Azotea

Tema en 'Cuarta planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Gigi Blanche

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    Si acaso percibí el movimiento de sus manos sobre su rostro, con la vista puesta prácticamente en el suelo. Pude oírlo con sutileza, pude imaginarlo. Lo había visto varias veces enjugarse los ojos, solía venir acompañado de un principio de migraña y una respuesta emocional más o menos intensa. Altan no era un robot, por mucho que se empeñara en creerlo o demostrarlo, y yo lo sabía. Puede que lo supiera mejor de lo que me convenía.

    Lo conocía, al imbécil, y me daba cuenta que el asunto no le era indiferente. El problema no era ese.

    Aún cabizbaja me llevé el porro a la boca y fumé, con el cabello deslizándose frente a mi rostro. Esbocé una sonrisa irónica, recordando la forma en que había ido a buscar la cena y había acabado comiendo sola porque a los niñitos empollones de turno se les ocurrió pirarse a una fiesta. Para la gracia, el niñito empollón era el nuevo favorito de Altan. Las ganas de soltar un comentario de mierda me picaron en la lengua y al final me quedé callada. No venía al caso. Pero ¿no me había buscado en el campamento porque me vio con otras personas?

    No prestaste la suficiente atención, corazón.

    Seguí su procesión en círculos por el rabillo del ojo, sumamente quieta. Quizá las excusas no sirvieran ni arreglaran nada, cierto, pero eso no significaba que no me las debiera. Era... una formalidad, si se quiere. Prefería que me diera las razones de mierda a que alegara no tener razones en absoluto; de la primera forma, al menos, podía formarme mi propia opinión. Dijo que era un estúpido, que estaba asustado como cualquiera. Pareja. Usó la maldita palabra y el humo de la pitada que me había mandado estuvo a nada de hacerme toser. Exhalé de golpe, frunciendo ligeramente el ceño. Era lo mismo de siempre.

    Estar enfadada o aceptar que tenía el corazón hecho añicos.

    Se detuvo por fin, giré el rostro en su dirección y noté que tenía la cabeza gacha. Parecía un mocoso preparado para recibir el regaño de su putísima vida y el cuerpo me chispeó con molestia. Me estaba pidiendo permiso, ¿para qué, exactamente? ¿Para demostrar qué? Qué va, lo sabía. Sólo me negaba a aceptarlo, como todo.

    Estaba pidiendo un voto de confianza, sin más. Otro, en realidad.

    —Preferiría hablar contigo sin sentir que estás esperando el golpe de una guillotina cada segundo, es molesto —resolví, un poco tajante—. ¿Qué es lo que te asusta tanto?

    Lo pregunté de verdad, pese a la seriedad en mi rostro o mi tono de voz. Quería, como mínimo, entender qué mierda le pasaba en la cabeza, y no era tan inteligente para unir las ideas en el aire.
     
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    Claro que me faltaba el resto de información, cuando me senté a comer con Arata y cuando me retiré ella todavía estaba acompañada, no había visto el momento en que se quedó sola y Mattsson tampoco me había comentado al final de dónde venía la molestia que se había proyectado a él. En mi cabeza el mocoso nada más estaba en el lugar incorrecto, con las personas y las condiciones incorrectas. En fin, que tenía huecos de información sin saberlo, para variar.

    Me pareció que exhalaba como de golpe, fue entonces que reparé en la palabra que había usado y no supe si estaba bien o estaba mal, es más puede que usara esa porque era consciente que no le había pedido formalizar nada todavía. Que la había cagado antes de siquiera hacerlo y las palabras de mi madre volvieron a rasgarme el cerebro, lanzándome una cuota de ira encima que nada tenía que ver con Anna.

    Eres incorregible.

    Por tanto, nadie me debía más votos de confianza.

    Ni nada que se le pareciera.

    Tenía algunos momentos revueltos, conversaciones mezcladas y solo entonces recordé que cuando lo de los pancakes en su casillero se había disculpado por no contestarme, que si fuese ella seguro treparía por las paredes y todo el cuento. Recordarlo así de la puta nada me lanzó una punzada en el pecho, fue enojo hacia mí mismo y culpa, fueron un montón de cosas juntas que tuve que pausar un instante en medio del discurso más improvisado de la historia. En esa misma conversación había dicho que no había hablado con Fujiwara y que lo haría antes del campamento.

    La culpa pasó de ser una roca a convertirse en una montaña.

    El remolino lo detuvo ella misma cuando dijo que preferiría hablar conmigo sin sentir que estaba esperando el filo de la guillotina, al escucharla asentí con la cabeza como para decirle que la había escuchado y traté de buscar los cables que me tenían allí tan, ¿tan qué? ¿Ansioso? ¿Preocupado? ¿Asustado? ¿Todas juntas? No importaba, los busqué y los busqué, inhalé aire profundamente pero más despacio y antes de contestarle la pregunta me tomé una pausa para poder hablarle como una persona normal. Creí que al menos había logrado reducir la velocidad a la que pensaba y por rebote con la que hablaba y esperaba el peor desenlace.

    Saqué los cigarros, tomé uno y lo encendí luego de colocármelo entre los labios, dando una calada profunda. Liberé el humo de inmediato, di la siguiente y me tomé un momento para regular el cuerpo. Ya había soltado una bomba de información sin nada de contenido, pero su pregunta... Dios, me sentía como un imbécil incluso más que antes.

    —Soy un puto disco rayado, ¿no? —pregunté ya a una velocidad más aceptable y giré el cigarro entre los dedos. Había dejado la vista en el suelo, pero entonces despegué los ojos de allí y volví a su silueta, había pensado que no quería solo venir a disculparme pero no vi otra manera de hacer las cosas, ya no—. Perdón, Dios, perdón de verdad. Por mí hablaste con Fujiwara y yo sigo pegado en esta mierda como si tuviera diez años, me quedé atorado allí todo este tiempo como estúpido a pesar de lo que me dijiste. Lo siento.
     
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    Gigi Blanche

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    Asintió ante mi pedido, fue quedo pero me di por servida. Ya no sentía la ansiedad suficiente para que su tiempo necesario me pesara, fuera gracias a la marihuana o al desenlace de la situación. O a ambas. Buscó sus propios cigarrillos, esperé que fumara y simplemente coexistimos allí, en aquel espacio perimetrado, como si nada. Era casi gracioso, si me preguntaban.

    Lo primero que dijo fue que era un disco rayado y lo miré, sin comprender a qué se refería. Quise seguir creyendo que era capaz de estar tranquila, de manejar este asunto con mejor cabeza, pero sus ojos conectaron con los míos y finalmente soltó la mierda. No fue brusco, y aún así me golpeó como un puñetazo. Apenas el apellido de Kakeru surgió de su boca lo comprendí. Joder, lo comprendí todo. Hice memoria y recordé la última conversación que habíamos tenido antes del campamento, donde yo le prometí que hablaría con él y Altan me confesó que la presencia del pobre diablo se había transformado en una amenaza. ¿Cuánto tiempo llevaba diciéndoselo?

    Que lo quería a él.

    Que nunca había podido querer a Kakeru igual.

    Que me quedaría con él sin importar qué.

    Entendía que no podía pretender meterle las ideas con una cuchara en el cerebro y que si no quería creerme, no me creería y punto. Entendía que había demonios y fantasmas más poderosos que la realidad. Lo entendía, y aún así. Solté el aire en una especie de risa nasal, fue amarga a cagar y meneé la cabeza. El fuego repiqueteó, amenazó con exponerme el corazón destrozado y me repasé los labios con la lengua.

    —No vas a creerme —murmuré, asimilando la idea, y despegué la espalda de la reja para empezar a caminar—. No vas a creerme, ¿cierto? Aunque me lo tatúe en la puta frente.

    Tracé un recorrido lento, en línea recta, y luego de regreso. Quizá fuera mi culpa por haber subestimado la importancia de Kakeru entre nosotros, pero no creía haberle dado ni una maldita razón para comportarse así. Me había despegado del otro infeliz, lo hice a costa de arruinarnos el campamento, de arruinar nuestra amistad, y seguíamos sin dirigirnos la palabra desde entonces. Lo había hecho sin una pizca de resentimiento porque lo creía correcto, creía que Al merecía esa tranquilidad, ¿y se la había dado? ¿Lo había alcanzado?

    No.

    —Hablé con Kakeru, sí. —Lo enfrenté un poco de repente, mi tono adquiriendo firmeza y volumen—. El día antes del campamento, lo cité y le dije la verdad. Y sigo sin hablar con él desde entonces, sigue sin ir a las quedadas. ¿Y tú te escondiste debajo de la cama porque estabas asustado como cualquiera? ¿Crees que yo hice algo de todo esto sin estar cagada en las patas? ¿Crees que no estoy aterrada de perderlo a él, de perderte a ti, de perder todo por culpa de este maldito desastre?

