Algofobia

Tema en 'Relatos' iniciado por Ale Whitlock, 18 Mayo 2009.

  1.  
    Ale Whitlock

    Ale Whitlock Usuario común

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    Algofobia

    Bueno esta cosa desligada a lo que en verdad es lo hice para el concurso de Relatos Fóbicos :]
    Algofobia

    Cantabas una de tus canciones favoritas a capela; tu voz no detonaba alegría, más bien, horror y desesperación. En cada verso la voz se te quebraba y desentonabas; igual, tu mente estaba sujeta a otra cosa, algo demasiado importante como para siquiera prestarle atención a tu desafinada voz.

    Mientras lavabas los trates, volteaste a ver tu reloj de muñeca, notaste inmediatamente que al levantar el brazo para ver la hora temblaste considerablemente además de sentir varios escalofríos pasar por toda tu espina dorsal. Sigues sin darle mucha importancia y te concentras en la hora: las 8:30pm. Te alarmas. Él está a punto de llegar y tú todavía no has terminado de lavar los trastes; la mesa está algo sucia y los niños revolotean en sus habitaciones, muy despreocupados.

    Te enjuagas la espuma restante de tus finas manos con el que agua corriente de la llave, después, frenéticamente cierras la llave y te secas con angustia en tu delantal de plástico. Subes a trompicones las escaleras y llegas a las habitaciones; buscas con la mirada a tus pequeños hijos y los ves alegremente correteándose uno al otro.

    —Ann, Dylan —llamas con tu voz impaciente—. Niños, su padre estará en la casa en pocos minutos. Vayan alistando las cosas para dormir. Por favor, no hagan mucho ruido.

    Los niños intercambian miradas confusas y llenas de pánico. Ellos, también tienen miedo.

    Cierras su puerta con llave. Corres a la tuya y alisas tus sabanas de seda que descansan en el mullido colchón. Te miras al espejo y observas esa mancha morada en tu brazo izquierdo, después miras con atención tu pierna derecha: tienes otra mancha algo amarillenta y verdosa.
    Cambias de posición y te tomas el flequillo que cae agraciadamente por tu frente; lo levantas y observas aquella cicatriz: un largo bulto color blanco que tendrás que ocultar por el resto de tu vida. Te acercas al espejo y con detención, ves que en tu ojo derecho aún hay marcas de la vez pasada. Con ansiedad abres el cajón de madera que hay en tu tocador, buscas desenfrenada- mente tu maquillaje. Lo encuentras y lo abres intranquilamente, casi se te cae en la cama por culpa de tu desesperación.

    Corres al espejo y te pones un poco de maquillaje en el ojo; bajas y te pones una vasta cantidad en tu brazo, lo esparces por la zona afectada y con lo que te sobró pasas a tu pierna; haces el mismo ritual. Vuelves a correr hacia el baño para limpiar tus manos. Para esto las lágrimas comienzan a hacerte borrosa la visión y te golpeas con el marco de la puerta, le restas importancia y te lavas sin mirarte otra vez al espejo. Comienzas a sollozar mientras los temblores se hacen presentes. Recuerdas todo cuando el agua hace contacto con tus manos: los gritos, los jaloneos… los golpes.

    Después recapitulas el día anterior. Te gritó que no servías ni para limpiar una pequeña mancha de café que, por su culpa, se derramó en el cristal. Te había llamado “zorra” mientras apuntaba con su dedo índice esa falda que tanto le había gustado a él. Bramó que eras una idiota y vaya que lo fuiste… pues sólo te quedaste ahí, paralizada mientras él “escupía” y “pisoteaba” tu ser y lo único que pudiste pronunciar en aquel momento fue un terrible y tembloroso: “Lo siento”.

    Te aferras al lavabo tanto que tus nudillos comienzan a verse blancos.

    —No vengas, no vengas —repites al aire con las lágrimas recorriéndote el rostro y empapándote las mejillas. De repente sientes punzadas en ciertos puntos de tu cuerpo: el brazo izquierdo, el ojo derecho y la pierna derecha. Te duele. Los sollozos se hacen más pronunciados y repentinamente caes al suelo deshecha. Sientes como el frío piso te relaja los músculos y el dolor se va esparciendo, aún así tienes pánico.

