Baño de chicas (Tercera planta)

Tema en 'Tercera planta' iniciado por Yugen, 3 Diciembre 2020.

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    Zireael

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    Podría echarle las culpas al chute de medicamentos de Minami de los primeros días por haberme nublado la visión, empañado los hilos y dejarme más o menos inútil, podía también achacarlo a la sorpresa de Anna en el invernadero, a los besos en medio pasillo y que nos tomáramos de la mano cuándo y nos saliera del culo. Podía asociar lo mucho que me había tardado en darme cuenta del montón de hilos negros que tenían Shiori y Anna encima a muchas cosas, pero en ese momento no tenía caso de ninguna clase echarme a morir por eso.

    La cosa fue que cuando Anna, la copia del inglés, Sugawara y el príncipe francés aparecieron en el pasillo me quedé estaqueado en el marco de la puerta, observando, sintiendo el montón de hilos correr a una velocidad vertiginosa. Las respuestas del moreno me dieron ganas de soltarle una hostia que le jodiera la mandíbula como al cabrón de Taito y lo mismo cuando el principito también se sumó a la fiesta, es decir, era obvio que era un puto cabrón desde la vez que lo vi en el pasillo hace días, pero se estaba coronando.

    Como buen lobo, qué decir.

    Para terminar de hacerla vi a Kurosawa bajar de la azotea también y logré unir puntos, recordando que Arata también había subido. Me importaba un carajo pero era evidente que Shiori, el príncipe y Anna estaban arriba desde antes y me pregunté qué cojones andaba haciendo Anna que involucrara a estos dos pedazos de mierda. Quise desechar la idea jodida de que tuviese algo que ver con la mierda de Taito, pero es que Anna era un desastre con patas y si no era eso, entonces tenía que ver con lo que había pasado el sábado, una cosa no era mejor que la otra.

    De hecho cualquiera de las dos era una putísima desgracia.

    Se zambulló en los baños con su incendio siguiéndola, luego el resto de ruido, el sollozo, grito, ni idea de qué cojones y me despegué del marco de la puerta por fin. Podría haberme cagado hasta en los muertos del castaño, el otro estúpido e incluso de Kasun por estar metido allí de la nada, pero de nuevo no eran mi asunto. No todavía por lo menos. Tampoco me interesó que el lobito me viese ir detrás de ella.

    Entré a los baños, me pareció que había estado pateando el cubículo y luego me llegó el sonido apenas perceptible del inhalador. La jodida se iba a morir como siguiera así y pensé que me importaba una puta mierda si lo que andaba haciendo tenía que ver con lo del sábado, si tenía que ver con lo de Taito. Me daba igual el motivo, pero tenía que parar el puto carro de una vez.

    Cerré la puerta tras de mí, como si me habían grabado las cámaras de afuera metiéndome al baño de chicas me dio igual, y caminé en un silencio sepulcral hasta el cubículo donde se había encerrado. Me acuclillé delante de la puerta, me dolió obviamente, pero lo dejé correr y pegué la frente en la superficie. Tomé aire despacio, lo liberé de la misma manera y alcé apenas la voz.

    —Aquí estoy —dije con una entereza que ni idea de dónde salió—. No tienes que abrirme si no quieres, pero estoy aquí y no me voy a mover.


    hermana es que sOY UNA PESADA PERO NO PUEDO DEJAR A ANNA ASÍ Y MI HIJO TAMPOCO

    toy llorando bye
     
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    Gigi Blanche

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    No sé con qué neurona noté el sonido de la puerta cerrándose cuando el mundo alrededor seguía espiralando, cuando todo olía a carne chamuscada y si no me entraban unas náuseas estúpidas era sólo porque primero necesitaba volver a pasar aire por los pulmones. El caso fue que lo noté y las imágenes se siguieron superponiendo. La figura de Kohaku a las puertas del cubículo, el abrazo que le di, el monstruo en la esquina del baño. Hubo otras imágenes también, algunas que no logré definir. Destellaron con semejante velocidad que más tarde se me asemejaron a delirios de fiebre, pero estaban manchadas de negro y me imprimieron sensaciones crudas sobre el cuerpo.

    Sudor.

    Luces de neón.

    Una voz suave.

    Parpadeé, quitándome el inhalador de la boca, y cerré los ojos al inspirar profundamente. La voz de Altan me alcanzó desde el otro lado de la puerta, se coló entre las hendijas y arrugué el gesto, las lágrimas corrieron y ya. Sabía que era él, ¿verdad? Lo sabía y no pude renegar, no pude echarlo a patadas como habría hecho antes. Ya no podía porque me estaba valiendo de su soporte, de su calidez y de eso no había vuelta atrás.

    Aquí estoy.

    Porque lo quería.

    No tienes que abrirme si no quieres, pero estoy aquí y no me voy a mover.

    Y lo necesitaba.


    Se me coló un sollozo al inhalar y entreabrí los ojos, el color del techo se empañó al otro lado del cristal de lágrimas. Pestañeé, tragué saliva y recordé la canción que el idiota me había cantado ayer, justo antes de dormirnos. Ya se le había hecho una tradición o algo, ¿no?

    I still look at you with eyes that want you. When you move, you make my oceans move too. —Mi voz era apenas un murmullo de nada. Me relamí y respiré con pesadez, el silencio del baño se agolpó en mis oídos—. If I hear my name, I will run your way.

    Dejé correr unos segundos de silencio, enfocándome en respirar, hasta que logré más o menos estabilizar la mierda. Cerré los ojos, el resto de mi cuerpo seguía malditamente inerte.

    —No puedo dejarlo estar, no puedo quedarme quieta. —Se me coló un dolor de mierda en la voz y arrugué el ceño, removiéndome apenas—. No puedo quedarme de brazos cruzados esperando a la próxima vez, aunque todo lo que haga sea inútil. Porque me sigo manchando de sangre, porque sigo aterrada de que a la puta parca le de por dejar de jugar conmigo y finalmente se lleve a alguien. Y esto me lo recuerda siempre.

    Apreté el inhalador entre mis dedos y meneé la cabeza, toda la frustración se me fue en la voz.

    —Este aparato de mierda me recuerda siempre que la gente se muere, que nunca es mi sangre y que no importa lo que haga, el ciclo siempre, siempre, siempre se repite.
     
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    Zireael

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    El mundo llevaba manchado de rojo desde ayer que Anna nos soltó lo de Ishikawa, luego se habían seguido sumando cosas y conforme el cuerpo me regresó a su centro, lejos de los analgésicos y la mierda, de repente me di cuenta que toda la gente a mi alrededor había empezado a derrumbarse como castillos de arena. Ishikawa enfermo cuando se hacía un año de la muerte de su hermana, Dunn que había pasado de rojo a azul profundo y apestaba a miedo, luego Anna con el lobo y Kurosawa, con el incendio amenazando con reducir el mundo a cenizas.

    Todos y cada uno caía y caían.

    Y las palabras de Minami siguieron llegándome a la cabeza al decirme que podía cuidarlos. No era así, el mundo era una mierda sin sentido, era gris, negro y blanco, con chispazos horribles de rojo y azul muerto. No había forma de que pudiese sostenerlos a todos, no me daban los brazos, no me daba la vida y no sabía qué hacer más que seguirlo intentando.

    Me mantuve allí con la frente pegada en la pared y pensé en Arata diciéndome que no fuese a la escuela, que no preocupara a la gente, en Emily repitiendo básicamente lo mismo. Pensé que quizás había sido la pieza de dominó que tiró las demás y que si hubiera sabido quedarme quieto, solo tal vez, muchas coas no se habrían precipitado así. Era egoísta que te cagas, porque no podía ignorar que le había salvado el culo a otra persona, ¿pero qué pasaba con la gente que me rodeaba? Me había impedido llegar a tiempo a ellos para detenerlos de desatar sus incendios o darles una dirección.

    Cuando sollozó al pasar aire comprimí los gestos porque me dolió horrores, de nuevo, ver o escuchar a Anna llorar era una cosa horrible, era como el llanto de Jez. Solo quería levantarme, romperlo todo y cargarme a todos los que tuvieran la culpa o solo buscar a quién culpar. Su voz me llegó baja, apenas como un murmuro y suspiré lentamente al reconocer la canción de ayer.

    If I hear my name, I will run your way.

    Ni siquiera tenía que llamarme, no tenía que abrir la boca, bastaba la mínima señal para que yo rompiera las paredes si hacía falta y apareciera a su lado, así fuese con una puerta en medio. Me negaba a dejarla sola, porque sentía que ya había tenido bastante de esa soledad, del mundo vacío y del resto de mierdas. Quería que Anna tuviese una vida decente, que era lo mínimo que merecía, pero joder solo tenía diecisiete años. Ni la llave maestra me daba tal poder, menos si ella era tan volátil.

    No puedo dejarlo estar, no puedo quedarme quieta.

    Porque me sigo manchando de sangre.

    Las manos manchadas de sangre de Yuzuki me parpadearon en la mente, era mi sangre, no era suya y parecía descompuesta de dolor por ello. Las imágenes, las palabras y todo se amalgamó, y quizás en otras condiciones me habría echado a llorar, pero no allí, no con Anna soltándome todo eso y necesitándome. Tomé aire, lo liberé y seguí prestándole atención.

    —Cielo, ¿y qué va a pasar si eres tú la que cae? —pregunté en voz baja, despacio—. ¿Qué pasa con eso?

    Era hipócrita que te cagas teniendo en cuenta que yo era el mismo tipo de imbécil que ella, pero era una de las cosas que había llegado a pensar luego del desastre, luego de que Sugino hubiese estado a un pelo de aplastarme la cabeza. Si la palmaba, ¿a quiénes iba a poder ayudar y cuidar realmente? A nadie, así de sencillo, y mi sangre quedaría sobre la gente que quería.

    —La gente que conozco no ha hecho más que perder y perder —murmuré, inhalé y sentí el principio de una migraña—. Y no quiero que tú llegues al punto de perder también, pero tampoco quiero perderte a ti en esa búsqueda.

    Parpadeé un par de veces y de haber sabido que Shiori, hace apenas unos minutos, había pensado que al enterarme de lo que andaba haciendo Anna me iba a desmoronar le hubiese dado toda la puta razón del mundo. Las lágrimas me ardieron tras los ojos, me tomé un momento para juntar mi mierda y hasta después seguí hablando.

