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    Asurama

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    Agartha
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    Re: Agartha

    Capítulo 5: Shiroihaku

    —Me dijeron que viniera aquí y preguntara por una persona llamada “Shiroihaku” —jamás pensó que al ir a aquella dirección se encontraría con una enorme escuela de pensamiento filosófico
    La anciana mujer sentada en el escritorio con las manos entrelazabas negó con la cabeza
    —Shiroihaku no es una persona, es una entidad de otro plano.
    Ella quedó perpleja
    —¿De otro plano? —Kikyou, la maestra en su escuela, hablaba con espíritus de otros planos y les pedía ayuda y conocimientos para poder se buena guía. Se comunicaba con los espíritus pero, ¿ofrecer una audiencia con él a cualquiera?
    —Shiroihaku es un espíritu de Luz, una entidad de quinto plano, que se presenta como seguidor de la maestra-diosa Kannon de nuestra religión shintoísta. Es canalizado por un muchacho muy joven, pero muy avanzado. Nadie sabe cómo este joven estudiante ha avanzado tanto, puesto que no asiste a las clases con frecuencia, de lo que sí estamos seguros es de que Shiroihaku realmente habla con él y que él puede canalizarlo. Algunas sesiones a solas entre él y nuestros profesores están grabadas y comprobadas mediante estudios científicos y médicos. No es ningún fraude, y el muchacho se esfuerza por no cambiar ni una sola letra de lo que la entidad dice, lo transmite de la manera más fiel posible —la mujer miró extrañada a la jovencita aprendiz, era realmente muy joven—. Cuando el joven Taishou no asiste a clases, estudia con un libro que fue escrito por este espíritu. Luego, da audiencias leyendo lo que le fue transmitido.
    Ella se sorprendió al oír “Joven Taishou” y “estudia con un libro”, ¿acaso sería…? No, no era posible.
    La mujer sonrió
    —¿No eres demasiado joven como para asistir a una escuela filosófica?
    —Nuestra escuela es interna —sonrió—, no tenemos padres, así que nuestra maestra nos educa y se encarga de nuestro cuidado, vivimos como una familia grande —sonrió ampliamente
    —Ya veo —contestó la mujer—, mi nombre es Kaede y espero verte en algunas de nuestras clases alguna vez
    —Sería un honor
    —Oh, no, para nosotros lo sería, en unos minutos comenzará la primera clase vespertina. Si tienes tiempo ¿Te gustaría presenciarla?
    Ella, con dudas y una extraña curiosidad, aceptó. La anciana llamó a alguien por teléfono y, en seguida, entró un muchacho bien vestido que acompañó a Rin hasta un enorme auditorio. Ya había otras personas, así que se sentó en una fila de en medio y, poco a poco, el auditorio fue llenándose. Por el pasillo que se extendía desde la entrada al escenario, caminó un muchacho que se sentó en el borde del pedestal, muy cerca de ellos.
    Rin se sorprendió ¡era él! Ante su sorpresa, el muchacho la miraba, como si supiera desde el principio que ella estaba o estaría allí. Ella se sitió momentáneamente incómoda. Para su mayor sorpresa, Sesshoumaru abrió en su regazo el libro que siempre leía en clases y comenzó a hablar y explicar en voz alta. Todas las palabras que expresaba eran elocuentes, a veces algo complicadas, con pausas debidas. Sus párrafos hablaban sobre la comprensión de temas sumamente avanzados que Rin desconocía debido a su aún bajo nivel como estudiante.
    Habló sobre problemas que dificultaban ese aprendizaje y comprensión, hablaba de aprehender las cosas para hacerlas parte de la realidad, sobre algunas ideas erróneas en las percepciones de los hermanos de este plano y sobre las percepciones de los espíritus avanzados. De pronto, transmitía un brillo y una paz desconocidos para ella. Eso jamás lo había presenciado en ninguno de los estudiantes de su propia escuela, sin importar el nivel. Él acabó con una pausa, cerró el libro con la misma delicadeza de siempre y se sentó erguido. Comenzó a explicar algunas cosas con voz propia.
    —El universo está lleno de vibraciones de diferente amplitud y frecuencia, todo está formado por esas vibraciones, a tal punto que la energía condensada crea los átomos que conforman la materia que nos rodea, crea la noción del espacio y el tiempo, el punto, la forma, el color, la luz, la armonía y el sonido, incluso la noción de “vacío” —Negó con la cabeza—. No debería haber ningún tipo de vacío, ni siquiera los vacíos existenciales.
    »Sin embargo, no podemos percibir todas las cosas debido a que no siempre estamos en la misma frecuencia: no percibes una densidad que sea más, y le dices vacío, no podemos percibir los rayos infrarrojos o los ultravioletas, debido a la limitación de nuestra visión a sólo una parte del espectro, no percibimos los ultra o infrasonidos, no estamos a esos niveles.
    »Entonces llamamos realidad a lo que percibimos, pero la realidad es relativa: el cielo está “plagado” de estrellas. Pero el cielo, tal y como lo vemos, es un reflejo tardío en nuestro planeta de cómo eran las cosas hace miles, millones de años. Quizás algunas de esas formaciones ya ni siquiera existen y se crearon otras que aún no veremos hasta dentro de millones de años. Para nuestras mentes, es real lo que “nosotros” percibimos. Pensamos en las demás cosas de un modo abstracto y, a veces, tendemos a darles la forma de nuestras percepciones, queriendo entenderlo con nuestras medidas, pero nuestras medidas resultan inútiles en los otros planos. Es por eso que la mayoría de los maestros hablaban en metáforas: Para alcanzar un nivel de entendimiento en todos los que oían, sin excepción, porque las cosas en “el exterior” son demasiado amplias para nuestro entendimiento limitado ¡Somos una gota de agua en el mar del Universo y ni siquiera tenemos noción de ello! ¡Nos hemos aislado! —los miró—. Aunque quizás no por voluntad propia, así es el ciclo de la vida, hay muchas cosas que están fuera de nuestro alcance y tenemos que adaptarnos
    Se oyeron murmullos de aceptación
    —Entonces ¿Cuándo comprendemos las cosas? Cuando estamos capacitados para aprehenderlas, con vibraciones al mismo nivel, con todo nuestro ser programado para ello. Máquinas casi perfectas que crecen y evolucionan a la par del planeta —movía la mano dando énfasis a cada sílaba bien pronunciada. No estaba canalizando a un ser, estaba transmitiendo sus enseñanzas—. Pero no todos evolucionamos al mismo tiempo, cada quien tiene su momento exacto, en los lugares apropiados, con las personas indicadas. Nadie debe ser obligado a nada
    —Danos un ejemplo de lo que estás diciendo —pidió una muchacha
    Él asintió
    —Vamos a una metáfora. Cuando oyes una melodía a la distancia, quizás te resulte conocida, eso debido a que la habías oído anteriormente, pero en ese momento es una mezcla de sonidos sin sentido ni armonía. Entonces te concentras en ella y bastan sólo unos segundos para que tu cerebro se adapte y pueda captar la melodía en su totalidad. Tu cerebro ha aceptado esa frecuencia —ella asintió—, pero si algo interrumpe o altera ese estado, o si no conocemos tal música, en seguida perdemos el hilo de la melodía y volvemos a oír nada, las ondas cerebrales deben readaptarse para poder captar de nuevo. Cuando dos personas hablan distintos idiomas no pueden entenderse, a menos que concierten un punto medio, en el que las ideas de ambos puedan fundirse y vibrar en campo unificado, entonces lo entendemos independientemente de conocer o no el idioma del otro.
    —Sí —contestó ella—, ¿pero cómo aplicamos esto a nuestra vida? ¿Nuestra forma de actuar?
    —¿Alguna vez se han preguntado por qué las personas pelean? Allí no hay armonía, ni tolerancia, ni aceptación. Porque cuando las personas no se entienden es porque sus corazones están hablando distintos idiomas —sonrió—. Entonces cada uno grita más fuerte y eso sólo hace que la armonía jamás llegue, sin dar la oportunidad de comunicarse con el otro, porque la confusión en ambos impide que se escuchen en la misma frecuencia… y sólo hay devastador ruido —tomó aire—. Hay que encontrar el punto medio… —se oyó un murmullo parecido a la risa—, pero siempre esperamos que sea el otro que nos acepte, sin poner nada de nuestra parte. Tenemos que abrir nuestra mente —hizo un gesto de apertura—, nuestra conciencia, nuestro corazón, tenemos que silenciar nuestro interior para poder oír con claridad las armonías que vienen desde afuera, entonces los demás desearán hablarnos y entendernos, y así se formará una melodía armoniosa entre las ideas de ambos —se oyó otro murmullo, él miró a Rin, le estaba hablando a ella—. Pero primero debemos abrirnos, dejar los prejuicios a un lado, dejar de juzgar y de juzgarnos, dejar de disfrazarnos, mostrar aquello que nos da miedo, aquello que nos hace sentir paz, lo que nos altera y también lo que nos estabiliza. Abrirse a una experiencia nueva en la que sientas el cuidar al otro como una parte de ti mismo… y querrás estar en su frecuencia y oírlo, porque es una parte de ti. Absorber, sin temores, al otro dentro de nosotros, y a su vez, dejarnos absorber ¿Han oído hablar del amor que devora? —abrió los brazos como esperando a que los presentes saltaran a abrazarlo—, esto es el amor que devora, no es tan sólo una teoría o un chantaje de un escrito sagrado.
    —¿Hablas de alguna religión? —le preguntaron
    —Las religiones fueron hechas para dividir y manipular, un encubierto sistema político que no gobernaba con el As de espadas, pero sí con el temor de la gente. Toda religión tuvo su base sangrienta atacando al que cuestionaba o pensaba diferente —negó con la cabeza—, porque se oían sólo a sí mismos y no querían hallar el punto medio. Hallemos el punto medio en el que todos somos uno.
    —Pero mucha gente se une a las escuelas religiosas y filosóficas porque necesita aferrarse a algo
    — Nadie necesita aferrarse a nada, debemos ser libres —hizo un gesto de sacar algo de la boca—, pero no de la boca para afuera, sino en nuestro corazón, respetando todo y a todos. Tolerancia: que nadie ataque a nadie, que el que ataque se arrepienta y que la víctima se abra… y acepte al hermano que volvió hacia él.
    —Pero cada quien defiende sus verdades —le dijo un muchacho bajo, de cabello claro
