Aula 3-3

Tema en 'Tercera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Zireael

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    Anoche me había dormido tempranísimo, había caído redondo apenas le eché algo al estómago y le medio ayudé a Izumi a ponerse al día con las tareas de los dos días que estuvo en casa, aunque me enteraba de bastante poco. Cuando Sei apareció por la puerta luego de haber ido abajo a cocinarse unos fideos instantáneos se dio cuenta de que ya no me carburaba el cerebro mucho más, así que me echó a empujones de su habitación y dijo que él terminaba de ayudar al menor. Le dije que no un par de veces, pero al final cedí, bajé a hacerme mis propios fideos y entonces procedí a morirme.

    Me salió medio mal, porque al final dormí tanto que desperté aturdido y llegué a la escuela al filo de que sonara al campana. Las clases me las pasé batallando con mi cerebro pastoso para poner atención, lo logré a medias aunque para cuando sonó la campana del receso ya estaba cabeceando, para variar.

    Me estiré en la silla, me enjuagué el rostro con las manos y cuando relajé el cuerpo saqué el móvil para revisar algunos mensajes. Eran de mi madre agradeciendo que hubiese hecho la compra de la semana y no sé qué más, le respondí que no era nada y guardé el aparato de nuevo. De hecho estaba en eso cuando sentí la caricia en el cabello y alcé la mirada solo para notar la silueta de Sasha seguir hasta el asiento detrás de mí.

    La ignorancia era una virtud, porque yo había dormido a pierna suelta sin saber que ella iba por la vida pensando no sé qué mierdas por haber escuchado mi apellido en un mal lugar. A la pobre criatura no le daban dos segundos de paz.

    Empujé mi silla con las piernas hasta que sentí que el respaldo chocó con el pupitre, entonces dejé caer la cabeza hacia atrás y mi cabello se medio desparramó sobre el bento cerrado y en dirección a Sasha. La detallé así, de cabeza, el rojo de su cabello y el ritmo de su respiración.

    —Trato —respondí a lo del zumo y me enderecé—. Eres un zombie, cielo. Necesitas como medio litro de café.

    Mientras le decía eso me levanté, moví la silla y la giré para poder mirarla de frente sin desnucarme en el proceso. Cuando volví a sentarme estiré la mano en su dirección para hundir los dedos suavemente en su cabello, acariciándola.


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    Gigi Blanche

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    Cuando inclinó la cabeza hacia atrás, algo de su cabello me hizo cosquillas en la mano y entreabrí los ojos, dando con los suyos. Al revés, claro. Le sonreí en automático, fue un gesto suave e involuntario antes de volver a acurrucarme como gato. Escuché lo del zombie y el medio litro de café mientras movía la silla, yo hundí el rostro en mi brazo y mi voz salió amortiguada.

    —¿Sólo medio litro? —repliqué, quejumbrosa—. Ayer no dormí nada, siento mis neuronas morirse una a una con cada segundo que pasa.

    Por los sonidos que me alcanzaban adiviné que había girado la silla y vuelto a sentarse. Sus dedos se hundieron en mi cabello, el gesto me vació los pulmones lentamente y me desinflé, volviendo a acomodar la mejilla en mi antebrazo. Empujé el bento en su dirección apenas con la punta de un dedo.

    —Tienes que decirme tus comidas favoritas, así dejo de hacer arroz y pollo para no cagarla. —Crucé los tobillos bajo la mesa y seguí hablando al aire—. ¿Qué verduras te gustan? ¿Qué tipo de carne prefieres?

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    Su sonrisa fue suave y eso se proyectó a mis propios gestos, me quedé mirándola unos segundos aunque volvió a acurrucarse y solo después hice toda ma movida para acomodarme. Al mismo tiempo su voz me alcanzó, quejumbrosa, y me dio cierta ternura aunque pues pobrecilla.

    —Bueno, para el final del día puede que quedes igual de tonta que yo —añadí por la gracia y me dediqué a acariciarla medio en automático—. Lo que sería muy malo para el futuro de esta sociedad, claro.

    La noté empujar el bento en mi dirección, pero seguí volcado en las caricias y más bien me incliné en su dirección para descansar el rostro cerca de su cabello, respirando suavemente encima de ella. Me alcanzó el olor de lo que debía ponerse en el pelo y el resto de cosas que, a la larga, relacionaba con ella. No supe si fue eso lo que me adormeció de nuevo o solo fue que su cansancio se me pasó contagió por aire.

    —Lo que comas tú está bien —murmuré desde allí y hundí la nariz en su cabello un segundo antes de seguir hablando—. No tengo paladar de crío de cinco años que solo come nuggets y papitas. Ninguna carne me molesta y si me das un balde de arroz seguramente me lo coma antes que cualquier verdura, eso sí.

    Esta pobre niña ya debía estar acostumbrada a que parecía una garrapata con ella, así que me quedé allí en su espacio un rato más antes de regresar al mío y retirar la mano de su cabello para atender al bento. Lo destapé con cuidado y pesqué un pedazo de pollo con la mano, dejando los modales en el tercer piso del subsuelo.

    —¿No quieres echarte una siesta en el enfermería? —pregunté con la boca llena y eché un vistazo por la ventana del salón—. Te puedo acompañar si quieres, que ahí se mete cualquier loco.
     
