Amor entre Oscuridad

Amor entre oscuridad​

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Londres, Inglaterra. XIX. 12PM.​

Todos tenían miedo. Nosotras éramos la causa a ese temor que tanto trataban de ocultar. El silencio se hacía cada vez más latente, era la hora de una nueva víctima más. Mortales antes éramos, pero por confiar demasiado en el amor la vida se nos quitó, tiempo después teniendo una segunda oportunidad decidimos que en vez de ayudar íbamos a matar. Que en vez de amar íbamos a odiar; vivir con la excitación de caras llenas de terror.

—Samantha, ayúdame a decidir, no sé si el día de hoy me apetece una jugosa alma de niño o una fuerte alma de un hombre. ¿Tú que dices? —Scarlet saltó hábilmente del árbol en que se encontraba, para luego sonreír en mí dirección.

—Hermana, para qué preguntas si al final vas a ir por las dos —respondí con rendición, mientras nuestras capas se movían al son del aire.

Absorbí una gran bocanada de aire… dulce. Un niño, tal vez un joven, se encontraba cerca de nuestra posición.

—Sam, qué bien me conoces —rió por unos cuantos segundos antes de parar bruscamente. Olfateó el aire—. ¿Hueles eso?

—Sí. Sólo promete que lo compartiremos —y con esto dicho nos pusimos en marcha.

Desde hace quinientos años no lograba percibir emoción alguna, no lograba sentir culpabilidad por alguien, ya no sentía amor. ¿Para qué existía el amor? ¿Para hacernos sufrir una vez que no es correspondido? Qué ingenua es la vida, al creer que nuestro corazón sentirá calor.

No nos llevó más de un minuto encontrarlo, era un niño. Una presa fácil para nosotras. Tontamente escondido tras unos arbustos. ¿Es que a caso creía que no lo encontraríamos? ¿Qué su escondite era suficientemente bueno como para despistarnos?

La respiración del niño comenzó a hacerse agitada… después de cierto tiempo salió de su escondite y comenzó a correr a todo lo que sus piernas le permitían.

—Pequeño pero jugoso —dije con tranquilidad al ver el tamaño de su cuerpo. Las casas a nuestro alrededor no mostraban sonido alguno. Ya todos sabían lo que venía a continuación.

Lo observamos correr.

—¿Por qué piensan que pueden huir? —Preguntó irónicamente, Scarlet.

—No lo sé. Pero hay que dejar que corra, así es más entretenido —dejé caer la capucha de la capa, haciendo mover alocadamente mi cabello. Esto sería divertido.

Scarlet realizó lo mismo.

—Uno…—dijo Scarlet mientras una sonrisa recorría su cara.

—Dos…—continué, la temperatura decayó drásticamente.

—Tres, el juego comienza —y echamos a correr.

Recorrimos la calle principal, antes de girar bruscamente en un callejón. ¿Por qué los humanos eran tan tontos? El niño yacía en una esquina del callejón, en lo más oscuro de este, llorando y temblando bruscamente. No sentía lástima, sólo hambre de sangre.

—No dolerá nada… —susurró Scarlet mientras nos acercábamos lentamente, manteniendo un semblante frio—. Sólo no te resistas y todo pasará en un abrir y cerrar de ojos —el niño se apegó más hacia la esquina, envolviendo con sus pequeños brazos su cuerpo.

El hambre nos corroyó por dentro, como un gran veneno y, sin más contratiempos, brincamos sobre él. El aullido del viento se llevó los gritos del pequeño convirtiéndolos en un penoso sollozo. Y si llegó a haber silencio… ahora no se escuchaba nada, más que nuestras cínicas risas de felicidad.



El sol caía tras la montaña una vez más. Era lindo el sentir calor en la piel, sentir cómo te cosquillea la piel cuando está sobre ti… más cuando tu piel está destinada a ser fría. En los días éramos casi humanas, podíamos sentir, podíamos comer… pero nuestro corazón no podía volver a palpitar. Hoy de nuevo era luna llena, luna en la cual nuestra verdadera imagen sale a flote, imagen a la que todos temen: a la de una bruja.

—Samantha, ¿otra vez pensando? —Scarlet salió de la cabaña y recargó su peso en la pared, cruzando los brazos, mirándome reprobatoriamente.

—Tal vez —volví a observar el sol. Cinco minutos como máximo para que se ocultara. ¿Por qué se iba?

