Microrrelato Asesinato legal

Es el año 2030. Habían pasado ocho años desde que un terrorista alemán atentó contra la vida de la reina y el primer ministro que gobernaban el Reino Unido en ese entonces; desatando el caos en el país soberano, lo que desencadenó una serie de eventos que culminó en una guerra mundial tras la cual el reino se extendió a un tercio del mundo.

Mi nombre es Amirah Lowery. Vivo en el pequeñísimo país asiático Kescotrabvenea, lugar donde la tierra no es fértil y tenemos que importar casi el cien por ciento de nuestra comida de otros países. Lo que nosotros tenemos para ofrecer es petróleo y minerales, que afortunadamente se vende a precios mucho mayores en cantidades mucho menores.

Es curioso, pero con un tercio del mundo unificado bajo un solo gobierno, y con políticos que saben gobernar sus naciones y negociar con otras, el mundo está relativamente en paz. Los índices de terrorismo son increíblemente bajos, los científicos más importantes del globo se dedican a crear más medicamentos, y se redujo la violencia a nivel mundial.

Se preguntarán cómo. Bueno, algunos países pertenecientes al Nuevo Reino Unido, como el mío, han tomado unas medidas legislativas… interesantes, por llamarlas de una manera. En Kescotrabvnea y otros cinco países con los que compartimos fronteras, por ejemplo, cada ciudadano tiene permiso legal para cometer asesinato una vez. Pero debemos llenar el papeleo apropiado y nuestra víctima elegida será notificada de nuestras intenciones.

Y probablemente estarán pensando en cómo demonios se supone que eso reduzca los niveles de violencia. Y seguramente si les digo que la explicación implicaba algo similar a que “en lugar de agredir constantemente a una persona a la que tanto odias puedes deshacerte de ella”, dirán que estoy loca. Pero no lo dije yo, sino los políticos. Y no sé si parezca una locura, pero parece que a la mayoría de los ciudadanos les gustó en la idea.

La verdad, creo que si se implementó esta medida hace un par de años es porque el Nuevo Reino Unido prefiere que nos concentremos en asesinarnos entre nosotros y no en cuestionar alguna otra decisión política que tomen sobre nuestras vidas.

Por supuesto, nunca he querido expresar mi opinión en voz alta a nadie porque temo que el gobierno quiera silenciarme por toda la eternidad. Vivir en una monarquía que está cerca de ser una dictadura no es tan malo: es vida. No quiero morir.

Pero me llegó la carta de advertencia una mañana. Alguien me quiere matar.