Azotea

Tema en 'Cuarta planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Su pregunta se sintió extraña, como si de alguna forma se hubiera fusionado a la brisa que corría, elevada por ella, y hubiera revoloteado hasta envolverme. Mi cabello onduló, sabía a primavera, al sol tibio sobre nuestras cabezas, y elevé la vista al cielo. Repasé el techo de la azotea y más allá, entre la bóveda turquesa y las nubes perezosas. Lo repasé todo con los ojos entrecerrados y su voz siguió asemejándose a nada similar al fuego. De cierta forma me recordó a Kohaku.

    Por la dirección del sonido intuí que había vuelto el rostro hacia mí. Absorbí todas y cada una de sus preguntas, rebotaron en los espacios grises, los negros también, y como si se hubiera tratado de cenizas acumuladas comenzaron a hacer cierto desorden. Las suspendieron en el ambiente, algo de superficie asomó y ya no era todo gris y negro. Removí la nariz, como si me picara allí en la punta, y comprendí que unas pocas lágrimas se me habían acumulado tras los ojos.

    Tenía miedo, y le habían soldado la boca de mocoso, y había personas capaces de amarnos con errores y todo.

    Para cuando bajé la vista, las lágrimas habían desaparecido por donde vinieron. Lo vi comprimido en sí mismo, su cabello rojizo brillaba con una intensidad estúpida y fue casi, casi como ver al sol de lleno. Era un chico bastante frío y al mismo tiempo, casi como un capricho de la vida, todo en él cuanto se viera irradiaba calidez.

    —No siempre fuiste así, dices —murmuré, removiendo los pies, y solté el aire por la nariz—. Yo tampoco.

    Por fin me acomodé junto a él, ya de paso eliminé algo de la distancia que había respetado, e imité parte de su posición. Traje las rodillas a mi pecho, enganché la falda en los talones y crucé los brazos por encima. Los dejé colgando, sin embargo, y me quedé jugando entre mis dedos sin darle mucha neurona al movimiento.

    —Pero vete a saber qué somos, en definitiva. Si esto, si lo otro, si lo que fuimos o lo que somos, o absolutamente todo. Definirse es un dolor de huevos. —Ladeé apenas la cabeza, el viento sopló y distraje mi atención en mis dedos; no eran muy bonitos con las uñas tan comidas, la verdad—. Si al final nos acabamos moviendo por impulsos o demandas.

    Estaba diciendo cosas medio complicadas y no era propio en mí, pero otra vez, ¿qué éramos?

    —Tampoco esperaba que te pusieras en modo loro y aquí estamos. —Esbocé una sonrisa floja, una ligera cuota de diversión se me coló en la voz y giré el rostro hacia él—. No sé si sirva de algo, pero dudo en un cien por ciento que Aleck le de alguna clase de importancia a tus negocios. Tú sigues siendo tú, ¿verdad? Sea lo que sea eso, es algo que él eligió para quedarse. Y es lo que importa.

    Las personas elegían dónde quedarse, ¿cierto?

    Entonces, ¿de qué mierda estaba huyendo?
     
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    Era consciente de que era un desastre con patas, mis emociones eran un caos en grandes rasgos y por eso las ignoraba, también las ajenas. Incluso así sabía que a veces, poquísimas, podía robarme las cualidades del aire y fusionarme con la brisa, esa que arrastraba el calor del verano o las brasas de una fogata. En mis mejores momentos era increíblemente sosegado, en los peores era un torbellino helado porque mi núcleo se apagaba.

    Seguí sus movimientos por ligeros que fueran, la forma que repasó el espacio, su respiración y cómo removió la nariz, como si le picara. Era mi manía, le saqué radiografía para leer cualquier cosa sin ser particularmente invasivo y ya luego fue que me enrosqué sobre mí mismo, sentí su mirada en mí y la dejé ser.

    En realidad siempre dejaba a todos ser.

    Si hubiese sabido que estaba pensando que era frío le habría dado razón, porque lo era con casi todo el mundo, me arrancaba del entorno a voluntad y luego me aparecía deseando todas las putas atenciones que pudieran dárseme. De igual forma cargaba con este poder, este maldito coche hasta el culo de gasolina, y mi frialdad podía desaparecer hasta considerarse inexistente. Tenía el mal genio, tenía la alegría de un crío o el amor inmenso, podía tener todo eso.

    Cuando le prendía fuego a la cueva.

    Su murmuro me alcanzó arrastrado por el viento, me hizo pensar en su propio fuego, en su ausencia más bien, y me encogí de hombros suavemente. Fue mi manera de decirle que en realidad no sabía si había sido así siempre o no, a mí me parecía que sí, pero suponía que algo más debía hablar cuando era un mocoso de primaria. Además creía recordar que la cosa había ido escalando, madurando conmigo, al punto de obligar a mi madre a decir aquello.

    Que me parecía a mi padre.

    Al fantasma.

    También fue mi forma de decirle que estaba bien que me dijera que ella no había sido siempre así, que así no fuese secreto gubernamental me lo llevaría a la tumba como tantas otras cosas.

    Al final se acomodó a mi lado, la estupidez me arrancó una sonrisa casi imperceptible, como si hubiese logrado una pequeña misión personal que ni sabía me había colocado. Solo me dio la sensación de que necesitaba eso, sentarse y soltar la mierda que se le cruzara por el cerebro, por complicada que fuese. La escuché, Dios, la escuché como si fuese mi único trabajo en la Tierra y no me cuestioné cómo esta chica era la misma que me había rascado un descuento en la hierba.

    Porque lo sabía, el hecho de que podíamos ser una persona un día y otra al siguiente.

    Su voz me alcanzó de otra dirección más cercana, intuí que había girado el rostro hacia mí y cuando terminó de hablar hice lo mismo. Le dediqué una sonrisa de lo más tranquila, pero me achinó un poquito los ojos y fue mi manera de decirle que me alegraba no ser el único hablando como cotorra.

    —Si hablara tanto como hablo en mi cabeza seguro acabaría por marearte incluso a ti —murmuré bastante entretenido con mi propia tontería y tomé aire para seguir hablando en pura asociación libre—. Da miedo incluso así, la idea de que las personas solo desaparezcan, se esfumen, la noción de saberse solo de verdad o no sé qué. Pero a veces aparecen ciertos imbéciles que solo te sueltan en la cara que no se irán a ninguna parte y entonces te lo crees, ¿sabes? Eso de que tú eres tú y que alguien te eligió por ello. Así seas un idiota que podría haber tenido una vida normal y eligió el absoluto desastre en su lugar.

    Pero sí, Aleck tenía toda la pinta de ser de lo que se quedaban así les dijeras que tenías un cadáver en el patio.

    Regresé la vista al frente, me enderecé y volví a apoyar la espalda a la reja sin prisa. No sé, se me antojó y ya.

    —Siempre pensé que las personas tienen núcleos, como las estrellas o algo del rollo. Un centro que no cambia demasiado incluso si cambia todo a su alrededor, algo en torno a lo que orbita nuestra existencia entera incluso cuando nos hacemos trizas o nos apagamos o pensamos que arrancarnos del mundo para meternos en una cueva y morir sería más fácil —dije como si nada, hilando sobre la marcha—. Núcleos de luz, de fuego puro, de aire o rodeados de puras raíces, de sombras o lo que sea. Algunos tememos a nuestro núcleo, como si fuese una bestia o una bomba atómica, otros ni siquiera saben que tienen uno o cómo usarlo, y tantos otros nos ayudan y nos sirven de espejo.

    Clavé la vista en el azul del cielo, me callé un rato y respiré despacio. Olía a primavera, era suave como un perfume, casi relajante.

    —Si alguien nos quiso bien, esa huella queda en el núcleo... como una marca de fuego. No importa a dónde vayamos o lo que pase, se queda ahí y en ocasiones nos trae de regreso, como una luminaria.
     
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    Que alguien me pellizcara, porque no me creía que este chico me estuviera sonriendo en medio de semejante incordio que le había lanzado encima. Cuando me miró apenas cerrar el pico también me di cuenta que recién ahora me tomaba la molestia de verlo a los ojos, verlo de verdad, verlo como una persona y sin tantas cenizas de por medio pegadas al cristal. Su sonrisa, entonces, rasgó el ámbar y por un segundo me pareció que si estiraba el brazo no iba a haber nada en medio. Nada que me separara del mundo.

    Aún así no me atreví a confirmarlo.

    Parpadeé, pensé que su sonrisa era de hecho muy bonita y su broma me sacó un poco de base, entre que seguía medio entumecida y me había puesto a pensar estupideces. No me reí como tal, pero consiguió ensancharme la sonrisa apenas unos segundos y pensé, vaya, que nunca me había detenido a reflexionar sobre cuán ruidosa podía ser la mente de las personas más tranquilas. Kohaku, Emily, Kakeru. Incluso Altan, que muchas veces hablaba poco y nada. En el pasillo me había saludado tan tranquilo, ¿realmente se sentía así? ¿De ninguna manera le había afectado que la tierra me hubiese tragado casi una semana entera? No lo pretendía, de hecho nunca pretendía nada de él en absoluto pero ahora... ahora que la idea se me había atravesado, sí que se sentía un poquito extraño.

    De la forma que fuera, la voz de Cayden consiguió distraerme. Empezó a divagar con una libertad que daba gusto y, otra vez, me pregunté qué puto bicho le había picado. Lo escuché, sin embargo, lo hice con una atención absurda y, quisiera o no, comencé a reflejarme en gran parte de sus palabras. Acabé por apoyar la barbilla en mis brazos, relajar la vista y quedarme allí, en el sonido arremolinado del viento y de su voz. Era cálido, en una forma diferente.

    El miedo, los idiotas sin instinto de autosupervivencia y los núcleos, como los de las estrellas. Y miedo otra vez, ahora al núcleo. Miedo a nosotros mismos.

    Al veneno.

    Permaneció en silencio, pero había dicho tantas cosas que para cuando seguía procesándolas, él volvió a abrir la boca. Por alguna razón me activó los músculos y erguí el cuello, lo suficiente para mirarlo y notar que tenía la vista pegada al cielo.

    Que el amor podía marcar el núcleo.

    Fue una cosa rarísima, pero sentí o pensé que este chico había recibido amor gran parte de su vida, si no toda. Yo también, de hecho, pero en los últimos años... la marca se había borroneado.

    —Creo que ya queda claro quién es el inteligente de esta conversación —murmuré, esbozando otra sonrisa, y sentí una ligera incomodidad que me hizo volver a reflejar su postura, pegar la espalda a la reja y la vista al cielo—. Es un arma de doble filo, ¿no? La idea esa del núcleo. También dicen que todo núcleo trae consigo los elementos que pueden llegar a destruirlo... o algo así. Y al final no somos más que mierdas dicotómicas.

    Podía amar, lo sabía. Podía amar y entregar hasta deshacerme o vaciarme en el proceso, pero también podía destruirlo absolutamente todo y luego querer morirme sobre las cenizas. Podía dañar a las mismas personas que ansiaba amar, envenenarlas y empujarlas al vacío. Y eso me aterraba.