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    Las caricias en mi cabello tenían un efecto doble, porque por un lado estaban bonitas y por el otro me daban más sueño. Ah, destino cruel. En cualquier caso cedí a los placeres de la vida y me quedé quieta. La estupidez de que quedaría tonta como él hizo vibrar un gruñido en mi pecho y suspiré, dramática.

    —Un gran poder conlleva una gran responsabilidad, ni modo.

    Estaba con los ojos cerrados, increíblemente relajada, de modo que seguí adivinando sus movimientos según sonidos y sensaciones. Lo noté cerca mío, de una forma extraña arrastró en mi dirección una cuota sutil de calidez y me sonreí, sin decir nada. Cuando se hundió en mi cabello me hizo cosquillas ligeras y solté una risilla. Los sonidos de los demás, allí en el aula y afuera, en el pasillo, me alcanzaron borroneados.

    —Pero tienes que comer verduras —puntualicé, frunciendo el ceño sin darme cuenta, aunque mi voz apenas calificaba en murmullo; mucho no intimidaba—. ¿Te gustan más hervidas? ¿Al horno? ¿Salteadas?

    Nos quedamos así un poco más, al menos yo no tenía intenciones de moverme. Cuando Arata por fin se alejó y empezó a comer, entreabrí los ojos. Pestañeé un par de veces, tapando un bostezo profundo en mi brazo. Volví a parpadear para apartar las lágrimas. A mi neurona le tomó un par de segundos extra procesar su oferta. Alcé el rostro y lo miré, con el ceño fruncido y un poco cara de dormida todavía. Era confusión, no molestia. En la vida, siquiera por un segundo, se me había ocurrido la opción de dormir en la enfermería.

    —Pero no es para eso —repliqué, no por puritana, sino porque aún me asombraba—. ¿Nadie les dice nada?

    A mi cerebrito, algo cuadrado y de por sí espeso, le costaba asimilarlo. ¿La gente la usaba para echarse siestas y yo jamás me había enterado? ¿Qué clase de injusticia era esa?

    ¿Y por qué me sentía tan anciana?

     
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    El dramatismo en su reacción a mi comentario de que iba a quedar igual de tonta que yo me sacó una risa baja, calificaba más de vibración que de otra cosa. A eso se le sumó lo de las verduras y me permití una sonrisa bastante resignada que a ella nunca la alcanzó por cómo estábamos acomodados, pero me limité a escucharla hasta que hizo las preguntas.

    —Hervidas son aburridísimas —solté con tono de queja—. Supongo que salteadas son un poco menos aburridas, yo qué sé.

    Cuando dispuse a comer y todo el tema la noté bostezar, de verdad que se andaba muriendo, pero igual lo que no anticipé fue su reacción a mi oferta. Yo lo había soltado sin más, como si fuese normal, y estaba llevándome algo más de pollo a la boca cuando alzó el rostro y me miró como si tuviese monos en la cara; afirmó que no era para eso y entonces su confusión rebotó en mis facciones.

    —¿Nunca hay nadie? —Pretendía ser una afirmación, pero me salió como una pregunta y dejé el trozo de pollo en el bento en medio de mi confusión—. Tiene camas, nadie te vigila más que por el panóptico de las cámaras y ya, ¿por qué no podrían usarse para dormir?

    Suspiré con una mezcla de resignación e incredulidad, me llevé los dedos al puente de la nariz y la miré con la paciencia que comenzaba a ser natural que manejara a su alrededor. Lo mismo del otro día, parecía ser inteligente y tontísima al mismo tiempo.

    —Linda, ni un alma te dirá algo si te duermes allí un rato.
     
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    Claramente me estaba diciendo que nunca se molestaba en comer verduras, ¿no? Había que ver nada más. Hervidas eran bastante aburridas, sí, pero si salteadas le apetecían mejor podía trabajar con eso. Había mucha variedad que podía saltearse, ¿no? O incluso combinar. Luego estaban las verduras frescas, claro, que en su punto justo eran muy ricas.

    Me había ido por las ramas, ser consciente de ello me arrancó una risa extremadamente baja y dejé el asunto estar. No era la gran cosa, podía ir probando diferentes ingredientes y descubrirlo de a poco. Fue extraño, quizá, esa clase de... proyección en el tiempo. Me daba miedo caer en esas asunciones, me lo daba porque muchas veces las cosas se me agotaban, pero en ese momento fue... natural. Lo acepté y ya.

    Sus puntos a favor de usar la enfermería como casa de siestas tenían sentido, suponía. En sí no era ninguna locura, vaya, sólo que a mí jamás se me había ocurrido. Suspiró y lo vi pellizcarse el puente de la nariz, cosa que me hizo fruncir el ceño y un poco los labios, como una chiquilla. Busqué su mano, se la quité del rostro y lo que tenía pinta de querer ser un regaño acabó deformándose junto a una risa breve.

    —No te estreses, amor, o te saldrán canas.

    El muerto quejándose del degollado, desde luego, pero mejor fingir demencia. Pillé algo de pollo y lo mastiqué, pensativa. Dormir en la enfermería... ¿quizá pudiera hacerlo cuarenta minutos o así? Mal no me venía. No sabía si lograría pegar ojo en un espacio tan atípico, pero por probar no perdía nada.

