Azotea

Tema en 'Cuarta planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Bruno TDF

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    Hombre, menudo coñazo lo de ayer, eh.

    Como se nos venía encima el finde, me tocaba comandar a la manada. Para que montasen toda la estructura del club, convocaran a la gentuza por nuestros canales secretos y se aseguraran que los polis que patrullaran esa noche fuesen nuestras “piedras negras”. Como le gustaba decir al puto Sorec. El muy desgraciado no vino nunca a nuestro punto de reunión semanal, así que Koemi y yo tuvimos que ir a buscarlo a su bendito antro de Go para pulir los preparativos, perdiendo así un buen puñado de tiempo. Encima nos hizo esperarlo afuera, que su gigantón guardaespaldas nos avisó que andaba jugando con un mocoso del que luego no quiso decir su nombre, y que ya se había retirado para cuando nos hizo pasar, una hora después.

    No supe si reírme o sentir pena por el muchacho desconocido.

    Le tocaría a él dar un significado, al hecho de llamar la atención de un Chernoff.
    Como arrancamos tarde toda la cuestión, terminamos tarde. Lo lógico, vaya. Para colmo, Koemi se quedó jugando otro rato largo con la gente del lugar, porque estas mierdas le gustaban aunque fuera malísima y se frustrara cual niña cada vez que perdía (o sea, siempre). No me quedó más remedio que esperarla. Encima le apostó a un tipo que creyó que no era muy bueno con el Go, pero perdió su dinero y por eso me obligó a pagarle las cervezas que nos fuimos a tomar más tarde, con la muchachada de la banda. Esta última parte no estuvo mal, entre el alcohol, las anécdotas de la semana y la cama de Chiyoko, pero dormí poco. El cansancio, la pereza, me seguían durando a la mañana siguiente, cuando llegué a la academia como todo niño bueno que se precie.

    En los casilleros registré vagamente el entorno, no encontrando más cosa interesante que Hattori y, nuevamente, esa rubia tan despampanante; que para más curiosidad, miraban hacia una pelirroja muy guapa, que tenía cara de andar pasándola mal con sus acompañantes. Fue apenas un paneo rápido mientras me cambiaba los zapatos, no les hice mayor caso. Tenía más ganas de tomar aire en la azotea, que pararme a presenciar el circo, y mira que el asunto pintaba de lo más atrayente, eh. Con un bostezo que no me molesté en cubrir, me fui para las escaleras.

    Durante la subida, envié algunos mensajes al grupo de los Shijin, donde tenía a mis tres “bestias” más cercanas, y a Koemi de colada. Avisé que hoy era el día límite para que me avisaran si encontraron algo interesante en las otras escuelas donde Sorec los mandó a “trabajar”; a Koemi le indiqué qué cámaras de seguridad debía alterar para esta ocasión. Ni me molesté en esperar sus respuestas. Simplemente arrojé el móvil al fondo de mi bolsillo, y en su lugar surgió un cigarrillo que me llevé a los labios. Para cuando abrí la puerta de la azotea, estaba tanteando el interior de mi bolsillo contrario en busca del encendedor, pero mis dedos se detuvieron cuando detecté a Akaisa.

    Vaya, vaya~

    La sonrisa se estiró en mi rostro, con travesura. La había pescado en plena llamada, se ve. Desde la distancia entre la puerta y la reja donde apoyaba la espalda, me fue difícil adivinar el contenido de su charlita, su voz me llegaba como un murmullo lejano. Caminé hacia ella con calma, y cuando la tuve cerca de mí, ella cortó. Pero llegué a escuchar algo de hablar con un padre, o así.

    Me detuve enfrente suyo. Ladeé la sonrisa y alcé una ceja, visiblemente entretenido. Entre nosotros, se alzaba el humo de su cigarrillo como una serpiente blanca. Yo seguía teniendo el mío entre los labios.

    —¿Tan temprano y ya tan ocupada, Kat~? —indagué.
     
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    Por desgracia al haber llegado relativamente temprano y haber subido casi de inmediato me había perdido de algunas cosas, aunque ninguna demasiado importante según el conocimiento que poseía del circo. El asunto de Pierce y Joey, por ejemplo, estaba oculto del ojo público en cierta medida si descontábamos a ciertos individuos; la comitiva de Maxwell, Vólkov y Dunn habría sido entretenida de ver, en esencia porque a él por lo general se le daba de puta madre ponerse la piel de cordero encima y fingir que no apestaba a muerte. De cualquier manera, también había que dejar que los animales jugaran a la casita.

    Que creyeran, por cinco minutos, que de hecho no estaban condenados entre barrotes bajo una carpa.

    ¿Por qué últimamente estaba tan metida en esto? Quizás porque en casa yo respondía a un circo parecido, uno que se había intensificado en las últimas semanas, y aquí podía tomar otro rol, podía ver a los animales entrenados en vez de ser uno de ellos. Si bien era cierto que me esforzaba constantemente para mantener a mi padre contenido, apuntando la mirilla de un arma invisible contra su cabeza, me implicaba demasiado esfuerzo consciente. Debía tener contentos a los Aoyama, seguir usando a Sho y darle excusas a ambos bandos, el Akaisa y el Aoyama. Mamá, naturalmente, ya se había rendido con este asunto pues yo se lo pedí.

    Haremos las cosas como él quiere.

    Al menos eso le dije a ella, pero era mentira.

    Cuando llegara el momento tiraría del gatillo, rompería la idea del compromiso con Sho y le arrebataría la empresa de las manos a mi padre, tomaría todo lo que alguna vez fue suyo sin necesidad que aliarme con la casa farmacéutica de la familia de Sho. Entonces soltaría a mi mono entrenado, que ya no me serviría de nada, y reclamaría lo que siempre me había pertenecido. Solo era cuestión de tiempo.

    El asunto fue que en algún punto de la llamada la puerta de la azotea se abrió y seguí hablando en el volumen moderado de antes incluso cuando reconocí a Matsuo. Para cuando llegó hasta a mí corté, pues ya no había mucho que decir de todas maneras, bajé el teléfono, lo guardé en el bolsillo y le di una nueva calada al tabaco, al bajar el cigarro liberé el humo en una exhalación.

    —Como podrás suponer, Ryuu, soy toda una personalidad. Claro que estoy ocupada todo el tiempo —respondí con la diversión bien impresa en la voz, a la vez estiré la mano libre y busqué quitarle su propio cigarro de los labios. Al hacerlo mis ojos recorrieron sus facciones, de los ojos a los labios y de vuelta al principio—. ¿No vas a darme los buenos días~?