    —Supongo que sólo queda improvisar día tras día. ¿La verdad? No creo que una sola persona en este mundo sepa qué carajo está haciendo. —Me vacié los pulmones medio de golpe y le eché un vistazo al porro que había dejado ahí, para luego subir a sus ojos y fabricar una nueva sonrisa—. ¿Eres tan poco caballero que no vas a ofrecer?

    Qué puto insufrible que era, queriendo saltarle al cuello, luego llorar y entonces molestarlo, todo en menos de veinte minutos. Ni modo, una chispa de diversión se me coló en el gesto. Ni siquiera tuve que exprimirme la neurona para recordar el apodo que le había clavado fuera del bar del Krait, con lo mucho que había visto esa serie de pequeña, la de los avioncitos.

    —Qué feo, Cay Cay.

    this child is so weird istg
     
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    Esta chica se había aparecido para lanzarme una bomba encima, no podía ni culparla por pensar que me iba a llevar el diablo, pero allí estábamos y daba igual. Ya cuando tuviese que ver al Galletas sabría qué tanto era el miedo con el que debería lidiar en realidad, las explicaciones que tendría que dar y toda la mierda. Es más, luego cuando estuviese solo o llegase a casa vería si el pánico me alcanzaba de una vez por todas, cuando los cables volvieran al enchufe. Por ahora la verdad es que no tenía caso molestarme o entrar en breakdown ni nada.

    Tal vez porque ahora también entendía que había cosas peores.

    Fue una estupidez pero cuando me miró sentí que ahora sí lo había hecho de verdad, quizás vi una chispa de mi propio ámbar en sus cuarzos y ya, pero me bastó. Parpadeó, pensé que mi tontería no le arrancaría ninguna reacción, pero la sonrisa se le ensanchó unos instantes y me di por servido con eso, así como con la chispa. No sabía que se había detenido a pensar en el ruido que cargábamos los demás, desde Ko hasta Sonnen, y de haberlo intuido quizás hasta le habría explicado con dibujitos.

    Una parte de mí siempre había querido que alguien lo entendiera, que no había silencio o calma real en nuestros mundos, que existía el mismo ruido y la misma interferencia que en el mundo de los que llevaban todo por fuera. Solo era eso, estaba vuelto hacia el interior y rebotaba en las paredes de nuestra cueva, la tormenta lo arrastraba o las corrientes del océano, a veces a velocidades que daban miedo.

    Pero todo en segundo plano.

    Hasta alcanzar el punto de sobrecarga.

    Mis palabras sonaban ya a delirio de fiebre, le estaba soltando las mierdas que de hecho le había dicho a Yuzu descompuesto en lágrimas, pero que ya había aceptado y pensé que era más fácil así. Que algunas cosas eran sencillas de admitir con gente que no nos conocía tanto y es que no habría forma en este mundo en que pudiese repetirle esto a ninguno de mis chacales sin empezar a hiperventilar como mínimo, admitir todas esas debilidades y esos miedos. Quizás porque sabía que los haría cargar culpas con ello, ni idea, igual me lo estaba imaginando.

    Me escuchó como yo la escuché a ella y al final me envolvió el sonido de mi propia voz, como en la cueva, y seguí aflojando restricciones sin venir mucho a cuento. Fue ahí cuando solté la ida de olla de que el amor marcaba el núcleo y es que no podía negarlo, había recibido tanto amor que llevaba un montón de marcas encima, estaban en las paredes de la cueva y refulgían cuando el fuego se iniciaba. Eran esas mismas marcas las que nos daban la capacidad de proyectar algo del amor que recibimos, como si poseyéramos ramas.

    O pudiéramos volver a crear las telas de araña que habíamos quemado.

    Su comentario de que ya quedaba claro quién era el inteligente de la conversación me arrancó una risa que estuvo a medio pelo de convertirse en una carcajada, negué suavemente con la cabeza y volví a bajar la vista en su dirección.

    —Tengo una sola neurona en la cabeza y está bastante echada a perder —solté antes de volver a prestarle atención a sus propios delirios.

    Que el núcleo era un arma de doble filo, que cargaba consigo los elementos para su propia destrucción, que no éramos más que dicotomías. Digamos que resumió la cuestión en sus partes esenciales, porque llevaba razón también, el núcleo era el origen de las dicotomías, era el que nos podía despedazar y despedazar a los demás.

    Era yo, el que me encerraba para sanar en mi eterna soledad autoimpuesta, el que se llevaba a todos por delante cuando alcanzaba el punto de quiebre. El que encajaba los dientes y arrastraba a las personas de regreso a mi cueva.

    —Si la mitad de nosotros supiera lo que hace una buena parte de los conflictos se reducirían, pero nadie nos envía con manual de instrucciones y de hacerlo seguro no lo leeríamos. —Me removí un poco en mi lugar—. No hay mucho que hacerle más que seguir moviéndose.

    Total que volvió a encontrar mis ojos, se colocó una nueva sonrisa y preguntó por el porro, la estupidez me hizo soltar una risa por la nariz y una chispa de diversión me pasó por los ojos, un instante antes de que me soltara así por las buenas el apodo. Se lo había sacado de la manga el otro día, pero al parecer la neurona se le había fusionado con la del niño de las nubes.

    Los gestos se me suavizaron al punto de la estupidez, ni siquiera lo pensé o cuestioné, y alcancé el porro para extendérselo, mechero incluido.

    —Allí tienes una de las marcas de mi núcleo, diste con ella por accidente desde el otro día —dije tan bajo que fue casi un pensamiento en voz alta, regresé al tono que venía usando antes después de eso—. Por otra parte, ¿disculpa? Soy un caballero, pero tuve que esperarme todo el rato a que te sentaras aquí, fue como esperar un gato. No te lo iba a lanzar en plan "Hey, catch it!"


    weird child one meets weird child two
     
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    Gigi Blanche

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    Su risa me pilló algo desprevenida, como esos soplos de viento repentinos que te alborotan el cabello y medio te fuerzan a detenerte a mitad de tus palabras, arrugar la nariz y simplemente esperar a que corra. Esperar con la naturalidad de quien no teme por cosas eternas, por cosas estáticas, pues el viento sólo baila, baila y baila, te interrumpe y sigue a lo suyo. Quizá tuviéramos que aceptar todo un poco más con la naturalidad del aire y no hacernos tanto cacao mental, pero bueno. El caso era que su risa interrumpió no mis palabras pero sí mi tren de pensamientos, lo silenció por un instante y luego seguimos a lo nuestro.

    —Yo tengo media neurona, entonces —le seguí discutiendo, porque tozuda se nacía, suponía.

    No se me ocurrió agregar algún otro delirio al evento este de asociación libre pues no lo vi necesario y, como acababa de decir, apenas tendría media neurona en el cerebro. Asentí, dándole la razón a eso de que no nos leeríamos el manual ni aunque lo tuviéramos, y mantuve la mirada en él después. Sólo quedaba seguir moviéndose, sí. Era lo que hacía siempre, al fin y al cabo, por eso me hundía donde me hundía, salía y me resbalaba en otro charco. Nunca dejaba el puto culo quieto y con eso me llevaba en banda la estabilidad mental de la pobre gente a mi alrededor.

    —¿Te detienes en algún momento? —Se me ocurrió soltar bastante de repente, no lo razoné mucho y lo miré, así siguiera algo abstraída en mis divagaciones—. Digo, ¿alguna vez sentiste que de veras te detuviste?

    Era lo que Dante había dicho, de concedernos momentos de descanso; que nadie nos condenaría de permitírnoslo. Y no era la quietud del vacío, del silencio y la acromía, no era allí donde nos perdíamos y los límites se desdibujaban. Era un instante detenido en el tiempo de paz, de armonía y... de reverencia, suponía. Aceptación también.

    Respiré por la nariz y volví apenas el rostro en dirección a la puerta de la azotea, allí, a un costado de la pared. Era eso, ¿no? Mi momento de descanso. No importaba el lugar, podía ser una persona también. Un abrazo, una caricia, una burbuja improvisada o el crepúsculo de primavera colándose a través del techo de cristal.

    Era, de hecho, una persona.

    Luego le solté la tontería del porro y definitivamente no esperé que su semblante se suavizara de semejante manera. Parpadeé, aún intentando procesar que este chico era el mismo del otro día, y acepté lo que me alcanzó con movimientos automáticos.

    —¿Cay Cay? —adiviné, algo escéptica, y encendí el cigarro entre mis labios justo antes de darle una calada. Liberé el humo sin prisa—. Es de una serie, bah, casi. Se llamaba Jay Jay el avión que... —Quise mostrarle a qué me refería y por reflejo busqué en mi bolsillo—. Ah, ¿me prestas tu móvil? Me robaron el mío la semana pasada.

    Ya que estaba le di otra calada al porro, retuve el humo y le regresé las dos cosas. Seguía prendido, por si quería darle una pitada, y sonreí con su indignación claramente fingida.

    —Ah, ¿ahora soy un gato? —me quejé sin molestia, la cortina de humo se elevó hasta disiparse—. Por cierto, ¿cómo andan los tuyos? ¿Cómo se llamaban? ¿Cinis? Y la otra... Joder, me acuerdo del presidente Nixon y no me deja pensar. Además, no subestimes mis reflejos. Mal te iría.


    Y si no, que le preguntaran a Clevert.
     
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    Zireael

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    ¿Cómo habíamos terminado discutiendo por cuál era más estúpido? Ni idea en realidad, cualquier otro día eso podría haber salido horrible, pero feo con ganas, quizás hoy solo tuvimos suerte y ya. De que no tuviera mala leche encima, diablos corriendo detrás de mí ni nada, en fin, que fuese un día normal por una vez en la vida y pudiese permitirme esas cosas. Tampoco sabía qué coño la perseguía a ella, tenía ojos biónicos, no era un adivino chino o alguna mierda así, pero el caso es que parecía haberse aflojado también.

    A lo mejor su propio monstruo aflojó los dientes, retrocedió o quién sabe qué, el caso es que al menos algo del peso que tenía encima se redujo para darle un respiro y me dieron ganas de preguntarle si lo sentía, el viento que nos rodeaba y el calor que arrastraba. Me callé como siempre, obvio, que ya seriamente esta chica iba a comenzar a dudar de mi sanidad mental ya de por sí y lo dejé correr, le cedí la victoria en la guerra de idiotas.

    Mira que tener neurona y media entre dos personas no sonaba como una combinación ganadora, pero me juntaba con Arata que era casi lo mismo, así que digamos que sobrevivir, pues sobrevivíamos.

    El consejo de no dejar de moverse era un poco una mierda, servía y a la vez no, porque uno vivía tropezándose con las mismas piedras todo el rato, pero al menos te aseguraba que te volvías a levantar. Vaya, lo de siempre, cualquier cosa fuese por no fundirse con las piedras, porque una vez allí no quedaba mucha opción.

