Azotea

Tema en 'Cuarta planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Zireael

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    Negué suavemente con la cabeza, quizás algo incrédulo, y solté una risa por la nariz cuando confirmó mi respuesta. La vi caminar, obviamente preparándose para treparse al techo como la loca que era y la sonrisa que no se me borraba de la cara solo recuperó algo de la prepotencia que había perdido cuando dijo lo de no espiar.

    Booooring~

    Venga, que obviamente iba a espiar un poco con todo y la amenaza que de amenazante no tenía mucho realmente, pues porque las oportunidades había que tomarlas, ¿no? Cuando ya estuvo arriba me miró, brazos en taza y con la coleta ondeando como, qué sé yo, una bandera bicolor.
    El sol le arrancó destellos cálidos a su cabello y a sus ojos, no me di cuenta de que quizás la estaba mirando demasiado hasta que me pidió que le alcanzar la mochila y tuve reaccionar, buscarla con la vista para tomarla y pasársela con un movimiento fluido, antes de replicarla con tal de subir a su famoso escondite.

    Como le hiciéramos mierda las láminas del techo a la escuela esa de niños pijos me iba a descojonar.

    De cualquier manera, me senté y dejé colgar las piernas para darle un vistazo general al paisaje, todavía disfrutando de la brisa, antes de posar la vista en ella de nuevas cuentas.

    —Tiene potencial tu escondite, eso no voy a negarlo —dije y volví a sonreírle—. Digamos que es un sólido ocho sobre diez~
     
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    Ciertamente se me escapó el aire prepotente que había adquirido su sonrisa, de haberlo visto era probable que no hubiera tenido drama en reflejarlo como un maldito espejo de agua, a pesar de lo hilarante de la comparación dadas las circunstancias. Como si pudiera ser algo que no fuera fuego, fuego y más fuego, pero bueno.

    Ahora no era un incendio, sino una fogata cálida.

    Y estaba bien con ello.


    Me estiré para alcanzar la mochila y la dejé por ahí mientras él me imitaba y se subía al techo. Imaginé que no tendría problema, con semejante tamaño el escondite hasta cerca le quedaba. Seguía de pie cuando Altan se sentó al borde, piernas colgando, y lo observé desde arriba. No me contuve, posé una mano sobre su cabeza para acariciarle el cabello, revolvérselo un poco, y no tardé en acomodarme junto a él. Lo miré de reojo al hablar.

    —Eh, bastante bien, viniendo de Don Sonnen. Me conformo~

    Me quedé balanceando las piernas, estirándolas y dejándolas caer hasta que el taco de los zapatos chocara contra la pared. Eché los brazos hacia atrás, para usarlos de soporte, y cerré los ojos de cara al cielo. Ah, tan tranquilo, agradable y...

    —¡Oh! —Rompí la paz del ambiente bastante de golpe al erguirme y girar el rostro hacia él, emocionada; nuestros hombros estaban casi rozándose—. ¡Habrá una fiesta! Creo que aquí, en la escuela, no estoy segura. ¿A que no pierden el tiempo en esta escuela de mierda~?
     
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    Permaneció de pie un rato y cuando posó la mano en mi cabeza reaccioné apenas, solo porque estaba un poco ensimismado, pero no tarde en relajarme y suspirar ante su tacto. Cuando se sentó a mi lado sentí su mirada encima, lo cierto es que no pude evitar soltar una risa por el comentario de que para ser yo la escala estaba bien.

    Al final ella también guardó silencio un rato, balanceando las piernas, y tuve esta realización estúpida de que podría pasar todo el día allí sentado con ella si hacía falta, sin que significara ningún tipo de esfuerzo u obligación. Estaba en eso cuando se irguió algo de golpe, haciéndome dar un respingo y girar el rostro hacia ella, recibiendo de lleno los cuarzos.

    ¿Fiesta?

    Las invitaciones de Dunn.

    Solté una risa bastante floja, estiré la mano y le di un toquecito en el centro de la frente, por encima del flequillo.

    —Ya sabes cómo son los cabrones aquí, no se montan la discoteca de puro milagro. —Regresé la vista al frente, puse los brazos de apoyo y relajé algo la espalda, por pura maña ya incliné algo el cuerpo hacia su espacio, rozando su hombro—. El pelirrojo del otro día me dijo que necesitaba ayuda con unas invitaciones y no sé qué, asumo que es para esta mierda, fue bastante ambiguo el jodido.
     
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    Ya habíamos empezado, ¿no? Con echarnos las manos encima y toda la mierda. Siendo justos yo lo había empezado, pero igual llegados a ese punto sería ridículo negar cuán reconfortante me resultaba la cercanía física de Altan. Incluso aunque no nos tocáramos ni nada, aunque sólo estuviéramos sentados en el techo de la azotea, uno junto al otro. Era su presencia y ya. Era cálido.

    Y me sentía segura, qué se yo.

    Me dio algo de gracia el respingo que pegó y pude verme reflejada en sus ojos, de tan oscuros que eran. Como fuera, igual no llegué a detallar demasiado mi imagen en él porque estiró una mano y me tocó la frente. Recibí el contacto pestañeando con algo de fuerza agregada y lo escuché, recargando las muñecas al borde del techo. Altan relajó bastante la postura y apenas su hombro tocó el mío, hice lo propio y le di un golpecito de nada.

    ¿El pelirrojo del otro día? Eh, ahora que lo mencionaba~

    —Ah, sí, Dunn —resolví con simpleza, con la vista perdida en el horizonte. Recién entonces deslicé mi atención hasta encontrar sus ojos de soslayo y suavicé la voz—. Quedé con él hoy en la noche~

    A ver, ¿y esa ambigüedad, Anna?

    De todos modos seguí hablando.

    —¿Vas a hacer las invitaciones? Classy~ ¿Puedo ganarme un sneak peek o algo así por, no lo sé, ser tu amiga~?
     
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    Posiblemente el pobre mocoso debió sentir un escalofrío de lo más jodido correrle por la espalda porque aunque no reaccioné visiblemente, sí que me llevó un poco el demonio cuando escuché que la otra había quedado con Swallowtail a la noche mientras el otro tan pancho estaba pidiéndome favores rastreros y toda la mierda, pero bueno tampoco debía sorprenderme en general, era un carroñero después de todo, la pieza que me faltaba, eso sí, era bajo qué condiciones había dado Anna con Cayden, viendo el manojo de nervios que era el cabrón.

    —¿De verdad? —pregunté con algo de diversión en la voz, que no era genuina pero colaba—. Pero qué afortunada~ Debo asumir entonces que ya te diste cuenta de sus negocios de puto carroñero, porque no quedaría con ningún ser humano para nada más.

    Quizás a excepción de las piezas importantes de los tableros, pero qué sabía yo con certeza.

    Le eché algo más de mi peso encima, vete a saber por qué cojones y solté una risa baja a su pregunta del sneak peek para luego girar el rostro, mirándola.