    Desvié la mirada, las contenciones empezaban a reventarse y no sabía si podía lidiar con la sensación. Me susurraba, insistente, que dejara de resistirme. Tensé la mandíbula, apreté los dientes y me removí.

    Puta madre —mascullé en español, las lágrimas me ardían desde alguna parte y respiré con fuerza.

    Lo sentía injusto y me resultaba inevitable. Sin importar las vueltas que le diera, lo fría que quisiera mantener la cabeza, lo sentía injusto y cada vez me enfurecía más. Más, más y más.

    —No vas a creerme —repetí, resignada, y una risa baja vibró en mi pecho—. ¿Por qué estamos aquí, de todos modos? ¿Porque me viste la cara de culo? ¿Qué habría pasado si no coincidíamos en el pasillo y tú seguías jugando a la casita de muñecas? —Me acerqué un paso, sin poder filtrar las emociones en mi voz—. ¿De qué forma existí para ti estas dos semanas, Altan?

    De ninguna.

    Cerraste los ojos y me hiciste desaparecer.
    Me mataste y ya.

    —¿Existí, siquiera?
     
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    Esta clase de caos solo existía en las personas que, para su fortuna o desgracia, se conocían lo suficiente para compartir manías en un mismo espacio donde todo parecía destinado a estallar. Incluso si la supuesta compresión surgía del humo, de la resignación o del dolor y la confusión, pero el caso era que todo eso no existiría en un espacio vacío. Los vínculos se requerían para que estas situaciones surgieran y los hilos, en consecuencia, generaban calor ellos mismos.

    No podían romperse había dicho.

    Pero podían quemarse.

    Su risa amarga me hizo comprimir los gestos, no supe bien a qué emoción respondió el gesto, y cuando habló solo seguí arrugando las facciones. No se trataba de que le creyera, no dependía de la repetición y puede que al final ni siquiera fuese ella la que tuviese el poder de anular la figura del fantasma. Era un imbécil e iba a repetirlo hasta el cansancio, pero en mis puñeteros diecisiete años nadie me había preparado para el concepto del "ex que intentó matarse apareciendo en la puerta de mi clase". ¿Y tenía yo la culpa? ¿La tenía ella? Nadie tenía culpa de esa mierda, ni siquiera el otro pobre idiota.

    Y cuando no había culpables los conceptos no hacían más que enmarañarse.

    La vi caminar, la dejé hablar y mantuve los gestos tensos, comprimidos, atascados como yo mismo. La escuché, la escuché y la escuché, mientras mi propia ira, absolutamente injustificada en comparación a la suya, seguía escalando y cargándome el cuerpo como una presa alcanzando el tope. Entendí entonces que pretender mantener la cabeza fría era una estupidez de parte de ambos, que no era posible.

    Que era lo que había hecho todo ese tiempo hasta el punto de anularme y anularla.

    ¿Existí, siquiera?

    La había anulado.

    —¡Me metí debajo de la puta cama! That's what I did and if it is a fucking capital sin then so be it! I'll pay for my goddamn mistakes —solté entonces, ni siquiera puede atender a su pregunta en el orden en que terminó de hablar y me di cuenta tarde de que había soltado una buena parte en inglés, tuve que girar todo el sistema para regresar el chip. Giré el cuerpo, lo hice para enfrentarla reja y lancé el cigarro que trazó un arco por encima antes de precipitarse hacia el otro lado—. ¿Vamos a hablar de escenarios hipotéticos? ¿De verdad?

    Una risa me vibró en el pecho casi como un reflejo de las suyas, me había quedado observando la dirección en la que el cigarro había desaparecido y volví a mirarla después. No pude recordar cuándo lo había pensado, no entre la mezcla de emociones, pero en algún momento me creí capaz de solo desaparecer si me lo pedía directamente, pero ahora estaba allí con la mierda hasta el cuello y me había negado a hacerlo.

    Me había negado a hacerlo, pero lo había hecho sin un pedido.

    ¿De qué coño iba?

    —La casa de muñecas se rompió, como debía, y podría haberse roto antes pero nadie movió un puto dedo, ¿lo ves? No lo hice yo, no lo hiciste tú y aunque puedo asumir que estás asustada, como cualquier pobre desgraciado, es diferente a que me lo digas y pecamos de ser tan jodidamente parecidos en ciertas cosas que a veces no sabemos qué coño hacer con el otro. Puedo asumir y asumir o no asumir en lo absoluto, ¿y vamos a atenernos a las misma asunciones a las que me atuve yo y terminaron en esto? I'm not a fucking wizard and you are no witch, no nos leemos la mente y tenemos que lidiar con eso. —La presa había reventado, ni siquiera me había dado tiempo de abrirla a voluntad y ahora no podía parar—. Estoy aquí ahora porque salí del escondite de mocoso que no sabe limpiarse el culo y no te voy a pedir que confíes en mí porque sí, pero no pienso soltarte y si quedo como un maldito egoísta qué más me da en este punto. ¡No pienso soltarte más!

    En esa sentencia, en la afirmación en voz alta de que ya no podía solo eliminarme, algo se fracturó. Las lágrimas se me anudaron en la garganta, me ardieron en los ojos y si no estallé como había hecho en la enfermería hace ya tanto tiempo que parecía una eternidad fue porque me pareció injusto para ella en este momento. Pasé saliva con dificultad, parpadeé con cierta rapidez y tomé aire con fuerza, como si hubiese estado por ahogarme, porque la experiencia se le había parecido más de lo que uno podría imaginar.
     
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    No respondió a mi pregunta como tal, pero sí reaccionó con la intensidad suficiente para mantenerme estaqueada al suelo un par de segundos. Mi expresión permaneció tensa y fruncí el ceño al identificar el inglés; lo soltó a tropel y no llegué a comprender todo, tampoco creí que hiciera falta. No dije nada, regresó al japonés y percibí la ira repiqueteando en su cuerpo. Lanzó el cigarro al vacío y giré el mío entre los dedos.

    Para ser un niño genio se enfadaba con bastante facilidad.

    Lo dejé hablar, aunque podría haberlo interrumpido a medio camino. La energía que salía de su cuerpo rebotaba en el mío y activaba los circuitos en consecuencia, regresando una descarga aún mayor. Así había funcionado siempre, para lo bueno y para lo malo. De una forma u otra, fuera en un abrazo, en una pelea o en el maldito cuarto oscuro, siempre terminábamos fundiéndonos.

    Que no pensaba soltarme más, decía.

    —Me soltaste —murmuré, algo en mi voz flaqueó y, pese a eso, le sostuve la mirada—. Ese es el problema. Me soltaste por los exámenes de ingreso, primero, por Kakeru, después. Me sueltas, Al, cada vez que algo te sobrepasa. Y no podemos hacer nada con eso.

    Pasé saliva y volví a apretar los dientes. Otro chispazo.

    —Y te lo dije —mascullé, frustrada—. No tengas el puto coraje de decirme que tienes que jugar a las adivinanzas conmigo porque te lo dije. Te dije que hablaría con él, te dije que tenía miedo de perderlos, que me sentía egoísta por pretender lo contrario. Te dije todo ¡y tú te fuiste a la mierda!

    Mi voz se elevó y en el proceso algo se rompió. Los ojos se me llenaron de lágrimas y sentí el corazón, desbocado, golpeándome las costillas. Una avalancha de ideas, emociones y recuerdos inconexos se precipitaron y quedaron atorados en mi boca. Al final no pude verbalizar ninguno y, en el proceso, advertí algo tarde que estaba respirando con dificultad. Parpadeé, las lágrimas corrieron y le di la espalda, buscando el inhalador en mi bolsillo. Tuve que calmarme, mi cuerpo lo exigió. Pasados varios segundos, suspiré y me sequé el rostro con el puño de la camisa, esforzándome por dejar de llorar.

    —No funciona así —susurré, no para que él me escuchara, y volví a girarme. Caminé en su dirección con el rostro aún contraído y mi voz sólo reflejó, por fin, la tristeza que me perforaba el pecho—. No puedo, Al. No puedo confiar. Ya me conozco demasiado bien esta historia, ya estoy cansada de que me aparten y finjan que no existo. Me dan igual las razones de cada quien, ¿sabes lo que siento aquí? Que soy demasiado ruidosa, demasiado intensa, demasiado emocional. Que ya era hora. Quise darte tu espacio porque sé que eres diferente a mí, porque no quería agobiarte y que terminaras pensando así de mí, pero al final fue eso lo que pasó. —Las lágrimas me nublaron la vista y me deformaron la voz, y bajé la vista—. Día, tras día, tras día, durante dos semanas. Preguntándome qué pasaba, si debía hacer algo, si te había hartado, si debía quedarme quieta. No volveré a pasar por eso.

    Me tomé un momento para calmarme y, otra vez, secarme las lágrimas. Quería mirarlo a los ojos, no tenía vergüenza alguna de lo que sentía. Ya no.

