Ala Oeste del Castillo

Espella

Bajé la guardia al terminar de azotar aquellas bestias, confiada en que habrían muerto hace mucho. No fue el caso, y una lluvia de cuchillos arremetió contra mí, más fuerte incluso que la anterior. La sangre bañaba mi cuerpo, brotando de distintos sitios.

Caí de rodillas al suelo, con la visión parcialmente nublada por la vista, y me arrastré por el suelo, con una rabia animal. Tomé uno de los muchos cuchillos que estaban en el suelo y cuando mi mano dió con el tacto del cuerpo muerto de bufón líder, lo apuñalé con rabia. No una, ni dos veces, sino que una vez más dejé que mi furia me llevaste, hasta que aquel amacijo de carne muerta se volvió irreconocible.

Mi siguiente instinto fue beberme mis brebajes de éter para sanar desesperadamente mis heridas y me arrastré a la cama, dejándome caer en ella inmediatamente, aún cubierta de sangre.

 

Espella se tumbó en la cama sin dudarlo, su sangre manchando toda la cama que hasta ahora se había conservado sorprendentemente pulcra y ordenada. Ellas podrían morir y luego regenerarse, sí, pero la mancha de sangre no desaparecía. Suerte que nadie entraría en mucho tiempo en esa habitación para quejarse de la suciedad y buscar responsables...

En fin, en su "descanso", Espella no pudo evitar notar algo bajo su cuerpo, que le molestaba ligeramente en la espalda. Al hurgar bajo las sábanas, encontró un objeto que parecía un trozo de cristal, irregular, de un color muy brillante... oh, ¿era eso uno de los famosos fragmentos etéreos? Trozos de éter divino solidificado que no podía ser consumido ni utilizado por los "mortales". Qué curioso encontrar los restos de la presencia divina en una cama marital del Rey Caído...

Obtienes Fragmento etéreo.


Por su parte, Kashya intentó abrir el cajón, descubriendo entonces el motivo por el que no pudieron hurgar en él los bufones: estaba firmemente cerrado. Un litzel no habría tenido bastante fuerza como para abrir eso. Parecía cerrado, pero no con llave, ni porque estuviese atascado, más bien... parecía sellado con algún tipo de magia. Al acercar la mano al cajón, sintió Kashya algo extraño, una sensación de extrañísima familiaridad. El eco lejano de una voz pareció resonar en ella.

... malas manos... éter... peligro para todos... falso creador.

¿Qué era eso? Fuese lo que fuese, al tirar un poco del cajón, y hacer algo de fuerza, un brillo se fue disipando, y este cedió, con un "clic", cuando el brillo hubo cesado. Kashya pudo abrir el cajón sin problemas, como un cuchillo cortando mantequilla. Y encontró algo dentro, una especie de joya: era una cruz, dorada, con una gema verdosa en el centro. La cruz estaba construida de pequeñas hebras de oro, sí, pero esas hebras... hacían figuras humanas diminutas que, juntas, iban construyendo la forma de la cruz. Figuras desnudas de humanos.

Esa cruz... era ciertamente extraña. ¿No recordaba al logo de la Iglesia?

Obtienes Cruz del sello.

 

Espella

Traté de descansar en aquella cama, pero había algo que me estaba molestando desde que me acosté. Removí las cosas debajo de mi espalda y noté entonces un fragmento étereo, que era el origen de mi molestia. Al menos había sido una cosa útil.

Lo guardé en mi bolsa y ví de reojo a la maguita marcharse, diciendo algo del bufón del balcón o algo así. En cualquier caso, yo seguí recostada en la cama, aunque incapaz de dejarme caer dormida después de ser atacada dos veces en aquella habitación.

Al final, cuando me sentí mejor, me puse de pie y dando una mirada al sitio, decidí hurgar en el armario. Eso sí, alerta a una posible tercer emboscada.

 

Al abrir el armario, Espella se encontró con algo curioso. Estaba prácticamente vacío. Las pocas ropas que quedaban estaban tiradas por los suelos y pisoteadas y mordidas, seguramente por los litzel que se adueñaron de la zona, pero eran solo algunas prendas, y poco más. Era obvio que en ese armario tan grande debía haber algo más de ropa, más aún cuando aquel parecía ser el dormitorio del Caído. Que haya tal ausencia de pertenencias ahí solo podía significar una de dos cosas: o que alguien las robó, o que el propio Rey se las llevó... y la segunda de las teorías apuntaría a que el Rey Caído, cuando desapareció, lo hizo a propósito... dejando vendido su Reino sin pensárselo dos veces, ¿huh?

