Aula 3-2

Tema en 'Tercera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

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    Daño no era la palabra, aunque había tirado las piezas de su tablero de forma indirecta, lo suyo con Tolvaj era y había sido siempre una discrepancia entre estilos de vida, pero sobre todo una cuestión de poder y de astucia. La otra se lo quería follar, como a todo Tokyo, a él no le interesaba en lo más mínimo y luego estaba... Su personalidad naturalmente dominante y su forma de procesar la información.

    Si la mente de archivo y de estratega que se manejada podía encontrar rival era por la existencia de gente extraña, excéntrica, manipuladora y sin sentido de la moral como Tolvaj, además de Akaisa. Era posible que si suportara su maldita personalidad, su culo inquieto y sus perpetuas insinuaciones pudieran hacer una dupla, por demás, aterradora.

    La cosa estaba en que a Sonnen le gustaba tener a la gente bajo el zapato.

    Y Tolvaj jamás iba a dejarse hacer, porque no le interesaba conquistar... Solo destruir todo a su paso.

    Como si fuese a estar contenta solo el día que en el mundo no fuese más que cenizas.

    La pregunta del albino trajo de regreso el tren de pensamiento de Altan, que ya había discurrido a otras cosas y soltó un pesado suspiro. Ganas de interactuar más de la cuenta no tenía.

    —La peste a tabaco también te responde esa pregunta —acotó antes de volver girarse hacia el frente, eliminándose voluntariamente de la conversación.

    Se deslizó en la silla hasta poder apoyar la cabeza en el borde del espaldar de la silla y cerrar los ojos. Tolvaj estiró la mano de nuevo, con intenciones de enredarle los dedos en el cabello, pero el otro parecía tener ojos en la espalda.

    —No me toques, Discordia.

    Fine~ Hades.

    Otro gruñido.

    La castaña se volvió hacia Craig esta vez, y el flequillo albino, desarreglado, le cubrió un poco los ojos. Le dedicó una sonrisa diferente, sin rastro alguno de la suavidad e inocencia que había fingido en los casilleros. Era la sonrisa de hiena.

    —Ya sabes, buenas compañías, buen alcohol y todo lo que se te ponga al frente —dijo y su voz fue casi un ronroneo—. ¿Quieres un tour por el infierno algún día, Craig?
     
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    Insane

    Insane Maestre Comentarista empedernido

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    Tajante, distante, molesto. Pobre vida debía llevar el pequeño cabrón para lucir tan jodido, quizá lo estaba más de lo que aparentaba tras aquel aroma a nicotina pura. A diferencia de él, Craig podía ser un tempano de hielo, careciendo de aquella emoción como la ira, o al menos, bien resguardándola tras aquellas pupilas frívolas en plena tormenta de displicencia permeada de falsa cordialidad.

    Sonnen parecía un perro arisco; algo era seguro, su interés no iba por ninguna de las cosas que su instinto interiorizaba entre la escasa plática, apagando el móvil que acababa de vibrar en el bolsillo del pantalón, escuchando el cómo se tenían apodos entre ellos. ¿Hades? Se relamió los dientes a labios cerrados. A Hades le tocaban los cojones con una sencillez risible; no quería saber qué le deparaba a Atenea.

    La sensación en la yema de los dedos lo hizo voltear a mirarla, grabándose aquella sonrisa particular como un tatuaje en su cerebro. Prefería verla así, que como se mostró en los casilleros.

    <<¿Quieres un tour por el infierno algún día, Craig?>>

    Se permitió mostrarle una mueca similar a una mofa con tinte impregnado de animalismo.

    —A ver qué tanto puedes hacer, Tolvaj.

    Compañías, alcohol, ambiente...

    Preciosa.

    Estaba condenada a perderse.
     
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    Zireael

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    Lo cierto es que yo también parecía tener una facilidad ridícula para pasar de un extremo al otro, o al menos, por toda la maldita escala en cuestión de segundos porque nunca alcanzaba realmente el blanco, ese que acababa de ver en la luz de afuera, en su reflejo amplificado en las nubes cargadas de lluvia. Veía el blanco, el negro, el gris y nunca tocaba el primero, me negaba rotundamente, como si no supiera qué mierda hacer con él.
    Tenía un archivo en la cabeza, no se me daban mal las mierdas de diseño, pero mi mente era cuadrada e inflexible, carecía quizás, de la maleabilidad de la mente de los artistas de verdad, y por ello era que los colores me parecían incomprensibles, por ello era idiota y temía el blanco, porque le daba luz a todos los demás.

    ¿Pero qué mierda iba a saber yo si no los veía?

    Si mi mundo se limitaba a tres colores en diferentes tonalidades.

    Y ella esperó.

    Esperó como el desgraciado pilar que era hasta que yo encontrara los huevos para salir de mi trozo de infierno.


    Su respuesta, una sola palabra concisa, tuvo la fuerza suficiente para arrojarme una oleada de calidez a través de las grietas y sosegar el desastre que me había montado en segundos, en cosa de un parpadeo había hilado una aguja y había suturado el agujero que el maldito arpón de terror me había dejado al sacármelo de golpe al dar el primer paso a la luz.

    Claro.
    Inhalé aire como quien estuvo aguantando la respiración luego de haber exhalado. Y lo vi sobre el blanco y el gris, apenas un chispazo de otro color. Era azul y era color, sí, pero era tan frío, tan plano, tan distante; porque así como el rojo estaba terriblemente asociado a una cosa: la más profunda de las tristezas. De ahí venía la expresión, ¿no?

    I'm blue.
    Y era negro.

    Y era azul.

    Y era rojo.

    Se revolvían creando un amasijo, un tono de violeta sucio, oscuro y bastante rígido, difícil de adaptar, de usar o de aclarar.

    En cualquier caso y aunque el cerebro parecía haberle metido el acelerador de nuevo, asentí con la cabeza ante su pregunta sobre si había dejado el almuerzo en la clase, con la vista puesta en las fotos de la pizarra de corcho. En el cielo nocturno. Había volcado la atención de tal manera y me descuidaba tanto en su presencia que no percibí su movimiento hasta que estuvo frente a mí, me echó los brazos al cuello y mi cuerpo respondió en automático, aferrándose a ella los segundos que tardó en dejarme ir de nuevo.

    Un chispazo de amarillo puro.

    Y luego acromía.

    Caminé hacia la puerta, la abrí y volví a hundir las manos en los bolsillos mientras salía del espacio del club. Creo que nunca sentí tanto rechazo a la gente como en ese momento, en que luego de que el mundo se limitara al trozo de infierno y a Anna, vi al resto de personas, sentí una que otra mirada encima y redireccioné mis pasos hacia la clase, caminando casi pegado a la pared, como un lobo en cautiverio, el más retraído de la manada, que se pega a la reja ante el menor atisbo de un ser humano a su alrededor.

    Me metí a la 3-2 y me senté en el escritorio del profesor, como había hecho la noche de la azotea mientras le soltaba aquel pedazo de monólogo a Suzumiya sobre Cerbero y los hilos del mundo. Señalé mi pupitre con un movimiento de cabeza, donde estaba el almuerzo. Los gestos que le dedicaba a ella no cargaban con esa vibra arisca con la que había salido del club, obviamente, a pesar de que no había abierto la boca luego de que me abrazara.

    ¿Ya vienes con la mierda de no hablar de nuevo?

    No era eso.

    No hablaba porque me sentía tranquilo con Anna, punto.


    Gigi Blanche HI LOV tururur *le avienta un escobazo al pendejo para no perder las buenas costumbres*
     
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    Gigi Blanche

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    Lo seguí en silencio, cerré la puerta del club a mis espaldas y no pude evitar lanzarle un último vistazo con cierta chispa de picardía. Dios, era la primera vez que hacía algo así en la escuela.

    Estaba puto loca.

    Noté la tensión de Altan, aunque no la compartiera ni de casualidad. Bueno, seguía siendo un huraño más allá de cómo se comportara cuando estábamos a solas. En definitiva lo único que me tensaba era andar sola, así que la mera compañía de Altan bastaba para relajarme y andar como si nada.

    Ingresé al aula que no me correspondía y lo vi acomodarse a sus anchas en la mesa del profesor, buscando luego su pupitre. Agarré el bento, él tenía la botella de té, y fui a reunirme con él. Medio lo obligué a separar las piernas y apoyé las caderas sobre el borde de la mesa, dándole la espalda. A la cajita le quedaba más o menos la mitad de su contenido y empecé a comer sin que me importara una mierda que lo había hecho Kurosawa.

    —Eh, está bueno —dije un poco alto para que me escuchara, alzando la vista recién entonces hacia él. Le estiré el bento—. Quiero decir, para ser comida de mi némesis. ¿Quieres?

    Intercalé el almuerzo con unos tragos de té, me resultaba increíble la facilidad con la que la comida ahora fluía y de hecho, tras el primer bocado, fui genuinamente consciente del puto hambre que tenía.

    Se acabó en cuestión de minutos y lo cerré con cuidado, que fuera un bento de Kurosawa no significaba que fuera a tratarlo mal o similar; es más, era lo contrario: no se me antojaba romperlo, rayarlo o cualquier mierda que luego me trajera más problemas con ella.

    Dejé la cajita en la mesa del profesor, junto a Altan, y me giré hacia él con energías renovadas. Puse los brazos en jarra y le sonreí, ladeando apenas la cabeza.

    —Bueno, bueno, ¿listo para faltar a clases y zamparte la mejor siesta de tu vida~?
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    A veces la vida era realmente injusta.