    —Necesito que pares un momento, que llores, que grites, que te cagues en el mundo, que sueltes todo y luego, solo luego, pienses qué quieres hacer y cómo hacerlo. Pero no puedes hacerlo así porque vas a acabar contigo antes de darte cuenta y de lograr nada. —Cerré los ojos y apoyé las manos en la superficie de la puerta—. Los ciclos se rompen, pero solo si hacemos las cosas diferentes a la primera vez. Tú me estás enseñando eso.


    tiré una lista para saber qué sadness respondía primero? yes i did

    dios me duele la vida
     
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    Nunca aprendía, ¿no? Eso por seguro. De alguna forma lograba convencerme de que sí, que tomaba mis errores y los utilizaba para mejorar. Me las había arreglado para enfocarme en lo importante, dejar en paz a los demás, acompañar a Kakeru, dejarle su espacio a Kohaku. Intenté ser comprensiva, paciente, amable. Intenté mantener prendido el farol a todas horas, sólo eso, pero las manos me temblaron, el bidón de aceite se derramó por todo el suelo y me quedé atorada en medio. ¿Y lo peor de todo? Quizá debiera agradecerle al puto payaso, quizá tuviera que reconocer que esto fue lo mejor. Porque ¿hasta dónde habría seguido, seguido y seguido? ¿Cuánto me habría alejado de mi propio farol, con tal de saciar al menos una porción del rencor que sentía? Al menos una cosa la tenía más que clara.

    Nada de eso había sido por Altan.

    Era por mí.

    Era la necesidad palpitante de quitarme todo este odio de encima, de escupirle el veneno a alguien más para no pudrirme. Era la misma mierda que me había impulsado hacia los espacios silentes, las siluetas acromáticas y el deseo de ver a Kakeru muerto. Fuese rojo o fuese en blanco y negro, era tal la desesperación por quitarme todo este fuego de adentro que, otra vez, me estaba mandando una cagada atrás de otra. Y no pude verlo hasta que la bomba me estalló en la cara.

    Cielo, ¿y qué va a pasar si eres tú la que cae?

    ¿Qué se supone que ocurra?

    ¿Qué pasa con eso?

    ¿Qué más da?

    Meneé la cabeza una y otra vez, en silencio, como una estúpida. La única explicación posible era que honesta y francamente me importaba una mierda lo que ocurriera conmigo. Como si me buscara los castigos a pulso, como si ya hubiese asumido que no era más que un arma. Una fogata y si no, una bomba. Sin puntos intermedios. No tenía idea dónde me dejaba eso, no lo pensaba en absoluto. Probablemente me fuera a la mierda si asumía la posibilidad de que mi vida había perdido todo sentido el minuto que puse un pie en Japón.

    Abrí un poco más los ojos al decirme que la gente que conocía sólo había perdido y perdido, porque no sabía a quiénes se refería pero, mierda, sentía que los conocía. Quizá no a todos, pero recordé esta mierda de ser amable siempre, porque uno nunca sabe las batallas que están librando los demás. Pensé en Jez, en Kurosawa, y me pregunté cuánto no sabía realmente.

    Pero tampoco quiero perderte a ti en esa búsqueda.

    Y quizá fuera esa la respuesta a por qué lo destruía todo sin ensuciarme en el proceso. Quizá corrieran mejor suerte los que iban con los ojos vendados, puesto que no temían y nunca trastabillaban. Por eso nunca me caía, nunca me detenía, mientras el mundo a mi alrededor, las personas que amaba, se desmoronaban y comían los golpes.

    Como si los usara de escudos.

    Como si los usara y punto.

    Pero no puedes hacerlo así porque vas a acabar contigo.

    Ya lo sé.

    Quizá sea eso lo que estoy buscando, vete a saber.

    Los ciclos se rompen, pero solo si hacemos las cosas diferentes a la primera vez.

    Tú me estás enseñando eso.

    Parpadeé, apretando los labios para no ir a soltar otro sollozo. Parpadeé y un montón de lágrimas se perdieron en silencio, aclarándome la vista. Al final iría a castigarme por cualquier cantidad de cosas, intentaría destrozar el mundo entero y bailar sobre sus cenizas, pero una sola palabra, una sola palabra de este idiota lograba ponerle freno rotundo a mi desastre. No tenía idea cuándo le había entregado semejante cantidad de poder, pero lo tenía y, joder, sólo me quedaba esperar que lo usara bien.

    Que mantuviera mi fogata.

    Y no me convirtiera en arma.

    Tú me estás enseñando eso.

    Sus palabras siguieron rebotando en mi cerebro cuando me deslicé, alcancé el suelo con las rodillas y busqué el pestillo de la puerta. La abrí lentamente, por si estaba apoyado o lo que fuera, y acuné su rostro entre mis manos. Le acomodé el cabello detrás de las orejas, al menos el que pude, me di cuenta que nunca lo había visto así y la risa que brotó de mi pecho me aflojó otro par de lágrimas.

    —¿Has pensado en plancharte el cabello, Al? Parecerías modelo europeo.

    Mis pulgares se ciñeron con sus pómulos, acariciándolos una y otra vez. Era una cagada, pero si hubiese sabido de las palabras de Minami le habría dado toda la maldita razón del mundo. Estaba allí, arrodillada, estaba arrodillada frente a él y ya no tuve forma de disimularlo o negarlo. Cerré los ojos y dejé caer la frente en su hombro, respirando profundamente. Me había vencido por completo.

    You got power.

    You got power.

    You got power over me.

    —Tú ganas —susurré, bajando los brazos al espacio entre nosotros para apoyarme apenas sobre la punta de los dedos—. Hasta aquí llegaré, te lo prometo.

    Inhalé lento, me llené los pulmones de aire y erguí el cuello, buscando sus ojos con toda la seriedad de la que fui capaz alguna vez. No lo planeé como tal, pero una cuota de súplica se coló en mi semblante.

    —Pero ¿me dejas explicarte? Intentarlo, al menos.
     
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    Zireael

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    El rencor hacía mierdas peligrosas en las personas, lo sabía yo y todo Dios, pero aún así era algo tan difícil de controlar y sosegar. El rencor salía de un dolor que éramos incapaces de manejar, de heridas a medio cicatrizar y quizás hasta del miedo visceral. No que yo me moviese por miedo en general, pero tampoco había que rebuscarlo mucho para imaginarlo. El miedo era una emoción poderosa, capaz de paralizar o de mover, de ahogar como el agua o arrasar como el fuego y a veces ambas a la vez.

    Pensé si era esto, este destrozo, el mismo que había vivido Anna cuando los lobos le cayeron encima y que nadie había podido aparecerse para decirle que parara el puto carro. Era una desgracia pero muchos de nosotros no éramos capaces de detenernos hasta que alguien nos los decía, hasta que veíamos en los ojos de alguien más el miedo genuino o la más absoluta preocupación, como si ese fuese nuestro único freno.

    La gente como Anna y como yo, que nos veíamos como armas, teníamos esa clase de problema.

    No quería que Anna fuese el mismo tipo de infeliz que era yo, no quería se moviera por odio, por ira pura ni que se llevara a todos en banda. Si había algo que nunca desearía para las personas era que se parecieran a mí en lo más mínimo, porque era un desgraciado, un maldito pedazo de mierda al que se le volaba la cabeza y cuando te dabas cuenta solo funcionaba como una máquina. Movía piezas, jugaba partidas y aplastaba a todos con la presión del fondo de mi océano.

    Esperé, esperé y esperé, sin saber que estaba haciendo más o menos lo mismo que Dunn abajo en el patio norte. Esperar como un idiota por las personas que más quería, esperar así me salieran raíces, así mi océano se estancara y las algas crecieran hasta impedir que cualquier rastro de luz cruzara la superficie del agua. Esperaría años si hacía falta, sin siquiera pensar que tenía una costilla lesionada.

    Me pareció una eternidad pero me llegó a los oídos el sonido de la ropa al deslizarse cuando uno se mueve, detallé sombras y despegué apenas la cabeza en cuanto escuché el pestillo. Sus manos me alcanzaron el rostro, relajé los gestos que ni me di cuenta había comprimido en algún punto y la dejé hacer como siempre. Su comentario no vino a cuento de nada, la risa hasta le sacó otro par de lágrimas, pero me arrancó una sonrisa algo apagada y negué suavemente con la cabeza.

    Cerró los ojos, dejó caer la frente en mi hombro y su respiración me lo dijo antes de que hablara, que había cedido, que había ganado. Solté el aire contenido con cierta fuerza antes de que sus brazos se deslizaran al espacio entre nosotros y no fui capaz de encontrar una palabra para el alivio que sentí de repente.

    Hasta aquí llegaré, te lo prometo.
    Encontró mis ojos, noté la cuota de súplica en su semblante y aunque no había pensado negarme ni de coña a su explicación, ahora muchísimo menos. Asentí despacio, parpadeé un par de veces porque la migraña me estaba ganando la batalla y tomé aire.

    —Ya lo sabes —murmuré—, siempre voy a escucharte.
     
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    No tenía idea en qué momento me había convertido en esto, en esta bestia rencorosa, o si la semilla siempre había existido y sólo necesitó suelo fértil para germinar. No tenía idea y quería saberlo, de verdad, sentía que allí estaba la clave para saber qué mierda esperar de mí misma. Si existía o no la posibilidad, en el futuro, de desligarme por completo de todo este veneno.

    Puede que la respuesta fuera clara como el agua.

    Sólo que yo no quería aceptarla.

    La sonrisa apagada que vi en el rostro de Al me arrojó una punzada de dolor al centro del pecho, se revolvió con la culpa y muchas cosas más. Pensé que podría haberlo arruinado todo, que podría haber apartado a Altan de mi lado si no me detenía a tiempo. Podría haberlo destrozado todo, todo lo que tenía, lo bueno y lo malo, si no me quitaba la maldita venda de los ojos. Salvando diferencias, el rencor era el mismo y la negación también. Quizá no hubiera cantos de sirenas involucrados pero me había movido en silencio, había estado a medio pelo de cometer los mismos errores, de negarle a Al una porción importante de mí y tragar y tragar hasta explotar.

    Y, Dios, la onda expansiva los habría pulverizado a todos.

    Apenas aceptó escucharme me cayó encima un agobio espantoso. Lo sentí en el centro del pecho, en la garganta, quise retroceder sobre mis intenciones y seguir huyendo, incluso si eso implicaba dejarlo allí, en el baño de chicas, adonde se había metido sólo para buscarme. Le debía tantas cosas a ese idiota y, joder, como mínimo tendría que tragarme el agobio, ¿verdad? Valía la pena.

    Él valía la pena.

    Le sonreí con un poquito más de ganas y anclé los brazos bajo sus axilas, buscando ayudarlo a levantarse. Lo hice lento, aunque igual de haberlo pretendido rápido tampoco habría podido, si era un puto armario. Me tragué el esfuerzo hasta que estuvo de pie y busqué su mano a tientas, arrastrándolo dentro del cubículo.

    —Mejor vamos a esconderte, que si te ven aquí estaremos en problemas. Siéntate, Al, no te esfuerces.

    Utilicé el peso de mi espalda para cerrar la puerta, fue suave y mantuve los brazos entrelazados allí detrás, de pie. Me balanceé sobre mis talones como una cría nerviosa hasta que solté el aire de golpe y, no lo sé, simplemente empecé.