    —Nadie tiene la verdad, la verdad es el amor, tenemos que encontrarla —dijo en tono bajo, casi un murmullo, señal del término de la audiencia. Lo aplaudieron, pero él los silenció—. Apláudanse a ustedes mismos cuando hallen la pacífica victoria.
    Todos fueron saliendo a paso lento, pero ella permaneció en su sitio. Él se percató de eso
    —Apareciste, Perfecta —dijo en un tono entre burló y amable
    —No soy perfecta
    —Lo sé —hizo un gesto hacia delante, con el libro en la mano—. No hay perfecto ni imperfecto, hay perfectible, y no hay inicio ni fin, sólo continuidad… “perfectible” se extiende en el tiempo y siempre seguimos caminando, sin cansancio, aprendiendo, viviendo y experimentando —el eco de su voz, su movimiento y sus pasos resonaban en el gran auditorio vacío
    —Jamás pensé que alguien como tú estaría en una escuela filosófica —comentó
    —No la necesito, hay gente que necesita escucharlo —fue a sentarse en una silla, cerca de ella—. Cuando alguien necesite de tu ayuda, jamás se la niegues, la vida te retribuye las cosas y podrías arrepentirte de no haber hecho nada.
    —¿Sufriría algún destino penoso? —preguntó confundida, pensando en el tan temido “Karma” del que vivía hablando su hermana
    —Sí —afirmó él—: Perderías la maravillosa oportunidad de demostrar amor
    Ella inclinó la cabeza de lado
    —¿Es cierto que la vida, a veces te pone en lo alto y, a veces, en lo bajo?
    Él hizo un gesto despreocupado
    —La vida es fluctuante. Nadie está por encima ni debajo de nadie, no debes dejarte aplastar, ni aplastar a otros
    —Y después hablas de tolerancia —dijo irónicamente
    —Podemos demostrar nuestro lugar en el mundo, gritar “Aquí estoy”, y hallar el punto medio de entendimiento con el otro, de modo pacífico. No existen los imposibles —la indicó con las manos—, las cosas se vuelven imposibles e inalcanzables cuando tu corazón las pone allí —se acercó a ella y bajó la voz—, mi corazón está tan lejos y a la vez tan cerca de ti…
    Ella se sorprendió
    —¿Realmente sientes algo por mí?
    —Desde siempre —entrecerró los ojos
    —Yo no te conozco —dijo ella
    —No me recuerdas, que es muy distinto. Tu mente no me recuerda, pero quizás alguna parte de tu corazón sí, si guardaras silencio, lo abrieras y le permitieras hablar… ¿recuerdas lo que dije? El corazón susurra, así que escúchalo con atención —hubo un largo silencio.
    —¿Me estás pidiendo algo? —preguntó asustada
    Su voz se volvió dulce
    —Jamás haría tal cosa —negó con la cabeza— jamás te pediría nada. El amor consiste en dar, no solamente en recibir… y jamás en reclamar —negó de nuevo con la cabeza—, no son instintos animales, no le pertenecemos a nadie: somos parte el uno del otro.
    —¿No es eso lo mismo?
    —Las estrellas no le pertenecen al cielo: forman parte de él, el árbol no le pertenece al bosque: es uno en el conjunto, los hijos no les pertenecen a los padres, son parte de su familia… No nos pertenecemos el uno al otro: somos parte del corazón del otro… aunque a veces preferimos no verlo.
    Ella se había percatado de que esas no eran palabras románticas, no eran para seducir, eran sólo afirmaciones de verdades… verdades que quizás ella no comprendía porque, como había dicho él, sus corazones no hablaban el mismo idioma
    —Nuestros corazones hablan el mismo idioma —le susurró—, sólo que prefieres no saberlo ni sentirlo, no darte cuenta. Tu cerebro lógico le hace tanto ruido que opaca la voz de tus sentimientos
    —No puedes saber de mis sentimientos
    —Yo veo con más claridad, yo preferí escucharme aunque al principio quisiera resistirme, igual que tú ahora. Si nuestros corazones son parte el uno del otro, es por eso que veo tus sentimientos
    —Sesshoumaru…
    —Tu gente es buena y comprensiva, pero ni siquiera así podrían llegar a entender esto, no creo que ellos lo sientan
    —Me separaré del grupo y me uniré a esta escuela
    Él negó con la cabeza
    —No hagas algo que no sientas con tu corazón y que no esté validado por la convicción de tu mente: a la larga, eso te perjudica.
    —¿Estaría mal si yo les dijera? —bajó la vista
    —Eso yo no puedo decírtelo
    —Pero, podría meter la pata —lo miró
    —Las cosas se convierten en un error cuando no estás convencida de lo que hiciste —cerró los ojos, se puso de pie y se fue en silencio, siéndole completamente indiferente
    Ella se paró
    —Espera —él se detuvo, dándole la espalda—. Todo esto parece mentira: si realmente sientes algo por mí, no estarías ignorándome. —Él no era el Sesshoumaru, fachada falsa, que había conocido aquel día en la cafetería, era muy distinto, con otra comprensión de las cosas, quizás con mayor comprensión que ella. Entendió que, en la cafetería, había discutido con su alter ego, no con él.
    —Pueden hablarte sobre el amor, Rin, pero no pueden enseñarte a vivirlo, no importa qué tan buena sea la escuela, eso depende de ti —todo el tiempo le habló de espaldas—. El amor trasciende a la lógica, los sentimientos, las emociones, el deseo, la necesidad y la atracción física —volteó a verla—, esas cosas no equivalen a “demostración de amor”, si te dije que te amaba, descubre, sabe que es verdad aunque no lo demuestre en la forma en que quizás tú esperas —bajó la voz—. Que tengas una maravillosa tarde —y desapareció en el pasillo, haciendo eco sus pasos.
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    Su suave voz pausada, serena, llena de entonaciones de paz, sonaba en su mente. No tenía mucha experiencia al respecto, pero algo en su interior le decía que esas no eran palabras de humano ¡no había forma de que lo fueran!
    Aquello la hacía sentirse extraña. Pensó una y otra vez en las hermosas palabras del libro, mucho más bellas, incluso, que las que salían motu propio del muchacho ¡Con razón estaba absorto durante horas en la contemplación devota de las palabras de aquel libro! ¿Amaba acaso sus palabras? ¿O quizás al espíritu que las había escrito? ¿O a la persona que se lo dio? Las ideas eran muy similares a las de su propia escuela religiosa, quizás fueran ramas de la misma “creencia”… aunque esto no era creencia, era filosofía. Pero lo que salía de ese libro, más que un manual de ayuda, de enseñanzas o de comportamiento, sonaba a palabras de compañero fiel
    ¿Todas las personas que quedaban embelesadas por la belleza del libro de Shiroihaku sentían lo mismo que ella?
    ¿Eso era lo que le sucedió a Sesshoumaru?
    ¿Por qué, una vez dentro, era imposible salirse de sus páginas?
    ¿Tenía un hechizo o una fuerza mayor?
    ¿Qué secretos habría transmitido Shiroihaku al libro que llevaba Sesshoumaru?
    Miles de preguntas giraban en su mente y no encontraba ningún argumento que las respondiera, eso no hacía más que aumentar sus dudas… y según él, eso podría llevarla al error.
    Pensó una y otra vez en la audiencia. Dijo que no había que obligar a nadie a nada, y ser tolerante. A ella le dijo que abriera y escuchara a su corazón, le decía que jamás le pediría o reclamaría nada, pero que eran parte el uno del otro… y le habló del amor. Eso ella no lo comprendía. No era así como veía al amor.
    Cuando llegó a casa, casi era de noche, las preguntas le llovieron encima como un río de piedras, pero en ningún momento fueron hostiles con ella y ella había llegado con una extraña e inusual paz, más que la que siempre tenía. Ella les dijo en dónde había estado, con quién y lo que había hecho, pero no habló de la extraña conversación sobre amor que tuvo con el muchacho. Kohaku sintió que el estómago le había dado un vuelco: él los había insultado antes; Sango sintió una repentina molestia: sabía lo que era él y lo que quería, pero no quería perder a Rin. Kikyou y Miroku se molestaron, sabían que Sesshoumaru había molestado a los chicos y, así de la nada, formaba parte de una escuela de pensamiento diferente a la de ellos.
    —En realidad, me dijeron que él pertenece allí desde hace mucho tiempo, pero que no asiste de seguido —opinó Rin
    —Yo creo que ese “Shiroihaku” es un fraude —comentó Miroku, esperando las opiniones de los demás— los espíritus suelen permitir ser canalizados por más de una persona, si ocurre solamente en ese muchacho, ya es sospechoso.
    —Yo creo que te arriesgaste mucho —le dijo Kagome a Rin
    —Juro que no lo sentí ni como peligroso ni como arriesgado —afirmó la jovencita—. Ellos dijeron que el espíritu no era un fraude, que está comprobado por muchos estudios.
    —Es obvio que, si están tratando de promocionar su escuela filosófica, ellos dirán que es real —pensó Kikyou
    —Y luego los de “afuera” les dirán que son tramposos, mentirosos y estafadores —dijo Rin con cinismo
    —¡Rin! —le llamó la atención Miroku— Esa no es la forma de hablarle a tu hermana
    —Disculpen —dijo sin ganas
    Todos se miraron en silencio, el estómago de Sango se encogió como protesta. Ella sabía que allí había fraude distinto: Sesshoumaru no hablaba con el espíritu que escribía el libro, Sesshoumaru no canalizaba la esencia de ese espíritu, Sesshoumaru era ese espíritu con una forma humana. Pero tenía votos de silencio y no podía decirlo a nadie, ni siquiera a la pobre Rin que, probablemente, a ese paso, sería víctima de alguna transición. Además no tenía forma de saber si él era un espíritu de Luz o de Error. Si el caso era el segundo, sería fatal, no quería ni imaginarlo. La estaba atrayendo hacia él y ellos no podían hacer nada al respecto.
    —¿Te pasa algo, Sango? —le preguntó Kagome al notar su malestar
    —No, nada —mintió ella ¡Qué horrible era estar imposibilitada para hablar!
    Kikyou se había dado cuenta de que ella sabía algo
    —Dinos qué sabes
    —No sé nada en especial, lo único que escuché es que él está aislado, no habla con nadie, vive leyendo ese libro, del que jamás se aparta y que tiene un monstruoso rendimiento académico. Nadie se mete con él y les ha ido mal a todos los que intentan ver o quitarle el libro.
    —¿Por qué lo esconderá? —se preguntó Kagome
    —Hay miles de razones —contestó Sango—, mas no hay razones para todas esas hostilidades
    —Esas hostilidades son una burla, una fachada, él no es para nada así, es muy raro —dijo Rin
    —¿Estuviste en contacto con él? —le preguntó Kikyou
    Ella bajó la vista
    —¿Qué te dijo, Rin?

