sitio "acceder a ser llamado anciano".

    Por demás, ya iba viendo que prefería jugar al bufón que reconocer cualquier miedo real y tenía sentido, todavía era un desconocido, una figura surgida de las sombras que había aparecido alegando tener un contrato para salvarla. En lo que a ella concernía podía estarle mintiendo y aceptar mi ayuda no era lo mismo que aceptarme a mí. Sabía que no tenía por qué dejar ver nada ante mí, en lo absoluto.

    —He escuchado que ciertos... individuos creen que pueden luchar contra brujos usando simples alabardas y dagas —resolví, monocorde, apuntando al enfrentamiento en las ruinas y en respuesta a lo del brujo guardaespaldas—. Parece descabellado, ¿no?

    Luego de haber dicho que prefería la peste a perro que a necrófago percibí que se inclinó hacia atrás, su espalda encontró ligeramente mi cuerpo. Me olió, para la gran gracia, y yo la miré hasta que volvió a su posición original soltando lo de la colonia, los baños públicos, las velas y los inciensos. Puede que necesitara todo eso junto y aún así yo sintiera la peste en la nariz, aunque quizás ella no. Duraría tanto como durara el próximo contrato en aparecer, obvio, así que no sería mucho.

    —¿Sí ve con quién está hablando, Princesa? —apañé cuando me preguntó por los amigos artistas y estuve muy cerca de sonar, no sé, avergonzado o resignado—. Son pocas las veces que los artistas han tenido algo que pueda interesarle a un brujo, quiero decir, información o dinero para pedir los servicios de uno incluso si los requieren. Tampoco somos el público predilecto si me lo pregunta, tendemos a espantar a la gente.

    Tomé aire, solté y seguí guiando al caballo pues yo era sus ojos en este momento. El terreno todavía estaba un poco quebrado, pero sabía que no faltaba tanto para que se volviera más uniforme y pudiéramos hacer una parada que no nos dejara demasiado cerca de Sotomedio. Por ahora era la única opción que poseíamos.

    —Mis conocidos se limitan a usuarios de magia, solo porque compartimos espacio laboral de vez en cuándo, y una que otra persona que no me escupió al pasar. Lamento decepcionarla, aunque supongo que podríamos solucionar eso en el futuro, tal vez. Por ahora supongo que deberá conformarse con las charlas de un brujo, que es casi lo mismo que comerse un libro —dije y se me quiso escapar una risa, luego volví a la seriedad usual—. ¿Tiene hambre? Para cuando bajemos del caballo, digo, me queda pan, miel de unos panales que encontré por la mañana y algunas cosas más. No será un banquete, pero llena el estómago y creo que necesita recuperar energía.



    im FINALLY back home, perdona por haber tardado tanto, pero que se entienda como con los AU, aunque tarde en contestar nunca significa que lo haya dejado tirado
     
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    Gigi Blanche

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    Esbocé una sonrisa divertida cuando reconoció empezar a sentirse anciano luego de tanta insistencia de mi parte, y lo que comenzó siendo un gesto silencioso se tornó audible al oírlo quejarse sobre las cláusulas del acuerdo al que había llegado (supuestamente) con el mago.

    —¿Y no crees que el verdadero contrato deberías arreglarlo conmigo? —solté como lo que era, una ocurrencia espontánea a la cual no le concedí mayor pensamiento—. ¡Sólo piénsalo! Tiene sentido, ¿o no?

    No lo tenía, pero me gustaba decir tonterías. El brujo, al menos, sabía responder e igual no le hacía asco a la ironía, detalle que me resultaba más entretenido que molesto. Apuntó de forma indirecta a nuestro enfrentamiento, el que acabábamos de protagonizar en las ruinas, y chasqueé la lengua bajito junto a una suerte de bufido que pretendió, no lo sé, ¿defenderme?

    —Mis chances eran malas, admitiré eso, pero podrían haber sido nulas y las empujé un par de números por sobre la estadística. Eso es lo que importa, ¿no crees?

    Algunos le llamarían insensatez y reconocía haberme involucrado en muchas peleas que podría haber evitado con facilidad, pero esta en concreto... no había sido una de esas. Estaba huyendo, oculta en un montón de ruinas húmedas, perseguida por personas que no les interesaba negociar con una taza de té mediante. Tampoco tenía nada para ofrecerle a nadie.

    Nada que estuviera dispuesta a entregar, quería decir.

    Mi pregunta sobre los artistas moduló su tono en algo parecido a la resignación, cosa que me hizo algo de gracia. Sabía que había inferido algo descabellado, pero qué sé yo, la vida daba muchas vueltas y los brujos vivían muchos años, ¿no? Quizá justo me contaba de un bailarín o un trovador que hace tres décadas había salvado de un monstruo hambriento y desde entonces, cuando los caminos se entrecruzaban, compartían anécdotas y una buena jarra de cerveza. Considerando la cadena de improbabilidades que llevaba sorteando en el último tramo de vida, al menos hoy día poseía una perspectiva más amplia de las cosas.

