Armario de enseres de gimnasia

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Amane

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    Aflojé el agarre en cuanto se separó, permitiéndole incorporarse sin mayor dificultad y observé sus movimientos con cuidado, aprovechando para intentar controlar mi respiración mientras pude.

    Me incorporé también sobre las colchonetas en cuanto se alejó, con las manos apoyadas a ambos lados de mi cuerpo, y lo escuché con atención, notando como poco a poco iba recuperando la sonrisa felina y la mirada chispeante.

    "Desvístete."

    ¿Ves, cariño? No era tan difícil.

    Sin decir nada más, comencé por desabrochar los pocos botones que quedaban intactos de mi camisa, con una lentitud casi tortuosa, y en cuanto me la quité, se la lancé con cierto tono burlón. Me quité los zapatos con los propios pies mientras me levantaba, bajando la cremallera de la falda y dejando que la misma se deslizase hasta acabar en el suelo.

    Nunca llevaba medias.

    Sin romper el contacto visual en ningún momento, llevé las manos tras la espalda y desabroché el sujetador, quitándomelo de manera sinuosa antes de dejarlo caer hacia un lado de mi cuerpo; colé después un par de dedos en el elástico de las bragas y seguí un proceso parecido, bajándolas con movimientos curvos hasta levantarlas y dejarlas caer al lado contrario.

    Me volví a sentar después en la colchoneta, con las piernas ligeramente abiertas, y me humedecí los labios mientras ladeaba la cabeza.

    —¿Y ahora~?
     
    Última edición: 6 Noviembre 2020
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    Prácticamente me relamí los labios mientras detallaba cada uno de sus movimientos en perfecto silencio y quietud. Tan sólo había que verla, cuán cómoda y segura se sentía con su cuerpo para hacer cosas así sin el menor atisbo de pudor.

    Algo que no se veía todos los días, ciertamente.

    Me llené los pulmones de aire y lo liberé poco a poco mientras se quitaba los últimos rastros de ropa, y deslicé los ojos por el uniforme desperdigado aquí y allá antes de volver a ella, viéndola ligeramente desde abajo. Mi sonrisa era casi maliciosa, pero a Alisha no podía importarle menos, ¿eh?

    Eso tampoco se veía todos los días.

    Eché la cabeza hacia atrás y solté una risa baja, mi expresión entera gritaba absoluta prepotencia.

    —¿Qué hacías? Cuando pensabas en mí —murmuré, ronco, y esta vez sí que me relamí los labios—. Muéstrame.
     
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    Amane

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    Solo había que ver su expresión para saber que lo único que estaba consiguiendo era subirle aun más, si eso era tan siquiera posible, la autoestima y su prepotencia. Pero bueno, no podía decir que en aquel momento me importase mucho.

    Le dirigí una última sonrisa sugerente antes de acomodarme en la colchoneta, deslizándome hasta que noté la fría superficie de la pared contra mi espalda. La piel se me erizó un poquito más y solté un suspiro pesado, cerrando los ojos. No hacía falta en realidad, porque estaba ahí y notar su insistente mirada era más que suficiente para mantenerme excitada, pero por el bien de meterme en el papel, decidí hacerlo.

    Era un poco irrelevante lo que estuviese pensando, en mi imaginación se me mezcló la escena que recién habíamos tenido, con otras anteriores, con otras inventadas y la sensación de saber que me estaba observando, y lo importante es que me sirvió para sentir aquel calor en la zona baja y la necesidad de aplacarlo.

    Llevé una mano hacia uno de mis pechos, el contrario al que él había estado tocando antes, y no tardé en juguetear con el pezón, acariciándolo y pellizcándolo con insistencia. La otra mano se deslizó con movimientos serpenteantes por mi abdomen, erizándome la piel por dónde la yema de los dedos rozaba, hasta que alcancé mi intimidad.

    Abrí aun más las piernas, por pura inercia, y empecé a acariciar el botón que palpitaba por la necesidad. El primer toque me sacó un gemido largo y profundo, gutural incluso, pero según el movimiento de la mano se iba repitiendo, los gemidos se fueron estabilizando hasta ser varios seguidos y más controlados.

    —Joey... —prácticamente suspiré, y en un momento de extraña lucidez, entreabrí los ojos para intentar buscar su mirada oscurecida—. Enjoying the view~?
     
    Última edición: 7 Noviembre 2020
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    Gigi Blanche

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    La idea de haber tenido la cámara encima me rayó el cerebro con tal fuerza que solté una risa incrédula, mordiéndome el labio. Podía ser casi un enfermo cuando me daba la puta gana, ¿eh? Pero la idea de fotografiar a Alisha en ese momento tuvo casi más fuerza que la escena en sí para inyectarme oleadas suaves de calor.

    Inhalé y exhalé con pesadez, mi pecho expuesto se acompasó al ritmo de mi respiración mientras absorbía con una intensidad insana cada movimiento de la rubia. Joder, la cara de depredador que debía tener encima, y qué poco me importaba. Las yemas de los dedos apenas me cosquillearon al fijarme en sus pechos, cómo los tocaba, pellizcaba y manipulaba. Seguí el serpenteo de la mano contraria, hasta alcanzar su intimidad y su gemido rebotó en mis oídos.

    Tragué saliva.

    Respiré hondo.

    Permanecí ahí, inmóvil, sin quitar la vista ni una vez de su cuerpo. Los pechos firmes, la cascada dorada, su mano entre las piernas y sus malditas expresiones. Pestañeé al recibir su mirada y ladeé la cabeza, dedicándole una sonrisa suave.

    Absolutely —susurré, masajeándome la mandíbula antes de agregar—: Please, keep going.
     
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    Aquellas palabras fueron más que suficientes para hacerme sonreír con cierta suficiencia y seguir centrándome en la tarea.

    Acabé quedándome con los ojos entreabiertos, queriendo recibir aunque fuese por encima sus expresiones, y casi sin darme cuenta, acabé dejando entrar un dedo en mi interior haciéndome inhalar aire con fuerza.

    La mente se me volvió a nublar con facilidad y los gemidos volvieron a acompasarse al movimiento rítmico del dedo, y al de un segundo instantes después.

    Me mordí el labio cuando bajé la otra mano también para seguir atendiendo el clítoris y arqueé ligeramente la espalda en anticipación a los espasmos del orgasmo...

    ...que nunca llegó.

    La idea de que el chico seguía ahí me rayaba la mente con fuerza y mi cuerpo parecía no estar dispuesto a dejar pasar aquello, así que me obligué a parar un segundo antes del clímax y retomé un ritmo mucho más pausado después.