    Su pregunta me alcanzó, me sonó a duda legítima y parpadeé un par de veces dándole cabeza, luego se aclaró añadiendo otra cosa y tomé aire despacio. Era el receso, no tenía todo el tiempo sobre la Tierra ni nada, pero me estaba comportando como si fuese el caso y pensé que así no se lo dijera, lo cierto es que había levantado las paredes de la cueva. Su voz hizo eco en ellas, repicó como una campana y volvió a mí.

    —¿Detenerme de verdad? —pregunté prácticamente para mí mismo y asentí, el movimiento fue casi imperceptible—. Un par de veces, supongo. No es... Ya sabes, no es que te detengas físicamente aunque puede ser el caso, es un instante y ya, donde el mundo se calla por fin, uno mismo se calla. A veces es un espacio, un gesto o una palabra, otras es una persona. En realidad casi siempre son personas.

    Se me aflojó una risa media estúpida, me encogí de hombros y lo dejé correr de nuevo. Ya estaba visto que era introvertido, no ermitaño por mucho que lo pareciera, y así como adoraba mi tiempo en soledad, también apreciaba el que compartía con la gente que quería. En realidad si me dabas las condiciones perfectas me volvía hasta un poco pesado, que lo dijeran Aleck y Ko.

    Si estaba descolocada con la forma en que me estaba comportando hoy tampoco la podía culpar de hecho, pero con todo se adaptaba a las circunstancias y estaba allí, siguiéndome las estupideces sin más. De nuevo, me parecía que tan siquiera se había relajado un poco y me alegraba genuinamente.

    Volví a asentir cuando repitió el apodo como pregunta y alcé un poco las cejas al escuchar que salía de una serie de un avión. A ver, la cosa no me sonaba de nada, pero encontré la similitud y tuvo su gracia si debía ser honesto.

    —Ko me dice así —murmuré junto a una risa—. No sé de dónde lo sacó, eso sí, seguro de su todopoderosa neurona.

    De la forma que fuese, se buscó el móvil y luego me pidió el mío, estiré la mano para escarbar en el bolsillos y hasta que se lo estaba alcanzando mi neurona sirvió de algo.

    —¿Te lo robaron? —pregunté, incrédulo, y luego se me coló algo de preocupación en la voz—. ¿Te hicieron algo?

    Venga, que era medio huraño no hijo de puta a secas y de verdad me entró un poco de pánico ante la idea de que hubiese violencia de por medio. No era un santo tampoco, pero por obvias razones el robo violento no era lo mío, incluso si había llegado a facilitarlo sin saber al mover armas por todo el Triángulo.

    Igual tampoco pretendía escarbar, si no quería contestarme estaba bien así que me subí de regreso al tren anterior en cosa de un segundo. Ya de paso me servía para disipar un poco ese chispazo de preocupación, dado que no sabía cómo iría a recibirlo. Asentí a lo de que ahora era un gato, se me escapó una risa por la nariz incluso.

    —Hasta vienes en tamaño kitten, pero no pasa nada, nadie subestima los reflejos de los gatitos —dije tragándome un poco la gracia, aunque acabé soltando la risa con lo del presidente Nixon—. Nyx y Cinis, sí. Están bien, aunque debería ponerlos a dieta. ¿La tuya? ¡Berta! No se me puede olvidar, Dios.
     
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    Al final acabaría aceptando este suceso como un evento astronómico, de esos que ocurren cada ochenta años, porque de por sí no le daba mucha cabida a los cambios espontáneos en las personas y con cristal o no, suponía que me seguía adaptando con facilidad a cualquier imbécil. Claro que iba a amoldarme a alguien que se ponía a hablar mucho y me seguía las bromas, era básicamente mi fórmula del éxito. La única, quizá.

    Noté también que había dejado de buscar al monstruo en las esquinas. Ni idea, la idea me alcanzó casi como un susurro involuntario del viento, y siendo que sólo tenía media neurona funcional en la cabeza no me alcanzó para darme cuenta que era gracias a él, a su llama tibia y las paredes de tierra que había levantado a nuestro alrededor sin venir a cuento de nada; de lo contrario se lo habría agradecido. Quizá no a viva voz pero, vaya, me las habría apañado. Para algo tenía ojos biónicos, ¿verdad?

    El viento danzaba y el calor crepitaba.

    Me había alcanzado, sí.

    Su respuesta a mi pregunta fue afirmativa, aunque lo importante fue que respondió en absoluto y asentí, sonriendo ya bastante más tranquila. Bah, tranquila suponía siempre me había mostrado, el caso era que ahora sí la sentía conectar conmigo misma. Sentía a mi propia sonrisa alcanzándome, marcando el tempo, liderando el movimiento.

    —Son personas, sí —apoyé en un murmullo, desviando brevemente la mirada—. Son como... compañeros de baile.

    Pedazo de delirio, pero ni modo. Solté una risa nasal por mi propia tontería y me pasé una mano por el rostro, evitando el ojo de la desgracia.

    —Nada, hablo de sincronía. Son personas y también son momentos, ese momento donde todo se sincroniza. —Me acordé de unas canciones que me gustaban mucho, esas que hablaban de los centros de inteligencia de las personas y sonreí ya con ganas, marcando los lugares en mi propia silueta para no ir a espantarlo, así hubiera tenido la idea—. Corazón, cuerpo y mente. Las emociones, los instintos y la razón. Cuando todo se sincroniza con alguien más, o cuando se sincronizan entre sí, supongo que ahí... ahí es donde descansas.

    Para el cuerpo simplemente había estirado la mano que se encargó de marcar el costado del pecho y ya luego subí a la cabeza. Ya luego seguimos corriendo y su risa medio quedó rebotando entre las paredes de la cueva. Era muy bonito ver relajarse a alguien que siempre parecía vivir a la defensiva, a la espera de constantes amenazas, y lo estaba sintiendo. Lo estaba sintiendo de verdad.

    Que me alegraba.

    —¿Mini Ishi? No puede ser —repliqué, genuinamente sorprendida, y solté una risa breve—. A veces compartimos neurona pero esto ya es demasiado.

    Acepté su móvil casi a la par de esas últimas palabras, y la tontería de recogerlo y ponerme a buscar información de la serie me sirvió para disimular un poco el trago amargo de su pregunta. No era ningún secreto gubernamental y la preocupación de su voz tampoco iba a espantarme, no era ese tipo de persona, sólo... bueno. Reactivó los recuerdos sin pedirle permiso a nadie y por un segundo sentí la pared, los ladrillos contra la espalda.

    —Fue un poco violento, sí —admití con una sonrisa floja, vete a saber si para quitarle seriedad al asunto o qué, y medio repasé mi ojo con el dorso de una mano—. Pero bueno, yo también me pongo a andar sola a esas horas, ¿sabes? Ah, hablando de eso, ¿tienes algún móvil a la venta o algo? Relativamente barato, que no puedo andar de lujosa a esta altura del mes.

    La idea se me ocurrió realmente sobre la marcha, qué va, ni siquiera advertí lo lastroso que podía quedar haberme puesto a llorar por el robo justo antes de pedirle un móvil, pero bueno. Ya había dicho que tenía media neurona funcional.

    Lo miré con cara de "¿es en serio?" al subirse tan pancho al tren de los chistes según mi tamaño, pero lo dejé correr y asentí al refrescarme el nombre de sus gatos. ¡También se acordaba de Berta! Lo dicho, claramente era el inteligente del grupo.

    —Berta, indeed. —Estiré la sonrisa y se me coló la diversión en la voz—. Está bien, también, durmiendo y pidiendo comida todo el día, como siempre. Se ve que le volvió el amor y estos días estuvo durmiendo siempre en mi cama, me siento bendecida por los dioses.
     
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    Zireael

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    El monstruo siguió aflojando los dientes o retrayéndose, vete a saber qué cojones, pero se le veía en el cuerpo y si me hubiese pedido que pusiera en palabras lo que me aliviaba notarlo no lo habría logrado. Mi alegría era genuina, como si en las pequeñas cosas que observaba encontrara la respuesta a la pregunta que no había hecho.

    Que sí, sentía la brisa y el calor del fuego.

    Era un idiota de los grandes, no soportaba la angustia ajena y de allí que me retrajera sobre mí mismo, pero cuando no me quedaba de otra ya se sabía que hacía lo que tuviese a la mano para intentar reducir miedos y ansiedades. Tal vez era porque lo entendía, lo que era vivir aterrado, y no soportaba la idea de que alguien sintiera eso también, quería decir, alguien como esta chica que quizás el único crimen que podía cometer era tener demasiado fuego en el cuerpo o querer cobrarse la sangre de los suyos.

    Si no seríamos hermanos perdidos o algo, no sé.

    Sonrió con más tranquilidad y los gestos se me siguieron suavizando si es que era posible, debía insistir en que era horriblemente transparente con algunas cosas.

    Había dicho que las personas eran como compañeros de baile, fue extraño aunque lo pude imaginar fácilmente y cerré los ojos unos segundos, para cuando volví a abrirlos asentí despacio. Además todos tenían una canción diferente, su núcleo la reproducía y el nuestro la memorizaba. Imaginaba que ella tendría su propia canción, yo la mía y la gente que nos quería la habría grabado en su mente.

    Siguió hablando, sonrió con ganas y no pude hacer otra cosa que reflejarla mientras la escuchaba. Seguí sus movimientos al hablar, ubicó los instintos o las inteligencias, como quisiera llamarle y pensé que teníamos un poco de todo. Que lo mío era hacerle caso a la vocecilla que tenía en la cabeza, la que organizaba información como si no supiera hacer otra cosa, y también dejarme arrastrar por lo que sea que me alcanzara el centro del pecho. Por eso me entregaba a las personas sin titubear de tanto en tanto.

    Su respuesta a mi pregunta del robo me encendió varias alertas, la repasé con la vista otra vez ya con esa información y solo entonces, tal vez, noté algo fuera de lugar en su rostro y digamos que se confirmó con su movimiento. La chiquilla era bonita y todo, dejarle ir una hostia de gratis era para encajarle un cuchillo al genio que hubiese pensado que era buena idea. Joder, si para robarle el móvil tampoco había que hacer mucha cosa, era de pillarla distraída y ya.

    Suspiré, no fue de hartazgo ni nada parecido, fue solo como la frustración de saber que había pasado ese mal trago y negué con la cabeza. No era culpa suya, yo bien sabía que los robos no eran culpa del que cargaba las cosas o de la hora o la mierda que fuese. Solo fichábamos, eso era todo, como ganarse la lotería.

    —Tengo unos trastos viejos, pero que al menos todavía corren las aplicaciones de mensajería y esas cosas —respondí a su pregunta con simpleza, ya había pensado que no escarbaría mucho más—. Te lo puedo traer mañana o me acompañas de regreso a Shinjuku más tarde, paso a casa un momento y te lo dejo para que te lo lleves de una vez. El dinero me lo das cuando puedas.

    Era una suerte de niño pijo, no me hacía falta inmediatamente.

