Aula 3-3

Tema en 'Tercera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Bruno TDF

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    No podría haberle pedido nada mejor a esta mañana, para ser honesto. Una sonrisa de buen humor me torcía los labios cuando entré al salón, aunque no tardó demasiado en desintegrarse en una cara de desgano apenas el profe abrió la boca. Me permití dormitar a lo largo de las lecciones, sin poner gran esfuerzo en disimular el aburrimiento. Eso sí, procuraba no abusar en exceso de la paciencia de los adultos responsables, que me iba a caer una buena reprimenda de los de arriba si terminaba comiéndome una sanción en mi primer mes dentro del Sakura. De modo que, en los ratos donde espabilaba un poco, repasaba mentalmente las posibilidades que me ofrecía Yuta Hattori.

    Y su kenjutsu.

    Fantástico, sencillamente fantástico. El dato me provocaba un regodeo que lograba mantenerme algo más despierto. Hattori ya era interesante de por sí, desde que obtuve el dato del koryū budō y Koemi se encargó de procesar todas las posibilidades que ofrecía, valiéndose de su indiscutible don con las maquinitas… Pero que se entrenara justo en la misma mierda que practicaba Sorec... Era, con toda seguridad, un el condimento que llevaba deseando desde entonces, por lo me quedé de lo más encantado cuando el tipo se encargó de confirmarlo.

    ¿Qué no le gustaban los acertijos, dijo? Eso tenía solución.

    Pero antes debía hablar con Chernoff.


    Quién sabe si esto olía a una noche prometedora.


    El campanazo me volvió a despabilar, porque esta vez me dormí entero al final de la hora. Me pasé los nudillos por la comisura de un labio al levantar la cabeza del pupitre y me desperecé sobre la silla, hasta que algunas articulaciones tronaron, sensación placentera. Mantuve los ojos cerrados en el proceso, a su vez bostezando sin cubrirme los colmillos, y fue cuando los abrí que descubrí a cierta criatura frente a mi pupitre.

    La risita le cerró los ojos azules un momento. Noté que llevaba una pequeña bolsa entre sus manitos peligrosas.

    —Con estas nubecitas se hace difícil prestar atención, ¿verdad? —dijo.

    —¿Me estuviste mirando todo este tiempo, acaso? —repliqué con diversión, la ceja alzada.

    —No siempre.

    Lo reconoció sin ruborizarse. Qué bien me habría venido saber que otro al que le echaba miraditas era a Ishikawa, pero no tenía forma de saberlo. Lástima, me habría divertido un buen rato haciéndome el celoso con ella. Maxwell era muy bonita, al fin y al cabo; y su capacidad como luchadora le daba un plus, qué decir.

    —Eso me hiere —dije de todos modos, con fingida decepción—. Pero a ver, ¿me vas a decir para qué viniste, entonces?

    Otra risilla liviana. No dijo nada, sino que coló los dedos al interior de la bolsa, movimiento que seguí con atención. Lo que no me esperé fue que la tipa me cazara una mano y me la envolviera entre las suyas. Ah, bueno, ¿y estas confianzas? Sonreí con cierta incredulidad mientras sentía el calor de sus dedos y cómo dejaba, con disimulo, algo en la palma de mi mano.

    Hombre, ni que me estuviera pasando droga.

    —Vine a cumplirte la promesa de hoy tempranito —respondió sonriéndome, entre dulce y triunfal—. ¡Además…! Te ayudará a recuperar energías, dormilón.

    Me dio una palmada en el hombro con bastante energía y, tras desearme un bonito receso, se fue del aula con la bolsa en sus manos. La vi marcharse, con el ceño fruncido y una sonrisa divertida. Entonces desvié los ojos hacia lo que me había dejado en la mano: una galletita.

    Qué decir, la gracia hizo que se me escapara una risa nasal. Me puse a comer el dulce ahí mismo, no sea cosa que se desperdiciara.


    Zireael *big inhales*
     
    Última edición: 3 Septiembre 2024
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    Zireael

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    Estas nubes y este calor no podían ser una buena señal, ¿cierto? Encima ni siquiera parecía que fuese a llover para que el cielo se despejara, pero ni modo. Por la mañana me metí a la clase luego de haberme fumado el segundo cigarro como le dije a Thornton y durante las clases desconecté el cerebro para no seguir patinando como hasta ahora, en ese sentido digamos que era un poco más eficiente que otros que me conocía, pero no eliminaba la injusticia y el descuido que corrían en dos direcciones opuestas de los rieles sobre los que forzaba al tren a correr.

