Azotea

Tema en 'Cuarta planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Zireael

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    Podía vivir traumatizado con el peligro que significaba el océano y cualquier cuerpo de agua en general, de cómo podía tragarla la tierra, arrasarlo todo y acabarlo hasta que no fuese más que una tierra vacía, húmeda y fría. Podía hacerlo pero también debía admitir que la lluvia arrullaba, también las olas del mal y el sonido de las cascadas; que sin agua nada en este mundo existirá, que bajo la superficie también le servía de hogar a un montón de criaturas.

    Era una estupidez que me fuese a poner a pensar en eso ahora, pero digamos que era la capacidad con la que contaba Anna y su fuego. Alumbraba las sombras, alejaba la oscuridad y permitía que viese de forma más clara, aunque fuese un poco, apenas lo suficiente para que recordara que no todo era la destrucción y el frío que me empeñaba en creer.

    Las notas de la canción me seguían llegando a la cabeza, tenían el mismo efecto tranquilizador que las cuerdas del violín de mamá. Era un poder que cargaba la música y que reconocía allá donde fuera porque me había criado con ella, con las caricias de las cuerdas, el canto de la madera. Era la calidez del fuego, el crepitar que escuchaba desde el fondo de mi océano aunque a veces era silenciado por las corrientes.

    Su reacción a la invitación, propuesta, sentencia o lo que fuera consiguió formarme una sonrisa suave en los labios, fue bastante parecida a la suya momentos antes de aceptar. La tonta se había sonrojado y todo, lo que hizo que la sonrisa de imbécil se me ensanchara en el rostro.
    Ni me había parado a pensar que iría a verla con vestido, arreglada para el evento que los imbéciles se habían sacado de los cojones, y al caer cuenta pensé que todo el rollo de que era una princesa iba a convertirse en una suerte de realidad.

    La recibí cuando aflojó el agarre en tras mi cuello para apoyar la frente en mi clavícula, sin dejar de mecerme al ritmo de una música silenciosa y respondí con un sonido afirmativo cuando dijo que si me podía preguntar algo.

    Esperé cualquier cosa, cualquier tontería o incluso algo relacionado a mañana, pero lo que preguntó finalmente me arrancó una risa baja, vibró en mi pecho y se expandió a ella. No cargaba burla alguna, ni siquiera sé que clase de sentimiento llevaba consigo en realidad pero estaba seguro que no era burla y que correlacionó de forma directa con la certeza que tuve antes, de que justificar a Kurosawa era un suicidio a secas.

    —No —resolví con simpleza mientras apoyaba la mejilla en su cabeza—. Desde hace cosa de medio año que no. Lo del otro día fue, bueno, una estupidez. Buscaba un castigo de quien fuese, su cachorro podía hacer el trabajo sucio por mí si lo provocaba lo suficiente.
     
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    Gigi Blanche

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    No es que su respuesta haya tomado una eternidad ni nada parecido, sólo yo lo percibí así porque a pesar de haber permanecido inmóvil sentí un ansia estúpida por huir. Apenas cerré la boca me di cuenta que había soltado una idiotez, de las más grandes de mi vida, que me estaba exponiendo a pecho abierto y no eran cosas que acostumbrara hacer. En líneas generales no era una persona que ocultara sus emociones ni nada similar, pero ya se lo había dicho a Emily en la cafetería. No sabía lo que era el amor, no tenía ni la más puñetera idea y definitivamente no creía haberlo conocido junto a Kakeru.

    Era un terreno inexplorado y, como tal, muchas veces me causaba mierdas negativas.

    Lo primero que me alcanzó fue su risa, sonó baja y aunque me morí aún más de vergüenza debo admitir que aflojó gran parte de la tensión que llevaba encima. Sentí como si, no sé, acabara de grabarme aquel sonido a fuego; no sólo en los oídos. En la piel, cada centímetro, sobre mis labios, incluso el corazón. Entreabrí los ojos, allí contra sus clavículas, y aguardé finalmente por la respuesta.

    No.

    El resto lo escuché, obvio, pero me quedé con esa simple palabra. Se grabó, junto a la risa, por doquier. Me bañó de una calma impresionante y volví a sentirme pequeña y estúpida. Qué sentido tenía negarlo, ¿verdad? Sin saber bien cuándo o dónde, ya le había entregado ese poder a Altan.

    Todo ese maldito poder.

    Poder.

    Me quedé quieta un par de segundos más, hasta que empecé a soltar quejidos y gruñidos que morían en mi garganta, como un animalito renegado o muy dormido, y le propiné un par de golpecitos sin fuerza en el pecho. No sabía bien cómo responder y salió eso, supongo. El ardor en mi rostro había amainado pero sabía que si lo descubría, volvería en toda su jodida furia. Aún así, en algún momento tendría que salir, ¿no?

    Me cargué los pulmones de aire y arrugué su camisa entre mis manos un momento antes de empujarme lejos suyo. Aún me moría de vergüenza de buscar su mirada, así que en su lugar entrelacé sus dedos con los míos y me quedé observando aquello; mi pulgar se movió en automático para acariciar su piel.

    —Tengo otra pregunta —murmuré y lo jalé hasta acomodarnos en el suelo, con la pared como respaldo. Bueno, yo en realidad me crucé de piernas con el cuerpo girado en su dirección. Seguía sin soltar su mano—. ¿Fue el primero?

    Muy ambigua, ¿verdad? Arrugué el ceño y finalmente busqué sus ojos, algo contrariada. No quería presionarlo pero también quería saber.

    —El ataque de pánico, digo.

    Quería saber cosas sobre él.
     
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    Zireael

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    No sé qué reacción esperaba, en realidad creo que no esperaba ninguna así que todo lo siguiente consiguió sacarme otra risa parecida a la anterior. Era todavía floja, algo desganada si se quiere, pero era genuina y la dejé hacer.

    Y entonces lo pensé.

    El cauce por el que corría.

    ¿Había sentido miedo al preguntar, al esperar por la respuesta? ¿Qué había sentido al darse cuenta, ayer, hoy o cuando fuese que lo hizo? Era egocéntrico que te cagas pensar en la posibilidad, porque ese miedo o cualquier sentimiento relacionado a la pregunta podían deberse a cualquier cosa, pero por un instante me pregunté si era parecido al que yo había sentido ayer.

    Miedo revuelto con resignación, frustración y quién sabe qué más.

    Me lo pregunté porque no quería que ella sintiera una emoción de esa clase y si era el caso no sabía realmente cómo evitarlo más allá de esa respuesta negativa, era todo lo que tenía. De verdad esperaba que fuese suficiente.

    Se me escapó un sonido bajo de protesta cuando se separó, fue totalmente involuntario y de hecho al notarlo me dio hasta vergüenza, ni idea de por qué, pero como siempre no lo demostré. Al menos no hasta que entrelazó nuestros dedos, era una estupidez pero me arrojó algo de sangre al rostro y agradecí que no me estuviese mirando.

    No recordaba haberle tomado la mano a Kurosawa.

    No había sido parte del teatro o lo había borrado por completo.


    Parpadeé un par de veces cuando su voz me alcanzó de nuevo, antes de que me jalara para que nos sentáramos en el suelo y mis ojos se detuvieron en nuestras manos unidas con una atención estúpida. Su pregunta me llegó un poco amortiguada por algo que no era ruido blanco como tal, pero seguía alterando la señal.


    ¿Fue el primero?

    ¿El primer qué?


    Buscó mis ojos entonces de forma que tuve que sacar la vista del contacto y ladeé apenas la cabeza, casi como un perro confundido. El cabello siguió el movimiento y alguna hebra perdida me hizo cosquillas en el rostro.


    El ataque de pánico.


    Presioné apenas su mano y regresé la vista allí, rehuyendo su mirada por reflejo. No era que no quisiera decirle, era solo... No sé, raro.

    Como confesar un pecado.

    Oh, woah. So dramatic.


    —Sí. —Fruncí apenas el ceño—. Le pegué una calada al cigarro y me di cuenta que me estaba costando respirar, aunque ya antes de eso tenía el pulso en la mierda.

    Ya estaba en sesión de confesión, ¿no?

    —Cuando supe lo que tenía solo empeoró. —Seguía con los gestos algo comprimidos, evidentemente contrariado—. Me aplasté la colilla en el antebrazo para reaccionar a algo que no fuese... Bueno, todo lo demás.

    Me llevé la mano libre al rostro y me tallé el ojo con cierta fuerza, el gesto debió recordar al de un mocoso enfurruñado por cansancio.

    —Fue una mierda.
     
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    Su movimiento de cabeza al recibir mi pregunta sin contexto se me hizo tan tierno que no pude disimular la sonrisa, la verdad; estuve incluso a medio pelo de decírselo, pero había abordado un tema bastante serio y no quería llegar a dar la impresión de que no estaba tomándomelo en serio. Me callé la boca, en resumen, y le correspondí el apretón suave que me confirió. ¿Habría llegado a hacer algo por él si hubiera decidido buscarme? ¿Y si daba con su paradero de casualidad? De repente recordé al rubio que había visto echado contra la puerta del armario y el corazón me dio un vuelco.

    Dios, había estado tan cerca.

    No me estaba mirando y no pasaba nada realmente, entendía que fuera un tema complejo. De hecho, le agradecía muchísimo el que hubiera encontrado la forma de responderme, fuera como fuera, quizás un poco escueta, pero lo estaba haciendo. Era todo lo que quería.

    Estar allí para cuando las personas que quería me necesitaran.