    —Quería ser tu novia, Al —murmuré, una sonrisa resignada apareció por un instante—. Siento que lo supe desde siempre, desde que te conocí, y quise hacer las cosas mejor esta vez. Pero... me cuesta recordar las cosas bonitas. Ahora mismo, quererte sólo me duele muchísimo.

    Hundí la mano en el bolsillo de la falda, topé con el frío del metal y lo envolví. Con movimientos lentos, abrí la palma entre nosotros y le presenté el anillo que había sido de su abuelo, el que me había regalado hace tiempo. Tuve que sorber por la nariz y apelar a una fuerza divina para poder seguir hablando, el nudo en mi garganta era jodidamente doloroso.

    Estaba a punto de desmoronarme.

    Tenía muchísimo miedo.

    —Creo que deberíamos ser sólo amigos, Al —murmuré por fin, buscando sus ojos—. Al menos por ahora. No creo que... Perdóname, pero no creo que puedas, que podamos tener una relación así.

     
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    Era egoísta, todo lo que hacía era egoísta como la mierda y podía aplicarlo a cada cosa que había ocurrido aquí, en el espacio que habíamos creado de la nada. Mi llanto en la enfermería, meternos al cuarto oscuro y seguir todo lo demás. En esa intensidad inicial estaba otro de los pecados capitales, quizás, uno en el que no nos habíamos dado el tiempo decente y prudente para analizar la realidad a la que nos creíamos capaces de enfrentarnos. Mi egoísmo nos había convertido en esto.

    Porque conectaba y desconectaba como un cable mal puesto.

    Porque eso era.

    Lo había sido siempre.


    Cuando retomó la palabra ya no pude evitarlo, las facciones se me comprimieron por el esfuerzo de contener el llanto. Su voz se elevó, lo escupió y lo recibí. Lo recibí porque no podía ser de otra manera porque tenía razón, porque había subido aquí siendo consciente de eso y de lo que iba a resultar; en su razón había resignación, pero también reconocimiento.

    Los hilos podían quemarse. Era la única manera de reiniciar las cosas.

    Se fracturó entonces, los ojos se le llenaron de lágrimas y el aire quiso abandonarle el cuerpo. Me quedé atento, lo hice porque no podía ser de otra manera y pensé que si por mi culpa terminaba aquí con un ataque de asma sería imperdonable en todos los sentidos posibles, como si todo lo demás no lo fuese también.

    Siguió hablando, siguió a pesar de todo y no supe si admirar la fortaleza que se estaba sacando de quién sabe dónde, porque sentí que yo no podría. Soltó la cosa, usó la palabra y entonces, por más que quise contenerlo, apenas la oí decir que había querido ser mi novia un sollozo espantoso me surgió del pecho. No pude modularlo, me rasgó la garganta cuando pretendí pasar aire y en consecuencia la correntada de lágrimas por fin cedió a pesar de mis esfuerzos por contenerla.

    Ahora mismo, quererte sólo me duele muchísimo.
    El único instante en que dejé de mirarla fue para limpiarme el rostro con las manos, me escudé allí apenas unos segundos y cuando regresé los ojos a ella el anillo del viejo estaba suspendido en el espacio entre nosotros, en su palma. Solo entonces entendí a lo que se refería Arata al decir que Dunn se había sacado su arpón del pecho, que no sabía nada desde entonces.

    Dolió como la mierda.

    Y me lo merecía.

    Parpadeé, las lágrimas siguieron corriendo y no pude enfocar muy bien nada, desde el metal hasta su mano. Me quedé mirando el objeto, o la silueta de él más bien, percibí sus intenciones de buscar mis ojos pero no pude alzar la vista, sentí como si todos los huesos se me hubiesen llenado de herrumbre de repente y no pude. Pensé en su carta pegada frente al escritorio e intenté abrir la boca incluso si no supe qué iba a decir, pero castañeé los dientes al volver a cerrarla porque el llanto se me atoró en la garganta antes de poder hilar una palabra.

    Reuní la decencia y la fuerza suficiente para mirarla, al no poder hablar la miré en un burdo intento de decirle que me diera un momento para calmarme. Volví a limpiarme el rostro, tomé aire con fuerza, quise llevar oxígeno al cerebro y lo logré a medias, porque otro sollozo quebrado me interrumpió la acción en determinado momento. No me quedó más que asentir con la cabeza, despacio, para no dejarla esperando una respuesta.

    Lo entendía, de verdad que lo hacía, pero el entendimiento no borraba todo lo demás.

    Trastabillé de forma visible al estirar la mano en su dirección, noté el estado de sus uñas y toda la mandíbula me tembló, fue involuntario, pero seguí hasta rozar su piel. Envolví el pedazo de plata, pero también rodeé su mano, en realidad la envolví entre las mías y me quedé mirando el contacto como un imbécil. De nuevo, las siluetas más que nada.

    —No eres demasiado —alcancé a murmurar, la voz me salió a duras penas—. Nunca fuiste demasiado y perdóname por haberte hecho sentir que lo eras, perdóname por no haber sido más que un mocoso incapaz de procesar nada. Todos… todas las personas que has querido, incluyéndome, hemos sido afortunados por ello pero tampoco quiero que sientas dolor por eso. No quiero que sientas dolor por mi culpa, ya no más.

    Me tembló la mandíbula otra vez, tuve que detener el discurso porque me faltó el aire de repente, pero no solté su mano. Cuando logré volver a tranquilizarme lo suficiente para poder abrir la boca reinicié las palabras en el mismo susurro de antes.

    —Quiero que seas mi amiga, lo quiero de verdad no solo porque sea lo único que me queda —continué pero entonces sí se me quebró la voz, cortó la idea pero seguí hablando con el desastre encima—. Lo quiero porque eres una de las mejores personas con las que pude topar. Quiero aprender cosas de ti y si para eso debo darle la vuelta a todo, lo haré. Lo haré porque no puedes construir algo en el aire y eso lo entiendo. Tiempo al tiempo, dicen.

    Era pura mierda pero era lo único que teníamos.

    Quise pedirle que se quedara el anillo, la idea me cruzó la cabeza, pero acababa de estar diciéndome que quererme le dolía y me pareció, entre todo el egoísmo condensado, solo otro capricho terrible, uno que no pude colocarle encima. Arrastré las manos, la solté con cuidado y con ello le quité el peso del metal de la suya, chocó con los anillos restantes del viejo, los que tenía yo puestos, y siguió despedazándome el corazón.

    Despedazándonos más bien.

    —An —la llamé con un hilo de voz luego de sorber por la nariz, no supe con qué fuerza pude hacerlo, pero lo hice y aún así dudé. Dudé muchísimo como llevaba dudando tantos días y al final lo solté, lo hice porque no creía que pudiese solo aceptar todo eso sin más—, puedo… ¿Te puedo abrazar? Está bien si me dices que no.


    lo que lloré yo toda la tarde escribiendo esto no tiene nombre
     
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    No sabía, no tenía idea en absoluto cómo había logrado seguir hablando incluso cuando aquel sollozo rasgó todo lo que Altan era frente a mí. Daba igual lo enfadada o herida que estuviera, existía algo en su tristeza, tan amarga e insondable, que me punzaba incluso más que mi propio dolor. Me arrastraba a la fuerza a los espacios grises, a las sombras que debían acecharlo, y me hacía sentir que estaba abandonando a un niño en medio de un supermercado. Sabía que era una noción injusta para ambos, que ni yo debía responsabilizarme por él ni él así lo pretendía, pero era inevitable.

    Dios, lo quería demasiado.

    Ya había abandonado a Kakeru, ¿cierto?

    Y ahora lo estaba abandonando a él.

    Egoísta.

    No logré frenar mis lágrimas, tan sólo no cedí completamente. Lo estaba rompiendo, nos estaba rompiendo, y aún así no encontré una solución mejor a todo este desastre. No pudo responderme de inmediato, se concedió un momento para calmarse y yo simplemente esperé, con el llanto silencioso y el brazo aún estirado. Mantuve la mirada sobre el anillo, el maldito anillo, y por una milésima de segundo deseé que no lo tomara. Que se negara a hacerlo, a cumplir mi solicitud, que me abrazara y siguiera empecinado en lo que sea que teníamos, por necio y absurdo que fuera.

    Pero no fue así.

    Y estaba bien.

    Envolvió mi mano entre las suyas, el contacto me anudó el pecho y cerré los ojos con fuerza un instante, barriendo el cristal de lágrimas. Si me tocaba lo volvía aún más difícil, y tampoco quería que fuera de otra forma. Sus palabras, murmuradas, comenzaron a fluir, y yo intenté, de alguna forma, memorizar cada milímetro de la piel que mis dedos estaban tocando en ese momento. Me dijo que no era demasiado, que quería ser mi amigo, que quería aprender de mí. Asentí, asentí y asentí como una chiquilla, incapaz de formular una palabra sin irme por el caño. Quizás estuviera siendo una dramática, qué sabía yo. Sólo tenía dieciséis años y estaba alejándome del chico del cual creía estar enamorada.