    *inhales* a
     
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    Bruno TDF

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    Le dio una calada a su cigarro y, acto seguido, el humo surgido de su pecho elevó una cortina de humo blanco, que nos envolvió por un momento. No parpadeé ni me molesté en evadirlo, por qué razón lo haría, si estaba más que acostumbrado a esta agradable sensación. Y no me refería sólo al tabaco, no. Fuego, humareda, cenizas. Eran nociones que podían aplicarse a cada individuo que trataba de ser algo, en su propio circo. Luego estábamos aquellos que movíamos los hilos necesarios para arrastrarlos a esa llama, pequeña y aparentemente inofensiva, que los hiciera entrar en una combustión sin freno, capaz de desintegrar sus barrotes y lanzarlos a la diversión del caos. Diversión para nosotros, vale decir. ¿Quiénes somos nosotros? Esta chica y yo, por poner un pequeño ejemplo, pues había quedado bastante claro que teníamos el mismo… gusto.

    La réplica de Akaisa a mi pregunta me estiró los labios un poco más, poco faltó para que una risa nasal acompañara a mi sonrisa creciente, divertida. Así que esta muchachita era una gran personalidad, ¿eh?, y que por eso me la había encontrado atendiendo quién sabe qué relacionado con el padre. A estas horas tan tempranas, vaya pereza. Pues mira, hasta llegué a considerar la idea de creerle. Que, viendo el nivel excesivamente pomposo del Sakura, no era descabellado creer que esta chiquita tuviera algo grande entre manos.

    La alentaría a jalar el gatillo de saber su historia, por puro amor al caos.

    Su mano viajó hasta mi cigarrillo para apropiárselo. Sus ojos de oscura tormenta recorrieron los míos, deteniéndose por un instante en mis labios, y la pregunta que lanzó me hizo su debida gracia. Pero, ah, qué mal de mí parte, ¿cómo se me había olvidado algo tan básico como la buena educación~? No tenía remedio, era un chico malo.

    Alcé una mano y tomé suavemente su mentón. Di un paso al frente para recortar la distancia que separaba nuestros cuerpos, elevando a la vez su rostro. La miré a los ojos un momento, permitiendo que apreciara el fuego al fondo de mis iris, que resplandecía como llamas de dragón, y entonces imprimí mis labios sobre los suyos. Llevé la mano a su nuca para atraerla un poco más y, así, profundizar el beso; el sabor de la nicotina se expandió por nuestras bocas. Cuando le regresé su espacio y retiré la mano, las yemas de mis dedos se deslizaron por el costado de su cuello, en un roce más que intencional.

    —Sin dudas, las grandes personalidades deben ocupar el tiempo en cosas importantes, ¿o no~? —dije, divertido—. Y empezar el día a lo grande.

    Me llevé el cigarrillo a los labios, que resultó ser el que me había quitado hace unos segundos, para que le diera los “buenos días”. Me sonreí mientras miraba a Akaisa a los ojos, el fuego destellando detrás del violeta. Incliné el cuerpo en su dirección, apuntándola con el extremo apagado del cigarrillo.

    —¿Tienes más fuego? —pedí.
     
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    La cantidad de personas apestadas que tenía esta escuela comenzaba a sobrepasar a los que no, incluso si yo no lo sabía o no me interesaba en ello en lo absoluto. Ciertas personas llevaban la peste un poco más presente, como este chico, otros pretendían disimularla, como Dunn y Rowan, y a otro porcentaje es la traía floja como a Shimizu y Sakai. El asunto era ese, que incluso si no lo sabía, parecía que había una plaga.

    Suponía que daba igual en tanto supieran dar un buen espectáculo.

    Como fuese, Ryuuji estuvo a punto de soltar la risa con mi respuesta y lo dejé así, no di más detalles tampoco. No escondía ni lucía el estatus que tenía realmente, en gran parte porque me daba igual, y solo lo usaba cuando hacía falta como cuando hicimos la mascarada. De ahí en fuera era un poco indiferente si alguien sabía que estaba forrada en dinero o no, eso incluía a Matsuo y a todo el resto del mundo.

    Ahora lo que me interesaba era hacerle ver su falta de educación, ¿no? ¿Qué era eso de aparecerse nada más, interrumpirme una llamada y no saludarme apropiadamente? Había que enseñarle modales a este muchacho, eso estaba claro. Me hizo caso de todas formas, pues porque no era de los que desperdiciaban oportunidades, su mano alcanzó mi mentón y me acompasé a las intenciones.

    Recibí su boca, sonreí a mitad el espectáculo y al sentir la mano en la nuca ladeé la cabeza, anticipándome a la intención de profundizar el beso. Más que saber a tabaco olía a humo, algo a lo que estaba acostumbrada de por sí, de forma que me limité a disfrutar de lo que yo misma había solicitado para empezar. Solté al aire por al nariz despacio, cuando se separó sentí sus dedos en la nuca todavía y repasé sus facciones sin prisa real mientras lo escuchaba aunque no respondí nada de inmediato.

    Tenía cierto aire asilvestrado, ¿no? Como un animal amansado que luego dejas a su suerte y en vez de morir sobrevive.

    Le regresé el cigarro sin mucho problema, reí por lo bajo y me estiré en su dirección regresando el propio a los labios, hasta que el extremo de mi cigarro encontró el suyo y esperé a que entendiera la noción de chainsmoking. Esperé a que encendiera el cigarro entonces, volví a mi espacio y le di una calada, liberando el humo después.

    —¿Y tú qué haces aquí arriba, Ryuu? —Busqué saber medio porque sí—. ¿No tienes cosas importantes que atender~? Ya que hablamos de grandes personalidades.
     
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    En lugar de responder algo de inmediato a mi tontería de turno, sus ojos se fijaron otra vez en mi cara. El vistazo fue más amplio que el de hace unos momentos y me dio la impresión de que Akaisa estaba más bien analizándome, grabando la forma de cada ángulo de mis facciones. Vaya uno a saber qué pensamientos circulaban detrás de aquellos ojos de diferente color, tan intensos a su manera; pero tampoco es que me molestara su repaso, obvio que me daba satisfacción. La visión del animal amansado no estaba tan errada, así que le habría dado puntos a su inteligencia de haberle leído la mente. Hace no tantos años… era una bestia sin control, de un salvajismo desmedido, que “cazaba” a desprevenidos por azar; y por eso, mi rostro estuvo la mayor parte del tiempo cubierto de suciedad, moretones y heridas, con la sangre tiñendo mis dientes, siempre expuestos en una sonrisa feroz. Ahora estaba, digamos, más enderezado. Con un objetivo, con tareas, esas cosas.