    —No sé bien ni qué pretendo explicarte, yo... Ni siquiera sé cuándo se me fue todo a la mierda. Cuando llegué a Japón, supongo. Me hicieron el vacío, en resumidas cuentas. Era extranjera, era rara, muy efusiva y hablaba fuerte, todavía no manejaba del todo bien el idioma. Lo intenté un tiempo, pero no hubo manera y me quedé sola. —Tomé aire y clavé la mirada en mis zapatos, removiéndolos entre sí un poco—. Me quedé sola y nunca en mi puta vida lo había estado, pero no me dejaron opción. Papá nunca estaba en casa, mamá se la pasaba trabajando y no sé, no se me cayó una idea. Acabé aceptándolo y ya.

    Despegué un brazo de la puerta para rascarme las raíces del cabello y en seguida lo regresé a su lugar.

    —Y en esa estaba cuando los chicos me encontraron. Me había acostumbrado a pasar el tiempo después de clases en una cancha vieja de baloncesto, hundida en los suburbios de Shinjuku. La usaba para bailar, pegarme al móvil, lo que fuera, hasta que un día aparecieron los chicos y me dijeron que me fuera, que esa cancha era suya. Total que era una cabeza dura, ya sabes, así que seguí yendo y, no sé, cuando quise acordar nos llevábamos bien. —Apreté los labios antes de seguir, los recuerdos amalgamándose encima de mis zapatos—. Ahí los conocí. Rei, Subaru, Kou... y Kakeru. Nos hicimos amigos, ellos eran más grandes pero íbamos a la misma escuela así que también me les pegué ahí. Empezamos a hacer cada vez más cosas juntos, conocí el club, a más chicos, e incluso cuando empecé a sospechar que andaban metidos en cosas raras no vi por dónde apartarme. Eran los primeros amigos que hacía en mucho, mucho tiempo y, Dios, no quería perderlos. Me aterraba volver a estar sola, aunque quizás habría sido lo mejor, vete a saber.

    Respiré con pesadez y acabé deslizándome por la puerta hasta sentarme en el suelo. Crucé las piernas y me distraje con el dobladillo de mi falda.

    —El caso fue que me quedé, decidí quedarme, y lo acepté todo. Acepté las personas extrañas, los momentos de tensión, acepté no saber de ellos por dos, tres días y que aparecieran en la escuela llenos de moretones. Acepté la sangre en las manos de Kakeru porque... porque estaba en deuda. Porque me había elegido por encima de cualquier otra chica, porque me había recogido de esa cancha de baloncesto como un cachorrito abandonado y sentía que se lo debía todo. Absolutamente todo.

    Solté una risa floja y me pasé el puño de la camisa por el rostro, secándome alguna que otra lágrima.

    —Patético, lo sé. Yo también lo sabía y saberlo me empezó a hacer mal, muy mal. —Le eché el peso de mi cabeza a la puerta y clavé la vista en el techo—. Recuerdo estar en la cama, noche tras noche, y no poder más que mirar, mirar y mirar el techo. Mientras Kakeru dormía a mi lado, mientras mamá dormía abajo, todos dormían y yo estaba ahí, en silencio, preguntándome qué carajo estaba haciendo. Pero luego salía el sol y nada, el ciclo se repetía.

    Meneé suavemente la cabeza y por primera vez deslicé la mirada a Al.

    —Era una cosa tristísima, ¿sabes? De casualidad comía, apenas hablaba, me movía con la corriente y ya. Todo era gris y, Dios, hice todo mal. No rechacé nada de Kakeru pero tampoco lo acepté, no pude. No me preocupé cuando debí, no lo ayudé cuando claramente me lo pidió, porque en el fondo estaba malditamente furiosa y le eché la culpa de todo. —No sabía si decirlo, la verdad, pero llegados a este punto mandé todo a la mierda y la voz se me quebró—. Lo quise muerto, Al. Lo quise muerto y casi se murió entre mis brazos.

    Tomé aire profundamente, buscando compostura para mantener el hilo, así los ojos se me hubieran cristalizado.

    —Veinte de octubre. El veinte de octubre del año pasado Kakeru intentó suicidarse. Yo fui quien lo encontró, llamé a la ambulancia y en la sala de espera del hospital tuve mi primer ataque de asma. Después de ese día todo se fue a la mierda. Kou ya nos había traicionado, el club se disolvió y se descubrió que usaban la escuela como centro de operaciones. Los directivos se lavaron las manos, obvio, y los expulsaron a todos. Yo me salvé de los pelos, vete a saber por qué, pero para el caso volví a quedarme sola. —Una cuota de rencor se me coló en la voz—. Y ya no era sólo el bicho de circo, sino también la perra de Kakeru, la tía que se juntaba con los que golpeaban y extorsionaban gente. Qué sé yo, era un montón de cosas.

    Suspiré, estirando los brazos, y dejé caer las manos en mi regazo. De repente me di cuenta que había hablado un montón y deslicé la mirada hacia Al, algo avergonzada.

    —Perdona, te solté un montón de mierdas que ni al caso. Si quieres paro.

    En realidad soy yo la que ya quiere cortar el speech porque piedad, no pensé que quedaría tan largo y aún faltan cosas (???

    Pedazo de confesión de pecados, Annita
     
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    Que me cortaran las manos si no me imaginaba que iba a ser la puta confesión de pecados de la historia, porque tampoco había que ser ningún genio (aunque para la gracia que le hablaran a mi archivo) para saber que lo poco que sabía de Anna era apenas la punta del iceberg. Porque había llegado aquí hecha un maldito bicho arisco, resentido con el mundo y ansioso de morder las manos que se le acercaran. Digamos que no había pensado que era una enana odiosa por nada, aunque con la cara de culo que yo me manejaba ni tenía derecho de haberla juzgado.

    Las piezas se habían acomodado, Jez había hecho su magia y Hodges también, así que parecía haber retrocedido y permitirse ser la chica con pólvora en el culo. Claro, pasaba que los diablos nunca dejaban de correr detrás de uno, nunca, y aunque parecían darnos tregua al final siempre volvían. Salían de la oscuridad, te mordían las pantorrillas y te tiraban al suelo para respirarte en la nuca.

    A veces los diablos eran emociones, otras eran gente, espacios físicos, recuerdos y en la mayoría de casos todas las anteriores. Eran el mundo gris, los cantos de sirena, el monstruo, el aislamiento voluntario y la cascada roja.

    De cualquier forma Anna me ayudó a levantarme, ya de pie me arrastró al cubículo y una vez dentro me desinflé los pulmones con cierto esfuerzo, haciéndole caso en lo de sentarme. Le eché el peso al inodoro, no me dejé caer con particular cuidado, pero fue para reducir los movimientos al mínimo. Tomé aire despacio, me quedé mirándola, esperando, siguiendo cada mínimo movimiento como un vigía.

    Las bombas cayeron una tras otra, sin pausa, sin darme tiempo a procesarlas y en algún punto creo que desconecté las neuronas a conciencia, arranqué los cables de cuajo porque me cayó encima una ira de mierda. La cascada roja me bañó la vista, opaca, y hasta ese momento me di cuenta que llevaba días más o menos sereno si ignorábamos la gracia de Taito. Llevaba días y días como si me hubiese desprendido de la puta violencia que me corría por las venas y en ese momento, con las palabras de Anna rebotándome en los oídos, me entraron una ganas jodidas de agarrarme a hostias con el primer desgraciado que se me cruzara en frente. Moler la carne, aplastar, romper, fracturar y lanzarme sobre todo con el rencor y la sed de sangre de los genuinos lobos, de los jodidos omega.

    Me hicieron el vacío.

    Me quedé sola.

    Y nunca en mi puta vida lo había estado.

    Tomé aire algo más rápido de lo que me hubiese gustado porque la costilla me tiró un relámpago de dolor al centro del cerebro, y me incliné lo suficiente para apoyar los antebrazos en el regazo. Entrelacé los dedos, apreté, me sonaron las articulaciones de la mano izquierda y no repetí lo mismo con la mano derecha solo porque tenía los nudillos en la mierda todavía.

    Kakeru.

    Me aterraba volver a estar sola, aunque quizás habría sido lo mejor, vete a saber.

    La vi deslizarse hasta sentarse en el suelo, desenredé los dedos solo para empezar con movimientos casi ansiosos. Apreté los puños, los aflojé, la seguí escuchando y me forcé a seguir zafando conexiones para mantener la cascada roja bajo control, porque era lo menos que podía hacer por Anna. Era innegable que me estaba llevando el diablo aún así. Archivé, archivé y archivé, como si estuviese guardando razones para encabronarme o quién sabe qué mierdas.

    Y lo acepté todo.

    Acepté la sangre en las manos de Kakeru porque... porque estaba en deuda.

    Todo era gris.

    Lo quise muerto, Al. Lo quise muerto y casi se murió entre mis brazos.

    Tragué grueso porque de repente sentía la boca pastosa, jodidamente seca y no sé, por más que estaba intentando contener la cascada de sangre no lo estaba logrando. Los límites me estaban fallando incluso luego de haber desconectado cables, porque no podía culparme por no haber estado con ella en el pasado ni nada, pero aún así me jodía. Me jodía que los demonios la siguieran persiguiendo, que estuviera allí sentada en el suelo del baño contándome la mierda y le pesara en los hombros y la vida entera.

    Veinte de octubre.

    Y dale, octubre tenía que ser un mes de mierda.

    Kakeru intentó suicidarse.

    La perra de Kakeru.

    Cualquiera lo habría querido muerto si el mundo era putamente gris, Anna, si lo que hacías era mirar el puto techo hasta que te salieran hongos. Cualquiera quiere muerto al origen de sus deudas, porque las deudas persiguen. ¿Qué no por eso la gente se desgracia la vida con deudas de bancos? Joder, si la palabra lo dice todo.

    No que quisiera ceñirme con un jodido que había estado por matarse por, bueno, estar deprimido que te cagas. Por obvias razones eso ni yo podía hacerlo, pero tampoco podía quitarle validez a lo que había sentido Anna ni de puta coña.

    Tomé aire otra vez, dejé las manos quietas por fin aunque tuve que hacerlo de forma consciente y si acaso pude conectar algunos cables cuando encontró mis ojos, apenas los suficientes para poder hacer algo por ella en vez de levantarme, salir del baño y cargarme cualquier cosa. Igual si lo hacía en esa condiciones, no solo iba a apartar a Anna de mí, sino que terminaría solo aumentando el daño físico que ya cargaba encima y ya había tenido la conversación con Anna de que en ese estado uno era inútil.

    Aún así el fuego que ella me había prestado, el que estaba descansando en el fondo del océano había ascendido a la superficie y entrado en contacto con la gasolina derramada que siempre había en mi agua. El océano embravecido arrastraba el fuego de un lado al otro, pero para mí desgracia no tenía nada que ahogar ni quemar al alcance.