    Nada más.

    Desvié la vista a su brazo por pura inercia al oír la mención de la quemadura y apreté los labios. Debajo del blazer, debajo de la camisa, debía dolerle. Luego deslicé los ojos a su cuello y recordé el color de su sangre goteándole la ropa. Otra herida. No tenía idea que luego de la mierda del viernes se había cepillado los dientes hasta lastimarse las encías.

    Estaba lleno de cicatrices visibles.

    Abiertas, palpitantes y dolorosas.

    Iba marcando sus pecados sobre su piel, uno a uno.

    De repente recordé el tatuaje y lo vi tallarse el ojo. Extendí la mano libre para acunar su mejilla, acariciarla suavemente, deslizar los dedos hacia abajo y alcanzar los bordes de la tinta negra; aún llevaba una costra áspera encima.

    No quería hacerlo explicarme toda la mierda, sabía con conocimiento de causa que tendía a ser una ladilla. Tampoco tenía su archivo para atajar la simbología de primera mano, la verdad era que se me asemejaba a un sol y eso, en una interpretación fugaz, me transmitía tranquilidad y calma. Me transmitía vida. Quizá fuera más complicado y culto, de hecho estaba segura que así era, pero ¿importaba, realmente? Lo único que pretendía era inducirlo a evocar todo aquello que él encontrara en el tatuaje que había decidido imprimirse en la piel de por vida.

    ¿Lo recuerdas?

    Es un sol, Al.

    No lo olvides.

    Técnicamente era una rueda solar, pero yo no tenía idea de esas cosas. Rocé apenas los trazos oscuros, podía ser molesto e incluso dar cosquillas así que removí la mano de inmediato y la llevé encima de la suya, de la que seguía entrelazada a la mía. Las tapé suavemente, como si pretendiera protegerlas o brindarles calidez, y le sonreí.

    —Sé que ya debes saberlo, pero no le pierdas el rastro, ¿sí? —murmuré, en tono conciliador.

    Hipócrita era de mi parte decirlo, que había pateado y pateado la mierda hasta que el monstruo me estrujó los pulmones y me castigó con este puto asma, pero ya que tenía mi propia experiencia no quería que corriera la misma suerte que yo.

    —Tómalo como una advertencia, creo que vale la pena verlo así. Minimizarlo no sirve de nada, a la larga es lo peor que puedes hacer.

    Fue un deseo repentino, incluso caprichoso, el caso es que me rayó el cerebro y dejé ir su mano para echarle mi peso encima y acomodar la cabeza en su hombro. Clavé la vista en el cielo y estiré las piernas, cruzándolas una encima de la otra. Me cargué los pulmones de aire.

    —Y entiendo las razones —susurré, desviando la mirada a su brazo—, pero aún así. Tu cuerpo no es tu casa de castigos porque lisa y llanamente no mereces ninguno.
     
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    Soltárselo a Anna me había aliviado el corazón, fue el alivio que no encontré en soltárselo a Arata mientras la puerta del armario nos separaba y yo me fumaba su hierba como si la vida se me fuese en ello. Quiero decir, al otro se lo había soltado para que me dejara en paz más que para cualquier otra cosa, ¿había servido? No realmente, el hijo de puta en cierto sentido parecía similar a Tolvaj, se regodeaba de la miseria ajena o la restregaba en la cara.

    No lo creía capaz de darle consuelo a nadie.

    Pero el fuego de Anna tenía la capacidad de sosegar mentes desviadas, como si adormeciera y aunque estaba allí soltándole que me había lastimado a voluntad, aunque le había soltado que había buscado un castigo directamente en Usui, no me sentía como tal como un bicho raro ni nada. Validaba la mierda que fuese que estuviese sintiendo y luego la redireccionaba, haciendo que dejara de atormentarme por amor al arte.

    Sentí su caricia en el rostro y busqué su mirada en lo que deslizaba la mano, sus dedos alcanzaron el tatuaje y me arrojaron una leve sensación de comezón encima pero me quedé quieto. Las neuronas tardaron un par de sólidos segundos en conectarse, recordar qué cojones era lo que me había grabado en la piel y por qué. Se lo había explicado a Ishikawa por encima.

    Las cuatro estaciones.

    El árbol de la vida.

    La pertenencia, la identidad y la protección.

    Algo más que solo agua.

    El tacto de su mano me hizo volver a centrarme, que me había desconectado un poco del asunto con eso y me limité a escucharla, asintiendo apenas con la cabeza. Ni siquiera lo había pensado, la posibilidad de que fuera el inicio de algo a largo plazo, no quería pensar que fuese así porque daba un miedo que te cagas. El primero lo había tenido en ese cuartucho, ¿pero luego qué? ¿Tendría uno en casa, en clase, en la calle?

    Dejó ir mi mano para echarme el peso encima. Fue cosa de capricho, como siempre tal vez, la mierda de acaparar y todo el rollo, pero me las arreglé para acomodarme sin perturbar demasiado la posición que había tomado y echarle el brazo encima de los hombros, atrayéndola hacia mí.

    Tu cuerpo no es tu casa de castigos porque lisa y llanamente no mereces ninguno.

    Cuestionable por demás, pero no me iba a poner a debatir una mierda de esas en ese momento, que teníamos algo de paz por fin. No quería que nada rompiera eso, así durara un par de minutos quería grabarme a fuego esa calma.

    Que fuese mi amuleto contra pesadillas.

    —Gracias, cariño —murmuré con la vista al frente—. Bueno, fin de mi entrevista, vas tú.

    En realidad, ¿qué sabía de Anna?

    Su asma, lo de su vida en Argentina, el trapecio y su amor por el baile. Los núcleos de su corazón y el monstruo, pero más allá de eso... Bueno, no era tampoco ninguna maestra de las artes plásticas, al menos eso veía con sus cupones, que seguían metidos en mi mochila.
    Recordé los suyos entonces, así que me llevé la mano libre al bolsillo para sacarlos y extendérselos de nuevo.

    —Los hice para ti, así que te los regreso. —Tomé aire despacio y lo liberé de la misma manera—. A ver, An, ¿comida favorita?
     
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    Acababa de despertarme y todo, pero honestamente aquella calma había tenido el poder de adormecerme hasta hacerme sentir los párpados pesados. Al echó su brazo tras mi espalda y me acurruqué contra su pecho hasta volverme pequeñita, con las manos relajadas sobre mi regazo. Me limité a sonreír y murmurar un sonido afirmativo al recibir su agradecimiento y solté una breve risa nasal, bastante floja. ¿Mi turno?

    Huh, scary~

    Noté que se removía y deslicé la vista hacia el costado de pura curiosidad, dando de lleno con sus cupones. Los acepté, me los guardé en el bolsillo de la falda y alcé el rostro hasta depositar un beso justo debajo de su mandíbula. Me pinchó un poquitito.

    Volví a acomodarme, liberando un suspiro que me destensó hasta el último músculo del cuerpo, y simplemente seguí sonriendo como estúpida al recibir su pregunta. Las nubes danzaban con pereza sobre el manto turquesa del cielo.

    —Milanesas a la napolitana —respondí en español, porque no creía que existiera el término en japonés y, si lo hacía, no lo conocía; luego tuve la decencia de explicar más o menos—. Las milanesas son como... cosas empanadas. De carne, por lo general. Vaca, cerdo, pollo, lo que fuera. Pueden hacerse al horno o fritas, y fritas son más ricas, obvio. Estas son milanesas de pechuga de pollo que arriba se les pone queso, salsa de tomate y jamón. —Reí en voz baja—. Son una bomba.

    Me parecía sumamente aburrido devolver las preguntas con una igual, de modo que pensé el asunto un rato hasta que di con algo. En el ínterin acabé flexionando el brazo para entrelazar mis dedos con los suyos, de la mano que descansaba sobre mi hombro, y allí la dejé.

    —¿Estás viendo alguna serie?
     
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    La sonrisa de imbécil me regresó a los labios cuando se acurrucó, como si no hubiese sido el objetivo de toda la movida y recordé el día del desastre que luego fuimos a dormir a la enfermería, no sé cómo saqué del recuerdo el resto de la cuestión, Welsh, Suzumiya y el idiota de Gotho, pero el caso es que lo hice y me llegó a la cabeza la canción que le había cantado antes de que quedara frita.

    Antes de que me soltara que me quería.

    Se me ensanchó la sonrisa cuando me besó la línea de la mandíbula y la presioné un poco contra mí, casi por pura manía. No reparé hasta ese momento que arriba de nosotros el cielo ya no era gris y blanco, el celeste resplandecía, recordaba al tono de las aguas cristalinas del mar cuando el horizonte se fundía con el cielo. Si me preguntaban en qué momento los colores había palpitado de nuevo no tenía la menor idea, pero allí estaban y volví a enjuagarme los ojos, como si no supiera realmente qué hacer con ellos.

    Su respuesta me agarró fuera de base porque lo soltó en español y los cables se me entrecruzaron, tratando de encontrarle sentido a lo que había dicho porque no podía asociarlo con nada realmente, la ventaja fue que se puso a explicarlo, imagino que porque no encontró algo parecido en japonés para nombrarlo. ¿Pollo empanado y frito? Hombre, sonaba bueno, encima con el queso y toda la cosa.
    Bueno ahora que lo había descrito me recordaba un poco al torikatsu, que era pollo empanado frito, o el tonkatsu que era lo mismo pero con cerdo. La verdad me estaba dando hambre ya, pero en fin.