    Incluso si trataba de ser positiva o buscar la parte buena en los eventos desagradables. A veces era brutalmente injusta, implacable e inmisericorde.

    Ni siquiera la chica idealista podía negarlo.

    Había terminado por encerrarse en un cubículo cualquiera del baño de chicas de la planta baja y allí, sentada sobre la tapa cerrada del retrete no había podido contener más las lágrimas. Había llorado como una niña pequeña desgarrándose la voz, ocultando el rostro entre las palmas de las manos. Recogió sus piernas sobre la tapa y el ardor entre ambas punzó y le recordó todo lo que había sucedido en la enfermería hacía tan solo unos minutos. En una camilla cualquiera, entre sábanas desechas y el olor aséptico de los medicamentos.

    Había tenido sexo con Natsu Gotho.

    Todo se había precipitado por inercia de una forma que jamás hubiese imaginado.

    Lloraba porque se sentía abrumada y asfixiada por sus propios sentimientos. Pesaban toneladas sobre su corazón y la frialdad y el carácter esquivo e indiferente de Welsh se le había clavado como una espina que no lograba quitarse. Dolía tanto esa maldita indiferencia. Ardía más incluso que el instante preciso en que Gotho empezó a entrar en ella y sintió que la presión resultante podría partirla en dos. Lloraba porque era una persona particularmente frágil y emocional, aunque era francamente difícil decirlo después de todo.

    Porque realidad era que no se arrepentía como tal. No fingiría que no había ocurrido y lo escondería como si fuese un evento deplorable y vergonzoso. Pero se sentía tan...
    hipócrita. Ella, que era una romántica empedernida. Que soñaba con un amor de cuento, abrazos cálidos frente a la chimenea y besos apasionados bajo una lluvia de verano.

    Ella, la que estaba enamorada de alguien que jamás podría tener.

    Se había entregado a alguien por el que no sentía nada en lo absoluto. De hecho, alguien que juraba lograba desagradable como nadie lo había hecho hasta hacía tan solo una semana.

    Abandonó el cubículo un minuto después de escuchar la campana que anunciaba el final del receso. Había necesitado tiempo para ordenar apropiadamente todo en su cabeza y archivarlo. Para hacerse a la idea de que debía salir y volver a asistir a clases, centrar su mente en el temario y los conocimientos que mantenían su mente ocupaba. Se acercó al lavabo y se enjuagó el rostro frente al espejo.

    Tenía los ojos enrojecidos.

    ¿Podía ocultar eso? Todo el mundo notaría que había pasado algo. Y ella tendría que mentir, de la misma forma que le había mentido a Ai Mamiya sobre lo sucedido la semana pasada.

    Odiaba eso.

    Suponía que las cosas no podrían volver a ser como antes. Estaba enamorada de Alisha Welsh, no podía fingir que no. Pero era evidente que su relación había cambiado desde el instante mismo en que decidió confesárselo. Había tambaleado y desequilibrado todo su mundo y se había convertido en una pesada carga que no quería llevar consigo.

    Ninguna de las dos.

    ***

    Las clases se sucedieron sin mayores inconvenientes. Atendió, tomó notas e hizo oídos sordos a su propio cansancio y al hecho de que se sentía algo somnolienta. No había dormido casi nada durante el fin de semana, estudiando hasta el punto en que cerraba los ojos y aún podía ver los kanji tras sus párpados como si hubieran sido grabados sobre su piel
    .

    Probablemente estaría enferma en unos días.

    Era imposible que no hubiese terminado por contagiarse con el virus de Gotho. Aún podía sentir el roce de los besos húmedos sobre su piel sensible.


    La campana sonó y Konoe se detuvo pacientemente a recoger sus cosas para marcharse. Si se daba prisa quizás podría evitar que Ai le cuestionase, no cruzarse con Alisha y quizás disculparse con Natsu por haberlo usado como sentía haberlo hecho.

    Disculparse y pedirle que olvidase todo.

    Porque era esa clase de persona. Demasiado buena o demasiado estúpida.

    Se había sentido jodidamente bien a pesar de ser malditamente incorrecto y no podía negarlo. Por unos segundos había logrado dejar en blanco la maldita enciclopedia de su cerebro.

    Pero no volvería a repetirse.

    Llevo como casi una hora para hacer esta porquería de post *shora* Musas, bitches, venid a mí
     
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  6.  
    Gigi Blanche

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    Decir que había dormido como un oso era casi un eufemismo. La cercanía y el canto bajo de Altan me habían noqueado como si me hubieran dado un golpe de culata en el centro de la sien. Todo se desvaneció, dejó de existir, pasó a un segundo plano y cuando desperté me sentí provenir de un lugar ridículamente silencioso, quieto y pacífico.

    Como el lecho oceánico.

    Pestañeé con pesadez, no tenía idea qué hora era y encontré mi móvil por ahí, enrollado entre las sábanas. Faltaba poco para las cinco de la tarde. Alcé la vista hacia Altan y aunque una pequeña vocecilla insistía en hacerme ver qué mierda hacía echándome una siesta con él, realmente tenía tan poca importancia que la alejé de un soplido. Se fue a la mierda apenas lo vi, cuán profundamente dormía, su respiración acompasada inflando y desinflando su pecho. Puede que nuestras expresiones más sinceras surgieran cuando nadie podía vernos, y en ese momento sonreí como una auténtica idiota.

    Seguía enredada entre sus brazos, aunque algo diferente a como recordaba haberme noqueado. Lo hice a un lado con cuidado y me incorporé un poco, aún más dormida que la mierda, para echarle un vistazo a la habitación. Era como si el tiempo se hubiera congelado allí dentro.

    Bostecé, me rasqué el cabello y me acomodé al borde del colchón. Nunca me había caracterizado por conectar los cables a la velocidad de la luz, aunque a veces me ocurría de golpe como si me hubieran activado un interruptor o algo. Fue el caso. Recordé la secuencia de eventos y abrí los ojos, despertándome de golpe. Estaba todo ahí, aunque había logrado quitarle de encima gran parte del paño emocional con el cual lo había vivido. Ya no había en mi interior esa maldita furia insoportable, ese deseo casi dominante por quemarlo todo, escupir fuego o lo que fuera; y de cualquier forma, en verdad, creo que la calma había llegado antes de dormirme.

    Cuando supe lo que tenía que hacer.

    Cuando el océano de Altan me arrulló.

    Era una puta cabeza dura por excelencia y cuando algo se me fijaba al centro de la mente, no lo removía con nada.

    Hay que decirle a Konoe.

    —Al —lo llamé, zarandeándolo del hombro con delicadeza—. Oye, Al, despierta.

    Estaba más dormido que la mierda. Fruncí apenas el ceño, haciéndome una idea del calibre de la misión, y me fui de un polo al otro: hundí las rodillas en el colchón y prácticamente me le aventé encima para ponerlo boca arriba.

    —Altan, despierta, vamos~ —insistí, estirando las sílabas.

    Mi cabello se resbaló hacia los costados y se me escapó una risa corta. Eh, ¿quizá fuera la solución? Sin demasiado problema le estampé las manos a cada lado del rostro y presioné mis labios sobre los suyos. No fue brusco, en verdad, de hecho contrastó bastante con el resto de mis movimientos. Me quedé allí un par de segundos más de lo que había anticipado y le sonreí al finalmente recibir sus ojos.

    —Buenas noches, dormilón —murmuré, divertida, y me erguí un poco de golpe—. ¡Vamos, vamos, Pinky, arriba! ¡Tenemos una misión que cumplir, el mundo nos necesita!

    Busqué sus manos para jalarlo fuera de las sábanas, sí que podía ser una tirana cuando creía que la situación lo requería, ¿eh? Fue un poco difícil, así como cuando lo había arrastrado a esa misma cama, ¡pero estaba absolutamente decidida! Me quejé, resoplé, gruñí, no me dejé ninguna expresión en el tintero y bueno, básicamente lo arrastré por los pasillos de la Academia. Qué pedazo de culo dormilón tenía ese chico.

    Era como despertar a un gatito a mitad de su siesta vespertina.

    Bastante tierno, si me preguntaran.

    Cuando finalmente llegamos al tercer piso asomé la cabeza dentro de la 3-2 y suspiré de alivio al advertir que Konoe seguía ahí, recogiendo sus cosas. Le di un apretón a Altan en la mano que no le había soltado, era una especie de aliento tanto para él como para mí, y me giré para sonreírle antes de dejarlo ir. Fue un poquitito frío, pero estaba bien. Tampoco podía vivir pegada a él.

    —También tienes que recoger tus cosas, ¿no? —murmuré, comprensiva; no iba a arrojarlo sobre Konoe en ese estado, tan dormido y sin anestesia. Sabía que necesitaría algo de tiempo o qué se yo—. Vamos, anda.

    ¿Por qué de repente parecía una madre guiando a su hijo de primaria? Ni idea, pero me volví hacia el interior del aula y me cargué los pulmones de aire.

    Muy bien, Anna.

    Es hora.

    —¡Konoe-senpai! —exclamé, animada, y correteé hasta ella.

    Vaya, fue un impulso salido de la puta nada; cuando quise acordar ya me había colgado de su cuello prácticamente a la carrera. Pestañeé, un poco sorprendida, pero así y todo estreché el contacto y permanecí ahí un par de segundos. Joder, de repente sentí que era tan necesario. Como si una parte de mi corazón se hubiera reflejado en el suyo, o viceversa. Como si haberla visto huyendo de la enfermería me hubiera arrojado a mis propias pesadillas, cuando salí del agua, rodeada de lobos, y sólo pude echar a correr del terror que sentía. Y nadie fue detrás de mí, ¿verdad? Porque en ese entonces estaba absurdamente sola y... ¿dónde se habría refugiado Konoe para intentar rescatarse de sus fantasmas? ¿Los baños, quizá?