    No por eso dejaba de ser una bestia voraz e incansable, claro está.

    Los extremos de nuestros cigarrillos se encontraron. Me mantuve en los ojos de gatita de Akaisa, en lo que su fuego tardó en conectarse, ladeando la sonrisa con aire enigmático. Pude saber que mi cigarrillo se encendió al ver cómo su extremo, ahora brillando, se reflejó en la tormenta gris y azul, como pequeños puntos naranjas que prometían otra tormenta, una que estaría hecha de fuego.

    Volvimos cada uno a nuestros espacios. Me dejé caer sobre la verja, a un lado de Akaisa, a la vez que me tronaba el cuello para descontracturar un poco el cuerpo. Lo tengo que decir de nuevo: menudo ajetreo. Y fue gracioso que la muchacha me preguntara ciertas cosas, un poco al aire eso sí. ¿Si no tenía cosas importantes que atender? Le dirigí una mirada de soslayo y me encogí de hombros.

    —Ya están hechas —respondí, exhalando humo hacia el cielo; no especificqué de qué o quién hablaba, por la gracia de la ambigüedad con la que terminaría acostumbrando a cada pobre diablo de esta academia—. Soy un muchachito responsable, pero nocturno, mi Kat. Cuando la oscuridad cae, hago mejor los deberes —me sonreí—. Así luego puedo disfrutar los encantos de este paisaje de la azotea, por la mañana, sin pensar en otra cosa.

    Me llevé la mano al rostro, mis labios volviendo a cerrarse en torno al cigarrillo ahora humeante. Esta muchachita ya debía haberse dado cuenta del aura sucia que me rodeaba, no me parecía tonta y por eso tampoco tenía sentido contestarle con una ambigüedad demasiado enredada o criptica. Me divertía igualmente, moverse por terrenos indefinidos era un placer siempre tentador.

    —¿Disfrutaste algún buen show en lo que va de la semana?
     
    Última edición: 27 Mayo 2024
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    Me importaban entre poco y nada las manías de las personas en tanto supieran ofrecerme algo, si me olía la peste procuraba no mancharme para que no se me contagiara. Dudaba que el dinero de mi padre fuese limpio al cien por cien, si debía ser honesta, pero sabía que no estaba tan maldito como otros en lo más mínimo. A lo que iba era que podía meter la mano a las jaulas, arrancarles a los animales un puñado de pelos, un bigote y seguir con mi vida, sin más. Ryuuji era el animal amansado dejado en libertad, ¿y yo? No lo tenía muy claro todavía.

    ¿No había cortado mi cabello de princesa, lo había teñido y me había cubierto de humo?

    La noción de la libertad salvaje también me alcanzaba.

    Las chipas de los cigarros me distrajeron, me hicieron pensar que ambos poseíamos fuego a nuestra propia manera, como parecían poseerlo otros en esta academia. Qué hacía cada uno con el don que poseía, la fuerza de la clase que fuese que se traducía en llamas, era un problema individual, pero creía que todos sabíamos reconocernos. Como si fuésemos bestias piroquinéticas.

    Escuché a Ryuuji decir que sus cosas importantes ya estaban hechas, que era un muchacho responsable, pero nocturno y hacía mejor los deberes cuando la oscuridad había caído. Todo el discurso de mierda me arrancó una risa que no busqué contener en lo más mínimo, me sacudió el pecho y solo la ahogué fumando de nuevo, pero cuando exhalé el humo algo de risa se me escapó con él.

    ¿Algún buen show?

    Varios, de hecho.

    —Creo que habrás asumido ya que no eres la única criatura de costumbres nocturnas. Parece que más de uno en estas paredes trabaja mejor una vez la noche cubre sus pisadas y sus rostros —dije al aire, echando el peso del cuerpo en la reja también. Luego de dar vueltas recordé las mierdas que habíamos hablado el otro día, bastó para estirarme una sonrisa en los labios—. ¿No has visto a la conejita y al zorro de nuevo?

    No fue que le dejara tiempo de respuesta, en lo más mínimo. Alcé la vista al cielo, parpadeé y sentí el olor del tabaco a nuestro alrededor.

    —¿Alguna vez has imaginado una mariposa consumida por el fuego? Las alas son como papel, no dudarían más que unos segundos, pero resiste solo Dios sabrá cómo. Tal vez los dragones nazcan de las mariposas que se quemaron a sí mismas. —Otra risa, otra cala—. Tu primer día de clases aquí fue bastante curioso. Usagi-chan es el epítome de la paciencia y la bondad, habría que ser muy cabrón para hacerle algo. Su escolta de ese día es otra historia, un niño con cierta tendencia ilusionista, si quieres ponerlo en palabras finas, de costumbres bastante cuestionables y que de paso le deja cartitas a una nueva aunque seguro se olvidará de ella en un mes. ¿Te gusta la hierba, Ryuu?

    Tomé aire por la nariz, mapeé un rato más algunos recuerdos y reí por lo bajo algunos segundos después.

    —Si quieres chismorreo puro y duro fíjate en nuestro salón, Allen y Kasun. Es cine, Allen te vuelve a ver como si fueras un gusano, pero a Kasun lo tiene puesto en un altar. —Ese no lo decoré tanto porque casi me parecía un desperdicio de tiempo, pero igual tenía su gracia. Aproveché cuando estaba hablando para golpetear el cigarro y tirar parte de las cenizas—. Puede que tu zorro real esté en otro lugar, es bastante más astuto que el que creíste toparte primero y tiene pinta de todo menos de... Animal de hábitos nocturnos; lo acompaña un tigre. Hay más cosas sucediendo, asumo, pero algunas de ellas no me interesan lo suficiente o ocurren más allá de mí.

    Podría haber mencionado mi charla con Morgan, posiblemente, pero me pareció muy mía como para soltarla por ahí. Además tendría que ponerme a contar que había abordado a la rubita, le había soltado que su mariposa iba a dejarla más colgada que un ahorcado en la edad media y eso había confluido en lo demás. Era un cuento demasiado largo, ¿no?
     