    —Ah, cierto. —Lo miré—. Escúchame una cosita. Tu famoso Ikari, ¿de casualidad es pelirrojo y de ojos grises? O sea, básicamente mi hermano perdido.
     
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    En sí no era que no me gustaran las verduras, era que no las contemplaba en las opciones porque tendían a costar un poco más y con el poco tiempo que teníamos todos en casa, a veces las compraba y se pasaban. Con el paso del tiempo simplemente habían comenzado a parecerme aburridas porque mamá las ponía a hervir y a veces ni les ponía sal en su caos, así que era un poco un círculo sin fin. El punto era que si me las ponían en el plato me las comía, vaya, si era muerto de hambre antes que cualquier cosa.

    Igual la cosa quedó allí y nos quedamos en el colapso mental llamado "A Sasha nunca se le había ocurrido dormir en la enfermería". Reaccionó a mi suspiro, lo hizo como una mocosa a la que le llaman la atención por algo que no terminaba de comprender que estuviese mal y apartó mi mano del rostro con la suya, si iba a regañarme le pasó más o menos lo mismo que a mí. Paciencia por mi lado y la risa por el suyo.

    —Me van a salir de aquí a mi próximo cumpleaños, tengo cero pruebas y cero dudas —dije a lo de las canas y estiré la mano hacia ella para pellizcarle la nariz—. Además, ¿qué hace el burro hablando de orejas?

    Su pregunta sobre Ikari me pilló en frío. Primero porque nunca había pensado que Pelirroja Número Uno tuviese parecido con Pelirrojo Número Dos, ¿o era el tercero si contaba a Cayden antes? ¿O el cuarto más bien si contaba a Mason también? Como fuese, que quizás ya estaba tan desensibilizado a los rojitos estos que lo cancelé de mi cabeza. El segundo motivo era que no le había descrito a Rowan en lo más mínimo y el tercero que seguía sin saber que el estúpido estaba aquí en la academia.

    —Puedes verlo así, si quieres, la verdad es que no lo pensé —respondí confundido otra vez—. ¿Ahora eres vidente o algo? ¿Por qué preguntas por tu recién descubierto hermano perdido?
     
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    Desvié la mirada a su cabello cuando dijo que para el año entrante le saldrían canas y una risa murió en mi garganta. Había albergado una intención y esa intención se vio cruelmente interrumpida al sentir que me pillaban la nariz como broche de ropa. Volví a arrugar el gesto y me hice hacia atrás levemente para zafarme, moviendo un poco la nariz.

    —En fin, lo que iba a decir, y lo diré aún así porque soy muy buena... —anticipé, recargando el rostro en mi mano, y una sonrisita bailó en mis labios al buscar sus ojos—. Yo que tú no me haría demasiado problema, a los tíos les quedan bien las canas~ ¡O bueno! Al menos a mí me gustan.

    La confusión que se le pegó a la cara cuando mencioné lo de Ikari me hizo pensar que quizá me había equivocado, pero no acabó siendo el caso. De hecho, la sorprendida fui yo al conectar cabos y darme cuenta que el idiota no lo sabía.

    Babe, ¿bromeas? Está literalmente a dos paredes de distancia —indiqué, junto a una risa incrédula—. Fue... ayer, sí, él y otro chico se transfirieron a la 3-1. Parecen conocerse, el de los mechoncitos amarillos era... ¿Sakai, creo?

    Pillé un poco de arroz y lo mastiqué casi sin ganas.

    —No he podido hablar con él, o más bien prefería consultarte a ti primero. ¿De veras son el mismo Ikari? The hell.
     
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    No había puesto especial fuerza al pescarle la nariz, así que cuando se hizo hacia atrás se soltó de mi agarre sin mucha dificultad y a mí se me soltó una risa en lo que regresaba el brazo a mi espacio. La verdad no había pensado que el comentario inicial de las canas incluyera otro, así que cuando siguió hablando le presté especial atención hasta que soltó la tontería y volví a reír.

    —Bueno, pero me lo hubieras dicho antes, podría haberme estresado con algunos días de anticipación a ver si recortaba el margen de tiempo. —Me quejé en voz alta y solté un suspiro bien dramático—. Ahora tendrás que esperar a ver si el milagro sucede.

    El momento de estupidez dio paso a la confusión por Ikari, cuando me soltó que estaba a dos clases de distancia fruncí el ceño con ganas y estuve a un pelo de decirle que no era posible, que había visto al estúpido anteayer y todo el cuento. La idea murió apenas mencionó a Sakai, solté el aire por la nariz y asentí con la cabeza.

    —El del tigre en el cuello. Sí, es Sakai y por rebote, sí es el mismo Ikari —afirmé entre resignado y derrotado, pero puse mi atención en la comida de nuevo y dejé de comer con la mano para poder pescar un bocado de arroz—. Llegué bastante tarde hoy en la mañana y ayer no me moví demasiado por los pasillos, así que debo habérmelo perdido. Vi al imbécil anteayer en Chiyoda y no me dijo nada de la escuela.

    Hice una pausa para comer un poco más, pensé en reclamarle al idiota por no decir nada pero luego procesé que, bueno, yo no tenía nada que hacer en este colegio pijo después de todo. ¿Por qué Ikari me diría algo de una transferencia a una escuela de nombre grande cuando yo debía estarme pudriendo en Shinjuku? Era un poco de lógica.