    Por descabellado que sonara, lo creía de verdad.

    Me había pedido que lo amara y quizá lo había hecho desde el primer momento.

    Sus manos abandonaron la mía, se llevaron el anillo y yo, empecinada en esa minúscula fracción de realidad, ahogué un sollozo en mi garganta. De repente sentí que era yo la chiquilla en el supermercado, que el mundo era demasiado grande y no quería seguir a partir de aquí. No quería nada en absoluto. Su voz me llamó, arrancándome de mis pensamientos, y alcé la mirada a sus ojos. La verdad, lo habría hecho sin que me lo pidiera, lo habría hecho todas las veces. Yo también necesitaba ese abrazo.

    Mi semblante se desarmó y me alcé sobre mis puntillas al instante, enganchándome de su cuello. Escondí allí el rostro, me refregué para hundirme aún más, inhalé su aroma y lo abracé con tanto, tanto ahínco, que recordé la mierda que había pensado antes. Siempre acabábamos fundiéndonos.

    —No me sueltes —sollocé desde allí, con la voz ahogada.

    Sabía que era un poco contradictorio con todo lo que acababa de ocurrir y quizá la demanda fuera injusta de mi parte, pero también era la verdad. Fuera como amigos o de cualquier forma, lo único que quería era que no me soltara.


    estoy absolutamente destruida y escribí este post entero llorando, i dont wanna live anymore
     
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    No había querido llorar para no echarle más cosas encima, porque recordaba, en todo el caos que habíamos sido, haberle dicho algo como que no debía hacerse responsable por nosotros. Por mí, por Fujiwara, por nadie más, porque Anna no era un asilo ni una terapeuta, era una chica cuyo único pecado real fuese, quizás, querer demasiado a las personas que llegaban a su vida y nada más, porque sufría, sufría por nosotros. No quería hacerla sentir que me estaba dejando en el fondo del mar, pero había en las palabras tal poder que cuando la escuché... Cuando se materializaron mis anhelos y mis miedos en el mismo espacio pude jurar que me había dolido menos la paliza de Sugino. Deseé partirme los huesos para distraerme de la marejada emocional.

    Pero no podía pedirle más. No cuando la había abandonado con sus monstruos por ser incapaz de enfrentar los míos.


    Eres incorregible.

    Ya déjame, por Dios.

    Déjame.

    Si fui capaz de hacer el corte, de tomar el anillo y quitarle el peso del metal de encima a pesar de que había deseado decirle que se lo quedara fue porque en medio de mi caos encontré todavía una pizca de lógica, de frialdad y quizás justicia suficiente. No supe si me estaba castigando a mí mismo al hacerlo, luego de que ella me dijera en algún momento que no debía hacerlo, no me quedó claro pero me pareció lo más decente. Me lo pareció porque seguir empeñado en meterle mis palabras y mis intenciones con cuchara solo le haría más daño.

    Había entrado a la azotea con miedo a tocarla, a forzarme sobre ella y empeorarlo todo, pero cuando mis manos encontraron las suyas el miedo de no poder volver a sujetarla, de no poder abrazarla, me asoló con tanta fuerza que sentí que iba a irme de boca al suelo. Le dije todo lo que pensaba, lo que sentía de verdad y la vi asentir como si fuese una niña pequeña. Era lo que parecía, una niña y yo la había abandonado sola con la sombras que tenían garras y dientes.

    Era imperdonable, un genuino pecado capital.

    Quizás fuésemos los dos unos exagerados de mierda, ya no lo sabía, pero así como ella solo era una mocosa de dieciséis años alejándose del imbécil del que se había enamorado yo solo era el imbécil de diecisiete en cuestión, el que estaba aceptando la decisión de la única persona a la que le había pedido amor directamente. Dolía, ardía como una quemadura química y dejaría la misma cicatriz, ¿pero qué podíamos hacer si no era esto? No tenía otra respuesta y quizás fuese eso lo que más daño hacía.

    Tuve genuino horror de que se negara y aún así se lo pregunté, me preparé para la respuesta, al menos lo intenté porque todo lo que supe fue que se enganchó a mi cuello. Me alegré de que no pudiese verme porque sentí que el rostro se me deformó completamente, pero la recibí, la rodeé con el mismo ahínco y no pude contener el sollozo que volvió para robarme todo el aire de los pulmones.

    La mano en la que tenía aprisionado el anillo la envolvió con firmeza y la otra, libre, se afianzó a la base de su nuca entre la mata de cabello negro. Lo que pidió en aquel sollozo me siguió haciendo trizas el corazón, me impidió cualquier intento de calma y no pude hacer otra cosa que seguir llorando. Sentí que la estaba absorbiendo, que mi oscuridad iba a tragarse a Anna, pero luché con la idea más o menos con la misma intensidad con la que estábamos allí deshechos en lágrimas porque no quería resignarme a un destino tan nefasto.

    Porque no iba a soltarla.

    Porque tendrían que matarme para que la soltara otra vez.

    Ni siquiera me importó lo contradictorio del pedido, así como tampoco me importó más lo contradictorio de mi propia solicitud al pedirle abrazarla. Ajusté la posición para que no tuviese que estar demasiado estirada, prácticamente me fundí en ella también y en el movimiento la arrastré en mi dirección, al mismo tiempo le dediqué una caricia en el cabello antes de volver a anclar la mano en su nuca.

    —Ya no más —atajé a contestarle, la afirmación desató otro montón de lágrimas y no supe cómo me enfrentaría al resto del día, de la semana o del mes luego de esto—. No más. Perdóname, es imperdonable pero perdóname.

    Verbalizarlo así fue una idea de mierda porque acabé llorando como un niño, ni siquiera pude seguir hablando y todo lo que hice fue aferrarme a ella. Me balanceé, fue suave, casi inconsciente, pero al notarlo sentí que fue un burdo intento por arrullarnos a ambos, por cancelar la violencia del remolino de agua y fuego.


    without you fue la cosa más suicida que pudo suceder en este espacio porque llevo llorando desconsolada desde las 10:40 y van a ser las 12:30
     
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    Gigi Blanche

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    Al me arrastró en su dirección, el movimiento me aflojó el cuerpo y prácticamente quedé pendiendo de su cuello, enredada dentro del pequeño espacio que formaban sus brazos. Era estrecho y era cálido, siempre lo había sido, y la incertidumbre del futuro me rayó el cerebro. Amigos. Lo mismo le había dicho a Kakeru y aún no tenía idea qué sería de nosotros. Comprendía la distancia que había impuesto y no me atrevía a forzarme sobre él, pero eso no significaba que me angustiara menos.

    ¿Sería igual con Al?

    Sus palabras vibraron en su pecho, se replicaron al mío y quise grabarme este instante en cada centímetro de la piel. No soportaba oírlo llorar, no soportaba el ligero temblor al que cedía su cuerpo, y cuando volvió a pedirme perdón tuve que tomar una bocanada de aire. No respondí nada, no de inmediato, me tomé algunos segundos para calmarme y desenredarme de su cuello, sólo lo suficiente. Deslicé las manos hasta sus mejillas, pegué mi frente a la suya y cerré los ojos, barriéndole las lágrimas con los pulgares. No quería que llorara, tampoco quería pedirle que dejara de hacerlo.

    —Tranquilo, amor —susurré en español, me salió así del corazón y comencé a marcar un ritmo de respiración pronunciado, lento y profundo, para que me imitara—. Tranquilo.

    Me mantuve así un rato, en algún punto entreabrí los ojos y, a través de las pestañas humedecidas, lo miré. Miré su rostro, sus facciones, y me estiré hasta presionar mis labios contra los suyos en un beso breve.

    —Todo va a estar bien, ¿sí? —Esta vez hablé en japonés y me las arreglé para sonreírle, ni siquiera supe cómo. Le corrí el cabello de la frente, lo hice con dulzura y seguí acariciando sus mejillas—. Sólo es un... cambio de título. No tiene que ser nada grave.

    Ni yo estaba segura de ello, pero verbalizarlo, al menos, también me ayudaba a mí a creerlo.
     
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    En el momento en que la arrastré, quisiera o no, había vuelto a crear la burbuja que siempre surgía cuando estaba con ella. Su cuerpo estaba tibio, éramos un desastre con patas, pero reconocí su calidez y no supe si me consoló o terminó de quebrarme, como quien le suelta una hostia a una tabla carcomida por termitas. Era indiferente de todas formas, incluso si era el equivalente a arrojarse de clavado sobre un planche de cemento necesitaba ese contacto.