    —Suena a que son muy buenas —secundé luego de que terminara de hablar.

    Miré de soslayo como volvía a entrelazar nuestros dedos en lo que se pensaba qué preguntarme de vuelta o lo que fuese.

    ¿Alguna serie?

    Me lo pensé un rato, porque lo cierto es que estos días no recordaba haber hecho mucho más que... cagarla, a decir verdad, hasta que recordé que había empezado una serie con papá y la dejamos a medio palo en algún punto de la semana, aunque era corta.

    —Estaba mirando una miniserie con papá, ocho capítulos y quedamos como en el cuarto —comencé. Estábamos tan cerca que no tenía que alzar demasiado la voz—. Sharp Objects. Iba de una periodista o algo del rollo con problemas de alcoholismo que debía regresar a su pueblo natal para cubrir un caso de asesinato que había ocurrido allí, en realidad la envía su editor pensando que puede serle de ayuda porque la chica esta acaba de salir de un internamiento psiquiátrico y no sé qué. Sorpresa: sale mal. Porque, ya sabes, pueblo pequeño, infierno grande. Encima su familia es un puto teatro que se monta su madre, pero bueno, eso. Estaba interesante.

    Guardé silencio pensando en qué pregunta regresarle y acaricié su mano con el pulgar con cierto aire distraído.

    —La canción que podrías tener en bucle todo el día.

    Yo, clavándole a Al la serie que me vi dos veces cuz i lov it
     
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    Gigi Blanche

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    ¿Sharp Objects? Me sonaba, la verdad, por alguna razón la relacionaba a una pequeña tanda de series que habían salido y a las cuales quería echarles un vistazo, pero me daba mucha pereza porque no estaban en Netflix. Sharp Objects, His Dark Materials y... ¿Big Pretty Lies? Algo así, siempre se me cruzaban los cables con Pretty Little Liars. En fin, creo que todas eran de HBO o similar, aunque podía estar errada.

    —Le tenía ganas —acordé, sujetando la punta de un mechón de mi propio cabello para detallarlo bastante porque sí, observar cada hebra y quizá los pequeños, pequeñísimos quiebres aquí y allá—. Luego me cuentas si vale la pena~

    Suspiré suavemente, poniendo el cerebro a trabajar. Me la pasaba escuchando música, tendía a echarla en aleatorio justamente para evitar mi tendencia a oír las mismas canciones, pero si debía elegir una de la cual no me cansaba...

    —Magic —resolví un rato después, sonriendo al recordar su ritmo—, de The Blue Stones. Hay muchas, la verdad, pero esa me parece super bonita y liviana, digamos, para escucharla en cualquier momento. Se adapta bien. —Ya tenía la pregunta pensada de antes, así que simplemente la solté—: ¿Cómo te llevas con tus viejos?

    Que se junten a ver series dise
     
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    Detecté su movimiento con el rabillo del ojo, el de sujetar las puntas de su cabello y tal pero no aparté los ojos del celeste del cielo porque quizás pretendía grabarlo junto con esa calma. Al menos me daba la sensación de que así era aunque no estaba seguro, tampoco interesaba demasiado en sí, pero esperaba poder recordar ese tono en lugar del azul profundo, cargado de negro.

    Solté una risa bastante baja y asentí con la cabeza a lo de contarle luego si valía la pena, me olía ya que sí pero digamos que iba a mantener la duda allí solo en caso de que la cagaran mucho en los cuatro capítulos que nos quedaban, porque la verdad es que con las series y las películas nunca se sabía en qué momento podían tirar todo al traste.

    —Oye, veamos una serie juntos un día o lo que sea. —Por primera vez en mi vida podía decir que no había conectado lengua con cerebro en un contexto normal, pero ya no había mucho remedio—. Con un paquete bien grande de papitas.

    ¿The Blue Stones? Me sonaba a que me había caído algo suyo en la reproducción automática, para la gracia tenía algo que ver con fuego y como no le había prestado suficiente atención, no la había archivado correctamente pero bueno, ahora tenía que escuchar la canción que ella me acababa de decir así que no debía tardar demasiado en dar con la que fuese que había escuchado.

    Su siguiente sonrisa me hizo cerrar los ojos un instante antes de regresarlos al cielo y luego volver a observarla con el rabillo.

    Papá y su cerebro de máquina.

    Mamá y corazón de cuerdas.

    —Bien —respondí sin complicación, luego me digné a ampliar la respuesta—. Desde que recuerdo tengo este ritual de mirar la tele con papá, así sea la película más estúpida que estén tirando, aunque el jodido a veces se come varios paquetes de frituras solo cuando hacemos eso, es como ver procesador de alimentos. Masca, masca y masca. En fin, a veces aprovecho ese momento para hablarle de otras cosas. Digamos que es... una suerte de amigo. De él heredé el cerebro de máquina, como te dije en el invernadero, y el segundo idioma, no nació aquí pero vino por mamá, para no separarla de su familia. Es muy llevadero, no suele enfadarse y podría pecar de pasivo.

    Pasivo en lo que cabía, el cabrón había conseguido un imperio sin necesidad de la ira.

    No recordaba haber hablado con semejante calma antes, al menos no en un tiempo ya considerable y guardé silencio un instante antes de seguir.

    —Con mamá me llevó bien igual, con todo y su mal carácter italiano. —Se me escapó una risa nasal—. De ella heredé el mal genio y la cara de culo, cuando la saco de quicio es como verse en un espejo. Me riñe por llegar tarde a casa, por las peleas y por cuanta estupidez se le ocurra, pero supongo que eso hacen las madres.

    Me lo pensé un rato, no sé por qué si al final lo solté de todas maneras.

    —Tiene corazón de artista, como el tuyo. —Era parte de la revelación que había tenido el día anterior en esa misma azotea, aunque ahora que recordaba le había dicho algo muy parecido en el invernadero también.

    Me hace pensar en que quizás papá pasó por lo mismo y también mi abuelo y quién sabe cuántos detrás.

    Nuestro cerebro, la herencia de los Sonnen.

    Quiero pensar que todos encontraron a las personas que los ayudaron a dejar de funcionar como máquinas.

    Sosegado por personas que les recordaron que el corazón era parte del sistema, que no eran polos magnéticos opuestos o líneas paralelas incapaces de interceptarse nunca.

    —Seguro se pondría contenta de saber que estoy aquí contándole mi vida a una chica.

    De nuevo el silencio y esta vez me avergoncé de lo que acababa de soltar a pesar de haberlo dicho con semejante resolución. Carraspeé la garganta ligeramente mientras giraba el rostro hacia el otro lado, tratando de encontrar alguna otra pregunta con la que desviar la atención de las estupideces que acababa de decir así por puro gusto. Por suerte se me iluminó la bombilla.

    —Me hablaste del circo, de como acogieron a tu padre y luego a tu madre después de que se le fuera la puta pinza y se cruzara todo el jodido océano hasta Argentina —recapitulé—. El trapecio, la casa rodante y tus famosos mirlos. ¿Cómo eras cuando estabas pequeña? Digo, cuando eras niña, pequeña te quedaste~


    qUE SE JUNTEN A VER SERIES INDEED DISE

    Por qué me salió este tochaco? Jesusito
     
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    Era un bicho raro con algunas cosas, por ejemplo las series y películas sí que prefería verlas sola. Me distraía con mucha facilidad, tendía a ponerles pausa cada veinte minutos para revisar el móvil y si no era eso, me levantaba en busca de papitas, refresco, cualquier mierda. Tenía que ser una mierda muy, muy, pero que muy buena para mantenerme totalmente prendada. Así y todo, me imaginé que sería lindo quedar fuera de la escuela para aventarnos una temporada de algo, las películas de Avengers o lo que fuera, pero no me animé a decirlo. Por eso me sorprendió bastante oírlo. Creo que me subió algo de sangre al rostro, de modo que agradecí fuera incapaz de verme, y murmuré un sonido afirmativo.

    —Dale —accedí, soltando una risa fresca aunque algo baja tras su comentario—. Sin papitas no te dejo pasar, es regla primordial.

    Aunque ¿no que Altan tenía mucho dinero? De repente me dio algo de vergüenza mi pequeña casa, vieja y rentada, perdida en los suburbios de Shinjuku, pero tampoco le di mayor importancia. Altan no parecía de los que se preocuparan por esos detalles, suponía.

    Apenas comenzó a responder a mi pregunta cerré los ojos y fui haciéndome una imagen mental algo vaga de lo que me contaba. Sus sesiones de TV junto a su viejo, el sonido de los paquetes de frituras, las charlas ocasionales. Eran pequeños rituales insignificantes en el día a día, pero tenían esta pequeña habilidad mágica de pasar desapercibidos hasta que te detenías y los veías en retrospectiva. Y te llenaban de calma, ¿verdad? Nostalgia también, pero era en definitiva una sensación muy bonita. Eran las rutinas que valían la pena.

    La respuesta sobre su mamá me arrancó una risa suave que alcancé a contener sellando los labios, pero es que me los imaginé discutiendo como dos locos que se los llevaba el diablo mientras su papá permanecía ahí, intentando calmar a las bestias. Me recordaba mucho a la dinámica en casa, al menos cuando papá podía volver.

    Dios, lo extrañaba tanto.

