Baño de chicos (Tercera planta)

Tema en 'Tercera planta' iniciado por Yugen, 3 Diciembre 2020.

  1.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Honestamente no solté la tontería pretendiendo engañarla o jugarle una broma, fue sólo para compartir la gracia de la posibilidad y ya. Ella, sin embargo, se lo tomó muy en serio y me llevé el premio al esfuerzo del año con la forma en que reprimí la diversión de mi rostro, procurando no alertarla o forzarla a detenerse. Se metió en el pozo y analizó el asunto con tanto detenimiento que casi, casi me dio ternura.

    Su voz se diluyó en medio de un pensamiento y aguardé en silencio, intentando que mi sonrisa no se ensanchara para ver hasta dónde llegaba. Arrugó el ceño de repente, yo alcé las cejas con relativa inocencia y no pude contenerme mucho más. Solté la risa encima de sus palabras, fue un sonido genuino que rebotó en el eco del baño y me forzó a desviar la mirada, ya que la tenía bastante encima. Me tapé la boca ligeramente con una mano y, al verla de soslayo, noté sus mejillas infladas.

    —Me preocupa un poco que por dos segundos hayas querido enviarle un lobo al pretendiente de tu amiga —comenté, aún divertido, y el detalle moduló mi voz de forma algo distinta a lo usual—. Pobre diablo, ¿qué le deparará el futuro?

    Más relajada, si se quiere, o más genuina.


    a ellos también los amo *ugly crying*
     
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  2.  
    Amane

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    Las reacciones de Kou a toda mi escena realmente ameritaban una molestia mucho más evidente por mi parte, pero, desgraciadamente, ver al chico así me estaba dando demasiada ternura como para importarme de verdad; tuve que mantener el acto, por supuesto, aunque estaba siendo prácticamente imposible disimular lo mucho que se me había suavizado la expresión apenas un segundo después de soltar el reproche. Se me escapó una risilla divertida por su comentario, eso sí, y al final volví a separarme mientras levantaba las manos en un gesto de inocencia.

    —Kouchii, estoy literalmente liada con el jefe de los Lobos, no sé por qué te sigue sorprendiendo nada —solté, encogiéndome de hombros antes de dejar caer los brazos, y en mi rostro se mantuvo la sonrisa ligera de siempre, sin haberle impostado nada de reproche a mi tono de voz—. En cuanto a Atkinson... si no tiene nada que esconder, no tiene nada que temer~

    Aproveché el pequeño espacio de silencio que tuvimos después para comprobar la hora en mi móvil, mordisqueándome apenas el labio inferior al ver el número reflejado en la pantalla, y levanté la vista para mirar de nuevo a Kou.

    >>Milly está en el patio con toda la presentación de baile y quería ir a verla antes de que acabase así que... —me excusé, aún sabiendo que no era del todo necesario, y levanté una mano entre nosotros, con el puño cerrado a excepción del dedo meñique—. ¿Me prometes que vas a contarme cualquier cosa relevante que pueda pasar entre mi amiga y su pretendiente?

    I LOVE MY CHILDREN SO MUCH, IT HURTS ME *sobsssss*
     
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  3.  
    Gigi Blanche

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    —Aún así, preferiría evitar pegarte ciertos hábitos —repliqué, sin concederle demasiado pensamiento.

    Al final del día era cierto, vaya, sonara como sonara. Incluso sin generarme el remordimiento suficiente para jugar al héroe y alejarme de ella, tampoco me hacía gracia la idea de involucrarla demasiado en todo lo relacionado al grupo. Los Lobos ya no eran el organismo vicioso, resentido e impredecible de antes, pero aún así reconocía que en su seno había decidido conservar ciertas personalidades increíblemente abrasivas.

    A veces, combatir el fuego con más fuego sí era necesario.

    El argumento de que los inocentes no debían temer era bastante errado, al menos desde mi experiencia, pero no me interesaba meterme ahí. Como acababa de decirle, prefería mantenerla apartada de ciertos hábitos. Dejé que se alejara, por ende, yo recuperé la calma y noté que su atención se dispersaba. ¿Milly? Era su otra amiga, ¿cierto? Dijo que quería ir a verla al patio, até cabos con lo que había visto desde la ventana y descarté por completo la idea de acompañarla. Estiró el dedo meñique en mi dirección y solté una risa nasal sumamente floja. ¿Ahora éramos un par de críos?

    —A su servicio —murmuré, entrelazando, aún así, mi dedo con el suyo. Lo solté poco después y regresé la mano al bolsillo—. Diviértete, Ri-chan.
     
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    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado bed chem stan

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    La respuesta de Kou a mi comentario me pareció bastante lógica, a pesar de todo, y decidí no darle más importancia de la necesaria al asunto. Quizás era yo la que se lo estaba tomando todo con demasiada ligereza, ni idea, ¿pero cómo podía no hacerlo? Si hasta el momento mi experiencia había sido con Kou tratándome como una princesa y Eguchi... bueno, no se podía decir que me hubiese tratado mal, precisamente.

    Me di cuenta de la reacción que tuvo en cuanto levanté el dedo meñique, haciéndome pensar que quizás rechazaría un gesto tan infantil, y la idea me hizo algo de gracia, porque mira si ese era su límite después de todo lo que ya habíamos hecho. Al final nada de eso pasó, pues sentí como su meñique se entrelazaba con el mío, y ni siquiera pude intentar disimular la sonrisa de emoción que se me plantó en los labios; tanto por la promesa en sí misma como por el hecho de que Kou hubiese aceptado.

    —¡Eres el mejor! —exclamé, echándome hacia delante para pillarle las mejillas entre las manos y dejarle un beso sonoro sobre los labios—. ¡Gracias, Kouchii! ¡Nos vemos!

    No me sorprendió demasiado que no se ofreciese a acompañarme al patio, pues si no le había invitado a ello en primera instancia había sido justamente porque podía imaginarme que ese en absoluto era un ambiente que él disfrutase. Así que me despedí sin mayor problema y me dirigí hacia el exterior de los baños... hasta que me acordé de algo y tuve que dar media vuelta, asomando apenas la cabeza en el cubículo que había dejado atrás.

    >>¡Espera un poco antes de salir! ¡No pueden saber que nos hemos reunido, agente especial Shino-kun! —sentencié, con una seriedad absurda, manteniendo la misma un par de segundos antes de volver a sonreírle animada y, ya sí que sí, irme.

    gracias por haberme dado el caprichito de rolear esto exprés con los niños <3 ya te lo he dicho, pero acabó siendo way funnier de lo que había imaginado que sería and it made me really happy u///u
     
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    Zireael

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    No pretendía ser insistente, así que cuando ella me dijo que no hacía falta que la acompañara asentí y accedí a su promesa en lo que pareció ser francés. Seguí mi camino, un poco sin querer vi que Katherin estaba allí, Tora también y aunque no la estaba mirando ya debía haber reparado en su presencia, porque de por sí se mantenía relativamente atento a sus alrededores.

    Cuando me vio acercarme a los baños o me percibió por el rabillo del ojo, se despegó de la ventana y me siguió. Al entrar se acercó a los lavamanos, apoyó allí la cadera y miró la camisa que yo traía entre las manos, admirando el hecho de que hubiese conseguido una.

    —¿Tenías ropa de cambio?

    —Me la prestó un amigo de Sasha —respondí mientras le daba la camisa limpia para que la sostuviera en lo que yo me quitaba el blazer y la camisa del desastre. La dejé junto a él en el lavabo y mientras me ponía la limpia volví a hablar—. ¿Te siguen ignorando, pobre cosita fea?

    —Debe ser más interesante una hormiga que yo ahora mismo. Tiene su gracia que se fuerce tanto a fingir que no existo —respondió con indiferencia.

    A mí se me aflojó una risa en lo que volvía a acomodarme el uniforme y negué con la cabeza para mí mismo. Seguía dudando que algo bueno fuese a salir de esto, pero eran ya lo bastante grandes para darse cuenta solos o eso esperaba.