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    Akaisa empezó con que no era yo el único individuo que se desenvolvía en la oscuridad, ante lo cual debí reprimir la sonrisa que quiso descubrirme los colmillos. Sí, podría decirse que era algo fácil de asumir, si uno tenía la agudeza y alguna mancha de malicia en el alma; tampoco es que fuese complicado viendo el pedazo de charla que me mandé con el cachorrito irlandés, a espaldas de nuestra buena samaritana del cabello blanco cegador. Pero… lo que se decía “asumido”, “asumido”, era un poco discutible. Digamos que ya contaba con algunas pistas de antemano, a las que debía dar una forma más exacta; era parte de mi misión. Cosa que, por supuesto, no me dio la gana aclarar.

    Precisamente, fueron la conejita y el zorro aquellos que Akaisa mencionó, pero ni tiempo me dio para que negara con la cabeza. Cuando habló de las mariposas y el fuego, justo en ese momento estaba dándole una pitada a mi cigarrillo, avivando el fuego que consumía la nicotina. Estaba mirando el cielo, como ella, viendo cómo el humo de los cigarrillos quería confundirse con las nubes más delgadas. Le prestaba mucha atención, porque me olía que esta misteriosa muchacha estaba a punto de soltar datos relevantes.

    Y vaya que lo hizo, eh.

    Su relato era la mierda más críptica que había escuchado en mucho tiempo, de principio a fin. Y era satisfactorio así, para que fuese más divertido interpretarla. Me dio una reflexión sobre la resistencia de las mariposas frente al fuego, es decir, hablaba de una criatura frágil que sabía hacerle frente al mismísimo infierno, con el que desentonaba. Destacó la paciencia de Vólkov; lo ser muy cabrón para hacerle algo me daba lo mismo, pero al menos yo guardaba las formas con las personas amables, curiosamente me simpatizaban tanto como los amantes del caos y los arrogante (aunque por motivos muy diferentes, vale decir). Pero lo más interesante vino después, me dio pistas bastante interesantes sobre el irlandés, que se complementaron con la que había rescatado de nuestra productiva mañana en los casilleros.

    El dato nuevo fue la mención de la hierba, que se me grabó a fuego.

    Me reí por lo bajo, porque mi respuesta sería más que obvia, y a los pocos segundos ella hizo oír su risa. Me habló de dos compañeros de nuestra clase, a los que nombró como Allen y Kasun. No los tenía muy ubicados a todos, como mucho identificaba a esta chica, a Shimizu y la niña Hattori, la primita del otro sujeto que era centro de mi interés. En fin, que lo de esta parejita no sonaba tan oscuro, pero como comedia romántica me serviría, qué se yo.

    ¿Pero qué tal el dato del otro zorro y su tigre, eh?

    Fue como la cerecita del pastel.

    Mi sonrisa se extendió. Fue casi involuntario, lo hizo con mucha lentitud, pero también con intensidad, hasta que los colmillos quedaron expuestos, apretados debido a la risa baja que empecé a contener. Estuve unos segundos así, saboreando la tan jugosa información que acaban de soltarme así, sin más.

    —El circo es más prometedor de lo que parecía —dije, con el humo brotando de mi boca—. Podría contarte algo interesante que encontré aquí, en la azotea, sobre esta misma verja —la miré y le sonreí, con algo de malicia—, pero toca ir a clases. Responsabilidad y buena educación ante todo, Kat~


    OH BOY El tremendo bombazo tiró la Kat, I love it!

    Cierre sobre la hora, un placer rolear a este naciente Dúo de Quilomberos <3 *rayos y centellas*
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    "La azotea, inicio del receso". El mensaje había sido breve y contundente, terriblemente efectivo, como todo lo que Kou hacía; siquiera me dio tiempo a replicar nada. Era bueno y malo al mismo tiempo. La mierda me había arrancado de las preocupaciones de preescolar con las que me venía comiendo la cabeza, cierto, pero sólo porque ocupó el espacio con algo mucho más oscuro y pesado. Aún siendo absurdo, en cierto punto lo prefería así. En cierto punto, de una forma extraña, las herramientas que tenía para luchar contra estos monstruos estaban mejor talladas, mejor afiladas. Frank había dicho una vez que sólo pretendí arrancarme por culpa de no reconocer el reflejo en el espejo.

    El mensaje estaba claro.

    Cuando subí Kou ya estaba ahí, detallando el paisaje debajo de sus pies. Giró el rostro, la brisa le meció el cabello castaño y me sonrió. Kou estaba ahí y lo conocía desde que era un enano malhumorado, pero los fogonazos en la memoria del último año me hacían dudar de mis propios recuerdos. Aún así me resistía. Por el bien de mi estabilidad, de los vínculos que me negaba a arrancar, necesitaba creer que, al menos, mis amigos eran mis amigos.

    —Wan-chan. —Su tono suave se deslizó hasta alcanzarme y reanudé mi avance—. ¿Cómo va todo?

    —Como se puede. —Me detuve a su lado, distrayendo la vista en el patio—. ¿A qué me llamaste?

    La verdad era que no tenía la menor idea de cómo tratarlo. ¿Estaba siendo un ingrato? ¿Tenía el derecho de imponer esa distancia? ¿Una parte de mí se mantendría eternamente resentida con él? ¿Era enojo? ¿Decepción? ¿Envidia? ¿Tristeza? ¿Estaba siendo maduro o un puto crío? Oí su risa nasal y no junté el coraje para mirarlo. No tenía idea de nada y me sacaba de quicio.

    ¿Era él?

    ¿O era yo?

    —Me parece que ya lo sabes —respondió—, y por eso estás así de arisco.

    No siguió hablando, el silencio me picó en el cuerpo y lo miré por fin, con una cuota de hartazgo que ni siquiera iba enteramente dirigida a él.

    —No se supone que nos vean juntos, ¿no? ¿Vas a decirme qué quieres o me voy?

    Su pequeña sonrisa vanidosa de siempre se esfumó y me clavó la vista de soslayo, serio. Se la sostuve, alimentándome del cansancio que sentía, y algo dentro de mí se removió con alivio, satisfacción, casi orgullo. Era eso, ¿verdad? Lo que más me irritaba era la máscara que se había pegado a la cara y prefería empujarnos, golpearnos, lacerarnos si eso significaba arrancársela de cuajo.

    —Ganaste coraje, eso debo reconocértelo —respondió, en un tono plano—. Hace dos años te habrías meado los pantalones antes de hablarme así.

    —¿Y tú qué ganaste?

    —Más de lo que comprenderás nunca. —Giró el cuerpo hacia mí con movimientos lentos y cuidadosos—. Pero menos de lo que podría si no anduvieras holgazaneando por ahí.