    ¿Habría gritado?

    ¿Habría llorado?

    Y si lo hizo, lo hizo sola.

    Completamente sola.

    Sonreí suavemente al buscar sus ojos y deslicé las manos sobre sus hombros hasta que cayeron a los costados de mi cuerpo. Me senté sobre el pupitre a su lado sin mayores problemas y comencé a balancear las piernas.

    —¿Qué tal todo, senpai?

    Un espejo en medio del fuego, como arena forjada a presión.

    Como si se hubiera roto y entendiera una pequeña parte de lo que sentía.

    Y mi mayor prioridad fuera volver a poner en orden sus fragmentos dispersos.

     
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  7.  
    Yugen

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    Estaba cerrando la cartera cuando una inesperada presencia la sorprendió. Decir que no la esperaba era decir poco. Había salido tan rápido de la enfermería que ni siquiera la había visto en el pasillo. No había reparado en su presencia ni en la de Sonnen pues había corrido prácticamente a ciegas.

    Se sobresaltó ligeramente cuando la calidez de su cuerpo encontró el suyo, templado, conciliador, y en conjunto con el salto brusco que dio el corazón en su pecho se le escapó una exclamación ahogada de la garganta.

    —¡Ah!

    Había escuchado su nombre en aquel tono vibrante pero su mente tenía demasiadas cosas en la cabeza y no había alcanzado a reaccionar a tiempo. El gesto pareció congelarle el cuerpo aunque era asoladoramente cálido como un rayo de sol un día partoculsrme gris como ese. Detuvo el tren de sus pensamientos de súbito.

    —¿Anna... san?—murmuró apenas. Y cierta contrariedad se coló en su voz ligera, suave.

    Pestañeó con rapidez como si buscara hacer reaccionar los engranajes de su cerebro. Aquel inesperado gesto la había arrancando de las frías garras de la tristeza y el sopor y la había acunado en un arrullo cálido, como el crepitar de una fogata en mitad del bosque.

    Lo sabía ¿verdad?

    Hiradaira era como esa pequeña chispa de luz que no quería que se apagase. Tan vibrante y llena de energía. Le gustaba verla así y no aterrada y consternada por la falta de oxígeno.

    Y en ese momento, inconscientemente tal vez, apretó los labios y sus brazos se movieron para rodearla también, al menos ligeramente. Necesitaba tanto algo como eso. Ni siquiera había sido consciente de cuanto hasta ese instante.

    Un simple abrazo.

    Un gesto de genuino afecto que no tenía pretensiones de ser nada más.

    Tan inocente y cálido.

    Hiradaira se separó y al buscar sus ojos no pudo, aunque trató, de mantenerle la mirada. Terminó desviándola sintiendo sus mejillas tomar color. Iba a verlo. O probablemente ya lo había visto. Los ojos enrojecidos eran la prueba fehaciente de que había estado llorando y no se precisaba tener la mente de Sherlock para notarlo. Fuera como fuere, Anna parecía ser particularmente perceptiva.

    Recogió su maletín y lo sostuvo sobre sus muslos con ambas manos antes de volverse en su dirección. En otra ocasión le hubiera pedido que no se sentara sobre la mesa... pero dios, qué importaba.

    —Me siento mejor—respondió con una pequeña pero honesta sonrisa. Agradecía tanto no haber tenido que mentirle. Se corrió un mechón oscuro tras la oreja—. Gracias por preguntar Anna-san.

    La pregunta sin embargo era demasiado obvia para ignorarla. ¿La había visto de alguna manera salir corriendo de la enfermería? ¿Quizás la había oído sollozando en los baños? Hiradaira estaba en segundo. ¿Qué motivo podía tener para rondar las aulas de tercero?

    Probablemente más de los que imaginaba... pero Suzumiya no sabía nada de su relación con Altan.

    >>¿Viniste solo a verme?
     
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    Gigi Blanche

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    La había sorprendido, ¿verdad? Bueno, normal. Incluso luego de todos los años que llevaba en Japón a veces —o casi siempre— se me escapaban retazos de mi infancia, mis viejos, la cultura que me había criado. La gente en Japón era distante, impersonal, y aunque sabía que eso no significara apatía o falta de interés... a veces era tan frío.

    Y yo, hecha de fuego, necesitaba atizarlo todo el tiempo para no congelarme.

    La reacción de Konoe me hizo preguntarme por un sólido segundo si echarle los brazos encima no habría sido demasiado, pero no la noté molesta y eso me quitó la preocupación de encima. Me correspondió el gesto al mirarla, quizá por reflejo, aunque rápidamente desvió su atención.

    Me siento mejor.

    ¿Hmm?

    Gracias por preguntar, Anna-san.

    El cerebro se me activó a mil por hora, no me esperaba esa respuesta y, de repente, mis planes para encarar el tema de conversación tambalearon. ¿Mejor? ¿A qué se refería? ¿Me habría visto fuera de la enfermería? ¿Nos habría oído?

    ¿Había algo que estuviera pasando por alto?

    Mierda, ojalá tener, no lo sé, las habilidades deductivas de algunos demonios de esa Academia. Arrugué un poco el ceño, contrariada, y fijé mi atención sobre ella como si fuera a encontrar respuestas en su cara. Todo parecía estar en orden, o quizá...

    Me estiré hacia ella, casi invadiendo su espacio personal, y entonces lo vi... creo. Sus ojos estaban algo irritados, ¿verdad? O al menos me pareció. La idea me arrojó una punzada amarga al centro de la garganta y apreté los labios, regresando a mi posición lentamente.

    Dios.

    ¿Cuál era la forma ideal de abordar una mierda así?

    ¿Viniste solo a verme?

    Su pregunta me sorprendió un poco y asentí, recuperando gran parte de mi energía usual, esa similar al sol que Konoe conocía, que una parte de mí ansiaba poder utilizar para ayudarla, devolverle la calidez, drenar las lágrimas de sus ojos. Lo que fuera.

    —Sip~ —canturreé, y no logré evitar la risa algo plana que se escapó de mis labios; apoyé las muñecas sobre el borde del pupitre—. En verdad... bueno, creo que no hay formas demasiado bonitas de ponerlo, pero, eh, quería hablarte de algo.

    Suspiré, intentando ordenar mis ideas, aunque puse todo de mí para no desviar la vista de sus ojos. Se merecía oírlo de frente.

    —Esto... Oí lo que pasó entre tú y Gotho, y... —Pasé saliva antes de bajar la voz a un murmullo sosegado, bajo, que buscaba ser conciliador y despedía preocupación en cada nota—. Quería saber cómo... cómo te sientes, digamos. Tú... ¿estuvo bien? ¿Él... hizo algo que te incomodara, o similar? ¿Se portó bien contigo?

    Lo había logrado. Aplacar el fuego, evitar el más mínimo rechazo o desagrado hacia Natsu filtrándose a través de mis palabras, y es que no era necesariamente impostado. Con Astaroth había sido diferente, no conocía a la tipa y sólo había buscado canalizar mi ira. Pero Konoe era mi amiga y antes de buscar culpables, antes de condenar y quemar en la hoguera, necesitaba saber cómo había sido para ella.

    Si estaba bien.

    Si la había maltratado o forzado.

    Si se convertiría en un mal recuerdo, si había llorado por eso.

    Era lo más importante.
     
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    Zireael

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    Había caído como una jodida piedra, ni siquiera recordaba en qué momento me había quedado dormido luego de soltarle así nada más que la que quería. Mi propio océano y su hoguera, tibia, que impedía que la brisa marina se tornara fría me arrullaron de una manera increíble, sobre todo teniendo en cuenta lo mucho que me había costado pegar ojo el fin de semana y toda la mierda.

    La voz de Anna me llegó de otro mundo y la verdad, la ignoré o eso creo, porque quería seguir durmiendo como un puto oso. Al menos lo intenté hasta que me hizo girarme y poco después sentí sus labios sobre los míos, por vete a saber cuánta vez ya en ese día.

    No era bueno para volver a conectar los cables recién levantado, de hecho el puto archivo se me había reactivado con más rapidez luego del desastre del cuarto oscuro que en ese momento.

    Había bastado que durmiera un rato para que volvieran a colocarle la pólvora en el culo al parecer, pero prefería mil veces eso, sin duda alguna. En cualquier caso seguía sin ganas de levantarme de allí y me venía un poco en gracia verla hacer el esfuerzo de levantarme, así que simplemente la dejé hacer, que me arrastrara con ella y pues a ver si así de milagro me despertaba un poco más.

    Íbamos a hablar con Suzumiya, ¿no? Dios, que puta mierda, pero se lo había prometido.

    Como los cupones y los caramelos.


    Asentí apenas cuando me dijo lo de recoger mis cosas, aturdido todavía, y entré a la clase mientras ella se le iba encima a Konoe.

    De alguna forma ambos habíamos vuelvo a nuestro centro.

    Le eché una mirada rápida a Konoe mientras guardaba las cosas que habían quedado encima del escritorio, la caja de bento de Kurosawa y bueno... Ya. Eran pocas las veces que sacaba algo en clases, la verdad. La metí en la mochila, pensando en regresársela en la noche, antes de irme con Arata.
    Eso me recordó al idiota, así que saqué el móvil y typeé rápidamente que lo veía en la noche, mientras dejaba a Anna hacer su magia.

    No había que ser demasiado avispado para saber que Konoe había estado llorando, posiblemente metida en algún hueco de la academia.