    Como fuese, le enjuagué la mancha de café a la camisa, la escurrí lo mejor que pude y la sacudí. Por el momento la pondría en el respaldo de la silla, dudaba que fuese a secarse con este clima, pero era eso o que se quedara pegada la mancha. Por demás, ya mañana le entregaría la camisa prestada al amigo de Sasha, bastaba con que la lavara en casa y la metiera a la secadora.


    relleno salvaje
     
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  6.  
    Amane

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    Tener que estar cinco horas seguidas sentada, pretendiendo hacer como que estaba atendiendo a lo que la profesora decía, mientras llevaba encima un calentón importante era una experiencia que no le recomendaría a nadie... ¡ni siquiera a Sashie, oye! Decir que las clases se me hicieron eternas era quedarse estúpidamente corto, claro, y quizá me hubiera tenido que dar algo más vergüenza haber arrastrado de manera tan obvia a Joey a los baños... ¡pero bueno! Ya se sabía que yo no conocía lo que era la vergüenza.

    El polvito fue exprés, pero más que bien recibido. ¡Me sentí como una persona completamente nueva después de echarlo! ¡Renovada al 100% y lista para comerme el mundo! O eso había pensado los primeros de claridad, porque lo que me cayó encima justo después fue un sueño terrible que, honestly, no pensaba ignorar. Sexo con Joey y una siesta era mi plan favorito, ¿así que por qué iría a rechazar la posibilidad?

    —Me voy a echar un rato en la enfermería... —le informé, un poco por inercia, y me eché hacia delante para dejarle un beso de nada en los labios—. Love ya... —murmuré, claramente demasiado adormilada como para filtrar demasiado.

    Podía venir a hacerme compañía si quería, obvio, pero... ah, seguro que tenía mejores cosas que hacer...

    Gigi Blanche sorpresa (? lo dijimos de broma, pero yo me lo he tomado muy en serio so JAJAJAJ obviamente no tienes que responder nada, solo quería tirar relleno con ali like always y ya aproveché, so es basically para que sepas que te dejé al niño seco en el baño y que gracias por dejarle ser ali's toy boy (????
     
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  7.  
    Gigi Blanche

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    No era una historia nueva, honestamente. Puede que transferirnos al Sakura hubiese sido una idea que surgió del recuerdo de Chiasa, de los lugares donde aún podía sentirla, pero eso no era todo; quizás hubiese usado a la niña de excusa, quién sabe. Morgan me había mirado a los ojos y se había limitado a asentir transcurridos varios segundos. Jamás preguntó, jamás hurgó ni buscó razones ocultas, y yo lo agradecí. Chiasa era un motivo, sí, pero también lo eran las risas y los apodos, y desde su muerte todo se había vuelto más difícil. De a ratos era tolerable, de a ratos me estrujaba el pecho y me exprimía el aire. Había huido de una amenaza.

    Para caer en otra.

    Lo vi en el pasillo, caminando en mi dirección como tantas otras veces, pero se sintió diferente. Sentí que sus ojos se clavaban en mi silueta y quise fingir demencia, echarle la culpa a la paranoia, convencerme de que me lo estaba imaginando; que, desde el anuncio en el tablón, lo único rasguñándome la nuca eran fantasmas. Entré al baño, obedecí a mi plan inicial, pero allí adentro me detuve. Me detuve en el centro del espacio y, por un instante, temí darme la vuelta. Lo temí pues lo sentí. Lo oí. Pude verlo incluso sin mirarlo.

    Estaba ahí.

    —No me digas que olvidaste lo que viniste a hacer aquí. —Avanzó, avanzó y avanzó, y se detuvo—. La lista es breve y bastante simple, Ishikawa.

    Estaba aquí.

    Lancé los ojos por el espacio, los lavabos, los cubículos, pero no había nadie. Me di la vuelta finalmente, su sonrisa era serena y se ensanchó al repasar mi rostro. Sabía que la tensión que me generaba era ridícula e irracional, sabía que dentro de la escuela no podía hacerme nada, pero... seguía estando a su merced. Seguía recordándome lo que había ocurrido, el poder que podía ostentar, y que todo probablemente dependiera de su humor y mis respuestas.

    —Si me sigues recibiendo con esa cara empezaré a preocuparme —se mofó, divertido, y giró la cabeza para mirarse al espejo—. ¿Tan feo me ves?

    No aquí, pero ¿al salir de la escuela?

    ¿A la vuelta de mi casa?

    ¿Afuera de la estación?

    —¿Qué quieres? —murmuré, apenas con el aire que conseguí respirar.

    Sus puños aún dolían.

    Las esquirlas de vidrio aún cortaban.

    Su pie aún pesaba.

    Shinomiya suspiró y, tras acomodarse brevemente el cabello, me miró.

    —El proyecto, Ishikawa, tenemos que empezar a organizar esa mierda. ¿Planeas temblar como una hojita en cada reunión que tengamos? —Avanzó, yo retrocedí, y su expresión se endureció—. ¿O nos dejarás el trabajo a nosotros?

    —No, yo-

    —Ni siquiera puedes verme a la cara, mucho menos hablarme. —Me aferré a un lavabo, pretendiendo mantener el terreno, pero él me rodeó e inmovilizó entre la estructura y su cuerpo—. ¿Cómo planeas hacer el proyecto así? Dime, ¿cómo planeas hacerlo?

    La puerta se abrió en ese instante. Ambos volteamos, dimos con Kakeru y lo único que pude procesar fue el alivio que sentí. Recordé cómo respirar, recobré consciencia de mi propio cuerpo y el chico se apresuró en nuestra dirección. Shinomiya retrocedió y no pude seguir al detalle lo que ocurrió entre ellos. Una mano se apoyó en mi hombro, asentí ante el sonido vago de una pregunta y la estática sólo se anuló cuando, de un momento al otro, volví a estar solo en los baños. Despegué los ojos del suelo, oí el sonido de mi respiración y me llevé una mano al centro de las costillas, agitado.

    La parte racional de mi cerebro sabía que sólo disfrutaba jalando de los hilos porque sí, porque le divertía verme asustado y yo siempre se lo concedía, pero no podía controlarlo. No podía controlar el sudor frío y la opresión en el pecho, mucho menos la necesidad asfixiante de salir corriendo. Quedarme quieto era, a su manera, una resistencia, pero desde ahí... me excedía. Me excedía por completo. Me pasé la mano por la cara, barriendo la fina capa de sudor, y me arrastré el cabello hacia atrás. Igual Shinomiya llevaba razón en algo.

    No iba a poder hacer el proyecto así.


     
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    Zireael

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    Fue más fuerte que yo, vaya, aunque eso tampoco costaba demasiado, pero que Lombardi siguiera dando vueltas como una puta mosca y no se posara nunca me tocó las fibras del último nervio que sobrevivía a esta semana tan extraña. Preferí irme porque quedarme con ese humor, como había dicho el cabrón, no hacía bien a nadie y lo más sensato era cortar todo el asunto. Lo dicho, prefería ahorrar tiempo en la vida y lo que no servía arrojarlo a un costado.

    Estaba hasta los huevos de toda esta gente.

    La mirada de Akaisa, aunque fugaz, fue un recordatorio de que igual estaba demasiado insoportable, pero no era algo que importara. Que los espacios fueran neutrales no significaba que tuviera que sentarme a soportar charlas sin objetivo ni aguantar que me llamaran apestado en los casilleros a las ocho de la mañana, ¿iba a juzgarme la hija de puta? Pues que lo hiciera. Si sabía quedarse quieta mi problema no era con ella como no lo era con nadie más. Pasaba que Akaisa, igual que yo, no paraba quieta un mísero segundo.

    Cuando la campana sonó el sonido me recordó que un diablo me podía caer de cualquiera de las esquinas, sentí el cansancio de nuevo y dejé caer el torso encima de la mesa, rascándome las raíces del pelo con una pereza bastante importante. Sopesé mis opciones, pensé en solo quedarme allí, irme a la enfermería, encerrarme en el baño medio receso, meterme a alguna sala que estuviera abierta o, bueno, nada más. No tenía tampoco tantas opciones, era una escuela.