    “Si nuestros corazones son parte el uno del otro, es por eso que veo tus sentimientos. Tu gente es buena y comprensiva, pero ni siquiera así podrían llegar a entender esto, no creo que ellos lo sientan”

    No sabía qué decir o cómo expresarse, pero no quería decir aquello. Si ni siquiera ella lo comprendía, menos entenderían ellos…
    —Sólo me dijo que ayude a las personas cuando me lo piden, que les de lo que necesitan, que las escuche… Que las cosas son imposibles cuando nosotros lo creemos así y me dijo que los errores se cometen cuando no estamos convencidos de las cosas
    —Eso no es nada nuevo, ya lo sabemos —le dijo Ayame
    —Lo raro es que, en aquel lugar, se le cayeran las máscaras de violencia y hostilidad, como si se hubiera transformado de repente en alguien completamente distinto —reflexionó la muchachita.
    —No tienes forma de saber cuál de esos es su verdadera actitud, así que deberías tener mucho cuidado.
    Kikyou tenía razón. Rin recordó la nota de Sango

    “Hablé con ese muchacho, Sesshoumaru.
    No es lo que parece, ten mucho cuidado con él”

    —Tendré cuidado, nee-san —dijo para tranquilizarla—, pero no creo que sea peligroso, no parece, en su conjunto, una mala persona
    —¿En qué te basas para decir eso? —le preguntaron ellos
    Rin había estado pensando en los viajes a la red subterránea, pero decírselo implicaba contarlo todo y exponerse
    —Sólo fue mi percepción
    —Las percepciones son engañosas —le recordó Miroku
    —Lo sé —contestó ella
    Cenaron en completo silencio y no se sentían del todo bien, en especial Rin. Algo molesta con sus amigos, subió a su cuarto, se acostó y permaneció en profundo silencio, como queriendo comulgar con las dudas de ellos, para así comprender por qué estaban tan asustados… y por qué ella no.
    Entonces, una voz le habló al oído en un idioma desconocido y, momentos después, se encontró de pie en las cuevas de la red subterránea.
    —Nuestros corazones hablan el mismo idioma —dijo a sus espaldas y ella volteó a verlo—, te saludo Aino Rin
    Ella sonrió apenas
    —Te saludo —bajó la vista—, tuve algunos problemas
    —Ellos estarán bien, aún no tienen la capacidad de discernir el origen
    —¿El origen de qué?
    —De la fuerza
    —No entiendo de qué hablas
    —De nosotros
    —¿Qué relación tienes conmigo?
    —Somos parte el uno del otro
    —¿Desde otras vidas?
    —Exacto.
    Le dio la espalda
    —Nunca te comprenderé.
    El se acercó a ella y le puso la mano en el hombro
    —yo soy Shiroihaku
    Ella levantó la vista y lo miró.
    ________________________________________________________________________________
    —¿Tú eres Shiroihaku? —le preguntó consternada y confundida. No era cierto—. Me estás tomando el pelo
    Él negó
    —Yo soy Shiroihaku
    —Espera, espera —ella intentó acomodar sus ideas— ¿Estás intentando decirme que una parte de tu alter ego es el “espíritu” al que esos estudiantes llaman Shiroihaku?
    —Estoy diciendo que mi alma se reconoce a sí misma con ese nombre
    —¿Tú dices que saliste del plano de los espíritus? —rió—. Por favor
    —Salí del plano de los espíritus —afirmó
    Ella se congeló y volvió a acomodar sus ideas: podía ser real, podía ser un maestro, un espíritu sabio con misión, con cuerpo material en la Tierra… y debajo de la Tierra
    —¿Estás en el quinto plano?
    —Lo estuve antes de nacer
    —Im… —lo miró con ojos muy abiertos— …posible —lo miró de arriba abajo, estaba vestido de blanco. Realmente era “shiroi”, por donde se lo mirara. Lo peor era que la “mentira” podía ser cierta. ¿Alguien más sabía algo y no le había dicho nada? ¿Por qué, de pronto, tenía esa sensación? ¿Quién le había ocultado información? ¿Quién más en esa escuela conocía a Shiroihaku aparte de Sesshoumaru y ella? ¿Cuál era la verdad?
    —¿Eras un espíritu de luz?
    —Soy
    —Tiene que ser broma
    —Cuando, al principio, no comprendemos las cosas, preferiríamos que lo fueran
    —¿Por qué pasa esto? ¿Por qué a mí?
    —Porque los hilos de la vida son así
    —¿Somos manipulados por algo? —preguntó ella, confundida
    —Somos libres. Nos guía nuestra conciencia y nuestro corazón. Nuestro espíritu analiza cada acción buena y mala que hacemos, pero no nos obliga a nada, no somos títeres, somos seres vivos.
    —Nunca lo pensé de ese modo —comentó bajando la vista y abrazándose a sí misma
    Él se acercó lentamente
    —Somos dueños de nuestros destinos, somos libres de creer o no lo que percibimos
    —¿Por qué es tan difícil creer?
    —Porque al humano se le enseña a ver para creer —asintió—, pero al alma se le enseña a creer. Y sólo entonces podemos ver. A ti también te sucederá
    —¿Qué me sucederá? —preguntó asustada
    —Comenzarás a vivir experiencias que ya algunas otras personas han experimentado, las calificarás de increíbles, creerás en ellas y luego las entenderás. Cuando eso pase, entonces todo en lo que creas se volverá real
    —¿Podré crear realidades?
    —Eso sólo lo hacen los espíritus elevados —sonrió—, concebirás como real aquello que hasta el momento crees inexistente.
    —Es como si me pidieras ver más allá
    Él asintió
    —Te quitaremos una venda de los ojos, entonces verás, como tú dices “más allá” —sonrió
    —Quiero ver
    —Quiero mostrarte —afirmó Sesshoumaru
    —Muéstrame
    —Sígueme —caminó por un túnel de cristal luminoso, y ella lo siguió de cerca, sin comprender nada, pero dispuesta a intentarlo…
    _______________________________________________________________________________
    —Entonces dices que Shiroihaku realmente es un ser de luz —levantó la vista hacia él— y tú eres una parte de él que ha bajado al nivel material para hablar a las personas
    —Exacto
    —¿De qué hablarás?
    —De aquello que necesiten escuchar y saber, de aquello que deseen aprender y ver, de lo que he aprendido. Hablaré para aquellos que estén listos
    —Nunca entendí por qué los demás no están listos para aprender
    —Porque sus corazones aún no pueden creer —la miró de frente—. Recuerda lo que te dije. La mayoría de la gente necesita ver para creer, pero en este plano es al revés —puso una mano sobre un cristal de la pared y la otra cerca del corazón de Rin— si crees, entonces verás.