    Y el jodido hijo de puta no la había buscado después de darle hasta detrás de las orejas.

    Inhalé aire con fuerza para soltarlo lentamente, buscando calmar mi mierda porque en ese momento la que importaba era Konoe, no lo mucho que yo —y sabía que Anna también—, deseara reventarle las pelotas al otro idiota.

    Calma el jodido océano de nuevo, estúpido.

    ¿Qué se sentía mejor? Madre de Dios, la fe que le tenía a Anna. Que mira la quería, pero la niña no era así como que la más avispada de la camada.

    Seguí poniendo atención a los movimientos y palabras de Anna en cualquier caso, a cómo mierda iba a poner sobre la mesa aquella situación tan jodida. No era ninguna genio, pero más tacto que yo tendría que tener.

    Y lo hizo.

    Volví a soltarme la corbata, de por sí floja, arrugándola después en mi mano derecha mientras me sentaba sobre mi pupitre.

    —Si te incomoda hablarlo conmigo aquí puedo salir —dije entonces, con la voz pastosa de quien acaba de despertar—. Aunque también quiero hablar contigo unas cosas, pero puedo esperar.
     
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    Yugen

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    Había estado en el pasillo ¿verdad? Era eso. De alguna forma la había visto salir corriendo de la enfermería. ¿O había escuchado algo más? ¿Cuanta gente hacía escuchado algo más?

    Dios, ¿por qué la enfermería habiendo tantos sitios...?

    Quizás porque había sido algo del momento, que no estaba planeado. Tenía el cerebro tan derretido que en ese instante incluso lo hubiera hecho en mitad del pasillo. No entendía exactamente de dónde nacía ese pensamiento. Le resultaba ajeno y fuera de lugar. Y le aterraba pensar hasta que punto podían llevarla sus propios impulsos.

    Los ojos de Anna se clavaron en su rostro con tal intensidad que por un momento sintió que podría ver a través de ella. Aquellos corales rosados llenos de vida. Parecía estar... descifrándola. Como si algo en sus palabras tan breves hubiese llamado su atención y se hubiese detenido para verla más de cerca. Le sostuvo la mirada unos segundos, extrañada. Se preguntó si lo tenía escrito por toda la cara. Si no solo eran sus ojos. Abrumada, algo incómoda, volvió a desviar la vista.

    Maldita sea.

    Tenía los ojos enrojecidos.

    Por supuesto que ella podía ver eso.

    Si realmente la había visto salir de la enfermería podía hacerse una idea bastante clara de su estado de ánimo. Había estado llorando como una niña pequeña.

    Su atención fue captada nuevamente por sus palabras y volvió a mirarla. El corazón le dio un vuelco en el pecho y sintió el ardor de sus mejillas acrecentarse de forma súbita. Esperaba ciertamente muchas cosas... excepto una pregunta como esa.

    Espera.

    ¿Espera qué?

    ¿Los había escuchado? ¿Se lo habían dicho? ¿Quién? Oh dios... ¿Alisha lo había contado? ¿Qué necesidad tenía si le daba igual? Dudaba que Natsu lo hubiera hecho. No parecía el tipo de persona que iba hablando por ahí de sus polvos sin compromiso. De hecho era una persona bastante despreocupada que rallaba la indiferencia o el desinterés. Era como si estuviera cubierto por un enorme muro de hielo gélido y nada fuese capaz de traspasarlo.

    Aunque ella... ese fuego abrasador que se había apoderado de su ser parecía haberlo logrado una ínfima parte.

    —¡Oh no, no!—respondió con cierta urgencia. Inconscientente alzó la voz por encima de lo recomendable y se apresuró a bajarla, a suavizar su volumen—. Gotho-kun no hizo nada mal. Quiero decir... lo que sucedió lo hizo porque ambos quisimos Anna-san. No hubo ningún tipo de coacción y tampoco hizo nada que me incomodase o molestase. De hecho... fue todo lo contrario.

    Absolutamente.

    El tacto de sus manos, sus labios, la forma en que la había tocado le había borrado la mente de un plumazo. Había accedido a sus peticiones sin cuestionárselo siquiera con una sumisión que le resultaba impropia en él. En lo poco que le conocía. Si se lo cuestionase, si se detuviese a pensar en todo lo que habían hecho, en lo que incorrecto que era y en como rompía las reglas de la academia... un extraño escalofrío que nada tenía que ver con el desagrado le recorría de parte a parte el cuerpo.

    Un escalofrío que no había sentido antes.

    Escuchó las palabras de Sonnen mas se limitó a sacudir apenas la cabeza, negando a su intención de marcharse.

    "No será necesario, Sonnen-kun".

    >>Es extraño ¿verdad?—murmuró entonces y esbozó una sonrisa tímida, algo amarga—. Alguien como yo con un chico como él. Cuando le increpé por acosar a Vólkov-san. Cuando parecía desagradarme tanto. Se siente tan... hipócrita.

    Le había dicho a Altan que se ocuparía personalmente de que Gotho no siguiera acosando a Jezebel.

    Pero su idea era mantenerlo vigilado no tirárselo. Qué curioso devenir de los acontecimientos.
     
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  11.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Bueno, a una parte de mí le alivió enormemente recibir una negativa tan inmediata por parte de Konoe, lo cual se reflejó en mi semblante. Suspiré apenas y destensé el cuerpo, que no sabía lo estaba manteniendo tan rígido. Era un alivio, sí, aunque otra parte de mí, considerablemente más pequeña, habría preferido que... no lo sé, al menos dudara.

    Las cosas que le habían dicho de Gotho y la confianza que parecía haberle transmitido a Konoe.

    No tenían ni un puto pelo de parecidos.


    ¿Dónde recaían las razones, los culpables? ¿Suzu se mentía a sí misma? ¿Gotho había conseguido ser un caballero de brillante armadura? Dios, qué situación de mierda. Así y todo, no podía omitir la información que había llegado a mis oídos.

    La escuché en absoluto silencio y, joder, sólo Dios sabría las fuerzas que saqué de lugares recónditos para mantenerme calmada, comprensiva, lo más neutral que pude; lo último que quería era transmitirle una pizca de mi furia a Konoe, que nada que ver tenía con ella. Si debía caer como una pieza del rompecabezas, sería como una víctima. Ninguna otra cosa.

    Escuché la voz de Altan a mis espaldas y lo vi apenas de soslayo, volviendo luego mi atención a Konoe. Mientras más y más hablaba me hacía una idea clara de las cosas que sabía y las que no, porque de otra forma... joder, prefería ni imaginarlo.

    Es extraño, ¿verdad? Alguien como yo con un chico como él.

    Bueno, sí, pero no es la primera pareja dispareja que me encuentro.

    Cuando le increpé por acosar a Vólkov-san.

    Joder, Konoe, exactamente eso.

    Cuando parecía desagradarme tanto.

    Con justa razón.

    Se siente tan... hipócrita.

    Oh, bueno.


    Tomé aire con fuerza, intentando, una vez más, organizar mis ideas. Venga, pedirle a alguien como yo que controlara sus impulsos era, cuanto menos, un poco delirante; así y todo lo estaba haciendo. Mierda, podía hacerlo por mis amigos. Lo sabía.

    De cualquier forma, por favor, si yo tuviera que usar el término acosar sobre un tipo que me tiré las bilis se me subirían a la garganta y, como mínimo, al cabrón le subiría las pelotas ahí mismo. Pero yo era yo, y Konoe era Konoe.

    Enfócate, Anna. No pierdas la puta cabeza.

    —Suzu —la llamé, fue casi un susurro, y busqué sus manos para presionarlas suavemente. La miré a los ojos—. Mira, Suzu, sé que esto no... no me concierne realmente, pero joder, no podría pegar ojo si me quedo de brazos cruzados. No cuando eres mi amiga y... —Apreté los labios y solté una especie de bufido; estaba más cerca de los nervios que de la molestia—. Escucha, linda, creo que hay... cosas que deberías saber de Gotho.

    Dios, lo estaba haciendo, ¿verdad?

    Iba a decírselo.

    —Esto... Bueno, ya sabes lo de Jez, ¿no? Además de eso, el viernes aparentemente se encerró con una chica en el cuarto de limpieza y... bueno, no lo sé, le pegó un susto de aquellos. Mira, no sé los detalles, en verdad no estuve ahí pero no podría nunca quedarme sin decírtelo. —Afiancé un poco el agarre en sus manos—. Perdona, cariño, sólo estoy preocupada por ti.

    Estoy jodidamente preocupada por ti.

    Y también quiero patearle las bolas, sí, pero tu seguridad es lo primero.
     
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  12.  
    Zireael

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    Suzumiya negó con la cabeza a mis palabras, de forma que me quedé allí sobre el pupitre y eché la espalda contra la pared, todavía tratando de despertarme aunque al final de eso se encargó ella.

    Las corrientes y la tormenta volvieron a cobrar fuerza, agitando las aguas que ya de por sí habían empezando picarse.

    No iba a poner en duda sus palabras, no era como que tuviese pruebas de que el perro sucio de Gotho hubiese hecho alguna mierda jodida con ella y no era como que me lo hubiese follado yo tampoco para empezar a levantar falsos como un paranoico de mierda. Pero ganas no me faltaban, porque era ese desgraciado, porque olía el maldito azufre desde millas de distancia, el azufre al que yo pertenecía o en el que me revolvía.


    Pero estaba Jez.

    Y la otra chica.

    Estaba Akaisa de testigo.

    Y no lo sabía, pero habían otros dos.

    Aaron Yume.