    ¿Y por qué coño tenía yo que huir? En fin.

    Estaba en esa posición todavía cuando Verónica apareció en la puerta, noté que sus ojos se detenían en varias figuras y le regresé la sonrisa, sin más, poco antes de que ella se enfocara en Jezebel antes de irse. Me erguí entonces, noté a la albina guardando sus cosas y me levanté todavía pensando en qué coño hacer, pero al final cuando salí al pasillo distinguí a Shinomiya con Paimon y por un segundo olvidé que estaba pensando dónde ir a esconderme.

    Como si fuese una puta rata.

    Ilana salió detrás de mí, estuvo por seguir caminando, pero trastabilló y regresó sobre sus pasos hasta aparecer en mi campo de visión. Estuve por dar un respingo, ni supe cómo lo regulé, y la observé como esperando que me escupiera o algo, pero me sonrió con calma y entonces me descolocó un poco, lo suficiente para neutralizar algo de la preocupación.

    That's better. Tenías la cara de principios de semana —susurró cuando le presté atención a ella en vez de al pasillo—. Gracias, por querer disculparte y eso.

    Por cómo lo dijo imaginé que no había leído la carta todavía, pero tampoco se lo quise preguntar y asentí con la cabeza, murmurando un "You're welcome" bastante quedo, casi dócil. La chica se dio por servida, me dio un toquecito en el brazo y se fue sin detenerse a nada más, quizás por no querer interrumpir a Paimon. Al cortarme a mí la suerte de parálisis acabé caminando por el pasillo, entré al baño sin prisa ni esperando nada y al empujar la puerta distinguí la silueta de Ko. Algo supo a déjà vu, pero tampoco quería parecer un loco porque ya debía haberlo parecido con los mensajes e igual había sido un error de mi parte, no estaba muy seguro. Mis dudas por lo general provenían de mí mismo, no de lo que hacía la gente o no.

    Le hablaba a Hubert de que quedarnos paralizados no servía de nada, pero incluso cuando nos movíamos lo cierto era no había claridad de que estuviéramos actuando cómo correspondía. También habían versiones de la historia que correspondían al hecho de que alguien era incapaz de poner el freno de mano, porque todos los excesos eran igual de terribles.

    —Tómate tu tiempo —murmuré al aire, repentinamente tranquilo aunque hace algunos minutos estaba pensando en qué agujero de la academia meterme para tener una hora de paz, y caminé hasta uno de los cubículos del final aunque noté que algo estaba absolutamente fuera de lugar.

    Ya dentro del espacio eché la espalda en una de las paredes, escarbé el bolsillo hasta dar con un porro y luego de encenderlo le di una pitada relativamente prudente. Habría podido entrar cualquiera, la verdad, pero no me dio por cerrar la puerta y solo retuve el humo, lo solté después y guardé la hierba luego de haberla apagado. El tabaco barato de ayer había estado horrible, Arata si estaba trabajando igual podía ser menos marginal y comprar algo un poquito más decente, yo qué sabía.

    Salí del cubículo, me acerqué a los lavamanos y me enjuagué la boca. La silueta ajena existía en el espacio, pero no deseaba ser invasivo, como siempre, y tampoco supe hasta dónde algo que se disfrazaba como respeto no era una forma de miedo. Igual era muy reduccionista verlo así.

    —Puedes irte o quedarte —dije usando casi las mismas palabras que él había dicho en la azotea y la calma en mi voz se sostuvo, si acaso me di cuenta de que había suavizado el tono—. Lo que decidas está bien.

    la narrativa curseada no podía seguir haciéndome esto sin que reaccionara-

    Edit: chusmeé tarde el spoiler de la sala de música *clown* pero bueno obviamente no te ato acá como dice el niño, solo fui incapaz de existir en el mundo sin hacer nada ª sé que me abusé del vacío legal de que no ponía si quedaba allí (??
     
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  9.  
    Gigi Blanche

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    El cuerpo se me volvió a tensar de pies a cabeza en cuanto la puerta se abrió de nuevo. Había permanecido con las caderas pegadas al lavabo, intentando regular mi respiración, y el sonido intrusivo tuvo el poder de congelarme los pulmones. Me escoció el impulso de esconderme en uno de los cubículos y volteé el rostro de golpe, con una mezcla de miedo y apremio. Me quedé genuinamente atorado en un punto muerto apenas reconocí a Cayden. ¿Había visto algo? ¿O habría ocurrido algo ahí afuera entre Kakeru y Shinomiya? Las dudas se agolparon, incesantes, pero mi corazón tampoco se calmaba y no pude darle demasiada importancia a los escenarios hipotéticos. Había venido, daba igual el motivo, y mis ojos se quedaron prendados a su figura.

    Pero siguió de largo.

    Apenas me miró y pasó frente a mí hasta colarse en uno de los cubículos. Había dicho que me tomara mi tiempo, pero las palabras no lograron conectar con mi mente así como a duras penas había conectado con la pregunta de Kakeru. Había demasiado ruido. No era ningún experto en las emociones, aún menos las ajenas, y sabía que muchas veces daba la impresión de que nada me afectaba; pocas cosas lo hacían, era verdad, pero... Pasé saliva, me alcanzó el sonido de su encendedor y sentí algo tan amargo e inexplicable atorado en la garganta que acabé clavando, otra vez, la vista en el suelo. Me repasé los labios, secos por el esfuerzo consciente de respirar, y no supe si seguía conmocionado por lo de Shinomiya, si estaba cansado de callar lo que había pasado, si seguía molestándome lo que le había provocado a Emily o si realmente la actitud de Cayden me estaba lastimando. Quizá no fuera racional, nada lo estaba siendo, pero la certeza de su presencia tras una pared y el maldito sonido del encendedor se me clavaron en el pecho junto a todo lo demás y me sentí solo.

    ¿Era lo que tenía no hablar?

    Pero él sí sabía todo de mí, yo mismo se lo había dicho.

    Le había dicho todo.
    Fui estúpidamente consciente de lo que me estaba ocurriendo, como si alguien me hubiese estampado una impresión frente a la cara. Lo oí salir del cubículo y enjuagarse la boca, negado a despegar los ojos del suelo. ¿Siquiera me había sonreído? ¿Al menos por un instante? Estaba seguro que no. ¿Era... lo que me merecía? El pensamiento, necio, volvió a rayarme la cabeza. Fue el mismo que había aparecido frente a Emily, en el invernadero, y no pude detenerlo.

    ¿Era por no ser un buen amigo?

    Ni siquiera me había mirado.
    —Da igual —murmuré con la voz algo gangosa, y presioné el dorso de la mano contra mi nariz al sorber—. Da igual, ¿no?

    Algo indescriptible se me coló en la voz, pero acabó pareciéndose al hastío y separé el cuerpo del lavabo. Me sentía jodidamente inestable aún, pero la presencia de Cayden había arrojado demasiadas señales ambiguas para que quedarme aquí me reconfortara de algún modo. Lo miré de soslayo, sus manos más bien, y tuve que tensar la mandíbula al sentir las lágrimas arderme en los ojos. Ni siquiera me apetecía salir al pasillo, la simple idea de volver a topar con Shinomiya amenazaba con acabar lo que había pretendido desencadenar, pero ¿qué opciones me quedaban?

    Giré el cuerpo en dirección a la puerta y salí de allí, sin saber muy bien en qué dirección disparar. Estaba lleno de gente en todos lados y la simple idea era jodidamente agobiante.

    no pasa nada por lo del spoiler, es la gracia de los rolcitos

    aunque no sé cuál era la idea, but definitely that wasnt the best strategy (???
     
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  10.  
    Zireael

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    Fue en el límite del respeto donde me atasqué sin darme cuenta, fue una cosa extraña y densa, pero tal vez se asoció a la sensación de repetición. Eran los baños, Shinomiya y el ruido blanco, era el vacío de información que llenaba con escenarios hipotéticos. La vez anterior me había dicho que Shinomiya era el diablo, para resumir, pero cuando le pregunté si le hizo algo a él lo que soltó fue lo que hizo con los demás y yo no seguí escarbando.