    No tenía por qué contestarme lo que le había dicho, si hasta sonaba a delirio de fiebre, y como no esperaba una respuesta me quedé atorado en las nociones anteriores. En los no, en las distancias y mis cancelaciones, como si los errores se hubieran materializado en la forma de un carcelero que apareció para colocarme unos grilletes. Cuando percibí su movimiento para desenredarse de mi cuello toda la lógica que podía alcanzarme estuvo por desaparecer, se me tensó el cuerpo y estuve por repetir sus palabras. Solo que en mi boca hubiesen sonado totalmente egoístas.

    No me sueltes.
    Lo que detuvo el colapso, el giro de la ola, fue sentir sus manos en mis mejillas y la dejé hacer, como hacía siempre. Pegó su frente a la mía, cerró los ojos y me barrió las lágrimas, aunque otras las sustituyeron no mucho después. Quería parar, Dios mío, de verdad que sí, pero mi cuerpo no lograba conectar esa idea con el cerebro para mandar la orden.

    Habló en español, el apelativo me removió los cimientos, sentí que los fracturó y a la vez los regresó a su lugar, obligándome a atender con algo más de conciencia. No tuvo que decírmelo, me forcé a acompasarme a su respiración porque la mía daba pena, el primer intento fue fallido, se me entrecortó, pero el segundo tuvo algo más de éxito.

    Relajé los brazos alrededor de su cuerpo, ya sin la tensión de hace un instante, parpadeé y recibí sus ojos. Tampoco supe si fue egoísta de mi parte recibir el beso que se estiró para darme, pero no me creí capaz de hacer otra cosa. Asentí después a sus palabras justo como había hecho ella, como un niño, asentí y asentí aunque no tuviéramos certeza real de nada de eso. Ella me había sonreído, no sé de dónde saqué fuerzas para hacer lo mismo pero lo logré aunque no vislumbré en qué condiciones y pasé saliva. Supo horriblemente salada.

    Despegué de su cuerpo la mano donde no encerraba el anillo, la llevé a su rostro también, la acaricié y me desperecé de su propio agarre para poder dejarle un beso en la frente luego de haberle corrido el cabello con la misma dulzura que ella había hecho conmigo. Me quedé allí lo que me pareció una eternidad, suspendido, acaricié su mejilla y cuando despegué los labios de su frente bajé para besarle la contraria, porque no tenía noción de cuándo podría volver a permitirme todo eso.

    —Vamos a estar bien —murmuré con la voz terriblemente gangosa. Lo creyera o no era un mantra y lo reconocí como tal, porque si me sentaba a pensar en todo lo que podía salir mal volvería a congelarme, porque ya había sido suficiente de aferrarme solo a los malos desenlaces posibles en vez de a lo que ella me decía—. Lo vamos a estar.

    Volví a buscar sus ojos, la miré como si quisiera sacarle copia, como si no tuviese memorizadas sus facciones, la cantidad de pestañas que tenía en cada ojo y todo lo que era ella. Volví a inhalar profundamente, la arrastré en otro abrazo y exhalé allí, en esa pausa del mundo.

    —Siempre hemos encontrado una manera, incluso si damos vueltas y vueltas. —Fue casi un pensamiento en voz alta porque nuestras fuerza nos destruían, pero también se cancelaban, lo hacían cuando encontraban el ángulo de colisión exacto—. No importa cuánto tiempo me tome volver a ajustar la balanza.
     
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    Gigi Blanche

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    Al consiguió calmarse, así fuera un poco, y la idea me permitió tranquilizarme a mí también. Aún me sorprendía lo pequeño que podía resultarme cuando las distancias se borroneaban y lo tenía tan cerca de mí, tan asustado o tan angustiado. Había sido siempre así, desde que obedeció a mi pedido de acompañarlo a la enfermería para curarle los rasguños del cuello. Desde que le canté y desde que no me dejó caer, desde que me dormí en su pecho y aguardó por mí al otro lado de la puerta. Había ocurrido demasiado en muy poco tiempo y los cimientos, pobremente establecidos, no resistieron.

    Si lo pensaba con frialdad, habíamos sido unos estúpidos.

    Quizás esta fuera la respuesta correcta. No lo sabía, pero necesitaba creerlo. Me permitió besarlo, reajustó la posición y presionó los labios en mi frente. Por un instante contuve la respiración, con ello pretendí negar un nuevo sollozo y su aroma me envolvió. Mi vista quedó perdida, desenfocada, en los bordes de su camisa y la piel de su cuello hasta que retrocedió. Su mano se afianzó en mi mejilla, la caricia me punzó el pecho y, con el segundo beso, tuve que cerrar los ojos. Las lágrimas contenidas se precipitaron, silenciosas.

    Dios.

    Retrocedió y no hice más que mirarlo. Sus cejas, la piel de sus pómulos, los picos rebeldes de cabello negro, su nariz, sus ojos. Oscuros, de abismo, reflejándolo todo como un lago inmóvil de obsidiana. Me vi en ellos, me vi en él, y sólo pude pensar que era precioso. Lo era de verdad. Al abrazarme, volví a rodear su cuello y recosté el costado de mi cabeza contra el suyo, esforzándome por respirar despacio. Asentí a sus palabras, alcé una mano y la hundí entre sus plumas, concediéndole caricias lentas. El tiempo fluyó, así, aunque deseé que no lo hiciera en absoluto.

    En algún punto tuve que separarme de él. Deslicé los brazos por los suyos y sostuve sus manos, regresando toda la planta de mis pies al suelo. Tenía que aceptarlo. Tenía que anularme las conexiones de un golpe certero y aceptarlo.

    —Estoy organizando una especie de... muestra de baile, con un chico que conocí el otro día —le conté, intentando hablar de forma más casual, y separé los ojos de nuestras manos para buscar los suyos—. También habrá miembros del club de música tocando. Va a ser mañana, durante el receso, en el patio. Quería contártelo, en caso de que te interesara verme hacer el ridículo un rato.

    Acompañé aquello de una risa floja o al menos lo intenté; a mis oídos siguió sonando terriblemente triste.
     
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    Zireael

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    No tenía caso ponerse a buscar en qué momento habíamos dado el salto que nos destinaba a la autodestrucción, habíamos corrido y corrido, como las fuerzas descomunales que éramos, y al final habíamos chocado con pared. Si comenzaba a intelectualizarlo iba a arrancarme de allí o a volverme loco por haber sido tan jodidamente ingenuo, cuando me las daba de niño genio. Por este tipo de mierdas y más ahora entendía por qué mis padres me habían dejado seguir los tiempos naturales de la vida, porque me faltaban los errores, las cagadas y las decepciones.

    Solo así aprendería algo que me sirviera de verdad y entendería el efecto de mis acciones sobre los otros.

    La decisión parecía correcta, parecía madura y sensata, pero eso no quitaba todo el dolor que implicaba. No quitaba que estaba tocándola como si sintiera la amenaza de que no podría hacerlo nunca más respirarme en la espalda, no quitaba el hecho de que habíamos llorado como estúpidos ni las decisiones, en contraposición infantiles, que yo había tomado y habían creado esta bomba nuclear. Era consciente de que nada desaparecería.

    Nada y ahora debería lidiar con esto, repetirlo hasta poder masticarlo.

    Cuando volví a abrazarla y la sentí recostarse se me volvieron a quedar atoradas las lágrimas en la garganta, anudándose sobre sí mismas. Parpadeé, las hice retroceder, me acarició y regresaron sin permiso de nadie, desenfocando el mundo frente a mí. Era putamente gris, casi unidimensional, y entre la inmensa tristeza chispeó una ira visceral, un deseo mortal por derribar el mundo y con él a mí mismo, como el incendiario que quema una casa en símbolo de la muerte propia.

    Fue un segundo tan ínfimo que casi se sintió como un delirio. Se alzó, desapareció y se ocultó bajo las capas de tristeza hasta que estas, opacas, lo ocultaron como si nunca hubiese existido, impidiéndome procesarlo como una realidad. La caricia me distrajo, al final siempre consiguió arrancarme otro par de lágrimas y respiré con la lentitud que ella me había mostrado, de forma que pude calmarme lo suficiente para aceptar todo lo demás.

    El inminente corte, el golpe de la guillotina.

    Los cables que se habían conectado en enchufes al azar se desprendieron de la toma de energía, parpadeé para poder ver el mundo con algo más de nitidez y sostuve sus manos cuando se separó, mirándola. Intentó sonar casual, a mí me sonó a anulación, y sentí los ojos terriblemente cansados de repente. Estábamos tratando de enfrentarnos a una nueva versión de la cosa que era, en mi opinión, mucho más aterradora. La risa que soltó no sonó mejor, pero entendía la naturaleza de su esfuerzo.