    Tragué saliva con fuerza y me humedecí los labios con la punta de la lengua.

    —¿No quieres ayudarme a acabar?

    La pregunta intentó sonar casual, como si nada, pero me fue imposible esconder el tono casi suplicante.

    "Hazme acabar, por favor" parecía más bien el mensaje.
     
    Última edición: 7 Noviembre 2020
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    Por fin mantuvo su atención sobre mí, ya no sólo podía seguir el movimiento de sus manos, sino deleitarme con el aspecto opaco, empañado de sus ojos azules. Me relamí como un lobo hambriento, sus gemidos llenaban la puta habitación y venga, no era de piedra. La entrepierna comenzó a molestarme, dentro del jodido pantalón.

    Al fin.

    Casi me fui en vicio, anticipándome a su orgasmo según su respiración y el ritmo frenético de sus dedos, pero nunca llegó y, en su lugar, recibí una suplica.

    Y yo, bueno, de repente me apetecía ser un Dios bondadoso.

    Estampé las palmas sobre mis muslos y me incorporé de mi trono, viéndola desde arriba como si fuera el puto rey del mundo. Me acerqué, sí, pero lo hice con una lentitud que te cagas. Disfruté cada paso, las manos enterradas en los bolsillos, antes de inclinarme y enterrar una rodilla a su lado.

    —Ah, ah, Ali-chan —la reprendí, chistando la lengua—. ¿Debo asumir que pensar en mí no te alcanza? So sad~

    Toda la suavidad en mi voz y maneras se extinguió de un segundo al otro, en cuanto mis ojos perdieron cualquier rastro de brillo y me abalancé para devorar sus labios. Fue agresivo, en verdad, la tiré en la colchoneta, repté sobre ella, le metí la lengua lo más que pude. Bajé a su cuello, lo llené de mordiscos, de saliva, y colé dos dedos en su interior sin bombos ni platillos.

    Lo hice de repente.

    Y lo hice fuerte.

    Empecé a masturbarla con un frenesí casi ridículo, y liberé su boca a consciencia porque quería oírla. Joder, me ponía un huevo oírla.

    Eso, preciosa.

    Retuércete.
    Tiembla.

    Grita mi puto nombre.
     
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    No pensé que fuese a surtir efecto de primeras, a decir verdad, pero a veces olvidaba que hasta él era humano, aun cuando la mayor parte del tiempo parecía no serlo.

    En ese mismo instante, al menos, acercándose con aquel paso lento tan tortuoso supe que era de esos momentos en los que parecía el demonio sacado directamente del infierno. La jodida cabeza de Cerbero que adoraba.

    No sé de dónde saqué la fuerza de voluntad para parar mis manos y esperarlo, como si no estuviese al borde de nuevo, pero lo hice y lo observé con una ansiedad que pocas veces había sentido tan intensa.

    Si tuve alguna intención de responderle a sus palabras, desapareció con la misma rapidez con la que él se lanzó a mis labios para devorarlos. De todas formas, dudaba de mi capacidad de formar alguna oración con sentido en aquel instante.

    Le correspondí al beso, llevando mis ahora libres manos a su nuca para empujarlo, permitiéndole profundizar el mismo hasta que no se pudiese más. Si el gemido cuando yo había empezado a tocarme fue profundo, el que me salió en ese momento lo superó con creces.

    Eché la cabeza hacia atrás, arqueando la espalda, y las uñas se clavaron con fuerza en su espalda, posiblemente dejando más de un arañazo cuando arrastré la manos hacia arriba, de vuelta a su cabello.

    Sentí como la voz se me desgarraba porque era incapaz de bajar el tono, en todo caso era posible que lo estuviese aumentando con cada segundo.

    —Joey —fue una exhalación en mitad de los gemidos, apenas era capaz de pronunciar aquello para que se me escuchase—. Más. Haz que duela más.

    ¿Fue una súplica o una orden? No me importaba como se lo tomase, solo necesitaba que lo cumpliese.
     
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    Gigi Blanche

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    No había fisuras en el plan, ¿verdad? Alisha y yo éramos así desde que nos habíamos conocido, esa noche cualquiera en ese pub cualquiera. Echábamos por la borda prácticamente todos los fines de semana entre alcohol, hierba y sexo, sin pensar, sin detenernos, pero también sin avanzar.

    La tenía allí, como cientos de veces anteriores a esa, arrancándole el puto aire de los pulmones, agitando su corazón hasta llevarlo al borde del colapso. Colándome en ella, perdiéndome en ella, devorándole la boca o follándomela hasta convertirnos en sacos de carne, sangre convulsa y desperdicio.

    Joey, más.

    Siempre le daba más.

    Haz que duela más.

    ¿Qué?

    Pestañeé, como si todo mi sistema se hubiera congelado y reseteado a la fuerza. Me detuve, saqué los dedos de su interior y me incorporé. Quemaba, pero no era el fuego que anhelábamos. Quemaba pero no ardía, era lisa y llanamente doloroso. Repugnante.

    Estaba lastimando a Alisha, y me importaba un coño si la cabrona me lo pedía.

    Estaba lastimando a Alisha a voluntad.

    Violento de mierda.

    Inútil.

    Eres una desgracia como hijo.

    ¿Para qué diablos naciste?

    Volví a pestañear, el aire corría irregular por mi garganta y era áspero, frío, doloroso. No lograba enfocar el mundo y cuando creí hacerlo, cuando reparé en la silueta desnuda de Alisha, comprendí que la había arrastrado a ese maldito armario con la intención más cruda y deplorable de ejercerle dolor.

    Y me fui.

     
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    Asintió con suavidad, marcando la dirección de sus pasos al escucharlo hablar. Estaba opaco, oscuro, el tinte brillante de sus ojos se estaba perdiendo, aquel brillo inalcanzable para alguien tan putrefacta como ella, y no, no dejaría que él se perdiera en el mundo de las tinieblas, conocía de primera mano lo que era vivir en el inframundo con su alrededor ardiendo, sin lograr discernir la capa gruesa de hielo que la mantenía sentada en aquel trono imaginario, con el susurrar del abandono a cuestas, sobreviviendo apenas.

    Sin embargo, no permitió que sus pensamiento inundaran su semblante, guiándolo hasta dentro del armario de enseres en donde cerró luego de estar dentro, divisando las colchonetas y algunos balones, colándose la luz del sol por las ventanas.

    Brillantes, como tú Shawn.

    Dejó el bento sobre una de las mullidas colchas apiladas y le miró, con parsimonia y calidez.

    —Puedes confiar en mí —susurró—. Si tiene que ver con la chica que te gusta, debes armarte de valor y decir lo que sientes, si es algo externo a ello...