    El cristal comenzó a hacerse transparente hasta que, a través de él, se distinguía una ciudad bellísima en medio de un enorme bosque. Ella apoyó sus manos en el cristal y miró todo con detalle.
    —¡Wow! ¡Es hermoso! —lo miró a él— es increíble.
    Y, al decir “increíble”, la imagen desapareció del cristal. Ella comprendió: si no estaba dispuesta a creerlo, no lo entendería, ni vería nada… debía abrirle su corazón a Sesshoumaru… ¿sería así?
    Ella lo miró en silencio, intentando memorizarlo.

    De pronto, se sentían como hermanos o amigos que se conocían desde toda la vida y regresaba la sensación de armonía y paz que habían sentido la vez en la que se habían tomado de las manos en los mismos túneles de las redes de Agartha.
    Sólo para recordar la sublime sensación, él tocó las yemas de los dedos de ella con las suyas. Era una conexión extraña y buena, como un sueño dulce del que nadie quería despertar.
    Ella le sonrió
    —Sería un honor hablar con Shiroihaku
    Él sonrió igualmente
    —Sería un honor hablar con Rin.
    Fue extraña la asociación y le causó risa, eso era bueno, deseaba que durara. Le creyó, y entonces vio una gran luz dentro de él.
    —Nunca guardes sentimientos de rencor hacia los demás, menos hacia ti. Eso te hará daño a larga, y hará daño al otro también. Nunca olvides que todos estamos conectados: lo que haces a los otros…
    —… me lo hago a mí —completó ella antes de que él terminara
    —Y sólo podrás hacer por los otros…
    —…lo que primero haya hecho por mí
    —¿Ves cuán sencillo es? —denotó él.
    —Lo es.
    —Respeta siempre al otro y a ti, respeta, protege y ama todo lo que para ti sea importante. Nunca abandones a nadie, nunca hagas algo de lo que te arrepentirás, nunca atropelles a nadie, ni te dejes atropellar —la miró—. Todos somos iguales: somos hermanos
    —Tus palabras son hermosas
    —Son ciertas, Rin
    —Siento en mi corazón que son verdaderas —estaba convencida, él para nada intentaba engañarla
    —Nada pronunciado con amor puede ser mentira o puede lastimar
    —Dime más sobre el ego
    —El ego no te deja crecer, debes hacerlo a un lado, debes pulir el defecto, sólo así brillará la piedra preciosa
    —¿Cómo se verá la joya? —preguntó ella con una inocente sonrisa
    Él se apoyó en una pared
    —Como un alma limpia, llena de luz y amor, dispuesta a crecer y a unirse con los otros
    —Quiero verla
    —Lo verás —afirmó él.
    La experiencia era tan sublime que Rin tenía la sensación de que ya no solamente estaba hablando con Sesshoumaru
    —Tú me probabas
    —Sí, Rin
    —¿Cuándo te diste cuenta de que era digna?
    —Todos somos dignos
    —Entonces ¿Cuándo supiste que mi corazón estaba listo para creer?
    —Cuando tus sentimientos pasaron hacia mí
    Rin se llevó las manos a los labios
    —Con el…
    —Con el beso
    Él se volteó, siguió caminando y ella detrás, aunando el paso con él hasta ponerse a su lado. Sus pasos hacían eco por las cuevas de reluciente cristal multicolor
    —Quiero seguir viniendo aquí —comentó ella, maravillada
    —Seguirás haciéndolo
    —Ahora creo que cualquier cosa es posible
    —Así es, Rin —afirmó él.
    —Prefiero que me llames Rin —dijo contenta
    —Es lo mismo que decirte Ai no: eso eres para mí
    —Es algo que todavía no comprendo
    —Tu corazón ya lo entiende, pero tu mente aún no lo acepta
    —Tengo miedo
    —El miedo es un impedimento, pero lo superarás al paso del tiempo
    —¿Necesitas que yo sienta amor hacia ti, Sesshoumaru?
    Él negó con la cabeza, sin dejar de mirar hacia el frente
    —Lo que necesito es poder sentir amor hacia ti… y poder demostrarlo
    —¿Cómo lo harás? —dijo consciente de que él la quería de un modo extraño y no sería precisamente romántico
    —Dándote todo lo que tengo, todo lo que pienso, todo lo que siento y todo lo que soy
    Sus palabras la dejaron muda y sin aire. Se quedó tan sorprendida y anonadada que resbaló con una piedra y cayó. Ella intentó no darle paso al ego, no sentir orgullo, no sentir vergüenza: a cualquiera podía pasarle.
    —Eso es seguro —le contestó él a su pensamiento, mientras se inclinaba para ayudarla a incorporarse.
    Ambos reían.
    —Nunca nadie me dijo algo así
    —Sería maravilloso que alguien más pudiera decírtelo alguna vez
    —Pero… —estaba confundida— ¿No sentirás celos?
    —No veo el motivo
    —Dicen que las personas realmente enamoradas sienten celos
    Él negó enérgicamente
    —Los que sienten celos son personas con ego muy alto, que lo que en realidad quieren es poseer al otro. Rin, somos seres vivos, no objetos. No “pertenecemos” a nadie, ya te lo dije antes.
    —Ojalá todas las personas tuvieran la misma visión que tú —no vio necesidad de sacudirse el polvo
    —Un día, todos tendrán esa visión —contestó Sesshoumaru
    —Qué bello
    —Qué parecido a la perfección
    —¡Qué utópico! —se quejó ella. La perfección no existía
    —Qué suerte —dijo él asintiendo con una leve sonrisa—. Es bueno
    —Te creo
    —lo verás, entonces
     
  2.  
    sessxrin

    sessxrin Fanático

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    Re: Agartha

    hola lube !!!!!!
    la verdad que de toda anonadada con las palabras que dijo Sess, son tan reales y tan ciertas xD, parace que nuestro sess es el proximo socrates xD, pero lindo, la verdad te quedo muy lindo el cap, aunque vi no se sera mi mente, muy tierno a Sess, aunke logico que no tendria que ser igual al de Rumiko, pero estoy tan aconstumbrada al sess asesino, frio, arrogante, inmaduro y youkai que ver a uno en "humano" todo enamorado se me hace raro xD, en tal caso siguelo que me que me hace muy interesante leerlo.
    sessxrin
     
  3.  
    Ludwig

    Ludwig Iniciado

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    Re: Agartha

    Wow. Pensar que hoy terminé de leer "Un cuento contigo...", y ahora me encuentro con ésto. Me los leí enteros, me gusta como escribís, no se me hace pesado en absoluto, y ni hablar de tus descripciones, me lo dibujás todo con palabras.
    Ahora, ¡qué misterio!, aunque cada capítulo va ampliando la información, tengo que admitirte que después de leerlos a todos juntos todavía me siento un poco confundida, y quiero ver el próximo capítulo pronto.
    Me dejaste con intriga por ese comentario sobre las apariciones de los otros personajes.

