Título: Alcohol. Autor: Anh Peárys. Género: Drama, tragedia. Tema: Alcoholismo. Tipo: Drabble, relato. Advertencia: Relato sobre una problemática, recomendado para mayores de edad y leer bajo su propia responsabilidad. Nota: Un escrito de hace mucho. Las sombras y el alcohol, no combinan. Tomé una de las almohadas que tenían en mi casa y me abracé con todas mis fuerzas a ella; estaba desesperada. Cálmate, vendrá comerá y se dormirá.Trataba de mentalizarme lo más calmada posible, no quería tener que aguantarme el mismo lío siempre. Golpes, gritos y ese maldito olor a alcohol ya pasado de muchos tiempos. ¡¿Qué le veían a emborracharse hasta el punto de no saber dónde están tus dedos?! Era repugnante, de tan solo pensarlo, yo me mareaba y hasta quería vomitar. Uno y dos pasos escuché fuera de mi habitación. Recé dos plegarias; Dios, sálvame de ésta. Mi abuela chilló, él la golpeó. ¡Ya estaba cansada! ¡¿Cuánto más tendría que soportar esto?! Entre tantas lágrimas; de seguro y me quedaba dormida. Minutos, segundos…, pero el tiempo siempre era igual, de las mugrientas dos horas infernales, no pasaba. Mi abuelo―mucho más joven de lo que parece ser un adulto de casi cincuenta―, llegaba y solo porque mi abuela, según yo mi madre, no podía―a causa de su enfermedad grave en sus manos―, cocinar mucho. Yo, entonces me sentía inútil. ¿Qué hacía yo? ¡Nada! ¡Absolutamente nada! Bueno, solía ayudar, pero ahora que yo también caí en una fea historia y dilema de la anorexia a los catorce años y un abandonamiento fatal de mi madre en los peores momentos y más difíciles del crecimiento y de mi abuela. No quería hacer nada. No tenía amigos, ninguno. Mi única compañía era una muñeca, de trapo y malgastada. Hecha polvo y sucia, de piel verde y llena de pecas gracias a la humedad. Literalmente, estaba sola. Y de tanto pensar el mí, llegaba a la misma conclusión. Amo a mi abuelo, es el padre que nunca tuve, pero nada es perfecto y el no definía esa palabra. Todo lo contrario. ―¡Basta, déjame! ―la oía gritar una y otra vez, ¡basta! Gritaba yo también; pero no era capaz de atravesar esa puerta oscura de madera que me impedía ver toda la escena desastrosa que se causaban cada viernes hace meses. Pero ahora, era rutinaria, día a día. Sin poder dormir, sin poder comer y mi abuela, que del trabajo al infierno y del mismo al trabajo. Sombras, era lo único que podía admirar allí tirada con una patética almohada y un oso panda de felpa que incluso le faltaba su nariz. Esas mismas sombras, largas y sombrías, sin figuras. Parecían lágrimas, de dolor, de decepción, de debilidad, de engaños. ―Me harté ―y en tantos años de dolor, fue la primera vez que oí su gruesa voz expresar algo que no fueran groserías. Él, verdaderamente, se había cansado. Y realmente, eso nos hacía muy feliz. Vi cómo se marchaba, o al menos eso me decían las sombras. Esas mismas que por tantos años me habían marcado, esas mismas que me hicieron creer algo, las sombras y el alcohol, no combinan. Sonreí y abriendo la puerta, me acerqué a mi abuela. La abracé, todo había terminado. Todo.
Saludos. Fue una historia triste de leer. He conocido casos similares, si no es que peores, al de ese relato. Al menos tuvo un final tranquilo. En cuanto a lo técnico, no tengo quejas en cuanto a la ortografía, pero tal vez se debería trabajar un poco el uso de las comas.