    David Mason.
    Volví a suspirar, sin abrir la puta boca porque sabía el poder que tenía para joderlo todo en segundo si soltaba las mierdas a mi manera, sin tacto o emoción alguna.

    Y todavía era capaz de mencionar lo de Jez tan fresca.

    El asco volvió y arrugué los gestos, aprovechando que no estaban mirándome y enredé la corbata entre mis dedos, para luego tirar, aplicando presión. Me estaba cortando la maldita circulación pero era mi versión de un bozal y me ayudó a contener ya fuese el gruñido hastiado o la risa sardónica que amenazó con salirme del pecho.

    Extraño decía.

    Pero luego corrigió. No, no corrigió, yo sentí que corrigió porque ya la tormenta había iniciado.

    Hipócrita.

    Al, por amor a todo céntrate.

    Tienes que disculparte con esta chica.

    Decirle la mierda de Alisha.

    Y no avivar el incendio de Anna con tu maldito petróleo.

    De repente estaba espabilado, Suzumiya me había despertado de una maldita bofetada, y ya había puesto en marcha el archivo, las corrientes, el rojo y el negro en cosa de malditos segundos. No iba a montarme un número, aunque podía, aunque quería, pero al final del día Konoe también sostenía, a medias, una de las correas que tenía en el cuello y ya le había mordido la mano una vez.

    Hijo de puta tenía que ser para morderla una segunda vez.

    —Akaisa vio el rollo —dije entonces y tan siquiera logré aplanar la voz para no irme a la mierda y sonar como un perro viejo gruñendo—. Al parecer se preocupó tanto que avisó a Kurosawa Shiori, porque sabe que le da vueltas a los de tercero.

    Que me agarrara alguien, joder. Que me agarraran lo suficiente para al menos poder pedirle disculpas, para que no se me fuese la cabeza y terminara soltando todo a mi manera, con malos modos y el asco en la boca del estómago.

    Por puro reflejo me llevé la mano al bolsillo para sacar el móvil, sabiendo que tenía el mensaje de Shiori todavía. No se lo iba a poner en toda la cara de no ser que fuese necesario, pero vaya, qué coño sabía yo ya.
     
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  13.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    No era hipócrita era más que eso. Era... dios, no tenía ni idea de lo que era. Había sido una especie de madero a la deriva a la que aferrarse para no ser engullida por el océano embravecido de sus propios pensamientos. Ella estaba débil, sensible y él estaba allí. En un primer instante había sido poco menos que instinto de protección, como si Gotho fuese un niño enfermo y ella solo quisiera sanarle. Había visto su estado, la temperatura corporal alta, el rubor y la sudoración.

    Síntomas claros de una infección vírica.

    Luego se le había ido completamente la cabeza. Ella le ofreció acceder a cualquier cosa y él la besó. Y en ese momento podría haberle apartado, negarse, empujado, decir que aquella no era su intención. Pero ninguna palabra de negación había escapado de sus labios.

    Su cuerpo se congeló entonces. Fue como si su sangre se hubiese solidificado repentinamente. El tacto de las manos de Anna sobre las suyas se sintió extraño como si sus dedos se hubieran entumecido. No tenía ningún tipo de relación con Gotho para dudar de la veracidad de aquellas palabras. Lo poco que sabía de él es que era lo más similar a un Yakuza de instituto. Huraño, tosco, de carácter áspero, desidioso y voluble.

    Otro de los animales del Sakura Gakkuen.

    —¿Qué...?—murmuró.


    ¿Cuando había sucedido eso? ¿Por qué no había sido denunciado frente a la dirección? Tenía todo el derecho del mundo a hacerlo. Molestar, agredir o acosar a cualquier alumno o docente del centro iba totalmente contra la normas. Sin embargo las palabras de Anna le arrojaron un presentimiento diferente. Un presentimiento horrible, que la hizo sentirse sucia y asqueada. Intentar conseguir un número no era justificable pero aquello, una agresión directa... era completamente inadmisible.

    ¿La había violado? ¿Había abusado de esa chica? ¿Qué demonios había hecho, joder?

    Sintió el dolor de cabeza regresar con más fuerza motivado por la tensión y el estrés resultante. Sintió la bilis escalarle a la garganta, la presión en el pecho.

    ¿Cuántas veces iba a entrar en shock en ese día?


    —Anna-san...—musitó cuando logró volver a encontrar su voz. Sus ojos se habían humedecido ligeramente—. Lo siento tantísimo por esa chica. Yo no... yo... no lo sabía. ¿Ella está bien? ¿Sabéis quién es?

    Intercambió miradas entre ambos notablemente angustiada, tensa, pero todo lo obtuvo fue una respuesta negativa. Los datos de Anna habían sido bastante vagos. Era probable que lo hubiese escuchado como un rumor. Una de las testigos presenciales, según Altan, era nada más y nada menos que Akaisa.

    ¿Cómo hablar con ella? ¿Cómo?

    Aún le dolía el pecho.

    Aún ardía.

    Y Gotho... mierda, ella había visto algo. Algo que iba más allá de esa tosquedad casi perpetua. Algo que era como una piedra preciosa en el fondo de un arroyo de aguas turbulentas.

    Le gustaba creer que había cosas buenas en las personas. Había visto algo también en él, estaba segura de que lo había. O tal vez era solo su estúpido idealismo que confiaba demasiado en el género humano.

    Quería creer que no. Realmente quería creerlo.

    Lo necesitaba.

    Tensó los labios y apretó los puños sobre el asa de su maletín escolar con tal fuerza que sus nudillos se tornaron blancos. Al agachar la mirada el flequillo oscuro ocultó sus ojos.

    Tenía que saberlo. Repentinamente necesitaba saber si aquella chispa que había visto en Gotho no había sido poco más que un espejismo.

    >>Hablaré con él—sentenció. Nuevamente en su voz se colaba aquel tono serio, de alumna modelo—. Quiero saber qué pasó realmente y como se siente al respecto. Anna-san, Sonnen-kun, por favor manteneos alejados de todo esto hasta que tenga una respuesta.

    Si algo tenía claro, es que Sonnen quería patearlo como si de basura se tratase. La violencia no era necesaria. Y no iba a permitir que la hubiese.

    Harían las cosas bajo la más estricta legalidad.

    >>Gotho-kun no volverá a acosar a nadie más—alzó la mirada entonces. En su voz se coló cierta rabia que no pudo disimular—. Si lo hace, yo misma me encargaré de que le expulsen de por vida de esta academia.
     
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    Zireael

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    Había tardado demasiado en darse cuenta, ¿no? Porque Konoe Suzumiya no tenía el olfato de sabueso que tenían él y Hiradaira para los jodidos pandilleros de mierda, de los lobos, los animales de la calle. Porque era una tonta como Jez y creía ver cosas buenas incluso en gente que, posiblemente, no las tenía.

    ¿No era yo la prueba viva de esa estupidez?

    ¿No había estampado a Balaam contra la puta puerta, para que me dejara en paz?


    Apreté más la tela entre mis dedos, que ya habían perdido color de por sí y me vi obligado a soltar algo de la presión si no quería arruinarme yo solo la mano. La ventaja es que reaccionó, al menos lo hizo, tan siquiera pudo confiar en lo que le estaba diciendo Anna, no importaba si no me creía a mí una mierda o si dudaba porque fuese Akaisa quien lo había dicho.

    —No lo sabemos, quiero decir, quién es —añadí mientras bajaba del pupitre, todavía con la corbata apretada entre los dedos pero tan siquiera con algo menos de fuerza—. Estoy haciendo suposiciones, pero Akaisa debió ayudarla o quitárselo de encima, fuese sola o con ayuda. No tengo idea, pero puedo averiguarlo si es lo que quieres, puedo conseguir a Akaisa a pesar de que no me la trago ni con una botella de miel. Debe tener nombre, grado y mayores detalles que nosotros dos que solo somos parte de la cuerda del teléfono.

    Debía averiguarlo por la estabilidad mental de nosotros tres, en realidad.

    Pero si el mensaje no decía nada más, la chica tenía que estar bien.

    Akaisa no iba quedarse callada de ser el caso, ¿o sí?

    Y esta vez no pude contenerla, a pesar de que lo deseé con todas mis fuerzas, se me escapó una risa floja y sin gracia.

    —No quieres que lo cierre a hostias, ¿cierto? Porque me ves en toda la cara que puedo hacerlo, que quiero hacerlo —atajé allí de pie, sin atreverme siquiera a acercarme a ella—. Pues bien, Suzu. Te prometo dejar mi puto culo violento quieto una vez en mi vida y si alguien aquí puede confirmar que aunque vengo del mismo hueco repugnante del que salió Gotho sé cumplir mi palabra es Anna. Tres promesas, tres cumplidas, y si no quieres confiar en mí confía en ella.

    Los cupones.

    Los caramelos.

    Hablar con ella.

    Cuatro, si contaba la promesa tácita de no dejarla sola.

    —No le tocaré un solo pelo a Gotho, pero no nos pidas quedarnos fuera. No cuando nos estamos preocupando por ti, no cuando mis amigas están en riesgo por un maldito acosador de mierda, se haya arrepentido o no de lo que hizo.

    Por Dios, Suzu. No nos pidas imposibles.

    El agua y el fuego no pueden ser contenidos indefinidamente.
     
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  15.  
    Gigi Blanche

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    Bueno, de una forma u otra sentí que... mi trabajo allí ya estaba hecho.

    Me rompió la puta alma ver los ojos cristalizados de Konoe, sentir sus manos prácticamente inertes, como si su mente se hubiera ido de allí y no encontrara la forma de devolverme el gesto. Temí, tuve casi pánico de haber zafado los cables incorrectos, bajado su interruptor, lo que fuera. Pero la chica, gracias a Dios, se mantuvo bastante entera.