    Espero leerte pronto.
    Saludos.
     
  4.  
    Asurama

    Asurama Usuario popular

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    Re: Agartha

    Muerte

    Se dedicaba a estudiar todos los días, cada segundo que tenía de tiempo, lo aprovechaba en llenar horarios de lectura y para terminar sus tareas. Ahora, concentrarse parecía algo muy sencillo. De la nada, la mente de este muchacho aparecía fusionándose con la suya y aportándole una claridad y entendimiento que antes no tenía. Todo era en extremo sencillo y se encontraba a sí misma siendo capaz de enseñar o de aprender cualquier cosa. Ella tenía la capacidad de calmar con su presencia aquellos ambientes que se encontraban tensos, podía sanar con su presencia, pero la extraña claridad que tenía ahora cada vez que lo necesitaba, le ayudaba a encontrar en el mundo una paz con la que jamás hubiera soñado. Se sentía realizada y eso podía hacer milagros en las vidas de quienes tuviera alrededor.
    Después de haber visto a Sesshoumaru, Kohaku y Sango parecían estar tensos casi todo el tiempo —ella desconocía el motivo—, pero cuando ella entraba, la casa sencillamente era una fiesta.
    Cuando pudiera viajar de nuevo a Agartha —tenía la seguridad de que esos seres tan especiales la arrastrarían hasta Sesshoumaru—, le preguntaría a Shiroihaku el por qué.

    Una noche entre tantas, se reunió con sus hermanos en una sala.
    Kikyou estaba enseñando los significados de los “setenta y dos nombres de Dios”. Era bastante simple de entender, puesto que los nombres correspondían cada uno a un ser diferente, a un Dios menor, un dios interno.
    No había un Dios con setenta y dos nombres, sino setenta y dos seres que eran “representantes de Dios”. Aquella mitología tenía origen en la Mesopotamia, en las primeras creencias, un lugar bastante alejado, un tiempo bastante olvidado. Ellos sabían que “Dios no era hombre ni mujer, sino ambas cosas a la vez”

    —¡Error! —Gritó una voz conocida en su mente— las entidades espirituales no tienen diferenciación sexual: ni hombre, ni mujer, ni las dos cosas
    —Deja de meterte en mi aprendizaje —se quejó la niña
    —Si quieres aprender, aprende cosas coherentes: todos somos Dios y entre los espíritus no hay diferencias ni limitaciones humanas
    De repente, parecía no escuchar ni entender lo que su nee-san estaba explicando ¿Qué estaba diciendo la voz en su mente?
    —¿Cómo me dijiste?
    —Que los espíritus no tienen limitaciones humanas
    —¿Qué tipo de limitaciones?
    —No les afecta el tiempo ni el espacio, pueden traspasar esas dimensiones, no hay límite de edad, de velocidad, no hay límite de existencia. Los espíritus no tienen nombre o número, diferenciación sexual, diferenciación racial o ideológica. No hay continentes ni naciones. No hay nada de eso. No hay principio ni fin.
    Quería escuchar más

    —Rin, ¿escuchaste lo que dije? —preguntó Kikyou
    Rin parpadeó y pareció despertar de un sueño
    —¿Eh?
    —Te estoy preguntando si entendiste lo que dije
    —Ah… —¿Qué había estado diciendo su hermana? Bajó la vista— ¿Qué estabas diciendo?
    Kikyou suspiró y comenzó de nuevo… toda esa mitología rara… esos nombres inventados, esos poderes ¿correspondía a una correcta definición de Dios?
    Una conocida voz reía en su mente mientras susurraba …No

    Al final de la larga clase, Kikyou les dio una “pequeña” tarea para realizar al día siguiente, tan pequeña que sólo le llevaría cinco horas de la tarde siguiente para poder terminarla. Rin suspiró.
    —¿Te pasa algo, Rin? —preguntó Kikyou—. Pareces distraída
    Sus hermanos habían comenzado a salir de la habitación
    —Emh… —Rin se frotó el entrecejo—, sólo es el cansancio por el estudio, no hay de qué preocuparse.
    —Pero te ves confundida ¿Hay algo que te preocupa?
    Rin bajó la vista.
    —¿Hay algo que quieras contarme, nee-chan? —se sentó junto a ella y le puso una mano en el hombro.
    Rin miró a Kikyou en completo silencio
    —Nee-san ¿Qué es lo que haces cuando una persona te ofende?
    Kikyou pensó que quizás su hermanita seguía recordando el incidente con el muchacho de la preparatoria
    —Si alguien te ofendió, debes perdonar a esa persona.
    Esa no era una respuesta como la que le daría Shiroihaku, sonaba fría, no como la respuesta de un verdadero maestro.

    Y esperando que mi respuesta no te parezca fría, si alguien “te ofende”: o lo confrontas o lo ignoras porque, si algo te ofende, es porque tú te ofendes, tú te sientes ofendida, tú permites que el otro te haga sentir dolor. Tú tienes la culpa de sentirte ofendida, no el que te hizo algo. No somos nadie para sentirnos en derecho de indultar al otro.
    Sí que era fría la respuesta de su “amigo”, pero era coherente.

    —Kikyou-o-nee-san, ¿Nosotros tenemos derecho de perdonar al otro?
    —Perdonar y recibir perdón es un derecho ¿No? —sonrió
    —¿Pero estamos obligados a perdonar?
    —Es una obligación moral.
    Moral
    ¿Estaban obligados? ¿No era acaso que los espíritus eran libres? ¿No era acaso que los espíritus se movían por voluntad propia y sin que nadie los obligara? ¿La moral obligaba? ¿Qué era esto?
    —¿La moral es importante, nee-san?
    —Es necesaria
    —¿Es obligatoria?
    —No
    Su hermana se contradecía ¿Obligados o no? ¿Con derecho de perdonar o sin él? ¿Con obligación de perdonar? ¿derecho y obligación? Su cabeza daba vueltas. Así que estas eran las leyes de la ética humana, así que esto era el gran invento de los religiosos. El gran negocio. Algo completamente ilógico y contradictorio ¿En qué momento su creencia comenzó a convertirse en lastre? Esas respuestas eran inútiles, confusas, contradictorias, incoherentes, no servían a su aprendizaje.
    Ya le dolía la cabeza
    —Me retiro a descansar, nee-san —contestó sonriendo sin ganas
    —¿Quieres que te suba la cena a tu habitación?
    Ella negó con la cabeza
    —Te lo agradezco, ya me prepararé algo yo sola
    —Buen provecho y que descanses —le puso una mano en la cabeza, pero seguía preocupándole que ella pareciera tan… confundida.
    —Nee-san ¿A veces no sientes confusión? ¿dudas que respectan a nuestras creencias?
    —No —la miró preocupada— ¿Tú dudas?
    —No —mintió Rin

    —No existen dudas cuando no tienes necesidad de pensar —sonaba hastiado
    —Uy, sí, y tú tienes muchas dudas
    —Todos tenemos dudas, nadie es capaz de saberlo todo y con total certeza. Pero cuando no usas el cerebro, es natural que se oxide y no produzca ninguna duda.
    —¿Estás sugiriendo que mis hermanos tienen el cerebro oxidado?
    —Eso mismo estoy sugiriendo, Ai no
    Rin se cubrió la boca. Kikyou, que salía de la habitación, volteó a mirarla.
    —Te pasa algo, Rin-chan
    La jovencita intentaba aguantarse la risa
    —No me pasa nada, nee-san, des.cuida.
    —Está bien, oyasuminasai.
    —Oyasuminasai.
    Cuando Kikyou salió y se alejó, Rin se partía de la risa en la sala de estudios.
    —¡Con el cerebro oxidado! ……jajajajaja……

    ¡Qué incoherente y manejable era el ser humano!