    Cuando la campana sonó, para variar, me comí un show diferente y noté a la albina esta, que se parecía a la amiga de Sonnen, mirar a Matsuo hasta que el imbécil revivió de entre los muertos, la niña sostenía una bolsa y me quedé en mi asiento viendo el intercambio aunque quizás debía aprender a dejar de mirar a las personas cuando ni siquiera me estaban poniendo atención. Como fuese, hablaron un poco y entonces ella le dejó algo en la mano con disimulo, el suficiente para que me hiciera gracia.

    Me levanté del pupitre, estiré la espalda y navegué el espacio para alcanzar el lugar de Matsuo por el costado trasero. Apoyé la mano en la mesa, balanceé el peso en su dirección y colé el rostro hasta que lo vi comiéndose la galleta, lo que me estiró una sonrisa amplia y algo oscura en el rostro.

    ¿No había estado lamentándome temprano por haber apuñalado a Cayden? Sí, pero este le había escupido a Wickham a comando y uno reconocía los trabajos bien hechos. El rencor era una emoción de mierda, pero era poderosa en compensación y eso yo lo sabía muy bien. Me mantenía con vida después de todo, ¿qué otro placer existía más que seguir tomando recursos de un mundo que no quería dármelos?

    Incluso si me los debía.

    —Ah, ¿pero qué tenemos aquí? —empecé con la voz teñida de diversión sin dejar de invadir su espacio—. ¿Qué hiciste bien esta mañana como para recibir otra galleta, Ryuu-chan?

    ¿Y las confianzas? Porque me salían de los huevos, claro.

    :shani:
     
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    Gigi Blanche

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    Fujiwara había sido una compañía decente en el rato antes de entrar a clases. El tío era en realidad de las personas más normales que circulaban en el ámbito, tanto, que varias veces me había preguntado cómo había acabado aquí metido o si debía estarlo en absoluto. Preguntó por Frank, que llevaba un tiempo sin convocarlo, hablamos otro par de estupideces y finalmente subimos a nuestras respectivas aulas.

    Cuando sonó la campana atendí los mensajes de Dunn, los leí sin responder y me levanté, hundiendo el móvil en mi bolsillo. Me acerqué al pupitre de Kohaku, él estaba guardando sus cosas en el maletín y al notarme me sonrió. No dije nada, sólo le mostré mi mano y lo que pendía de ella: las llaves del piso.

    —¿Esto es una propuesta, Haru? —bromeó con liviandad, aceptándolas.

    —Después de la escuela tengo que ir directo a hacer unas cosas —expliqué, sin modificar mi semblante sustancialmente—. Supongo que llegaré... a eso de las siete. ¿Quieres que compre algo específico?

    —Hmm... Matsutake, hace mucho no como. ¡Y Coca Cola!

    —Ya compré ayer —aclaré a lo último, esbozando una pequeña sonrisa, y él se rió.

    —Buen chico~ Tenías la entrevista ahora, ¿cierto? —Asentí—. Mucha suerte, Haru. Recuerda cambiar un poco la cara así no asustas a nadie.

    Rodé los ojos, lo hice con cierto tinte dramático y me di la vuelta, retirándome. A punto de alcanzar la puerta vi que Hattori aparecía, nuestras miradas se encontraron y él alzó las cejas. Ya se le notaba la diversión incluso sin abrir la boca.

    —Venía a recogerte, Hakkun.

    ¿Y ese apodo? ¿Y esa iniciativa, de por sí? Tal y como me lamentaba, Fujiwara era la única criatura normal de quienes me rodeaban.

    —Pues aquí estoy —respondí, escueto, y empezamos a caminar.
     
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    Bruno TDF

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    La galleta estaba bastante bien, aunque lo cierto es que a mí me venía bien cualquier cosa que tuviese un sabor mínimamente decente. Los largos tiempos de hambruna por los que pasé, en aquellos años repletos de podredumbre y sangre, me habían quitado el capricho por los gustos del que tantas personas gozaban, sin ser conscientes del enorme privilegio que era. Por lo menos, ahora podía disfrutar de los alimentos con algo más de calma, sin lanzarme sobre ellos como el animal famélico que era antes.