    —Como sea, la otra noche le comenté de la idea que tienes y me dijo que decidiría qué hacer solo cuando pudiéramos hablar los tres. Supongo que esto facilita un poco las cosas.
     
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    Lo de las canas no dejó espacio a mucha más tontería, solté una risa nasal para cerrar el tema y luego pasamos al asunto de Ikari y el otro, Sakai, a quien aparentemente Arata también conocía. Me quedé en aquella posición, con la mejilla aplastada contra mi mano, mientras él ataba cabos, comía y me respondía. Que los había visto en Chiyoda, no sabía lo de la transferencia y que ya habían hablado al respecto de mi idea. ¿Y no se le había ocurrido mencionármelo? Suspiré con disimulo, descartando el detalle.

    En fin.

    —Vale, entonces coordina con él y cuando haya día y lugar me avisas —resolví sin más, en modo business—. Cualquier día de la semana a la hora del receso me queda bien.

    Renové el aire de mis pulmones y me quedé allí, sin mucha energía para nada, mientras Arata comía. Tenía el motivo nuclear de mi visita rebotándome en la cabeza, obvio, pero no fue hasta algunos minutos después que pillé lo que necesitaba para decírselo.

    —Otra cosa —murmuré, como si se me acabara de ocurrir y no le llevara dando vueltas desde ayer—. Ayer, en el club, oí algo extraño. No puedo darte mucha info realmente, por el contrato y toda la mierda, pero puesto de forma simple... Mal Trigo Uno le pidió a Mal Trigo Dos que "se encargara de Shimizu". —Suspiré, removiéndome un poco para lanzarme el cabello a la espalda—. Quizá no debería haberlo hecho, pero me tomé la molestia y ya confirmé que no hablaban de ti. Igual te aviso por si es un familiar tuyo o algo. Sé que no dice mucho y que cosas así deben ser moneda corriente, si les encanta hablar como mafiosos, pero qué sé yo. Para que lo sepas.
     
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    Solo cuando le dije lo de Rowan recordé por qué mierdas ayer, cuando Makris chocó conmigo, había estado por sacar el móvil del bolsillo y había sido para escribirle a Sasha lo de Rowan. Entre una estupidez y la otra al final lo olvidé por completo, tanto que ni siquiera al final del día de clases volvió a mi mente y luego acabó sepultado. Puntos menos a mi neurona por eso.

    En cualquier caso, ahora lo sabía y estábamos los tres en el mismo espacio físico, así que daba un poco lo mismo en efectos prácticos. Ella entró en modo negocios, medio que yo también así que saqué el móvil para ponerme un recordatorio de hablar con Ikari para acordar el asunto y que no pasara lo mismo de ayer.

    —Como ordene la señorita —contesté y dejé el aparato sobre el pupitre.

    La verdad era que como la ignorancia era felicidad, para mí la aparición de Sasha no tenía motivos de fuerza mayor ni nada de gravedad incluido en el paquete, así que seguí comiendo como si nada. La pobre desgraciada estaba sin dormir, había contenido el impulso de escribirme a vete saber qué horas y aquí estaba yo tan pancho.

    Al menos lo estuve hasta que soltó mi apellido en contexto.

    Comprimí los gestos de lo lindo, dejé de comer y apoyé los brazos en el borde del pupitre, demasiado molesto para seguir como si nada. Había evitado adrede mencionarle al estúpido a Sasha por una cantidad de motivos que escapaban a mi propia comprensión, pero si ya ella misma había confirmado que no se trataba de mí las opciones se cerraban a una sola: Ryouta.

    Lo habían encontrado, el maldito imbécil había quedado vivo luego de que los perros de Yuzu lo atacaran.

    ¿Y ahora quién tenía al infeliz?

    —El viejo que me dio el apellido —escupí sin ninguna clase de preludio, era claro que me negaba a llamarlo padre—. No tiene sentido que sea otra persona, debe ser el imbécil de Ryouta. El hijo de puta le debe pasta a no sé cuánta gente y ya sabes de qué clase de gente hablo, así que medio mundo debe querer su cabeza para ponerla en la pared al final de la temporada.

    Tamborileé la mesa con los dedos, fastidiado, y solté el aire por la nariz. ¿Qué más daba? Que se cargaran al desgracio, así me ahorraban el trabajo, si lo querían subastar como si fuese una res me daba lo mismo en tanto supieran separarme a mí de sus mierdas.

    —Me da igual si lo usan de saco de boxeo cada noche o lo que sea —añadí de mala gana, pero la molestia no estaba dirigida a ella en lo más mínimo así que cuando conecté neuronas suavicé los gestos para mirarla—. Gracias por hacérmelo saber de todas formas y lamento si por la gracia te preocupaste.
     
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    Gigi Blanche

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    La tontería que dijo tras manipular su móvil unos segundos me arrancó una sonrisa pequeña, entre divertida e incrédula. De veras parecía por momentos que éramos socios de negocios o que yo le daba órdenes y él las acataba sin más, y la idea fue... entre hilarante y satisfactoria. Éramos unos putos críos de preparatorio, ni idea con qué derecho nos dábamos semejantes humos, pero ahí estábamos.