    En vez de dormir, se pasó toda la noche haciendo la tarea de Kikyou, quería utilizar su tiempo libre en la tarde para hacer otras cosas. Tenía que sacarse algunas dudas.
    A las seis de la mañana, terminó su tarea, estaba exhausta y sólo le quedaba una hora para descansar. Programó su despertador y se tendió en el futón sin vueltas. Así como estaba, se quedó dormida.
    —¿Son las ocho? —gritó alarmada mientras se levantaba de un salto y corría fuera de su habitación, recogiendo sus cosas en el camino
    —Intenté despertarte, pero no me escuchaste —le dijo Kikyou, mientras le ponía una caja de almuerzo en la mochila y la despedía. La chica salió disparada por la puerta. Llegaría a tiempo a su clase si tenía suerte. Corrió como jamás antes había corrido. Había ignorado el despertador y la llamada de sus hermanos, que no la habían esperado para nada. Y esa era su “solidaridad”
    —Esto es por culpa de esos malditos sueños —murmuró.
    Últimamente, tenía extraños sueños en los que se veía vestida con ropa antigua, haciendo obras de caridad. Esas visiones extrañas le dejaban muchas dudas, gran desequilibrio y ya se estaba reflejando en su vida ¿Quién la salvaría? ¿Sesshoumaru acaso? Se burlaba, en su religión no había santo, ángel o dios dispuesto a salvar a los humanos, cada quien debía salvarse como pudiera, el mundo era una selva llena de fieras salvajes. Apenas esquivó los vehículos que recorrían, frenéticos, las calles. Divisó la escuela y apresuró más el paso.
    Entró corriendo y notó con horror que ya todo el mundo estaba en pleno horario de clases. Las puertas de su salón estaban cerradas, quería morirse. Y su familia que tenía tanto prestigio en el establecimiento. Una vergüenza extraña la llenó de pies a cabeza y la empujó a huir. Salió corriendo al patio, las cosas no podían ser peores
    —¿Llegaste tarde a tu clase, Ai no? —o quizás sí podían empeorar
    Lentamente volteó y vio a sus espaldas al muchacho sentado en un banco, leyendo su libro, sin apartar la mirada ¿Le había hablado?
    Solamente levantó la vista
    —¿Y si es así, a ti que te importa? —estaba histérica
    —¿No te había dicho que los insultos quedan mal en la boca de ustedes, perfecta? —era una clara sorna, quería matarlo— ¿Tanto te cuesta dejar el ego de lado? Fingen soportar los insultos, pero su orgullo les impide enfrentar con altura el haber cometido algún error —bajó la vista y siguió leyendo en silencio
    —¿Qué me estás diciendo?
    Él no contestó.
    Lentamente y con curiosidad, caminó hasta quedar a unos metros de distancia de él. Levantó la cabeza intentando distinguir la lectura, aunque a esa distancia era tiempo perdido. Se fue acercando muy lentamente, él no parecía notarlo, se acercó más… y más. No reaccionaba a su presencia, realmente parecía agradarle que ella se acercara. Se sentó a su lado en el banco y él se limitó a voltear a la siguiente página. Dios ¿Qué cosas había en ese libro? La curiosidad era terrible. Se inclinó un poco, intentando ver las páginas aparentemente blancas. Él le dio la espalda, evitando que pudiera ver nada. Nada de nada.
    No se rindió, se acercó un poco más a él, intentando no descubrirse a sí misma y se inclinó un poquito más
    —La curiosidad mató al gato —la miró por sobre el hombro—, también puede matar a los Perfectos.
    Ella se hizo hacia atrás. No le gustó la palabra “perfecto”, ni tampoco la palabra “matar”—. Vete a estudiar, Ai no, intentando no dormirte de nuevo
    De modo que lo sabía. Sudaba frío, este muchacho era tan raro, tenía tanta mala fama… y ella se había atrevido a sentarse a su lado cuando nadie más lo haría. Tragó saliva, se puso de pie lentamente y fue hasta la biblioteca a estudiar.
    Cuando abrió los primeros libros, pareció desentenderse de lo que había alrededor, todos los movimientos y todos los sonidos, imbuida en una concentración total. Prácticamente estuvo estudiando todo el día, sin descanso y con mucha culpa. Gracias al cielo tenía tanta claridad para entender los complicados libros… un momento… esa facilidad para estudiar ¿no se la daba él? ¿Entonces por qué era tan tedioso su comportamiento en persona? La fachada de chico malo le salía de maravilla, pero a la vez, sin ese alter ego era una persona tan buena, tanto que ni su misma familia podría entender semejante contradicción. Simplemente, se dejó llevar por su aprendizaje y por el extraño romance hasta poco después del medio día, cuando su estómago le reclamó la comida a gritos.
    Se sentó en un pasillo frente a la entrada de la biblioteca y comió con tranquilidad el almuerzo que le había preparado su hermana. Estaba realmente delicioso. Esa soledad la ayudaba a pensar mejor, a equilibrarse después de tantos vaivenes, aislarse de vez en cuando era algo bueno ¿Sería eso lo que le pasaba a Sesshoumaru? ¿Por eso se solía verlo estudiando o leyendo solo? ¿Estaba volviéndose semejante a él? Las preguntas que rondaban por su mente no le causaban desequilibrio. Meditar era distinto de cuestionar las cosas. Meditar era como contemplar y analizar una situación, como si fuera completamente ajena a ella, pero con total concentración, como si, en ese instante, dicha situación fuera la cosa más importante del mundo.
    Al terminar su almuerzo, guardó la caja y volvió a entrar para sentarse a estudiar nuevamente. Repentinamente, volteó hacia una mesa y allí lo vio. Negro con letras doradas. El libro de Shiroihaku. Estaba tan solo y abandonado… sin nadie, absolutamente nadie para cuidarlo… y si nadie que lo leyera…
    Oh, ese conjunto de páginas blancas parecían tener algún tipo de imán. Se encontró caminando hacia la mesa en donde estaba.
    Por primera vez se fijó en la apariencia del curioso libro: era de tapa dura forrada en cuero negro, con letras blancas y doradas, con hojas brillantes, un volumen en verdad grueso, marcado al medio por una cinta naranja-amarronada.
    En la primera hoja decía “Shiroihaku”
    En la segunda hoja, había una frase rara escrita en grandes letras: “Una mujer agarthi ha regresado a su hogar”. Después, el resto de las hojas estaban escritas con una caligrafía que parecía haber sido hecha por un ordenador de enorme resolución, las letras eran en extremo pequeñas, como las letras de una Biblia, las hojas eran tan finas como las de una Biblia, pero la diagramación era distinta. Las palabras estaban formadas por caracteres extraños, que parecían estar hechos en alguna lengua raíz. De vez en cuando, aparecía una nota al pie, escrita en japonés. Seguramente era la letra de Sesshoumaru. Se sorprendió al ver las primeras páginas. Había dibujos. Eran dibujos perfectos de la anatomía humana, no sólo desde el punto de vista morfológico, sino también del fisiológico y el energético. Eran trazos complicados. Esos dibujos no eran impresos ¿Acaso Sesshoumaru los había dibujado? Los dibujos tenían más de mil referencias con números y letras. Estaban rodeados por símbolos que ella desconocía por completo. En otra página, había un dibujo de una mujer desnuda bailando sobre un loto de mil pétalos. Junto al dibujo, había escrito una especie de verso extremadamente largo, con letra pequeña y cubría toda la hoja.
    En una hoja del medio, se encontró con un retrato suyo tan perfecto que parecía una fotografía ¿Sesshoumaru la había dibujado? El libro también estaba lleno de cartas y folios. Volvió a las primeras páginas y estaba a punto de leer unas anotaciones cuando sintió una mano posarse sobre su hombro. Cerró los ojos con fuerza, ese era su final. Abrazó el libro, no quería voltearse. Con una velocidad que desconocía que tenía, se refugió en el otro extremo de la mesa
    —Veo que encontraste mi libro, Ai no —dijo Sesshoumaru y ladeó la cabeza— ¿Me lo vas a devolver, verdad? —dijo amablemente.
    Ella apretó el libro contra su pecho y negó enérgicamente con la cabeza
    Él extendió suavemente la mano hacia ella
    —Tengo que preparar una clase para los estudiantes de la escuela filosófica, para eso necesito el libro —sonrió levemente y entrecerró los ojos con un gesto que fingía simpatía—, anda, devuélvemelo ¿sí?
    Por alguna razón, a ella le sonaba amenazante por más que no fuera una amenaza. Recordó las palabras del padre del muchacho

