Aula 3-3

Ayer, cuando había encontrado las galletas, decidí prácticamente al instante que las guardaría para comerlas con ella en otro momento. El detalle se asemejaba a los almuerzos de Emily y bastó para, en cierto modo, darme una noción más clara del tiempo y el espacio, de quién era yo y de las personas que me rodeaban. Rastreé la última vez que la había visto, recordando el encuentro azaroso en la sala de música, y en vez de preguntarme si merecía estas atenciones simplemente agradecí recibirlas. Agradecí contar con personas que, de una u otra forma, cuidaban de mí.

—Ha estado bien —concedí con calma.

En ese momento intervino Morgan, encargándose de los protocolos sociales que yo no había atendido. Intercambié la vista entre ambas conforme hablaban. Fiorella se presentó y Morgan asintió ante su pregunta, con la sonrisa suave e inmutable de siempre.

—Morgan O'Connor. El placer es mío~

—Nos conocimos poco después de que Morgan llegara al país —completé la información porque sí mirando a Bianchi, y en mis labios danzó una sonrisa divertida—. Fui su primer amigo aquí, y por ende el más importante.

Era una broma, obvio, pero al mismo tiempo sabía que era cierto y que Morgan no lo contradeciría.

—¿Ustedes cómo se conocieron? —inquirió, con su atención puesta en Fiorella.

 

Torahiko me confirmó que había hablado con Diekmann aquella mañana de lunes, aunque de todos modos nunca había dudado de la veracidad de aquel dato, y luego dijo que le parecía bien la idea de entrevistar a mi padre, ¡incluso mejor que la otra opción! Me sonreí, sin poder esconder la chispa de orgullo por ello, y poco después asentí con la cabeza un par de veces, cuando mencionó que estaría atento para la decisión de cuándo haríamos la entrevista.

—Sí, sí. Vosotros estáis todos en la misma clase, así que soy yo la que tiene que andar detrás —comenté, junto a una risa ligera—. Pero tengo el número de Joey, así que cualquier novedad, le escribo a él y que haga de mensajero. No creo que le importe... —o sí, pero algo me decía que no lo tendría muy difícil para hacer que me perdonase, de ser el caso.

Seguí el recorrido que la mirada del muchacho hizo justo al rato, girando apenas el cuerpo para poder ver bien qué era lo que estaba buscando, y una ligera cuota de curiosidad se me instauró en el rostro cuando me di cuenta que se trataba de mi pupitre. Volví a centrar mi atención en él, llevándome las manos tras la espalda, y no pude evitar alzar ligeramente las cejas al recibir su pregunta, algo sorprendida por el interés.

>>Pues todavía no lo había decidido, la verdad —contesté, suavizando la expresión al dedicarle una nueva sonrisa, y justo después ladeé la cabeza, entrecerrando apenas los ojos para mirarlo al haberme dado cuenta de la posible motivación de aquella pregunta—. Ah, no me digas... ¿será que quieres pasar el receso conmigo y te daba vergüenza decirlo directamente, Sakai-san?

 

A la niña se le escapó el orgullo cuando dije que me parecía mejor opción la suya que la de Diekmann, la estupidez me hizo algo de gracia porque la verdad el asunto no era competencia ni nada. Igual había que decirlo, este grupo de la nada era el equivalente de meter lo que te queda en la nevera en la licuadora y presionar el botón. Diekmann, Wickham, esta chica y yo era un revoltijo medio raro.

Imaginarme a Wickham de mensajero también tuvo su gracia aunque no dije nada, me limité a asentir con la cabeza y dejé el asunto correr. Ya con haber hablado con dos del grupo me valía para hacer acto de presencia, al menos me aseguraba no ir a quedarme por fuera por desinteresado, así que mi trabajo estaba hecho aquí. Luego solté la pregunta, noté la cuota de sorpresa en sus gestos y seguí el resto de sus reacciones.

—¿Vergüenza? —reboté de inmediato, como si hasta la palabra estuviera en otro idioma. Al final solté una risa por la nariz y medio giré el cuerpo hacia la puerta—. ¿Entonces? ¿Quieres venir? Pensaba bajar a buscar algo de comer.

 

No me sorprendía ir descubriendo amigos de Ko por la vida, los hacía con facilidad y, en cierta forma, tampoco se le dificultaba conservarlos. Era una lógica que se me escapaba, ciertamente, pero tampoco la cuestionaba. Sería hipócrita de mi parte poner en tela de juicio los motivos que, sin ir más lejos, mantenían nuestra propia amistad. Lo que apareció frente a mí fue una muchachita pelirroja, parecía tranquila y sus pecas pillaron mi atención al instante; le daban un aspecto adorable.

Ante mi pregunta, ella de repente cerró los ojos y yo alcé las cejas, mirando a Kohaku. Él me correspondió de soslayo y se encogió de hombros, sereno. Regresé a Fiorella y aguardé lo que, supuse, era su momento de recolección de recuerdos. Finalmente habló de su primer día aquí, que casi se chocaron, y Ko asintió junto a una risa breve. Al oírla mencionar el club de música parpadeé y me acordé del evento de baile y la pianista que había musicalizado la presentación. Ah, era ella, ¿verdad?

La parte del "otro mérito" que "se había llevado él" me tintó la sonrisa de diversión y deslicé la mirada a Kohaku, quien seguía con cara de no hacerse cargo de nada.

—No le tenía fe como presidente de un club —comenté al aire, captando su atención—, pero al final lo hizo bastante bien.

—¿Debería ofenderme o agradecerte? —replicó, riéndose.

—Eres la chica del piano, ¿verdad? —busqué confirmar con Fiorella, y luego asentí ante su pregunta—. Lo soy, sí. Vengo del norte de Escocia.

Su nombre era terriblemente italiano, así que me tomé el atrevimiento de saltar a conclusiones. Ella entonces indagó respecto a las galletas y miré a Kohaku. El chico había alzado las cejas para recibir su pregunta y, desde mi posición, noté que hundía la mano en su bolsillo. Verlo, por algún motivo, me dio consciencia de mi propio cuerpo y le eché un vistazo fugaz al tulipán negro.

—No puedo decirte... —murmuró, sembrando algo de suspenso hasta que le mostró el paquete con una sonrisa bastante amplia—. Porque quería compartirlas contigo, así que no probé ni una sola.

El orgullo que le permeó la voz al final fue muy evidente y solté una risa nasal.

—¿Te felicitamos? —lo molesté, y él se impostó algo de ofensa.

—¡Pues deberían! —Me puso el paquete prácticamente en la cara y yo retrocedí por instinto—. Son de limón, ¿ves? Li-món. Sí que me costó no abrirlas. —Devolvió su atención a Bianchi, renovando su sonrisa suave—. ¿Quieres hacer los honores, Fio-chan~?

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no pasa nada, linda uwu