    Parpadeé un par de veces, como tratando de reconectar neuronas, y de no ser porque ya estaba visto que me obligaba a dejar mis vicios más arraigados de pura destrucción por esta chica seguro le habría preguntado qué coño tenía que ver un desastre con el otro. Qué mierda tenía que ver que el otro desgraciado hubiese intentado matarse con el hecho de que ella hubiese estado en la azotea con el lobo fuera de contención y Kurosawa.

    Pero la paciencia era una virtud suponía.

    No que yo la tuviese como tal, pero tenía cerebro de estratega que venía a ser la misma cosa, y sabía que no tenía caso forzar movimientos porque todos, por ilógicos que parecieran, se hacían para alcanzar una meta. Ojalá me alcanzara la templanza impostada para saber cuál mierda era la meta de Anna con la explicación, eso sí.

    Me incliné un poco más hacia adelante, estiré la mano hacia ella y le dediqué una caricia en la mejilla antes de retroceder a mi lugar. Mantuve la mano extendida frente a ella y cuando abrí la boca hasta me sonó rara mi propia voz, porque a pesar de que me estaba llevando el demonio no se me filtró en el tono.

    —Dije que iba a escucharte, An, ¿no? Como si me tienes que contar la historia de tu vida y nos pasamos aquí dos días, no importa, te escucho. —Hablé pausado, pero podía decirse que hasta fui suave en comparación a lo que sentía realmente—. Pero no me gusta que estés ahí sentada en el suelo, tan lejos y soltándome semejantes cosas que te pesan como la mierda. Ven conmigo.


    joder sentí que nunca iba a terminar JAJAJA llevo aquí como desde las dos de la tarde, pERDÓN EL TOCHO but Al was talking to me

    su growth line is shaking y no en el buen sentido, nope nope *inhales* iM THE CYNICAL KID, IM THE RAGE, IM THE BIG LIE, IM THE GODDAMN SHAME OF THE GODDAMN PRIDE
     
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    Gigi Blanche

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    Había soltado la lengua como una descosida y, Dios, qué verguenza. Debía ser la primera vez que le soltaba a alguien tanta mierda junta, al menos por fuera de ese terapeuta al que había ido un tiempo y ¿de qué sirvió? ¿De qué serviría cualquier cosa cuando los monstruos siempre, siempre volvían? A veces de inmediato, sin darte tregua o espacio para respirar, pero a veces se rezagaban lo suficiente para alimentarte la falsa esperanza de haberse olvidado de ti. Y no sabía cuál era peor. No que importara mucho, realmente, cuando siempre acababa de bruces en el suelo, con los malditos hijos de puta respirándome en la nuca.

    Callarme me hizo consciente de todo lo que había dicho y el agobio regresó con fuerzas renovadas. Al no estaba externalizando mucho pero no hacía falta, no necesitaba que reaccionara pues ese preciso agobio nacía directamente de mí, de mis miedos y la idea constante de que no lo valía. De que lo estaba molestando y punto. La idea me atravesó la mente al topar con sus ojos, al notar que el negro lucía jodidamente opaco y, mierda, quise morderme la lengua y pasarla por mi garganta, atragantare, qué sé yo. Quería huir de ahí.

    Le estaba haciendo daño.

    Se suponía que lo cuidara y estaba haciéndole daño.

    Contuve por los pelos el impulso de retraerme al notar que acercaba la mano hacia mí, no porque le temiera, sino porque no me sentía digna. Porque de repente quería encerrarme en una cueva, esas que tanto les gustaban a los introvertidos, y congelarme allí por tiempo indefinido. Quería silencio, quería dejar de sentir y si eso arrastraba por rebote al blanco y el negro, pues mira. Lo aceptaría. Aceptaría bajar todos los malditos interruptores si eso me daba algo de paz, así implicara resignar todo lo demás.

    Por eso los había apagado en primer lugar, ¿no?

    Para dejar de sentirme como una mierda.

    El caso fue que me quedé quieta al recibir su caricia, aunque acabé rehuyendo de su mirada y, Dios, me maldije tanto, pero tanto por haber encontrado confort en su tacto. Quería deshacerme en disculpas, que se me fuera la vida en ello, pero sabía que era un jodido capricho y que ya había abierto la válvula. No podía retroceder.

    Ven conmigo.

    Tragué saliva, intentando disolver el agobio sin mucho éxito, y regresé la mirada a tientas. Dudé, dudé y dudé hasta que acepté su mano para incorporarme. Lo hice como una jodida cría asustada, lo dejé ir y reduje la distancia entre nosotros. Igual y no podía negarle absolutamente nada, qué sé yo. Me senté sobre su regazo, con una pierna a cada lado, y me llené los pulmones de aire. Su cuerpo estaba tibio, Dios, podría derretirme ahí mismo y le eché los brazos al cuello para darle un abrazo breve. Antes de retirarme presioné los labios en su cuello, cosa de nada, y mis manos empezaron a entretenerse entre su corbata y los botones de su camisa, mis ojos también.

    —El caso es que no puedo dejar de culparme, de sentirme responsable de la criatura. Él me había hablado de los cantos de sirena, había encontrado el frasco de pastillas en su bolso, y seguí ignorándolo. Seguí culpándolo por lo de la fiesta, lo seguí demonizando, y después de escupirlo en el hospital no regresé. No regresé, lo dejé a su puta bola aunque siempre pensé, Dios, siempre pensé que si le pasaba algo, que si volvía a intentarlo y lo conseguía... no sé, me moría con él. Y es que nunca lo traté bien, Al. Nunca tuve la menor duda de que ese imbécil me amaba y yo sólo fingí hacerlo, nunca... nunca pude quererlo. No como te quiero a ti.

    Ah, maravillosa confesión.

    Ya mejor que me tragara la tierra.

    —Eso lo sé ahora, pero no viene al caso —me apresuré por seguir hablando, y un poquito me tropecé con mis propias palabras—. A lo que voy es que seguí sin hacer las cosas bien, seguí equivocándome, incluso cuando pensé que podía mejorar. Más allá de los lobos, de Tomoya y toda la mierda, entré aquí y los conocí a todos ustedes, de veras sentí que estaba haciendo las cosas mejor... y el sábado... —Tomé aire con fuerza y lo solté de golpe—. El sábado casi los pierdo a los dos. Cuando me fui de la fiesta, ¿te acuerdas? Era Rei, pidiéndome que fuera a la casa de Kakeru. Que era urgente. Te juro que lo sentí, lo sentí en todo mi cuerpo y me cagué en todos mis putos muertos, porque había fallado en cuidarlo. Otra vez.

    Sorbí por la nariz y dejé caer las manos en el espacio entre nosotros, jugueteando entre mis dedos.

    —Y hablé con él, y pudimos decirnos un montón de cosas, lo acompañé a buscar ayuda y todo. Y estaba tan contenta, y te había preparado la sorpresa y... y resultó que esa misma noche, mientras recogía los pedazos sueltos de uno de mis niños, al otro lo estaban matando a golpes. —Sollocé, me fue inevitable porque en mi cabeza seguía reproduciendo putas imágenes inventadas, seguía viendo a Al en un callejón, tirado en el suelo, y la sangre brillaba y el aire le silbaba entre los labios—. Y me fui a la mierda, ¿qué quieres que te diga? Me fui a la puta mierda.

    Volví a sorber y deslicé las palmas suavemente por su torso, con cuidado de no hacerle doler. Recorrí sus costillas, su corazón, ascendí hasta sus hombros y dejé caer allí la frente, respirando con pesadez. Ahora que no podía verme me permití deformar mi semblante y un par de lágrimas corrieron.

    —Pensé entonces que nunca era mi sangre, que estaba cansada de todo, que sin importar cuánto lo intentara no podía romper el ciclo. Que no puedo cuidarlos a todos. —Una frustración de mierda se me coló en la voz y ni siquiera regulé el tono, su volumen o el genuino rencor que fluyó después—. Quise matarlos. A los hijos de puta que te lastimaron, te juro que quise matarlos. Y odio sentirme así, pero el veneno y el fuego sólo siguen creciendo y si no hago nada, si me lo trago todo, me termino ahogando.

    Porque soy una puta mierda.

    Un auténtico desastre.

    —Por eso me empecé a mandar cagadas. Averigüé quiénes habían sido los que te golpearon, sobre el puto lobo, y lo hice sin pararme a pensar en nada. —Tomé aire, consciente de que estaba por soltarle la peor parte, y me erguí para verlo a los ojos—. Por eso fui con Shinomiya. Me dio información y, a cambio, me pidió que le informara a Kurosawa que quería hablar con ella. Y lo hice porque por mis putos muertos iba a quedar en deuda con un lobo. Kurosawa aceptó, aunque rechazó que la acompañara, y como no me fiaba me quedé fuera de la azotea, vigilando al puto lobo. Entonces apareció un cabrón de la nada, me delató y estallé. Por el jodido tío metiéndose donde no lo llamaban, por haber vendido a Kurosawa y por la puta condescendencia con la que la cabrona me trató cuando sólo quería cuidarla.

    Todo lo último lo había soltado a tropel y me mordí la lengua cuando me di cuenta que esas mierdas ya no venían a cuento, cerrando la boca. Solté el aire por la nariz y volví a dejar caer las manos entre nosotros.

    —Supongo que eso sería todo.

    pobre Al, madre santa de dios *le cava una tumba*
     
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    Zireael

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    Ponía en duda el hecho de que Anna le hubiese soltado la bomba de esa forma a otra persona antes, lo dudaba muchísimo, porque así como era una intensa del culo apenas se le volaba la pinza, apenas los demonios le mordían las pantorrillas se convertía en una bestia aterrada y resentida. No conocía mucho más que el chocar de dientes, el fuego y el desastre, y así, quisiera o no, se llevaba sus secretos con ella, lo que le pesaba, lo que le dolía. En realidad todos nos cerrábamos sobre nosotros mismos al final del día, dudaba que nadie fuese fanático de soltar los trapos, pero era necesario.

    Era necesario porque si no nos ahogábamos en un lago negro.

    Claro que confesar pecados era una puta mierda, la gente no era de piedra y si sentía algo por lo que contabas era precisamente porque se estaban preocupando por ti. Shimizu lo tenía muy claro, quizás más claro que yo mismo por alguna razón que se me escapaba, y es que preocupar a la gente era una putísima mierda. Era una pesadilla a secas y al pensar en eso entendí a medias el agobio de Anna al estarme soltando semejante cantidad de información.

    Rehuyó mi mirada y pensé que esta jodida podía haber estado a un pelo de rehuir también mi tacto, ni idea de por qué, pero el pensamiento me cayó de la nada y solo me quedó agradecer que no lo hiciera, porque entonces sí me habría ido a la mierda. Me habría levantado, salido y preguntado hasta en los infiernos por el jodido Shinomiya, como si le interrumpía su numerito en los baños de hombres y todo me hubiese importado un carajo. Porque tenía la ira, me faltaban objetivos y era la solución fácil.