    ¿Que tenía corazón de artista? Alcé la cabeza para verlo, así fuera desde un ángulo rarísimo, y fue apenas un segundo antes de regresar a mi posición original. ¿Eso significaba que se desempeñaba en algún campo del arte? ¿Pintora? ¿Música? ¿Bailarina, quizá? La idea me dibujó una sonrisa en el rostro incluso sin darme cuenta y me quedé prendada a ello; la calidez sólo se expandió cuando siguió hablando.

    Seguro se pondría contenta de saber que estoy aquí contándole mi vida a una chica.

    Sonaba a que sus padres lo querían mucho y era recíproco, cosa que me alegraba de una forma estúpida. También fue una estupidez pero noté la forma en que mi corazón brincó al saber que era esa chica. Estúpido, Dios, estúpido por donde se lo mirara.

    Era una estúpida, claro que sí.

    Podría haberlo molestado con eso, pero la verdad era que no sabía si lograría algo decente sin avergonzarme yo también, de modo que lo dejé correr. Me limité a seguir sonriendo y murmurar, en voz baja:

    —Me alegra mucho, Al.

    Lo dejé pensar, bah, al menos asumí que eso significaba su silencio. Había cerrado los ojos otra vez y los entreabrí en una suerte de acto involuntario para prestarle atención apenas abrió la boca. Su voz sonaba tan suave y tranquila, Dios, era una caricia al alma. La pregunta llegó y estuve por lanzarme a responder de cabeza cuando soltó aquella broma idiota. Me mordí el labio, fingiendo indignación, y flexioné el brazo libre para clavarle el codo en el costado. Fue super suave y de inmediato volví a acurrucarme contra su cuerpo, como si nada hubiera pasado.

    —Era... insoportable —murmuré junto a una risa, pasándome la mano por la cara antes de dejarla caer en mi regazo—. A ver, siempre tuve hormigas en el culo, era un rayo de energía. Sólo me recuerdo corriendo de acá para allá, molestando a los demás, riéndome, entrenando, entrenando y entrenando. Me encantaba lo que hacía, me metí al circo casi a la par de aprender a caminar y mis viejos realmente nunca me pusieron restricciones. Mierda, ¿tenía diez años y andaba bailando con bolas de fuego? ¿Girando y girando a tres metros del suelo? En serio, qué puto peligro.

    Los recuerdos eran tan, tan vívidos que tuve que tomarme un momento para aflojar la risa y calmarle a las emociones. Concentré mi atención en mi falda, jugueteando con la tela. Pellizcándola, trazando sus patrones, estirando y soltando algún que otro hilo flojo.

    —Supongo que siempre me sentí... madura. No es que quiera alardear pero era buena, muy buena, y siempre me lo decían. La atención, los aplausos, acabé convirtiendo esa aceptación en una especie de necesidad y... no siempre era la mejor compañera. Quiero decir, era una cosa extraña, porque me preocupaba un huevo por todos y siempre salía corriendo con el botiquín entre los brazos cuando alguien tenía un accidente, pero también era muy, muy competitiva y podía ponerme estúpidamente celosa si a otro niño lo felicitaban. Supongo que nada de eso ha cambiado.

    Me encogí de hombros, suspirando apenas, y pensé en qué más decir para cerrar un poco el tema y no dejarlo con, no lo sé, ¿tan mal sabor de boca?

    —En fin, supongo que siempre tuve la necesidad de cuidar a quienes considero parte de... ¿mi manada? Aunque pueda enfadarme mucho con ellos, incluso resentirlos. Es una mezcla algo extraña e intensa, pero bueno, que estoy hecha de puta intensidad. También haber perdido todo eso creo que me dejó bastante a la deriva, porque a veces siento que... no tengo ningún objetivo. Que la vida que vivo no tiene ningún sentido, o algo así.

    Tenía que abrir ese club de baile, ¿verdad? Ponerme manos a la obra, reclutar miembros y hacerlo una realidad. Tenía que direccionar mi energía hacia alguna parte, no había forma en que eso me hiciera mal.

    —¡Muy bien, pregunta! —exclamé un poco de repente, soltando una risa divertida al aire—. Si yo te digo... "exterior", ¿qué es lo primero que se te viene a la mente y por qué?

    nada, sólo quiero reafirmar mi amor por estos dos pendejos (?
     
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    Zireael

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    Habíamos pasado de estar a un pelo de, no sé, darnos de hostias a estar allí, prácticamente acurrucados hablando de ver series, cosas personales y cualquier otra mierda que se nos atravesara. Supongo que era parte de nosotros, de nuestra forma de relacionarnos con el mundo y con los demás, asociado directamente a lo volubles que eran nuestros elementos.

    Pero siempre, siempre teníamos esa estúpida capacidad de regresarnos al centro.

    Asentí con la cabeza a lo de las papitas, era una tontería pero me alegraba que hubiese aceptado a la idiotez que había soltado sin pensar. No era que creyera que fuese a rechazar la idea ni nada, aunque la ínfima posibilidad me lanzó algo de ansiedad encima, pero bueno era lo que tocaba cuando una hablaba sin conectar el cerebro.

    No recordaba haberle hablado tanto alguien de mis padres, de nada personal en realidad, Jez sabía las cosas no porque se las hubiese contado sino porque con los años, por aparecer en casa seguido y tal se había dado cuenta de las dinámicas. Del ritual de la tele, del carácter de mamá, del sonido de las cuerdas revuelto en el imperio de piezas tecnológicas.
    Luego no tenía amigos como tal, nadie se pasaba por casa nunca y por tanto ese tipo de cosas quedaban allí, en una suerte de caja donde nadie asomaba la cara. No me resultaba molesta, mi caja quiero decir, pero tampoco me sentía incómodo con contárselo a Anna, ponerlo en palabras y eso.

    Solté una risa cuando sentí su codazo que no había llevado fuerza alguna y esperé por su respuesta.

    Insoportable.

    No shit.

    No iba a negar que sonaba peligroso que te cagas, es decir, si yo viera a una cría de esa edad haciendo semejantes cosas me darían mil venazos y terminaría muerto de puro estrés, nada nuevo bajo el sol en realidad. Me preocupaba de forma excesiva por un montón de mierdas a pesar de mi aspecto, a pesar de dármelas de desentendido y todo.

    Eché la cabeza hacia atrás apoyándola en la pared y cerré los ojos mientras la escuchaba, la verdad es que oírla era casi un arrullo.

    Podía ponerme estúpidamente celosa si a otro niño lo felicitaban.
    Aún allí con los ojos cerrados se me formó una sonrisa en el rostro, era una estupidez pero explicaba su personalidad a grandes rasgos. Era la fogata que podía salirse de control, pero así como el agua no era puro desastre era innegable que el calor del fuego era necesario incluso cuando podías quemarte las manos. No era nada del otro mundo, tampoco nada que hubiese que reclamarle o resentirle. Lo mismo con el enfado, digamos que no se podía vivir siempre en un campo de flores con la gente, ni con la que uno quería un montón.

    ¿Qué sentía que la vida no tenía ningún sentido? Bueno, es que no lo tenía.

    Éramos una probabilidad estadística entre un montón de formas de vida. Nacíamos, existíamos y moríamos, poco más.

    ¿Las grandes proezas y tragedias históricas? Más probabilidades estadísticas.


    Abrí un poco los ojos, encontrando el cielo de nuevo.

    —No creo que ninguno de nosotros tenga un objetivo en este punto, al menos no nada demasiado definido. Habrá excepciones, supongo, pero lo normal es no tener idea de nada. —Mira nada más a Don "Quiero poder" hablando de no tener idea de una mierda—. Pero bueno, yo qué sé.

    La presioné un poco contra mí de nuevo, fue una cosa casi automática y simplemente seguí fluyendo por ese cauce, porque estaba tranquilo, porque ya no estaba dándole vueltas a todos los jodidos desastres que habían ocurrido.
    Fruncí apenas el ceño cuando soltó la siguiente pregunta porque la verdad esa sí estaba bastante rara, en cualquier caso ya estaba subido al tren así que ni modo.

    —El cielo, supongo —murmuré un par de segundos después y asumí que solo yo entendí el resto de la mierda que dije—. El cielo gris o de noche. Cuando sales de algún lugar es lo primero que ves, el cielo lo cubre todo incluso cuando estás dentro y no lo estás mirando de por sí, como un eterno guardián. Nuestro planeta flota en el espacio, digamos que es un cielo infinito que contiene todo lo que alcanzamos a ver y todo lo demás que desconocemos. El exterior parece no tener límites como el universo, quizás por eso da miedo.

    Había salido un poco más deprimente de lo que pensé, pero era lo que había. Luego de la cafetería debía hacerse a la idea de que casi nunca daba respuestas sencillas, no sabía cómo.

    —Esa pregunta sí te la voy a regresar porque ahora me da curiosidad.

    Hubiera cortado allí, de hecho me quedé callado y quieto unos segundos hasta que como el jodido egoísta que era se me conectaron un par de neuronas que no venían a cuento. Desenredé nuestros dedos con cuidado, apenas para separarme un poco de ella y me las arreglé para alcanzar sus labios, le dejé un beso suave, cosa de nada, y volví a la posición de antes.

    ¿Por qué? Porque sí.

    lo reafirmo yo también asbdjebajs *rueda*
     
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    Gigi Blanche

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    Recordé esta canción y me grita Altanna por todas partes so ahí va


    You came into the picture like a natural
    You were unexpected, got me spiritual
    I don't wanna say it, but maybe it was fate
    And I cannot contain it

    I came into your picture, such a broken fool
    A million different pieces looking back at you
    Believe me when I say this: I was giving up

    But now you come and save me

    And I know and I know it's a different love
    And I know and I know that you make me better
    It's a love that will keep me holding on
    And I know and I know we only get better
    Anna.png

    Su respuesta a mi inquietud me hizo arrugar el ceño y fruncir los labios como una niña pequeña, incluso antes de darme cuenta de la cara que estaba haciendo. Igual no podía verme así que ¿qué más daba? Solté el aire por la nariz, salió con algo de fuerza y chasqueé la lengua bajito.