    “Siempre está leyendo el libro. Nadie se lo puede sacar de las manos, se pone tremendamente violento”

    ¿Le haría algo?
    —¿Me darías mi libro, por favor? Nadie puede verlo, de modo que lo necesito de regreso antes de que eso ocurra, no me gustaría tener que recuperarlo a la fuerza —Rin había escuchado rumores de que él era tremendamente fuerte, no estaba muy segura de querer descubrir si era cierto. Temblando, le extendió lentamente el libro. Él lo tomó de sus manos y lo guardó en un bolso
    —Buena chica —le dijo antes de irse— Te llamaré.
    Llamarla significaba…
    ___________________________________________________________________________________
    Su habitación era grande, espaciosa y, en esencia, sencilla. Tenía forma octogonal, las paredes eran azules y en el techo estaba dibujado el cielo con nubes alrededor y una estrella de siete picos en el centro. El suelo era de una madera oscura, casi negra, siempre bien lustrada, que relucía como un espejo, reflejando la imagen celeste del techo. Dando hacia el patio, había una ventana de dos metros que podía abrirse de par en par, pero casi siempre estaba cubierta por una cortina blanca, salvo temprano, en la mañana, cuando se levantaba a contemplar la luz del alba.
    En un costado, tenía una cama sobre la cual descansaba un futón y varios edredones. Encima, un reloj con la forma de una bellísima ave no dejaba de sonar. Junto a la cama, había un escritorio de forma trapezoidal que se adaptaba perfectamente a la forma de la pared. Pero el mueble apenas se adivinaba, oculto debajo de pilas y pilas de libros de historia, de religión, de disciplinas esotéricas, de ciencia y de medicina. Eran los libros de su madre —salvo los de medicina, que eran su propia obsesión—.
    En la pared opuesta, se hallaba una escultura de medio metro, con la forma de una mujer desnuda que parecía estar danzando sobre lo que aparentaba ser una flor de loto de mil pétalos —trabajo que le valió cien puntos en la clase de arte en cuarto año de primaria—.
    El resto del cuarto era muy espacioso, pacíficamente silencioso, agradablemente cálido, no había nada más y no dejaba entrar a nadie. Entrar era como encontrarse dentro de un templo, un recinto sagrado, un lugar para meditar, que era precisamente lo que él se dedicaba a hacer allí.
    Dejó sus cosas en un rincón donde tenía todo perfectamente ordenado y se sentó frente al escritorio. Sobre unos libros había un dibujo hecho a lápiz, en blanco y negro, que distraía su conciencia a veces. El dibujo de Rin o más bien, una copia que él había hecho.
    Sesshoumaru con espada y armadura. Caballos, soldados, muertos y llamas. La imagen era claramente perturbadora, pero a él nada le perturbaba. En esa hoja había sentimientos y emociones que él podía captar con toda claridad, con todos los sentidos, tanto físicos como sutiles, sin que le afectaran. Desvió la mirada y se enfocó en el dibujo por tiempo indefinido. La imagen en blanco y negro cobró volumen, textura y color. Cobró vida y cualquiera que entrara y la viera, seguramente la confundiría con una pintura hecha por un artista renombrado. Puso el dibujo entre uno de los tantos folios que tenía. Ahora, después de ser afectada por sus poderes psíquicos, parecía una fotografía ciento por ciento real. Recordó que sus maestras de la primaria siempre se sorprendían al ver sus trabajos de arte, pero nadie había podido descubrir cómo los hacía o con qué material tan refinado los confeccionaba. Tampoco podían entender cómo los dibujos y las esculturas tenían tanta perfección, tan buenas proporciones y tanta expresividad, siendo que los demás niños de su edad sólo hacían “basura”.
    Sin embargo, decirles a esas personas “los siento en mi mente, los imagino en mi pensamiento y luego sólo aparecen” era sinónimo de “matarlos de un infarto”. Había sido perfectamente entrenado para guardar secretos y callarse la boca. Sus acciones no debían perjudicar a nadie. Sus pensamientos tampoco. Si se dejaba llevar por sus emociones, los poderes de Shiroihaku podían llegar a hacer desastres y sabía perfectamente cuál sería el final de la historia. El libro se cerraría en una página completamente negra donde “Sesshoumaru” no existiría y donde el Universo le cobraría la falta. Y le cobraría caro.

    Sacó unos manuscritos hechos en copto por su madre antes de marcharse.
    —“Evangelio según Judas Iscariote” —suspiró y abrió su libro en una página que tenía un dibujo que había hecho de Rin en su tiempo libre, exactamente con el mismo método en que había coloreado el bosquejo. Con ese rostro enojado se veía tan adorable—. Aino Rin, miembro de la escuela cristiana de la Gnosis. En qué te han metido. Te han metido en una jaula repleta de bestias feroces y hambrientas. Ustedes creen que el mundo es malo, yo te mostraré que no es así.

    No odiaba a los cristianos. Odiaba a los cristianos fanáticos que se dedicaba a atacar a diestra y siniestra al que no seguía la ley y el dogma. Que se fueran al diablo y dejaran a esos pobres tiernos inocentes vivir en paz. Por surte, los perfectos no eran como los demás pero… si tenía que sacar a Rin de ahí, tenía que hacerlo antes de que terminara aislándose como los demás. El no había sido muy suave, pensando que ella podía tener ya lavado el cerebro. Por suerte las cosas no eran como él pensaba.

    Demiurgo
    Absoluto
    Luz Divina

    En cuántas cosas podían coincidir sus creencias y en cuántas otras podían disentir. Entrando a la mente de Rin pudo descubrir cosas muy interesantes. Mientras más la conocía, más quería saber de ella. Pocas veces había sentido tanto interés por un ser humano, pero un interés personal como aquél.
    Llevaba siempre una cruz de oro colgada al cuello, un rosario cristiano. Aquél era un regalo de la que decía ser su hermana mayor, una muchacha llamada Kikyou, que debería tener la misma edad de su madre.
    Sus cuadernos y carpetas eran prolijos, con una buena caligrafía y decoradas con pequeños bordes hechos en tonos pasteles. Tenía un diario en el que escribía sus secretos —no leyó lo que decía por respeto a la privacidad de la jovencita—, en otras partes del diario, aparecían las oraciones que rezaba junto a sus hermanos y los libros que leía —pronto dejaría de rezar y de leer evangelios; él se encargaría de eso— y más recientemente, escribía sus visitas a Agartha —pronto, él haría que todo el diario hablara solamente de esta última sección, su mundo se unificaría al de ella—.
    Sus calificaciones eran altas y siempre entregaba a tiempo todos sus trabajos. Era imaginativa y soñadora, escribía largos párrafos de lo que fuera que le pidieran, tenía facilidad con los números y las fórmulas y manejaba las ciencias como si fueran el alfabeto.
    Tenía una carpeta de dibujo, amaba dibujar.
    Su casa siempre era ordenada, tenían horarios exactos para alistarse, desayunar, ir a clases, regresar, hacer sus tareas —incluso los quehaceres domésticos—, cenar y dormir. Su tiempo libre eran los fines de semana. Jamás rezaban para pedir cosas o para agradecer, sino solamente para “encender luces” y, en vez de atacar a otros cuando eran cuestionados, preferían permitir que los lastimaran. He allí el peligro de su creencia.
    Su madre había dado a luz estando sola, era demasiado pobre como para poder criarla y simplemente la dejó allí, abandonada en la casa de esa mujer, al igual que les había sucedido a sus demás “hermanos”. Kikyou la crió igual que al resto, le dio un nombre y un apellido, le dio cierta estabilidad. La chica creció con las ideas retrógradas de la religión que consideraba al mundo como un trozo de basura desechable que Dios jamás pensó en crear, la misma religión que validaba el suicidio y el homicidio. Era una creencia llena de mitología, que prácticamente escupía sobre lo que los judíos llamaban “la Torah” y que creía conocer algo que los demás no conocían.
    Pues sí, tenían bastante conocimiento…
    …pero se olvidaron del más importante.