    Arrugué el ceño y desvié la vista, soltando el aire por la nariz. Obviamente me había citado aquí para caerme con el regaño de turno, ¿verdad? Era la única razón por la que me buscaba. Luego de tantos meses seguía cumpliendo a rajatabla la mierda de octubre. Ya nadie hablaba de las serpientes, a nadie le interesaba lo que había ocurrido, entonces ¿por qué? Los fogonazos en la memoria del último año me hacían dudar de mis propios recuerdos y aún así me resistía. Me seguía resistiendo.

    Como un imbécil.

    —La expulsión de la pública fue bastante escandalosa, ¿no crees? —prosiguió, liberando un suspiro—. Pobres Rei y Subaru, les faltaba tan poco para graduarse... Oí que uno acabó en la tienda de su padre y que el otro se quemó las pestañas, el orgullo y unos buenos billetes hasta conseguir una escuela donde le tomaran los finales. ¿Logró entrar en la universidad, al menos?

    No le respondí, no me cabía duda de que ya tenía esa información; sólo había vuelto a ser el capullo de siempre. Lo miré y él sonrió brevemente. Puede que lo que también me irritara fuera la facilidad con la cual Kou siempre me leía. No era justo, ¿verdad? No cuando yo jamás podía predecir sus movimientos.

    —Supongo que tampoco saben cómo lograste entrar al Sakura. —Se desinfló los pulmones y viró el cuerpo hacia la reja—. No te culpo, en tu lugar igual no se los habría dicho, no es... información que les concierna, ¿verdad? —La sombra de una sonrisa, arrogante, le tintó la voz, justo antes de tornarse rígida y severa—. No espero alabanzas ni agradecimientos, ni siquiera que me regreses la cortesía si te pregunto cómo estás. Sólo te pido que cumplas tu parte.

    Era lo único que siempre le importaba, ¿cierto? Sus putos planes, el futuro que sólo él veía y que los demás, como un estúpido rebaño, debíamos seguir. Había ofrecido su cuerpo para recibir las balas, me había permitido terminar la secundaria y había cazado a la hiena para entregársela a Anna cuando debía ser el primero en querer cobrarse venganza. Él, que lo habían atado y humillado. Su existencia me resultaba tan dicotómica y contradictoria que no tenía idea cómo tratarlo, qué sentir, qué decirle.

    —¿Qué pasó con Ko el otro día? —indagué, interrumpiendo su discurso de mierda.

    Su calma titiló, pude verlo, pero no más que eso. Me miró de soslayo.

    —¿Qué pasó...? —Fingió hacer memoria unos pocos segundos—. Otro holgazán, como tú. Sé que da pereza pero un proyecto escolar es un proyecto escolar, no puedes desligarte porque sí. Sólo intenté que entrara en razones.

    —Esa es una frase peligrosa viniendo de ti.

    —¿Lo crees? —Giró el rostro completamente hacia mí y me clavó la mirada—. ¿De veras crees eso, Kakeru?

    La repentina hostilidad amenazó mi compostura y tensé la mandíbula, irritado.

    —Lo siento por no adecuarme perfectamente a tu plan divino, Kou —escupí, ácido—. Me quedé en casa un par de días, sí, estaba cansado. ¿Puedes entenderlo? ¿O es un concepto demasiado mundano para ti?

    —Fueron más de un par de días —replicó, impasible, y lo sentí escrutarme en silencio; su tono se suavizó—. ¿Cansado? Esa es una frase peligrosa viniendo de ti.

    Ahí estaba, el eterno vaivén de toda la puta vida. Me mantuve en sus ojos y se me cruzó por la cabeza la imagen de una liebre repentinamente cegada por su cazador, aunque esto iba más allá de tener los sentidos paralizados. Él me leía como un libro, ¿y yo qué? ¿Por qué sólo llegaba a ver lo que me pretendía mostrar? ¿No se suponía... que éramos amigos? ¿Que lo conocía?

    Era una liebre cegada, sí.

    —Estoy cansado —repetí, esta vez sintiendo el verdadero peso de las palabras—. Tengo que lidiar con sentimientos que ya no tienen sentido y ver caras que sólo me recuerdan las mierdas que hice, las cagadas que me mandé. Y frente a los demás tengo que sonreír, y comer, y estudiar, y mentir, y estoy cansado.

    Pero el cazador no era Kou.

    La vergüenza me bañó el cuerpo. ¿Qué hacía ventilándole mis pecados? ¿Por qué seguía esperando algo de él? ¿Qué se suponía que...?

    —Te presionas demasiado, Wan-chan. —Su voz sonó suave, calmada, y su sonrisa por fin se libró de la prepotencia—. Hay cosas que no podemos evitar y otras que debemos procesar, ¿pero el resto? ¿Los demás? ¿Qué importan los demás? Tienes que preocuparte por ti primero, alterar ese orden no trae nada bueno a largo plazo.

    Agaché la vista, contrariado. Entendía su punto, pero en ese paquete que él menospreciaba venían personas como Emily, Kohaku, los chicos, incluso Jezebel o Verónica. Mamá. No sabía cómo empujarlos fuera del foco y reemplazar su lugar, quedándome solo bajo un reflector tan grande. ¿Cómo soportar el escrutinio? Me quedé en silencio como un niño regañado y oí a Kou exhalar por la nariz. Su silueta se acercó a mí, su sombra se aproximó a la mía. Sus zapatos. Sus manos dentro de los bolsillos. Quizá debí cuestionar con más fuerza el incidente con Kohaku. Pinchar. Escarbar.

    Pero ¿tenía derecho?

    —Está bien, tómate un tiempo si lo necesitas —murmuró—. Pero la próxima avísame. Aunque te cueste creerlo, yo también me preocupo por ti.

    ¿Quería hacerlo?

    Comenzó a irse. Aquellas palabras me atravesaron el cerebro como una lanza y volteé hacia él en redondo. Ni siquiera procesé la forma en que solté la mierda que me picaba en el cuerpo desde hacía rato.

    —La semana que viene es tu cumpleaños —dije, y él se detuvo—. El... el viernes.

    Me sentí un crío imbécil de repente, pero no pude evitarlo. Estaba cansado de muchas cosas, y también de fingir que no era mi amigo, que no lo conocía, que no me detenía a verlo cada vez que me lo cruzaba en un puto pasillo. Era el enano malhumorado con el que había compartido los onigiris que mamá compraba en la tienda de conveniencia, que siempre me había esperado junto a la línea de casilleros, que nos tirábamos al suelo en verano y desde ahí veíamos las pelis. Las hamburguesas en McDonald's, la tienda del 109. Las partidas del Black Ops III no cambiaban, lo cagaba a tiros sin falta y él seguía jugando conmigo. Lo había visto crecer, mutar, reírse y acumular odio. Lo había perdido en un mar confuso y anegado.