    —Si todo esto resulta ser verdad y no estás llevándome a una muerte segura puedo convertirme en tu primera amiga artista, ¿qué dices? —propuse, junto a una risa floja, y antes de que pudiera quejarse agregué—: ¡Es como una colección! Debes haber conocido todo tipo de gente en tus viajes, sólo estás completando una colección, ¿no?

    Un rato después me preguntó si tenía hambre y la duda me indujo a escuchar mis propios signos corporales, cosa que me había habituado a ignorar. Me dolían las piernas y el brazo izquierdo, también un poco la cintura, definitivamente el dedo chiquito del pie derecho, y estaba cansada, y... sí, tenía hambre. Casi siempre tenía hambre, siendo honesta.

    —¿Pan con miel fresca? Suena a un manjar de los dioses. Cualquier cosa sin moho va a ser un festín —admití, y ahora que lo había pensado no pude evitar sentirme las tripas revolviéndose—. ¿Cuál es tu comida favorita, brujo? Tienes que tener una, ¿verdad? No vale decirme "sólo como para nutrir mi cuerpo y no le presto atención a los sabores".

    Había fruncido el ceño, profundizado el tono e intentado hablar lo más monótono posible al imitarlo.


    si te parece bien podríamos ir haciendo un timelapse en breve, que estoy jalando desde hace un rato con los temas de conversación y se me agotan JAJAJA

    also, no te preocupes por la demora <3
     
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  10.  
    Zireael

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    El contrato como tal no tenía mucho de contrato, eso debía reconocerlo, había accedido porque el otro decidió botar el dinero como si estuviera forrado en coronas y porque había accedido a entregar una pertenencia, pero en sí aceptarlo llevaba mucho de "voy a hacerlo para que me dejes en paz". No me gustaba lidiar con magos y hechiceras en realidad, eran necios, pedantes y siempre desprestigiaban a los brujos. Al menos así eran casi todos.

    Cuando había sido Alzur, uno de los suyos, el que había creado a nuestra estirpe.

    Era un hechicero el que nos había condenado.

    —Tal vez, pero ahora mismo lo que puede ofrecerme por su seguridad es... ¿Una daga y una alabarda? —resolví sin que mi tono variara en ninguna dirección.

    Apunté a nuestro enfrentamiento para reforzar el punto de que había gente que se metía con los brujos sin pensar mucho y ella chasqueó la lengua, el gesto fue una defensa bastante pobre. Argumentó que enfrentarme había transformado sus posibilidades de nulas a pocas, que era eso lo que importaba, y la sombra de una sonrisa quiso alcanzarme el rostro.

    Puede que fuese un prejuicio heredado, porque no encontraba respaldo verdadero en la decisión, pero seguía resultándome curioso como solo una de las Escuelas había accedido a entrenar mujeres, la Escuela del Gato, mientras las otras se negaban. Quizás fuese clemencia, también, pero sin duda había un grupo de chicas que tenían la voluntad para enfrentarse a todo y puede que Anna de Narok estuviese en esa lista. No decía que debieran hacerla pasar por el martirio, en lo absoluto, pero tal vez no fuese tan descabellado enseñarle una cosa o dos.

    —¿Primera amiga artista? —reboté casi detrás de sus palabras, como un eco, y en la voz se me quiso colar algo parecido a la incredulidad. Lo comparó con una colección y solo pude pensar en los trofeos, en las cabezas, patas y mechones de pelo cortados de los monstruos, los que entregaba para cobrar el dinero. Tuve que forzarme a encontrar una versión más amable de la misma idea—. Como los libros de herbología.

    En sí no respondí qué me parecía la oferta, pero tampoco la rechacé y supuse que eso valía como una respuesta afirmativa. Claro, antes la pobre chica debía confirmar por quién sabe cuánto tiempo que, como bien señalaba, no la estaba llevando por el camino de la muerte. No tenía ningún interés de matarla dicho fuese de paso, primero porque la profecía que la condenaba me era indiferente ya que no la creía y segundo porque seguro acababa convertido en cerdo asado si le ponía una mano encima.

    Imaginé que preguntarle por la comida la hizo algo más consciente de su estado general, de los dolores acumulados, el cansancio y, claro, el hambre. Es más, esta chica debía estar más acostumbrada al hambre que a la saciedad y eso en sí mismo era horrible. Igual por eso se había quedado así de pequeña, no tenía la menor idea y tampoco iría a comentarlo.