    Y para volver la broma aún más buena, a falta de dos mocosos, ahora seríamos tres.

    Su expresión mutó apenas mencioné su apellido, fue totalmente evidente y si seguí hablando como si nada fue gracias a que, bueno, tenía ese poder, suponía. Las cosas podían ocurrir frente a mí, yo las mandaba a la lista de espera en mi cerebro y seguía bien fresca. Cerré la idea, él dejó de comer y atendí a su respuesta. Sonaba jodidamente molesto, incluso resentido, y en ningún momento interpreté que lo dirigiera hacia mí. El problema aquí era... su padre.

    En ese momento recapitulé y me di cuenta que me había hablado de su mamá, de sus hermanos, pero nunca de su padre. Le debía dinero a mucha gente y de ahí la conexión. Que le daba igual si lo usaban de saco de boxeo. Dijo un montón de cosas fuertes y le creí sin más, siquiera se lo cuestioné. Tratándose de Arata, que en líneas generales todo le era indiferente, asumí que debía tener sus razones y punto.

    Al final medio se forzó a relajar el semblante para agradecerme y eso. No dije nada, no veía necesario hacerle saber que sí, me había preocupado un huevo por su culo; en su lugar, despegué el rostro de mi mano y estiré el brazo para acariciar el suyo.

    —Descuida, cielo. Entiendo que te dé igual, pero cualquier cosa puedes decirme, ¿sí? —Lo sopesé un par de segundos y al final decidí ofrecerle la carta—. Mal Trigo Uno está... bueno, vamos a decir que, de momento, está un poquito obcecado conmigo. Creo que puedo llegar a conseguir algo de información si la necesitas.
     
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    Si alguien se paraba a mirarnos en medio del Modo Negocios seguro se partía el culo, porque debía dar risa ver a dos críos que ni se habían graduado agendando reuniones como la gran cosa y dando órdenes o recibiéndolas. A mí había dejado de darme risa hace años, eso sí, porque a veces la cosa podía ponerse bien turbia en esos espacios grises entre ser críos organizados entre nosotros y ser piezas movidas por una mano invisible.

    Por lo menos aquí, en este espacio, las únicas manos que nos movían eran nuestras.

    O eso queríamos pretender.

    El punto fue que terminé soltándole un montón de mierdas de bastante categoría en cuestión de dos minutos, sin siquiera insinuar el caos que había sucedido en casa, y ella no reaccionó porque dudaba que reaccionara a algo en tanto su cabeza no le diera permiso. Una parte de su compostura me ayudó a saber que si tenía que seguir soltándole la sopa igual no era tan trágico como yo lo pensaba, aunque prefería seguir censurando ciertas cosas.

    En esencia, el que le había dejado la pelota de matar a mi padre a otros, a pesar de que había comenzado una caída con efecto dominó que había lanzado a Ryouta de mis manos a las de Yuzu, de las de Yuzu a las de la irish que solo había pensado que se moriría solo y de ellos a otra entidad, una que ahora se relacionaba con Sasha. La mierda era digna del efecto mariposa, eso estaba clarísimo, como siempre.

    Si se había preocupado o no por mi existencia no era algo que fuese a decir, en ese sentido comenzaba a conocerla, pero me disculpé más o menos por el mismo motivo. La vi despegarse la mano del rostro, luego me acarició y solté un montón de aire por la nariz, al mismo tiempo despegué los brazos de la mesa, tomé su mano entre las mías y la giré suavemente para dejarle un beso en el dorso.

    Me quedé allí sopesando lo que acababa de decirme, pero más que alegrarme que tuviese un canal de dónde sacar información me preocupó que Mal Trigo Uno (a quien yo iba a bautizar como Hijo de Puta Uno, claro) la tuviese en la mira. Comprimí los gestos de nuevo, pero seguí sosteniendo su mano como si la pobre desgraciada fuese mi pararrayos y solo la separé un poco de mí para poder hablar.

    —No sé qué tanto valga la pena —contesté en un murmuro bastante tenso—. Esparcí información sobre el viejo en el Triángulo, si estaba vivo dejé claro que eso no lo sabía yo y si algo de la información sale, por un motivo u otro, será demasiado obvio que el eslabón fuiste tú. Hay errores a los que no hay que dejarles espacio siquiera para suceder, sobre todo con esta gente. Con que pares la oreja basta, si algo suena lo bastante raro para que me preocupe por mí o mi familia entonces me lo dices, pero no más.
     
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    Seguí sus movimientos en silencio, al retirar mi mano de su brazo, girarla y presionar allí los labios. Era algo que hacía a menudo, en parte por ese detalle lo había empezado a molestar con la tontería del caballero. No estaba segura de dónde surgía la manía o qué función cumplía, pero en tanto le ayudara a centrarse a mí me valía. Había pesos y preocupaciones que no podríamos ahorrarnos, lo sabía, era inherente a la mierda en la que nos movíamos. Cada noche que él saliera a vender información, cada jornada que yo estuviera metida en el club. Hacíamos equilibrio sobre un abismo inmenso y... y ya. Era lo que era.

    Aguardé a su resolución, bastante espabilada de repente, y apenas separó los labios, despegué el pulgar para conferirle caricias livianas en la poca piel que alcanzara. Su razonamiento tenía todo el sentido del mundo y lo incorporé sin más. Era su padre y su familia, sólo le correspondía a él tomar la decisión.