    ¿No seguí porque me dio miedo a mí o porque temí romperlo a él?

    Quizás fueron ambas.

    La pregunta me alcanzó unos segundos más tarde, con el humo, pero la respuesta no la encontré hasta que entendí que la forma en que había entrado y mantenido distancia respondía a que no había visto nada de lo que lo había hecho quedarse aquí de esta manera, si no seguro entraba como una tromba y le revisaba hasta el último pelo de la cabeza solo para saber que estaba intacto, y que temí que forzarme demasiado acabara por espantarlo, quizás el error más grande residiera en eso justamente. Tenía que dejar de tratarlo como si fuese de porcelana, tenía que meter las manos en la sangre de una vez.

    El punto fue que lo que hice en consecuencia no correspondió conmigo, la distancia fue demasiado grande, demasiado marcada y fría. En la tierra se abrió una herida que nos separó, fue una genuina brecha y la noté cuando dijo que daba igual y sorbió por la nariz. Estaba prácticamente al borde de soltar a llorar y yo pretendía que la distancia respetuosa fuese una opción, es que tenía que estar imbécil de verdad.

    No.

    Así no íbamos a hacer esto.

    El borrón de su silueta al costado de mi visión presionó el gatillo y me arrojé en la trinchera que yo mismo había creado antes de pensarlo, pero lo que sonó como hastío en su voz, las lágrimas atascadas en su garganta y la silueta de Shinomiya se volvieron todas una misma cosa, un monstruo inmenso que amenazó con tragárselo si cruzaba el umbral. Era mi niño, era mi niño y no podía dejarlo irse así, pensando que no me preocupaba, no me interesaba y mucho menos dejarlo salir al pasillo donde el monstruo que vivía cagándolo hasta las patas estaba presente. Ese pensamiento acabó por volverse una idea paranoide y la duda de si Shinomiya había estado aquí antes me rayó el fondo del cerebro con violencia.

    ¿Lo había seguido hasta aquí para cagarlo de miedo? ¿Lo había tocado? ¿Qué demonios pasaba desde el tablón de la desgracia?

    Me despegué de mi lugar, colé el cuerpo entre él y la puerta, pesqué la manija y tiré del objeto, cerrándolo con movimientos lentos. En el gesto no hubo brusquedad por eso mismo, aunque sí desesperación, lo que se pareció un poco más a mí que la distancia que había marcado.

    —Está afuera —dije con tal de explicarme aunque me quise tropezar con las palabras, en esa frase que parecía diminuta se coló una intención más grande y lo miré como si afuera lo esperara una bestia que reclamaba su sangre, si lo dejaba salir era como sacrificarlo en un volcán. Le había dicho que podía decidir lo que quisiera, pero el wording era una mierda cuando lo que había querido decir era que yo no iba a irme de su lado—. El cabrón de Shinomiya.

    El corazón me quiso partir las costillas, me dolió en el pecho de una manera que no creí haber sentido antes y supo a una emoción diferente, nacía del miedo también como tantas otras, pero fue lo bastante diferente para que me cuestionara su naturaleza. Me dio miedo tocarlo de inmediato, que me rechazara por la distancia que la herida en la tierra había causado y joderlo todavía más, pero no daba igual.

    Jamás en la vida podría dar igual.

    Me quedé atravesado en la puerta, sujetándola con una mano casi a mi espalda, suavicé las facciones y la mano que me había quedado libre se estiró en su dirección, hacia su rostro, pidiendo permiso antes de hacer nada. Podía hacerme a un lado e irse, no pretendía secuestrarlo tampoco, pero no iba a dejar todo así de jodido sin más. No podía dejarlo ir en este estado.

    —No da igual —advertí en voz baja, no fue una reprimenda, si acaso fue un apunte e insistí como no pude la otra vez. Lo hice porque en el pecho se me anudó el miedo y el amor, inmenso, que sentía por este chico—. Jamás va a dar igual si tiene que ver contigo, ¿puedes oírme, Ko? Quédate un momento, por favor. No salgas así.

    >>No quiero dejarte ir así ni dejarte aquí solo. Te ofrecí mi compañía antes y te la ofrezco otra vez.


    *inserte sticker de dios iluminame o eliminame*
     
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    Gigi Blanche

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    No estaba muy seguro lo que se desprendía de mis acciones ahora mismo, la estela de deseos o intenciones que regaran a su paso. Eran realmente escasas las veces que recordaba haberme sentido tan aturdido, me resultaban impropias y, de la misma forma, no sabía controlarlas. No tenía idea cómo hacerlo. Quizá fuera ese el motivo por el cual me aislaba, buscaba un rincón silencioso donde esconderme y pretendía esperar a que la tormenta pasara. En la tensión, el ruido y el aturdimiento me desconocía.

    Pero ¿realmente quería estar solo?

    ¿Alguna vez había alejado a alguien con mi propia voz?

    La silueta de Cayden apareció frente a mí justo antes de que alcanzara la puerta. Me detuve por inercia, oí la cerradura y lo miré a los ojos, en busca, quizá, de una respuesta que tuviera sentido. Dijo que estaba afuera, nombró explícitamente a Shinomiya y sentí que las facciones se me contrajeron. Sentí la vulnerabilidad tomando control de mi cuerpo y parpadeé, desviando la vista a la puerta detrás suyo.

    Me quedé suspendido en ese espacio muerto hasta que noté, de soslayo, que su mano navegaba la distancia entre nosotros. No moví un músculo, no me tensé ni busqué retroceder, su piel conectó con la mía y sentí el apretón de Kakeru en mi hombro. De una forma extraña, inconexa, el recuerdo se volvió más claro y pude recordar. Me había preguntado si estaba bien. Volví a parpadear, pasé saliva y, al inhalar por la nariz, el aire me tembló ligeramente dentro del pecho. Quizá fuera pretencioso, egoísta o caprichoso de mi parte, pero al pestañear otra vez lo hice con mayor lentitud e incliné ligeramente el rostro hacia su mano.

    ¿No me conocía lo suficiente ya?

    Dijo que no daba igual y lo seguí escuchando quieto, en silencio, como si parpadear fuera la única señal remanente de que permanecía conectado al mundo. Había dejado la vista perdida en un punto inespecífico entre nosotros y me pidió que me quedara. Había aparecido justo ahora y había dicho que afuera estaba Shinomiya. No fui capaz de contemplar un escenario donde Cayden no hubiera visto o sabido de lo ocurrido, no con las pistas que tenía a mano y mi aturdimiento general.

    —Estoy cansado —murmuré con un hilo de voz, verbalizarlo me rasgó el pecho y cerré los ojos con fuerza, rompiendo el cristal de lágrimas por fin—. Pensé que era lo mejor, que callarme iba a protegerme, que le evitaría problemas a todos, pero ya no sé qué es peor.

    Sorbí por la nariz y clavé la vista en el suelo. ¿Era lo correcto? No lo sabía. No sabía nada.

    —No puedo quitarme el miedo de encima, no puedo dejar de sentir que igual puede volver a hacerlo cuando le dé la gana. ¿De qué me estoy protegiendo, entonces?

    La pregunta me rayó el cerebro y, quizá por primera vez, sentí con claridad la ansiedad que me generaba. Pasé aire de forma bastante irregular, un sollozo me rasgó la garganta e insistí, con mayor apremio que antes.

    —¿De qué me estoy protegiendo? ¿De qué me sirve guardarle el puto secreto? Me sigue usando y se sigue divirtiendo y puede volver a hacerlo en cualquier momento. Puede volver a cagarme a palos cuando le dé la gana.


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    Zireael

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    Habían recovecos de mí mismo que eran despreciables, creía que todos los teníamos, y quizás mi cagada inicial provenía de uno de ellos. Ahora mismo no sabía si había sido egoísmo o miedo a secas, era importante pero no en el momento inmediato. Ahora todo lo que sabía era que no podía dejarlo irse de esta manera, no podía porque no quería y él no me había dejado. Kohaku no me había abandonado y yo no quería abandonarlo a él nunca más.