    Nos pidió que no nos metiéramos, y Altan apareció para básicamente decir lo que yo estaba pensando. A lo sumo pude mantener mis ojos sobre Konoe e ir asintiendo a medida que él hablaba, para reforzar sus argumentos y hacerle ver que sí, que podía confiar.

    Si le prometía no cruzarlo a hostias, lo más probable era que así fuera.

    Yo... no estaba tan segura de lograrlo.

    Y por eso me callé la boca.

    —Esto no es tu mierda, Suzu —agregué ya al final, incorporándome del pupitre—. No tienes que hacerte cargo sola, podemos apoyarnos mutuamente y solucionarlo. Y de cualquier forma —se me escapó una risa fresca y me corrí el flequillo con un movimiento de cabeza—, ¿no me ves? Soy putamente intensa, no puedes pedirme que deje el culo quieto. No está en mi ADN.

    Solté el aire un poco de golpe y le acaricié el brazo junto a un apretón cariñoso.

    —Estamos aquí para ti, ¿sí?

    Bueno, eso... había salido bastante mejor de lo que esperaba, suponía. Le sonreí una última vez a Konoe antes de girar sobre mis talones y lanzarle una mirada llena de intención a Altan. Lo gritaba por todas partes.

    Venga, guapo.

    Hora de convertirte en héroe.

    —¡Muy bien! Los esperaré en el pasillo, prohibido buscarme hasta que hayan terminado~

    Vamos, si en el fondo la situación seguía causándome un poco de gracia y todo.

    Alcé el brazo sobre mi cabeza mientras enterraba las manos en los bolsillos de la chaqueta y salía al pasillo, para apoyar la espalda en la pared, junto a la puerta. Saqué el móvil por pura inercia y encontré los mensajes de Emily. Me tensé un poco, no iba a mentir, pero la verdad que aquel puntapié me venía de maravilla para dejar de ser una estúpida y... ponerme los pantalones, o algo así. Era más claro que el agua que Emi estaba bien con la situación, ¿por qué seguía comportándome como si le hubiera matado a la madre? Resoplé con cierta fuerza y tipeé velozmente.

    Claro, Em
    En un rato estoy allá

    Una vez resolví eso, bloqueé el aparato y lo devolví al bolsillo. Eché un vistazo alrededor y me puse a golpetear el suelo con el talón, simplemente esperando.

    Mierda, ni siquiera se me cruzó por la cabeza.

    Estaba en el pasillo de tercero.

    Y estaba sola.

    iba a postear directamente en el pasillo pero fui la última ahí

    also: :satan:
     
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  16.  
    Yugen

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    Su cuerpo se destensó visiblemente tras la afirmación de Altan. Ella no era una persona violenta. Rehuía de ella. Le gustaba afrontar las cosas de forma diplomática y correcta. Incluso cuando había sentido el deseo de cruzarle el rostro a Alisha en la enfermería se había contenido de forma titánica por el simple hecho de que creía firmemente que las palabras tenían más fuerza que los puños.

    Después de todo se cazaban más moscas con miel que a manotazos ¿no?

    —¿Por qué piensas que no confiaría en tus palabras Sonnen-kun?—cuestionó entonces y lo miró de forma directa—. También vi cosas buenas en ti. Incluso si podrías pasar por el dios del inframundo. Te lo dije cuando nos conocimos. Pero te lo agradezco.

    Se permitió una pequeña sonrisa. Una sonrisa leve pero genuina. No la iban a dejar sola. Estarían con ella a pesar de todo porque les preocupaba y aunque era comprensible y no quería involucrarlos, se sentía sumamente cálido.

    Dios, necesitaba saberlo.

    Natsu estaba en el salón contiguo, en el aula 3-3. En cuanto terminase allí lo abordaría. Incluso si ya había salido y tenía que recorrer media academia para encontrarlo. Tenía que preguntarle. Saber qué había pasado realmente con esa chica. Escuchar que no había sido nada, o que se arrepentía, o algo similar. Cualquier cosa que le indicase que no acababa de cometer el mayor error de su vida acostándose con un maldito acosador.

    De hecho, si realmente había abusado de esa joven... el asunto no recaería tan solo en manos de la academia o la dirección. Era un delito, un crimen imperdonable, y debía caer sobre él todo el peso de la ley.

    Despidió a Anna con el mismo gesto, algo más relajada y liviana. No podía negarlo, era una intensa chispa de luz. Un rayo de sol en mitad de las nubes de tormenta. Le transmitía ternura y un intenso deseo de protección... incluso en instantes como esos, cuando seguía tensa, cuando su confesión le había arrojado aquel presentimiento de mierda al cuerpo.

    Dios.

    Y entonces con un semblante algo más tímido, más retraído, se volteó nuevamente hacia Altan. Siendo sinceros, no tenía la más mínima idea de qué quería decirle. Desde aquel pequeño altercado en el aula no habían vuelto a cruzar palabra y todo se sentía... algo incómodo.

    Se llevó tras la oreja un mechón oscuro
    . Esa manía casi inconsciente que denotaba nerviosismo.

    —Te escucho—afirmó.
     
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  17.  
    Zireael

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    My secrets are burning a hole through my heart
    and my bones catch a fever
    when it cuts you up this deep.
    It's hard to find a way to breathe.
    .
    Your eyes are swallowing me.
    .
    I'm at the edge of the world.
    Where do I go from here, do I disappear?
    Edge of the world.
    Should I sink or swim or simply disappear?
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    Había que admitir que a pesar de todo eso no había salido tan mal y es que podía haber sido un desastre de proporciones bíblicas, porque ya sabía por encima el maldito peligro que Anna y yo podíamos significar si nos revolvíamos, como arrojarle un bidón de gasolina a un incendio o lanzar un cable pelado al agua. Aún así habíamos logrado contener nuestro propio desastre para no aumentar el suyo, no más de lo que significaba ya soltarle aquello en toda la cara. Porque desatar nuestra ira con ella era, por demás, incorrecto.

    Suspiré, aflojé la corbata entre mis dedos por fin y sacudí la mano antes de meterla hecha una bola en alguna parte de la mochila.

    Enarqué una ceja al escuchar las palabras de Suzumiya y negué apenas con la cabeza, incrédulo quizás.

    ¿Qué faltaba, que dijera que había visto azul en los pozos insondables?

    Era negro.

    Era gris.

    Y era blanco.

    Era rojo profundo y rojo primario.


    No había más. No había maravillas debajo de la roca viva, no había gemas, no había destellos al fondo del océano. Mis arrecifes de coral habían muerto desde antes de que pudiese darme cuenta.

    —No tengo las pintas más confiables del mundo, ¿no? Tampoco me jode admitirlo ni nada, porque bueno es bastante intencional y no soy un máster del autocontrol —admití entonces, hundiendo las manos en los bolsillos—. Pero gracias, supongo.

    Mierda, que estaba por confirmarle que no había nada bueno en mí.

    No para ella, porque la había cagado como un campeón.

    La mirada que me dedicó Anna era clara, quizás innecesaria porque no había ya manera posible de que echara atrás. Estaba allí, le había soltado a Suzumiya que también tenía que hablar con ella y no podía simplemente sacudirme las manos e irme como si nada.

    No como otros que me conocía.

    Iba a mirar a mi propio monstruo a los ojos.

    En el fondo del pozo había un espejo, el agua que reflejaba el negro del cielo.

    Me regresó mi mirada vacía de la mañana, la peste a tabaco, el humo blanquecino de la hierba y el alcohol compartido.

    Estuve a un pelo de irme de cabeza en la mierda, pero conseguí apartar todo de un manotazo.
    Así que tomé una silla, la coloqué junto a su pupitre y me senté porque me parecía a mí que hablarle de pie solo creaba una jodida brecha que no servía para lo que estaba por hacer. No pretendía comportarme como el puto estirado de toda la vida, porque sabía que le tocaba los cojones a todo dios y a la vez era como revolver mis propias aguas. Además se le notaba en toda la cara, en la timidez de sus gestos, que estaba tensa, incómoda y era normal luego de cómo la había tratado.

    Venga, era perfectamente consciente de lo insoportable de mi carácter.

    Si podía ser otra cosa, que podía de tanto en tanto, no era que lo tomara como primera opción.


    No lo pensé hasta ese momento quizás, el maldito venazo que iba a darle a Jez como se enterara de esa mierda. A la siempre tranquila madre loba se le iba a erizar hasta el último pelo del cuello.
    Joder con la fuerza que iba a meterle al mordisco que le soltara a cualquiera por haberle puesto una mano encima a Suzumiya en su ausencia, así fuese otro puto armario empotrado como Gotho. Si la idiota se había metido entre yo y otro estúpido, como si fuese una pared o algo, sin importarle absolutamente nada.

    La bestia que había rechazado en el primer segundo se había metido con uno de sus cachorros.

    El sexto sentido de Jez, la densa Jez, había acertado por incontable vez.
    Y que se metieran con sus cachorros era imperdonable para ella.

    Sacudí la cabeza para volver a acomodar el desastre que tenía en la mente, apoyé el codo en la mesa para poder descansar el rostro en mi mano y la miré unos segundos. No fue hasta entonces que caí en que seguro seguía apestando a tabaco, lo llevaba impregnado en la ropa, en la piel y seguro hasta en el cabello. Suponía que no lo sentía ya porque era mi puta peste y la había cargado todo el día, pero ni idea.