    —No me gusta —reclamé en tono quejumbroso, como si él tuviera la culpa de algo, pero bueno—. Sin importar cuánto lo piense, no sirvo para otra cosa. Ninguna materia de la escuela, ninguna carrera de la universidad, soy...

    Soy una tonta.

    —Para lo único que soy buena, ya no puedo hacerlo. Nunca. Al menos no en tanto siga con este asma de mierda.

    Era lo que siempre pensé, que me había arrebatado a mí misma las únicas opciones de felicidad que había a la venta y me dejé sin nada. Por puro gusto, manía o para castigarme una y otra, y otra, y otra vez. No distaba mucho de algunas mierdas que había hecho Altan, sólo que esto era más... incontrolable, supongo. ¿Como su ataque de pánico?

    Vete a saber.

    Su apretón me acomodó un poco las piezas y me ayudó a relajar el ceño, suspirando. Advertí que había tensado un poco el cuerpo y volví a derretirme como mantequilla sobre su cuerpo, total en comparación a él debía ser una pluma así que no me preocupaba demasiado. Cerré los ojos, la brisa era dulce y oí su respuesta imaginando escenarios aislados, secuencias de película y así, todo muy cinematográfico. Lo desconocido daba miedo, eso no podía negarlo; era la primera en ver a los lobos en las sombras, después de todo. Aún así, si del exterior hablábamos...

    Me quedé pensando en la mierda cuando decidió regresarme la misma pregunta. Pff, qué aburrido, ¡yo quería sorprenderme! Estuve por quejarme cuando noté que se removía, me soltaba la mano y tal. Por reflejo me erguí un poco y volví el rostro hacia él, topando de lleno con sus labios. El gesto me arrancó una sonrisa idiota y lo miré a los ojos un par de segundos antes de, bueno, tomarme las libertades que me salieron del culo. Ensanché la mueca, entre divertida y traviesa, y me despegué del suelo para acomodarme entre sus piernas, de costado. Solté una risilla satisfecha y estampé la mejilla en su hombro, encogiéndome contra él.

    Era una puta pesada, ¿eh?

    Me dabas la mano y te mordía el codo.

    —Exterior... —murmuré, pensativa, enredando los dedos entre su corbata con aire distraído—. El exterior me recuerda a casa. Vivía como pordiosera, ya te lo dije, la casa rodante estaba bastante bonita pero seguía siendo modesta. Aún así, era cosa de levantarte de la cama y que el mundo fuera tu patio trasero. El cielo, las montañas, el océano, los bosques. El césped perdiéndose en el horizonte, las piedras de los ríos, la arena o las pinochas que me pinchaban los pies. Todo podía ser mi casa, no había límites y creo que ahí radicaba su belleza. Lo desconocido realmente nunca me preocupó demasiado, la oscuridad tampoco pues siempre teníamos una fogata cerca. Cuando estoy con las personas que quiero no me da miedo lo que pueda haber a mi espalda, su compañía me da calma y seguridad. —Me apretujé contra él, un poco porque lo que estaba diciendo también me recordaba a él y a lo que le había confesado minutos atrás—. Creo que todo lo que asusta, todo lo que nos hace mal o nos atormenta, sencillamente son cosas que no logramos aceptar. Y quizá sea misión imposible, pero quizá también el truco está en intentarlo. Capaz de a dos sea más fácil.

    Mi sonrisa se ensanchó al recordar la letra de aquella canción que a papá le encantaba, esa que había susurrado luego del ataque de asma cuando busqué consuelo en... no lo sé, ¿su recuerdo? Jodidamente triste, si lo veía en retrospectiva. El asunto es que la letra de esa canción me encantaba y de repente pensé que me encantaría poder compartirla con él.

    —¿Inglés o japonés, grandulón?
     
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  13.  
    Zireael

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    Su respuesta a la cuestión de no tener un objetivo me provocó ternura aunque no era lo que se supone debía provocarme, al menos eso me decía mi parte racional y entendí una pequeñísima fracción de ella, esa asociada a mi nuevo monstruo del pánico. El asma le había arrebatado lo que más amaba, ¿no? Incluso antes de eso una parte de su corazón había quedado allá, en América y... Dios, por fin lo entendí.

    Entendí a papá dejando Estados Unidos por mi madre.

    ¿Más insights? Pedazo de racha.

    No sabía qué había detonado el asma, qué había tenido semejante fuerza y casi me daba miedo saberlo, pero asumía que algún día debía preguntarlo porque era parte de ella. De la idiota que se estaba colando en mis conexiones ya previamente establecidas. Pensé en lo terrible que debía ser que te arrebataran lo único para lo que creíaa servir y recordé por qué me había molestado que Miles soltara que la fotografía era solo un pasatiempo tonto, era porque allí estaba Anna, a la que algo que otros calificarían de tonto se le había sido arrebatado.

    Le intercambiaría la jodida asma con tal de que pudiera hacer lo que quería.

    Pero no podía hacer eso.

    Al menos el apretón había funcionado para volver a poner su tren sobre las vías, que tenía pinta de ir a descarrilarse; volvió a aflojar el cuerpo y me echó el peso encima. No era demasiado pero era lo que podía darle, ¿no? Un refugio, un pequeño espacio donde estuviera tranquila a pesar de las cosas que había perdido, de las mierdas que le habían pasado.

    Era lo que podía hacer teniendo en cuenta que había decidido confiar en mí.

    Me sorprendió un poco la movida que hizo luego del beso, lo de acomodarse entre mis piernas, pero obviamente la dejé hacer. Llevé una mano a su cabello para tomar un mechón, lo enrollé en mi dedo un par de veces y luego lo liberé, repetí el asunto que era casi un reflejo de su tacto en la corbata.
    En lo que me respondía busqué su mano libre entrelazando nuestros dedos de nuevo y contuve el impulso de soltar una risa al caer en cuenta de la estupidez que había soltado Ishikawa el otro día, que era como un gato y no sé qué.

    El exterior me recuerda a casa.

    Pues claro.


    Éramos abismalmente distintos, era obvio. No contaba cuando estaba estresada, cuando se convertía en el vicioso fuego resentido o la fogata apagada porque allí podíamos ser un espejo, me refería al núcleo de nuestras personalidades. Para ella el exterior era reconfortante, a mí podía llegar a aterrarme porque estaba cómodo en mis paredes, en mis aparatos y la ciudad en la que había nacido. Luego estaba su culo inquieto, su facilidad para tratar con las personas aquí y allá, como la vez del almuerzo en la cafetería.

    Bueno, a ver, ¿quién me mandaba a tomarle afecto a una extrovertida?

    De todas formas el exterior que describía Anna sonaba reconfortante, no iba a negarlo tampoco, al menos una parte. El hecho de que no tuviera límites era la parte que arrojaba ansiedad, estaba acostumbrado a los límites sólidos del mundo, límites intelectuales o lo que fuese, algo que permitiera una sensación de control y estabilidad. Era eso a lo que me aferraba, quizás de ahí el deseo de poder, para amplificar el alcance del mundo explorado.

    Se me escapó una risa floja al notar que se apretujó contra mí mientras decía lo de la gente que quería, porque era claro el mensaje que cargaba el gesto. Seguí haciendo el imbécil con su cabello, presioné apenas su mano y de nuevo acepté que estaba hecho un absoluto idiota, que no había remedio. Dolía, por otro lado, porque seguía existiendo el sentimiento que tenía por Jez, pero había dolido tantos años que había comenzado a parecer un martirio y quizás quería deshacerme de él de forma inconsciente, quedarme contento con lo que tenía.
    No tenía idea de qué mierda estaba haciendo, cómo iba a resultar o cualquier cosa, pero pensé por primera vez que quizás, solo quizás, pudiese dejar ir por fin. Era algo que sabía tendría que hacer tarde o temprano después de todo.

    —Tal vez sea más fácil, sí —murmuré en respuesta a lo suyo y a mi pensamiento.

    Escuché su pregunta pero antes de cualquier cosa dejé su cabello y solté también su mano solo para poder rodearla con los brazos, la abracé con cierta fuerza como había hecho cuando la idiota me dio los cupones, pretendiendo fusionarme con ella. Quizás también pretendía, no sé, ocultarla del mundo, servirle de muralla o algo del rollo.

    No la solté pero sí aflojé un poco el agarre para responderle casi en un murmuro.

    —Debes haberlo notado ya, entre más funcional tengo la cabeza menos uso el inglés porque me educaron en japonés. —Nunca lo había admitido abiertamente en realidad—. Alterarme en cualquier sentido saca el inglés y vocabulario suelto del italiano de mamá y el alemán del viejo Sonnen, quiero decir, de mi abuelo.

    Explicación innecesaria, la verdad, pero estaba de hablantín ya así que mejor que aprovechara la oferta.