    ¿Me alejaría?

    Sabía la respuesta.

    La sabía porque lo conocía como debía conocerme a mí mismo, por eso debía haber notado mi error inicial, pero tenía la cabeza espesa con figuras oscuras, ideas inconexas y nudos. Sin embargo, cuando su silueta se volvió un tachón en mi vista periférica y el corazón me quiso fracturar las costillas enderecé todo de golpe, giré las piezas invertidas y fue un milagro que no me lanzara sobre la puerta como un desquiciado.

    Pero mencioné al demonio.

    Y sus facciones me respondieron todo.

    Aflojé el agarre de la puerta ya cerrada, cedí con una lentitud exagerada y observé como la vulnerabilidad le ganaba una pulseada para la que ni siquiera tenía fuerzas realmente. Mi mano conectó con su rostro, acuné su mejilla con suavidad, le acaricié la piel con el pulgar y cuando admitió estar cansado el cristal en sus ojos cedió, cedió y todo lo que Ko era quiso despedazarse ante mis ojos. No era más que un niño delgado y asustado, aterrado ante una imagen que era demasiado terrible como para enfrentarla sin perder la razón.

    Alcancé su rostro con la otra mano también, le barrí las lágrimas con cuidado, pero jamás se me ocurrió decirle que no tenía que llorar y lo escuché. Lo escuché porque aunque me había dicho por mensaje que estaba bien, no lo estaba, no había forma de que lo estuviera y quizás debí buscarlo desde el primer momento, porque el monstruo rondaba, necio, y lo acosaba como una maldición. Escuché y escuché hasta que el cuadro se completó, hasta que las imágenes hipotéticas desaparecieron para dar paso a una verdad y entonces toqué la sangre. Una sangre que no estaba allí en ese momento y era mucho más importante que la de cualquier otro.

    Apestaba a hierro, antiséptico y furia ciega.

    Había ocurrido fuera de mi vista.

    ¿De qué se protegía? Era una buena pregunta, claro, pero a mí me parecía normal querer protegerse de la preocupación ajena, de conectar con su propia pesadilla, de tener que escupir el miedo letal que sentía y puede que solo se protegiera de sí mismo. El silencio que se erguía como un domo sobre uno mismo existía para proteger o aislar lo que estaba dentro, no lo que existía fuera de nosotros. Nunca había sido el caso.

    Una parte de mí, como la vez anterior, deseó ir a pretender dejarle ir una hostia en toda la cara a Shinomiya. Deseé abrir la puerta, correr, pillar todo el impulso que mi cuerpo me permitiera e írmele encima sin pensar en represalias de la clase que fueran, académicas, personales, del mismísimo mundo de sombras. Puede que solo alcanzara a acertar el primer golpe por puro caos antes de quebrarme yo mismo, que no supliera más que al capricho de un cobro sin sentido a ojos del mundo, ¿pero qué importaba eso cuando había cagado a Kohaku a palos? Cuando los escenarios posibles se habían condensado en una realidad digna de una pesadilla.

    Lo había mancillado, ¿y su pecado cuál había sido? ¿Qué lo hacía objetivo de una mierda así? Era un niño flaco como un palo, que no llegaba al metro con setenta y cinco, y una parte de mí, cada vez que se doblaba, no podía evitar sentir que era incluso más pequeño de lo que debía ser realmente. Solo quería protegerlo, que pudiera sentirse seguro, ¿pero era posible en estas condiciones? Cuando Shinomiya lo seguía, cuando podía solo reventarlo a palos.

    Frente a mí, en mi puta cara, en la cara de Arata.

    A pesar de la furia que podía sentir y estaba justificada, la que tenía atorada en el centro del pecho como un tornado de fuego, Ko estaba frente a mí y jamás lo dejaría solo. El sollozo que le rasgó la garganta me partió el corazón y si alguien me lo preguntaba quise solo echarme a llorar con él como cuando me contó de Chiasa, pero no lo hice. Él me había sujetado y yo haría lo mismo, lo haría siempre.

    Despegué las manos de su rostro con lentitud, encontré sus hombros, seguí por sus brazos y lo atraje hacia mí igual de despacio para rodearlo. Lo sujeté con firmeza, tomé aire y le dediqué una caricia amplia en la espalda que repetí a un ritmo que se tornó automático de inmediato. Solo pausé las caricias para hundir los dedos en su cabello con mimo algunas veces, el gesto también me sirvió para instarlo a acomodarse en mí.

    Quería ocultarlo del mundo, alejarlo del monstruo que le respiraba encima.

    —¿Y por qué deberías protegerte tú solo para empezar? —pregunté en un murmuro sin que mi tono flaqueara hacia espacios de rencor, solo le hablé con suavidad y paciencia—. Claro que es agotador.

    Mis ojos se clavaron en algún punto de los baños, en el suelo, los cubículos y los lavamanos. Mi vista estaba clavada en el espacio, pero el cuerpo de Ko estaba en mis brazos y una parte de mí no sabía qué hacer con la confirmación que ahora poseía más allá de que no debía hacer otra cosa que permanecer aquí, pero cuando no quedara más que salir, ¿qué pasaría?

    ¿Qué pasaría?

    —Mi niño —susurré acariciándolo y lo estreché con algo más de fuerza, como si algo tan simple como ese abrazo sostuviera sus partes rotas y su terror—. No puedo borrarte el miedo del cuerpo ni decirte si hay formas correctas de hacer las cosas, pero no dejaré que te pase nada. Haré todo lo que esté en mi poder para que no te pase nada, como si tengo que convertirme en tu sombra, pegarme como garrapata o ponerte GPS.

    Reinicié las caricias en su espalda al ritmo que las había empezado, tomé aire despacio y me mantuve allí. Donde se suponía que estuviera porque nada podía ser más importante que esto.

    —No batalles con el miedo tú solo ni le guardes el secreto. Te lastimó. —Decirlo me conectó incluso con más violencia con la verdad y mis brazos se aferraron a él con mayor firmeza, pero no cambié la manera en que le hablaba—. Te lastimó y es imperdonable.


    nunca estuve preparada para el diálogo donde dijera en voz alta que lo había reventado a palos
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    Gigi Blanche

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    Sus manos habían acobijado mi rostro, fue cálido y sentí cómo sus pulgares se encargaban de barrer cada lágrima que caía. Se deslizaron a mis hombros, luego a mis brazos y cedí a sus intenciones, sin voluntad ni deseo de resistirme. Colé los brazos por debajo de los suyos y me aferré a su espalda, arrastrando las manos hasta abarcar lo más posible. Olía a él, a Cay, y me forcé a respirar a consciencia para no empeorar el desastre. Apoyé la frente cerca de su cuello.

    No aprendía nunca.

    Me quedé allí, atento a sus caricias, su voz, mientras me esforzaba por mantener a raya mi propia tormenta. El momento en que hundió los dedos en mi cabello sentí que los músculos se me debilitaron un poco más y le cargué parte de mi peso encima. No sabía si era prudente o responsable de mi parte decirle la verdad a él, de toda la gente, pero en el momento no pude más que vomitarlo. Era Cayden, ¿no? Temía que espiralara y se encerrara en un círculo de rencor similar al de su padre, similar a tantos otros. Lo temía y, aún así, no había logrado detenerme a tiempo. ¿Me volvía más egoísta? ¿Por el mismo motivo había lastimado a Emily? ¿Le hacía mal a Haru?

    Ya basta.

    Las opciones de seguimiento y rastreo fueron un poco anticlimáticas y me arrancaron una risa nasal; floja, sin energía, pero risa en fin. Sentí mi pecho hincharse y vaciarse en un suspiro, sentí su cuerpo contra el mío y parpadeé allí, dentro de aquel pequeño espacio oscuro que emanaba calor. Quise responder algo, aunque fuese una broma tonta, pero seguía sin encontrar las palabras correctas para nada.

    Te lastimó.

    Me había lastimado.

    Te lastimó y es imperdonable.