    —¿Hmh? Pero así sería muy aburrido, no te llevarías la sorpresa cuando la recibieras —murmuré, dando por sentado que iba a recibir una ya que había dicho que había quedado con el idiota de Swallowtail—. Bueno, a ver, solo espero que te emociones cuando recibas un sobre todo shady con una mariposa.

    Despegué las manos del techo, me enderecé un poco y me incliné hacia ella, choqué la frente contra su mejilla como si fuese un jodido gato y para cuando me di cuenta medio había buscado el hueco entre su cuello y su hombro, le eché el aliento encima un poco porque me vino en gana antes de simplemente quedarme allí.
     
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    Disfrutaba molestar a la gente que daba gusto. Probablemente funcionara un poco acorde a reflejos, tampoco era una imbécil capaz de jalar y jalar la cuerda de alguien, qué se yo, nervioso o huidizo. Como Dunn, por ejemplo, aunque los hilos que me unían a ese eran un poco más complejos como para medir el asunto con una vara promedio.

    El asunto es que Altan no era ningún imbécil, ningún conejito asustado o gato nervioso; al menos no conmigo. Si lo forzaba un poco, podía hasta considerarlo una desgracia para él y es que si en algo me parecía demasiado a cabrones como Wickham era la afición por tocar cojones. No que anduviera buscando hostias porque sí, un poco suicida era pero en definitiva, se trataba más bien de tomar las oportunidades y aprovecharlas.

    Provocar, insinuar, pinchar y toda la mierda.

    ¿Le había soltado la estupidez sobre Dunn esperando alguna reacción en particular? Difícil, viniendo de Altan. Ya le conocía el talento para mantener la cara de poker o, en definitiva, devolverme la jugada. No era como si cediéramos con gran facilidad y probablemente ahí radicara la puta diversión de mierda, en seguir jalando y jalando a ver hasta dónde se podía tensar la cuerda.

    La diversión en su voz me hizo ensanchar la sonrisa, de por sí ya oscurecida, y asentí con movimientos suaves.

    —Pero claro, me contó sobre las... ramificaciones de su negocio con bastante detalle~ —O algo así, ¿pero importaban los detalles?—. No como si algo fuera a sorprenderme, así que bien por mí. Me consideraré afortunada si tú lo dices~

    Al menos agradecí que no preguntara o qué sé yo, ciertamente era extraño que saliera a buscar un dealer sin recurrir a Kohaku primero y para esta altura ya me esperaba que Altan con su cerebrito de niño genio fuera capaz de deducir, no sé, hasta lo que había desayunado hace dos semanas.

    Sentí su peso encima, no reaccioné como tal y le regresé el gesto al sentir sus ojos sobre mí, quitando las manos del techo para medio girar el torso hacia él. Altan se enderezó, me hizo cosquillas en toda la cara con su pelo y comprimí el gesto junto a una risa contenida. Estuve por quejarme, incluso moverme para sacarme su cabello de encima, pero no hizo falta. El cabrón bajó hasta mi cuello, descubierto por la coleta dispuesta al otro lado, y me echó el aliento encima. Había cerrado los ojos antes de darme cuenta, de cara al cielo, y liberé el aire por la nariz con pesadez.

    Me había tragado el suspiro, al menos.

    —¿Una mariposa? —susurré, ya que lo tenía encima, y entreabrí los ojos para detallar los colores cada vez más intensos del cielo—. ¿Y eso por qué?

    A ver, que no le pidiera a mi archivo que supiera qué mierda era una swallowtail.

    Se me escapó una sonrisa entre divertida y vanidosa, la verdad era que había alzado la barbilla apenas adiviné su intención de alcanzar mi cuello y pues, la reacción reflejo ya me había delatado. Nada que hacerle. Flexioné el brazo para colar los dedos entre sus hebras de cabello, alcanzar su cuero cabelludo y propinarle caricias lentas, bastante livianas, cerca de su oreja. De tanto en tanto, de hecho, mis uñas atinaban a alcanzar el lóbulo de la misma, lo rozaban y regresaban al resguardo de la mata de cabello.

    Hice una pompa de chicle y la exploté, con un aire bastante indiferente.

    Che, Al —lo llamé en voz baja, ¿por qué mierda me había salido aquello en español colado? Ni idea—, debes pesar como el doble que yo, ¿no?
     
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    No me extrañaba que Dunn le hubiese soltado toda la sopa así nada más, si veía que no valía la pena jugar a ser un amo del secretismo, pues no lo era y punto, lo que pasaba en general cuando algún potencial cliente se le acercaba, con apodo en poca y toda la mierda. Era, si se quiere, un trámite y al idiota parecía gustarle el papeleo.

    Tampoco me interesaba preguntar mucho más, la verdad, ¿qué falta hacía preguntar lo que ya daba por sentado? Más le valía al mocoso dejar las manos donde se vieran, eso sí, aunque me oliera que no fuese como las ratas de alcantarilla corrientes, más parecidas a Arata, pero nunca sobraba una amenaza silenciosa, ¿o sí? Joder, se me estaba yendo la puta pinza.

    La escuché soltar el aire por la nariz y una risa me sacudió el pecho de nuevo, podía haber pasado algo más interesante pero me conformaba con eso.

    Swallowtail —dije entonces, sin moverme de donde estaba, el jodido aliento debía seguirle chocando contra la piel—. Es una familia de mariposas, la mayoría tiene una extensión en cada ala que recuerda a la cola de las golondrinas. Otras, las ala de pájaro, están en la familia pero no tienen la extensión... No sé, mierdas de biología.

    Sentí entonces sus caricias y me callé, porque iba a seguir hablando como enciclopedia, era una mierdilla de nada pero cuando me rozó con las uñas se me erizó la piel, fue una cosa rara, revoltijo de la sensación de la brisa y ese movimiento que siguió haciendo de tanto en tanto. No tenía demasiada contención de por sí y como realmente ella tampoco me detuvo, solo seguí fluyendo a mi puto rollo, llevé la mano al costado contrario de su cuello, mis dedos le alcanzaron la línea de la mandíbula y detrás de la oreja, reajusté apenas la posición y le dejé un beso en el cuello mientras digamos que le ponía atención.

    —¿Qué? —Otro beso, otra vez el aliento encima y contuve el impulso casi diabólico de recorrerle la piel con la lengua, porque estaba arriesgando un poco mi suerte—. Supongo que sí, ¿para qué preguntas?

    ¿Se me había ido la cabeza así por la tontería de que mencionara al otro pobre diablo que no tenía vela en el entierro? Ni idea.
     
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    Lo cierto es que a pesar de moverme entre espectros rarísimos y parecer hasta el tope de autoestima, a veces, y otras con la mierda por el suelo, en definitiva no era una tía para nada egocéntrica o vanidosa. No lo llevaba en la sangre, no sé. En ningún momento se me cruzó siquiera la idea de que la estupidez sobre el coloradito podría llegar a generar algo más allá de un poco de molestia superficial, cosa que si fuera al revés...