    Y Anna había dormido conmigo a pesar de que olía como una maldita chimenea.

    Al menos había podido ponerle freno, no había fumado más luego de salir del cuartucho de mierda.


    —Quería disculparme contigo por la forma en que te traté el viernes. Estaba harto de la mierda de Gotho, de que pareciera que nadie estaba haciendo nada, como si otras estupideces fueran más importantes que el hecho de que el idiota estaba pidiendo un número de alguien que ya lo había rechazado directamente, porque me olía hasta dónde podía llegar y por eso cuando me tocaste para arreglarme el uniforme solo... No quería que me tocaras a secas. No me gusta que me toquen si no he dado a entender que pueden hacerlo, me pone incómodo y tenso. Puedes pensar que es como ponerle una mano encima a un perro viejo, acostumbrado solo a dos o tres personas. Es... Hipócrita teniendo en cuenta que te eché el brazo encima de los hombros la noche de la azotea, pero es lo que es. Ha sido así desde que tengo uso de razón. —La única persona que, necia como ella sola, me ajustaba el uniforme sin que me la sacara de encima era Kurosawa y aún así deshacía su trabajo al segundo. Jez ya ni siquiera lo intentaba, mis padres tampoco—. Te mordí la mano, lo lamento. Tampoco soy bueno con las diplomacias a pesar de poder soltarme los buenos monólogos como el de Cerbero y el mundo de sombras. Si me das a elegir entre un diálogo y una paliza, elegiré la segunda prácticamente todas las veces.

    Porque forzaba el rojo sobre el mundo, en la acromía eterna.

    No soy bueno para nada que no sean aparatos fríos, datos inservibles y cagar a palos a la gente.

    Soy, de hecho, un cretino y lo disfruto.

    No quiero cosas de la gente.

    Quiero cosas raras de las relaciones que establezco por mera conveniencia o aburrimiento.

    Y cuando la gente se aproxima a mí y logra colarse me torno convulso y egoísta.


    Era verdad, todo, en un noventa y cinco por ciento de las oportunidades o incluso más.

    Estaba hablando bastante bajo en realidad, si Anna quería parar la oreja iba a tener que ponerle esfuerzo. No era realmente porque quisiera que fuese un secreto ni nada, solo me había salido así, y en general sonaba bastante tranquilo también. Al menos por ahora.

    —Sé lo de Welsh, Suzu. No me lo dijo directamente solo... Uní los fragmentos. Lo de ustedes, lo que sea que pasó después de eso y luego las pastillas, la oxicodona de la enfermería. —Tomé aire entonces, buscando no perder la tranquilidad con la que venía hablando, si volvía a perder la cabeza como el viernes me iba a ir a la mierda y ella conmigo—. El viernes estaba fuera con... Un conocido y otros dos que solo se sumaron por esa noche, bebiendo y tal. Alisha apareció en el parque, ya puestísima por las pastillas, los idiotas con los que estaba empezaron a hacer comentarios de mierda, de ligársela porque seguro ni podría negarse y no pude dejarlo estar. Preferí acercarme yo y terminé por llevarla a su casa, tuve que subirla a su habitación porque si trataba de subir un solo escalón iba a partirse el jodido cuello.

    Inhalé de nuevo, con más fuerza que antes, y la garganta resentida por la cantidad de cigarros que me había metido el fin de semana y esa mañana pareció rasparme solo con ese esfuerzo, haciéndome carraspear.

    —Solo iba a dejarla, que se acostara, que la droga se le desapareciera del cuerpo a su tiempo. —De repente deseé echarme a llorar como un puto crío que le está contando a su madre que acaba de romper su vajilla regalo de bodas o algo y cuando iba a seguir hablando trastabillé un instante. Quité el codo del pupitre, dejé caer la cabeza en la superficie y el cabello alcanzó al menos a cubrirme algo del rostro—. Pero se me fue encima y... No la hice a un lado, no pude. Fue un beso nada más, me fui a la mierda luego de eso. Podía habérmelo llevado a la puta tumba pero, Dios, si tenías que darte cuenta prefería que fuese por mí directamente. No pretendo que me perdones ni nada. No cuando tu compañero de desgracia no hizo más que unirse a la desgracia en sí misma.

    Como toda mi puta vida.

    Maldito amante del desastre.

    No era realmente demasiado diferente de Discordia, ¿o sí?

    Joder, tan siquiera yo no le metía drogas a una tonta por puro amor al arte.

    Puta bruja.


    —Lamento que viniésemos solo a decirte mierdas horribles, como si no tuvieras ya suficiente —murmuré despegando el rostro de la mesa por fin, pero no me atreví a mirarla. Estaba siendo el jodido chiquillo retraído, sin darme cuenta siquiera—. Suzu, sé que no tengo derecho a pedirte ya nada pero... Por lo que más quieras, no te acerques a Tolvaj, pero ni un puto segundo. Fue la que terminó de cagar a Alisha, estoy casi seguro, y la conozco lo suficiente para saber que no tiene una gota de arrepentimiento encima. No quiero que te haga nada a ti.

    No quiero.

    Estoy cansando de que todas salgan perjudicadas por un montón de monstruos de la calle.

    Incluso si yo mismo soy uno.

    Aunque le sumé a tu ruina.

    Anna.

    Jez.

    Suzu.

    Hasta la tonta de Alisha.


    ¿Qué tanto tendría que elevar las murallas de Micenas para poder alejarlas de las garras de los demonios insurgentes?

    Y me llegó como un chispazo, que Anna estaba sola afuera... Con el lobo suelto.

    Fue como si me hubiesen arrebatado el aire de los pulmones, porque estaba atado por todas partes, porque estaba allí con Suzumiya, acababa de soltarle toda la mierda y no iba a dejarla sola, así me repudiara. Porque era otra promesa pero a la vez tenía que tener la atención dividida en lo que pasaba afuera, a pesar de no poder ver nada.
     
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    Yugen

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    Lo escuchó con la paciencia de una madre. Todas y cada una de una de sus palabras. Los momentos en los que flaqueaba y la voz se le quebraba como un niño. El hecho de que estaba siendo honesto, que estaba destripándose el alma, el corazón; y poniéndolo en una bandeja frente a su rostro como ella había hecho con Alisha en su momento. No era una confesión de amor pero tenía la contundencia y la fuerza de una y se le clavó en el pecho, en la herida que había dejado Welsh, y la hizo sangrar aún más.

    Pasó por tantas emociones en tan poco tiempo. Ese día en particular tenía la certeza de que el corazón se le rompería en pedazos irrecuperables.

    Sorpresa fue la primera.

    Incredulidad y negación la segunda.
    Ira. La tercera.
    Y aceptación la cuarta.

    Como si fueran las etapas de un duelo o estuviese aceptando una sentencia de muerte
    . La disculpa fue cálida, la confesión de lo sucedido con Welsh le arrojó nuevamente aquella frialdad e indiferencia, aquellos ojos opacos y vacíos. Le arrojó la imagen de un parque cualquiera de la ciudad, de una Alisha drogada y borracha, de un grupo de lobos hambrientos dispuestos a devorarla como malditas alimañas... y a Altan, apartándola de ellos y llevándola a casa.

    La había salvado.

    Le había salvado la maldita vida.

    Y aunque la había besado, aunque estaba confesando que lo había hecho, ni siquiera podía culparle por eso. Dolía y la herida en su pecho perdía un poco más de sangre pero joder... ¿cómo iba a sentirse traicionada cuando Alisha realmente no quería nada con ella y él le habia salvado la puta vida esa noche? ¿Qué clase de persona sería si impusiera sus propios sentimientos sobre la seguridad de alguien más?

    No.

    Ella no era así.

    Por un instante, al verlo tan roto, tan hecho pedazos y vulnerable, sintió el deseo, la necesidad, de al menos rozarle el cabello y transmitirle algo de seguridad. Que tuviera la certeza de que no la había cagado tanto. Pero se contuvo.

    No lo tocaría.

    No tenía el derecho de hacerlo.


    Eres una buena persona, Sonnen-kun—habló finalmente. Su voz fue suave, como una caricia cálida a pesar de todo—. Aunque rehuses del resto del mundo, aquellas personas que te importan realmente lo hacen. Si no lo hicieran, no estarías aquí disculpándome conmigo ni confesándome algo que podría cambiar todo entre nosotros y hacerme odiarte. Pero no te odio. No podría odiarte aunque quisiera. No odio a nadie en este mundo. Quizás ese sea mi mayor problema.

    Ojalá pudiera odiar a Alisha. Sería incluso más fácil poder arrancarla de su mente. A pesar de su trato frío y su indeferencia, no podía hacerlo. Porque su amor por ella y su necesidad de cuidarla se volvían incluso más fuertes cuando la veía al borde del colapso.

    Ojalá pudiera odiar incluso a Tolvaj por haber hecho lo que había hecho.

    Pero no podía. No podía odiar a nadie, no quería hacerlo. Quería seguir creyendo que había algo bueno, algo brillante y genuino incluso dentro de los más bajos demonios del averno.

    >>Alisha-san no está bien—confesó aunque era simplemente obvio para ambos. Tensó nuevamente los dedos sobre el maletín escolar buscando calmar sus emociones—. No sé lo que le pasa porque no va a decírmelo, pero nunca antes la había mirado a los ojos y la había visto tan vacía. Tolvaj-san la animó a cubrir su dolor emocional con pastillas... pero hay algo más. Algo que no va a decirme. Y me rompe pensar que una de las razones que la llevaron a su estado fui yo y mi estúpido autocontrol, que me falló en el peor momento posible.