    La dulzura del obsequio de Maxwell, además, me venía bien para planificar mi siguiente movimiento. Lo de Hattori era el colmo de lo tentador, ganas me sobraban para intentar forzar las cosas y arrastrarlo al club este mismo fin de semana. Pero eso sería, a todas luces, una estupidez de las grandes. Al tipo no lo conocíamos del todo, de modo que aún no podíamos adivinar sus reacciones; al menos pareció mostrar algo de interés allá en el dojo, con eso de que me pidió, con palabras bonita, que me metiera mis aires misteriosos por el culo. En fin, que debería guardármelo para la próxima semana, y trabajarlo con algo más de paciencia.

    Porque, además, ya había iniciado el “proceso” con Shimizu y Dunn, otro par de objetivos que eran sabrosos por sus… vínculos del pasado.

    Es que, hombre, no podía creer la manera en que la suerte me sonreía, en toda su malignidad. A cualquiera le daría miedo ser así de afortunado, como si todo fuera a irse a la mierda en cualquier momento, pero yo lo gozaba de una manera indescriptible, que igual era alguien nacido de la mierda misma. Los dos muchachos se habían quedado detonados luego de lo de la piscina, cuando el “principito” inglés les soltó un par de cosas que apestaban a conflicto; no hace falta decir que me di cuenta en el acto que era un hijo de puta haciendo de las suyas y que Shimizu se lo quería comer vivo. No supe una mierda de lo que estaba pasando, ni siquiera tenía datos de por qué estos tipos se odiaban, ¿pero eso me iba a impedir jugármela? Para nada.

    En eso consistían las apuestas.

    Lo único que restaba era ver hasta qué extremo había funcionado mi intervención en medio de ese lío. La respuesta a esa pregunta vino solita, caminando hasta mi pupitre. Mientras daba cuenta de la galleta, en mi campo de visión apareció el rostro de Shimizu esbozando una sonrisa de mierda, retorcida. Lo miré con una ceja alzada, pegándole otro mordisco al dulce para concentrarme más en masticar… porque mi sonrisa habría sido bastante reveladora.

    Lo sabía bien: vino a mí porque me metí con el otro cabrón, ¿verdad?

    Me habló con evidente diversión, una que se me cosquilleó en el cuerpo como si fuera una enfermedad contagiosa. Su pregunta me hizo sentir como crío al que felicitaban indirectamente por haberse portado bien, pero el “Ryuu-chan” casi me hace cagarme de risa; el aire escapó por mi nariz, sonoro, y algunas migajas salieron despedidas de entre mis labios.

    De verdad que la gente era confianzuda en esta academia, eh.

    Antes de contestarle, me lancé los restos de la galleta a la boca, porque era un cabrón que no compartía. Pensé la respuesta mientras masticaba, o ese fue mi teatro. La sonrisa se me filtró finalmente en el semblante, socarrona, y lo observé de reojo. ¿Qué pensaría si le decía la verdad?

    —Me gusta ser solidario con los demás, ya sabes —respondí, riéndome por lo bajo, debido a lo descabellado que sonaba eso viniendo de un maldito bastardo como yo—. Ayudé a esa niña con un entrenamiento de artes marciales; andaba un poco desesperada por mejorar una técnica que no le salía, pobre. Una que sirve para estampar gente contra el piso, como si fuesen muñecos de trapo.

    Giré el rostro en su dirección, divertido. A sus oídos debía sonar realmente irrisorio oír una cosa como esta sobre la albina dulce del salón que además era tremenda enana. No podría culparlo porque pequé de lo mismo, pero no dejaba de ser gracioso.

    —¿Qué pasa, Shimizu? ¿Viniste a dejarme otra galleta tú también? No rechazo los premios dobles, eh.
     
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    Zireael

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    Quizás no hubiese que tener demasiadas luces para verlo, ¿cierto? Que imbéciles como Matsuo y yo nos originábamos de una piedra demasiado similar para el gusto de cualquiera, puede que fuese posible estirar la noción hasta abarcar a figuras como la de Sakai o incluso otras más, menos aceptables y más incómodas, pero era lo que era. Digamos que los muertos de hambre nos reconocíamos entre nosotros y eso era imposible de negar, pero incluso así había huecos en la información.

    ¿Podía internalizar que fuésemos un objetivo para él?

    No, mis ojos no funcionaban tan bien, pero había cegado a mi observador.