    Bueno, aún no sabía de la historia entre Al y Kurosawa.

    Mierda, tan sólo imagínate.

    Probablemente me fuera a cagar en los muertos de todo dios existente.

    Mi reacción a su movida rastrera le arrancó una risa y lo dejé ser, pues porque ya no sabía quién había tenido la culpa de meternos en el mood pero ahí estábamos. Vaya, y yo que lo había citado para hablar mierdas serias y pesadas. Ahora lo que menos me apetecía era abrir la boca.

    Su mini relato de enciclopedia no me iba ni me venía, la única mierda que me estaba alterando era su jodido aliento acariciándome aún la piel. Una corriente de aire nos rodeó y sin bombos ni platillos sentí un escalofrío descargándose por mi espina dorsal. Tensé la mandíbula casi en un acto reflejo. ¿Swallowtail era la mariposa esa? Bien, era lo único que necesitaba. Al resto ni atención le presté.

    La brisa siguió soplando, acariciándome las piernas desnudas, y entreabrí los labios para liberar el aire de forma inaudible. Estábamos ahí, haciendo nada pero con todas las malditas posibilidades al alcance ya no de la mano, sino la maldita boca. Esa certeza era la que me seguía erizando la piel con cada ínfima gota de aliento tibio que me descargaba encima.

    La puta expectativa y la imaginación corriendo rauda, sin restricciones ni ataduras.

    No lo percibí ni anticipé como tal, oí el movimiento de su brazo y volví a cerrar los ojos apenas sus dedos entraron en contacto con mi piel. Fue un instante, luego los entreabrí, volví a enfocarme en los colores del cielo y esta vez mandé a la mierda cualquier estupidez de contención. Sentí sus labios, jodido cabrón, los sentí y el suspiro que me desinfló el pecho me hizo aún más consciente de la frecuencia atípica que ya estaban marcando mis latidos.

    Otro beso.

    Su voz.

    Su respiración tibia.

    Tenía la mano libre sobre el techo y arrastré las yemas con cierta fuerza, sintiendo la textura irregular del cemento. ¿Que por qué preguntaba? Parpadeé, los colores estaban allí por doquier, y parpadeé otra vez. Efectivamente, estaban por doquier.

    Anaranjado intenso hacia el oeste.

    Le daba paso a un rosado tierno, como de algodón de azúcar.

    Turquesa.

    Celeste sucio, de acero.

    Azul prusia, ganando terreno desde el este.


    —Eh, ¿porque sí? —susurré un poco junto a la exhalación que solté, mis dedos enredándose en su cabello hasta aferrarse a él—. No lo sé, ya me olvidé~

    Como si fuera a importar, además.

    Mierda.

    No estoy muy segura de dónde saqué las ganas de conectar neuronas justo ahora, lo cierto es que aquellos cinco estúpidos minutos que apenas llevábamos en la azotea se reprodujeron porque sí y solté una risa floja. Estaba tan relajada que si me malinterpretaban podía hasta sonar puesta como la mierda.

    —A ver, cariño, ¿te persigue el diablo o qué? —lo molesté, en verdad siquiera atiné a mover un músculo para correrme o quitármelo de encima—. Deja algo para los pobres, no sé~
     
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    Pedazo de cabrón había sido toda la puta vida, sin duda alguna, me movía por espectros de lo más raros y por todos los matices habidos y por haber de gris, hasta caer de cabeza en el negro más jodidamente oscuro que existiera, la mierda aquella, el puto Vantablack que se tragaba casi la última gota de luz en ambiente, como una suerte de agujero negro regulado.

    No me interesaba demasiado si me había prestado atención o no, la verdad, que ni yo me había prestado atención a mí mismo pero ni de coña, había recitado de memoria, directo del archivo y luego había tirado de los cables, haciéndolos mierda. Me había dicho que quería hablar conmigo de lo que había pasado y nos desviamos de trayectoria de la putísima nada.

    Venga, ya lo había sentido en el cuartucho. La pulsación posesiva que había tenido toda la puta vida de por sí, la que me había hecho montarme todo el teatro frente a Wickham el primer día que caí al Sakura y me había movido a hacer tantas otras mierdas ciertamente cuestionables en términos morales o de decencia en general.

    Aunque lo cierto es que siempre había sido así, ¿no? Un jodido diablo.

    Meh.

    Aunque venga, ¿Anna siquiera había atajado la mierda con Kurosawa?

    Me olía yo que no.
    No es que interese, de por sí.

    Pero princesa, lo que te cuesta unir los dots no tiene ni nombre.

    Sonreí contra su piel al notar el suspiro que ya no buscó regular y no tuve que tocarla realmente para ver que a la pobrecilla ya el corazón le había metido el turbo. Me llegó su voz de nuevo a la vez que sentía que enredaba los dedos en mi cabello y ahora fui yo el que le suspiró encima, un poco porque sí la verdad.

    ¿Dejar algo para los pobres?

    Not that I care.

    ¿Qué si me perseguía el diablo?

    Well, kind of.

    Subí por su cuello hasta alcanzar la línea de la mandíbula, seguí avanzando, continué hasta alcanzar su oído y le eché una risa encima por puro amor al arte. Era una cosa casi ridícula, esa capacidad de cambiar de una lado al otro así nada más, pero ciertamente no iba a despreciar semejante don enviado directo del Infierno o quién sabe qué cojones.

    —Quiero decir, literalmente puedes arrojarme del techo si te estoy molestando. —Le estampé un beso en la mejilla—. Ganado me lo tendría y todo.

    La mano que había anclado al costado de su cuello subió apenas lo suficiente para hacerla girar el rostro hacia mí suavemente y le dejé un beso en los labios, breve, casi un roce, en síntesis porque sabía que tenía el chicle en la boca y eso. Me eché hacia atrás después, regresándole algo de espacio personal, y me prendé de sus ojos como había hecho ella de los míos en el puto cuarto oscuro.

    Los colores del atardecer palpitaron sobre el magenta como una maldita pintura impresionista.
     
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    Había que ver el poder de las hormonas, que de repente toda la mierda sobre Shinomiya y mi sanción, si se quiere, pasó a segundo, tercer plano. Y mira que apenas ayer habíamos estado haciendo el tonto en el patio, el día anterior ¿tenía que hacer una lista? El rellano, el club, la enfermería, el invernadero. Ahora la azotea. Si lo estiraba, el viernes en la cafetería.

    ¿Estábamos buscando cartón lleno o qué?

    Mi cuerpo se tensó ligeramente al notar que comenzaba a moverse. Fue ascendiendo, sus dedos aún afirmados en torno a mi cuello, rozó mi mandíbula y alcanzó mi oído. Su risa vibró y me envió un sutil escalofrío por la espalda. Otro más, quería decir.