    Pero no lo hizo y pude respirar con algo más de calma.

    Dudó un huevo y medio, pero terminó por aceptar mi mano para levantarse, me recordó a una mocosa asustada. Terminó por sentarse en mi regazo y cuando sus brazos alcanzaron mi cuello reaccioné en automático, correspondiéndole el abrazo a pesar de que fue breve, porque me podrían estar llevando veinte diablos distintos, pero no creía ser capaz de no regresarle un abrazo a Anna.

    Se entretuvo con la corbata, los botones de la camisa y volvió a subirse a los rieles de lo que había empezado a contarme. Era claro que en la personalidad de Anna siempre había una cuestión de culpa muy marcada, ahora al menos tenía un punto de origen, una razón de ser y de repente pensé que esta chica podía soltarme que había matado a alguien y yo la seguiría escuchando como si nada.

    Estuve por contestarle algo, lo que fuese, pero cualquier palabra se me quedó atorada en la garganta cuando me lo soltó en la cara, sin venir a cuento ni una mierda.

    No como te quiero a ti.

    Eso lo sé ahora, pero no viene al caso.

    Parpadeé un par de veces, me había agarrado no sabría si decir en frío o en caliente, pero que no me lo esperaba eso no lo podía esconder. Alcancé su rostro con la mano otra vez, no tenía intenciones de hacerla mirarme, tampoco de interrumpirla, pero quería que notara que no había pasado de eso como un campeón. Le acaricié la mejilla con un tacto ridículo, como si fuese de porcelana y me diera horror despedazarla al tocarla con las mismas manos que habían roto una nariz y una mandíbula el fin de semana. Me dio miedo tocarla con esta ira encima, porque de repente parecía tan pequeñita, mucho más de lo usual, y sentí que yo era un maldito elefante caminando por una cristalería.

    Podía hacer trizas a mi niña si no tenía cuidado, porque ya estaba rota en un montón de lugares.

    El sábado casi los pierdo a los dos.

    Mira que el otro estúpido y yo nos habíamos venido a marcar un fatality sin saberlo, qué puta mierda.

    Separé la mano de su mejilla unos segundos después, la escuché sorber por la nariz y seguí prestándole atención aunque las desgracias no hacían más que apilarse para alcanzar una suerte de climax. Cerré los ojos al verme venir la bomba, como si quisiera prepararme para la bofetada y apreté lo párpados apenas lo soltó.

    Mientras recogía los pedazos sueltos de uno de mis niños, al otro lo estaban matando a golpes.

    Las imágenes se revolvieron, se superpusieron y parpadearon sobre el rojo, desde el momento en que vi al cerdo hostigando a la chica, desde el primer golpe, la voz de Arata, la de Sugino, mi risa rebotando en el callejón mientras la sangre me corría como un puto río y luego el techo de madera oscura de la casa de los Shimizu. Anna volvió a sorber por la nariz y solo pude aflojar la fuerza con la que tenía los ojos cerrados cuando sentí su tacto el torso, me recorrió con cuidado y cuando alcanzó los hombros dejó caer la frente.

    Tardé aproximadamente cero segundos en que los brazos me reaccionara otra vez, envolviéndola, dedicándole caricias amplias en la espalda y solo aflojé el agarre cuando noté sus intenciones de separarse y el resto, que fue lo que terminó de unir puntos, me cayó como una patada en la boca del estómago. Había vendido a Shiori por mi mierda, había acudido al desgraciado niño pijo buscando cobrarse mi sangre y pensé que de haber tenido los sentidos más alerta podría haberle dicho que parara el carro antes. Que ya los jodidos chacales a los que les correspondía eso habían hecho el trabajo, no precisamente de venganza, pero sí de enderezar las cosas. Incluso si no le bastaba, pero podría haberla detenido antes.

    Alcancé sus mejillas esta vez con ambas manos cuando dio la confesión de pecados por concluida, la hice acercarse para poder dejarle un beso en la frente, sobre el flequillo, y me quedé allí varios segundos solo respirando, tratando de poner las ideas y mi propia mierda en orden. Podía haberle soltado la sopa de Kurosawa, pero no venía ni a cuento, también podía haberme agarrado de muchas otras cosas que dijo, pero al final no lo hice.

    —No eres responsable de las cagadas que nos marcamos los demás, no tienes la culpa de nada y es cierto, es cierto que no podemos cuidarlos a todos. Es tan cierto que quisiera salir de aquí y solo destrozar el mundo, ¿pero qué ganaría realmente en este momento más que, no sé, alejarme de ti? —murmuré despegando apenas los labios de su frente—. Quizás nunca me haga a la idea de que simplemente los brazos no me dan para sacar a todos del campo de tiro, como posiblemente tú tampoco. Pero no eres culpable de nada y quizás no lo vayas a aceptar este año, ni el siguiente, ni dentro de cinco, pero algún día podrás. Porque puedes amar, Anna, puedes amarme a mí o a quién sea, pero eso no te hace nuestra casa de rehabilitación, no te corresponde. El mundo gris, nuestros demonios, los cantos de sirena o las cascadas de sangre... nada de eso es tu responsabilidad.

    Me llené los pulmones de aire a pesar de la punza de dolor y la abracé de nuevo, Dios, la abracé con fuerza en un intento de reunir sus fragmentos, de levantar los míos también y redireccionar el objetivo de mis movimientos.

    —Nada vale que debas acudir a lobos, cagarla y ponerte en riesgo de esta manera. Despedazar el mundo o a ti misma no va a desvanecer la culpa, tampoco va a regresarle la sangre derramada al cuerpo a nadie ni desaparecerá la que ya tienes encima, ya lo sabes, pero lo digo igual. —La presioné un poco más contra mi cuerpo—. Lo siento mucho, cariño, lo siento por todo. Por lo que has tenido que pasar, por lo que yo te he hecho pasar y por quién sabe qué más.
     
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    Gigi Blanche

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    De un momento al otro tuve este pensamiento que me rayó el cerebro con una intensidad estúpida. Fue a mitad de mi confesión eterna, flotó y permaneció más o menos en primer plano conforme el tiempo discurría. La idiotez que me había hecho querer meter la cabeza en la tierra lo hizo reaccionar, alcanzó mi mejilla así no lo mirara y la voluntad me flaqueó un breve instante. Las yemas de sus dedos prácticamente me hicieron cosquillas, algunos mechones del cabello que llevaba suelto se colaron también y antes de que se apartara me presioné contra ella con cuidado, casi con timidez, sin dejar de hablar. Fue, suponía, mi forma tácita de decirle que sí, que entendía. Que me había escuchado, lo sabía. Dios, lo sabía.

    No tenía sentido alguno disimular todo lo que lo quería.

    Y no me daba la neurona para ponerlo en palabras de cuán grande e importante era. Estaba ahí, para mí, siempre lo estaba y sólo quería quedarme a su lado, quería abrazarlo y quedarme quieta hasta que todo dejara de doler. Quería que me acariciara la espalda, oír su voz y sentir sus labios en mi frente. Quería verlo y verlo y verlo a los ojos, así supiera que eventualmente también debería aprender a enderezarme sin necesitar de su guía y soporte. Algún día tendría que ser mi propio pilar.

    Pero de momento podía apoyarme en él, ¿verdad?

    Se lo había prometido.

    Que le dejaría cuidarme.

    Sus brazos me rodearon sin dudarlo ni un maldito segundo las dos veces que busqué contacto y, Dios, quizá no me lo mereciera, quizás estuviera siendo egoísta a cagar, pero ya lo había pensado antes y debía insistir: me había vencido por completo. No me quedaban fuerzas ni motivación alguna para rechazarlo, era de hecho todo lo contrario. Lo ansiaba contra todo juicio, lo quería incluso si eso iba contra corriente, si activaba todas las voces de mierda en mi cabeza. Lo quería porque me daba otro tipo de paz, uno que no me requería de bajar los interruptores y silenciar el mundo.

    Podía enderezarme dentro de mi propio caos.

    Noté la fuerza con la cual cerró los ojos al soltarle la bomba, y el pensamiento intrusivo rebotó contra mis oídos con más fuerza que nunca. Luego acabé mi puta confesión, acunó mi rostro y me dejé hacer como ya venía siendo costumbre. Me acercó, su aliento rozó la piel de mi frente y me quedé quieta, absorbiendo todas y cada una de sus palabras. Respiré a consciencia, elevé las manos hasta posarlas sobre las suyas y seguí y seguí escuchando, grabándome su voz a fuego como si fuera un jodido mantra.

    Puedes amar, Anna.

    Eso no te hace nuestra casa de rehabilitación.

    Nada de eso es tu responsabilidad.

    Despedazar el mundo o a ti misma no va a desvanecer la culpa.

    Lo siento mucho, cariño.

    —No me has hecho pasar por nada —murmuré ligeramente apremiante, porque la mierda intrusiva se siguió colando debajo de mi piel, y busqué sus ojos—. Tú no has hecho nada mal, no lo pienses ni por un segundo. No te arrepientas nunca, por favor, de lo que hiciste. De haberte comido esos golpes, de haber ido al invernadero. De haberte concentrado en ti para recuperarte. Tú tampoco eres responsable de las cagadas de los demás y te lo agradezco, de hecho. Agradezco que hayas confiado en mí y hayas compartido lo que te pasó conmigo, no... no me gustaría que dejes de hacerlo por esto.

    Le di un apretón a sus manos, que para la gracia aún no había soltado, y se me coló una nota de suplica en la voz. Otra vez.

    —Por favor, Al. Sé que soy un desastre, que traigo más problemas que buenas noticias pero, por favor, no me dejes afuera.

    Tomé aire con fuerza y lo insté a mover las manos suavemente. Las junté entre sí, las bajé hasta su regazo y las sostuve con firmeza. No sabía si tenía mucha razón de ser pero decidí soltar y punto lo que llevaba martilleándome la cabeza un buen rato.

    —No quiero que nos sigamos dando cuerda como imbéciles. Por favor, dime cómo te sientes, cielo.

    Porque no podía obviar las posibilidades del desastre. No podía ignorar que Al era un tipo de intenso bastante parecido al mío y, Dios, no quería seguir dándole de comer al incendio. No quería que la rueda siguiera, y siguiera, y siguiera girando. Tenía que encontrar el maldito hilo y cortarlo, romper el ciclo. Hacer las cosas diferentes, justo como él había dicho.

    Por eso estaba ahí.

    Preguntando.
     
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    Zireael

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    Quizás no entendiera nunca qué coño había hecho por Anna para que me quisiera de la manera en que no había querido al otro diablo que casi se mata dos veces, además del tema de la deuda quería decir, o quizás lo entendí de golpe precisamente por eso y por toda la mierda que me acababa de enlistar. Solo había aparecido, me había colado en las paredes, me había colocado a mí mismo como un pilar y se lo había dicho en toda la jodida cara.