    —Claro —accedí, en tono suave, y con la mano libre hice un gesto sobre mi cabeza con la palma abierta—. Mantendré las antenas en la frecuencia Shimizu todas las noches.

    Aún si implicaba permanecer cerca de Frank el mayor tiempo posible. Daba lo mismo, ¿cierto? El tipo ya me pillaba en banda cuando le apeteciera. Si calentarle la oreja servía, al menos, para hacerle ese favor a Arata, le daba a la mierda un poco más de sentido.

    Sin romper el contacto, apoyé la mano libre en el pupitre y me incorporé un poco. Me estiré en su dirección, presioné los labios sobre su mejilla y me quedé allí un par de segundos. En alguna parte del cuerpo me picaba la necesidad de disculparme por haberle arrojado recuerdos desagradables encima, pero sabía que era irracional. Las disculpas sinsentido eran una molestia para todos. Me separé y retrocedí lo suficiente para sonreírle.

    —Ahora mejor hablemos de algo lindo —murmuré, volviendo a mi asiento, y empujé apenas el bento en su dirección—. ¿Cómo andan tus hermanos? ¿Todo va bien?
     
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    Zireael

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    Ni siquiera había notado la regularidad con la que hacía esta tontería, pero en mi defensa no pensaba demasiado en ciertas cosas, sobre todo esas que hacía con el cuerpo, así que no le llevaba demasiado el apunte. La verdad era que solo me calmaba poder tocarla, en general me calmaba tocar a la gente en general y ya se sabía, la estupidez se llevaba el top tres en mi lista de vicios, como mínimo, así que ni modo. Ella me lo permitía, yo lo tomaba y así nos movíamos.

    Navegábamos el Mar del Diablo, sin duda necesitábamos anclas o desapareceríamos para siempre.

    Me concedió caricias allí donde su pulgar alcanzaba, parpadeé con cierta pesadez y el gesto de la antena junto a lo de frecuencia Shimizu me hizo cierta gracia, al menos la suficiente para permitirme una risa apagada. Iba a preocuparme como un imbécil en consecuencia, para qué decir lo contrario, porque eso de que tuviese a Hijo de Puta Uno encima me hacía gracia en números negativos, pero era su trabajo, que era una verdadera mierda, pero su trabajo a fin de cuentas.

    Igual era mi única misión real, preocuparme por ella.

    Tomé aire, la noté apoyarse en el pupitre y cuando se estiró para besarme la mejilla cerré los ojos unos segundos, esforzándome por lanzar la mierda bajo al alfombra con tal de volver al centro. No supe si lo logré realmente, para qué mentir, pero en cuanto se separó y volví a abrir los ojos por lo menos pude regresarle la sonrisa. Al mismo tiempo volví a presionar los labios en el dorso de su mano, fueron unos segundos y al final la bajé hasta que encontró el pupitre otra vez, la solté a medias porque aparté una de mis manos y seguí sujetándola con la otra.

    —A Izumi ya se le pasó la fiebre o la mierda rara que tuviese —respondí cuando cambió el orden de la conversación y bajé la vista al bento, aunque no me atreví a seguir comiendo de momento. En realidad ni me acordaba si le había dicho que el crío estaba enfermo, pero bueno—. Ayer dizque los iba a ayudar con los deberes pero me estaba cayendo de sueño y me mandaron a dormir, los muy cabrones, ¿te lo puedes creer? Dándome órdenes a mí, el mejor hermano mayor de la historia de Japón. No no, espero que nunca debas pasar por semejante situación.

    Todo lo solté en el tono de broma de siempre, era mi propia manera de resetearme, e incluso me desinflé los pulmones de forma bastante dramática. Igual cuando dejé el teatro un par de segundos, me atreví a llevarme otro bocado de comida a la la boca y mastiqué casi con pereza.

    —Gracias por el almuerzo por cierto —dije en voz baja y dejé los ojos pegados en el bento—. La comida casera sana un poquito el alma, ¿no crees?
     
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    Gigi Blanche

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    Me pareció que el último beso en mi mano era su modo de forzarse a cambiar el chip, correrse del fango donde se le había atorado la pierna y seguir avanzando. Me habría gustado hacer más por él, pero no me quedaba mucha energía en el cuerpo y con suerte le mantenía la conversación.

    Le sonreí con un dejo de ternura al contarme cómo estaban sus hermanos. No los conocía ni de fotos, pero aún así podía imaginar las escenas vagamente en mi cabeza y que se empeñaran en mandarlo a dormir me hizo gracia. No me digas que había pretendido ayudar a otra persona cuando ni él mismo lograba mantenerse en pie, ¿quién haría una cosa como esa? ¡Había que ser super tonto!

    —Arata-sensei~ —lo molesté, recordando que le había hecho una broma similar en el estudio de Tess—. Nada que hacerle, hon, hasta el mejor hermano mayor en la historia de Japón tiene que dormir. ¿Cómo seguirás siéndolo, si no?