    Luego el beso en la mejilla, que en sí ya no cargó con aquella cuota de puta malicia extraída directamente del infierno, y esbocé una sonrisa floja. No respondí nada. ¿Que lo tirara del techo si quería? Había que ver, esas estupideces sólo las suelta el cabrón que sabe no hay posibilidad real de que ocurran. Jugaba conmigo, como yo jugaba con él, y en esa íbamos.

    Lo dejé redireccionar mi rostro sin oponer resistencia y recibí sus labios sin imprimirle más de lo que Altan allí depositó. Abrí los ojos entonces, me había concedido un poco de espacio y la distancia me instó a remover la mano de su cabello. Detallé sus ojos oscuros, encontré mi reflejo en ellos y se me escapó una sonrisa cristalina.

    Pedazo de idiota sin remedio.

    —¿Ganado, dices? —murmuré, acunando su rostro entre ambas manos para acariciarle una mejilla con mimo—. Se me ocurren mejores premios que ese, Al~

    Me incliné hasta alcanzar sus labios, fue un roce tierno al principio y luego lo besé con mayor firmeza, manteniendo la presión un par de segundos antes de ladear la cabeza y profundizarlo. Una mano viajó entre su cabello, se afirmó en su nuca y lo atraje sin ser realmente brusca o ansiosa. Olía a brisa de primavera y también a su colonia.

    Aún tenía que abrir la boca, ¿verdad?

    Bueno, podía esperar un poco más.
     
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    No era tampoco que ella se paseara por el camino más claro y derecho de todos, de hecho era eso lo que me había sacado de quicio los primeros días, lo errático de su comportamiento, el incendio sin dirección, impredecible si se quiere. Todo era porque no había sabido leerla, ¿cierto? Jez había tenido que dispersar el humo para que yo pudiera, por fin, darle forma al menos a una parte de lo que había debajo del fuego para poder comenzar a entenderlo, acoplarme.

    Sincronizarme.

    Mira nada más.

    Obviamente sabía por qué le había soltado la mierda de que podía arrojarme del techo si quería, era porque sabía que no lo haría. Era, si se quiere, algo del poder que había obtenido, el privilegio de tensar cuerdas, probar y tentar.
    Mierda, ahí iba de nuevo, ¿no? Como el puto perro de Pávlov, ni siquiera hacía demasiada falta tener el plato de comida en las narices, solo un estímulo asociado a eso activaba todos los interruptores de golpe, uno tras otro.

    Luego de haberme prendido a sus ojos la tonta me sonrió y como siempre le regresé el gesto, cerrando los ojos unos segundos cuando me acarició la mejilla.

    Bueno venga, estoy esperando mi premio entonces.

    Recibí sus labios de nuevo, primero el toque tierno, después la firmeza y luego cuando lo profundizó. Estaba comenzando a acoplarme a su cuerpo, a sus reacciones, casi de memoria, y en función a eso me movía activando una suerte de piloto automático específico.
    Le solté un suspiro en la boca mientras la mano que había usado para girarle el rostro navegaba el costado de su cuello de nuevo, la clavícula, apenas por encima la curvatura de sus pechos hasta ir a parar a su cintura, donde enredé el brazo como una maldita serpiente aunque sin aplicar fuerza real. La atraje, presionándola contra mí, y le mordí el labio pues porque pintaba.

    En plena azotea.

    Again, not that I care.
     
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    Qué descuidados que éramos, ¿no? Ahí, a vistas de todo Dios. Como mínimo contábamos con la tranquilidad de que la escuela entera se había concentrado en el patio frontal, pero igual lo sabía, ¿verdad? Que éramos capaces de perder la cabeza aún en condiciones normales. Se nos había chamuscado la puta neurona el lunes y podía volver a pasar en cualquier momento. Nunca había sido ninguna reina del control de impulsos y con Altan aún menos, ya había quedado más que demostrado. Preocupante, ¿eh? Me cagaba en todos sus muertos, ciertamente, maldito imbécil.

    No me gustaba saber que podía hacer lo que quisiera conmigo.

    Pero menos me gustaba la idea de oponer resistencia.

    Me correspondió, claro, llegados a este punto tendría que atravesarnos una auténtica hecatombe para negar el tacto del otro, supongo. O quizás estuviera asumiendo cosas por los dos, el caso es que al menos conmigo esa ley aplicaba. Era una persona de intensidad, social, de contacto humano; siempre lo había sido y eso no cambiaba. Por eso me desesperaban la soledad, el aislamiento y el rechazo. Por eso mi puto miedo más penetrante era la idea de quedarme sola, de que la gente a mi alrededor se cansara y decidieran descartarme como basura. Bien, bien en el fondo era probable que siempre los creyera capaces, manejaba cantidades contradictorias de pesimismo y optimismo revolviéndose en cada célula de mi cuerpo.

    Su mano trazó un camino eléctrico allí donde alcanzó mi piel, mi cuerpo intentó arrimarse a ella como un imán apenas se despegó sólo para alcanzar mi cintura. Suspiré sobre su boca, pegué mis pechos a su torso y apenas me rodeó como una serpiente mis piernas se activaron, sentándose sobre su regazo. No le eché mi peso encima, de todas formas, le rodeé el cuello con los brazos y lo seguí besando. Profundo, lento y firme. Recorrí cada rincón de su boca y le eché mi aliento encima a cada oportunidad que tuve, así nos separaran únicamente milímetros. Había arrojado el chicle a un costado, lo había pegado entre mi mejilla y las muelas; talentos que se cultivan con la práctica, suponía. Sonreí, presioné mis pechos con algo más de ahínco y le jalé suavemente del cabello.

    Me separé luego de varios segundos, tragué saliva y solté el aire por la nariz, de golpe. Busqué sus ojos como siempre hacía, mis manos navegaron su cuello hasta engancharse en el monte de sus hombros, colando la punta de los dedos dentro de la camisa. Su piel estaba tibia y era agradable al tacto.

    —¿Y tu corbata? —Más que una pregunta fue una queja sorprendida, se me escapó el mohín y todo, y me puse a mascar el chicle porque sí. Seguía despidiendo sabor a tutti frutti.

    La brisa volvió a soplar y relajé las piernas, utilizando su regazo de apoyo. ¿La tela de la falda se interpuso? Pues no, pero bueno. Igual podía mantener una conversación decente, al menos por un rato.
     
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    Zireael

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    ¿Ahora me iba el exhibicionismo o qué cojones? No era que interesara, que todos los estúpidos estaban en el patio frontal y tal, con la loca intensa de Yoshida hecha una general de guerra, ciertamente nadie tendría demasiado tiempo para nada más que pretender no morirse, más que exhibicionismo parecía esta mierda, la otra de los espacios abiertos a secas.

    Whatever.

    Una gran parte de la gracia estaba en la reacción del cuerpo ajeno más que la del propio, había algo en eso que le prendía el motor a cualquiera vamos, y por muy estirado que fuese no era de puta piedra ni nada, disfrutaba las reacciones de Anna como un maldito cabrón y ella lo sabía. Que se me pegara al torso me envió una descarga por el cuerpo, que solo se vio intensificada cuando a la jodida se le activaron las piernas y me trepó al regazo, cuando me rodeó el cuello con los brazos y me siguió comiendo la puta boca.