    —Pero aún así diría inglés, creo. Tengo recuerdos muy nítidos de cuando era un mocoso de mi padre hablándome en inglés, un par de ellos diciéndome que no revolviera los idiomas en la escuela por lo menos, otros solo son de escucharlo parlotear de sus cosas de tecnología. A veces lo escucho en su estudio hablando en inglés con gente del trabajo y tal, es reconfortante de alguna manera. —Inhalé aire despacio—. Incluso si no es mi lengua materna, es la suya y ya por eso pasó a ser parte de mí. Sí sí, todo esto debe sonar a que soy tremendo niño de papá, ya sé pero confío en tu capacidad de guardar secretos.

    Me callé por fin, todavía sin soltarla, y traté de hacerle cabeza.

    —Tienes que tener una palabra favorita o algo en español —solté un poco de la nada aunque ya estaba subido al tren de los idiomas—. No vale lo del torikatsu versión Argentina, primer aviso. Pero bueno, eso, dime algo en español que te parezca bonito y qué significa.
     
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  14.  
    Gigi Blanche

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    Era bastante curioso cómo de una pregunta tan extraña y aparentemente superficial podía llegar a comprender muchas cosas. Su exterior agobiante e inestable frente al mío abarcador y emocionante. Ese detalle tan nimio podía hablar tanto de nosotros, de nuestras diferencias más lejanas a los puntos de intersección. Yo había crecido acostumbrada a la naturaleza, a la falta de planes y a los pies inquietos de mi familia. Si hubieran intercambiado nuestras infancias ¿seguiríamos siendo los que somos ahora? ¿Qué cambiaría?

    De repente tuve ganas de intentarlo. De agarrar la mano de Altan y arrastrarlo a un fin de semana de acampada, o un viaje improvisado, o cualquier mierda lejos del concreto de Tokyo. Quería mostrarle donde yo me sentía cómoda y en paz. ¿Quizá funcionara? ¿Quizá pudiera enseñarle que el exterior no siempre tiene que ser aterrador?

    Quería intentarlo.

    Sacarlo de su cuarto oscuro.

    Acepté su mano, disfrutando de un acto tan simple, y acomodé mi cabeza en su hombro para cerrar los ojos mientras él jugaba con mi cabello. En serio, podría quedarme en ese preciso instante hasta el fin de los tiempos y no me importaría nada de nada. El exterior era mi casa, sí, pero también lo eran las personas que elegía y ¿a quién iba a engañar? Ya había elegido a Altan.

    Ya era parte de mi casita de tranquilidad.

    Se lo había dicho en la enfermería, ¿no? Además de que no tenía sentido pretender controlar a Jez, que lo mejor que podía hacer era permitirle vivir su vida y convertirse en el refugio al cual ella tuviera la posibilidad de regresar cuando los golpes dolieran demasiado. Podía ser su casa, él podía ser la mía, ¿y yo? Bueno, yo quería ser la casa de todos a quienes quería.

    La casa, la fogata y el camino de regreso.

    Fue extraño, pero de repente pensé que si le había ocurrido algo con la fuerza suficiente para inducirle un ataque de pánico, tenía que haber estado relacionado a Jez. Como ese día en la enfermería, cuando ella se quebró, se cansó de todo y a él le rompió el corazón. Cuando lloró como un niño desamparado.

    ¿Dolía? Un poquito, sí, pero estaba bien.

    No me indujo a mover un solo músculo.

    Para colmo, en medio de esos pensamientos el idiota me soltó para abrazarme y a mí casi se me aflojaron las lágrimas. Sonreí ampliamente, cerrando los ojos, y me hice pequeñita contra él. Ni me molesté en contener el suspiro que salió de mi nariz, sonó relajado y placentero que te cagas pero ahí estaba, hecha una absoluta imbécil. Podría recibir miles de esos abrazos y estaba segura que seguirían sintiéndose igual.

    Presté la misma atención estúpida que llevaba otorgándole todo el rato a su respuesta. Inglés, ¿huh? Bueno, iba a costarme un poco más que en japonés y seguramente le erraría a alguna expresión o tiempo verbal, pero podía intentarlo. Podía hacerlo porque quería compartirlo con él.

    Como mi exterior.

    Mi comida favorita.

    Alguna serie.

    Mi casita, mi fuego y mi refugio.

    Quería compartir tantas cosas con él.

    A ver, ¿una palabra bonita en español? Mierda, había tantas que me hice cacao y estuve un buen tiempo pensando. Miré y miré y miré el cielo, hasta que di con algo. No era que me convenciera al cien por ciento pero bueno, bonita era.

    Aurora —murmuré, sonriendo, y alcé el rostro para verlo—. Se le dice aurora a las primeras luces en el cielo, incluso antes de la mañana, de la salida del sol. También es un nombre, digo, puedes llamarte Aurora. También hay una canción patria argentina dedicada a la aurora, pero bueno, eso no tiene mucho que ver.

    Solté una risa suave y me estiré para dejarle un beso en la mejilla, antes de volver a acomodarme en su hombro.

    —No sé, me resulta muy bonito su sonido y también su significado. "Amaneció junto a las luces de la aurora" o alguna cosa así, bien poético, aunque no tienes idea lo que acabo de decir. —Volví a reír, más divertida que antes, y me calmé antes de soltarle mi pregunta—: ¿Le pasó algo a Jez, Al?

    Mi voz no cargó ni una sola pizca de resentimiento, molestia o recelo. Fue suave, baja, quizá algo triste, o más bien comprensiva. En cuanto a mis intenciones, lo único que quería era ayudarlo, volver su carga más liviana y que confiara en mí para ser honesto.

    Una vez más, quería ser su fogata.

    Su refugio, si me dejaba.
     
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    Zireael

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    Altan 2.png
    Una parte de mí me lanzó un chispazo de repente, estaba lazado directamente al hecho de que estábamos allí hablando de cosas personales o de idioteces que podían pecar hasta de azarosas pero de alguna manera estaban tensando el hilo que ya de por sí nos había unido desde el momento en que Jez se acercó a ella. Estábamos demasiado cerca para verlo como tal, pero lo sentía, vibraba como una de las cuerdas del violín de mamá con cada pregunta que respondíamos. Tuve también esta realización de que aunque intuía que Anna se hacía una idea aunque fuese pequeña de mi mundo frío, nunca había pensado en mostrárselo como tal, hablarle de la acromía o del consuelo que encontraba en las piezas de tecnología.

    Armar, desarmar.

    Armar, desarmar.


    Y no supe si lo que sentí fue vergüenza o miedo ante la posibilidad de tener que comentarle esas cosas algún día, hablarle sobre la culpa que sentía al no poder ver los colores del mundo y toda la mierda, de como aunque pretendía no serlo el caso es que era un bicho raro, un friki como lo había sido papá. Pasábamos encerrados con nuestros aparatos, como si hubiésemos encontrado en ellos una suerte de hogar o refugio.

    Allí, abrazándola, de repente sentí ganas de soltarme a llorar como un imbécil sin ya saber ya por qué. No sabía si era la privación de sueño, el poder estar tranquilo por un rato, sentirme expuesto o haberme dado cuenta de que la calma que me trasmitía Anna era similar a la que sentía en casa, no tenía la menor idea y tampoco supe cómo mierdas alcancé a contenerme, pero el caso es que lo hice.

    Pensó bastante su respuesta y la dejé que se tomara su tiempo, para cuando respondió alzando el rostro para mirarme sonreí como el idiota que estaba hecho. Sonaba bonita, sí, y cuando me lo explicó pensé que también su definición lo era.

    Las primeras luces en el cielo.

    Recibí su beso en la mejilla y seguí escuchándola, incluso si no entendía una mierda, pero lo hice con la misma atención que llevaba dedicándole todo el rato. Sin embargo, apenas formuló su pregunta la respiración se me detuvo unos segundos, fue involuntario y para cuando me di cuenta me obligué a respirar con normalidad de nuevo. Me callé un rato, tratando de ordenar las ideas o lo que fuese, y volví a estrecharla con cierta fuerza.

    —Nada —murmuré aunque ardieron los ojos—. Nada que me corresponda quiero decir. Se enredó con el inglés idiota de la 3-1, ya sabes cuál.

    Quise contenerlo, de verdad que sí, pero cerré los ojos y apreté los párpados adrede, buscando no soltarme a llorar como un estúpido con lo que estaba por decir.

    —No hay nada que pueda hacer si fue lo que decidió. —Tragué grueso pero aún así sorbí por la nariz—. Y está bien así.

    ¿Lo estaba de verdad?
     
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    Gigi Blanche

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    Walking through the dark night
    Calling out a name, waiting for an answer

    How do we end up here?

    Cold, we are, we are, we are
    And cold, we are, we are, we are

    Baby we're lost
    Come home with me

    And we walk until a new day will break
    Until the heart ways off and the storm will fade
    And we'll talk again and then be friends
    And we both will see that our love has grown
    Anna.png

    Estaba allí, literalmente arrimada contra él. En mi cuerpo reverberaba hasta la más insignificante de las disrupciones. Había grabado e incorporado sin darme cuenta el ritmo de su respiración, la frecuencia de sus latidos, incluso las variaciones cuando utilizaba aire para sonreír o simplemente inhalaba más hondo. Todo, lo había grabado todo, y fue imposible no advertir cómo mi pregunta congeló su sistema.

    Nada.

    Claro que pasó algo, tonto.