    Vi que se llevaba otro poco de comida a la boca y supuse que, al menos con un poquito de esfuerzo, podría alimentarse bien. Eso me dejó tranquila. Regresé la mejilla a mi mano y me quedé allí, medio derretida en mi lugar, cuando volvió a hablar. Lo hizo con los ojos pegados al bento y aproveché su posición para revolverle un poco el cabello como si fuera un mocoso.

    It sure does —concedí en un murmullo, regresando el brazo a mi espacio—. Por eso me gusta cocinar, es un puente de conexión, si se quiere. Tendrías que haberme visto la vez que horneé galletas con los niños y acabé quedándome sola en casa, casi me echo a llorar.

    Lo solté junto a una risa floja, más allá de que la gracia hubiera ocurrido tras el incidente de la noche de la mascarada y en verdad había llorado como una niñita atiborrándome de galletas cual ardilla.

    —Hablando de eso, ¿a tus hermanos les gusta algún postre en particular?
     
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  17.  
    Zireael

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    Ya de por sí me caracterizaba por no atorarme en demasiadas cosas, pero algunas situaciones me requerían esfuerzo extra para salir de las arenas movedizas y volver al ritmo que traía antes. Puede que ella hubiese querido hacer más por mí, pero a mí me parecía que hacía suficiente solo con estar allí y permitirme tocarla, compartir el espacio con ella y ya. Era simple, egoísta también, y no me importaba lo suficiente ya.

    Que me molestara con lo de Arata-sensei otra vez me arrancó una risa más liviana y suspiré con pesadez, haciéndome el derrotado ante su argumento. Negué suavemente con la cabeza, la sonrisa se me suspendió en el rostro unos segundos y cuando desapareció sentí las facciones algo más relajadas.

    —¿Pero tú vas a defender a los mini Arata o a mí? —Me quejé pues porque sí.

    Cuando le dije lo de la comida sin mirarla me revolvió el pelo haciendo que soltara el aire por la nariz, pero no me aparté ni nada y tomé otro trozo de pollo en lo que la escuchaba hablar. Fue extraño, pero tuve la imagen mental con cierta nitidez y me imaginé a la pobre criatura allí, con las galletas y a medio pelo de llorar; ella soltó una risa floja que medio se me proyectó y luego de pescar un poco de arroz estiré el brazo hacia ella.

    —En ciertos momentos de mi vida seguro me hubiese sentado con una bolsa de galletas a llorar sin dudarlo —respondí medio en broma, medio en serio—. Supongo que me faltaban las galletas, las ganas de chillar no creo.

    Intercambié la vista entre el bocado de arroz y ella, las señales e iba a decirle que si yo comía pues no iba a hacerlo solo, pero preguntó lo de los postres haciendo que comprimiera los gestos un instante. Fue ínfimo, porque después se me aflojó una risa a la que poco le faltó para convertirse en una carcajada.

    —No te metas ahí, cielo, es terreno espeso. Tengo que reservar una parte del dinero del mes para restaurarles la reserva de dulces, ¿postres? Se comen lo que les pongas por delante mientras tenga un chute de azúcar —expliqué todavía con algo de risa en la voz—. Les gustan mucho estos flanes que se consiguen en el supermercado, que los vuelcas en el plato y salen del empaque. No es que pueda permitirme cosas demasiado finas después de todo.

    La gracia consiguió que siguiera relajando el cuerpo, así que lo seguí agradeciendo internamente. La repasé con la vista, estaba medio derretida en su lugar y en sí el cansancio se le notaba.

    —Necesitas descansar —insistí casi en voz baja—. ¿Cómo regresas luego de clases? Puedo llevarte y te dejo en donde necesites.
     
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    Gigi Blanche

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    —¡Yo defiendo a todos los Arata! —reclamé, exagerando la ofensa—. A los que necesitan tutorías decentes y a los que necesitan dormir, ¡a todos! —Me reí poco después, relajando el semblante—. En cualquier caso, si algún día precisas apuntes bonitos de cualquier asignatura puedes pedírmelos. Tengo mucha fama de buena estudiante, ¿sabías~? Los profesores me adoran.

    Lo estaba diciendo en broma, aunque tampoco era mentira. Mi faceta de empollona existía y la portaba con orgullo, con la cantidad de cosas interesantes que había para aprender en esta vida ¿cómo no dedicarles tiempo? Bueno, el tiempo que me quedara disponible.

    Mantuvimos aquel aire ligero para conversar, que de por sí era nuestro talento oculto... o no tan oculto. Si íbamos a llorar, al menos hacerlo comiendo galletas, ¿no? O helado. Helado, qué rico. Divagué un poco sin darme cuenta y regresé cuando me dijo que meterme con los postres predilectos de sus hermanos era peligroso, sin notar su intención previa de que yo también comiera. Me reí en voz baja, divertida y enternecida. Eran adolescentes según recordaba, ¿no? Preadolescentes, al menos. Suponía que la deformación de hermano mayor los haría siempre más pequeños a sus ojos, a mí probablemente me pasaría lo mismo cuando los niños crecieran.

    —¿Sabías que el verdadero flan no tiene globitos? —solté de la nada, seria—. Si el flan tiene globitos es porque lo hicieron a las apuradas, pero sin ellos es mucho más rico y cremoso. El verdadero flan.

    Asentí, terriblemente convencida de lo que estaba diciendo, cuando volvió a reclamarme que debía descansar. Razón llevaba, pasa que dejarlo allí...