    —Supongo que más le vale prepararse para el banquete que vamos a tener entonces —apañé con la inexpresividad usual y al recibir su pregunta lo pensé un rato, aunque fruncí el ceño al oírla imitándome—. Un día me pagaron parte de un contrato con un estofado de venado que era receta familiar o qué sé yo, no tengo idea, la carne tenía cierto gusto a licor, imagino que una bebida fermentada casera también. Valdrá de comida favorita aunque nunca volví a comer uno igual y ahora me limito a, en efecto, comer para nutrir mi cuerpo y no me fijo mucho en nada.

    Habíamos seguido andando, el terreno se volvió más firme y también noté los parches de árboles a los costados del camino, algunos más tupidos que otros. Aunque monótono, cuando le pedí que guardáramos silencio para poder escuchar mejor lo que pudiera rodearnos lo hice conservando la educación que había procurado mantener hasta ahora. Al fin y al cabo, seguía siendo una princesa de Kovir. Lo era para mí.


    .
    .


    .
    .

    El sendero que seguíamos llevaba directamente al pueblo, así que saqué a Dearg del camino incluso antes de que pudiéramos ver las primeras cercas de madera que anunciaban la cercanía con Sotomedio. En algún momento bajé del caballo porque escuché una jauría de lobos, no estaba demasiado cerca, pero a veces eran bichos caprichosos.

    No parecieron interesarse en nosotros aunque el viento arrastró el sonido de mis pisadas y del andar del caballo en esa dirección. Seguí hasta alcanzar el camino más al Oeste, luego de su bifurcación y continué andando hacia el Norte, crecía recordar que de haber seguido al Oeste habría dado con un campamento de refugiados, algo que tampoco podíamos permitirnos.

    Hubiera querido buscar los parches de bosque al Este del pueblo que eran más amplios, pero seguían demasiado cerca del agua, nos ponían en un riesgo innecesario y casi podría haber jurado escuchar el rumor de voces en esa dirección. Bandidos, soldados o ardillas lo cierto es que ahora no arriesgaría que nos encontráramos con otras personas, no hasta haber puesto más distancia entre las ruinas de donde habíamos salido.

    Seguí andando hasta un parche de bosque que resultó más tupido de lo que había estimado, estaba en el corazón de una serie de intersecciones de los caminos, pero no alcanzaba a quedar a la vista desde ninguno ni desde el pueblo. Serviría para descansar y luego retomar el avance evitando los caminos principales, pues de día todo cambiaría.

    Por ahora ella necesitaba descansar y comer. Incluso si su cuerpo estaba acostumbrado a las peripecias, no resistiría de la misma forma que el mío y debía tenerlo en cuenta.


    [​IMG]


    lo dejé medio abierto para que deslices el timelapse hasta dónde creas conveniente uvu
     
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  11.  
    Gigi Blanche

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    Me encogí de hombros con ligereza, obviando la clara realidad de que, efectivamente, no tenía nada en absoluto para competir contra la paga que el señor hechicero le había prometido. Ni siquiera eran de gran calidad las armas que cargaba conmigo. Ema me había procurado una espada y un arco, obras finas del herrero y el artesano de la Corte de Narok, pero me habían sido arrebatadas en Hengfors a manos de los hechiceros; pude escapar, pero no fui capaz de recuperarlas. La daga la obtuve al poco tiempo gracias al descuido de un granjero al sur de la ciudad; la alabarda vino meses después y no contaba una historia agradable.

    —Y mi codiciada compañía —respondí, manteniendo el tono jocoso.

    Asentí con entusiasmo cuando trajo a colación la analogía de los libros de herbología; no tenía mucho sentido en mi mente, pero habría apoyado cualquier estupidez que dijera en tanto no negara la oferta.

    —O mis piedras. —Reí en voz baja—. Di lo que quieras, cuando vivía en Narok tenía una colección de piedras y, si se me permite alardear, era una gran colección.

    De algo tenía que servir estar rodeados de montañas. Con la inmensa cantidad de minas que había en todas direcciones y el poco tiempo que pasaba en el castillo, muchas veces había acabado recorriendo las bocas de las cuevas y los alrededores de los asentamientos. La mayoría de los minerales iban directamente a la nobleza y la alta burguesía, pero algunas vetas, las de menor calidad o las dañadas, acababan comerciándose entre los mineros. Había conseguido bastantes piedras intercambiándolas por carne, sal y otros materiales que en el castillo abundaban, pero que para ellos eran más valiosos que el oro que extraían.

    Me habló de un estofado de venado que recordaba, uno que había obrado como parte de pago, y la idea se enlazó a mis recuerdos de los mineros. A veces no se trataba de las joyas ni el dinero, sino de poder saborear un plato humeante o disfrutar del calor de una hoguera. La idea me hizo sonreír, de paso me dio aún más hambre, y solté el aire por la nariz en un remedo de risa.

