Aula de Defensa Contra las Artes Oscuras

Y, llegué a la dichosa sala. Ahí estaba sentado un maestro que temblaba más que la cabeza de esos perros que ponen en los taxis, y su voz... ni hablar; tuve que pedirle que me repitiera como tres veces lo que decía y que tratase de hablar despacio, porque el don tartamudeaba de una manera increíble. Era como nervioso este sujeto... quizá que hecho traumático tuvo que pasar el pobre.

Para encender la lucecita en mi vara mágica debía decir una palabra muy particular... Era como una mezcla entre perico y currículum. ¿Quién inventó estos nombres?

—Periculum... —susurré.

 

Quién lo diría... encender la luz iba a resultar ser más complicado que ponerle plumas a un sedimento. Que extraña era la complejidad de estas cosas. Bueno, había que intentarlo una vez más.

—Periculum.

 

—Ya... lamento haberme burlado de tu nombre en mi mente, hechizo de la lucesita. ¿Quieres funcionar ahora? ¡Periculum!

 

—¿Acaso todas estas cosas mágicas son tan caprichosas? Las escaleras se mandan solas, y si te burlas del nombre de los hechizos... ¡Uh! No se dignan a aparecer los muy hipersensibles. ¿Cómo está eso? —Vi que el tartamudo maestro me iba a responder, pero yo no me quise a arriesgar a esuchar una de sus confusas oraciones—. Porfavor no se moleste... estaba hablando solo. ¡Oh! Y lo digo con respeto. —"O algo así", dije en mis pensamientos.

Tomé aire hondamente. ¿Por qué era tan complicado esto?

—¡Periculum!

 

—¡Y es por eso que la magia es horrenda! —maldecí—. ¡Los ridiculos y empalagosos cuentos de hada la pinta como algo que te hace la vida más sencilla pero eso no es nada más que una putrefacta mentira que fue reemplazada por algo muy conveniente llamado tecnología! En el mundo "muggle", aprietas el botón de la linterna del iPhone, y... ¡Bam! Eso es todo. No tiene naaaaada de ciencia su uso, ¿¡pero esto!? Encender una simple chispita demora tuuuuurnos. ¡Esto es peor que la burocracia de esas oficinas llena de gente que pareciera tener parálisis facial por no poder sonreír ni un mili-segundo!

Respiré agitadamente. La rabia me tenía tan enceguecido, que no me había dado cuenta que lo había hecho mejor esta vez... veamos como sale ahora.

—¡¡Periculus!!!

 

Me senté y traté de relajarme. El maestro me miró horrorizaado, parecía que hubiese visto al mismísimo fantasma de Canterville. Me disculpé con una sonrisa fozada y volví a mi asiento.

—Bien, palito lindo bello precioso hermoso... ¿Te gustaría colaborar y encender la lucecita que tanto necesito que prendas? Porfavor, ¡vamos sé que tú puedes...

>>¡Periculum!

Y... ¡lo hice! ¡Al fin la vara emitió ese rayito de luz que tanto estaba esperando que disparara!

—¡¡Al fin!! —Luego, proseguí a hablarle a la varita—. Eso sí, no te acostumbres. Tanta dulzura me hizo sentir que me podía dar diabetes.

Dicho eso, salí de la sala más victorioso que actor famoso pagado por un cameo, y me fui directo a los pasillos.