    Joder.

    El brazo con el que la había sujetado perdió algo de fuerza, apenas para alcanzar a rozarle la parte baja de la espalda. Cada vez que me echaba el aliento encima se me desconectaba otra puta neurona y cuando volvía a mi boca tomaba la oportunidad para hacerle algo de competencia, buscar recorrerla como me viniera un poco en gana. Me había olvidado en cosa de segundos del jodido chicle y toda la cosa, había que ver.
    Se me escapó un suspiro algo más pesado cuando presionó más los pechos contra mí y que me llevara Satanás, porque me estaba cagando en toda esa puta ropa de por medio ya, pero era lo que había.

    Cuando se detuvo y me soltó lo de la corbata no pude contener la risa floja, la mano en torno a su cuerpo se movió apenas, de nuevo en la parte baja de su espalda y llevé la mano libre a su coleta, pasando los dedos por la mata de cabello.

    —¿Y ese kink tuyo con la jodida corbata? —pregunté casi en un susurro.

    Cuando relajó las piernas tomé aire con más fuerza de la que planeaba, dejé ir su cabello y volví a volcar la atención en su cuello, dejando un reguero de besos húmedos, hablé desde allí, echándole el aliento en la piel.

    —Y con eso de besarme con cosas en la boca, el otro día el caramelo. —Deslicé la lengua por su cuello y el brazo con el que la rodeaba recuperó firmeza, buscando apretarla contra mí. La voz ya me había bajado de tono y no me había dado cuenta—. Y hoy sabes a chicle.
     
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    Gigi Blanche

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    ¿Adónde o a qué planeábamos llegar, exactamente? Vete a saber. Puede que el cerebrito del rey aquí fuera mucho más capaz que el mío en multitud de aspectos, pero lo cierto era que una mano, un beso, una jugada rastrera bastaban para desconectarle las neuronas de cuajo y yo, bueno, ya estaba claro que lo disfrutaba como una jodida perra.

    Había algo innegablemente satisfactorio, incluso excitante en dejarle la cabeza inútil al niño genio, el cerebro de archivo, el hijo del emperador y toda la multitud de títulos. Luego se quejaba de los míos.

    Títulos.

    Emperador.

    ¿Káiser, era?

    Los aires estirados.

    Los anillos.

    ¿De Chiyoda era?

    Joder, Al.

    Vete tú a saber por qué mierda fui capaz de conectar los putos dots en ese preciso instante, cuando se lanzó a mi cuello. Lo dejé hablar y recorrerme como le apeteciera, mi cuerpo reaccionando sin permiso a cada pequeño movimiento. Los roces en la espalda baja, la firmeza en torno a mi cintura, su voz vibrando como un bajo y el jodido cabrón trazando un camino de fuego. Sus labios, su lengua, su aliento caliente. Mis muslos se presionaron en torno a sus piernas, me aferré a su cabello y no solté ya un solo suspiro. El aire corría raudo por mi boca, secándome los labios, y me los remojé antes de hablar.

    —A ver, cariño —susurré, mi voz sonó algo áspera—, ¿y si haces una lista? Te aseguro que son un montón, incluso para tu cerebrito aceitado.

    Puta mierda, no era el único al que se le aflojaban los interruptores y tenerlo ahí, en mi cuello, me estaba nublando la cabeza de una forma que ni sana podía ser. Ahora era incluso peor, habiéndonos arrastrado al cuartucho de mierda para mostrarnos cuán bien podía sentirse; o al menos recordárnoslo. Ahora era peor pues los jodidos recuerdos, las sensaciones aún impresas en mi piel, empezaban a gritar y ansiaba revivirlas.

    Como para pedirle que removiera los botones.

    Y que siguiera bajando.
    La mano que mantenía sujeta a su cabello se relajó para acariciarlo con movimientos amplios. Solté un suspiro pesado, removiéndome para despegar mi torso del suyo, y colé la mano libre entre nosotros, enganchando el índice justo donde morían los botones que llevaba como Dios manda. Allí donde estaría la corbata. Me sonreí, mordiéndome el labio, y seguí hablando en aquel tono pesado.

    —Ya no te la dejes en casa, Al. —Fue un pedido con una clara nota de demanda impresa, aunque sólo estuviera jugando, y bastante porque sí le desenganché el primer botón—. Que me gusta quitártela~
     
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    Zireael

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    Una risa ronca fue a rebotar contra su piel cuando sentí que sus piernas se presionaban en torno a las mías, porque era ese cabrón, y seguí en lo que estaba como no hubiese sentido cómo se me había aferrado al cabello de nuevas cuentas. En realidad posiblemente fuese a tener que archivar eso también, sus manos siempre iban a parar allí.

    Presioné algo de piel con los dientes, sin fuerza en realidad, y bajé un poco más mientras colaba la mano para deshacer un botón sin pensarlo demasiado ni nada. No mucho después su agarre pasó a convertirse en una caricia y, porque también era ese estúpido, solté un suspiro que no cargaba consigo gota alguna de segunda intención, cerrando los ojos un momento y no volví a abrirlos hasta que se despegó, enganchando el dedo en la camisa.

    —Estoy en eso —respondí a lo de la lista. Mira que ya hasta me iba a hacer una carpeta especial en la cabeza solo para los kinks del jodido tanuki y todo, para tener la información bien ubicada y a mano—. A ver qué más descubro~

    Le eché una de la sonrisas de mierda encima, aunque relajé el gesto al escuchar su petición, solicitud o demanda a secas, la tontería de la corbata y aunque había dejado el brazo quieto, me moví justo después de eso, subiendo la tela de la camisa y colando la mano para encontrar la piel desnuda de su espalda, deslicé los dedos por su columna.

    De cualquier manera ya había quedado claro que no íbamos a parar el carro, ¿no? Quiero decir, desde el día del cuartucho.

    Podíamos montarnos todos los desastres habidos y por haber por separado, porque de por sí parecíamos diseñados para eso, ella con su condenado fuego, vicioso e incontrolable, y yo con el maldito océano embravecido; pero el caso era que volvíamos al otro, como estúpidas polillas atraídas por una bombilla encendida en la terraza. Chocábamos y chocábamos hasta cocinarnos el cerebro, fundir las resistencias, reventar cada cuerda y luego seguíamos como si nada.

    —¿Hmh? Me lo voy a pensar —solté aunque era evidente que me iba a aparecer con la corbata mal puesta como el resto de días—, princesa.

    La mano en su espalda siguió recorriendo su piel y la otra volvió a su cabello, a la coleta, pero esta vez deslicé los dedos en la liga que la sujetaba para deshacerla, liberando la cascada bicolor que de inmediato siguió las dirección de la brisa. Contuve el impulso de enredarle los dedos en el cabello como el otro día y empujarla de regreso a mi boca, ni idea de por qué pero lo hice.
    Le acaricié la mejilla, deslicé el pulgar sobre sus labios y la besé de nuevo, con cierta cuota de ansiedad impresa eso sí.