    Si es Zuko quién te fastidia, si te está molestando la vida.

    —Puedo ayudarte —llevó un mechón de cabello tras la oreja, mirándolo entre las pestañas, como quien ve un niño indefenso y desea ser su armadura, aunque se resquebraje, aunque se rompa en pedazos—. Sé guardar secretos, y tú, necesitas soltarlos.

    Tragó, sí, más porque se estaba echando la soga al cuello que por cualquier otra cosa.

    La tercera.

    La agregada.

    La que no cuadraba.


    >>No te ahogues, Shawn.

     
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    Shawn Amery

    Curiosa elección de lugar para un almuerzo. La seguí en todo momento sin intención de exteriorizarlo realmente, y cuando nos adentramos en el armario de enseres me dejé caer sobre una de las colchonetas, como si de repente fuese consciente de que no había conciliado el sueño y el peso se duplicase sobre mis hombros. Apoyé los brazos sobre mis rodillas, escuchándola hablar en ese tono suave y conciliador que había usado en mí desde el primer día que nos conocimos.

    La escuché casi como un niño regañado pero en mi semblante no se reflejó nada.

    Era tan injusto.

    —Deja de hacer eso.

    Las palabras salieron solas de mis labios, átonas. No tenía intención de responderle. Iba a desviar el tema, hablar del bonito día que se había quedado y preguntarle qué tal su día, cualquier banalidad de esas, pero algo dentro de mí estalló. No sonaba molesto, ni tenía motivo para estarlo, solo era... cansancio. El más puro cansancio.

    —No es justo, Agnes. Nada de esto lo es —alcé la mirada y mis orbes azules, opacos, se posaron en los rubíes de ella—. Yo no soy quien se ahoga, no merezco tu amabilidad y aún así estás dispuesta a cargar con el peso que me corresponde a mí mismo lidiar. ¿Por qué lo haces? ¿Por qué actúas como si no te importara que te use de esa forma?

    Apoyé los codos a ambos lados de mi costado, rescostándome en la colchoneta con la atención posada en el techo. Suspiré.

    >>Porque eso es lo que he hecho desde el principio. Usarte, descargarme y aprovecharme de ti. Y aún así mírate, siempre vuelves aquí. ¿Por qué?
     
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    Se mantuvo quieta en su posición, relajando los hombros al escucharlo hablar. ¿Por qué? Sí, a ella también le gustaría saberlo. Quizá porque era el único que no rehuía de su presencia, el único que no la miraba despectivamente por su alma vacía, el que no la juzgaba sin antes atreverse a conocerla. Había esperado por conocer una persona así desde hace mucho tiempo, de esas que no le ponían sobre nombres por su incapacidad de poder ejercer expresiones faciales sin antes esforzarse muchísimo en lograrlas.

    Ella no era como Zuko, no tenía la facilidad de ponerse máscaras, pero, con él no surgieron máscaras, por lo contrario, la más pura naturalidad se fue haciendo paso en el largo torbellino oscuro de su cabeza.

    Si él no era el que se estaba ahogando, entonces era ella.

    —Porque me agradas —buscó su mirada y le sonrió con suavidad, pese a que su pecho se agrietaba.

    Se recogió el cabello en una coleta alta ante la ansiedad, parpadeando con parsimonia, como debía comportarse siempre, como creyó que debía hacerlo para ser sacada de ese agujero negro en donde fue lanzada desde su uso de razón, dejada de lado, reciclada.

    Despertar.

    Caminar.

    Regresar.


    Despertar.

    Caminar.

    Regresar.

    Despertar.

    Caminar.

    Regresar.

    Lo había hecho tantas veces en su vida diaria, que ya no recordaba el por qué despertaba, el por qué caminaba, el por qué regresaba.

    —Soy una mujer egoísta, Shawn —comentó respirando profundo—. Y contigo, simplemente no puedo serlo.

    Desvió la mirada, sin embargo, no dejó que ningún rastro de angustia se colara, ni en su voz, ni en su postura.
     
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    "Porque me agradas"

    Por un instante contraje el rosto en una mueca cargada de desconcierto y busqué sus ojos, los rubíes brillantes y conciliadores, quizás buscando una reacción en ella. Comprender el verdadero peso de sus palabras. Pero no había... nada. Nunca había nada que no fuera una sonrisa cargada del más profundo cariño en mi presencia, y no fui consciente de ello hasta ese preciso instante. Cuán opuestas parecían ser sus verdaderas emociones con respecto a la imagen que reflejaba de sí misma.

    Porque nunca tenía malos días.

    Porque era perfecta.

    Pero en aquel momento, de alguna forma, la sentía más humana que nunca.


    Y de nuevo ese pinchazo. Culpabilidad. Sin percatarme de ello siempre terminaba haciendo daño a las personas que me rodeaban. Porque vivía en mi burbuja de cuento de hadas y me creía el héroe de la historia cuando posiblemente no era más que el villano de la misma. Una suerte de Doctor Jekyll y mister Hyde donde solo debía mirarme al espejo para encontrar la razón de mis males. ¿Y cuál era la verdadera línea entre ambos arquetipos, de todos modos? ¿Existía siquiera? Podía ir y volver, atravesar la línea de fuego de lo que se creía o no moralmente correcto y regresar como si nada hubiese pasado. Las personas teníamos multitud de facetas y nos movíamos en decenas de espectros; me pregunté entonces qué otras facetas guardaba Agnes. Qué otras ocultaba yo.

    No era como si pudiese juzgarla, de cualquier forma. No después de lo que yo mismo había hecho.

    Me levanté con pesadez de la colchoneta, dejando el bento atrás, y apagué con esfuerzo la voz en mi cabeza por un instante. Como tuve que haber hecho con Laila. Como debía hacer con Yule a menudo. Dejar a un lado mi puto orgullo, mis complejos, mi moralidad distorsionada y simplemente actuar con el corazón. Hacer lo que quería hacer en el momento sin peros ni dudas. Y en ese instante el verdadero Shawn escondido en lo más profundo de mí mismo solo quiso actuar de esa forma.

    La rodeé con mis brazos sin decir nada. Fue un gesto sincero y genuino, que cargaba mucho dentro. Una disculpa, un agradecimiento, una despedida. Metafórica, quizás, porque realmente no quería perder a alguien así en mi vida. Pero esa decisión no me correspondía a mí... si no a ella.