    —La vida es larga, brujo, en especial la tuya. Volverás a toparte con otro estofado de venado cuando menos lo esperes.

    La conversación llegó a un punto muerto, en especial luego de que él me pidiera que guardara silencio y así hice. Me limité a mirar alrededor, atender a los movimientos del caballo y, también, agudizar el oído, como si mis pobres sentidos mortales hicieran algo contra los suyos. Eventualmente nos desviamos del camino y todo mi cuerpo se tensó cuando Altan descendió de su yegua; no quise formular la pregunta, no bajo su pedido, y me limité a aguardar con el aire comprimido en los pulmones hasta que regresamos al andar.

    Sólo al detenernos en una porción de bosque asumí que la orden de silencio se cancelaba. Descendí del caballo, noté el césped levemente encharcado y avancé hasta encontrar tierra seca bajo mis botas, cerca de las raíces sobresalientes de un árbol.

    —Hogar, dulce hogar —bromeé, observando alrededor, y acabé mirando al brujo—. ¿Será muy arriesgado encender un fuego?
     
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  12.  
    Zireael

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    A las apuestas de qué podía tener para negociar conmigo sumó su codiciada compañía, fue una tontería como tantas otras de las que había dicho desde que salimos de las ruinas, pero consiguió estirarme una sonrisa que busqué disimular aunque no me estaba mirando. A la chica había que reconocerle tan siquiera su sentido del humor en estas condiciones, sin importa que fuese justamente para restarle peso a algo que era malo de por sí.

    —¿Piedras? —Imaginé de inmediato que no se refería, bueno, a piedras de río, pero igual me hizo gracia. El otro pensamiento que me llegó a la cabeza fue casi una idea venida de la nada—. El color de sus ojos se parece a los de algunas vetas de piedras en las cavernas

    Lo solté así, sin más, ni siquiera le conferí una gota de reflexión al asunto y lo dejé correr con la misma facilidad. Muchas cosas de las que decía de hecho lo hacía de esa manera, puede que fuese un privilegio sin sentido de los brujos y los cretinos, tal vez, pero hablábamos sin pensar mucho en los resultados de las palabras. Cuando se nos pedía neutralidad, bueno, ¿quién esperaría que nuestros comentarios tuvieran una dirección? Solo parecían tenerla en realidad cuando había dinero de por medio y entonces todo el mundo se ofendía porque pedíamos las coronas que merecíamos al jugarnos el pellejo.

    —Ojalá tenga razón, Princesa —dije sobre lo del estofado de venado.

    Quería decir, había comido otros, pero ninguno sabía igual y eso le daba créditos a la gente que lo había preparado. Con las condiciones limitadas, las bocas que alimentar y demás casi nadie no tenía la posibilidad de preparar comidas que resaltaran demasiado por su sabor, importaba más que sustentaran. El asunto era que muchos menos podían permitirse compartirlas, pero ellos lo habían hecho y se los agradecía.

    Agradecía la bondad que algunos conservaban a pesar del destino que los condenaba.

    La muchacha guardó silencio cuando se lo pedí, aunque casi pude escucharle la tensión cuando bajé del caballo luego de haber escuchado a la jauría. No le dije nada, sería inútil, y como los animales nunca nos llevaron el apunte no hizo falta tampoco. Los lobos se alejaron, hasta que incluso yo dejé de escucharlos andar por los bosques y caminos más cercanos.

    No le di una indicación como tal, pero que nos hubiéramos detenido sirvió como una para anular el silencio. Bajó del caballo, la tierra húmeda sonó bajo sus pies y mientras ella caminaba yo rodeé a Dearg para registrar en las alforjas. Su comentario me vino en gracia, así que interrumpí mi tarea un momento para extender los brazos, en un gesto que pretendió mostrarle nuestros maravillosos aposentos aunque no se debía ver la gran cosa siendo de noche.

    —Bienvenida a la posada El Bosque —dije en lo que pretendió ser una broma—. ¿Fuego? Dele algo de tiempo, solo quiero confirmar si no nos siguió nadie.

    Volví a buscar entre las cosas, me limpié con un trozo de tela la pasta que me había puesto en el corte de la daga en el rostro y también me limpié las manos lo mejor que pude. Encontré la hogaza de pan bien envuelta, lo mismo los panales de temprano, así que tomé ambas cosas y caminé hasta Anna de Narok. Visto de fuera debió ser hasta anticlimático, le extendí la comida como si fuese una ofrenda o algo, con cuidado.

    —Tengo agua, también jugo de manzana y creo que me quedaba algo de cerveza. —Repasé a muchacha con la vista sin ser del todo consciente de ello—. ¿No tiene heridas viejas que necesite atender? Recorriendo este terreno la mitad de la gente se tuerce los tobillos en las raíces, eso por decir poco.
     
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