    Pero era mi amigo.

    Medio giró el cuerpo, lo hizo con lentitud y sonrió, ligeramente divertido.

    Era mi amigo.

    —¿Vas a regalarme algo?

    —Obviamente —respondí al instante, sintiendo un chispazo de alegría que no pude ni quise combatir—. Aunque vete a saber qué te hace falta.

    Su sonrisa se ensanchó y por un instante, sólo uno, creí ver en sus ojos algo parecido a la ilusión. Era un tono color miel, cálido.

    —Tendrás que esforzarte, Wan-chan. Suerte con eso.

    Que conocía de hace años.


    este fic encubierto es ilegal, pero lo que disfruté escribirlo no tiene nombre *cries*
     
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    Gigi Blanche

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    Manson eligió la azotea y a mí me daba igual, así que no puse pegas. Se excusó en lo que se dirigía a la 3-3, noté que un muchacho rubio la esperaba y regresé la vista a Kaia. No que estuviera muy empapado en cuestiones femeninas, pero era un cotilla y sabía, como mínimo, que cualquier chica andaba con un recambio de emergencia. Además, ese nivel de precaución sonaba plausible viniendo de Kaia. ¿Se las habría olvidado, entonces? Podía pasar como un descuido tonto, claro, pero...

    —¿Todo bien? —pregunté.

    Ella asintió con la cabeza y un claro atisbo de ilusión chispeó en sus ojos al mirarme.

    —Manson-san me dijo de ir mañana a un centro comercial. —Alcé las cejas y su sonrisa se ensanchó—. ¡Lo sé! A mí también me sorprendió. No recuerdo la última vez que una chica me invitó a... bueno, a nada. ¿Qué piensas, Yu?

    No sabía una mierda de Manson, pero tenía pinta de ser una tía normal, ¿no? Además, sólo había que ver lo entusiasmada que estaba Kaia. Se mantenía serena y compuesta como siempre, pero su voz cambiaba ligeramente de tono y su semblante se iluminaba un poco; aparentaba mejor la edad que tenía. Le sonreí y apoyé una mano en su cabeza con suavidad, ella cerró los ojos un segundo.

    —Creo que te vas a divertir mucho —concedí—, y así de paso me compras algo, ¿no? Un chocolate... o unas papitas...

    —¡O ambas!

    Solté una risa nasal breve y eché un vistazo al pasillo, notando que Manson empezaba a regresar en nuestra dirección. ¿Lo había notado? Por supuesto. Uno no se echaba la vida entera entrenando por nada. Mi sonrisa se torció apenas y cambié el peso entre mis pies de forma disimulada.

    —Hablaban de nosotros, ¿verdad? —tanteé en voz baja, y Kaia soltó una risa algo menos inocente.

    —Absolutamente.

    Compartimos un vistazo fugaz, cómplice, y ella de repente dio un respingo, recuperando la jovialidad de antes.

    —¡Ah! ¡Nuestros almuerzos! —exclamó, y pasó junto a Manson en su camino hacia la 3-3—. ¡Vayan subiendo, ahí voy!

    Otra vez, me daba igual, así que no le di vueltas. Una vez Katherin me alcanzó, giré el cuerpo y empecé a caminar hacia la azotea.

    —Adivino: ¿Aleksander, el difícil? —arriesgué, mirándola de soslayo.

    Me hizo gracia que sonara a nombre de emperador o algo. Abrí la puerta del espacio, me colé y seguí avanzando, echando un vistazo alrededor.
     
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    Insane

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    En lo que regresaba noté el vistazo que se dieron pero no le dí forma alguna, supuse que Kaia le había comentado de ir juntas a comprar maquillaje y ay, yo estaba tan emocionada, ya quería que fuera mañana, pero bien me había dicho mamá: un día a la vez, Kathe.

    La albina dió un respingo recordando los almuerzos que estaban en su salón de clase, nos dijo que podíamos ir subiendo y bueno, no me opuse; estar bajo cuatro paredes no era algo que disfrutará, así que tenía las ganas de sentir el viento de la azotea y los pequeños rayos de sol, al menos si se colaban entre las nubes. Me mantuve al lado de Yuta en lo que llegamos a la azotea, cuando abrí la puerta lo escuché y noté su vista.

    Me sonreí apenas.

    —Que buen instinto, Yuta —le felicité porque no había nada que negar sobre su suposición—. Difícil y buen amigo, solo hay que darle chance —bromeé porque no los imaginaba hablando, no, definitivamente sería muy extraño.

    La suave brisa me movió las hebras oscuras, la satisfacción del exterior me recorrió con suavidad la piel, por lo que luego me dediqué a ubicar un espacio cerca a la reja, dónde daba igual parte de la sombra del muro.

    —Estos días ha hecho bastante calor, al menos hoy se está más fresco —comenté en lo que me sentaba, comenzando a atarme el cabello con la coleta como de costumbre, mirándolo en lo que daba los primeros giros al elástico—, o tú qué prefieres, ¿frío, calor, nublado, sol?
     
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    Gigi Blanche

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    No percibí ironía en su felicitación, aunque de haber sido el caso probablemente también me habría resultado indiferente. Quería decir, no me ofendía muy seguido. Al desafortunado título inicial le agregó la salvedad de que era un buen amigo y me encogí de hombros. Me alegraba por ella, suponía, al menos a mí no necesitaba explicarme los defectos y las cualidades de la pobre criatura; de por sí lo había presentado con mal pie en un primer momento, y aún si llevaba toda la razón del mundo, bueno, era como señalar que un ciego no puede ver.

    No que yo estuviera muy empapado en las cortesías sociales.

    —Y tú se la diste, por supuesto —concluí respecto a lo de darle una chance al muchacho.

    Claramente no eran mi fuerte, no.

    Quizá llegaba a identificarme con el tipo y todo, incluso a un nivel no muy consciente. No creía que me sentara del todo bien imaginar a Kaia exhibiéndome en sus conversaciones como el animal amansado de turno, ni tampoco que hiciera buena letra de sus intenciones. Pero en fin, tampoco había que ponernos tan quisquillosos, ¿verdad? Luego me ganaba los problemas por no cerrar la boca o por pensar más de la cuenta.