    Ni siquiera pensé que le estaba diciendo que nos fuéramos juntos de la escuela, pero lo dicho, tenía una neurona. Igual si ella tenía que ir a otro sitio o lo que fuese, pues eso, que se lo traía mañana sin problema. Era de organizarse nada más, cosa que para variar se me daba bien.

    Podía haberle ofrecido uno de los que me había dejado Arata, pero de esos me había encargado ya el fin de semana y había que hacer una división con la pasta de por sí. Tenía pendiente eso también, pero ya para mañana esperaba también haberle dado el dinero al rey de los cerebros llenos de aire.

    Me respondió lo de Berta después, me volví a colocar la sonrisa en el rostro y me imaginé a la gata de pesada en su cama todo el día. ¿A lo mejor se dio cuenta de que no andaba los ánimos muy bien? Pasaba de vez en cuando, al menos la semana de la desgracia los míos casi no habían salido de mi habitación de no ser que las necesidades biológicas los llamaran.

    —Eres la elegida —solté con la diversión impresa en la voz—. Pide un deseo, el dios de los gatitos a lo mejor te escucha.

    Hombre, estaba pero tontísimo y se notaba desde el espacio seguro, pero qué le iba a hacer. En el fondo tenía puras ideas de crío de seis años, así no las soltara con frecuencia y allí estaba prueba.

    Me lo pensé un rato, lo otro que se me ocurrió, y al final cedí por el mismo motivo que había decidido llevar a Ko a casa otra vez y pedirle a Arata que llevara de regreso hace años, en el período innombrable.

    Para no dejarme cosas atoradas en el pecho.

    Estiré la mano en su dirección, la alcé para colocarla en su coronilla y le rasqué las raíces del pelo con los dedos. El gesto fue ligero, estúpidamente suave, y no hubo rastro alguno de tensión. Me veía que me podía molestar por ello, pero daba igual.

    —Te ves más tranquila —murmuré regresando la mano a mi espacio, le dediqué otra sonrisa amplia como la que me había rasgado los ojos antes—. Puedo parlotear todo lo que quieras si sigue funcionando.
     
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    Gigi Blanche

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    Quizá le hubiera soltado la versión vanilla de la historia porque sabía que no haría un gran alboroto al respecto, ni que pretendería escarbar hasta el hueso. No era lo que necesitaba ahora mismo, o al menos eso creía, de modo que oí su suspiro sin darle ningún significado complejo y lo miré, asintiendo.

    —No vivías muy lejos, ¿no? Voy contigo, entonces, total tengo un rato en lo que entro a trabajar. —Sonreí, fue bastante por cortesía pero me quedé con haber tenido la intención—. Gracias.

    Quería decir, no que no le agradeciera el gesto, sino que todo el asunto me ponía un poco mala y bueno, sabía que había cosas peores, que a ciertos idiotas los dejaban medio muertos en callejones o que también había chicas a las cuales les pasaban mierdas que... que ni siquiera quería imaginar. Pero en fin, cada uno a lo suyo y yo me había comido una hostia. No pretendía vivir una experiencia similar de acá a nunca.

    Tampoco me preocupó, ya de paso, el detalle de que nos iríamos juntos de la escuela. Es decir, a mí esas cosas no me importaban, para lo que no me dio la neurona fue para analizarlo desde su perspectiva. ¿Se cagaría en sus muertos de aquí a media hora? Vete a saber.

    —¿Un deseo? —Arrugué un poquito la nariz, intentando dar con algo decente, pero yo también tenía mentalidad de seis años así que ni modo—. ¡Quiero un peluche! Ya sabes, de estos enormes que salen en las pelis y siempre me pregunto cómo no les dan alergia. Puede ser de oso, o de koala, ¡o un pingüino! Creo que me quedo con el pingüino. Ah. —Le alcancé el móvil, casi me había olvidado de habérselo pedido en un primer lugar, y se lo mostré con la búsqueda de Google abierta—. Te presento a Jay Jay~ Bueno, los aviones son algo perturbadores ahora que los miro de vuelta, pero la canción estaba bonita. Jay Jay, el avioncito, soy yo~

    Aquello último lo canté, claro, en voz baja y bastante distraída, moviendo la cabeza al ritmo de la canción y tal. Nada muy loco, ni siquiera lo pensé.

    Nos habíamos establecido en una armonía para nada despreciable, cabía decir, aunque siempre pretendí conservar las distancias para no ir a espantarlo. Fue por esa razón que su gesto me pilló, otra vez, de lo más desprevenida. Me quedé quieta un sólido segundo, como esos videos de gatos que les pones una cuchara en la cabeza y se congelan, y luego parpadeé antes de viajar a sus ojos, reiniciando los sistemas. Quién era este tío, otra vez, y por qué estaba siendo tan bueno conmigo luego de no haberle traído más que problemas, luego de haberle tocado los cojones y rascado un descuento por la puta hierba.

    Pero ya no pude rechazarlo de ninguna manera.

    Recibí su sonrisa, esa que volvió a rasgarle los ojos, y exhalé lentamente. Pensé que, quizás, el cristal no iba a romperse nunca por sí solo. Desde afuera podían esperarme, sí, pero sólo era frágil adentro. Todos éramos frágiles aquí dentro y a veces teníamos que rompernos.

    Estiré un poco la espalda encima de la reja, le eché un vistazo al cielo y dejé las manos sobre mi regazo, bastante en peso muerto.

    —Estoy mejor, sí —concedí, esbozando una sonrisa algo amarga—, aunque vete a saber cuánto vaya a durar cuando salga de aquí. Pero vale, igual es un avance para el trapito que llevo hecha desde la semana pasada. Fue bastante una cagada, ¿sabes? No era que te tuviera tanto miedo a ti específicamente, si eres medio un saco de huesos. —Me di cuenta al instante que se me había patinado la lengua y arrugué el ceño—. Sin ofender.

    Medio bufé y me removí, intentando lidiar con la molestia, con el escozor que sentía repiquetear aquí y allá.

    —Me refiero a que tienes pinta de ser un buen chico, ¿sabes? No lo sé, lo tienes en los ojos. Son muy transparentes. Como sea, no que te tuviera miedo a ti tal cual, era más bien... miedo de venir a la escuela. Estoy aquí porque ya no quiero decepcionar a nadie, pero... —Se me aflojó otra sonrisa, esta vez de resignación y me encogí de hombros, bajando la vista a mis manos—. Tengo miedo, sí.

    ¿Y a qué venía la confesión de pecados? Me maldije, vaya. Me maldije porque si seguía empeñada en mantener las distancias con Altan, con Emily, con todo dios era porque ya no toleraba sentirme semejante incordio. ¿No les había caído ya cientos de veces con mis problemas? ¿No me caía, en definitiva, una y otra vez en el mismo, maldito pozo? ¿Y hasta cuándo iban a tener ganas de soportar mi culo desastroso, mis decisiones horrendas y mi fuego sin control? ¿Hasta cuándo para quedarme sola?

    Y si los seguía molestando, si los seguía decepcionando sólo quemaba la mecha a mayor velocidad.

    Me mordí la lengua, sacudí la cabeza y me corrí el cabello de encima con un movimiento algo brusco, que me tiró un poco. Volví a sus ojos con mejor cara y le piqué apenas el hombro, queriendo aligerar el ambiente.

    —Bueno, ¿y eso de que eres amigo de mini Ishi qué? ¿Cómo que tardé tanto en enterarme? Quiero detalles, no lo sé. ¿Cómo se conocieron?
     
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    Zireael

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    Así como el no escarbar era mi condena en otras oportunidades digamos que servía de algo, la gente no sentía obligaciones conmigo en la mayoría de los casos, me contaban lo que querían hasta donde querían y si preguntaba algo no había exigencia real. Como si me respondían o no daba un poco igual, podía colar por desinterés y a veces lo era, pero también era mi manera de dejar que cada quien encontrara el ritmo que le sirviera.

    Asentí con la cabeza cuando preguntó lo de que no vivía muy lejos, porque bueno los dos estábamos metidos en Shinjuku, tampoco la retendría demasiado. Eso si no había nadie en casa, si alguno de los intensos del culo con los que vivía y pretendían ofrecerle refresco hasta al señor del correo la veía le robaría sus buenos cinco minutazos, mínimo. Procuraría que no le fundieran la media neurona a la pobre criatura si era el caso, pero a lo mejor se salvaba de la comitiva.

    —No es nada~ —respondí con tono liviano.

    La verdad me quedaba tranquilo sabiendo que se llevaría un móvil, a ver, que con esta cara y todo me daba algo de nervios imaginar que la tonta podía tener una emergencia de cualquier clase y no pudiese llamar ni a su casa. Estaba el problema de la línea, pero podía darle una de las viejas que usaba para los negocios de mierda, con un número que ya ni siquiera le daba a nadie.

    Mi neurona funcionó tarde, como siempre, caí en que me iría con ella y le resté toda importancia, si ya estábamos hablando de lo que sea que nos cruzara la cabeza el viaje de regreso daba lo mismo. Igual nos venía bien la compañía a los dos, ni idea, ya veríamos. Seguimos a lo nuestro de todas formas, se pensó el deseo y cuando soltó que quería un peluche se me aflojó la risa.

    —Me convence más el pingüino también —secundé sin venir a cuento y tomé el móvil cuando me lo alcanzó, no pude evitar fruncir un poco el ceño porque sí, los jodidos aviones eran un poco bastante perturbadores, aún así relajé los gestos al oírla cantar en voz baja y dejé salir otra risa por al nariz—. Ahora solo espero no acordarme de estos aviones cuando me digan Cay Cay.

    Mi gesto pareció fundirle la media neurona, la pobrecilla estuvo a nada de tirar pantallazo azul, parpadeó antes de encontrar mis ojos y ladeé apenas la cabeza. Más temprano que tarde Hiradaira acabaría por darse cuenta de que tenía poco o nada de huraño en el fondo, también que no era especialmente rencoroso ni nada, de nuevo, en tanto la gente que apreciaba no estuviese en medio y tal o no fuesen salidos calibre Kasun que no entendían señales de humo.

    Todo estaba en el espacio, en la confianza que encontrara para moverme y romper mi propio cristal.

    Quizás me estaba permitiendo todo eso porque ya me había hecho trizas hace unos días, porque había vuelto a mi centro, levantado mis fragmentos y dado cuenta de que podía hacer las cosas diferente. Puede que solo fuese esa estúpida necesidad de velar por la gente que me rodeaba y ya, en realidad podía haber muchos motivos. No los analicé con especial atención, no hoy por lo menos.

    Su sonrisa arrastró cierta amargura consigo, me di cuenta que iba a aflojar la lengua y se lo permití, que me confesara los pecados que le dieran la gana o que necesitara. Su comentario de que era medio saco de huesos me hizo alzar las cejas, para cuando dijo que era sin ofender se me soltó una risa bastante baja, una mera vibración que me sacudió el pecho, no dije nada porque vi que seguiría hablando y no quería interrumpirla.