    Introspecciones a parte, sí le estaba poniendo atención y cuando dijo que quería contármelo por si quería ir a verla hacer el ridículo una sonrisa me alcanzó el rostro. Fue suave, genuina también, tenía algo de alegría en ella por el hecho de que me lo hubiese dicho pero en consecuencia, inevitable como era, también se impregnó de la tristeza general.

    Le había atravesado esta mierda en medio de su presentación, para terminar de sumar cagadas.

    —Me peleo por la primera fila y si no hay primera fila me la invento —respondí haciendo el mismo esfuerzo monumental por sonar un poco más normal como mínimo. Presioné sus manos, incapaz de seguir grabándome esos puntos de contacto hasta quién sabe cuando—, pero nada de que vas a hacer el ridículo, vas a dar un espectáculo digno de una compañía de baile, ¿oyes?

    Balanceé sus manos despacio, la sonrisa se me desvaneció con la misma lentitud y traté de respirar con calma, para mantenerme en el centro ilusorio que había conseguido. No estaba pretendiendo fingir que no sentía nada, no era eso, pero seguir descompuesto no iba a ayudarnos en nada.

    —Gracias por decírmelo, de verdad. ¿Necesitas ayuda con algo? ¿Tienes que preparar cosas? ¿Correr el chisme por la escuela, quizás?
     
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    Gigi Blanche

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    Con la angustia y todo, creía reconocer un tipo muy particular de tranquilidad formándose lentamente en el centro de mi pecho. Aún era difícil distinguirlo o brindarle importancia, pero estaba allí. Había podido hablar con él, habíamos encontrado una conclusión en relativa paz y sentía, al menos, que las cosas no se habían estropeado del todo. Habíamos hablado, en definitiva, que era la necesidad que había tenido atravesada en la garganta desde el campamento. ¿Era el escenario ideal? No, pero la vida no solía serlo.

    Íbamos a estar bien.

    El énfasis que le puso a su respuesta me amplió la sonrisa, la convirtió casi en una risa y sentí que el gesto me haría volver a llorar, pero logré contenerme. Sus manos presionaron las mías y asentí, sorbiendo por la nariz.

    —Espero que salga bonito —murmuré, y creí que era la primera vez que verbalizaba el anhelo con total honestidad.

    El asunto me tenía un poco nerviosa, a diferencia de Markus, y quizá fuera debido a su energía y optimismo que no había encontrado la forma de comunicárselo. Tomé aire por la nariz, en cualquier caso, y me desinflé los pulmones lentamente. Altan había empezado a mecer nuestras manos y me dejé hacer, con una sonrisa suave plantada en los labios. No quería que nada de esto supiera a despedida, de veras que no, pero... era difícil.

    Sus preguntas se apilaron y lo miré, atendiendo a ellas. No necesitábamos nada, realmente, podía ayudarnos corriendo la voz sin más o yendo a vernos con algún amigo. La idea surgió en mi mente de forma súbita y le sonreí, disimulando el pinchazo que se me clavó en el pecho. Sabía que era una tontería, Dios, una estupidez de dimensiones colosales, pero me estaba costando mucho manejarlo desde el campamento. El incidente de ayer, en el pasillo, sólo lo había empeorado. ¿Eran celos, exactamente? No estaba segura. Tenía una madeja de emociones atorada en el cuerpo y sólo sabía que me incomodaba un poco todo lo referente a Hubert o su amistad con Altan.

    Era, quizá, la misma inseguridad que había sentido al verlo conversar con Bleke, pero multiplicada por mil.

    —Puedes repartir el chisme, supongo —sugerí, y pese al cacao, lo solté bajando brevemente la mirada a nuestras manos—. O ir con un amigo, si quieres.

    Me sentía demasiado diferente a ellos como para convivir en paz con la idea. A mis ojos eran personas calmadas, inteligentes y capaces de conectar en formas que a mí sencillamente se me escapaban. Y odiaba, por encima de todo, la idea punzante de que entre ellos encontraran una calma que en mi presencia sería imposible conseguir. Por eso te excluyen, una voz decía. Por eso se fueron sin ti a la playa. Por eso no te invitarían a los almuerzos.

    —Pero tampoco le hagas mucho bombo a la cosa, eh, que será bastante sencillito —agregué, junto a una risa algo avergonzada.


    yo sabía que Anna se quedó atrapadísima desde lo del humedal y la cena del campamento pero pobrecita, de veras la está pasando mal con la tontería jsjsjs
     
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    Zireael

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    Que hubiéramos conseguido calmarnos o algo parecido era un logro, tan siquiera permitía ver con algo más de nitidez algunas cosas, procesarlas mejor que al inicio o lo que fuera. Los fines no necesariamente justificaban los medios, pero también habría sido ingenuo de nuestra parte pretender intercambiar palabras como si estuviéramos hechos de piedra, porque no lo estábamos, ni siquiera yo me quedaba atorado en las nociones del metal y toda esa mierda. Por eso quería seguir cerca de Anna, porque podía enseñarme a alcanzar mis propias emociones sin tantos embrollos mentales de por medio.

    Por demás, quizás en algún momento llegara a intuirlo o yo lo dijera cuando no estuviéramos a dos palabras de volver a echar a llorar, pero que me contara lo de la presentación me había dado al menos un motivo para aparecer mañana en la escuela. Sin eso, sin la sugerencia, invitación, bandera de tregua o como quisiera llamarle, sabía que me habría negado a pisar los terrenos del Sakura un puto viernes luego de semejante caos. Mi cuerpo rechazaría la idea de todas las formas que conocía, somáticas o no.


    Habría huido como un imbécil otra vez, de las sombras afiladas en las paredes y del cielo gris.


    Asintió a mi respuesta, sentí que la sonrisa casi le aflojó las lágrimas de nuevo y presioné con cuidado sus manos, no tenía por qué seguirlo aguantando, pero también entendía si no quería llorar más de forma consciente. Lo que me contesté me hizo conectar algunas ideas sueltas, de la ansiedad que le conocía aquí y allá, y la observé unos segundos.

    —¿Estás nerviosa? —Busqué saber primero, pero volví sobre lo que ella misma había dicho—. Saldrá muy bonito, ya verás.

    Estábamos haciendo un esfuerzo bestial porque que esto, lo que fuese, no sonara a las últimas palabras de un difunto en su lecho de muerte y lo sentía. Tenía el miedo enredado en el pecho, la incertidumbre también, pero quise meterme sus palabras en la cabeza de una vez por todas y confiar que a pesar de todo me quería. Anna me había querido desde el inicio y yo la quería a ella, el performance me había salido para el culo, pero era la verdad y por eso estaba aquí. Por eso trataría de hacer las cosas de otra manera, quizás con más paciencia, como debió ser.

    Había un cacho de información que sí se me escapaba en su totalidad, lo atascada que se había quedado con la figura de Mattsson por, bueno, más de un motivo que volvía todo el asunto comprensible. En su defecto yo no era quién para juzgarla, en algún momento me había ceñido con Dunn en un punto muerto entre el cuarto oscuro y la mascarada, creía recordar, por motivos todavía más estúpidos bajo mi lógica y luego estaba la mierda de Fujiwara. Si un solo día me atrevía a reclamarle por algo de esa índole, celos o no, iba a quedar como el payaso más grande del circo.

    Era cosas que ocurrían, ideas que nos mordían la nuca sin permiso y nos hacían sangrar.

    Asentí cuando me dijo que podía repartir el chisme, pensé en decirle a Arata que hablaba hasta las putas orejas para que la información fluyera de ahí a otros y también en la posibilidad de que Dunn nos hiciera otro... pequeño favor de propaganda, porque tenía experiencia en el área. No sería tan grande como lo de la mascarada, pero lo creía capaz de hacer algo de magia, a pesar de eso lo descarté casi de inmediato porque ya el muchachito se andaba cobrando muchas cosas. Era mejor no crearse más deudas con el que te cobraba por respirar.

    Estaba analizando mis prioridades todavía cuando el resto de sus palabras me alcanzó, lo de llevar a algún amigo y negué con la cabeza casi de inmediato, ignorante de que lo había soltado con otras cosas atoradas en la cabeza. No creía que se me apeteciera mucho compartir aire con nadie a voluntad, pero quería ir a verla y lo haría.

    —Correré el chisme por ahí —dije en voz baja y se me escapó una risa floja, sonó todavía un poco tomada por el caos de lágrimas de hace unos minutos y sorbí por la nariz como había hecho ella antes—. Y discúlpame, pero le haré todo el bombo que quiera. ¿Presentación de baile de An? A la próxima pido que instalen una pancarta en el patio frontal.


    my poor child im so sorry *gatito chillando* i feel u
     
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    Su pregunta dio justo en el clavo, cosa que de por sí no me sorprendió. Sabía que Al me conocía bastante bien entre el tiempo compartido y la de pecados que le había confesado en diferentes ocasiones. Asentí sin complicaciones, por ende, y lo acompañé de un sonido afirmativo antes de alzar a mirarlo.