    A mi espalda noté que Manson viraba hacia la reja y, tras unos pocos segundos, me dispuse a seguirla. Me senté frente a ella y repasé el cielo con la vista tras atender a su pregunta, intentando fabricar una respuesta. Prefería el calor sobre el frío, lo soportaba bastante bien y era más cómodo cuando te arrastraban fuera de la cama a las seis de la madrugada para entrenar. En invierno las manos se me lastimaban mucho y los músculos se me entumecían, era un incordio. No era, sin embargo, ningún fan acérrimo de rostizarme como un pedazo de carne.

    —Nublado y verano, supongo —definí, regresando la mirada a ella—. Aunque mi estación favorita es el otoño, digamos, la primera mitad, que está más cerca del verano que del invierno.

    Era una respuesta bastante específica, ahora que lo pensaba. Recordé que esta chica era griega y agregué:

    —Supongo que tú también prefieres el calor al frío.
     
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    Insane

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    Bueno, el chance que me había dado a Hal era totalmente diferente al chance que se solía dar a conocer a las personas, toparte con una en estado de vulnerabilidad, una que en un principio te caía mal pero te palpitó más la empatía humana antes que nada... Si, había Sido un chance y creía que era lo mejor que había hecho, a diferencia de las que juraron ser mis amigas él si me acompañó en todo el duelo de mamá, me impulsó a no dejar la danza y hasta me regañó cuando dudé en tomar la oportunidad de esta beca.

    —Sí —respondí por la gracia con una sonrisa que no supe cómo se había visto ante sus ojos.

    Terminé de atarme la coleta en lo que Yuta se sentaba, lo noté mirar el cielo, lo imité unos segundos para ya luego abrir el bowl. Alcé las cejas ligeramente, había comprado el de pollo con parmesano, traía pedacitos de berenjena y rúcula. Se veía delicioso.

    —Los colores anaranjados del otoño son bonitos —regresé a sus ojos—, sí. Aunque mi estación preferida es la primavera, pero si disfruto mucho los tiempos de sol, me gusta ir a la piscina o visitar el mar.

    No era que fuese una nadadora diez de diez, pero me relajaba mucho en esos espacios, además de tomarme fotos y eso.
     
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    Gigi Blanche

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    Recibí su elección, claramente la había escuchado pues la estaba mirando, pero no gesticulé ni dije nada. La primavera era el mundo despertándose de un largo sueño, lentamente. Las ramas recuperaban su follaje, los animalillos salían de sus cuevas y los frutos comenzaban a germinar. La nieve se derretía, el sol nos acariciaba. Representaba, si se quiere, la posibilidad de nuevos comienzos. Cambiar de piel, cambiar de año escolar, cambiar de instituto. Quizá fuera la estación de los intrépidos y los ansiosos.

    —¿Alguna vez quisiste darle a tu vida un giro de ciento ochenta? —musité, abstraído, y entonces la miré, evidenciando que era una pregunta real—. ¿Por eso viniste a Japón?

    Sólo era una idea que se me acababa de ocurrir y que verbalicé sin demasiado análisis previo. En cualquier caso, la puerta se abrió y Kaia por fin llegó, ligeramente agitada. Se sentó entre nosotros, cerrando la suerte de triángulo, y sacó de su bolsa tanto los bento como dos botellas de agua. Eso explicaba su tardanza.

    —Nos íbamos a atragantar con el arroz —explicó, junto a una risa breve, y metió la mano una última vez para extraer una tercera botella que extendió hacia Manson—. No sabía si tenías una, así que la compré por si acaso.


    Entre tanto, pillé mi almuerzo y empecé a comer. Toda la tontería nos había retrasado y tenía bastante hambre.
     
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    Comencé a revolver un poco la comida, deteniéndome en cuanto recibí su pregunta. Regresé sus orbes y parpadeé con suavidad, sintiendo que era la primera vez que lo escuchaba hablarme de un tema... ¿serio, íntimo, existencial? Recordé a mamá, el llanto de la abuela y la presión por parte de Hal. Estuve por responder pero la puerta se abrió, preferí cerrar la boca por cuestiones que no sabría definir en este momento, girando mi rostro para observar a Kaia.

    Había demorado un poco, y pensé que quizá hubiese querido que demorase un poco más.

    —Gracias Kaia-chan —recibí la bebida, dejándola a mi costado.

    Seguí comiendo y de repente recordé lo de mañana.

    —Antes que se me olvide. ¿Te parece si nos encontramos en los casilleros al salir? Ah, yo suelo traer ropa de cambio cuando voy a estar fuera de la escuela, no soy fan del uniforme —busqué influir en ella, claramente—, ¿te parece si haces lo mismo? ¿qué tal si vamos las dos del mismo color?
     
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    Gigi Blanche

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    Al recoger los almuerzos me había dado cuenta que no tenía bebidas e intenté recordar si había visto a Yu con algo en las manos, cosa de no extender el recorrido en exceso. No me quedé del todo convencida, pero acabé optando por bajar en el ascensor y comprar de la expendedora lo más rápido posible; justo frente a la máquina pensé en Katherin y, por si acaso, me hice de una también para ella.

    Cuando entré a la azotea los encontré en silencio, aunque parecían haber estado conversando. Yuta giró el cuello hacia mí, pilló su bento apenas pudo y, mientras abría el mío, Katherin me habló. Mencionó un punto de encuentro para mañana, habló de ropa de tarde y asentí, sin disimular el entusiasmo de mi sonrisa. No tenía gran cantidad de atuendos... ¿normales? La mayoría de mi armario estaba ocupado por ropa tradicional y de entrenamiento, pero algo inventaría. Incluso si eso significaba comprar algo hoy mismo.

    —¡Claro! Me encantaría.

    —Ah, la juventud. —Yuta suspiró con nostalgia y, justo antes de llevarse comida a la boca, nos señaló con los palillos—. ¿Puedo elegir el color?

    Me reí, entre divertida e incrédula.

    —En tanto elijas un buen color...

    —Conozco tu ropa y supongo que no tendrás problema de variedad —argumentó, mirándome primero a mí y luego a Katherin—. Hmm... Gris.

    —¡Dije un buen color, Yu! —me quejé, aunque la sonrisa no abandonara mi rostro—. Piénsalo un poco más.

    Él se rió sobre mi voz.

    —Vale, vale. Pasa que no comparten ni un tono. Supongo que... verde podría funcionar.

    Parpadeé, pensando en el vestido de verano que tenía que era de un verde muy clarito, casi menta, de cuando vivía en Hawái.

    —¿Qué opinas, Manson-san? —le pregunté.
     