    —Sé que soy un palo de dientes y que no doy miedo ni aunque lo intente. Antes no tenías miedo de mí, ya lo dices tú misma, era más... A lo que sea que pudieras encontrar al mirarme, un reflejo de lo que piensas que podrían estar sintiendo los demás —atajé sin alzar demasiado la voz y me desinflé los pulmones, me acordé a medio camino del porro que ya había terminado por apagarse y volví a dejarlo a un lado—. Nuestro miedo despierta el de los demás, es una línea de pólvora. Solo eso diré, suena a puta ida de olla, pero te prometo que tiene sentido.

    Lo había soltado todo con la vista puesta al frente, porque recordé a mi madre, a las veces que me veía como un extraterrestre y la mirada en el rostro de Yuzu cuando me hice pedazos porque siguió escarbando. En el fondo ambas cosas habían sido y seguían siendo una proyección de mi miedo esparciéndose como hiedra. Entendía el horror también, ese de quedarse solo de verdad y el de escupirle estos pecados a ciertas personas, así que no podía juzgarla.

    Jamás se me ocurriría hacerlo. Si acaso podía prestarle la cueva cuando la necesitara.

    La vi sacudir la cabeza con el rabillo del ojo, giré apenas la cabeza y encontró mis ojos, se puso mejor cara, me picó el hombro incluso y el cuerpo no me reaccionó con tensión anticipada. Estaba buscando aligerar las cosas y yo no era ningún salido como para no permitírselo, siendo que además se había agarrado de una buena cuerda al intentarlo. Relajé bastante la espalda en la reja al escuchar su pregunta y la risa que se me escapó, a pesar de ser suave, arrastró una chispa de genuina diversión.

    —Pues no sé, tienes que developear mejor tus habilidades para el chisme o algo —comenté por la gracia, porque la verdad es que habíamos andado pegados como chicle más de una vez por la escuela—. Igual me da algo de risa porque yo tampoco supe que era amigo tuyo hasta después, así que ninguno sabía una mierda. Llevamos de conocernos como, ¿cinco años? Algo así, meses más, meses menos. No es secreto federal, Ko se junta con gente rara casi por deporte hasta la fecha y digamos que nos arrastraron los raros de turno hace tiempo en Chiyoda. El encuentro de los cara de cordero degollado, es una saga maravillosa, te la recomiendo sinceramente.

    Encontré el celeste del cielo, las pocas nubes que el viento arrastraba y me di cuenta que estaba respirando bastante despacio, como si estuviera por quedarme dormido allí mismo. Algunos recuerdos, las pinturas de mi memoria, se me aparecieron sobre los ojos y me permití una sonrisa.

    —Nos parecemos, ya debes haberte dado cuenta, si me quitas lo arisco de encima y dejas lo demás no hay mucho que nos diferencie. Supongo que eso hizo el trabajo solo, ni siquiera recuerdo haberlo rechazado en mi espacio alguna vez, al pobrecillo me le pegué peor que un chicle en el pelo porque me haces dos mimos y ya me tienes en el piso. —Tomé aire con cierta fuerza—. Se me perdió del mapa un tiempo, cosas de la vida, y luego vine a encontrarlo aquí cuando ya ni lo estaba buscando. Fue como ver un fantasma, si te soy honesto.
     
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    Gigi Blanche

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    Pobre niño, al final iba a arruinarle el apodo que llevaba grabado en su núcleo por la mera tontería de haberle mostrado los avioncitos perturbadores, pero bueno. Me quedaba confiar en el poder del amor o algo así. Y ahora que lo pensaba, ¿por qué precisamente Cay Cay? ¿Qué tenía de especial? No era yo la más inteligente de la camada, eso ya quedaba claro, pero medio recordé su suavidad al mencionar a Kohaku y, no lo sé, me dio por pensarlo. ¿Estaría relacionado a mini Ishi?

    —Descuida, si tu cerebro es amable lo reprimirá o algo. Hay que confiar en la selección natural.

    Acababa de enlazar dos ideas que ninguna relación cargaban de por sí, pero bueno. Lo importante era que sonara inteligente, ¿verdad? No que fuera accurate. Su voz, entonces, fue capaz de ordenar un poco lo que yo había puesto sobre la mesa y asentí en silencio. El miedo no iba dirigido a él per se, eso lo sabía. El problema venía enlazado a la paranoia, a las dianas que sentía en la espalda y, bueno, mi propia mente para resumir. El miedo, con o sin fundamentos, era en definitiva una creación personal y cuando se nos iba la mano, cuando acabábamos distorsionando la realidad que nos rodeaba, la responsabilidad no excedía estas cuatro paredes. El grosor del cristal.

    Que el miedo era una línea de pólvora.

    ¿Arrastraba a la gente incluso cuando pretendía no hacerlo? ¿Empujarlos fuera de mi onda expansiva no lograba nada diferente a, en definitiva, hacerles daño? Repasé las peores cagadas de mi vida a velocidad relámpago, repasé los ataques de asma y las noches largas viendo el techo. ¿Dónde iniciaba la mecha? ¿Tenía sentido, siquiera, pretender determinar una cosa así?

    Dios, todo seguía siendo un desastre.

    —Eh, en mi defensa, creo que él aún no sabe que tú y yo nos conocemos —solté a la carrera, buscando defenderme de su acusación, y recordé algo de repente. Solté una risa ligeramente avergonzada—. Ah, hablando de eso, mejor nunca le digas que te compré hierba. Esa vez fue porque no me estaba hablando con Ko y, bueno, ¡mira si se me ofende o algo!

    Que era muy improbable, dicho sea de paso, pero molestarme seguro lo hacía y mira, si podía ahorrármelo, me lo ahorraba.

    Escuché su mini historia sin intenciones de interrumpirlo en ningún momento, y la enlacé con lo que Rei me había chusmeado alguna que otra vez luego de haberme presentado a Kohaku. Mini Ishi de por sí jamás hablaba de eso, de su pasado en Chiyoda y de los amigos que había hecho, pero sabía que había pertenecido a un grupo y que ese grupo se había disuelto. ¿Los chacales, eran? Seguramente eran los raros de Cayden.

    —¿Y se encontraron aquí de casualidad? —Venga, si no sería pequeño el mundo—. Qué lindo.

    Lo dije con total honestidad, porque genuinamente imaginaba que debía haber sido muy bonito para ambos reencontrarse luego del tiempo perdido. Fue mi reacción inmediata, dicho sea de paso, pero no había omitido la tontería que soltó sobre los mimos y mira, ¿no era una confianzuda de mierda? ¿No me dabas la mano y mordía hasta el codo? Sonreí, denotó mis intenciones y me giré para apoyar un hombro en la reja y verlo de frente.

    —Mírate, igual —agregué, en un murmullo más suave, y no me molesté en disimular la chispa de diversión que seguro se notaba desde Shinjuku—. Tan arisco y cara de moco pero ¿dos mimos y ya está? ¿Ni siquiera tres? ¿En serio, Dunn?

    Igual aflojé la risa al final, de hecho se me coló en la última pregunta y solté el aire de golpe, encogiéndome de hombros.

    —No te culpo, la verdad. Los mimos son super bonitos de las personas... de esas que te quieren, ¿no? —La idea se me ocurrió a la carrera y me ensanchó la sonrisa—. Me alegra que las tengas contigo, a las personas que marcaron tu núcleo. Bueno, quizá no sean todas, pero sí las suficientes para que puedas sonreír así, bien tranquilito. Te hace ver bonito.

    Bueno, un poco sí lo estaba molestando, ¿verdad? Ni modo, tocaba aguantarme.
     
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    Zireael

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    Si mi cerebro era amable decía, como si existiera semejante cosa, pero de cualquier manera no creía que un montón de aviones con cara me jodieran el apodo el realidad, lo había soltado por la gracia nada más. Necesitaba algo con mayor fuerza como para cambiar la carga que algo tan sencillo como un apodo llevaba consigo, la verdad fuese dicha.

    De la forma que fuese, la vi asentir ante mis palabras y me bastó con eso, no pretendía que se hiciera mucho cacao mental con el asunto ni nada tampoco, pero que le quedara allí. La distancia que poníamos a veces más que reducir la velocidad del avance de la chispa solo la aumentaba, acelerando la explosión que tanto parecíamos querer evitar. Todo porque el miedo propio activaba el ajeno, lo alimentaba como la gasolina al fuego y luego todo se iba al traste igual.

    No se trataba necesariamente de ir a confesarle los pecados a todos, la verdad quizás solo era cuestión de no arrancarnos de la gente que se preocupaba por nosotros. Podíamos solo quedarnos en silencio, pero buscar confort en los otros, en su presencia, evitándoles y evitándonos un desastre de proporciones bíblicas.

    Claro, siempre era más fácil decirlo que hacerlo.

    —¿Hmh? Lo sabe, se lo imaginaba al menos. Lo de que te conozco quiero decir, no por qué, no te me mueras. Creo que fue por el día que te hizo un favor con un cartel o algo así. ¡Ah! Te escuché gritar lo de martes de abrazos y me subí al tren, ups. —Le había dicho que con su culo inquieto nos chupaba la energía, que no era mentira. En fin, negué con la cabeza suavemente a lo siguiente que dijo—. No worries. No se lo he dicho, tampoco se me ocurrió la verdad, así que puedes estar tranquila.

    Se me había soltado un huevo y medio la lengua hablando de Ko, apenas haber terminado me cohibí un poco. No lo dejé ver, obviamente, y de por sí sus reacciones me permitieron callarme un rato y volver a centrarme sin mucha dificultad. Asentí con la cabeza a su pregunta de si nos habíamos encontrado por casualidad aquí, así no hiciera falta.

    No recordaba haber hablado demasiado de mis amistades nunca, o de nada en realidad, pero allí estábamos y suponía que estaba bien. No sé, que era hasta normal dejar ver esas cosas, el afecto que le guardábamos a las personas.

    Su movimiento me hizo mirarla justo cuando apoyó el hombro en la reja para verme de frente, la sonrisa la cantó desde el otro lado del mar y me quedé esperando la tontería de turno. Me arrancó una risa bastante floja, resignada si acaso, y su diversión se me contagió ligeramente para alcanzarme los ojos.

    —Ni siquiera tres —afirmé casi en un murmuro antes de que siguiera hablando—. La cara de moco debe ser adorno, eso seguro.

    Acababa de callarme cuando soltó el resto, lo de que era bonito recibir mimos de las personas que queríamos y ni idea de por qué, pero sentí que algo de sangre me subió al rostro sin venir a cuento. Afirmé de un movimiento de cabeza y la jodida que así como yo le ofrecían el brazo y te pescaba hasta el jodido hombro, siguió soltando bombas al aire.

    Que tenía a las personas que habían marcado mi núcleo suficientes todavía para que pudiese sonreír de la forma que estaba haciendo. Ya la última frase fue el tiro de gracia, el calor que me subió a la cara fue de antología y ahora fui yo el que tiró pantallazo azul de la nada, se me murió la neurona en cosa de un segundo y me quedé estático, esperando que se me conectaran los cables o la mierda que fuese. Cuando volví a funcionar negué con la cabeza una, dos veces, como un mocoso y el cabello siguió el movimiento.