    Que me dejara cuidarla.

    ¿Alguien le había dicho a esta chica que iba a cuidarla alguna puta vez? ¿Alguien además de su familia?


    Se había presionado contra mi mano apenas, ni siquiera dejó de hablar, pero el gesto me valió para saber que había entendido el mensaje en la caricia. De hecho me movía mucho por gestos como esos, no era particularmente bueno externalizando las cosas que sentía en tanto no fuesen ira, por lo que caricias, toques, acciones en general me ayudaban a darle forma a las cosas. Ni idea de si venía en el paquete de mi corazón de máquina, tampoco me lo iba a cuestionar ahora mismo.

    Como fuese, me dejó hacer con la facilidad que venía siendo costumbre. Sus manos se posaron en las mías y quise pensar, como el mocoso egoísta que podía ser, que mis palabras tenían algún peso, que le servirían de algo, lo que fuese. Posiblemente me volviese loco si le daba cuerda dos segundos más a esa idea espantosa de que no servirían de nada. Lo pensé porque prefería darme de cabezazos contra la pared que pensar en que fuesen humo al viento y Anna volvería a irse a la mierda.

    Corriendo el riesgo de consumirse a sí misma y arrebatarse de mis manos.

    Sus palabras me alcanzaron entonces, sonó algo apremiante para qué mentir, y no tardé en darme cuenta que había dado más o menos en uno de los pensamientos que me habían rodado por la cabeza o uno muy similar por lo menos. Desvié la mirada como un niño regañado, en gran parte porque no supe qué más hacer, no porque su fuego me abrumara ni nada del estilo.

    Y me atajó al vuelo.

    No me gustaría que dejes de hacerlo por esto.

    Por favor, no me dejes afuera.

    Se olió la mierda y eso que Anna no era ninguna mente maestra, pero me vio repentinamente capaz de cerrarme a cal y canto por temor a hacerle más daño, a seguir desgraciándole la vida o lo que fuese. Sentí el apretón que me dio en las manos, inhalé despacio y asentí con la cabeza de forma apenas perceptible, de nuevo, como un mocoso regañado.

    Además, ¿no era ese el puto problema que teníamos con Ishikawa? ¿Qué nunca decía una mierda? Había que tener huevos para que yo viniese ahora a hacer exactamente lo mismo.

    Bajó mis manos, las juntó y las sostuvo, así que al no saber si podía lidiar con verle la cara solo me quedé mirando nuestras manos. Unos segundos, minutos, ni jodida idea, estaba haciendo un esfuerzo titánico por encontrar las palabras, explicarme o por conseguir escupirlas sencillamente. Por no ser el idiota que iba y se encerraba solo en un cuartucho a tener un ataque de pánico.

    Ni modo, ella acababa de soltarme sus trapos sucios.

    —Si no fuese por la jodida costilla y porque tengo que hacerte de soporte, seguramente hubiese abierto la puerta para ir a ceñirme a hostias con el primer desgraciado que me sirviera de saco de carne desde hace un buen rato —dije casi en un murmuro y se me aflojó una risa áspera, que debió ser bastante parecida a la que solté en el callejón de Taito cuando los jodidos se me quitaron de encima. Ahora que lo pensaba, era la primera vez que decía una cosa así abiertamente, comparado a la cantidad de veces que se me pasaba por la cabeza. Estuve a nada de hablar en inglés, ni idea, y tuve que forzar el chip de regreso—. Es como... A ver, ¿no has visto El Resplandor de Kubrick? La escena... creo que hasta se llama The River of Blood, donde un montón de sangre sale de las puertas de un elevador, que para la gracia también son rojas. La ira se siente como algo así, se ve de esa forma, como un cuerpo de agua teñido de rojo o directamente hecho de sangre.

    Fruncí el ceño todavía con la vista puesta en mis manos, en las manos de Anna y mis nudillos. Estaba acudiendo al archivo a medias para intentar explicarme.

    —Me echa un rojo de lo más opaco delante de los ojos, lo vi la madrugada en Taito y lo veo ahora. Quizás no tenga razón de ser ahora mismo, no sé ni siquiera de dónde sale, pero está ahí y me lo quiero cargar todo aunque sé que no va a servir de nada en realidad ¿Supongo que solo es impotencia y ya? No tengo idea. —Se me atoraron las palabras en la garganta de repente y tuve que tragar grueso, porque total la frustración me iba a salir por algún lado. Se me cristalizaron los ojos, me quedé allí tratando de ordenarme y sorbí apenas por la nariz—. Estoy bien, ya sabes que soy un jodido llorón. Que ya sé, que no tengo que arrepentirme ni nada, pero igual... Tiré todo a la mierda, ya lo mío fue como ponerle la cereza al pastel de desgracias.

    Retiré las manos de las suyas para llevármelas al rostro, enjuagarme los ojos e inhalar con algo de fuerza para controlarme.

    —Lo siento, solo son muchas cosas juntas y no sé por dónde tirar —susurré con las manos en el rostro todavía—, pero gracias por decírmelo todo, de verdad que sí.
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Igual y con estas cosas no tenía mucho sentido buscarles una explicación racional, ¿verdad? Podríamos pillar una balanza, armar listas de pros y contras, analizar hasta el último puñado de palabras y aún así no tener la menor idea de por qué sentíamos lo que sentíamos. Lo había pensado el sábado, frente a la silueta pálida de Kakeru. Me había preguntado qué habría sido de nosotros si hubiéramos logrado conocernos en otro contexto, bajo otras circunstancias. Una mejor versión suya y mía. Pero eso tampoco tenía sentido, en definitiva. Lo que había era lo que teníamos y ya.

    Tampoco me interesaba analizar lo que había ocurrido con Altan, un poco había aparecido, había dicho y hecho lo preciso en el momento adecuado. O quizá fuera más grande que eso, vete a saber. Ya suficiente me había colado en tiempo récord como para sumarle más papeletas al desastre de mi culo intenso.

    Una especie de miedo, ansiedad o quién sabe qué me bañó el cuerpo al notar que desviaba la mirada, pues de repente sentí que había tenido razón en mis paranoias, que haberle soltado semejante confesión de pecados, por encima de casi cualquier cosa, le habría dado la idea de encerrarse en sí mismo. Con la intención de protegerme, quizá, pero me importaba tres mierdas. Así no era como se hacían las cosas y entendía que yo tampoco volvía fáciles las demás alternativas, pero aún así. Asintió, sin embargo, asintió y aguardé pues sentí que hablaría. Clavó la vista en nuestras manos y yo permanecí en su rostro, quieta como una estatua.

    Y habló.

    Altan había abierto la boca antes para contarme cosas de su vida o de Jez, aunque lo que siempre le había salido mejor era poner mis fragmentos en orden. Ahora, sin embargo, ahora sentía que se estaba abriendo la carne con las manos desnudas, que se estaba esforzando por cumplir a mi petición y, Dios, quise llorar por diez mil razones. Su figura volvió a asemejarse a la de un niño perdido, el niño que se había estaqueado bajo el umbral del cuarto oscuro. Me habló de sacos de carne, de ríos de sangre y películas. Meneé la cabeza en automático al preguntarme si había visto El Resplandor, pero eso no quitaba que conociera la escena. Las olas poseían una fuerza cagadísima, rugían y parecían cargar la capacidad de arrastrarte adonde quisieran, como el capricho de un dios volátil. De repente ya no fue sólo un niño asustado de mostrarse bajo la luz, de repente el jodido río de sangre surgió del cuarto oscuro, rodeándolo, tapándolo, mientras él se quedaba allí. Demasiado asustado, quizás, o intentando convencerse de que estaba bien, que ahí pertenecía. Que si la sangre lo sobrepasaba no se ahogaría.

    Pero, Dios, sí que iba a hacerlo.

    Quizá le pusiéramos nombres distintos, pero en definitiva nos ocurrían mierdas similares. Si no sabría yo lo que era que la furia te cegara, que la sangre te ahogara. Era impotencia, como decía él, la misma que fungía de combustible a cualquier tipo de venganza. Era una mierda de lo más egoísta y frustrante, trasladabas el centro de cualquier conflicto a tu propio cuerpo y te creías con el derecho de actuar sólo por autoadjudicarte el impacto de los golpes. Al se calló de repente, lo oí respirar y sorber por la nariz, y el semblante se me contrajo.

    Mi pobre, pobre niño.

    Me tragué las ganas de llorar sin el menor esfuerzo, de hecho absolutamente todo se desvaneció a un segundo plano apenas se cubrió el rostro con las manos. Respiré hondo, accioné los brazos y envolví su cabeza con cuidado para atraerla hacia mi pecho. Le permití apoyar la mejilla si así lo quería, hundí los dedos en su cabello y le concedí caricias suaves, meciéndolo apenas. Ni siquiera lo pensé, sólo regresó a mi mente la canción de papá y comencé a susurrarla.

    —Gira, gira, gira todo lo que ves, y todo lo que no ves ya girará. Uno muere y otro nace, y este corazón renace, y todo lo malo que ahora sientes, cambiará. —Le dejé un beso en la coronilla, sin detener las caricias ni el vaivén—. Putea si así quieres, y grita si hace falta que los hombres también pueden llorar. Abre ese vino, brinda conmigo, brindo porque somos amigos, por vos, por lo que pasó y lo que pasará.

    Sabía que no iba a entenderme, pero era una canción que me había servido de mantra incontables veces y sólo pensé que quizá lo ayudara a calmarse, así como a mí me había ayudado luego de algunos ataques de asma. Estaba el asunto del idioma, obvio, pero de repente se me ocurrió que si me esforzaba un poco quizá lograra traducirla para él.

    Algunas partes simplemente las murmuré antes de seguir fluyendo al ritmo de la guitarra que sonaba en mi mente.

    —Ríete de esta vida de porcelana, de marihuana, todo es tan frágil, todo es tan ágil que viene y va. No camines solo, quiero caminar con vos, que en esta vida todo es más lindo y se hace más fácil si se hace de a dos. Desata el nudo que até en mi panza, mi corazón no descansa y quiere salir a este mundo loco para empezar a latir un poco y sonreír. ¿Quién dice lo que está bien y lo que se debe si lo que vale es lo que uno puede y lo que más nos haga feliz? —Sonreí y busqué acunar su rostro con ambas manos, inclinándolo hacia mí ligeramente para alcanzar su nariz con los labios—. Como un simple beso tuyo en mi nariz.

    Luego otro en su frente.

    —Como el sol revoloteando en mi jardín.

    Y volví a arrimarlo a mi pecho, trazando amplias caricias por su espalda.

    —Como aquella mariposa, con sus néctares, hermosa, que se posa sobre el beso en mi nariz.

    Me quedé allí un buen rato más, murmurando el ritmo de la canción en voz baja, y hablé con toda la maldita calma que ansiaba transmitirle.