    —La idea es promocionar el club de música ligera y también anunciar la idea del club de danza, así que le tengo algo de expectativa —expliqué, en voz baja—. Me gustaría que salga bonito y que todos se diviertan, y me gustaría poder fundar ese club, la verdad. Lo solté a principio de año y entre una cosa y la otra al final nunca lo hice, pero Ko se puso las pilas y yo también quiero lograrlo.

    No había llegado a ver muy bien su movimiento de cabeza, y de todos modos preferí darle importancia a sus palabras. La tontería me arrancó una risa floja y le acaricié las manos con los pulgares, enternecida con la idea. Estaba pensando qué responderle, si tenía mucho sentido estirar este momento de por sí, cuando la puerta a nuestro lado se abrió de repente. Fue genuinamente lo último que esperaba, como si nos hubiéramos rodeado por una burbuja sin darnos cuenta y alguien, de repente, la tocara con un alfiler. Desvié la mirada de forma brusca y en mi expresión, sorprendida, se coló una cuota de molestia involuntaria.

    Wickham había aparecido con el ceño fruncido, pero al reparar en nosotros, en mi cara, una sonrisa burlona se le plantó en toda la cara. Nos repasó con la vista en lo que avanzaba, rebasándonos.

    My, my. ¿Interrumpo algo, acaso?

    Recordé nuestras manos sujetas y boté el aire por la nariz, exasperada. No solté a Al, de todas formas, y lo miré en silencio. Oí a Joey a mis espaldas, oí el quejido de la reja y, poco después, el chasquido de un encendedor.

    —¿Hmm? Por favor, no se corten por mí —agregó algunos segundos después, sobre el silencio, y sólo oír su tonito burlón me crispó los nervios. Adiviné que estaría mirando a Al, quien lo tenía enfrente—. Hagan como si no estuviera~
     
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    Respondió lo que era esperable, quería decir, había asentido y hecho un sonido afirmativo antes de explicarme cuál era la idea de la presentación en sí. Mientras hablaba me había dedicado acariciarle las manos con movimientos regulares, lentos pero continuos, y sonreí apenas al escucharla decir que le gustaría fundar el club de danza; en lo que a mí me concernía Anna podía lograr lo que se propusiera, incluso si le daba un huevo de miedo en todos los intermedios. Todo lo que necesitaba era, quizás, un empujón y para eso serviría la presentación.

    Confiaba en que todo saldría bien, que daría un espectáculo y conseguiría abrir su club, lo creía de verdad. No se trataba de que hiciera las cosas sin nervios encima, para nada, se trataba de hacerlas a pesar de ellos y quizás eso fuese justamente lo que tenía que comenzar a aprender de ella. Si me quedaba congelado nunca lograría nada, si seguía deteniéndome al chocar con un miedo real todo carecía de sentido.

    —Te apoyaré de principio a fin, ¿sí? —solté en lo que ella pensaba, no lo sabía pero sería la última intervención sin público. Me acordé de las invitaciones de la mascarada, así que algo se podía hacer—. En la mañana estaban repartiendo yo no sé qué de un club, podríamos hacer algo parecido con el tuyo si lo ves necesario luego. Es como un upgrade del chisme.

    Apenas había cerrado la boca cuando la puerta a nuestras espaldas se abrió, ni siquiera supe quién era pero en el momento me dio absolutamente igual, la sensación habría sido la misma independientemente de quién se tratara. Fue como si alguien tomara una aguja y reventara el globo sin nuestro puto permiso, algo a lo que de por sí nos arriesgábamos al estar aquí, pero eso no me sacó la sensación horrible de encima; la de que me habían arrebatado lo único que me quedaba.

    Me lo habían quitado.

    ¿El qué precisamente? ¿La mentira que estaba sosteniendo?

    A Anna la sorpresa le mutó a molestia y yo, como un espejo, reflejé exactamente lo mismo sin una pizca de raciocinio de por medio. Fue notar la silueta, escuchar la voz y que la ira de antes, absolutamente irracional y casi feral, surgiera de las profundidades en las que se había ocultado. Se alzó con violencia, me manchó la vista y buscó un objetivo, una cabeza de turco. No era que hubiera más de una en ese espacio de por sí.

    La reja cedió al peso del inglés, el encendedor chasqueó y no solté a Anna, ni siquiera se me pasó por la cabeza. Sentí su mirada encima, el otro volvió a hablar y me cuestioné hasta dónde resistirían en verdad mis propios restricciones, porque de toda la gente posible había que estar demasiado meado por elefantes para que fuese este el individuo que apareciera.

    No tenía mucho caso disimular nada, lo sabía, así que ni siquiera me esforcé porque de por sí tendría que salir de la azotea con esta cara en algún momento, este idiota no sería el primero ni el último en notarlo. En cualquier caso, tiré de Anna suavemente, la insté a acercarse a mí y por un segundo estuve por interponer todo el cuerpo entre ella y Wickham, pero me pareció exagerado incluso para mí y me quedé con eso, con recortar una distancia y aumentar la otra.

    Always so inconvenient. Supongo que alguien dirá que ese es tu encanto —solté en algún momento de esa acción, quisiera o no reflejé buena parte de la burla en su tono. Del murmuro en el que le había estado hablando a Anna y mi caos de llanto no quedó nada en ese instante—, pero por desgracia ese alguien no soy yo.

    Pasé saliva después de eso, tuve que darle toda la vuelta a los engranajes en el instante y logré suavizar las facciones al mirar a Anna. Parpadeé una, dos veces y solté solo una de sus manos pero me negué a dejar ir la otra, público o no. Le hablé en un susurro y solo entonces me di cuenta de lo mucho que había tensado la mandíbula sin querer porque la aflojé para dirigirme a ella.

    —Tú mandas, An.

    No me la quería arrastrar como si fuese una muñeca, pero viendo sus reacciones dudaba que incluso en otras condiciones fuese capaz de apreciar la llegada de Mr. Tocahuevos versión británica. ¿Alguien podía culparnos? En lo absoluto.


    cuántas veces cambié de cinta en esta interacción yahoo respuestas
     
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    Gigi Blanche

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    Podría haberme encerrado en el último cubículo del baño, ese que tenía mejor acceso al ventanuco lateral, pero ¿qué clase de primera opción sería esa? Y con un día tan bonito. La escenita que me recibió en la azotea fue de peli romántica y no supe si reír o llorar, pues aparentemente iba a seguir topándome gente en los caminos de la vida.

    Y el alemán, para coronar la desgracia.

    El cuadrito de sus manos saltaba a la vista, pero la peli cambió de género cuando les vi las caras. Parecía que acababan de salir de ver Hachiko o algo. En ese momento supe con certeza que les había arruinado el momento de calidad y la mierda, en vez de amedrentarme, me estiró la sonrisa por la cara. Podría haber sido una persona decente, dar media vuelta y meterme en los baños, pero no estaba en plan de hacer caridad y menos por este imbécil.

    Empecé a fumar al instante, casi con apremio, me llené los pulmones y retuve el humo un par de segundos, disfrutando la sensación. Cerré los ojos momentáneamente al soltarlo y, como no podía ser de otra forma, tiré el comentario de turno. La niñita me daba la espalda, sólo me quedaba reírme en la cara de Sonnen. Qué problema, ¿no? Su respuesta sonó casi idéntica a la mía, me pilló absorbiendo otra calada y mi risa, ronca, se difuminó entre el humo.

    —Nadie dijo que tuvieras buen gusto —acoté indiferente, golpeteando el cigarro para quitarle el exceso de ceniza, y la sonrisa se me coló en el tono después—. Aunque, ahora que lo pienso, los ojos no te funcionan tan mal.

    No me había esmerado ni un poco por rastrear el historial amoroso de este infeliz, sólo recordaba que un día te mordía por posar la vista sobre su adorada Jezzie y al otro ya andaba meneando la cola detrás de Hiradaira. Tremendo avance en la trama, ¿no? ¿Uno sale del cine para ir al baño y se pierde media película?

    Los dejé dirimir sin prestarles mucha atención, de por sí habían bajado el tono y no escuché bien. La enana no hizo nada relevante hasta que, algunos segundos después, medio giró el cuerpo en mi dirección.

    —¿No podrías fumar en otra parte, Joey? —solicitó, en un tono bastante plano.

    La miré, noté con mayor claridad sus ojos enrojecidos y me pregunté, en un chispazo estúpido de imprudencia, qué haría falta para estropearle la correa a estos dos montoncitos de intensidad. Me tragué la risa y ladeé la cabeza.

    —Pero yo quería tomar solecito~ —me quejé, impostando el tono de un niño berrinchudo.

    Ella suspiró, bastante exasperada.

    —De veras eres un dolor de huevos.

    Oh my, thank you.


    —¿Acaso te entrenaron o ya viniste descompuesto de nacimiento?