    No quieres que llegue… no quieres sufrir todos los días.

    Respiras entrecortadamente mientras haces de tu cuerpo un ovillo. Ya tienes más de un mes sufriendo. Tienes miedo, te da terror volver a sentir el calvario del día anterior.

    Quieres salir corriendo de allí a como dé lugar, alejarte y tratar de recuperar tu tranquilidad porque has notado que con cada caricia que te proporcione alguna otra persona, tu mente y cuerpo reaccionan exageradamente: gritas y te escondes mientras tus neuronas comienzan a torturarte con los recuerdos y vuelves a sentir dolor, muy a pesar de que no te estén haciendo absolutamente nada.

    El pavor te consume lentamente y dolorosamente. Y lo único que puedes hacer es tratar, con todas tus fuerzas, ganarle a la mente. Es una lástima que en esos precisos instantes lo que menos tienes es fuerza mental y menos física para remediar las cosas.

    Con las manos temblándote y temerosa de que al abrir la puerta esté él allí con su mirada llena de reproches y repulsiones hacia ti, te levantas y te sientas en el inodoro. Te tomas con tus finas manos el rostro y te limpias rápidamente las lágrimas.

    —No puedo seguir así —admites desconsolada—. No lo puedo aguantar más. Si sigo así, seguramente me matará y él ni se inmutará. Le tengo miedo… ¡pero sigo aquí!... ¡Sufriendo! —gritas mientras elevas los brazos al cielo, queriendo que alguien te lleve y apacigüe las cosas. Calme tu martirio.

    Ríes con ironía. Nadie te llevará a ningún lado. Y tú seguirás estando allí, aparentando que eres feliz, que tu vida es perfecta… cuando en verdad tienes miedo de que las personas te toquen o suban de tono la voz. Porque te causa dolor.
    De momento escuchas cómo alguien azota la puerta y entra arrastrando los pies. Ya está en casa.

    —¡Charlotte! —chilla con el timbre de voz bastante molesto —. ¡Baja en este instante mujer! ¡¿No quieres que yo suba por ti, verdad?!

    Tomas un pedazo de papel y lo humedeces con desesperación; te lo pasas por el rostro y corres a ponerte gotas para los ojos rojos. De todos modos nos servirá de nada, no te preguntará el por qué de tus ojos hinchados y lo único que hará es hacerte pasar el mismo infierno que el de la noche anterior.

    Y es que tienes tanto horror; horror a morir por el dolor que ni quieres pisar, ni respirar el mismo aire que él. Aún así… lo harás.

    FIN ​


    Graicas por leer y se aceptan tomatazos y críticas y asdf.

    Saludos


    Ale Whitlock
     
  2.  
    berlinQueer

    berlinQueer Usuario común

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    Escritor
    Re: Algofobia

    esta muy bien descripto todo, y muy bien narrado. la idea no es mi favorita, pero si me mantuviste leyendo hasta el final fue por algo.

    igualmente no puedo dejar de pensar que hubiera quedado muchisimo mejor en 3º o 1º persona. creo que el uso de la 2º persona para narrar deberia tomarselo con cuidado, elegir los temas, es muy potente y por ejemplo, en este caso fue demasiado para algo tan vanal (no digo que el tema sea vanal, hell no, a lo que me refiero es que te centraste en una descripción fisica-sentimental del relato, creo que la 2º persona queda muchisimo mejor en un plano espiritual).
     
  3.  
    Pami

    Pami Guest

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    Re: Algofobia

    No entendí bien, por demasiados momentos creí que el miedo era a él. Aún cuando el final lo dice; creo que te dedicaste a más a nombrar su miedo por los golpes de su marido que al dolor.
    Tienes un error aquí:
    Lo que me llama la atención es que llevara un mes así, tal vez debiste nombrar el por qué el marido de pronto se comporta como un idiota.

    Tienes buen manejo de las descripciones, pude sentir y ver qué es lo que le pasaba a ella.
    Felicidades por tu primer lugar ;)!
     

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