    —En tren. Hmm, supongo que puedes acercarme un poco, si te queda bien —analicé, y los cables se me cruzaron de repente. Ah, la enfermería. Había dicho que... ¿me acompañaba?—. Puedo escribirte luego, cualquier cosa, así no me esperas de gratis.

    ¿Por qué me acompañaría, si apenas quedaba en el primer piso? ¿Necesitaría algo de ahí? Pero... no quería interrumpir su almuerzo. Revisé la hora en su móvil, que había quedado arriba del pupitre, y suspiré.

    Alright, te haré caso —murmuré, incorporándome con pereza—. ¿Necesitas que te traiga algo de ahí? Ah, de la enfermería, I mean. O puedo recogerlo y dártelo después de clases. ¿Es urgente? —Fruncí el ceño, asaltada por una idea repentina—. ¿Te duele algo, cariño?


    me estoy dando cuenta que sleep deprived sasha es increíblemente tonta y me hace mucha gracia JAJSJA le encontré el punto débil (??)
     
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  19.  
    Zireael

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    La respuesta de Sasha a mi reclamo me aflojó otra risa, aunque en el fondo tenía sentido por motivos totalmente a parte que defender a mis hermanos o a mí. Había una parte de esta chica, o eso creía yo, que hubiese defendido al diablo que fuese en tanto se quedara a su lado y en ese aspecto puede que tampoco fuésemos tan distintos. Era la causa perdida que Sasha defendía y todos, al menos una vez, habíamos tenido una de esas.

    —¿Cómo debería tomar esa información partiendo de mi historial como Arata-sensei? —empece tragándome la risa y la miré con cierta diversión en las facciones—. No espera, ¿estás diciéndome que me estoy juntando con la empollona de clase?

    Apartando la broma de turno luego comenzó a hablar de los flanes, la cosa hasta sonó a monólogo y me quedé mirándola con una ceja ligeramente arqueada, regresando el bocado de comida al bento casi sin darme cuenta. No me enteraba de una mierda, pero sonaba tan convencida de su argumento que casi me dio risa. Era el sueño, ¿no? La pobrecilla no estaba viviendo su momento más brillante y cuando siguió hablando mi punto se confirmó.

    —Tengo que volver hasta Shinjuku de todas formas, lo que haya en medio o alrededor pues sirve. Te dejo donde quieras.

    Fruncí apenas el ceño, entre que ella estaba preguntando si necesitaba algo y yo no entendía a qué venía eso me di cuenta que genuinamente estaba igual de imbécil que yo, al menos en ese momento. Suspiré despacio, no pude contener una risilla y tapé el bento con cuidado.

    —El sueño te mató todas las neuronas, estás igual de espesa que yo —dije entre divertido y enternecido, alzando la vista hacia ella que se había incorporado—. Digo que te acompaño a que duermas, te recuestes o lo que sea que hagas en tanto descanses el cuerpo un rato, así nadie se mete a molestarte o algo y puedo seguir comiendo allí, de por sí como te dije nunca hay nadie. No me duele nada, amor, puedes quedarte tranquila.

    No había sido plenamente consciente de la suavidad con que le había explicado la cuestión, fue involuntario y automático. En cualquier caso la verdad era que no filtraba demasiadas cosas ya, había dejado de importarme hace días.


    Sister la amo JSJAJAJA ese gracioso es un gracioso + adorable, she so dumb rn me la como

    arata like: why are u so dense and cute
     
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  20.  
    Gigi Blanche

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    Nothing to be ashamed of, darling, todos fuimos alumnos alguna vez. Puedo ser tu sensei y quedas legalmente cubierto —argumenté, muy convencida de la tontería, y cuando se dio cuenta que estaba juntándose con la tragalibros solté una risa divertida—. Ya ves, somos un cliché con patas. Deberíamos vender los derechos y que hagan una de estas pelis cutres que están de moda ahora.

    Si iba hasta Shinjuku podría dejarme en casa a la pasada, suponía. Usualmente no paraba ahí los días que iba al Paraja, pero aprovechando que llegaría antes me daría tiempo de descansar un poco antes de pillar el tren a Ginza. Me quedé rumiando en torno a la cuestión mientras le ofrecía traerle algo de la enfermería, plenamente convencida de que aquella había sido su intención original. Alzó la vista hacia mí, me explicó la cuestión como si fuese una cría y alcé las cejas junto a un "ah" muy bajito.

    —Ya entiendo, ya entiendo —murmuré, muy tranquila, y de repente lo señalé con el dedo—. ¡Quieres verme dormir! ¡Pervertido! ¿Cómo te atreves? ¿Eres Edward Cullen, acaso?

    Mientras lo acusaba de infame y vampiro, había enganchado su brazo a la pasada y básicamente lo había arrastrado fuera de su asiento para que viniera conmigo. Bastante contradictorio, ¿no?

    —¿Alguna vez viste las pelis de Crepúsculo? —hilé las ideas, igual que antes, de forma bastante pobre—. Éramos unos bebés cuando salieron las primeras, pero valen la pena. Como comedia, claro. Tú serías... un hombre lobo, sí. No tienes pinta de vampiro.


    puedes arrastrar a sleep-deprived-almost-drunk sasha uwu7
     
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