Microrrelato Almendra

Hoy es el día en que pondré fin a éste asunto que me viene dando vueltas durante las últimas semanas. Lo he visto subir todos los miércoles con la invariable bufanda roja, siempre en la estación Nation y bajarse en la estación Franklin D. Roosevelt. Por algún motivo o mofa del destino, jamás he visto su cara y me empieza a picar el cerebro de sólo pensarlo. Ya reconozco su forma de caminar y hasta pudo deducir por su cabello si ha tenido o no un mal día, sus manos firmes y su porte de caballero. También conozco su voz, puesto que hace dos semanas se ha puesto a hablar por teléfono en un acento que claramente no es de París, lo que me intriga incluso más. Lo he imaginado tantas veces, idealizando la forma de sus labios, sus gestos al reír, sus ojos que han de ser grandes, a juzgar por su voz cantante, su nariz que ha de encajar muy bien entre esos dos ojos probablemente color almendra, para que combine con tus cabellos brillantes. Ya no puedo más con la duda, debo saber hoy si mi imaginación le hace justicia a la realidad (o a la inversa).

Hoy se le ve distinto, un poco más ansioso, un poco más nervioso, lo sé por la forma en que arregla su cabello cada treinta segundos. Llegada la estación me bajaré con él y así, aun entre el tumulto, podré ver su cara aunque fuese una vez y podré calmar esta sensación. Por suerte hoy no me toca trabajo y no arriesgo llegar atrasado a ningún compromiso, por eso hoy es el día propicio para develar su rostro, para que deje de ser un fantasma en mi mente. Lleva hoy algo distinto: a demás del peso en los hombros, lleva una maleta.

Estamos llegando a Châtelet y lo que hace me saca de mi plan original. Se ha bajado aquí. Ok, nada grave, sólo debo seguirlo entre la multitud, me basta con un vistazo de su rostro. Abrirse paso entre la multitud no es sencillo, ya bajarme del tren supuso empujar no solamente a la gente dentro del vagón, sino también a los que querían entrar y entre tanto él se aleja siempre dándome la espalda. Siempre odié esta estación que tiene el aire de estar mal construida y te hace sentir como en un laberinto para ratones, pero al menos y aún puedo distinguir la bufanda roja entre la gente.

Parece que lleva apuro. Se dirige al tren RER y de seguro ira a tomar alguno, debo apresurarme para no perderlo de vista, porque no podría soportar un día más de intriga. ¡Quítese señora, que voy de prisa! Tengo que alcanzarlo, pero el gentío es demasiado. Ya no sé ni con cuánta gente he chocado, si ya he repetido pardon unas quince veces por lo bajo.

Es tan absurda esta persecución, porque no saco gran cosa con ver su cara, quizás solo tener una imagen más precisa de él en mis sueños, pero de todos modos no me atrevería a decirle palabra alguna, sería como romper el hechizo, romper la barrera. Bajó las escaleras, tomará el tren A o el B, pero al juzgar por la maleta, será el B, hacia el aeropuerto. Ahora todo tiene sentido, el llanto por teléfono, je ne peux plus, j'en ai marre de cette ville de merde... Esta subiendo al tren, podría solamente ver su casa y entonces volver a mi vida, pero... si lo hago ¿realmente podré volver? Suena el timbre característico del cierre de puertas. Sé qué vagón es el correcto, pero ¿vale la pena todo esto? El tren se aleja y él con su bufanda roja. Espero que tenga mejor suerte donde se encuentre.

He vuelto a casa y pienso en lo ocurrido. Quizás ha sido mejor así. En éste momento debe estar mirando por la ventana del avión y dándole un último vistazo a esta ville de merde con sus ojitos de color almendra, no pueden ser sino color almendra.