    Estaba hecho un jodido imbécil.

    Como toda la vida.

    Ni siquiera me había dado cuenta, pero luego de soltarle el cabello había hecho un movimiento tan automático que me pasó desapercibido y ahora tenía la liga rodeándome la muñeca.
     
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  16.  
    Gigi Blanche

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    Bueno, si había que hacer lista de kinks o algo, entre el rollo con la falda y que siempre se me lanzaba al cuello ya podía inaugurar la suya. El jodido control, además, cómo me había sujetado las muñecas con fuerza aplicada y encima la marca. ¿Posesividad? ¿Poder a secas? Qué va, ya me lo había confesado casi todo. Parecía que el cabrón había sabido desde un primer momento que no iba a apartarlo, rechazarlo o juzgarlo demasiado, cosa que yo descubrí... ¿cuándo? ¿El viernes anterior, cuando se partió en cientos de pedazos y se echó a llorar? ¿El lunes, en el invernadero, cuando se retrajo y me dijo, me dijo en serio, que si era mi deseo simplemente se desaparecería?

    ¿Eran esas pequeñas porciones de debilidad las que me ataban a él?

    Y había habido aún más señales que por lo tonta que estaba no fui capaz de identificar, pero el resultado no cambiaba. Me decía que debía alejarme, intentaba apartarlo, me convencía de que sólo podría hacerle daño o me juraba no seguir lanzándole la mierda encima, y luego iba y me contradecía en todo. ¿Qué era lo correcto, en definitiva? ¿Tenía que hacerle caso a mi cabeza maltrecha, pesimista, que pintarrajeaba todo en escala acromática? ¿O mandarla a la mierda y silenciarme, guiarme por instintos, impulsos, lo que fuera?

    Y aún así, sin importar cuánto me debatiera el asunto, siempre acababa eligiendo la segunda opción por decantación.

    Al sentir la dureza de sus dientes contra mi piel solté una risa floja casi de inmediato, que un poco se me ahogó en el pecho tras advertir que buscaba liberar un botón, o dos, o tres, no sabía yo. El asunto es que volví a tensarme por la puta expectativa y me quedé allí, a la espera de saber definir sus intenciones. Estuve a medio pelo de instarlo a continuar, pero todavía me quedaban neuronas suficientes para, no lo sé, ¿fingir modestia?

    Porque hablar de autocontrol dadas las circunstancias era un chiste malísimo.

    —Eh, cuidado, guapo —solté un poco al aire, bajando luego el rostro para estampar la mejilla sobre su cabello—. La bonita marca del otro día sigue jodiéndome un huevo, así que ni se te ocurra.

    Mi voz había descendido una octava y, de la forma que fuera, tuve que soltar otro suspiro apenas coló la mano en mi espalda. Cerré los ojos, enfocándome en la sensación, y un escalofrío me erizó la piel al saltarse el broche del sostén. Putos recuerdos del cuartucho oscuro, parecían impresos en cada centímetro de mi cuerpo, listos para emerger como fuego ante la mínima chispa.

    Le dejé deshacerme la coleta, llegados a ese punto iba a dejarle hacer lo que le viniera en gana. Mi dedo enganchado al cuello de su camisa aprovechó la abertura para atraerlo hacia mí cuando buscó mis labios, y arrastré la palma por su piel hasta fijarla sobre sus omóplatos. Estaba caliente. Recibí su boca con algo más de ansiedad que él, nunca había sido de disfrazar demasiado mis reacciones y es que había algo ciertamente placentero en no privarme la simple satisfacción de ser transparente. En especial si esa transparencia retroalimentaba la locura que los dos nos cargábamos encima.

    Lo dicho, le clavé la yema de los dedos en la espalda alta y con la mano libre me corrí el cabello detrás de la oreja al ladear la cabeza para buscar su lengua con la propia. La tanteé un par de veces, fueron toques suaves, tentativos, y sonreí contra sus labios un segundo antes de separarme. Los llevaba húmedos y ni me molesté en secarlos al presionarlos en su mejilla, la mandíbula, subir la mano hasta su nuca, engancharla del lado opuesto y hundir el rostro en la curvatura de su cuello. Volví a presionar las rodillas por reflejo, inclinándome encima de él, y tomé aire antes de comenzar a repartir besos amplios. La estupidez me empezó a nublar la cabeza, ya ni sabía bien por qué, y gruñí bajito antes de propinarle un mordisco moderado cerca del hombro. Solté una risa floja al separarme apenas milímetros.

    —Eh, tiene su encanto —reconocí, deslizando la mano desde su cuello hasta la abertura de la camisa otra vez; aproveché y le aflojé otro botón, corriendo la tela para echarle mi aliento encima de las clavículas.

    Seguí trazando un camino húmedo hasta donde me fue posible, cerca de uno de sus pectorales, y ya me había arqueado tanto que decidí erguirme y regresar a su boca sin el menor interludio; tan sólo aproveché la distancia para quitarme el chicle y arrojarlo lejos. Era una mierda bastante importante la que tenía que decirle, pero ya se me habían aflojado todos los cables y sólo quería, no lo sé, comérmelo.

    Entero.

    Otra vez.

    —Bueno, Al —murmuré, alejándome un par de centímetros para prenderme de sus ojos; le acaricié la mejilla con una nota de dulzura impostada ya que toda mi puta expresión, los cuarzos opacos y la sonrisa felina gritaban lo opuesto—. ¿Te parece parar así hablamos~?
     
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    Zireael

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    You got me actin' like the old me
    but you don't even know me.
    .
    Can I get a witness?
    'Cause I can hold a grudge like nobody's business.
    Seein' double vision.
    Show me what you got and I'll show what you're missing.
    .
    Cigarettes and sadness, a little bit of madness
    mixing with the chemicals in my brain.
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    La verdad es que si me ponía a enlistar mis propias mierdas también daba gusto la cuestión, aunque todas terminaban girando alrededor de lo mismo, del estúpido poder, pasando por la posesividad y rozando peligrosamente la violencia a secas, antes de regresar al punto de inicio, al origen o el vórtice mi propia telaraña. No era tampoco que me molestara en cubrirlo o disimularlo, de hecho debía llevarlo escrito en toda la puta cara.
    Era de una naturaleza parecida a la peste que todos cargaban en la calle, la del maldito azufre.

    ¿Y ella lo aceptaba, así nada más?

    Tenía que estar salida o algo.

    En realidad sabía la respuesta.

    Estaba en el jodido cuartucho, en la luz roja y las sombras duras.

    Atajé su advertencia sobre la marca, contestando apenas con un sonido afirmativo, porque la verdad la intención en sí no había sido marcarla, al menos no por el momento e igual ya me había tirado el ultimátum en el invernadero, de que nada de marcas en lugares visibles y no sé qué cojones, así que al menos para eso me servía el cerebro todavía.