    Había arrojado a mi gárgola desde lo alto de la catedral y ahora, incluso si sabía dónde encajarle el cuchillo a alguien para que sangrara a borbotones, no tenía tanta claridad respecto a otras cosas. Este enano cabrón había salido de solo Dios sabría dónde a rascar las pelotas, su nombre no me sonaba de nada y eso lo sabía, ¿pero por qué debía ser más peligroso que otros diablos? Si aquí habían diez apestados por metro cuadrado, hacía falta más para asustarme.

    Una vez me aposté a su costado, invadiendo su espacio, puse toda la atención en eso para evitar seguir pillando información que, a la larga, solo usaría para seguirla cagando. Matsuo mordió la galleta, aunque el apodo de mierda hizo que el aire se le escapara por la nariz y seguí el viaje casi cómico de las migajas. Hablando de muertos de hambre, recogió los restos de la galleta y mantuve la posición, el desinterés por el postrecito me sobraba.

    Reconocía a los chivos expiatorios ajenos porque yo también recurría a las cabezas de turco, ¿si no por qué estaba aquí? El pensamiento me estiró la sonrisa prácticamente en el momento en que a él el gesto por fin le alcanzaba el rostro y al escuchar su respuesta me tragué una risa, devolviéndole parte del espacio que le había robado. ¿Qué la niña de poco más de metro y medio estaba practicando para derribar gente? Hombre, de todo escuchaba uno en esta escuela de niños pijos. Es que ya era surreal.

    Pero puede que yo supiera demasiado bien que no había que juzgar a las caras inofensivas.

    —Pongo en duda lo de la solidaridad, ¿te sabes el juego de dos mentiras y una verdad? Pues eso, por descarte vamos a creerte lo del tapón de corcho derribando personas —contesté devolviéndole todo el espacio ahora sí y lo miré desde arriba—. ¿Saliste volando acaso, Ryuu-chan? Prometo guardar tu secreto.

    Juntarme con este imbécil parecía una idea de mierda, ¿no?

    —No hay proveedor y aquí no somos ricos, muchacho. Para recibir otra galleta de mi parte tendrías que hacer algo que me cambie la vida en el largo plazo, no solo hacerme el favor de escupir a comando.

    ¿Pero cuándo había yo tenido una buena idea de por sí?
     
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    Bruno TDF

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    Mi revelación sobre las actividades del conejito del salón le vino en gracia a Shimizu, como era de esperarse, así que no pude impedir que mi sonrisa se ampliara al ver cómo se tragaba una carcajada. Si me detenía a pensarlo, la fuerza oculta de Maxwell era otro chismecito que podía usar para entretenerme con la gente y ver, cual espectáculo, las reacciones variopintas que tendrían ante semejante verdad. ¿Quién se lo iba a esperar de la chiquilla que, más bien, parecía querer matar a todos, pero con su ternura? Ah, qué risa me daría cuando supiera que también practicaba un estilo de karate bastante jodido, donde se metían ostias como panes, que te dejaban el cuerpo duro como acero. Pero por el momento, la muchachita parlanchina no me concedió el placer de contármelo.

    Encogí los hombros cuando dijo que ponía en duda lo de mi solidaridad, por seguir el teatro solamente; lo cierto es que a ambos nos importaba una mierda si era buena gente o no. Y menos mal que llegué a tragarme los últimos restos de galleta al hacer esto, ya que lo del “tapón de corcho” sí terminó haciéndome reír en su cara. Que, a ver, yo debía ser el más bajo entre los tipos de tercer año, hasta ahora no vi uno solo que estuviera por debajo del metro setenta; pero Maxwell, Vólkov y Meyer seguía siendo bastante pequeñajas, ponerlas al lado mío sólo acentuaba el hecho, vaya.

    Mantuve la sonrisa en todo momento. A lo sumo se torció un poco cuando Arata me preguntó si había salido volando, en un gesto algo irónico. ¿Que éste guardaba secretos? Pues habría que creerle.

    Porque susurró algo al oído Dunn, ¿no?

    Qué pena que no me compartiera el chismecito.
    Volví a encogerme de hombros ante la otra parte de su respuesta, en la que me hizo saber que mi premio doble no sería concedido. Entrelacé los dedos, alcé las manos sobre mi cabeza y volví a desperezarme, haciendo que tronaran otra vez; todo acompañado de un bostezo.