    ¿Era masoquista o algo, lanzándome de cabeza a los pantanos más pegajosos? Quizá, pero dudaba que el motivo fuera simple deporte. Me gustaba creer que podía asistir a quienes quería en lo que fuera que necesitaran, especialmente luego de haber pretendido envenenarlos. No sabía si era un método de autocastigo, un esfuerzo de redención o todo a la vez, el caso era que no me importaba lo suficiente. Así como podía ahogarme en mi propia mierda y arrastrar a cualquiera dentro, también podía dar, dar y dar luz hasta extinguirme. Me balanceaba entre espectros disímiles, siempre lo había hecho y estaba segura que siempre lo haría. Daba igual.

    Me estrechó con algo de fuerza y lo dejé hacer, con la expresión endurecida, en perfecto silencio. Aguardé y aguardé hasta que siguió hablando y alcé la vista, pues me había grabado a fuego sus reacciones corporales y el ritmo de su respiración, el sonido de su voz y la frecuencia de sus latidos me arrojaron una idea que me dolió y entristeció a partes iguales. Por él y por mí.

    Quería llorar.

    No hay nada que pueda hacer si fue lo que decidió.
    No, no puedes.

    Y está bien así.

    ¿Estás seguro de eso, cariño?

    Me tomé unos segundos para cargarme los pulmones de aire y liberarlo lentamente. Estaba abrazándome con fuerza, como si fuera su ancla o algo, y me dio algo de pena privarlo de ello pero... pero era mi turno de intentar recoger sus fragmentos rotos. Me deshice de su agarre con una delicadeza estúpida y me erguí lo suficiente para echarle los brazos al cuello. Reposé la barbilla en su hombro, me presioné contra él con fuerza y le acaricié el cabello.

    Toma mi fuego, Al.

    —¿Estás seguro, cielo? —susurré, cerrando los ojos—. ¿Que está bien así?

    Por favor, acéptalo.

    —Está bien que no esté bien.

    No te congeles.

    No lo hagas.

    No vale la pena.

    —Lo sabes, ¿verdad? Lo que sientes... está bien.

    Sólo tómalo.
    —Duele, pero está bien. Tiene que doler.

    Es poco, pero es cálido y brillante.

    Y puede guiarte a casa.
     
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    Zireael

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    Era egoísta estar pretendiendo robarle calor con tal de mantenerme anclado al mundo, era egoísta estarle tirando la mierda encima aunque ella había preguntado y lo era aún más por las cosas que había estado pensando, el cómo se había colado por las grietas, reajustado conexiones y me estaba haciendo quererla sin remedio alguno, como el imbécil que era. Porque seguía allí queriendo llorar como un crío por Jez pero no quería soltar a Anna.

    La sentí tomar aire entre mis brazos antes de deshacer mi agarre, fue cuidadosa y aún así un fragmento de mi cerebro me arrojó una dosis de miedo que me dejó estático; fue una estupidez, pero pensé en la ínfima posibilidad de que se levantara y se fuera aunque Anna nunca había hecho, no creía que pudiese hacerlo pero ese miedo era casi biológico. Era el terror de un niño en la oscuridad luego de una pesadilla, que cree que el menor movimiento de quien apareció para consolarlo puede significar que se irá para dejarlo solo con las sombras.

    Porque sí, vivía en las sombras.

    Pero estas en concreto no las quería.

    Como fuese solo se irguió, me echó los brazos al cuello y me estrechó con fuerza para luego acariciarme el cabello. Me costó conectar los cables todavía, me quedé allí sintiendo la calidez de su cuerpo, la suavidad de sus caricias y parpadeé varias veces, tratando de hacer retroceder las lágrimas que se me habían comenzado a acumular en los ojos.

    ¿Estás seguro, cielo?

    No.

    ¿Que está bien así?
    No. No. No.

    Está bien que no esté bien.

    Sí, pero me iré a la mierda si admito que no lo está.

    Lo sabes, ¿verdad? Lo que sientes... está bien.
    Me iré a la mierda porque este dolor está picando las olas.

    Duele, pero está bien. Tiene que doler.

    Trayendo la ira consigo y, Dios, duele como la mierda.


    La presión del agua en lo más profundo había tenido ya la fuerza para romperme los huesos aunque no había sido solo lo de Jez, el caso es que el ataque de pánico había representado cada fractura ósea que causó el agua a esa profundidad. Era lo que me había aplastado los pulmones hasta arrancarme el aire del pecho, lo que me había quitado el oxígeno de la sangre causándome la migraña y la sensación de miedo y frío.

    No sé si fueron unos segundos o un sólido minuto lo que me tomó reaccionar, rodearla con los brazos de nuevo y corresponder al gesto con la misma fuerza, busqué enterrar el rostro en su cuello y me rompí en mil pedazos una vez más. Sentí la correntada de lágrimas empaparme el rostro, el mundo se empañó y turquesa del cielo murió antes de que dejara de mirarlo.

    Una gota de rojo salpicó en el gris pero casi pasó desapercibida, dejó de brillar al segundo de haberse colado en la acromía.

    Por un momento tuve miedo de que solo admitirlo, dejar que mi cuerpo lo admitiera, podría tener la fuerza para repetir el colapso de ayer. El chispazo de terror visceral fue muy parecido, me hizo presionarla con algo más de fuerza y no pude contener el sollozo que me rasgó la garganta cuando intenté pasar aire. Era patético estar allí llorando en sus brazos, llorando por algo que yo ya sabía que debía aceptar desde hace años.

    Y joder, estaba tan enojado. Ni siquiera lloraba de tristeza como tal.

    Sácame de aquí, de esta maldita fosa en lo profundo del océano.

    Ilumina el camino por lo que más quieras.

    —Te voy a ahogar —solté en tropel no sé ni por qué, fue la primera mierda que me salió de la boca y deseé callarme pero no supe cómo—. Te voy a ahogar si sigo siendo un maldito mocoso egoísta.

    Decirlo era muy fácil, ¿hacerlo? Ni de coña.

    Mis manos viajaron a su cabello, buscando los límites del mundo, regresaron a su espalda y la envolvieron de nuevo. Había bastado que preguntara para que terminara hecho una maldita desgracia, porque encima no había nada que me contuviera, mierdas morales o sociales que me lo impidieran porque ya me había visto destrozado una vez.

    El hilo seguía tenso, continuaba susurrando una melodía incomprensible y no podía cortarlo, simplemente no podía.

    —Pero sigo aquí como un imbécil en vez de dejarte tranquila. —De verdad que tenía que cerrar la boca. El resto lo solté tan bajo y tan ahogado por las lágrimas que no supe si lo escuchó, casi quise que no—. ¿Cómo se supone que ignore el calor que recuerda al de casa?
     
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    Gigi Blanche

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    Dios, le costó tanto reaccionar. No sabía si podía hacerme una idea clara de lo que debía estar sintiendo, sus desastres eran de agua y los míos de fuego, él podía ahogarse y yo quemarme. De la forma que fuera, eran dolores paralelos. Eran desastres sin precedente, fuerzas poderosas y caprichosas capaces de arrasar, aplastar, consumir. Denso y helado o volátil y ardiente, daba igual. Mi luz podía cegar con tanta fuerza como la más profunda de las oscuridades y el resultado era el mismo.

    Andábamos a tientas.

    Estábamos perdidos.

    Cuando sólo queríamos encontrarnos.

    Lo apreté con más fuerza al sentir que me correspondía el abrazo y sólo me quedé allí, rígida, intentando servirle de mástil a su cuerpo, tan frágil y vulnerable de repente, que había empezado a temblar producto del llanto. Dios, me partía el alma pero sabía que estaba bien. No había forma de que no se sintiera al menos un poquito mejor luego de desahogarse.

    Luego de vomitar toda el agua que había tragado de su océano.

    Seguí acariciando su cabello a un ritmo lento y constante, buscaba transmitirle calma incluso allí, en medio de la tormenta. Quería recordarle que cuando la tempestad amainara, cuando el cielo se silenciara y su pecho se vaciara, aún estaría ahí para él. Sin importar el tiempo que hiciera falta, los soles y lunas que se alternaran, seguiría ahí.

    Para darle la bienvenida de regreso.

    Aún así, estaba costándome horrores no echarme a llorar junto a él. Sus sollozos me taladraban los oídos, me estrujaban el corazón y lo pisoteaban sin piedad. Dios, me dolía un montón y eso sólo me daba una ligera idea de lo que él debía estar sintiendo. ¿Cómo molestarme o resentirme? Aunque todo se revolviera en torno a Jez, ¿cómo sentir algo más allá de su frustración, su miedo y su impotencia? No podía, me resultaba lisa y llanamente imposible y eso, a pesar de todo, a pesar de la situación y del dolor, me trajo paz.

    Porque podía ser fuego y sólo fuego.

    Una llamarada tibia y amable, a su eterna espera.

    Podía serlo.

    Podía dárselo.

    Comprimí las facciones al oírlo, sacudiendo la cabeza de inmediato. ¿Que iba a ahogarme? ¿Estaba imbécil? Dios, las cosas que había que escuchar. Sus manos recorrieron mi cuerpo y recién cuando creí que no seguiría hablando me removí para separarme y buscar su rostro. Lo acuné entre ambas manos, le quité el flequillo pegajoso de la frente y le sonreí, con los ojos cristalizados. Tragué saliva antes de hablar. Dios, lo había dicho. Lo dijo y me obsequió una felicidad estúpidamente transparente.

    ¿Cómo se supone que ignore el calor que recuerda al de casa?

    Gracias, amor.