    —Lo siento, Agnes —susurré, y podía jurar que mi voz salió de lo más profundo de mi pecho. Mi mano se movió sola y acarició su cabello azabache mientras enterraba el rostro en su hombro, pero no había ninguna intención detrás. Estaba siendo todo lo cristalino que podía ser por primera vez, porque lo merecía. Lo merecían—. No importa cómo seas en realidad, nadie merece ser tratado así. Por más que parezca que nada te duele, lo hace... Y no quiero hacer más daño. Ya fue suficiente.

    Había roto a Laila.

    Decepcionado a mi hermano pequeño.

    Me había aprovechado de la bondad infinita de Agnes.


    Coloqué los brazos sobre sus hombros al separarme del abrazo y le sostuve la mirada con seriedad. Una parte de mí temió su respuesta, pero era algo que debía hacer. Empezar a encarar las consecuencias de mis actos, de alguna forma que de momento desconocía... pero que estaba tratando de averiguar.

    Pero me asustaba, me asustaba terriblemente.

    >>Podemos ser amigos, nada me haría más feliz que eso. Pero entenderé si quieres alejarte. Me lo merezco, después de todo esto. Sea cual sea tu respuesta, Agnes... Gracias.

    Porque el egoísta aquí soy yo.
     
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    El aire se detuvo en sus pulmones al verlo avanzar hacia ella, sosteniéndole la mirada hasta que la rodeó con los brazos y sin darse cuenta sus gráciles dedos se aferraron a su camiseta estudiantil, con el vívido terror de que desapareciera entre aquel abrazo, el que aquello fuese la última vez en que se acercaría a él, en que fuese a sincerarse tal y como ella dijo que podía hacerlo. Su corazón se resquebrajaba como una mísera hoja de papel al ser cortada.

    "Zuko, ¿alguna vez te has preguntado qué es querer a alguien?"

    <<Lo siento, Agnes>>

    "El llavero de florete, por favor"

    Escondió sus orbes bajo el flequillo, hundiendo su rostro en la curvatura de su cuello al comenzar a sentir las mejillas calientes. Se sentía tan avergonzada, nunca en su vida había experimentado aquella sensación en donde perdía la capacidad de recomponerse. No deseaba alzar la mirada, no cuando comenzaba a sentir la calidez de las lágrimas deslizarse por sus pómulos y humedecer el cuerpo ajeno.

    Le gustaba. Sin percatarse, él había logrado alcanzarla, enseñarle que todavía seguía siendo humana, que podía sentir, anhelar, soñar, ilusionarse... enamorarse. La sensación extraña le punzó por debajo de las costillas como si se tratara de mil agujas, y sin darse cuenta sollozó como una pequeña niña que llevaba guardándose tantas cosas por dentro en tantos años, siendo él la gota que regaba el vaso.

    "¿Eres de Rumanía, Agnes?"

    El sentido de la vida que le habían designado al nacer.

    La luz se desvanecía, la tibieza del sentir ardía contra su ser ante la propuesta de su amistad.

    Era lo que ella había propuesto el día del dojo luego de él confesar su amor por alguien más, pero dolía tanto, tanto que sentía que se echaría a llorar como lo hizo la noche pasada al hundirse en la bañera de su casa.

    "Intenta adivinar entonces de dónde soy. Te daré dos pistas"

    Y sollozó ante el miedo.

    Tanto miedo de no volver a ser deseada por nadie.


    —Yo —murmuró mordiéndose el labio inferior, sin atreverse a mirarlo, hablando apenas en un hilillo de voz que corría el riesgo de quebrarse como su corazón que ya estaba esparcido en pedazos—. Yo —repitió como si simplemente no pudiese más.

    Se estaba derrumbando.

    Y entonces, se aferró, como un adolescente con miedo de desaparecer en el inmensurable torbellino que la esperaba luego de aquel tiempo detenido, sintiendo el cómo la distanciaba para mirarla directo a la cara. Su cabello azabache se meneó en aquella coleta alta, su pecho se contrajo como el arrugar de una hoja de papel antes de ser tirada a la basura, y su voz surgió ante la de él, sin poder detenerla al sentirse miserablemente expuesta.

    Sus orbes sangre estaban cristalizados, y las lágrimas seguían corriendo.

    —Lo lamento —se disculpó de corazón, con una expresión del maldito miedo que la acompañaba y nunca dejaba salir, hasta ese momento—. Permití que me gustaras pese a saber tus sentimientos —susurró tratando de recomponer su respiración, abochornada por su quiebre al temblar entre sus brazos—, deseo... deseo.

    Su labio inferior tembló y apenas parpadeó al no querer que sus lágrimas continuasen escapando sin su permiso.

    >>Que tú seas feliz.
     
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    Algo dentro de mí se quebró cuando pude enfocar sus orbes cristalizados en lágrimas. Como me hubiera sucedido si no fuese Yule quien se dirigió al baño de chicas el día anterior. Apreté los labios en una fina línea y sentí que mis propios ojos ardían de repente. No supe si fue producto de sus palabras, de mi incapacidad para sostenerle la mirada o su honesto deseo, pero volví a a rodearla con fuerza en un desesperado intento por contener sus lágrimas. Por sostenerla a ella y quizás a mí mismo en el proceso.

    ¿No era eso lo que había querido? ¿Demostrar la humanidad que residía en Agnes Astaroth? Sus verdaderos colores, sus emociones, sus sentimientos. Pero la humidad traía consigo la vulnerabilidad, el dolor y la tristeza. Cargaba consigo emociones dolorosas pero era eso lo que la hacía real.

    Y estaba bien.

    Pero no se sentía así cuando era yo el culpable de sus lágrimas.

    —Yo no te aparté —A pesar del nudo en mi garganta logré alzar la voz en un murmullo cercano, tratando de contenerla y ser el soporte que necesitaba en ese instante—. No lo hice a pesar de notarlo porque nunca he sido capaz de comprometerme con nada. Creí que podía tenerlo todo y ahora probablemente no me quede nada —Dejé escapar una risa nasal apagada, clavando la mirada en el techo sin soltarla en ningún instante—. No es como si pudiera reprocharle a nadie más que no sea yo mismo.

    Era irónico. Cómo Agnes había sido de alguna forma la desencadenante de todo, y cómo había terminado abriéndome los ojos sin darse cuenta al final. Había tenido que llevarlo todo al límite para ser consciente siquiera de que no era el puto centro del mundo y que la gente a mi alrededor podía desaparecer. De hecho, lo estaban haciendo en ese preciso instante.

    Por eso estaba ahí. Poniendo finalmente una barrera entre ambos, como tuve que haber hecho desde hace tanto. Aunque el hecho de que Laila no me quisiese ver la cara de nuevo estaba ahí, si existía la más mínima posibilidad de poder comenzar a encauzar las cosas, lo intentaría.