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    Insane

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    Hace mucho no salía con una chica de compras, y estaba bastante emocionada, cosa que era inevitable de ocultarlo. Yuta metió la cucharada en la conversación y me reí ligeramente acompañando a Kaia en el proceso. Lo miré con un ligero destello de curiosidad por cuál color elegiría, y me imaginé no sé, algo como el blanco, cuando dijo gris pensé en los conjuntos deportivos que tenía en casa y no era muy lindo ir de compras como si fuese a entrenar, por lo que arrugué los gestos.

    La muchachita que tenía sentido común con los colores pidió otro, asentí relajando las facciones y aprovechando por ahí derecho para comer un poco más.

    —¿Verde? —murmuré elevando la mirada para procesar lo que tenía en mi closet. Creía tener algo de ese color porque tenía mucha ropa, era compradora compulsiva con esas cosas así que solo debía buscar al no ser un color que usará cotidianamente—. Me parece bien, mañana, luego de clases, de verde —me reí por el pacto que habia terminado haciendo.

    Por aquí cierro con Kathe <3
     
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    Insane

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    En algún punto sabía de la probabilidad de que Mason tuviese algún almuerzo planeado, y en tal caso debería aplazar el mío, sin embargo la probabilidad también de que así fuese hacía más creciente el hecho de que no me naciera nuevamente proponerlo, quizá porque era un sujeto que podría pensar las cosas varias veces y tomar caminos distintos con el pasar del tiempo, digamos que en parte era tremendamente evitativo desde siempre, ya bastante tenía con mis cosas para cargar con las de los demás, incluso si eso implicaba dar la espalda o dejar que algo explotara y me salpicara de una u otra manera.

    Comentó que era el anfitrión y solté el aire por la nariz con un poco de gracia.

    Me eché a caminar hacia el pasillo, cerca a las escaleras estaba Paimon con dos botellas de cristal, me entregó una de pasada, comentando por ahí derecho:

    —¿Mi reemplazo?

    Me sonreí con la naturalidad usual.

    —Luego me cuentas como te va en el proyecto

    Miró a Mason más para reconocerlo que por otra cosa, dándose vuelta para bajar por las escaleras con la calma usual. Por nuestra parte continuamos un poco más al fondo para subir a la azotea. Al abrir la puerta sentí la ausencia de viento, el sol bañaba parte del espacio y como siempre, se escuchaba con mayor claridad el cantar de las aves que se paseaban volando. Di un par de pasos y bostecé cubriéndome los labios con la bebida que me había entregado Orn.

    >>¿Cómo sentiste este proyecto? Ha sido un poco más sencillo que el anterior, ¿no crees?
     
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    Zireael

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    Si nos sentábamos a pensarlo, Suiren y yo quería decir, quizás nos diéramos cuenta de que nos parecíamos algo más de lo que creíamos. Los pilares que sostenían esas similitudes, claro, era muy posible que fuesen completamente distintos. Hasta ahora mi calma era la única manera que conocía de lidiar con un mundo que me parecía demasiado ajeno, una tierra en la que no podía echar una sola raíz. Evitaba cosas, desconocía otras y permanecía inalterable.

    Sin embargo, no crecía hacia ninguna parte.

    No había crecimiento en el encierro.

    Seguí al chico entonces, cerca de las escaleras estaba Paimon, que le competía en cara de póker a Sonnen. Le sonreí por pura cortesía, no reaccioné al comentario que le soltó a su amigo y continuamos con nuestro rumbo, al salir a la azotea levanté la vista al cielo. Estaba parchado de nubes aquí y allá, regulando la cantidad de sol de forma decente. Me quedé allí, solo respiré y volví a pensar en Sasha, solo para darme cuenta que haber visto a Paimon había hecho que me distrajera de husmear en su clase. Dios, es que no podía ver una mosca pasar porque ya se me borraban tres ideas de la cabeza.

    —Digamos que conversar se me da mejor entregar trabajos de artes —apañé junto a una risa floja, regresando la vista a él y encogiéndome de hombros—. Así que sí, estuvo mejor. Además fue interesante escuchar a la madre de Abby, la verdad, ¿a ti qué te pareció?
     
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  19.  
    Insane

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    Solté el aire por la nariz algo jocoso, recostando la espalda en la pared al lado de la puerta, donde la sombra reposaba totalmente sobre nuestras cabezas. Comencé a destapar la botella para dar un sorbo; el té no era una de mis bebidas favoritas ni mucho menos, pero era un detalle del padre de Paimon, y los detalles debían apreciarse.

    —Me he dado cuenta —murmuré más por molestarlo que por cualquier otra cosa.

    Me regresó la pregunta, y la verdad era que había tomado notas en automático por si las necesitaba luego, pero pese a estar presente en el espacio no presté atención retentiva a casi nada, tendría que volver a mirar mis apuntes para dar una respuesta honesta.

    —interesante también. Supongo que ese tipo de proyectos funcionan para integrarnos y conocernos más entre nosotros con la gente que nos rodea. En este caso a Miller —algo que no me interesaba en realidad, y en lo que no estaba siendo sincero para nada, mi interés era nulo cuando de profesionales en entretenimiento se trataba. Era lo que había aunque siempre pasaba desapercibido con la eterna calma, por lo que daba lo mismo—. El trabajo de arte tenía su encanto de igual manera.

    Y no me refería a Katrina.

    Lo miré de perfil, sonreí apenas.

    —¿Has probado antes comida rusa?
     
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  20.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

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    No me cuestioné que se quedara cerca de la pared, tampoco pregunté y solo seguí en mi mundo en cierta medida, pero obviamente volví con él no mucho después para acomodarme a su lado. Su respuesta me sacó una risa baja, divertida, y me encogí de hombros para terminar de declararme culpable. Vaya cosa triste, seguro si me ponías un proyecto de cortar sin pasarme de la línea también lo pasaba apenas superando las expectativas.

    La verdad no estaba seguro de si decir si el proyecto servía para conocernos entre nosotros en todas las de la ley, aunque sí que nos forzaba a usar tiempo a conocer otras formas de vida. Puede que yo mismo no eligiera algo tan ambicioso como ser actor, por poner un ejemplo, pero escucharlo de otra persona era curioso. En todo caso, asentí cuando dijo lo del proyecto de arte no tanto porque estuviera de acuerdo, sino para que la conversación fluyera.

    Su siguiente pregunta me hizo mirarlo, entre curioso y entretenido, y negué suavemente con la cabeza.

    —La verdad es que no. Espera —interrumpí mi propia respuesta porque creí caer en cuenta de algo—, nunca te pregunté de dónde eras, ¿o sí?
     
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