    Había que verme, me revolvía con no sé cuántas versiones de Satanás en una noche y no sé qué, pero una chiquilla de metro cincuenta y algo me reseteaba la mente con tres palabras. Ya de por sí de la otra noche debía haber intuido que no era lo que se dice un maestro en eso de aceptar cumplidos de repente.

    —Se te fundió la media neurona, Anna, ya ni sabes qué dices —atajé lanzando la mirada al piso, ni siquiera me di cuenta que recién la llamaba por su nombre—. Además tú también tienes a tus personas, las suficientes, y no lo puedes negar.

    Pedazo de cortocircuito JAJAJDJAJ

    Annita excuse me, he bby after all
     
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    Gigi Blanche

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    Bueno, siendo así como que justos, ¿cuántos cerebros habría en el mundo que fueran amables? Si parecíamos diseñados de fábrica para boicotearnos lo más posible, para echarnos tierra y tierra en el camino, rocas también, y si nos dábamos respiros era cada muerte de obispo y casi a fuerza de voluntad. De hecho, ¿los mejores momentos no venían de la mano con callar el puto cerebro? Cuando no pensábamos, cuando sólo fluíamos y sentíamos. Era una máquina necesaria, eso no lo negaría nadie, pero mierda.

    Fue una tontería, pero de repente creí entender con más claridad que nunca eso que había dicho Al, de ser el corazón de la máquina.

    De su máquina.

    Para contribuir a la fiesta, Cayden mencionó aquella vez del invernadero, del jodido delirio que me monté porque me salió de los santos huevos. Pobre Ko, Dios, lo había mandado a cerrar el invernadero con una excusa agarrada con alambres, pero mira. Lo importante era que todo había salido bien, ¿verdad? Parpadeé y la sonrisa se me ensanchó al recordarme, ya de paso, el rollo de los martes de abrazos. Venga, ¿cuántas tonterías me había marcado desde que puse pie en el Sakura? Parecían tan lejanas e impropias, tan ajenas, pero no quería que fuese así, ¿cierto? Quizá se me hubieran escapado pero seguían atadas a mis dedos. Tenían que estarlo.

    Sólo me quedaba confiar en los hilos y jalarlas de regreso.

    O quizá yo tuviera que avanzar lo suficiente hasta alcanzarlas.

    —Los martes de abrazos —repetí, junto a una risa floja, y mierda que sonó nostálgico. El martes anterior me había ausentado por la jodida hostia y ahora...—. Ah, es mañana.

    Parpadeé, asimilando la idea, y tomé aire por la nariz. Bueno, si serviría de algo podía tomarlo con platillos y pompas para juntar mi mierda, ¿verdad? Seguir exagerando todo y haciéndolo en grande, sólo que esta vez en el buen sentido. Por otro lado, Ko ya sabía que me conocía con Cayden pero no los detalles. Venga, confiaba en el culo relativamente evasivo de Kohaku para nunca preguntar aunque, quién sabe, al cabrón se le metía el bichito de la curiosidad cuando así le salía de los cojones y en definitiva, ¿predecirlo? Era puto misión imposible.

    Mi diversión se le contagió y de repente parecía un tío capaz de seguirme el ritmo y todo, aunque mandé la idea a tomar por culo a los dos segundos. Pobre diablo, el color le subió al rostro y con el resto de la tontería sólo empeoró. Me quedé allí, sintiendo una mezcla de pena, diversión y ternura, y solté una risa de nada por la nariz al verlo sacudir la cabeza como un mocoso, prestando atención al movimiento del cabello. Se veía como que rebotaba fácil, ¿no? En plan, que era esponjoso o lo que fuera. ¿Aireado? Quizá.

    También noté que me había llamado por mi nombre pero no le di importancia, la verdad. La risa floja de recién se convirtió en una de verdad, breve y no muy sonora, y me encogí de hombros. Ya de paso me traje las rodillas también, dejé caer las piernas medio flexionadas hacia un lado y rocé la suya.

    —Ah, ya sé —murmuré de lo más tranquila, como si no le hubiera arruinado los sistemas, y me puse cara de haber descubierto la pólvora y todo. Super proud—. Para balancear las cosas tú también puedes hacerme un cumplido, ¿qué dices?

    Venga, si no me estaría divirtiendo con la pobre criatura, lo suficiente para dejar para después el peso de lo último que dijo. Además, eso no era algo que me avergonzara; tenía personas y lo sabía. Lo sabía, joder, el problema venía de otra dirección. De mi máquina, mi propia voz y el monstruo en las esquinas. Nada tenía que ver con el núcleo lleno de marcas.


    JAJSJA he bby indeed *lo sigue molestando*
     
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    Zireael

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    Mi mente era rígida a cagar, era un bicho de hábitos, de to-do lists y poco más, eso consideraba la mayoría del tiempo. De ahí que gente como esta chica creyera que era frío, porque era lo que proyectaba y lo que prefería para poder comprender el mundo que me rodeaba sin abrumarme con mucha más frecuencia. Aún así no era una máquina en todas las de la ley, tenía mucho más corazón en proporción al resto de metal que tenía alrededor, y de vez en cuando era precisamente eso lo que me traicionaba y me tiraba al suelo.

    La cosa es que sabía que había personas que necesitaban de nosotros, lo sabía así lo rechazara con vehemencia por terror a mi propio elemento. El fuego con el que habíamos nacido no estaba allí solo porque sí, para quedarse encerrado, contenido y tampoco para destruir nada más. No era esa su función ni por asomo.

    Le pertenecía a los otros.

    Pareció que le recordé algo, quiero decir más allá de los martes de abrazos, y me picó la lengua por preguntarle cómo le había ido con la locura de cerrar el invernadero. Una hilacha rasgó el espacio frente a mis ojos hasta perderse escaleras abajo, era dorada, relucía bajo el sol y contuve las ganas de soltar una risa al imaginar dónde iba a dar el otro extremo.

    Tampoco hacía falta su cerebro para leer los hilos.

    —¿Y te fue bien con el plan de cerrar el invernadero? —solté sin pensar siquiera, cuando me daba la gana me ponía de preguntón.

    Di un respingo cuando soltó que mañana era martes de abrazos, la verdad ni me acordaba en qué jodido día estábamos y dejé salir el aire despacio. Si era martes de abrazos, ¿no debería tener algo el resto de días? Ni idea en realidad, se me ocurrió de la nada y ya.

    ¿Era lunes de hablar como cacatúa tal vez?

    Sobre lo de Ko, solo nos quedaba confiar en su culo que no escarbaba mucho en nada y ya. Si me lo preguntaba lo cierto es que tampoco se me antojaba mentirle al niño, aunque no quería cantar a Hiradaira sin venir a cuento, así que colaba contarle lo de la azotea y ya, suponía. En fin, si no le estaba dando cabeza a lo de Galletas menos iba a darle mente a lo de Ko, ya con esas cosas lidiaría cuando fuese necesario.

    Total que la combustión espontánea como que me siguió activando radares por alguna razón, lo suficiente para notar su primera risa encima de mi cerebro cocinado. Dejé los ojos pegados al suelo unos segundos en lo que se me bajaba el bochorno, que no había sido poco, y me llevé la mano al cabello, rascándome las raíces del flequillo por ocupar la mano en algo.

    Su risa me alcanzó, no fue muy sonora ni nada, de forma que pude oír también el movimiento de sus piernas un segundo antes de que las dejara caer. El roce no me hizo saltar al otro lado de la azotea, así que me rendí en el acto y acepté que la enana ya se había metido en mi espacio incluso antes de que yo hubiese alcanzado a acariciarle la coronilla antes.

    Qué remedio.

    Su voz me distrajo de mi colapso y más que provocarme otro con su gracia lo que causó fue que frunciera el ceño ligeramente. Alcé la vista del suelo por fin, encontré sus ojos, todavía con los gestos comprimidos, y lo que salió de mi boca sonó a berrinche de crío aún y ya no siquiera lo filtré en japonés.

    Como se me juntaran Anna y Ko a darse cuenta que no pensaba en japonés cuando me fundían la neurona ya veríamos qué risas.

    I'm not sure it works like that —dije evidentemente contrariado, reseteé la mente a japonés después de eso—. Los cumplidos pierden su función si se piden directamente, ¿no? Bueno, ¿si se da el permiso para ellos? No sé explicarme. ¿O se dicen sin pensar mucho? No, así no era.

    De qué hablaba yo de por sí, si me la había pasado mínimo seis años de mi existencia buscando atención como hijo de puta. El caso era que la cabeza me entró en un breve modo máquina y lanzó un montón de dudas legítimas, porque para la gracia tampoco recordaba haberle hecho cumplidos a mucha gente en los últimos días más allá de los que habría soltado en la mascarada y los que le tiraba encima a Ko por deporte.

    Acabé por suspirar bastante resignado y es que ya de por sí le había sacado radiografía, ¿para qué mentirnos? No llevaba detrás ninguna intención en particular, solo lo había hecho y con ello reconocía cosas sencillas. Además se había relajado lo suficiente para que su mirada fuese distinta, al menos a mí me lo parecía, le brillaban un poquito los ojos ya y la cabrona, así como yo, tenía de eso hasta para regalar. Ella con sus cuarzos, yo con los trozos de ámbar.

    —¡Ahora no cuenta, eso es todo! —escupí de repente y le dejé ir mi peso a la reja con cierta fuerza, ni me di cuenta que bufé por lo bajo, enfurruñado. Daba igual de todas formas, relajé los gestos al segundo aunque la sangre se negara a dejarme el rostro por culpa suya—. Tus ojos.

    Me encogí de hombros, como para tirarle livianidad encima a mis propios palabras y no volver a combustionar.

    —Recuperaron un poquito de chispa, como piedra pulida. Te hacer ver bonita. —Se me escapó una risa por la nariz, fue ligera y me rendí completamente—. Vaya, qué eres bonita directamente. Lo pensé desde hace días de por sí, qué más da.
     
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    Gigi Blanche

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    No había esperado que Cayden siguiera revolviendo en torno al plan del invernadero, pero lo hizo y parpadeé antes de reparar en sus ojos. Quizá preferí asegurarme de antemano que iba en serio, que no me estaba tomando el pelo ni nada, porque la cuestión había sido muy bonita pero también me arrojaba sensaciones de mierda en el cuerpo, imágenes que preferiría olvidar y el rojo palpitante, esforzándose por pujar desde las profundidades. Las profundidades en las que había pretendido encerrarlo y, bueno, poco duró ahí.

    Aún así, no era eso lo que primaba. La pintura de ese recuerdo era brillante, era suave y me llenaba el pecho de calidez.

    —Fue bien, sí —respondí en un tono bajo, ligeramente abstraído, y sonreí—. Me alegra haberlo hecho, la verdad.

    Siempre valía la pena, ¿cierto? Si era por las personas a quienes queríamos.