    Lo intentaría, y esta vez lo haría completamente solo. Como tuve que haberlo hecho desde el principio.

    —Siempre voy a estar cuando me necesites. Lo sabes, ¿cierto? —murmuré, llevando mis pulgares hacia sus mejillas para apartar las lágrimas como podía con suavidad—. No necesitas ser perfecta en mi presencia. Puedes ser como quieras, y eso está bien. Ser humano es doloroso y hermoso a partes iguales, Agnes.

    Quizás, si Laila no estuviese en mi vida, las cosas hubieran sido diferentes. Pero estaba, era real, y no hubiera deseado cambiar nada. Mucho menos lo que sentía por ella, a pesar de ser el idiota número uno de aquella academia.

    Aguardé allí de pie junto a Agnes, sus sollozos llenando el silencio de la estancia, asegurándole de alguna forma que permanecería todo el tiempo que hiciera falta. Sus palabras seguían rondando mi cabeza cuando los rayos de sol captaron mi atención, filtrándose entre los barrotes e iluminando el bento de la joven en mitad de la oscuridad que nos rodeaba. Acaricié su cabello por última vez.

    >>Solo podré cumplir tu deseo cuando tú comiences a serlo, boba.
     
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    Insane

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    El ser sostenida en sus brazos le trajo algo de paz, aunque tuviese claro que fuese por unos cuentos minutos que deseaba y se convirtiera en eternidad, sin embargo la realidad en la que siempre estaba inmersa era concisa, clara y cruda. Suspiró luego de inhalar su aroma y bajar la cabeza, buscando que no quedase impresa en la mente ajena con aquella imagen derrotada, tan humana, tan sincera. Sus dedos se situaron en su espalda al corresponder con algo menor a la necesidad, más bien, aceptación por lo que estaba por venir.

    Negó suavemente sin separarlo de ella, porque aquella amargura que sentiría al quedarse nuevamente sola calaría hasta la profundidad de su pecho, sin embargo, era sumamente consciente de ello, de que no merecía nada más por lanzarse al vacío pese a saber que la esperaba el filoso rechazo bajo el puente, al que creía haberse preparado, pero no era así, no era más que una chiquilla de diecisiete años jugando a ser adulta desde temprana edad.

    Shawn hablaba, hablaba y hablaba, la acariciaba con sus palabras como si fuesen plumas que flotaban en su inmensa melancolía.

    ¿Por qué tenía que doler tanto?

    Si tuviese la oportunidad, ¿hubiese deseado no conocerlo en realidad?

    ¿Mantenerse hundida bajo aquella armadura con la que forjó su ser?

    Soltó una pequeña risilla sincera ante su apreciación de estar siempre presente en caso de necesitarlo, sin embargo negó con suavidad, distanciándose para acunar sus mejillas con el cariño inmenso de desearle el bien aunque le costase su ser en ello, y entonces, sonrió, de aquella forma en que quizá solo él podría verla sonreír.

    Y tragó, tragó fuerte para lograr mantenerse de pie y no dejarse caer.

    —Suficiente —murmuró limpiándose ella misma el resto de líquido salado que aún rondaba por su rostro, pese a que él había limpiado la mayor parte—. Tienes algo muy importante que hacer ahora, Shawn —le arregló el cuello de la camiseta, trató de limpiar la humedad de sus lagrimas al llorar sobre su pecho—, hora de ir a verla.

    Alisó la falda y sacó fuerzas de donde no existían, encaminándose hasta la puerta para abrirla luego de tomarlo de la muñeca y sacarlo fuera, sonriendo desde el otro lado del marco de la puerta.

    —En la azotea, búscala.

    Sí, la había visto subir al ellos bajar por las escaleras.

    —Y no regreses hasta que te le declares.

    En realidad, no regreses jamás.

    Cerró la puerta moviendo la mano como una despedida llena de naturalidad, y entonces echó el pasador, sintiéndose desfallecer a medida que su rostro se contraía en desconcierto, angustia, miedo, tanto miedo. Se recostó en la pared con la mirada perdida en las colchonetas apiladas donde no hace mucho, Shawn estaba recostado, y sin darse cuenta terminó deslizándose por la pared hasta sentir el frío suelo, tapándose el rostro para romperse por fin, ahogando el llanto entre sus palmas.

    Desafortunada.

    Su vida, era tan desafortunada que se preguntaba si en verdad, era merecedora de despertar cada mañana.

    Cansada.

    Se sentía tan cansada.
     
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    Zireael

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    ¿En qué momento perdimos tanto el control?
    ¿Fue el día que el miedo nos clavó su aguijón?

    .
    Intentamos doblegar al más inmenso de los mares
    y perdimos la cabeza en las fauces del león.
    .
    ¿En qué momento perdimos tanto el valor?
    ¿Fue el día que la duda nos ahogó con su dolor?
    ¿El mismo día que perdimos la esperanza?
    ¿El mismo día que perdimos la razón?
    Altan.png
    Ni siquiera me paré a analizar en qué podría llegar a pensar Anna si alcanzaba a verme desaparecer en dirección a las escaleras, a mi maldito cerebro de archivo, a mi cabeza desgraciada nunca le alcanzaron las neuronas para pensar en la posibilidad de que ella estuviera caminando por el mismo cauce.

    Mi cauce.

    ¿Era yo el único imbécil que estaba revolviendo cosas? Vete a saber, porque asumí directamente que sí.

    Bajé las escaleras en dirección a ninguna parte, porque no tenía ni idea de dónde mierda ir a meterme ahora con ese desastre en la cabeza. Podía haber buscado a Ishikawa, se me ocurrió apenas puse un pie en el pasillo de abajo pero descarté la idea apenas un par de segundos después, el pobre chico ya se había tragado mis mierdas un día así que no tenía por qué hacerlo de nuevo y mucho menos tan pronto.

    Seguí bajando y una vez en la planta inferior me alcanzó el ruido de la cafetería, de la gente del patio frontal, del mismo pasillo. Vi personas todavía comentando lo de los sobres, tantas otras ajenas a la mierda aún o que a secas no les interesaba, y de repente me sentí estúpidamente abrumado de todo.

    Tragué grueso, rodeé el mechero con los dedos pues seguía sin sacar las manos de los bolsillos y parpadeé un par de veces como si no lograra enfocar nada de lo que tenía al frente, un poco creo que sí era cierto. Los tres tonos de mi paleta acromática se estaban apelmazando uno sobre otro hasta transformar todo en una masa incomprensible.

    ¿Qué había ocurrido en menos de quince días?

    La fiesta de la azotea, el beso de Jez.

    El ataque de asma de Anna, el almuerzo en grupo.