    Las lágrimas volvieron a correr y me presioné contra él con fuerza, intentando controlar los ligeros temblores de mi cuerpo. Los recuerdos no mermaban, permanecían tan crudos, tan vívidos, que se negaban a atarse al pasado.

    —Fue... una advertencia —murmuré poco después, cuando pude calmarme un poco, y hablé desde mi pequeño escondite—. Vendí hierba donde no debía, yo no... no sabía, lo hice sin querer. Fue estúpido de mi parte.

    Y cruel de la suya.

    —Ni siquiera era Shibuya, ¿cómo habría imaginado...?

    La idea se evaporó en el aire, me sentí demasiado cansado y la deseché. Me vacié los pulmones por la nariz, sorbí también, y me separé algunos centímetros de él. Fue lento, casi tentativo, mis brazos se deslizaron hasta que mis manos permanecieron apoyadas vagamente a los costados de su cintura y lo miré. Lo miré a los ojos y reuní toda la convicción que pude encontrar en ese momento. No tenía forma de vislumbrar los hilos, finos, trémulos y lejanos, casi invisibles, que nos entretejían a todos. Mi paliza, su ojo morado, el móvil de Anna, las ausencias inexplicables de Haru, y tantos, tantos otros eventos aparentemente aislados.

    —Cay, por favor. No hagas nada por esto, no tiene sentido.


    Era una red.

    Y en su corazón se regodeaba una sola persona.
     
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    Zireael

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    No hubo resistencia en su cuerpo cuando lo atraje hacia mí, sus brazos se colaron bajo los míos y se aferró, sus manos se arrastraron, abarcaron allí donde alcanzaron y su frente acabó cerca de mi cuello. Fueron las caricias en el cabello las que aflojaron su cuerpo un poco más en mi dirección, recibí el peso que me dejó ir y respiré lento, inhalé para oxigenarme el cerebro aunque sentía el pecho inquieto. El rencor se estaba anudando en lugares distantes, invisibles al ojo del mundo, porque ahora no era el momento de sentir eso.

    Ahora no era lo que debía sentir.

    Este niño estaba cuestionándose si decirme la verdad era prudente o responsable, pero yo ni siquiera podía encajar el escenario en una categoría. Hasta entonces había actuado dando tumbos sin saber qué coño había pasado, qué le había hecho a él directamente y solo imaginando posibilidades que mi propia mente censuraba en un intento por mantenerme cuerdo, pero fallaba todas las veces. Había demasiadas emociones dentro de la imagen borrosa ya de por sí como para que pudiera actuar con normalidad.

    Si había visto un nombre en una puta lista y sentí que se acababa el mundo, si me había quedado ayer en el pasillo mirando el tablón como si eso fuese a resetear los nombres, a borrar el suyo y poner el mío en su lugar. Como si pudiera rebobinar el mundo con la mente y anular lo que sea que hubiese pasado a costa de cualquier cosa.

    ¿Dónde estaban los límites?

    Mis opciones fueron un poco extrañas, pero una risa sin gracia se le escapó por la nariz y giré como pude el rostro para dejarle un beso en la cabeza, ni siquiera lo pensé, lo hice y ya. Lo sentí respirar, se llenó el pecho, lo vació y no esperé que me contestara nada, de por sí no lo había dicho con intenciones de bromear de forma consciente. No poseía muchas alternativas y a falta de algo sólido solté lo primero que se me ocurrió.

    Se presionó contra mí, lo abracé con más fuerza porque su cuerpo se estremecía, porque era todo lo que podía hacer por él. La golpiza la tenía presente como si hubiera ocurrido hoy, era demasiado evidente y la furia se me revolvió dentro del cuerpo con algo más de violencia, como si exigiera que la arrojara sobre algo, pero solo seguí sujetando a Ko. Le dejé otro beso en la cabeza, lo escuché y respiré entre su pelito de nube, olía a él y por alguna razón notarlo me provocó unas repentinas ganas de llorar que, por fortuna, pude controlar con rapidez.

    —Si vuelves a decir que fue estúpido de tu parte o cualquier cosa parecida cuando ni siquiera tenías por qué haberlo imaginado, tú y yo vamos a tener problemas —dije sin un rastro de molestia real cuando el resto de la idea se le evaporó—. Fue innecesario, excesivo y cruel. No hay más.

    Percibí sus intenciones de separarse y sentí que tuve que aflojar los brazos de forma consciente, como si tuviera el cuerpo engarrotado en la idea de no soltarlo, pero pude dejarle algo de libertad de movimiento. Sus manos siguieron conectadas a mi cuerpo de todas formas y las mías al suyo, suspendidas en sus brazos; me miró, encontró mis ojos y en su resina fría, irritada por el llanto, solo encontré todos los motivos que justificaban que quisiera cagarme en los muertos del otro hijo de puta.

    En su llanto, el temblor de su cuerpo y sus dudas sobre sí mismo estaban todas las razones, como una lista de la compra, que le daban razón a un rencor que no se parecía en nada al resentimiento que había sentido hacia Arata en el último mes. Era significativamente más oscuro, cruel e insensato, era un rencor mucho más visceral, más crudo y salvaje. Quizás fuese demasiado grande para alguien de mi contextura, ¿pero importaba?

    Cay, por favor. No hagas nada por esto, no tiene sentido.

    Su pedido me detuvo, había usado la convicción que pudo encontrar en su destrozo para, a su manera, detener mi torbellino antes de que siquiera pudiera darle poder real. Este pobre niño asustado me estaba pidiendo que no cometiera una locura porque sabía que era un maldito imprudente si me ponían tensión encima y también sabía lo importante que era él para mí.

    Pero él lo pidió y no pude hacer otra cosa que ceder.

    —No tendría sentido preocuparte de esa manera, Ko —resolví con simpleza, despegando las manos de su cuerpo un momento para desenrollarme una de las mangas de la camisa y limpiarle el rostro con cuidado usando el dobladillo—. Me quedaré quieto, no pienses en eso ahora y perdóname por cómo me comporté al entrar. Perdóname de verdad.

    >>Estoy aquí para ti. Puedes contarme lo que te haya pasado, lo que te pase o lo que te dé miedo, no voy a volverme loco porque me importas más tú que cualquier otra cosa. Todo lo que quiero es saber que puedo cuidarte. Incluso si es solo estando contigo en el mismo espacio o si solo puedo limpiarte la carita.

    No tenía manera de saber que todos estábamos conectados por la misma red. Que todos éramos parte de una misma planilla desgraciada, los medios que habían suplido a un fin.
     
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    Gigi Blanche

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    Innecesario, excesivo y cruel. La verdad, llevaba todo este tiempo intentando fabricarle un sentido a la pesadilla. Quizá fuera el intento necio de mi cerebro para protegerme, para apartarme del torbellino de emociones y brindarme consuelo dentro del mundo de datos y raciocinio que entendía mejor; o quizá fuera, también, el dichoso sexto sentido susurrándome al oído. Puede que, debajo de lo evidente, corriera una distorsión lo suficientemente fuerte para captar mi atención incluso en medio del caos. Con todo, por mucho que lo pensara no arribaba a ninguna conclusión decente. No había conocido a Shinomiya en persona hasta ese momento y las historias que habían llegado a mí de boca de Rei y Anna eran funestas. El tipo se había vuelto contra las serpientes y los había traicionado con tal de ganarse el favor de los lobos, los había vendido y la tormenta estuvo a medio pelo de arrasar con la vida de Kakeru. No era consciente de los datos incongruentes.

    Pero existían.

    Estaban ahí.

    Innecesario, excesivo y cruel. Cayden tenía razón, y quizás al mismo tiempo no la tuviera. Fuera mi resistencia para no enloquecer o para no traicionar mi eterna forma de vivir, había fingido excesiva demencia hasta ahora. No quería catalogar la experiencia, me negaba a enlazarla a palabras tan terribles. Si reconocía su naturaleza, si echaba un vistazo a lo que había provocado dentro, ¿podría salir? ¿No encontraría un monstruo hambriento que me tragaría de un bocado? El cuerpo, sin embargo, ponía los límites.