    Got it.

    Ahora vamos, sígueme suspirando encima.


    Su mano en la espalda volvió a erizarme la piel, ni idea de por qué, pero lo cierto es que estaba empezando a agarrarle gusto y todo; ahogué un suspiro algo pesado contra su boca cuando ladeó la cabeza y de nuevo tuve el impulso de enredar los dedos en la mata de cabello, todo para empujarla contra mi boca y comérmela ya sin atisbo de algo que pudiera llamarse decencia, pero paré el carro y la mano, hasta entonces navegando su espalda, fue a enredarse el broche del sostén, no fue para soltarlo ni nada, sino para anclarme a algo.
    Solté el aire un poco de golpe cuando continuó, desatendió mi boca y siguió su camino a mi cuello, drenándome prácticamente toda la sangre de la cabeza y solté una risa estúpidamente ronca cuando sentí el mordisco.

    Told ya —secundé tan bajo que ni supe si me escuchó, pero no interesaba realmente.

    La seguí dejando hacer, ¿cómo cojones no? Y volví a suspirar al sentir que me echaba el aliento en las clavículas, cuando siguió trazando el camino y ya el archivo comenzó a mal funcionar como en el cuarto oscuro, arrojándome un montón de pensamientos inconexos que tuve que apartar teniendo en cuenta el puto lugar en el que estábamos.

    Era innegable que no había planeado esa mierda, eso sí.

    La mano libre se paseó por la cara externa de su muslo, lo presioné con cierta fuerza pero no me detuve en ello demasiado ciertamente y continué el recorrido hasta meter la mano bajo la jodida falda sin ninguna clase de disimulo. Para cuando volvió a mi boca luego de haberse desecho del chicle por fin seguí en piloto automático, anclé la mano en su glúteo y busqué empujarla hacia mí.

    Qué desastre.

    ¿Y yo lo había iniciado? Nada nuevo bajo el sol.


    No sé por qué pero todo el rollo me lanzó un chispazo al cerebro chamuscado, uno solo que fue suficiente para arrojarme una imagen mental nítida y con ella un puto insight que fue casi violento; ese jodido tanuki podía hacerme lo que le saliera del coño, así fuese literalmente arrojarme del techo como le había dicho en pura joda. Tuve hasta el puto impulso o deseo desquiciado de solo echarme ahí, a mis putas anchas, y que la cabrona me hiciera lo que quisiera.

    Que me montara como le viniera en gana.

    ¿Qué cojones?

    Cuando se separó, sentí su mirada encima y no hice otra cosa que buscarla. Parpadeé un par de veces, tratando de conectar las palabras que me estaba diciendo y aunque toda la mierda tenía hasta el último cable desconectado, algunos volvieron a los enchufes de golpe. Eché la cabeza en su hombro, apoyando la frente allí, e inhalé aire con cierta fuerza, relamiéndome los labios sin siquiera darme cuenta.

    Cuidado, puto imbécil.

    Pensaste una frase cuya elección de palabras era bastante ambigua, ¿cierto?

    —Si es lo que quieres —murmuré con toda convicción aunque no aparté las manos de su cuerpo ni de puta coña.
     
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  18.  
    Gigi Blanche

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    Era curioso, ¿no? Esta mierda y la del lunes, en un vistazo rápido, al menos en un inicio podían asimilarse y todo. Había algo diferente, sin embargo. Esa vez en el rellano estábamos hundidos en el puto barro, se nos perdió la cabeza y de alguna forma reencontramos nuestros ejes, si se quiere. Vamos, si parecía hasta obra del puto azar, el destino o lo que fuera. Ninguno de los dos acudió al otro buscando rearmarse, sólo seguir proliferando el incendio.

    Pero ahora era diferente, ¿no?

    Seguíamos siendo los salidos de siempre, pero carecía de la chispa de... ¿agresividad? ¿Extrema ansiedad? Ya no estábamos desesperados por apagarnos, o al menos así lo veía yo. Todavía se nos iba la pinza y probablemente eso no cambiara, pero ahora nos metíamos en el incendio, en el círculo de fuego para disfrutarlo y ya.

    Para disfrutarnos.

    Sus suspiros me generaban un cortocircuito atrás de otro, no era ni normal la sobrecarga que me inyectaban en la sangre pero ahí estaba. Quería seguir escuchándolo, joder, quería fundirle el cerebro y sabía que era capaz de cualquier cosa con tal de lograrlo. Arqueé la espalda, otra vez los escalofríos, la tensión y las cosquillas, cuando se enroscó en torno al broche del sostén. Me tragué las ganas de morderle el labio en pleno beso.

    Vamos, cabrón, ¿tengo que pedirte otra vez que te encargues de la mierda?

    La brisa se sintió fría y los colores que percibí en un segundo por el rabillo del ojo se grabaron sobre mis párpados cerrados. El anaranjado parecía fuego, el rosa de chicle se había oscurecido y los azules danzaban cada vez más peligrosamente del negro.

    La mierda se me empezó a ir de las manos cuando navegó el espacio hasta mi muslo, y no sólo lo presionó sino que se coló bajo la falda.

    Y siguió.

    Siguió.

    Y me empujó.

    Acababa de regresar a su boca, su movida me tomó desprevenida y las rodillas se me aflojaron, permitiéndome dar de lleno contra su jodida entrepierna. Qué va, fue imposible ya tragarme el gemido; tampoco me dio la puta gana. El aire corrió lastimoso por mi garganta, reptó y se escapó con la nota tortuosa, incluso implícita, de quien pide sin palabras.

    Puta madre, Al.

    Acaba lo que empiezas.

    Me hizo caso, sin embargo. Yo sólo había querido molestarlo pero el imbécil paró el carro y se me echó encima. Si yo lo decía iba a obligarse a regresar toda la sangre al cerebro, ¿no? Probablemente. La idea me arrojó una satisfacción extraña que antes de incitarme a seguir molestándolo, jalando cuerdas o jugar con él, me impulsó a relamerme los labios, suspirar y buscar enganchar las manos en su rostro para alzarlo a verme. Le apreté un poco las mejillas, eran suavecitas y se me escapó una sonrisa pequeña.

    —Eres un idiota —susurré, tierna, pero como la loca de mierda que era no tardé en recuperar la opacidad de antes; mis manos se colaron en la abertura del blazer y se lo arrastré por los brazos, hasta quitárselo de encima—. No sé, puede esperar, ¿no? La mierda va a seguir ahí, ahora o dentro de media hora.

    También podría comerte dentro de media hora, mañana o cuando me dé la puta gana.

    Pero quiero hacerlo ahora.

    Seguía jodidamente pegada a sus caderas y se me escapó una sonrisa traviesa al ejecutar un vaivén pequeño, sutil pero que bastó para lanzarme una descarga eléctrica por toda la zona. Me mordí el labio otra vez y lo sujeté de la barbilla con una sola mano, arrastrando los dedos hasta abarcar la línea de su mandíbula, la extensión de su cuello y un poco más. Apreté ligeramente, sentí las vértebras y arterias debajo de las yemas.