    Gotho pidiendo el número de Jez, Ishikawa jodiéndole el plan.

    Anna escupiéndole a Usui, Shiori perdiendo la cabeza y la enfermería.

    La comida de boca de Welsh, la búsqueda de castigo que no terminó en nada.

    El rellano y el club de fotografía. Luego el desastre con Shimizu.

    Gotho acosando a la chica aquella, lo de Suzumiya.

    Tomoya Hideki, Anna y el invernadero.

    Usui apaleado, el perro muerto y la oreja cortada.

    La iniciativa de Anna de hablar conmigo. El desastre de la azotea de ayer, Jez y el imbécil de Wickham.

    El idiota de wan-chan dejando Tokyo.

    Nieves soltándome la sopa por amor al arte.

    Y la puta epifanía.

    Enlistar toda la porquería no fue la mejor de mis ideas porque lo cierto es que todo empezó a rebotarme en la cabeza con fuerza, la suficiente para que empezara a resultar doloroso y el gris siguiera revolviéndose.
    Detuve mis pasos en la entrada del gimnasio, vete a saber por qué, y me quedé viendo hacia dentro como un imbécil hasta que ubiqué una puerta entre mi revoltijo de negro, gris y blanco. Enderecé los pasos hacia allí, abrí y cerré de un portazo que hizo eco afuera.

    El armario de enseres.

    Quién sabe cuántos hijos de perra habían follado allí y cuántas putas veces.

    Akaisa.

    Welsh.

    El cerdo de Wickham.
    ¿Y quién era yo para juzgar a Cerbero?

    Dejé caer la espalda contra la puerta y me deslicé hasta terminar sentado en el suelo con las rodillas flexionadas. Pasé saliva una, dos veces, y seguía sintiendo la boca seca que daba gusto, literal podía masticarme la lengua en cualquier momento.

    Saqué las manos de los bolsillos por fin, consigo el mechero y esculqué con la otra para sacar la cajetilla, hacerme con un cigarro y encenderlo allí, porque me daba igual toda mierda ya. Di una calada profunda, me llenó los pulmones y casi sentí el humo arder desde la boca hasta el final de las vías respiratorias. Tosí como si no hubiese fumado en mi puta vida, casi inmediatamente después solté una risa rara, amarga, que rebotó en las paredes y regresó a mí.
    Apoyé los brazos en las rodillas cuando me di cuenta de una cosa.

    Me habían empezado a temblar las manos como si me hubiese metido quién sabe qué droga dura.

    Las cenizas del cigarrillo fueron a parar al suelo, algunas cayeron sobre el pantalón en su camino pero no podía interesarme menos porque sí, el pulso me iba como descosido, también la respiración. Me estaba costando un huevo pasar aire, de hecho me dolía.

    Dios.

    ¿Qué mierda?


    La migraña había comenzado a martillarme la cabeza en cosa de segundos y tampoco sentía que tuviera realmente control del resto de mis reacciones corporales, era como si un cable se hubiese zafado pero no supiese cuál, así que por rebote no podía volver a conectarlo aunque me esforzara por buscar qué era lo que estaba haciendo fallar al sistema de aquella manera.

    Ataque de pánico.

    ¿Por qué cojones?

    Darle un nombre fue peor porque me lanzó encima una sensación de terror que no había sentido ni cuando me fallaban los cálculos y me comía una paliza capaz de impedir que me levantara, era completamente de otra índole. Empeoró la reacción corporal, el temblor, la respiración sin control y el dolor al pasar aire.

    No me jodas.

    No me estés jodiendo.

    Junta tu puta mierda.


    ¿O no eres un Sonnen, idiota?

    Con el terror se revolvió una ira visceral que me activó los músculos del brazo en el que sostenía el cigarrillo a medio consumir, no sé cómo encajé los movimientos o ubiqué mi propio cuerpo, pero me alcancé la cara interna del antebrazo la colilla del maldito cigarro. Arrugué los gestos por reflejo pero no me quejé como tal, no tenía aliento con el que hacerlo de todas formas.

    Despierta, cabrón.

    Regresa al mundo.

    El chispazo de dolor proveniente de otro sitio que no fuese mi pecho no conectó el cable que se había zafado pero sí reactivó algunos otros interruptores que se habían bajado, fue una estupidez que podía calificar de locura pero cumplió su labor al regresarle los límites al mundo.

    No sé cuánto tarde en estabilizar mi respiración de nuevo, tampoco me di cuenta que me había sacudido las cenizas pegadas a la quemadura sin pizca alguna de delicadeza, y el primer pensamiento que me rayó la cabeza fue que estaba solo.

    Solo como la estúpida de Kurosawa.

    ¿Qué tenía una vez me arrancaba a voluntad de las manos de Jez? ¿De Anna? ¿De Ishikawa?

    No tenía nada más que un castillo de piezas electrónicas y era increíblemente frío. Lo había sido toda mi puta vida, vivía en un mundo donde nunca dejaba entrar a nadie realmente o eso sentía, como si fuese incapaz de destapar mis mierdas y decirles que no entendía el mundo de otra forma que no fuesen hilos, interconexiones, tratos y una escala de gris que alcanzaba el negro y poquísimas veces el blanco.

    Amar.

    ¿Entendía siquiera la puta palabra, mi cerebro de archivo era capaz de semejante cosa? Pensaba que sí, pero el rango de error… ¿Qué tan amplio era?

    Como si una computadora fuese capaz de procesar emociones, puto imbécil.

    Saqué un segundo cigarro todavía con el pulso algo tembloroso, me lo llevé a los labios y mordisqueé el filtro antes de encenderlo dando una calada significativamente más corta que la que le había pegado al otro, todavía sin estar seguro de si estaba en una pieza o qué mierdas.

    Me pasé el brazo por el rostro cuando me di cuenta que había estado llorando y ni lo noté en el momento, pero sentía la cara húmeda. El cigarro me lo acabé no mucho después, aplasté la colilla en el suelo y me quedé allí, con la vista clavada en algún punto frente a mí.

    ¿Qué sabía yo de amar a nadie?

    Si no había escuchado a Anna ayer.

    Asqueroso.

    Wey los dados me dijeron que lo aventara y qUIÉN SOY YO PARA NEGARLO?

    ¿Vieron que roleo hasta sola? Increíble, debería relajar mi culo intenso pero no lo voy a hacer jsjs. Esto no estaba planeado así pero fue como salió y estoy llorando.

    Si alguien quería follar aquí, upsies (?)
     