    Y aquí había uno.

    Atendió a mi pedido, uno surgido del miedo y la resignación, y utilizó los puños de su camisa para secarme el rostro. Lo dejé hacer, si acaso cerré el ojo al cual la tela se acercara demasiado, y lo oí pedir perdón. Volví a mirarlo, entonces, le permití cerrar su idea, aunque en el proceso mi cerebro ya se hubiera reiniciado. Mi reacción había sido extraña e impropia, nacida del aturdimiento, ¿y la suya? Quizás hubiera sido eso lo que me lastimó o me asustó aún más, que no se comportara como había predicho que lo haría.

    —No te preocupes —murmuré, despegándome de su cintura, y utilicé las manos para acunar su rostro; no me moví de sus ojos—. Pero ¿por qué te comportaste así?


    En mi tono no había reproche, por supuesto, sólo seriedad y un dejo de preocupación.
     
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    Zireael

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    Pensado con frialdad, no tenía puto sentido que lo hubiera cagado a palos fuera de Shibuya por vender hierba, no tenía ni pies ni cabeza. Habían tantas cosas que no parecían tener sentido que tal vez uno, necio, se empeñara en solo decantarse por una solución más sencilla aunque la mierda nunca dejara de ser persecutoria. ¿No seguía aquí, temblando como una hoja? Pasara lo que pasara había resultado en un acto de crueldad inmenso.

    Todos los que habíamos quedado en medio poseíamos marcas que daban fe de ello, algunas de ellas más grandes que otras. Había un camino errático de violencia, de sangre y muerte que no parecía conectar entre sí por ninguna razón, pero existía. Existía y quizás lo que deberíamos preguntarnos era cuántos traidores había en el mundo, cuántos favores se pagaban con los golpes a otros cuyo producto de desecho eran los monstruos dentro de nuestros cuerpos que amenazaban con comernos vivos si reconocíamos su existencia.

    ¿Cómo podía ser el miedo de Kohaku un simple efecto colateral?

    ¿Un objeto de diversión?

    Me dijo que no me preocupara, pero claro que lo haría y a pesar de ello cuando sentí sus manos en mi rostro moví la cabeza, me afirmé contra ellas y parpadeé despacio, porque no tenía remedio. Su pregunta me hizo volver sobre mis propias acciones, encontré la sensación de repetición y la imagen de Shinomiya en el pasillo, también la necedad de los apestados de turno en acercarse a tocar las pelotas y el montón de mierdas que había hablado con Arata. Encontré diferentes formas de miedo y agotamiento propio, pero solo una de ellas le dio nitidez a esa distancia tan extraña e impropia de mí hacia él.

    —Venía atrofiado de antes, no estoy muy seguro, entonces salí, vi al hijo de puta en pleno pasillo y me angustié de nuevo, como cuando vi los nombres en el tablón.

    Tomé un montón de aire, estiré las manos hacia él y me puse a distraerme con su uniforme. Hice el tonto en el cuello de la camisa, le acomodé partes que ni estaban arrugadas y pasé saliva, porque la forma en que me había comportado había hecho que casi se fuera a la mierda. No podía con la idea de asustarlo o hacerle daño, pero era lo que había acabado haciendo y el dolor que sentí en el pecho al darme cuenta tarde no creía haberlo sentido antes.

    —La otra vez cuando te pregunté si te había hecho algo no me respondiste directamente y solo soltaste la sarta de cosas horribles que le había hecho a otros, me dijiste por mensajes que estabas bien, que no se lo creía nadie para empezar, y supongo se me colapsaron las ideas. Me da miedo que si te presiono para que me hables de algo que de por sí te altera acabe por espantarte o lastimarte, puse demasiada distancia en todas direcciones, ni siquiera tuvo sentido porque no es lo que yo hago. —Tampoco hubo reproche cuando dije esas cosas, si acaso confusión y fue más hacia mí mismo que hacia él—. No es lo que yo hago. No te hago esas cosas, porque eres tú.

    Volví a tomar aire con algo de fuerza, quise seguir pidiéndole perdón como un imbécil pero traté de controlar un poco la ansiedad, me separé despacio de sus manos y lo abracé de nuevo pasando los brazos bajo los suyos para envolver su espalda. La pregunta, aunque rozaba la obviedad, me seguía dando vueltas en la cabeza y ya era suficiente de solo imaginarse las cosas. Así que abrí la boca y busqué confirmar la sospecha que me había alcanzado en medio del desorden de pensamientos.

    —¿Estuvo aquí? ¿Por eso estabas así? Solo respóndeme sí o no si quieres, pero no dejes la cosa en blanco, por favor.
     
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    Lo escuché con atención, obviando las pequeñas distracciones que él fabricara para canalizarse a sí mismo; era lo que solía hacer. Creía conocerlo como la palma de mi mano y aún así cuando me escribió, cuando me envió esos mensajes, pretendí seguir fingiendo. Lo hice a sabiendas de que él no se lo tragaría. ¿Podía culparlo de sentirse rechazado? ¿Podía culpar a cualquiera de dudar antes de acercarse a mí? No negaba a las personas directamente, pero ¿y los silencios? ¿La distancia autoimpuesta? ¿La eterna negación?

    Absorbí sus razones y permanecí en silencio, poniendo mis propias ideas en orden. Fue en ese espacio donde Cayden volvió a consumir la distancia. Rodeé su cuerpo con ambos brazos, recosté el costado de mi cabeza contra la suya y cerré los ojos, enfocándome en respirar. Su voz se alzó sobre el silencio, preguntando si Shinomiya había estado aquí. Murmuré un sonido afirmativo al instante. Ya no tenía sentido ocultarle nada, podría pedirme la historia completa y se la daría. Qué más daba.

    —Me abordó dos veces con la excusa del proyecto —expliqué, en voz baja, acariciando su espalda con los pulgares—. Sólo hizo eso, hablar del proyecto, pero es obvio que disfruta la situación. Por las razones que sean, da igual. Lo disfruta.

    Lo abracé con un poco más de firmeza y me vacié los pulmones.

    —Puedes presionarme —murmuré, y arrugué el ceño al oírme a mí mismo—. Quiero decir, puedes intervenir. Preguntar, meter el hocico, hacer lo que creas correcto. Nunca te aparté, ¿verdad? Nunca lo pretendí, al menos. A veces me alejo, a veces necesito mi espacio y puede parecer que el resto del mundo me da igual, pero no es así. Aunque me aleje, aunque me encierre, si vienes a mí... no te apartaré, Cay Cay. Jamás lo haría.

    Había reanudado las caricias en su espalda, absorbí su aroma y me mantuve en silencio un rato. La pregunta que hice fue suave, delicada, apenas un susurro perdido sobre el murmullo que provenía del pasillo.

    —¿Por qué atrofiado? ¿Sigue siendo lo de tu papá?
     
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    Zireael

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    llevo desde enero con esta canción en la cabeza so i cannot be stopped any longer
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    No había manera de que culpara a Kohaku por algo que yo mismo había hecho tantas veces que había perdido la cuenta, sosteníamos esa clase de farsas con tal de mantenernos cuerdos, pero al final el peso que añadían nos aplastaba tarde o temprano. Sin embargo, ¿mi lista de motivos realmente se condensaba en una lejana sensación de rechazo, de desvío? No lo creía, pero tampoco estaba seguro de nada en realidad. Mi reacción anormal hablaba del temor a un rechazo real, pero eso solo volvía el cuadro más egoísta. No era así como funcionábamos, la distancia nunca nos había servido de nada.

    Sentí que me rodeó con los brazos, su cabeza se recostó a la mía y también cerré los ojos con tal de respirar, solté la pregunta e hizo un sonido afirmativo sin siquiera pensarlo. El pecho se me estrujó en una mezcla de furia e impotencia, pero acababa de decirle que no haría estupideces, así que solo lo estreché con más fuerza y me concentré en la silueta de su cuerpo, en sus caricias en mi espalda, mientras lo escuchaba decirme que lo había abordado dos veces, que solo había hablado del proyecto, pero se divertía con el asunto, que lo disfrutaba.