    El contacto no había sido intencional, qué va, y ni siquiera me dio la (media) neurona para darme cuenta que la tontería podría haber derivado en algo bastante feo. Ni idea, como que Cayden se molestara de verdad, me mirara como imaginé que lo haría al contarle lo de Greeny y se fuera. Como que me dejara sola allí, se llevara consigo sus paredes cálidas y toda la mierda me cayera encima de repente. Podría cargar la contundencia suficiente para romperme el cuello, lo sabía. Aún iba caminando por una cuerda floja.

    La diversión en mi semblante amenazó con flaquear cuando recibí sus ojos, cuando el miedo irracional de recién me rayó la mente, pero lo que dijo lo soltó casi como un crío cohibido y me permitió empujar un poco las voces. Aún así relajé el culo, ni que anduviera con tanta suerte que tentar, y estuve dispuesta a cambiar de tema para aligerar el ambiente tras oír su mini análisis sobre los cumplidos. Tenía razón, obvio, esas cosas no se pedían, sólo había pretendido molestarlo. Jamás esperé que cumpliera.

    Pero venga, lo hizo.

    Su exclamación primero me sorprendió, para la gracia abrí más los ojos y me costó su legítimo tiempo darme cuenta que eso era, de hecho, su cumplido. De un segundo al otro me sentí estúpidamente observada, aunque no tuviera nada de extraño sacar ese tipo de conclusiones de las personas que nos cruzábamos, el caso era que no me lo había esperado en absoluto y menos viniendo de él. Qué va, el jodido tiro me había salido por la culata y me reventó la cara, sentí el calor en las mejillas y así no fuera tan violento como el suyo, me forzó a echar la espalda en la reja justo como él. Solté el aire por la nariz, con las palabras enredadas en la lengua, y lo que solté fue casi escupido en piloto automático.

    —Gracias. —Me corrí el cabello tras la oreja y de a poco fui asimilando sus palabras, la tontería me ayudó a recuperar la sonrisa y asentí, así permaneciera con la vista al frente—. Gracias, Cay.

    Que habían recuperado parte de su chispa, decía.

    Y había sido, efectivamente, gracias a él.

    —¿Somos del club de los de piedras en los ojos? —solté al aire junto a una risa floja y lo miré por fin, girando el rostro en su dirección. Subí la vista a su cabello—. ¿Y es natural, entonces? ¿Así de rojo? Eres como una llamarada viva.

    Y era increíble, pensándolo en retrospectiva. No sabía bien en qué momento había dejado de lucir tan frío y retraído para convertirse en eso, fuego a secas.

    —¿Y es tan suavecito como parece? —agregué, casi como un crío que te pide que le compres caramelos.

    Lo dicho, me dabas la mano y te agarraba hasta el codo, ni modo.
     
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    Zireael

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    Ya no estaba pensando mucho nada, se notaba un montón, y en parte era tranquilizador de una forma diferente. Digamos que me detuve con ella, le puse pausa a todo aunque no hubiese ruido en ese día en particular y me acomodé a su lado, dispuesto a derribar los barrotes de mi jaula sin peros de ninguna clase.

    Levanté las paredes de tierra fría, le prendí fuego a todo y me senté, esperando, hasta que sus propias restricciones se aflojaran y pudiésemos compartir el espacio de verdad.

    Lancé un hilo esperando que lo atrapara.

    Respondió a mi pregunta sobre lo del invernadero así hubiese cosas menos agradables en el recuerdo, sonó algo abstraída pero su sonrisa me valió de complemento a sus palabras y me di por satisfecho. Si le alegraba haberlo hecho ya eso era todo, así de simple, porque al final del día en eso se resumía.

    Asumí de lleno que si al otro le preguntaban seguro daría una respuesta similar, porque con todo y cara de moco también vi la forma en que había suavizado los gestos antes. Como fuese, me permití una sonrisa ligera como toda respuesta.

    La verdad fuese dicha por otra parte, ya para sacarme de allí seguro debía escupirme en la cara o algo así. Por ahora estaba bien allí, ella también y eso era suficiente para mantenerme en mi lugar así me explotara una bomba a los dos metros. Era esa clase de estúpido, estaba claro como el agua, la especie de persona que se queda junto a los otros así pareciera el fin del mundo.

    El tiro retrocedió para sacudirle un poco la mandíbula, me di cuenta, seguro no esperó que cumpliera y tampoco que la hubiese observado suficiente. Tenía esta cara de que desayunaba sal y limón, pero eso no quitaba que hiciera lo que hacía todo el mundo y ya de por sí vivía de observar, así que ni modo.

    El caso es que también combustionó, el color le alcanzó el rostro y la tontería me arrancó una risa cristalina, no especialmente sonora tampoco, pero más genuina no pudo ser. Seguí sus movimientos, como se llevó el cabello tras la oreja y su sonrisa regresó.

    —No es nada —dije suavizando bastante el tono y sonreí también.

    Me miró por fin luego de darme las gracias, soltó lo del club de las piedras en los ojos y volví a reír, de paso asentí con la cabeza.

    —Parece que sí. Yo digo que seamos los presidentes, ¿qué te parece? —propuse porque sí y me encogí de hombros antes de contestar lo demás—. Así de rojo por naturaleza. Me debió escupir un dragón, porque mamá es castaña y de ojos azules.

    Su pregunta me hizo soltar una risa que estuvo a nada de convertirse en una carcajada, me obligué a girar el rostro para no soltársela encima y solo cuando me calmé regresé la atención a ella. Era como ver a un mocoso en el supermercado pidiéndote un chocolate en la caja, es que de verdad, a esta le ofrecías la mano y te arrastraba sujetándote hasta el torso si podía.

    Suspiré, no sobrepensé absolutamente nada y seguí fluyendo sin más, porque ya no había caso en intentar algo diferente. Me incliné hacia ella, agaché la cabeza a su altura y cerré los ojos.

    —Adelante —murmuré—. Resuelve tu duda existencial~
     
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    Gigi Blanche

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    Que me arrancaran un brazo si no me había visto venir que el jodido iba a reírse de mi reacción, así fuera totalmente involuntario y sin ánimos de ofenderme. Tampoco podía culparlo, si yo fui la primera en picarlo y luego la gracia se me vino encima. Supuse que habíamos llegado a un lugar idóneo para firmar la paz y me quedé en el molde; de la forma que fuera, con ese calor en las mejillas no me entraban muchas ganas de molestar a nadie. Siempre me avergonzaba un montón que me dijeran ese tipo de cosas, Dios, y es que seguía convencida de que tenían problemas de vista o algo, porque no había forma de que fuera bonita en comparación a otras chicas mucho más agraciadas, o con mejor cuerpo o temperamento.

    Pero ni modo.

    Igual Cayden se siguió riendo de cada pequeña tontería y conseguí olvidarme del asunto bastante rápido. Ni en mis peores delirios habría imaginado que sería precisamente este chico quien no sólo lograría, sino se esforzaría por lanzarme un hilo, un cable, lo que fuera capaz de marcarme un camino. Quizá lo había juzgado mal de entrada, vaya, y era mucho más blandito de lo que aparentaba. Bueno, ¿no lo había dicho él? Lo de los mimos. Por otro lado seguíamos siendo todos críos de dieciséis, diecisiete años, ¿cuántos podía haber realmente malos?

    Me reí con la tontería del dragón, igual parecía la opción más razonable considerando lo que decía de su mamá, aunque...

    —¿Y tu papá qué onda? —pregunté con liviandad, sin darme cuenta que, bueno, de haberlo pretendido lo habría traído a colación de entrada.

    Pero ya estaba visto que era la jodida reina de meter la pata o algo así, y cuando me relajaba un poco y se me aflojaba la lengua era aún peor.

    Por otro lado, quizá ya me había olido que este chico no iba a seguir negándome mucho los caprichos de turno, de esos inofensivos que parecían ideas de una niña. Al menos ahora, claro, con la brisa tibia soplando a nuestro alrededor, el silencio y básicamente la pequeña ilusión de que el mundo se reducía a esa azotea. Esperé a que acabara de reír, sin cambiar ni un poco la ilusión que medio estaba forzando en mi rostro por la pura gracia, recibí sus ojos y lo oí suspirar. Se inclinó, entonces, de lo más complaciente y ni siquiera me dieron ganas de molestarlo, sólo pensé que era cute y ya. Repasé la mata rojiza con los ojos, los destellos que el sol le arrancaba. Hacía a cada hebra brillar con una fuerza inusitada y dudé un poquito antes de alzar la mano, pero finalmente lo hice. Hundí los dedos poco a poco, más o menos por encima de su flequillo, y los arrastré en cámara lenta para no ir a tirarle o hacerle doler. Sonreí en reflejo, porque de veras era suavecito y sin darme mucho cuenta empecé a murmurar una melodía.

    But I feel that you do not see —canté en voz baja, distraída en el movimiento de mis dedos, que alcanzaron su nuca y la rascaron apenas. Una risa breve se me coló en la voz—. In order to love, you have to be all you can be.

    Creía recordar que en sí la canción era bastante triste, pero al menos esa parte me resultaba de lo más bonita y tranquilizadora. La cuestión es que estaba muy a gusto ahí, acariciándole el pelo, así que seguí recorriéndolo sin mayor énfasis, algo perdida en mis propios pensamientos. De repente me di cuenta de algo y solté una risa nasal.

    —Oye —lo llamé, si acaso llegó a murmullo—, ¿esto cuenta como mimos?
     
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    Zireael

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    La verdad es que yo no era de andarle calentando la oreja a nadie porque sí, no me gustaba la idea, así que incluso en esas condiciones el cumplido había sido todo lo sincero que se le pudiese ocurrir. Es más, así como si me hubiese dado cuenta de que había pensado que me caía mal si me cruzaba por la cabeza que consideraba que tenía problemas de vista le dejaba ir un zape y le alcanzaba el espejo, en plan: “So, tell me what its like to be fucking blind?”

    Como fuese, debía insistir en que no era adivino y todo lo que noté fue que la tonta también se avergonzaba con los cumplidos. Tenía su gracia viendo que había estado picándome, pero apenas le regresé la movida entró en cortocircuito y el cerebro se le reseteó.

    Seguimos moviéndonos en esa suerte de sincronía sin especial prisa ni nada y cuando preguntó por mi padre no proyecté molestia de ninguna clase. Estaba entrenado de por sí, no recordaba haber dejado ver molestia alguna hacia Liam Dunn hasta la noche de la desgracia y la mención al señor fantasma por parte de Anna no fue excepción. Además lo sabía ya, que era por él que había nacido con estas pintas de llama viva y así de flacucho, de él había sacado también el carácter al parecer.

    Era su copia, desgraciadamente.

    —También lo escupió un dragón —concedí sin problema, encogiéndome de hombros—. Viene de allí lo de parecer un fósforo. Lo arisco también o eso dice mamá.