El litzel escuchó las noticias, y escuchó a Kashya atentamente, conmocionado y sonriente a la vez.

—Ah... así que lo hicisteis, ¿eh? Acabasteis con los trece bufones. Lograsteis darle descanso eterno a mis pobres compañeros...

El bufón 14 se quitó entonces su ajado sombrero de bufón, y suspiró. Con paso lento, caminó hasta subirse a la barandilla de la terraza, y miró al horizonte, hacia el cielo.

—Imagino que ahora, solo resta que yo sea el que muera. ¿O debería dejarme guiar por las diosas que parecen llamarme? El Sol y la Luna han regresado a los cielos, después de todo. Aunque la muerte y la vida todavía parecen conceptos lejanos a nuestras tierras, aquí en Edén.

Alzó la mano, y esta brilló con intensidad. ¿E-Era eso un milagro, acaso? Un lucero brillaba en la patita del bufón, que pareció obnubilarle.

—... fíjate. Qué curioso. Ahora responden a mí las diosas, ¿huh? Ahora su magia divina me alcanza. Quizá mi mente tenía profundos grilletes que me ataban a este Castillo. Ser criado como un bufón, alejado de mi familia... todos los días les recé al Creador, a las Diosas, a todas las divinidades, por el fin de este calvario. Y todo lo que obtuve fue... un calvario peor. Ver cómo todos mis compañeros sufrían eternamente, y yo era el único que se salvaba. Esa fue mi recompensa por rezar.

>> Al final, responden a mi llamada aquí y ahora. Me pregunto si era yo el que no dejaba que llegasen hasta mí. Me pregunto si tengo algo especial realmente, como siempre había sentido.

Era... sorprendente. El Bufón 14 parecía estar actuando de forma radicalmente distinta. La melancolía se apoderó de él, y el miedo y la pesadumbre le abandonaron de un plumazo. Realmente pareciese que las diosas le habían "tocado", como parecía pensar. Como si esa energía milagrosa estuviese luchando por llegar hasta él, pero su mente se hallase bloqueada por completo, y, al liberarse, toda la energía hubiese entrado en su cuerpo de golpe. Se giró, y miró a Kashya.

—... gracias por todo. Ahora, supongo que todo lo que resta es ofrecer mi cuerpo y mi vida a las Diosas. Caeré, al vacío, y dejaré que mi cuerpo descanse, también, como mis compañeros. Es el único lugar al que pertenezco, después de todo. Este castillo, estas paredes, esta vida... es todo cuanto tenía. Aquí debo seguir por toda la eternidad.

Ese litzel... tenía algo especial. Estaba claro. Pero parecía dispuesto a saltar y acabar con su vida. Parecía dispuesto, al menos, a intentarlo.


>> Dejarle saltar
>> Proponerle ir a la Aldea de Myn

 

Al escuchar esas palabras, el Bufón abrió los ojillos, curioso, y echó la mirada a un lado.

—... Myn. ¿Por qué ese nombre me suena tan familiar, agradable, etéreo? Myn.

Dio un paso atrás, y se bajó del balcón. Sonriente, asintió.

—Eres la salvadora de los míos, después de todo. Te haré caso, y veré si en esa aldea descubro algo sobre las diosas, sobre mí, sobre... sobre qué hacer para agradecer que sigo vivo. Quizá las diosas no me quieran muerto aún. O sí. No lo sé.

>> Supongo que lo sabré... pronto. Si llego vivo allá, será porque las Diosas quieran. Ellas... me guiarán en el camino. ¿Monte Olhalla, no?

Y, así, caminó... lento, meditativo. Casi como si, de pronto, hubiese tenido una iluminación.

Podrás encontrarle en la Aldea de Myn. Cuando vayas, rolea que hablas con el bufón para encontrarlo.

 

Espella

Al final resultó que no había prácticamente nada en aquel armario, había sido vaciado casi al completo, pero no parecía que lo hubiesen hecho los Litzel, pues su contenido no daba la impresión de encontrarse desparramado por la habitación, sino que más bien, se lo habían llevado.

Tsk, al final este sitio había sido una completa basura, incluso mayor a la fábrica. Creí que siendo la habitación del rey daría con cosas mucho más interesantes, pero sólo había encontrado basura y ser emboscada por más basura.

Cerré bruscamente el armario y me dirigí de nuevo al pozo de la azotea, sin molestarme si quiera en averiguar dónde estaría la maguita.