    —Está bien, mi cielo. Está bien. No tengo ninguna receta mágica, no sé cómo dejar de ver el mundo en rojo, ¿quizá vinimos fallados y ya? —Solté una risa floja, casi inaudible, y apoyé la mejilla en su coronilla luego de dejarle otro beso—. Pero está bien. Me quedaré contigo el tiempo que sea necesario hasta que la vista se te aclare un poco, así volvamos a faltar a clase o nos echemos el día entero en este cubículo de mierda.

    Intenté abarcar su espalda con ambos brazos lo mejor posible, como si me aterrara la idea de que mi pequeño niño asustado se acabara congelando.

    —Mi corazón no descansa, dice la canción —murmuré, traduciéndolo al japonés—. Mi corazón nunca descansa y el tuyo tampoco, ¿cierto? Por eso nos lleva el diablo todo el tiempo, por eso el mundo se empaña de rojo pero también es por eso que podemos amar. Amar como unos hijos de puta. Y está bien. Me quedaré contigo y lo haré las veces que hagan falta, porque si hay una mierda que me duele más que mi propio dolor es verte llorar.

    Lo apreté con un poquito de ganas, no mucho pues aún no se había recuperado del todo, y cerré los ojos.

    —Y aún así está bien, tienes que llorar. Tienes que llorar como un mocoso si te sale de los cojones porque de cualquier otra forma te acabas inundando, el agua se enfría y te congelas. —Otro beso en la coronilla, solté el aire por la nariz y sonreí—. Las lágrimas también te limpian los ojos. Literalmente, digo, pero así también.

    Y otra risa floja y otro beso.

    —Pueden limpiar el rojo, creo yo. Quizá no para toda la vida, es decir, todo se ensucia, ¿no? Por eso nos bañamos todos los días. Así que, bueno, nos quedará llorar cada vez que queramos limpiarnos. Y yo puedo estar aquí, contigo, para pasarte los pañuelitos o hacerte mimitos. Si me dejas, puedo estar aquí toda la vida.

    Ya se lo había dicho, ¿no? Qué más daba.

    Otro beso.

    —Porque te adoro, cielo. De verdad lo hago.
     
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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

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    No que yo tuviese mucho que preguntarme sobre, no sé, qué habría sido de la vida si me hubiese topado con Jez años después en vez de cuando éramos críos. Si haberme conocido luego, ya entrados en la adolescencia, hubiese significado alguna diferencia para ella. Si acaso la habría tenido más difícil con mi cara de culo o la habría pasado peor con la de broncas en la que me metía. Si hubiese aprendido a quererme de una forma distinta o solo le habría desgraciado más la vida, haciéndola perder y perder y perder, porque si había puesto freno a mi culo intenso un tiempo había sido por ella.

    Por la puta correa, como siempre.

    No me quitaba el sueño, había que ver nada más cómo me resignaba a ciertas cosas cuando también por otras iba y me medio mataba con alguien, sin puntos intermedios de ninguna clase. No me sorprendía aunque suponía que visto desde afuera era hasta raro, aunque digamos que podía ser porque igual entendía todo en una suerte de juego de probabilidades. Lo de Jez, simplemente, nunca cambiaría y ya. Llegados a este punto no implicaba demasiado, no después de la epifanía de la azotea y con Anna allí, soltándome en toda la cara que me quería de una forma que no había podido querer al otro desgraciado.

    Me había quedado callado luego de soltarle mi propia confesión de pecados, allí donde la cascada de sangre me golpeaba la nuca y yo solo me quedaba estático o fluía con ella, lo que pasara primero. No le temía como tal a la violencia, a la ira, a nada de esas mierdas, las había aceptado como parte de lo que era y en su lugar había aprendido a temerle a lo demás. A la luz del día, algo remotamente parecido a la tranquilidad y sobre todo al permanecer estático.

    La cosa es que cuando quise darme cuenta de nada había alcanzado mi cabeza, la atrajo a su pecho y fue automático, casi me derretí allí, quitándome las manos del rostro y apoyando la mejilla. El maldito río rojo no me dejaba en paz, claro, pero al menos se sentía diferente y cuando empezó a susurrar la canción en español se me aflojaron un par de lágrimas. No entendía un carajo, si acaso algunas sílabas me sonaban familiares y supuse que eso me bastaba, la pura familiaridad y su pecho tibio. La tonta estaba allí, arrullándome como si fuese un crío justo como la vez de la enfermería.

    Y lo pensé otra vez, que Anna era el corazón para mi cerebro de máquina.

    Me dejé hacer cuando acunó mi rostro y parpadeé como reflejo cuando me dejó el beso en la nariz, lo mismo con el de la frente, y cuando me regresó a su pecho le envolví la cintura con los brazos. Pensé que aunque nunca se me había cruzado por la mente lo cierto era que el agua podía congelarse, que así como combustionaba por el combustible derramado pues si le bajabas la temperatura podía pasar al otro extremo, pero en su lugar Anna había abierto las compuertas de una presa para que agua limpia fluyera y arrastrara la sangre lejos.

    Apagó el incendio y a la vez impidió que mi mar se congelara.

    Mi corazón nunca descansa y el tuyo tampoco.

    Asentí con la cabeza en automático, solo para que supiera que la escuchaba casi y la verdad las lágrimas solo siguieron fluyendo en silencio. Imaginaba que era mejor eso que salir a darme de hostias con quien se me atravesara, así que puntos al tanuki.

    Por eso que podemos amar.

    Porque te adoro, cielo. De verdad lo hago.

    Parpadeé un par de veces, de nuevo me había agarrado en frío, y al final solté un largo suspiro, mezcla de quien se resigna a lo que ya era obvio de por sí y de alivio. Aflojé el agarre en su cintura un momento para alcanzar a limpiarme el rostro con el dorso de la mano, sorber por la nariz de nuevo y volver a abrazarla. No me quedó más que soltarlo, soltarlo luego de haberlo pensado ya una de las veces que nos quedamos dormidos en la enfermería.

    —Te voy a confesar una mierda de lo más vergonzosa, pero mira es que ya qué más da, ni siquiera tengo nada que perder supongo. Ya no. —Tomé aire, me presioné un poquito más contra ella y lo dije en un susurro quedo—. Ámame. Quiero que me ames, no importa cuándo.

    Un montón de sangre me subió al rostro de golpe, me dio hasta calor y despegué la mejilla de su pecho para alzar la cabeza, enderezarme y dejarle un beso ligero en los labios, cosa de nada. Ya no me quedaba dignidad que perder, pero aún así bajé la mirada, avergonzado como la mierda.

    —Lo pensé, bueno, no recuerdo cuándo en realidad, pero lo hice y supongo que vale la pena que lo sepas. —Busqué su mirada de refilón, como un gato desconfiado—. Y nada de saltarse más clases, tengamos la decencia de terminar la semana. Si quieres nos vamos juntos después de clase y ya está.

    Joder, ¿y eso? Qué importaba.

    lloranding

    supongo que aquí cierro con Al <3 annita thank u for everything y espero que te hayamos ayudado tantito *sobs quietly*
     
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  14.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    No podía explicar como tal lo que sentía con ciertos gestos o reacciones corporales de Al. En sí me iba haciendo a la idea de que no era el mejor del mundo con las palabras, que solía costarle hablar de sí mismo o de lo que sentía, y que en su lugar intentaba transmitirlo por otras vías. Pero al derretirse contra mi pecho, al dejarme hacer todas las malditas veces, al envolverme la cintura y adivinar que estaba llorando como un crío, Dios, no tenía forma de explicarlo. No la había pero se sentía... gigante.

    Era un sentimiento enorme.

    Oí su suspiro, noté que se limpiaba el rostro y lo dejé hacer, a la espera de su siguiente movimiento, su siguiente gesto, pues ya había entendido que allí pertenecían sus propias emociones. Me abrazó de nuevas cuentas, lo envolví sin pensarlo dos veces y la verdad es que sonreí, porque su cuerpo era tibio y la idea de ayudarlo, así fuera un poquito, me llenaba de un alivio y una alegría inmensas. Eran cosas tan regias que no entendía muy bien cómo me entraban en el cuerpo de tanuki, pero ya qué. Ni que interesara.

    Cuando oí su voz permanecí sumamente atenta, sin dejar de acariciarle la espalda, pero mis movimientos se congelaron un breve instante luego de que tomara aire y me soltara la jodida confesión en toda la maldita cara. Creo que me estropeó alguna que otra neurona de verdad, si las sentí chisporrotear y todo, y de un momento al otro pensé que me echaría a llorar de vuelta. Pero me las arreglé para sólo inhalar, exhalar y recostarme en el enorme, inmenso honor que me significaba oír algo así provenir de la persona a la que ya quería sin remedio alguno.

    Ámame.

    Quiero que me ames, no importa cuándo.

    Dios, no tenía forma de ponerlo en palabras, pero puse el cerebro a trabajar a toda velocidad porque no podía quedarme puto callada después de semejante cosa. Encontró mis ojos mientras seguía bastante tonta, pero advertí el color en su rostro y esa pequeña estupidez me descomprimió el cuerpo entero con una facilidad risible. Recibí su beso, repasé su conducta de gato arisco y luego de soltarme, otra vez, en toda la cara que podíamos volver juntos a casa se me aflojó una genuina risa. Fue fresca, fue cristalina y lo empujé sin fuerza hacia la pared para cazar su rostro entre ambas manos y besarlo. No fue ligero como el suyo, tampoco se me voló la pinza ni nada, sólo lo besé con todo el maldito cariño que sentía por ese idiota y luego de algunos segundos me quedé allí, sobre sus labios, y sonreí.

    —Sí —susurré, la sonrisa se amplió un huevo y se me coló una risa breve al buscar sus ojos, fue de pura alegría—. Sí a todo.

    No me pesaba ni un gramo prometerle semejante cosa, no dudaba ser capaz de hacerlo y ¿honestamente? Vete a saber, quizá ya había empezado y todo. También podía ser que me hubiese dejado llevar un poco por el calor del momento, pero otra vez, que me preguntaran si me importaba.

    Me incorporé, acomodándome los tablones de la falda, y eché un vistazo ninja afuera antes de extenderle la mano, a la espera de que la aceptara.

    —Mira nada más, me haces ir a clases y todo —me quejé en broma, balanceándome sobre mis talones—. ¿Cómo te atreves, Sonnen?

    Pensé en tragarme el impulso, pero igual no me dio la puta gana y cuando estuvimos ambos de pie, di un saltito para rodearle el cuello con los brazos y lo obligué a encorvarse un poco, volviendo a besarlo. Disfruté del contacto un par de segundos, si hasta despegué un pie del suelo y todo, y al dejarlo en paz le sonreí y lo arrastré fuera de los baños, despidiéndome en el pasillo.

    —Te espero en los casilleros, entonces~

    Y, joder, la idea me echó encima una ilusión de cría de preescolar que por poco no me coloreó las mejillas. Y mira que sólo estábamos hablando de volver juntos a casa, eh.