    Igual se me notaba en la cara ya lo de que no le negaría los caprichos de mocosa de seis años, pues porque lo dicho, dos mimos y ya estaba en el suelo, así que siguió con la ilusión impostada en el rostro y me tuve que tragar la risa antes de concederle la gracia. Me quedé esperando a que hiciera el movimiento, respirando bastante lento y cuando sentí sus dedos en el cabello solté el aire a la misma velocidad. Arrastró los dedos con cuidado de no ir a tirarme el cabello sin querer o algo y aflojé los hombros sin darme cuenta todavía con los ojos cerrados.

    Todo se reducía a la confianza, a la seguridad que encontrara en los espacios y allí solo había calma por ahora, así que todas mis restricciones desaparecieron casi en su totalidad. Me permití incluso eso, algo que claramente no era frecuente, y me relajé bajo su tacto, ya de plano disfruté la caricia y poco me faltó para empujar la cabeza en dirección a su mano como hacían los gatos.

    Lo que me detuvo fue, de hecho, escuchar la melodía que comenzó a cantar en voz baja y abrí apenas los ojos cuando la sentí rascarme nuca. Me pareció reconocer la canción, así como el día que Aleck cantó y yo me subí al tren sin dudar un segundo; esta vez me costó un poco más encontrar el resto de la letra en mi cabeza, pero cuando lo hice se me escapó una risa de nuevo.

    With all this time wasted and all this time gone —canté en un murmuro saltándome un par de líneas y cerré los ojos de nuevas cuentas—. You are still waitin' on me.

    Volví a callarme, me quedé allí absorbiendo sus caricias y me acomodé mejor porque me dolía un poco el cuello, la gracia hizo que me pegara un poquito más a su mano y pues si alguien iba a detenerla de seguir haciéndome mimos no iba a ser yo. Había que estar jodidamente estúpido para negar que recibir caricias en el pelo era de lo más agradable, eso cualquiera lo sabía.

    Su voz no tardó en alcanzarme, también la risa que soltó por la nariz y prácticamente reflejé. Abrí un poco los ojos otra vez, parpardeé con cierta pesadez y acabé por asentir con la cabeza de forma apenas perceptible, porque no había caso en negarlo.

    —Cuenta —afirmé en voz baja y me permití una sonrisa ligera antes de seguir hablando sin filtrar—. Aunque lamento decirte que ahora tendrás que ser mi cómplice y no decir que costó menos de dos mimos, tengo una reputación de cara de moco que mantener fuera de esta azotea.
     
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    Obviamente la neurona no me dio para siquiera vislumbrar los problemas de fondo que Cayden podría arrastrar con su papá, ni hablar de la verdadera historia, y quizá fuera mejor así. Si me hubieran alcanzado las cartas suficientes para darme cuenta que, otra vez, había metido la pata, seguro me aprendía veinte idiomas sólo para disculparme. Lo peor era que estaba bastante convencida de que era algo con lo que debería aprender a convivir la vida entera, eso de la lengua floja y las cagadas, porque parecía haber venido sin tacto de fábrica y pues, ni modo.

    Parkour emocional, suponía.

    Que a él también lo había escupido un dragón, decía, que tenía cabeza de fósforo y era arisco. Se me aflojó una risa breve justo al final y, otra vez, lo que dije lo solté sin pensarlo demasiado.

    —Pero si tú no eres arisco, sólo lo aparentas. Quizá le pase igual.

    Igual y me habría sentido estúpidamente orgullosa de saber que tampoco era tan fácil ganarse la confianza de Cayden y ahí estaba, dejándome acariciarle el pelo. Ya lo había pensado varias veces, esta noción de la nobleza, del honor inmenso que me significaba, y lo hacía de veras, el hecho de recibir cosas de las personas. Su confianza, cariño, incluso una mera sonrisa o el placer de la compañía mutua. Todo, lo atesoraba todo y lo acomodaba bien a resguardo de las tormentas en el rincón más acolchado de mi corazón. Como si les construyera una burbuja, una a la cual pudieran regresar siempre que quisieran y si no, pues igual estaba bien.

    No esperé para nada que él también conociera la canción, pero cantó otro fragmento y lo miré, una sonrisa amplia estirándome los labios. Claro, él no me estaba viendo, así que mantuve las caricias e inhalé por la nariz.

    And all those times that I could swear I heard you speak, you spoke in such a low voice.

    Mi voz se perdió entre el viento y dejé que la melodía siguiera fluyendo en mi mente. Medio me detuve al notar que se acomodaba, por si iba a retroceder o algo, pero su movimiento volvió a hundirme los dedos en el escupitajo de dragón y sonreí con una ternura estúpida, sin decir nada. Pensé, eso sí, que quizás estuviera algo incómodo, y su respuesta me hizo soltar una risa suave. Deslicé la mano por su cabello, fue algo más superficial y la desvié hasta alcanzar el costado de su cuello y su nuca. Medio lo insté a alzar el rostro y le sonreí con calma.

    —No te preocupes, aunque no lo parezca puedo ser una tumba~

    Volví a desviar la mano y arrugué apenas la nariz junto a una risa de nada al correrle el flequillo de la frente, descubriéndole el rostro. Lo dejé caer en su lugar no mucho después y solté el aire lentamente, picándole la mejilla y la punta de la nariz antes de por fin dejarlo en paz. Había repasado sus facciones y se me ocurrió que de veras tenía carita de bebé, pero ya había visto cómo lidiaba con los cumplidos de modo que me lo guardé. Recogí ambas manos entre mis muslos y apoyé el costado de mi cabeza en la reja, echándole un vistazo al cielo más allá de su figura.

    —También podemos fingir que en verdad nos odiamos y que esto nunca pasó —bromeé en un murmullo y regresé a sus ojos, le sonreí antes de proseguir—. Pero también puedes volver todas las veces que quieras. Tengo muchos años de práctica haciéndole mimitos a Berta como para ir a estropearlo, lo juro por la garrita.
     
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    Un poco me imaginé que le habría salvado el culo al contestarle lo de mi padre como si nada, si la pobre estaba hecha una desgracia por lo de Aleck ni me quería imaginar en lo que habría resultado si se daba cuenta que estaba allí preguntándome por el padre que ni recordaba. El hombre si acaso me parecía una silueta por alguna que otra foto y reconocía a medias su voz por las llamadas a mi madre y cuando lo contactaba directamente, casi a la fuerza, como fue hace días por el desastre de Kurosawa.

    Igual no era culpa suya ni nada, lo cierto es que si uno lo pensaba mucho hablar con cualquier persona era el equivalente de andar sobre campo minado. Uno nunca sabía en realidad qué problemas cargaban los otros, qué podías tocar con una simple pregunta, y de ahí que todo fuese un lío. No muchos me discutirían que ser desapegado facilitaba un montón de cosas, a costa de complicar otras eso sí.

    Su comentario me hizo comprimir ligeramente los gestos, no fue molestia como tal, solo algo de confusión. En sí digamos que lo había llegado a pensar a mi manera, al comparar nuestra casa con mis famosas paredes de tierra y es que aunque el otro cabrón me había estripado como un bulto extraño estaba pendiente del resto de mierdas. De nuevo, vete a saber si era por la bronca legal o por deber moral.

    Acabé por descartarlo al recordar el resentimiento que encontré en las palabras de mi madre al decir que me parecía a él, esa frustración me sirvió para entender que lo suyo no había tenido remedio. Que una cosa era mi distancia ilusoria, mi cueva, y otra lo que sea que hubiese en las sobras de ese hombre.

    —Tal vez —concedí sin complicación para no darle más vueltas.

    Por otro lado debía insistir en que si nos poníamos a rebuscar esta chica y yo teníamos más puntos en común de los que hubiésemos pensado nunca. Era el jodido fuego, la capacidad de amar también, y la forma en que pretendíamos resguardar eso que recibíamos de los otros por sencillo que fuese. Ella creaba burbujas, una suerte de invernaderos quizás, donde uno podía volver y yo levantaba fortalezas en cualquier puto espacio. La naturaleza del movimiento era exactamente la misma incluso si nuestras personalidades estaban en extremos opuestos.

    Podíamos ser puertos seguros.

    Luminarias.

    Refugios.

    No la estaba mirando así que no vi su sonrisa, todo lo que hice fue seguir recibiendo las caricias y su voz fue arrastrada por el viento cuando cantó el siguiente fragmento. La melodía me quedó dando vueltas en la cabeza, también la letra y me llené los pulmones despacio.

    Of how if you could choose you would choose not to feel.

    Because you are hardly ever happy.

    La había notado detenerse un poco cuando me moví, asumí que por si tenía intenciones de romper el contacto o algo así. No estaba siendo todo lo eufórico que podía volverme con Kohaku, pero me movía por la misma línea, había buscado el contacto directamente sin abrir la boca y poco me faltaba para barrer el suelo con la cola. A ver, ¿cómo iba a ser distinto? Tenía toda su atención encima y ya el issue estaba clarísimo.

    Era un milagro que no le hubiese succionado el alma a nadie, de verdad.

    —¿Te gusta cantar? —pregunté sin darme cuenta que volvía sonar como un crío ametrallando dudas y así la cosa se respondiera sola—. Quiero decir, no necesariamente que te vayas a meter a un karaoke. Tú sabes a lo que me refiero.

    Sentí el recorrido de su mano con una intensidad estúpida, se me antojó bastante cálido, lo suficiente para dejarme hacer cuando me instó a alzar el rostro. Encontré sus ojos, recibí su sonrisa y seguí alegrándome por haberla regresado al centro así fuese por lo que había durado el receso. No aspiraba a mucho más que eso.

    Solté una risa por la nariz cuando dijo que podía ser una tumba y a pesar del incidente Graham lo vi posible, que si uno se lo pedía esta chica se llevaría todo a la cripta. Igual me proyecté, qué coño sabía yo, pero fue suficiente para creérmelo y pensar que si alguna vez tenía que seguir confesándole pecados o la mierda que fuese podía hacerlo.

    Total que así como era lengua floja también era mano suelta y ya no hice por dónde detenerla, la dejé apartarme el flequillo, picarme la mejilla y la punta de la nariz, si acaso arrugué un poco los gestos en respuesta, la estupidez debió acentuarme la cara de mocoso. Cuando me dejó quieto seguí sus movimientos como venía siendo normal y regresé la cabeza a la reja, la tontería de fingir que en verdad nos odiábamos me hizo reír otra vez.

    —Joder y no me vas a creer, pero de vez en cuando el teatro se me da de maravilla —atajé bastante entretenido con la tontería, aunque los gestos se me suavizaron un montón con lo último que dijo—. Serás tonta.

    Suspiré, volví a estirar la mano en su dirección y le revolví el flequillo, acabé por arrastrar los dedos sin prisa, haciéndome con un mechón de cabello y lo dejé caer sobre su hombro. Le dediqué una sonrisa bastante amplia, ya estaba visto de por sí que me soltabas y de cara de culo no me quedaba ni la sombra, y alcancé a pellizcarle la mejilla como si fuese una mocosa.

    —Puedes buscarme cuando quieras, si sientes que quieres hablar de algo que quizás no sabes cómo conversar con los demás o solo quieras silencio —comencé a decir en voz baja—. No tengo problema en prestarte la cueva un rato, el que necesites.
     
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