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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    Bajé las escaleras con una tranquilidad hasta estúpida, ya no me alcanzó el resto de la conversación de los idiotas, las reacciones de Al, nada. La velocidad del círculo de fuego aumentó, separándome todavía más del mundo y el maldito kitsune negro pareció regodearse del aislamiento en el que vivía desde lo que ya parecía toda mi vida.

    Navegué sin dificultad entre la gente que todavía andaba por ahí en vez de estar almorzando, le eché un vistazo al pasillo de segundo porque sí, luego al de primero y al final bajé hasta la planta baja. Estuve por irme a la cafetería o al patio norte en automático, pero al final desvié mis pasos al gimnasio, seguí andando hasta la puerta del armario de enseres y abrí sin importarme si había alguien o no. No había que ser un genio para saber para qué usaban ese espacio.

    Cerré la puerta detrás de mí, apoyé la espalda en su superficie y me deslicé hasta alcanzar el suelo. El suelo frío me alcanzó las piernas, la parte de los muslos descubierta por las medias, y me dejé el bento sobre el regazo. Lo desenvolví para destaparlo y revolví el arroz con los palillos en piloto automático, mezclando el sazonador que le había echado encima.

    Me llevé un par de pedazos de carne a la boca y me cruzó por la cabeza una idea estúpida que había tenido la tarde que le di las galletas a Hiradaira. Al final no la externalicé, por suerte, pero había pensado en decirle que si no le molestaba que le compartiera de los almuerzos que preparaba. Últimamente no andaba haciendo bien los cálculos y a veces me salía más comida de la cuenta.

    Joder, era para mearse de verdad.

    Qué decir, había sido un momento de debilidad.

    No había puta manera en el universo que lográramos llevarnos bien, no existía y ya ni siquiera podía decirse que hubiese terreno neutral ni una puta mierda. Simplemente su incendio quería consumirme y el mío no reaccionaba a demasiado, pero tampoco se dejaba arrasar. Si ella hacía las cosas como le salían del coño era bastante ridículo que pretendiera que otros no hicieran lo mismo, pero allí estaba.

    Seguí comiendo con aire ausente, allí en el cuartucho, y pensé en qué era realmente todo lo que podía decirme Arata sobre mi hermano más allá de lo que ya suponía. No me sorprendía en lo más mínimo que Aniki hubiese sido capaz de guardarse la mierda, de cubrirla y mantenernos ignorantes, pero la pregunta era hasta dónde había llegado. Cuántos hilos había tenido en las manos, listo para aflojarlos o tensarlos como un titiritero y sobre todo cuántas piezas flojas existían realmente.

    Quizás debía, no sé, ¿estar rompiendo espejos otra vez, llorando como Hiradaira en el baño con Al? ¿Debía estar haciendo algo? Se sentía como si fuese el caso, pero pasaba que no sentía nada que no fuese la ira, no había nada más allá. Ni tristeza, ni miedo, tampoco dolor, todo era pura resignación, como si me hubiese hecho a la idea de que eso era todo lo que había para mí.

    Porque me lo había buscado.

    Domando bestias.

    Colándome bajo las defensas de la gente.

    Abofeteando a Katrina.

    Vendiendo a Cayden como carne de cañón para Alisha.

    Porque había sido yo la que tenía que quedar hecha carne molida bajo los neumáticos de aquel coche en lugar de Kaoru, pero él me había sacado del camino y la muerte, necia, seguía respirándome en la nuca. Una parte de mí realmente no entendía por qué alargaba tanto el espectáculo, para palmarla que me atropellara un coche también.

    Pero solo tenía un Shinigami aferrado a la espalda que realmente nunca hacía su trabajo, solo estaba allí, recordándome que era la que se había salvado por el sacrificio de otro. Que mucha más gente de la que anticipaba había perdido cuando yo perdí a mi hermano, que sus amigos habían quedado solos y ahora, en medio de la mierda, solo eran mis herramientas porque parecía que se lo debían.

    Que le debían a Kaoru sus vidas enteras y a mí por rebote.

    Terminé de comer ni sé cómo, dejé el bento a un lado y saqué el móvil, revisando los mensaje que había enviado en la mañana, las respuestas de Shimizu y Al, y el hecho de que el tercero seguía sin responder nada. Bajé más en los chats que se habían guardado por la copia de seguridad y vi el montón de mensajes sin responder de Nagi.

    Razón había tenido en apartarme, ¿no?

    Una cosa era arrastrar a Kasun a la mierda y otra al saco de nervios que era Watanabe, jamás sería capaz de hacer eso ni aunque insistiera el resto de de la vida. El asunto era sencillo, estaba sola y punto.

    Lo iba a estar el resto de la vida, suponiendo que pasara de los veintitantos.
     
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  18.  
    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado fifteen k. gakkouer

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    No había que ser ningún genio para darse cuenta que las intenciones iniciales de Joey se habían perdido a medio camino, seguramente de manera inconsciente, y que su amenaza de "si te follas a Arata, quizás acabo follándote yo mejor a cambio" realmente era el escenario ideal para mí. Tampoco imaginaba que estuviese resultando un gran inconveniente aquel cambio de planes, a decir verdad, y confirmé aun más la idea al ver su reacción ante mis palabras.

    Seguí sus movimientos con los párpados ligeramente entornados, aprovechando para abrir la botella de refresco y darle un sorbo mientras él volvía a hablar, logrando sacarme una nueva sonrisa sedosa al bajar el recipiente. Lo miré por encima del mismo mientras cerraba el tapón e imité su gesto de mirar alrededor tras dejarlo sobre la mesa, haciendo un pequeño gesto con la cabeza que pretendía indicarle que tenía razón, pues ciertamente había dicho aquello de marcar nuestro territorio.

    Me puse en pie sin ningún reparo, aprovechando el movimiento para comprobar rápidamente la hora en uno de los múltiples relojes de pared que había colgados en el edificio, y solté una risa floja por la nariz antes de acercarme a su posición y agarrarla de la muñeca para invitarlo a levantarse también. No quedaba mucho receso por delante pero, ¿honestamente? No era la primera ni sería la última vez que nos íbamos a pasar aquel detalle por donde no sale el sol.

    Caminé, de hecho, con una tranquilidad que realmente no sentía, y solo aceleré más el paso una vez estuvimos en el gimnasio, en un intento por no llamar demasiado la atención de las personas que estaban por ahí. No era que me importase demasiado ser vista, pero le añadía un poco de emoción al asunto, lo que me hacía bastante gracia.