    And cold we are, we are, we are.
    —¿Y qué? —murmuré, acariciando sus mejillas con mimo, la voz sobrevivió al temblor aunque alguna que otra lágrima se escapó sin remedio—. Tú puedes ahogarme, yo puedo quemarte, ¿me ves cara de que me importe? Es el riesgo, cielo, es el puto riesgo inherente a nosotros. Por ser un desastre, ser energía acumulada y unos intensos de mierda. ¿Y qué si me ahogas? ¿Piensas que eso va a detenerme?

    And baby, we're lost.

    Me removí un poco para mirarlo a los ojos con aún más ímpetu y sostuve su rostro firmemente entre mis manos. Sorbí la nariz.

    Come home with me.

    —Voy a zambullirme de cabeza y nadar, nadar y nadar hasta alcanzarte. Y voy a jalarte hasta la superficie y darte todo el calor que necesites para quitarte ese frío horrible de encima. Voy a iluminarte el camino de regreso a casa, también, si hace falta. Haré todo lo que esté en mi poder para arrastrarte fuera de esa oscuridad, ¿me oyes? Me da igual lo que tú creas, no te la mereces. No te la mereces, Altan.

    Mi semblante y voz se habían endurecido conforme hablaba, emanaba toda la maldita determinación del mundo y es que no había una pizca de deshonestidad en mis palabras. Suavicé mi expresión, sin embargo, y le concedí una sonrisa al volver a acariciar sus mejillas.

    —Pero sólo si me dejas —susurré, sin poder evitar la nota de tristeza—. No podré sacarte de allí si sigues aferrándote a las enredaderas que hay en el fondo del océano, Al. Eso depende de ti.
     
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    Zireael

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    Una cosa no tenía que ver con la otra, al menos visto desde fuera, pero allí estaba yo disculpándome con ella como un imbécil cuando estaba llorando como descosido por otra cosa completamente diferente. En realidad no sabría decir si lloraba solo por la mierda de Jez, quería creer que sí, que el resto de mierdas no tenían tanto poder y tampoco lo tenía la realización del día anterior.

    Pero qué sabía yo en ese punto.

    Sus caricias no se detuvieron, seguía allí sosteniéndome y consolándome como si no fuese un jodido tanuki o como si no pudiese aplastarla si le echaba demasiado mi peso encima. Era esa clase de tonta, lo había sido incluso cuando había actuado como un animal arisco el primer día que le vi la cara, pero ahora entendía que razones no le faltaban.


    Nunca le habían faltado.

    Y aún así allí estaba, haciendo de pilar.


    De nuevo se separó, esta vez para buscar mi rostro y sostenerlo entre sus manos, alcancé a ver sus ojos y su sonrisa aunque evité su mirada porque, vamos, era un desastre con patas en ese momento. Sorbí por la nariz otra vez, cada intento por pasar aire implicaba un nuevo sollozo, era como ver llorar a un crío y la verdad daba vergüenza.

    ¿Y qué?

    Anna, estás salida.

    Es el riesgo, cielo, es el puto riesgo inherente a nosotros.

    Jodidamente loca, ¿qué cojones?

    ¿Y qué si me ahogas? ¿Piensas que eso va a detenerme?

    Negué suavemente con la cabeza en respuesta a su pregunta, todavía rehuyendo sus ojos, posando la vista empañada en cualquier parte de ella que no fueran los cuarzo cristalizados. Al menos lo intenté hasta que se removió y ya no pude evitarlo, si es que la tonta estaba buscando los pozos con una intención, así que la dejé hacer. Dejé que mis ojos encontraran los suyos y me quedé prendado a ella como un idiota.

    Voy a zambullirme de cabeza y nadar, nadar y nadar hasta alcanzarte.

    No te la mereces, Altan.

    No podré sacarte de allí si sigues aferrándote a las enredaderas que hay en el fondo del océano, Al.

    Ya había pensado que ella podía ayudarme a soltar, ¿no? Y no era la estupidez esa de sacar un clavo con otro, ni de putísima coña, era sacar el clavo viejo para cambiar la tabla de lado y buscar un sitio diferente dónde ajustar el clavo nuevo, el que iba a sostener la pieza en su lugar de forma correcta.

    —Cariño, si es que eres tontísima —solté de la nada, la voz me salió bastante ahogada todavía y aún así se me escapó una risa que no llevaba burla alguna consigo. Lo demás lo murmuré—. Hay que estar bien imbécil para no quererte, me alegra no ser un idiota al menos en eso.

    Me solté de su agarre con cuidado para limpiarme la cara con la manga del blazer, fui algo brusco pero no me interesó demasiado y antes de darle tiempo de mucho más me las arreglé para recostar la cabeza en su pecho. Cerré los ojos apenas lo hice y tomé aire con cierta fuerza mientras rodeaba su espalda con los brazos de nuevo, ahora que por lo menos sentía que podía comenzar a calmarme luego de soltar toda la mierda.

    —De todas maneras siempre me gustó el fuego.


    im not crying u crying
     
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    Gigi Blanche

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    No... no me lo estaba imaginando, ¿verdad? Seguía siendo una estupidez de proporciones colosales, seguía sin tener pies ni cabeza. Era un delirio de fiebre, una puta apuesta innecesaria. La metáfora de zambullirme hasta las profundidades del océano no servía únicamente para la mierda de salvarlo de sí mismo, también aplicaba conmigo.

    Me había lanzado de cabeza.

    Sin decoro, consideración ni segundas reflexiones.

    Había estado danzando sobre mi cuerda floja, girando y saltando de puntillas, y me dejé caer sin más. Caí y caí, completamente indefensa, nada a lo que asirme, nadie que me oyera. Caí y pensé que aguardaría por mí un vacío absoluto, la más negra de las oscuridades, pero en su lugar el agua me envolvió. Fue helado al principio, el impacto me agarrotó los músculos, hasta que recordé que sabía cómo nadar y me deslicé al ritmo de la brisa. El océano era enorme, silencioso y aterrador, así que creé mi propia música.

    Casi como si pudiera convertirlo en mi segundo elemento.

    Uno más de todos los espectros disímiles.

    No me lo estaba imaginando, y que Dios me conservara esa seguridad cuando intentara sabotearme de nuevo. Que me lo grabara a fuego y no lo perdiera nunca. La suavidad de sus palabras, el cariño en sus ojos y la tibieza de su cuerpo. La forma estúpida en que disfrutaba de acariciar su cabello, sus mejillas, sus manos. La cantidad inexplicable de matices que encontraba en el profundo reflejo de sus pozos negros, aunque él los negara. Ya no tenía nada más que hacerle, ¿cuál era el sentido?

    No me lo estaba imaginando.

    Cariño, si es que eres tontísima.

    Tragué saliva. De repente me di cuenta que había temido muchísimo por su respuesta, que me había lanzado de cabeza y se lo dejé más claro que nunca. Me di cuenta que... podía rechazarme abierta y francamente, que podía decidir mantenerse abrazado a las enredaderas. Lo que siempre había evitado por aquel miedo absurdo al rechazo, ahora lo había hecho y sin ser consciente de ello. Cuando intenté navegar entre las razones me di cuenta que no había nada, nada atado o relacionado a mí. Se lo había soltado con la única y desesperada intención de ayudarlo y quizás esa fuera la clave.

    Quizá de eso se tratara realmente.

    Hay que estar bien imbécil para no quererte, me alegra no ser un idiota al menos en eso.
    Dios.

    Lo estaba mirando con una intensidad estúpida pero llegados a ese punto ni me interesó disimularlo. Su dolor seguía revolviéndose pero también apareció una chispa extraña, cálida y brillante, que se esparció por mi cuerpo en cuestión de segundos y me arrancó una sonrisa irremediable. Seguía siendo un desastre de emociones, caóticas, intensas, incluso opuestas, el corazón me latía con fuerza y lo recibí sobre mi pecho con toda la maldita suavidad del mundo. Envolví su cuerpo lo mejor que pude, recosté la mejilla en su coronilla y volví a acariciarle el cabello. Tuve que apretar los párpados con fuerza y se me escaparon un par de lágrimas, que se deslizaron y se perdieron entre sus hebras oscuras. Olía a él.

    Dolía.

    Dolía darse cuenta que nunca nadie me había querido así.

    O dolía que todo hubiera sido mi culpa.

    Que nunca hubiera dejado a nadie entrar.

    Dolía estar echándole peso al vacío, arrancar la costra de la herida a medio cicatrizar.

    Dolía pero también era... tan cálido.

    Baby, we're lost —susurré bajo y lento, enredando los dedos entre su cabello—. Come home with me.

    ¿Lo estaba atando a nuevas enredaderas? ¿Envolviéndolo dentro de un círculo de fuego? ¿Iría a robarle el oxígeno? Quizá, quién sabe. Sólo me quedaba confiar en que no. Que esto era diferente, que esto sí era sano y que estaba bien. Que no lo rompería.

    No te dañaré, cariño.

    No a ti.

    No lo haré otra vez.

    No puedo hacerlo.

    No te pasará nada.

    Estarás bien.

    Lo apreté con fuerza entre mis brazos y tensé la mandíbula, aunque no logré ahogar el sollozo del todo. Me aferré a él con una tenacidad demente, como si intentara mantenerlo en una pieza, o protegerlo del mundo, o fusionarlo a mí, o todas a la vez. Lo abracé como había abrazado a Kakeru, sólo que esta vez el cuerpo entre mis brazos era tibio, respiraba y olía a Altan.

    No lo haré otra vez.

    A ti sí te cuidaré, cariño.


    And baby, we're lost —repetí, como una especie de mantra, en un susurro vago y débil—. Come home... with me.
     
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