—Las brujas no piensan, sólo actúan. Es simplemente el instinto, Sam. Pensé que después de quinientos años ya lo tenías claro —caminó hasta situarse al final de la colina. Observó la pequeña ciudad. Dejé de observarla y me recosté sobre el césped viendo el aparecer de las primeras estrellas.

—Nunca me preguntaron si quería ser bruja —giré en redondo para quedar boca abajo y poder ver de frente a Scarlet—. ¿Sabes? Muchas veces quiero morir.

—No podemos, las brujas están destinadas a vivir eternamente. ¿Ya se te olvidó todo?

Dejé caer la cabeza sobre el césped. Olía a humedad y sol. Suspiré.

—Recuerda que hay una manera…

—Lo sé. ‘…Morirán en paz cuando su corazón vuelva a latir…’ —Recitó mientras rodaba los ojos—. ¿Crees en eso Sam? Es una tontería, somos muertas vivientes.

—No lo sé. Creo que puede llegar a ser verdad, simplemente que, tal vez, parece imposible —me senté lentamente y levanté la cabeza. La luna llena había salido, recorriendo lentamente el cielo. Dentro de poco tiempo sería la transformación.

Scarlet se levantó y se giró hacia mí. Había melancolía en sus ojos. ¿Desde cuándo ella sentía algo?

—No pierdas tu tiempo, Sam. La vida no se te puede volver a dar dos veces… Métetelo en la cabeza. Siempre seremos brujas —dijo con amargura—. Vete preparando, ya casi es hora —y, sin más que decir, entró en la cabaña.

¿Qué es tan fuerte que puede hacer palpitar de nuevo el corazón? ¿Qué se necesita para hacerlo funcionar? Una estrella fugaz pasó como una exhalación… y deseé poder encontrar una respuesta, deseé poder liberarme de esta condena, deseé morir.

Media hora más, Scarlet y yo bajábamos por la colina, de nuevo a hacer temblar a Inglaterra. De nuevo a hacer sufrir a un indefenso ser humano. Pero estaba en nuestra naturaleza, ya no se podía hacer nada, matar hacer sufrir. Era una costumbre.

—Debemos de ir tomando en cuenta cambiar de ciudad —dijo Scarlet observando las calles, como ya era de esperarse, solas sin ni una sola persona—. Pero…—se giró y me sonrió, su mirada mostraba algo oscuro—, esta noche puede ser de magia oscura.

Por lo menos sería divertido.

—Muy bien. Como sea —encogí los hombros, mostrando indiferencia.

—Entonces, ven, toma mis manos —nos pusimos frente a frente agarradas de las manos, levantamos la cabeza, observando la luna llena y Scarlet comenzó a recitar con voz potente:

“¡Oh, fuerzas oscuras de la noche, envidia de la luna, llanto de las estrellas! Aquí, sus amadas hijas de la oscuridad les pedimos un alma más para disfrutar, para matar. ¡Oh fuerza de la tiniebla, tráenos lo que deseamos! En esta luna llena para celebrar tu existencia, la existencia del mal.”

Quedamos en silencio. Observando el cambio de color de la luna… de un color blanco a uno rojo. Sonreímos. La oscuridad nos había escuchado. De una casa, más al norte, gritos se escucharon. Fruncí el ceño tratando de escuchar mejor, gritaban algo, un nombre… Liz. Nuestra comida venía en camino. Reímos.

Caminamos tranquilamente por la calle principal, nuestras capas balanceándose rítmicamente a nuestras espaldas. Buscamos un callejón para que la niña no pudiera salir. Nos quedamos ahí paradas, bajo el manto de la medianoche esperando su llegada…

Y ahí estaba.

No pasaba de los ocho años, largo cabello negro recorría su espalda; unos enormes ojos chocolates nos observaban… debía ser ella, era Liz. Pero, algo me pasaba con esta niña, se veía tan inocente, sin miedo.

Avanzó hacia nosotras con un aire despreocupado.

—Hola, un amigo me dijo que querían verme —sonrió. ¡Sonrió! Ningún niño sonreía a la hora de su muerte—. ¿Para qué me querían? Mamá y Hermano se enojaron mucho. Hasta gritaron, por eso tuve que correr mucho.