    Bueno, y que me había pedido que lo amara.

    Joder, me lo había pedido.

    yo así de *nyoooom*

    dios estoy mUERTÍSIMA ALTAN NO PODÉS HACERME ESTO, NO PODÉS *chilla*

    Y aquí acabé con la niña, fully recovered uwu gracias por tanto, perdón por tan poco
     
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  15.  
    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado bed chem stan

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    Toparse con Arata por la academia era algo que, inevitablemente y para mi desgracia, iba a seguir pasando por mucho que me gustase que no fuese el caso; eso no quitaba, claro, que no fuese a joderme cada vez que sucediera. Si me hubiese pillado en otro momento más animado de mi vida, era probable que no me hubiese ido sin decirle cualquier otra cosa, pero no estaba por la labor, y en realidad, si me paraba a pensarlo un par de segundos en tranquilidad, seguramente haberme ido sin dirigirle la parada hubiese sido la movida más inteligente de todas.

    La cuestión era que me fui de ahí sin más, y por lo menos tuve la decencia de no meterme a fumar en los baños de primero ni en los de segundo (aunque, en escala, estos últimos se habían vuelto una opción más que aceptable). No tenía ni idea de que Joey estaba en la azotea, aunque no sabía si eso hubiese sido un aliciente para ir ahí o más bien todo lo contrario, y mi principal motivo para ir al baño en lugar de ahí arriba había sido... básicamente que fue la primera opción que se me ocurrió.

    Me desvié hacia el cubículo del final, como solía hacer, y encontré el mechero que llevaba ahí escondido vete tú a saber cuánto tiempo; me encendí el cigarro y eché el humo hacia arriba mientras me dejaba caer sobre la tapa del váter, después de haber devuelto el encendedor a su sitio. A aquellas alturas, ¿merecería la pena revelarle a Joey la existencia de Aiden? No estaba para nada convencida de que fuese una buena idea, a decir verdad, pero cada día que pasaba odiaba más y más tener aquel secreto escondido de él. Sabía que había cosas de su vida que él no me había contado, que quizás nunca me contaría, y eso estaba bien, pero yo...

    Le di otra calada profunda al cigarro.

    Honestamente, no tenía ni idea.

    COMO QUÉ HAN PASADO DOS AÑOS SIN QUE SE USE ESTE TEMA?????
     
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  16.  
    Insane

    Insane Maestre Comentarista empedernido

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    Casi que se rió en mi oreja y un poco incliné la cabeza por puro reflejo de que me había hecho cosquillas, aunque no repondí nada a su comentario, esperando las toallitas hasta que me las dejó caer sobre la palma de la mano, me informó que era su prima y preguntó algo como si tuviese memoria a corto plazo. Lo miré de soslayo soltando el aire por la nariz casi conteniendo una risita. Abrí por fin dichosa puerta con cierta suavidad, observé los cubículos y afortunadamente solo había una puerta cerrado por lo que no había pierde.

    Toqué con dos golpecitos suaves, para reportarme más que nada.

    —Kaia-chan, te las paso por debajo —me incliné extendiendo las dos toallas, esperando que las sujetara para enderezarme de regreso.

    Recosté la cadera en el lavamanos sacando el móvil del bolsillo de la falda, iba a escribirle a Alek pero noté que tenía un par de mensajes, desplegué las notificaciones alzando las cejas ligeramente para luego soltar el aire con cierta pesadez por la boca. ¿Tora dejando galletas? Por favor, no que lo creyera incapaz, bueno, sí, lo creía totalmente incapaz, y en caso de hacerlo imaginaba que había comprado muchisímas para endulzar a más de una, como fuese, el detalle de que Ro me mandaba saludos consiguió suavizarme un poco el ego, por lo que en vez de dejarlo en visto di la respuesta escueta de turno:

    Creí que ya te habían expulsado de la escuela.
    Vale, gracias.


    Basicamente no me creía que me hubiese dejado un detalle en mi casillero, tampoco nadie había hecho eso conmigo antes, por lo que no tenía muchas ganas de bajar, abrirlo y encontrar el espacio vacío. Busqué la conversación con Alek luego, le recordé que nos iríamos juntos al finalizar clases por lo de su uniforme y luego bloqueé el aparato, regresándolo al bolsillo.

    Zireael mensajito
     
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  17.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Ah... qué vergüenza. Tuve que acudir a Yuta para resolver este lío que no le concernía en absoluto y mientras escribía los mensajes podría jurar que tenía la cara roja como un tomate. Me había quedado adentro del cubículo, prácticamente autosecuestrada, y cuando me respondió que se ocuparía solté el aire por la nariz. Se ve que había olvidado traer el pequeño kit de emergencia femenino, el asunto era que no recordaba cuándo ni dónde lo había quitado del maletín. No quería preocuparme demasiado en torno a eso, pero era difícil.

    Los minutos que le siguieron los ocupé intentando imaginar qué estaría haciendo el chico. Mala idea, por cierto. Pude verlo metiéndose a un aula y pidiendo compresas como quien pregunta por una persona específica y dejé caer el rostro entre mis manos, esforzándome por no morir del bochorno. En eso me entró una notificación y revisé el móvil a la velocidad de la luz.

    Está entrando Manson
    La chica del primer día


    Parpadeé, mi lectura se compaginó con los sonidos de afuera y, tras los dos golpecitos, una voz femenina me alcanzó del otro lado de la puerta. La reconocí claramente y me estiré para tomar las compresas que me estaba alcanzando.

    —Gracias, Manson-san —murmuré con una mezcla de alivio y bochorno.

    En lo que adhería una a mi ropa interior y lanzaba los plásticos remanentes en el pequeño bote de basura, mantuve la segunda en mi mano y salí del cubículo, lista y a salvo. Repasé el cabello negro de la muchacha, sus facciones, y me esforcé por grabármelo en la cabeza. Manson-san. Esa era Manson-san.

    —Dios, me salvaste. Muchísimas gracias. —Le sonreí y le extendí la toallita que no había usado—. Descuida, no voy a necesitarla.

    Se me aflojó una risa breve, algo avergonzada, aunque no perdí la sonrisa y recogí las manos al frente.

    —Perdona que Yukkun haya tenido que molestarte, no conozco a ninguna chica de aquí todavía. No lo suficiente, al menos.

    Era la forma políticamente correcta de decir que no tenía amigas, pero con el escaso tiempo que llevábamos en el Sakura no podía pedir milagros. No quería que mi ansiedad agobiara a la gente, nadie tenía la culpa de cómo habían sido las cosas los últimos años y quizás, en consecuencia, acababa siendo demasiado precavida.
     
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  18.  
    Insane

    Insane Maestre Comentarista empedernido

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    Al regresar el celular al bolsillo la puerta del cubículo se abrió, di con la cabellera clara y le sonreí con normalidad, basicamente porque había escuchado tras la puerta las gracias y la tonalidad avergonzada de su voz. Seguí sus movimiento notando que me regresada la toalla extra, la recibí y me la guardé.

    —No es problema, a cualquiera puede pasarle.

    Capté lo de que no conocía a ninguna chica lo suficiente aún. Qué decir, estábamos en posiciones similares, aunque yo prefería quedarme así, no quería repetir lo de la escuela pasada, no contaba con el tiempo ni las ganas de lidiar con dramas que no tenía porqué tragarme, así que solía establecerme en lo superficial aunque en ocasiones si pensaba que sería divertido tener una amiga, pero pfff, la adolescencia era más pesada de lo que habia estimado. Además tenía a Alek al otro lado, era un idiota la mayor parte del tiempo, pero por muy incrédulo que sonara era un buen amigo.

    —Podemos intercambiar números igual, por si te pasa de nuevo me escribes —aguardé su respuesta y direccioné el tema con suavidad como para no quedarnos atascadas—. ¿ Y hoy compras almuerzo? Iba a arrastrarme a Yuta para no almorzar sola, así que estoy pensando seriamente en arrastrarte también.

    La tonalidad risueña se me filtró en la voz, despegándome del lavamanos para girarme y mirarme al espejo, el cabello me siguió el movimiento como una cortina negra, miré los labios que aún lucian hidratados sin embargo ya se me había acabado el brillo, el que le habia mostrado a Morgan hace un tiempo atrás. Busqué a Kaia por el reflejo del espejo.

    —¿Te gustan los accesorios y el maquillaje Kaia-chan?
     
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  19.  
    Gigi Blanche

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    La oferta de la chica me hizo alzar las cejas y parpadear, insistiendo en mirarla un par de segundos extra para confirmar que lo decía en serio. Sabía que, siendo realistas, el asunto era superfluo e incluso podía calificar de mera cortesía. Aún así, no tenía la obligación de ofrecerse. La idea me rebotó en el pecho de repente y mi sonrisa se ensanchó sin ser del todo consciente.

    —Claro —accedí con una cuota de ilusión; el móvil me había quedado en la mano, así que lo desbloqueé y se lo entregué con la pestaña de contactos abierta. En lo que ella anotaba su número me mantuve en su rostro y mi sonrisa se suavizó—. Corre en ambas direcciones, ¿verdad? Escríbeme también si necesitas algo, Manson-san.

    Luego me preguntó respecto al receso, mencionó a Yu y cómo formuló la frase me hizo soltar una risa muy breve, divertida. Quizá fuese por eso que le pidió las compresas a ella.

    —Siempre traigo el almuerzo de casa —respondí, ahorrándome los detalles elitistas—, y eso incluye tanto mi bento como el de Yukkun, así que... ¿qué te parece si te ayudo? Tenemos su comida de rehén, no podrá negarse.

    Katherin se giró, detalló su reflejo y yo incliné el torso hacia un costado, observando también su imagen. Ante su pregunta murmuré un "¿hmm?" que apenas vibró en mi garganta y, entonces, miré mi propio reflejo. Llevaba la coleta alta de siempre y el rostro desprovisto de maquillaje. Mi familia siempre me había inculcado tradiciones conservadoras y austeras. Tenía prohibido ostentar, exaltar ni realzar mi complexión natural de ninguna manera; de hecho, sólo habían insistido en que cubriera el lunar debajo de mi ojo izquierdo. ¿Cómo le decían?

    Provocador.

    Desde aquellas épocas, suponía, no me había esforzado por reformular los conceptos. Pensé en los escaparates de las revistas, las publicidades con las modelos tan bonitas y las imágenes a las que le prestaba más atención de la que pretendía en las redes sociales. Vivíamos inmersos en una cultura del consumo y este país le prestaba especial atención a las reglas de belleza femenina.

    —Supongo que sí, aunque no tengo de eso en casa —murmuré, siendo consciente del hecho a medida que lo decía, y me dio algo de vergüenza; debía sonar extraño viniendo de una adolescente—. ¿Por qué preguntas, Manson-san?
     
    • Fangirl Fangirl x 1
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