    Había permanecido con sus ojos sobre él todo el tiempo pero ya no pudo seguir mirándole. Porque sí. Era estúpida y tonta y había metido la pata como las grandes.

    Hasta el fondo.

    >>Me acosté con ella el viernes—tomó aire lentamente por la nariz y exhaló despacio. ¿Debía estar contándolo? Sentía que era necesario. Tenía que hacerlo. Incluso si mencionarlo en voz alta la hacía sentir vergüenza de sí misma—. El día anterior le había dicho que me buscara. La besé porque no pude contenerme, porque ella me dijo que estaría conmigo si simplemente no la amase. Que le resultaba atractiva y... todo se fue a negro. Es el mismo impulso que me hizo hacer lo mismo con Gotho. Siento estar colgando de una cuerda muy fina que está rompiéndose sobre un vacío negro y desconocido. Y lo peor es que no me importa caerme.

    Soltó el maletín de pronto. Las manos le habían empezado a temblar y se apresuró a abrazarse a sí misma. Sus pensamientos y emociones habían cambiado tanto desde la fiesta en la azotea que se sentía genuinamente abrumada. Ni siquiera había podido dar un beso en el juego de la botella. Le había dicho a Wickham que jamás besaría a alguien que no le interesase. Había abierto su maldito cerebro de archivo y comprobando mil veces que las sensaciones de su cuerpo eran meros estímulos bioquímicos e instintivos.

    Pero joder
    .

    Joder.

    Quebrar las normas.

    Y actuar cada vez de forma más impulsiva había empezado a no importarle. Si eso apagaba su cerebro, si eso la hacía sentir mucho más que aquello que estaba en los libros.

    >>No me importa Sonnen-kun—cierta ansiedad se coló en su voz que sonó frágil. Terminó clavando aún más los dedos sobre su piel—. Y eso es lo más aterrador de todo.
     
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    Zireael

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    Estaba esculcando en sus heridas, estaba metiendo los dedos en los cortes y echándoles sal encima, y nunca me dio tanto asco una sangre que no estaba allí como en ese momento. Lo cierto es que estaba allí diciéndole todo porque Anna había conseguido centrarme, porque si no fuese el caso la repugnancia que sentía hacia mí mismo me hubiese impedido darle la cara.

    Y me habría llevado mi cagada a la tumba.

    Y habría buscado romper, fracturar, quemar.


    Pero ahora, haberle dicho todo aquello... Me había aliviado el corazón, de nuevo, como el niño que confiesa haber roto la vajilla. Lo hace llorando, temiendo la respuesta de su madre, pero al final es honesto y puede irse a dormir tranquilo a la noche, lo cierren a regaños o no.

    Eres una buena persona, Sonnen-kun.

    Y tú una completa tonta.

    ¿Cómo no vamos a querer cuidarte, Suzu, si tienes este estúpido corazón que sólo sabe dar y dar y dar, incluso si significa ponerlo en las manos de los demonios?

    Si no era diferente de Jez, si no era diferente tampoco de aquel lado de Anna que me había sujetado en la enfermería, seguro sentía el impulso de acariciarme, de tan siquiera hacerme saber que seguía allí y... Se había contenido.

    ¿Qué Alisha no estaba bien?

    Pues no, cariño. Obviamente no.

    Lo vi en el azul contaminado y luego en el vacío.


    —Suzu... Tolvaj no pretendía darle formas de cubrir su dolor, solo buscaba amplificarlo, romperla. —Inhalé aire con algo de fuerza, sin mirarla aún—. En la calle Eris es conocida por hacer honor a su nombre, por no ser otra cosa que la Discordia hecha persona.

    Escuché el resto de sus palabras y entonces Konoe hizo las veces de un espejo, fue como estar hablando conmigo mismo de repente. Se abrazó a sí misma y mis cables sueltos se conectaron, me di cuenta que en ese momento no me hubiese importado recibir su tacto.

    Y que ella necesitaba de soporte.

    Me levanté de la silla en silencio, para acuclillarme junto a la suya y busqué su mirada al fin. Sus ojos violeta, parecidos a los de Hodges, y le dediqué la sombra de una sonrisa.

    —Da muchísimo miedo. Estar observando el pozo oscuro y que ya no te importe caer dentro, ahogarte en las sombras o... Quedarte en el infierno. —Estiré la mano, le corrí un mechón detrás de la oreja y le acaricié la mejilla después, conciliador—. Y a veces escuchamos cosas en la oscuridad que nos atraen como imanes, que nos hacen querer cortar la cuerda nosotros mismos o arrojarnos por cuenta propia al vacío que hemos estado bordeando.

    Solo somos adolescentes al final del día.

    Solo eso.


    Aproveché el primer movimiento para entonces rodearla con mis brazos, prestarle las alas de cuervo, hacerle refugio entre mis plumas. Me tensé unos segundos por mero reflejo pero pude volver a relajar los músculos y la apreté suavemente.

    —Puedo... No ser tan huraño pero tienes que darme mi tiempo —murmuré y le dediqué una caricia en el cabello como las que le dedicaba a Anna—. Ya escuchaste a la enana acelerada de afuera, ¿no? Pero te lo repito de forma diferente. Estoy aquí para ti, Konoe. Lo estoy y no pienso dejar que alcances la oscuridad absoluta.

    El pilar.

    Los cimientos.

    Las murallas.

    Anna encenderá las lámparas de queroseno para ti si es necesario. Lo sé, las he visto, son como un camino para los perdidos.

    Y el sonido de las olas te ayudará a recordar en qué dirección puedes volver a casa.


    Le había dicho que no buscaba que me perdonara, pero mierda, la paz que me había dado solo que dijera que no me odiaba. Y aún así, las siguientes palabras casi se me atraviesan en la garganta.

    —Lo siento mucho, Dios, lo siento tanto por todo. —Se me había formado el maldito nudo al fondo de la garganta y sorbí por la nariz.

    La dejé ir despacio antes de incorporarme y mi atención se deslizó, de nuevo, hacia el pasillo. En parte de nuevo era para no mirarla y por otro lado por todo lo demás.
     
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  20.  
    Yugen

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    Era extraño y tan sumamente cálido. La actitud de Sonnen le recordó esa noche en la azotea cuando se habían conocido y él tomó ese rol fraternal, asegurándose de que estuviera cómoda. Cuando le mostró en perspectiva el mundo de sombras, los hilos que unían a cada eslabón de la cadena; Cerbero y aquellos que podían pasar como habitantes del inframundo.

    Cuando confirmaron que eran compañeros de desgracia. Carpas nadando en el fango que jamás alcanzarían a convertirse en dragones.

    Hades.

    Hestia.
    Se tensó de forma instintiva al sentir su tacto. En un primer momento se le antojó ajeno, como si no le correspondiese. Pero se dejó hacer. Sus músculos se destensaron y suspiró apenas bajo su tacto.

    Sí, daba miedo.

    Mirar a la oscuridad, que esta te devolviese la mirada y ya no temerle. A pesar de que estaba pisando un terreno inestable y desconocido. Todo aquello que había leído en los libros... simplemente ya no alcanzaba. ¿Era eso entonces? ¿Una simple adolescente? ¿Podía seguir dejándose caer en ese pozo?

    Estaba asustada de sus propias emociones e impulsos. De cómo sus convicciones se habían roto y hecho pedazos. Tenía tantas cosas en la cabeza. El asunto de Gotho y el abrumador sentiento de no saber cómo ayudar a Welsh. Quería hacerlo, incluso si ella terminaba repudiéndola. Podía querer olvidar sus sentimientos por ella, ese deseo y necesidad, pero jamás el hilo que las unía desde que sus caminos se cruzaron.

    Quería ser su luz en las sombras.

    De la misma forma que Altan y Anna querían serlo para ella.

    Aquello solo la reafirmó en la idea. No podía dejarla sola. La academia era como un océano aparentemente calmo, pero sus aguas oscuras estaban infestadas de bestias marinas.

    Los tiburones podían detectar a sus presas desde kilómetros a través de la sangre que se desprendía de heridas abiertas.

    Y había tantas.

    Y tantos tiburones.

    Se enjuagó los ojos con el dorso de la mano y sorbió por la nariz sin fuerza. Extendió la mano y le rozó ligeramente el brazo con la punta de los dedos. Le dedicó una caricia suave, temerosa en un inicio... antes de incorporarse y rodearle también con sus brazos. Prácticamente se le echó encima. Y no le importó el olor a humo que se le impregnaba en la ropa, en la piel ni en el cabello ni el uniforme hecho un completo desastre.

    —Te perdono—afirmó a pesar de que su voz aún sonaba ahogada por el nudo en su garganta. Sus lágrimas eran cálidas, de emoción contenida, que se mezclaban con la tristeza de la situación, el sentimiento de impotencia y el miedo—. Te perdono Sonnen-kun. La salvaste esa noche. Evitaste que acabara con un puñado de alimañas famélicas. Pasara lo que pasara después, tú también estabas ebrio... y la salvaste, Dios. La protegiste. Y te estoy infinitamente agradecida por eso.

    Se separó para recuperar su maletín del suelo y exhaló nuevamente. Su expresión se había suavizado, relajado de forma considerable.

    —Iré a hablar con Gotho-kun. Aún es pronto, pero quiero intentar abordarle antes de que abandone la academia.

    >>Mantendré la distancia con Tolvaj, aunque esté en este mismo salón. Te lo prometo—llevó la palma de la mano a su pecho y cerró los ojos. Estaba latiendo con fuerza—. Y quizás... solo quizás... trate de hablar nuevamente con Alisha-san. Quiero que sepa que no voy a dejarla sola.
     
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