    —Ahora —murmuré encima de su boca, la voz me salió opaca—, ¿qué te parece si mueves el culo y sigues lo de recién?

    Y me haces mover el culo a mí, más bien.

    Pero pedirlo directamente no tiene gracia, ¿verdad?

    Vamos, cielo.

    Te estoy dando vía libre.
     
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    Zireael

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    De nuevo, es que no era ni medio normal la manera en que me ponía escucharla, que fuese yo quien le arrancara los gemidos, que le aflojara las piernas y toda la mierda. El maldito relámpago que me llegó al cerebro cuando por fin chocó contra mí hasta que dio gusto, me arrancó el puto aire de los pulmones y siguió quemando más resistencias de corrido, sin piedad alguna. A ese paso la carga que llegara al final del circuito iba a cargarse todo el puto sistema.

    Era hasta autodestructivo.

    Así y todo había sido capaz de parar el carro. Cuando buscó mi rostro y me instó a mirarla encontré de nuevo el magenta sobresaturado de su mirada, de los jodidos cuarzos que había visto hasta el cansancio en el cuartucho oscuro, y arrugué los gestos cuando me apretó las mejillas antes de soltarme que era un idiota. Creí que le había parado el tren del desastre, pero ni de puta coña, sus ojos volvieron a opacarse y me sacó el blazer de encima.

    Tomé aire al sentirla moverse, fue sutil, apenas perceptible pero estábamos tan jodidamente pegados que realmente era capaz de sentir cualquier movimiento que hiciera, por pequeño que fuese. Su tacto, el camino que trazó y la ligera cuota de presión que aplicó me volvieron a arrancar de cuajo los cables que acababa de conectar precisamente para ella, para prestarle atención si lo requería.

    Y me fui a negro supongo.

    La mano enroscada en el broche del sostén aflojó su agarre solo para arreglármelas y soltarlo por fin, pues porque me dio la maldita gana. Saqué la mano de debajo de su ropa después, la enredé en su cabello sin demasiada pista de delicadeza, me lancé a su boca y esta vez fui yo quien ajustó la posición para colarme en ella, recorrer cada puto rincón, empujar mi lengua contra la suya.

    No lo pensé hasta es momento, que realmente la estupidez que me estaba clavando era diferente a cualquier otra, no perdía la cuota de agresividad que le impregnaba a toda mierda, pero no cargaba consigo aquel deseo de apagar, de distraer y punto pero ni en chiste. Me estaba comiendo a Anna porque me venía en gana, sí, porque lo disfrutaba.

    Porque la disfrutaba.

    Y ella me disfrutaba a mí.

    Y de nuevo entendí a las malditas tres cabezas del guardián del Inframundo.


    Más de la cuenta, que había empezado el desastre de puro gusto.

    Ni que el idiota de Dunn fuese una amenaza.

    Jodida bola de nervios con aires de grandeza.
    La empujé contra mis caderas de nuevo y la mano que mantenía anclada a ella adquirió algo más de firmeza, todo para comenzar a marcar un ritmo, para hacerla moverse, apretarse contra mí y arrancarme el aliento en el proceso. Me separé de su boca entonces, para deslizarme a su cuello y repartir otra serie de besos, de mordidas sin fuerza, y solo subí para echarle un puto suspiro contra el oído, con toda la maldita intención.

    —Anna. —Su nombre me salió directo de los pulmones y aunque el resto también se me escapó colándoseme en la respiración, tenía pinta de orden a pesar de la elección de palabras—. Déjame oírte.

    Se me había ido la putísima pinza.

    En la jodida azotea.

    Not messing around, I guess.
     
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  20.  
    Gigi Blanche

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    Bueno, si mi objetivo había sido desconectarle el cerebro creo que podía darme por satisfecha. No reaccioné como tal al sentir la presión liberada del sostén, no me dio el tiempo. A lo sumo sonreí y el cabrón se encargó de borrármela al lanzarse por mi boca sin tapujo alguno. Me recordó a sus modos del lunes, los arranques furiosos, la firmeza y el impulso de dominar, consumir y arrasar.

    Recibí sus labios sin problema y ahogué allí un suspiro, deslizando las manos para terminar de desabrocharle la camisa. Se la dejé puesta pero aproveché la abertura para arrastrar las palmas sobre toda la extensión de su torso, rozar apenas con las uñas y finalmente enredarme en su cintura. Lo apreté, así como él me empujó las caderas, y otro gemido suave fue a morir en mi garganta, contra sus labios. Me estaba agarrando el trasero que hasta daba gusto, y la verdad no iba a quejarme.

    Esas mierdas me ponían.

    Vamos, Al, toca todo lo que quieras.

    Sigue tocándome.

    Atendí al ritmo que pretendía marcar sin poner resistencia, cada vaivén me arrojaba un relámpago de placer entre las piernas que literalmente sentí capaz de derretirme el cerebro, incluso con toda la ropa de por medio. Pedazo de espectáculo nos estábamos montando, como para que apareciera alguien y tuviéramos que cortar el rollo. Tampoco teníamos un abanico de opciones, si dejábamos la azotea probablemente nos vieran por los pasillos y nos enviaran al patio.

    Atrapados con el desastre, digamos.

    Recorrí su espalda con las manos, alcancé los omóplatos y me presioné contra él con un ahínco estúpido, como si pretendiera fusionarnos. Relajé la cuestión apenas noté sus intenciones de bajar a mi cuello, lo dejé hacer y separé nuestros torsos para seguir marcando el movimiento de mis caderas. Eché la cabeza hacia el otro lado, cerré los ojos y seguí soltando suspiros al aire. Ni siquiera intenté reparar en nada cuando percibí su aliento contra mi oreja, me seguí desinflando los pulmones como me venía en gana.

    Anna.

    Dime, cariño.

    Déjame oírte.

    Esbocé una sonrisa amplia que, de nuevo, parecía de una idiota puesta, y entreabrí los ojos. Tragué saliva, deteniendo el vaivén, y regresé las palmas a su pecho para apartarlo de mí. Le di un empujón suave, risueña, y llevé las manos a los botones de mi camisa. Los fui desabrochando uno a uno, sin quitarle la vista de encima, y un poco por reflejo volví a presionar las rodillas contra sus muslos.

    Dejé la prenda así, justo como la llevaba él. El sostén estaba flojo de por sí, así que busqué sus manos y las guié hasta obligarlo a ahuecar las palmas sobre mis pechos, por debajo de la prenda. Y apreté. Me erguí como una puta reina de la colina o algo, solté un suspiro pesado y seguí apretando un par de segundos hasta que lo dejé a su libertad.

    —¿Sabes una cosa? —murmuré, repasando el borde de su cinto con aires distraídos—. Me estoy aburriendo un poquito de estar encima~
     
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