    —Algo que te cambie la vida a largo plazo, dices… —comenté, mientras me ponía de pie— Suena a algo que excede que mi inacabable solidaridad —ironicé, riendo por lo bajo—. Supongo que tendré que proveerme por mi cuenta. Y como mucho, te puedo ofrecer una botella de agua, que hace un calor de los mil demonios.

    Señalé con el pulgar la puerta del salón, con el pulgar, en una invitación tácita.

    —Ah, ¿y qué más me dijiste antes? —añadí de pronto, haciéndome el olvidadizo— ¿Qué si volé por los aires? Hombre, te diría que dos veces, pero no fue hoy —lo miré—. Digamos que desafié a la chiquilla a una suerte de duelo, creyendo que no aceptaría y terminé mirando el techo. No me quejo, fue una buena lucha

    Asentí, mostrándome satisfecho por algo que avergonzaría a cualquier pandillero. De pronto, mis ojos se clavaron en los de Shimizu y mi voz adquirió un tono diferente, más enigmático, al arrojarle el anzuelo:

    —¿Te gustan las luchas, Shimizu?
     
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  7.  
    Zireael

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    En este momento lo de Maxwell mandando a volar personas estaba bastante en segundo plano, incluso si la estupidez era descabellada en sí misma, imaginarse a la enana mandando a volar casi metro setenta de persona era para mearse y asustarse. Igual la gente de artes marciales era bastante temible en general, venía el tapón de corcho y te podía mandar a negro de una hostia, todo era risas hasta que te pasaba a ti.

    Que hablando de tapones de corcho, al idiota le vino lo suficiente en gracia el comentario para hacerlo soltar la risa y yo liberé el aire por la nariz, entretenido. No era que tuviese mucho derecho a reírse, si era un corcho él mismo, pero no hacía falta mencionarlo, dudaba que no fuese consciente de ello y de por sí eso no le quitaba el aire medio salvaje que poseía.

    El imbécil mantuvo la sonrisa, noté que el gesto se torcía cuando le pregunté si había salido volando y ensanché mi propia sonrisa, esperando. No me interesaba mucho que este se creyera si podía guardar secretos o no, pues al final del día todos los teníamos, pero el embrollo con Cayden era distinto. Yo lo había apuñalado, pero no pensaba darle a nadie más el mismo poder de destrucción ni convertirlo en un objeto de diversión, incluso si toda la información que Matsuo podría necesitar para armar el rompecabezas era casi de dominio público. Esta dinámica era egoísta y dañina, una conducta gastada y que Cay conocía, ¿pero no llevábamos en este juego ya unos años?

    Se molestaba, se le pasaba, yo la cagaba y luego lo arreglábamos, sin embargo, no sabía hasta dónde lo de esta vez tenía arreglo alguno. Puede que fuese excesivamente fatalista, pero conocía al niño que había visto crecer y puede que ese fuese mi pecado más grande, por eso sabía justo dónde apuñalarlo y lo había hecho, sin más.

    Luego de que él defendiera mi supuesta lealtad.

    Pero había guardado silencio.

    —Bueno, solidario o no digamos que podemos hacer negocios todavía. Una galleta ayer, una botella de agua hoy…

    Mantuve la sonrisa, pero cuando admitió haber salido volando dos veces una carcajada me abandonó el pecho y solo la imagen mental fue suficiente para que la gracia, genuina, me durara algunos segundos. Lo contaba sin vergüenza, satisfecho incluso, y se me ocurrió que eran una combinación de lo más extraña.

    Se me estaba pasando la risa cuando sus ojos encontraron los míos y el tono de su voz cambió. La pregunta que soltó me hizo alzar las cejas, no contesté de inmediato y comencé a caminar hacia la puerta.

    Estaba entrenado más para correr que para cagarme a piñas, en sí porque evitaba verme en escenarios que requirieran un llamado a la policía, pero a fin de cuentas la calle era la calle. Tal vez no me cagara a palos con todo Dios, pero había reventado a Ryouta y lo había apuñalado, ¿no? No era el individuo más tranquilo del barrio, sin duda.

    —¿Mirarlas o ser parte de ellas?

    Que no tuviese observador no significaba que yo fuese tan imbécil, su pregunta fue extraña y me parecía que necesitaba más contexto para saber qué demonios preguntaba este cabrón y por qué.

    te dejo la misión de arrastrarlos
     
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