    —Esa, de hecho, es una muy buena pregunta —repliqué, sonriendo amplio, y hundí la mano libre en el bolsillo—. Ya mismo le pregunto a mi viejo y nos sacamos todos la duda.

    —¿No vas a irte? —insistió, claramente molesta, y yo resoplé.

    —Tuve un mal día, alright, sweetheart? Me importa una mierda su escena melodramática, voy a fumar donde me salga de los cojones —sentencié, mirándolos a ambos, y de repente recuperé la liviandad para agregar—. La puerta está ahí, si tantas pesadillas les da mi carita~


    no sabía cuánto extender el intercambio, así que lo corto ahí just in case JAJAJA
     
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    Zireael

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    Siempre estaba bien volver a nuestras raíces, ¿no? Con todo el sarcasmo del mundo. Las mías y las de Anna parecían surgir siempre del concepto de que, quisiéramos o no, acabábamos meados por la misma manada de elefantes todas las puñeteras veces. Si no se desbarataba todo de un lado, lo hacía del otro y así nos íbamos todo el tiempo. En este punto de la vida debía dejar de sorprenderme, pero lo cierto es que el asunto nunca perdía el efecto sorpresa y ahora, con el caos encima, solo lo empeoraba.

    Ya de por sí Wickham no resaltaba por tener un alma generosa, en lo más mínimo, así que cuando apareció para comerse el numerito supe que negociar el espacio no estaba entre las opciones, en lo más mínimo. Eso sin mencionar que se divertiría a costa de nuestro caos porque simplemente no podría ser de otra manera, ni en el mejor de los sueños de opio.

    No nos soportábamos, vaya.

    Su respuesta que empezó por resaltar que nadie había dicho que yo tuviera buen gusto y pasó hasta el hecho de que igual no tenía los ojos tan mal me hizo hervir la sangre. Estaba claro como el agua que solo buscaba un detonador, el que fuese, pero este imbécil parecía titulado en tocarme las pelotas desde el momento en que había aparecido en escena.

    Era egoísta como la mierda, pero Anna era mi único cable a tierra, el único motivo real por el que no me había desatado por completo y el contacto con su mano era mi punto de cordura. Sin embargo, a pesar de eso, sentía que el escenario general estaba probando demasiado mis límites y los de ella, porque como había dicho antes nos parecíamos demasiado para saber qué hacer con nosotros mismos en más de una ocasión.

    Ella le soltó que si no podría fumar en otro sitio, el imbécil contestó, el intercambio continuó y sentí la primera daga abrirme el cerebro como quien descuartiza una vaca. El chispazo de migraña me obligó a comprimir los gestos con la misma exasperación que cargaban las reacciones de Anna y usé la mano libre para enjuagarme los ojos con los dedos.

    —Tengo la misma cantidad de interés en tu mal día que el que tú tienes en nuestras mierdas, hijo de puta —dije todavía con la mano mano en el rostro y entonces sí atravesé parte del cuerpo entre él y Anna, esta vez fue una cosa completamente fuera de mi control. Lo hice, lo pensé después y no alcanzó a importarme lo suficiente—, así que me parece que tenemos un problema bien grande.

    Gracias debía dar que la azotea tenía la puta reja, porque si no estaría fumándose el cigarro que yo había mandado a volar hace un rato.

    —Puedes fumar en cualquier maldito agujero de esta academia, ¿qué quieres para sacar el culo de aquí? ¿Cigarros extra? ¿Pasta? ¿Una hostia? Tengo de las tres y cero paciencia.

    vengo en tamaño tanuki y tengo tres cervezas en sangre x2 *c muere*
     
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    Gigi Blanche

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    Para tener un mal día lucía bastante encantado de la vida con la escenita que estaba forzando, ¿no? Desde el momento que Wickham puso pie en la azotea supe que lo más sensato era irnos y ya, cumplirle el puto capricho. Ceder no significaba nada, no debería frustrarme ni tambalearme el ego, no tenía sentido darle importancia ni gastar aliento en esta clase de imbéciles. Era inútil.

    Pero no me daba la puta gana irme.

    Por necio que resultara, tenía atenazada en el pecho la certeza de que bajar de aquí significaría definitivamente despedirnos. ¿Qué quedarían? ¿Veinte minutos de receso? Me importaba una mierda, ¿por qué debía renunciar a mis malditos últimos veinte minutos por él?

    Al me había dejado la decisión a mí e intenté dialogar con el infeliz, vaya idea la mía. Acabé más molesta de lo que había empezado, sus respuestas parecían prefabricadas con la más imperiosa necesidad de tocar huevos y al final solté el aire en una suerte de bufido. Altan intervino, se adelantó y en consecuencia terminé de girar el cuerpo; seguía sosteniéndome la mano, al fin y al cabo. Intercambié la mirada entre ambos, el perfil de Al y la mueca socarrona de Wickham más allá, y de un momento al otro tuve una suerte de epifanía tardía. Este había andado liado con Jez, ¿no?

    El inglés alzó la mano del cigarro y chasqueó la lengua un par de veces, anteponiéndose a la primera idea que Altan formuló. Prácticamente lo mandó a callar.

    —Ya, ya, ya, pero ¿quién está queriendo echar a quién, hmm?

    Sobre el final de la frase volvió a fumar, de lo más tranquilito. Las opciones que Altan le ofreció le estiraron la sonrisa y se encogió de hombros. Lucía encantado, el hijo de puta.

    —Hombre, ¿por qué no? Nunca le digo que no a la pasta extra. En especial si viene de bolsillos dorados.

    Habría sido prudente irnos, incluso darle el puto dinero y cerrarle la puerta en el culo, pero el hijo de puta ya se me había montado en un ovario y mis prioridades comenzaban a desdibujarse. Me sonreí, fue absolutamente irónico y le clavé la mirada a Altan, dándole un apretón firme a su mano.

    —No lo dijiste en serio, ¿o sí? —tanteé, en un tono que dejaba muy en claro mi opinión al respecto.

     
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  20.  
    Zireael

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    Para que fuese capaz de sentir empatía por este imbécil posiblemente tendría que estarse acabando el mundo, lo sabía él, lo sabía Anna aquí presente y lo sabía yo mejor que nadie. ¿Sabíamos que lo mejor era irnos? Pues claro, puede que pareciéramos imbéciles pero tampoco era para tanto y entre armarle la bronca a Wickham o solo largarse, la segunda opción era la única que mantenía a salvo la integridad de todo el mundo.

    De nuevo, entenderlo no se equiparaba a ejecutarlo.

    Lo de Jez con este estúpido ya ni venía al caso, incluso antes de que nadie pudiese llevarle el apunte yo mismo había comenzado un proceso de distanciamiento, de corte o amputación, dependiendo de cómo quisiera uno llamarlo. No la había sermoneado a ella, no me había sermoneado a mí mismo y seguíamos hablando pero con una frecuencia que con cada día que pasaba parecía reducirse cada vez más. Era como abrir la compuerta bajo la horca en cámara lenta.

    Aquí el problema era que el pedazo de cabrón había aparecido en el momento más inconveniente posible, había reventado la burbuja y nos forzaría a abandonar el espacio antes si era lo que le salía de las pelotas. Los veinte, quince o diez minutos que nos quedaban, por más mentira que fuesen, nos pertenecían y me negaba a darle nada a este idiota.

    Cada vez que abría la boca la molestia solo crecía y el rojo se opacaba, insistente, como si fuera un contador que restaba dígitos a una velocidad exagerada. ¿Qué si me importaba aflojar un par de billetes con tal de sacarme a Wickham de la puta cara? Para nada, pero incluso antes de sentir el apretón de Anna asumí que le había tocado lo suficiente los ovarios para que las cosas estuvieran girando en direcciones menos diplomáticas, si es que alguna vez la palabra perteneció al espacio.

    Sus palabras dejaron en claro lo que opinaba de mi aproximación a la cosa y, hasta la polla como estaba ya, consiguieron arrancarme una risa que alcanzó la arrogancia de mis primeros días en esta academia de mierda. Tomé aire, no solté la mano de Anna y tampoco me moví del espacio que estaba ocupando antes que este infeliz.

    Nadie iba a retroceder, ¿verdad? Pues bien.

    —El puto marginal obviamente iba a querer la caridad —dije medio al aire y el tono pasó de la burla a la monotonía—. So fucking boring.

    Hundí la mano libre en el bolsillo, era la del anillo de la desgracia, y lo dejé caer ahí sin más. El metal tintineó junto al de algunas monedas sueltas, me desinflé los pulmones casi con pereza y miré a Anna de soslayo. No acababa de entender cómo habíamos terminado en esta situación, pero dudaba que las restricciones nos duraran mucho más.

    —Dudo haber tenido cara de ser generoso alguna vez en mi vida. Fue un desliz del carácter, poco más, la opción nunca existió.
     
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