    Cerré a nuestro paso, dejando que la oscuridad típica del lugar nos engullese, y dejé escapar un suspiro suave antes de apoyar la espalda en la puerta y tirar de su mano para atraerlo completamente contra mi cuerpo. Las últimas veces que había acabado ahí no habían sido en absoluto las experiencias tan placenteras con las que solía relacionar el lugar, pero quizás nuestro querido santuario del pecado tenía una oportunidad de redención aquella tarde.

    Please show me, darling —murmuré, aprovechando la poca distancia entre nosotros para no levantar la voz, y deslicé mis manos por sus brazos hasta alcanzarle el rostro y acercarlo a mis labios aun más—. I'm dying to know~

    UPSIES??? I REGRET NOTHING
     
    Última edición: 17 Mayo 2022
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  19.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    ¿Predije que no iba a dudar? No exactamente, a ver, si le hubiera salido del culo bien habría podido molestarme un poco antes de cualquier otra cosa, pero... bueno, saltaba a la vista. No había mucho que analizar al respecto, ¿cierto? Y si a mi niña le apetecía tanto como para incorporarse de inmediato, ¿qué iba a hacer yo, más que seguirla?

    Sus deseos eran mis órdenes.

    Una sonrisa liviana se estiró por mis labios y seguí sus movimientos, permitiéndole hacerse con mi muñeca. En el camino, eso sí, dejé los bentos vacíos donde correspondía porque seguía siendo un muchachito muy educado, ¿verdad~? Recorrimos el pasillo con calma, una vez dentro del gimnasio eché un vistazo alrededor y solté una risilla casi traviesa al notar que Ali aceleraba el paso para evitar a las personas que andaban por ahí. Eh, qué mal, ahora íbamos a tener que guardar silencio.

    O no~

    Entré primero y repasé el lugar con la vista, todo seguía igual. En verdad no tenía idea que había estado juntando polvo en nuestra ausencia, y que si alguien se había encerrado aquí no había sido precisamente por motivos bonitos. Algunos en particular, really, me habría meado de risa sin más. Exhalé con cierta pesadez, vaciándome los pulmones, y giré sobre mis talones en lo que Ali cerraba la puerta. La luz del gimnasio se fue recortando hasta desaparecer, el sonido se embotó junto a ella y mis ojos, supuse, mutaron al más puro de los negros.

    Como le gustaba, ¿no?

    Ali me jaló de la mano, aproveché el impulso para pegarme a su cuerpo y acomodé mis piernas entre las suyas; una de mis manos se enredó automáticamente a su cintura. Inhalé por la nariz, me repasé los labios con la punta de la lengua y sonreí. Ella recorrió mis brazos, alcanzó mi rostro y rocé su boca, mera tentativa.

    —¿Tan mala memoria tienes? —susurré, divertido, y me deslicé a su cuello para presionar un beso. Y dos, y tres—. Dime, ¿cómo prefieres que te muestre?

    Le respiré encima, mi mano libre navegó su costado y quitó todo el cabello del camino para despejarle los hombros. Volví a erguir el cuello, rocé su oreja con los labios humedecidos y regresé a sus ojos.

    —¿Como... aquella vez, en el club? —sopesé, risueño, mientras colaba la mano entre nosotros para desabotonarle la camisa—. ¿O arriba, en la azotea? O también... ¿en el sofá de casa? ¿La ducha? ¿La mesa de granny?

    Los cables se tensaron, la sonrisa me descubrió la dentadura y tuvo que ser, por lejos, el único chispazo de algo parecido a la blancura. Las solapas de la camisa cedieron, colé la mano dentro y hundí los dedos en la piel de su espalda baja.

    —Tú decides~


    vamos a llegar a algo? no
    me importa lo suficiente para frenarlos? TAMPOCO
     
    • Zukulemtho Zukulemtho x 1
  20.  
    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado fifteen k. gakkouer

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    Quizás me tenía que haber avergonzado de alguna manera por no haber dedicado ni un mísero segundo a cuestionarme la idea antes de levantarme y arrastrármelo a nuestro pequeño escondite, pero a decir verdad, poco o nada me importaban ya esas sutilezas. No era como que estuviese especialmente necesitada, mucho menos teniendo en cuenta que no hacía tanto de nuestro último polvo, ¿pero qué necesidad había de darle vueltas innecesarias cuando se presentaba la oportunidad perfecta? Una tenía que ordenar sus prioridades~

    Nos encerramos en el armario y Joey no tardó nada en acomodarse entre mis piernas cuando lo acerqué a mí, afianzando una mano en mi cintura en el proceso. Me dejó hacer, por supuesto, y solté una risilla ligera cuando me preguntó lo de la memoria, encogiéndome de hombros sin más. Lo cierto es que planeé contestarle algo, así fuese una estupidez como las que acostumbraba, pero acabé por callarme cuando sentí sus labios humedecidos encima de mi cuello.

    Aflojé el agarre de mis propias manos, dejándolas apoyadas sobre sus hombros, e incliné el cuello hacia un lado para darle mejor acceso a la zona. Noté cómo la respiración empezaba a sonarme algo más agitada, ni siquiera iba a pretender disimular ya que el tacto de Joey siempre lograba sacarme aquellas reacciones demasiado pronto, y erguí la cabeza lo suficiente para recibir sus ojos cuando buscó los míos.

    Entorné los párpados al escucharlo hablar, prácticamente ronroneando de nuevo al recordar todas las situaciones que me estaba mencionando, y mis caderas acabaron moviéndose de manera inconsciente por ello, buscando un mínimo de contacto contras sus piernas, que seguían acomodadas entre las mías. Hice como que sopesaba la respuesta, aunque sabía perfectamente lo que quería contestar desde el inicio, y deslicé mis manos a lo largo de su pecho hasta alcanzarle la hebilla del pantalón. Jugueteé con ella entre mis dedos un par de segundos, tentándolo, y al final deshice el cierre antes de separar por completo las manos de él.

    Me separé un poco de la pared, lo suficiente como para permitir que mi camisa cayese por su propio peso al suelo, y aproveché el impulso para lanzarme finalmente a sus labios. No delicadezas de ningún estilo, fue brusco y necesitado, y busqué colar la lengua en su boca apenas tuve la oportunidad de hacerlo. Cuando sentí mis brazos libres de la prenda, además, llevé una de manos hasta su cabello, hundiendo los dedos en la misma.

    —Mejor sorpréndeme con algo nuevo~ —jadeé contra sus labios cuando me separé, y dejé que viese la sonrisa de mierda que se me formó antes de inclinarme para poder hablarle al oído—. Pero que se parezca a lo del club, please~ —murmuré, dejándole un beso en el lóbulo inmediatamente después—. That one was fun, right~?

    no importa sis, THIS IS SO WORTHY
     
    Última edición: 17 Mayo 2022
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