    Iba por ahí aterrorizándolo.

    Fuera de mi vista.

    El pensamiento fue terriblemente intrusivo, agresivo todavía, pero oírlo decir que podía presionarlo me resultó tan extraño como tranquilizador. El uso de palabras fue raro, él mismo se corrigió, cambió presionar por intervenir y sin darme cuenta comencé a acariciarle la espalda con mimo, despacio. También sus costados y de vuelta al principio, de vez en cuando afirmé el contacto cerca de sus omóplatos. Una parte de mí solo quería fundirse con él, que el mundo se redujera a este abrazo y la semana finalizara allí. Era caprichoso de mi parte, ¿pero importaba? ¿Importaba siquiera cuando estaba diciéndome estas cosas? Si siempre era sincero al final.

    —Nunca —respondí casi en una exhalación a su apunte de que nunca me había apartado y giré alrededor de la misma noción unos segundos—. Jamás lo harías. Debí buscarte antes.

    Perdóname.

    Tomé bastante aire por la nariz, me llené los pulmones y giré como pude el rostro para volver a meter la cara entre su cabello o donde alcanzara en realidad. Respiré, le dejé otro beso liviano y guardé silencio, solo seguí acariciándolo, respirando y ordenando ideas en ese espacio. Estaba por preguntarle cuándo había pasado toda la mierda, incluso si temía la respuesta, cuando su voz me regresó al mundo y ahora yo hice un sonido para contestarle que no era eso.

    —Hay más gente manchada en esta academia, de... Vaya, las mafias y esas mierdas. Es agotador, no sé, como que no me dejan olvidarme de que yo soy yo. En vez de hacerse los locos se empeñan en querer llenar el álbum de cromitos o lo que sea, no tenía tiempo para eso, no quería hablar con los apestados ni tener que comportarme o que me soltaran que tengo mal genio por más verdad que sea. Solo quería usar la cabeza en las cosas importantes, solo eso quería —respondí en un tono que se emparejó al suyo, entreabriendo los ojos—. Distraen un montón, yo qué sé.

    Lo dije sin modificar el volumen aunque hablé algo más rápido, dando la sensación de que vomité la información, y luego me callé otra vez. Respiré de nuevo, volví a cerrar los ojos y pensé que al pobre niño medio lo tenía sujeto sin posibilidad de movimiento. Aflojé un poco el agarre, pero lo cierto fue que no lo solté y llamé a su nombre en un murmullo. La pregunta que hice, aunque no fue específica, no podía referirse a otra cosa más que al incidente cero.

    —Ko, ¿cuándo fue?
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Cayden se aseguró de ratificar mis palabras, pero sus intenciones tropezaron otra vez hacia el espectro de los escenarios hipotéticos y yo meneé la cabeza, suponiendo que notaría el movimiento. Atorarse allí era inútil e insensato, y por encima de eso era doloroso. La línea que trazaba la diferencia entre el auto sabotaje y la auto compasión era fina, incluso difusa de a tramos, y sólo sabía algo: ninguna de las dos manías servía de nada.

    —Ya está, no te preocupes —insistí en voz baja, y subí un brazo para darle un par de toquecitos sobre el pelo—. Sal de ahí, Cay. Ya está.

    Me contó lo que estaba pasando, sobre la presencia de personas indeseadas que, al parecer, lo abordaban constantemente. No comprendía el significado o el motivo de la insistencia más allá de... ¿tocar pelotas, suponía? Respiré con calma y aproveché la mano que había permanecido cerca de su cabello para acariciarlo allí. La escuela era un terreno neutral y complejo, nos salvaguardaba de peligros inmediatos e izaba una suerte de bandera blanca, pero tampoco nos permitía reaccionar. Los diablos encontraban los vacíos legales y seguían perforando de la forma que pudieran. Rondaban, pinchaban, insistían y a uno sólo le quedaba cultivar la paciencia.

    Permanecí en silencio el tiempo suficiente para que siguiera hablando, incluso si sólo había pretendido ordenar mis ideas para darle una respuesta decente. Me preguntó cuándo había sido y arrugué el ceño.

    —Invierno, mediados de enero. En el Villa Tokio de Roppongi. ¿Recuerdas... recuerdas que te dije que había drogado a Anna? Fue esa noche. Estaba conmigo y la quisieron sacar de juego para llegar a mí.

    Decidí callarme, de por sí había brindado más información de la que había pedido y no quería exceder sus límites. Me desinflé los pulmones y deslicé las manos por su espalda para, otra vez, retroceder levemente. Quería verlo a los ojos, sentía que era importante.

    —"Yo soy yo" —retomé sus palabras, las que más ruido me habían hecho, y lo miré con una leve nota de insistencia—. ¿A qué te refieres con eso, Cay? ¿Qué poder crees que tienen todos esos desconocidos?
     
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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

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    El tropezón en mis ideas fue demasiado evidente, sentí que Ko movió la cabeza y luego lo escuché sacarme de la espiral, me dio unos toquecitos sobre el pelo en lo que supuse que fue un regaño marca Ko-chan y comprimí un poco los gestos aunque no me estaba mirando, enfurruñado de repente. No fue molestia real ni por asomo y pronto relajé las facciones de nuevas cuentas, desapareciendo el mohín. Era una estupidez, pero al menos le quedaba energía en el cuerpo para corregirme.

    Al contarle el asunto este de los incontables apestados me di cuenta que en sí el cuadro era raro, incluso los acercamientos parecían no responder a nada más que tocar los cojones, y eso no lo volvía mejor. En el espacio neutral las figuras de sombras existían, no atacaban en todas las de la ley, pero sí que jodían y jodían. Trazaban límites invisibles, pisaban terrenos falseados y uno se comía una mierda. ¿Qué éramos todos aquellos que salíamos de una costilla maldita? Solo los hijos de nuestros padres.

    Y si me lo preguntaban ahora mismo, seguía siendo mejor que comerse una paliza.

    Sentí sus caricias en el cabello, de allí que conservara la calma incluso si escupía las cosas a cierta velocidad, y ni siquiera esperé una respuesta en sí. No porque creyera que no iba a dármela, simplemente no la necesitaba, ya solo haberlo dicho con palabras diferentes a las que había usado con Arata me significó una suerte de liberación y me di por servido. Aunque de paso recordé al otro idiota diciéndome que hablara con Ko cuando no me sirviera el cerebro.

    Me respondió la pregunta, asentí cuando me preguntó si me acordaba de lo que me había contado de Anna aunque escuchar el mes fue como recibir una patada en el estómago y el refresh de que la chica había estado colada en toda la mierda tampoco ayudó mucho. Ya era malo entonces, ahora me sentía un poco más conectado a la niña como para que me molestara incluso más así que el cuadro solo se volvió más oscuro como si no lo fuera ya de por sí. Hasta entonces había conservado algo de estabilidad, pero luego del dato más específico cuando tomé aire se me entrecortó en los pulmones y lo disimulé lo mejor que pude. Seguía agradeciendo que me contestara, que el espacio en blanco no existiera, pero no era de piedra y él era mi niño.

    Retrocedió para mirarme, recibí sus ojos y lo escuché repetir mi idea, una que era un poco extraña o demasiado abstracta al oírla desde fuera. Percibí algo de insistencia en su mirada, preguntó dos cosas y por alguna razón sonreí ligeramente, no lo pude evitar. Mis manos siguieron brindándole caricias livianas, distraídas.

    —Cuando me miras y hablas conmigo solo existo en tu cabeza como Cay, sin movidas raras, no demasiado raras, tú entiendes. Cuando esta gente me mira y me habla solo existo como Dunn, es como tener la peste metida en la nariz todo el día. No es un gran drama o el fin del mundo, diría que solo se vuelve desgastante. —Lo dejé así porque tampoco tenía sentido complejizar el asunto. Me limité a mirarlo, me quedé prendado a sus ojos y despegué una mano de su cuerpo para pasarla por su cabello—. Gracias por contármelo, por confiar en mí.
     
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