Pero… es que… enserio estaba totalmente muda. Era tan linda, tan inocente…

—Pequeña Liz, descuida, sólo queremos jugar —dijo Scarlet con su voz tranquila y confidente—. Es sólo que, hay un pequeño probema. Nos da miedo ir ahí —señaló el fondo del callejón—. ¿Podrías ir tú, Liz? —Scarlet me pegó con su codo.

—Uhh…Liz, a mí también me da mucho miedo, ¿podrías ir? —Dije saliendo de mi estupefacción.

—¡Claro! Mamá dice que sólo le tenga miedo a las brujas. No tengan miedo, verán que no me pasará nada —Liz, comenzó a caminar hacia el fondo del callejón.

Era valiente, no nos tenía miedo. Era alguien especial.

Estuve a punto de ir por Liz y sacarla de ahí pero tuve que juntar una fuerza sobrehumana para permanecer en mi lugar. ¡Sólo era una simple niña! ¿Por qué me sentía tan mal? Yo mato, yo soy una bruja, no debo tener compasión.

—¡Liz!, ¿Ya has llegado al fondo? —Preguntó con inocencia Scarlet.

—¡Ya casi, amigas! Solo falta poco —gritó de regreso Liz.

—¡LIZ, NO! —Giramos la cabeza para ver quién era. Una sombra pasó frente a nosotras mientras ésta se dirigía al final del callejón.

—¡Hermano! ¿Vienes también a jugar? —Se escuchó cómo preguntaba Liz.

Caminamos hasta llegar al fondo del callejón. ‘La sombra’ se encontraba frente a Liz, la abrazaba tan fuerte, con desesperación, que parecía que podría romper el pequeño cuerpo de Liz. Los dos yacían en la esquina de espaldas, apretándose lo más que podían a la pared.

—Liz, no vayas a voltear, solo cierra los ojos —dijo ‘La sombra’.

—Mm, Sam, creo que hoy es nuestro día de suerte.

No dije nada. Sólo me limité a observar.

—Por favor, no le hagan nada a mi hermana. Mátenme a mí, no me importa. Les regalo todo, pero dejen a mi hermana vivir…—Susurró la última parte. Aún seguía de espalda, abrazando a su hermana.

Scarlet rió.

—¿Has escuchado eso Sam? ¿No te suena muy tierno? —Paró de reír—. Yo odio lo tierno.
Scarlet caminó hacia ellos.

—¡Espera!

Mi cuerpo se entumeció por completo. Scarlet volteó para verme. Y hasta yo misma me sorprendí, aquella palabra me había salido inconscientemente.

—¿Has dicho espera? ¿Desde cuándo te gusta esperar? Eres tú la que siempre me apresura, y hoy, ¿espera? ¿Qué te sucede Sam? —Exigió Scarlet.

Suspiré.

—Es solo que… creo que esto, no es correcto.

Cerré los ojos. Listo, lo había dicho. Yo, una bruja que se dedica a matar, había dicho que matar no es correcto. Irónico.

Abrí los ojos, y estos se centraron en el chico. Suprimí una exclamación. Era la criatura más hermosa que alguna vez hubiese visto. Tez bronceada como siempre la deseé tener, cabello negro y largo como las mil hebras del manto de la noche; y sus ojos azules: ojos con tristeza, sus ojos estaban llenos de tristeza. Al verlo a los ojos, mi corazón dio un vuelco inesperado, no supe lo que pasaba y no lo deseaba saber, solo sabía que por primera vez sentía culpabilidad en mi corazón.

Y lo siguiente sucedió en cámara lenta. Scarlet gritando. El chico viéndome con tristeza. Liz saliendo detrás de su hermano, corriendo en mi dirección. Yo, cayendo. Cayendo en un profundo abismo. Mi corazón… había palpitado de nuevo.

Sin más, me dejé llevar por la oscura marea.

Estando en aquella fría oscuridad, sola y sin ningún ruido, supe cual era la respuesta a mi pregunta inicial. Amor. Lo necesario para hacer palpitar un corazón de nuevo es amor. Ahora… ¿estaba muerta? ¿Así se sentía ir al infierno? Frio… y solo. Por fin, ya no volvería a matar, ya no más sufrimiento a las personas, ya no más culpabilidad…

—¡Hermano, ven! Creo que está despertando.

¿Era, Liz? ¡¿Qué rayos hacia ella en el infierno?!

—¡Ahora voy, espera!

¿Y ese era ‘La sombra’? ¿Qué estaba pasando?

Y abrí los ojos.