    —¿Quieres saberlo, Ai no? ¿Saber qué es lo que tus hermanos no quieren decirte? Yo conozco unas personas que están dos mil años adelantados a ellos y que seguramente encontrarán amor para ti.
    Cayó de espaldas sobre el suelo de madera, completamente inconsciente. Era como si las manos de alguien lo hubieran acostado suavemente. El libro de Shiroihaku cayó abierto en el centro del escritorio.

    Veíase a sí mismo como un simple y humilde punto.
    Sesshoumaru —susurró a su mente una voz de la que no podía distinguirse la identidad genérica.
    Shiroihaku —contestó. Mentalmente, abrió los ojos. Shiroihaku era parecido a él, pero aparentaba no tener edad. Su verdadera forma era la de una línea blanca azulada, por eso lo llamaban “Shiroi”
    ¿Qué era él mismo?
    Pues… tan sólo un punto entre los tantos que conformaban a esa línea de luz que era Shiroihaku, era una parte de él.
    Y esa línea era… parte de un gran plano de luz, aquello que las demás personas…
    …conocían como Dios.
    Y en alguna parte de ese plano, en algún otro extremo, estaba Rin. Podía sentirla perfectamente. Su forma también era la de un punto de luz, sólo que dorado. Jamás había sentido tanto amor como el que irradiaba el alma de ella, ya se había dado cuenta un tiempo atrás ¡Qué bien vibraba! La forma que ella tenía —y estaba completamente seguro— era la de un ángel. Un verdadero ángel. De los que encarnan como humanos ¡Qué alegría que así fuera!
    Con esa forma diferente, superó las dimensiones del tiempo y del espacio.

    ____________________________________________________________________________________
    Ante su sorpresa, se encontró en un curioso paisaje. Estaba vestido de negro y llevaba una armadura negra, como las de los samuráis. No tenía la menor idea de que existiera una entidad llamada Shiroihaku, tan sólo se consideraba a sí mismo como alguien importante. Estaba montado sobre un enorme caballo negro. Junto a él había otro hombre vestido de negro, con una armadura similar y montado sobre un caballo marrón verdoso.
    A este hombre, que era el comandante de un ejército, él lo llamaba “chichi-ue”, aunque sólo fuera su hijo adoptivo. Estaban en lo alto de una colina, desde la que se divisaba un incendio en una aldea, que había sido provocada por sus soldados. Detrás de ellos había unos cuantos soldados, todos montados a caballo. El resto del ejército había llovido sobre la aldea, dejando muchos muertos, muchos bienes y unos pocos prisioneros.
    Él jamás se metía en las batallas, sólo tenía el honor de cortar las cabezas de terratenientes y personas nobles. Jamás le permitía su padre degradarse matando a inútiles campesinos como los de esa aldea. Entre los que traían prisioneros, un soldado vino arrastrando del cabello a una joven de unos dieciséis años y la tiró delante del caballo de su padre. Como todos los demás prisioneros, la joven lloraba y gritaba, parecía no ser consciente de lo que sucedía, envuelta en una ola de terror.
    —Honra a esta mujer —le dijo su padre.
    Bajó del caballo, se quitó el casco y miró a la muchacha. Sí, su padre había visto lo mismo que veía él: esa pobre campesina tenía una luz poco común, una luz sagrada.
    —Sí, chichi-ue —Caminó junto a ella, desenfundó su espada y la blandió sobre el cuello de la chica— Regresa al reino del que has venido —ella seguía llorando, quizás ni siquiera lo hubiera oído. La cabeza de la joven rodó y su sangre se esparció en un charco. Llamaron a un subordinado que traía una antorcha y quemaron el cuerpo de la muchacha. El funeral para un emperador.
    ____________________________________________________________________________________

    —Así que eso fue con certeza lo que pasó —apoyó su mano sobre la luminosa pared de cristal que recubría uno de los tantos túneles que estaban en Agartha. Su movimiento era completamente silencioso, apreció su propio reflejo, que se empañaba con su propia respiración. Se miró a sí mismo. Llevaba la blanquísima túnica ceremonial que le había regalado un maestro, un sacerdote, uno de sus mentores. Tela blanca, brillante y resistente. Los rieles y los vehículos hacían eco por todas las cuevas. Un transportador de riel paró junto a él
    —¿Te llevamos a alguna ciudad?
    —Prefiero caminar, me ayuda a meditar —respondió amablemente
    El conductor se encogió de hombros y siguió su camino, las personas que iban en el transportador lo saludaron.
    —Esperamos pronto tu mensaje, Shiroihaku
    Pues bien, cualquier persona que, en Agartha, lo viera, sin importar la raza o la edad, lo reconocía inmediatamente como “Shiroihaku”, el espíritu maestro que había guiado a muchos gobernantes del lugar. Sabían que él había encarnado y que ya no era solamente “Shiroihaku”, pero no era algo que a ellos pareciera importarles. Ellos seguirían viéndolo como al espíritu maestro y no había remedio para eso, ya lo había intentado sin éxito cuando era niño.
    —Está bien, lo acepto, encarnado o no, siempre seré Shiroihaku —se apoyó de espaldas contra la pared. Intentó conectar con la mente de Rin, buscando el mismo punto dorado que siempre veía en su meditación y cada vez que le hablaba por telepatía. La pared que tenía frente a sus ojos se volvió transparente y le mostró una imagen de la chica, escribiendo en su diario. Estiró la mano hacia la imagen.
    —Acompáñame a caminar por la red
    Ella cayó inconsciente al suelo, igual a como le había sucedido a él, y su proyección apareció delante de sus ojos como todas las veces que conectaba hacia las redes.
    Ladeó la cabeza.
    —Shiroihaku, el espíritu maestro ¿Verdad?

    Les has encontrado algunos defectos a los conocimientos de tu familia, cosas que no quieren decirte, cosas que no pueden —volteó hacia ella— explicarte.
    —¿Has estado rondando por la mente de mi familia?
    —Por la tuya solamente —hizo un dibujo con los dedos sobre la pared—, cuando pides claridad o entendimiento, cuando pides tranquilidad, mi mente se funde a la tuya y mis conocimientos pueden pasar a tu mente tanto como tus pensamientos a mí.
    —Es decir, ¿lo que sabes de mí, yo te permito saberlo?
    —Hay que respetar el libre albedrío del otro, sino, estás cometiendo un acto hostil al otro. Eso es acoso mental y no debe hacerse. Tu curiosidad natural me permite llegar a ti, tu luz natural, la vibración de tus pensamientos, que se parecen a los míos. Si dos esencias se parecen tanto…
    —¿¿Entonces son almas gemelas?? —Sintió que se le iba el aire y que la cueva se movía debajo de sus pies. Se conocían desde otras vidas… cayó hacia atrás
    —¿Te encuentras bien, Rin?
    —¿Te parce que me encuentro bien?
    Él la ayudó a levantarse.


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    Según supo, por lo que le dijo la directora de la escuela filosófica, las clases se daban todos los días a la misma hora. Pero no se trataba de una sola clase, sino de varias clases y actividades repartidas durante todo el día. A los estudiantes… digamos los estudiantes “oficiales” de la escuela, se les entregaban programas en donde constaban las diferentes actividades, con su correspondiente descripción y horarios. Los estudiantes adaptaban sus propios horarios a los del programa y elegían las actividades en las que deseaban participar. Pero como ella había asistido una sola vez, ni había recibido el programa, ni tenía la menor idea sobre lo que se podía hacer en aquel sitio tan acogedor. Aún así, no podía evitar sentir curiosidad cada vez que comparaba la escuela religiosa de Kikyou con el instituto. Era verdad que hacían bastantes cosas, pero no era lo mismo trabajar con quince hermanos que con quinientas personas. No era que menospreciara su escuela, solamente sentía… que podía hacer más.
    El horario que recordaba era el de las clases vespertinas, que se daban justo después del término de las clases en su colegio. Aquella primera clase había coincidido con una de las audiciones de Sesshoumaru y con la canalización de Shiroihaku —que era nada más y nada menos que Sesshoumaru, sólo que con una consciencia sagrada—. Maldito secreto que mantenía atado a todo el mundo a las palabras escritas en aquél libro.

    “¡Shiroihaku, quiero ser libre!” decía a gritos, su lógica, mientras que su consciencia decía “¡No quiero ser libre nunca!” ¿Se estaba enamorando? Tenía que ser broma.

    En su mente, analizó la coincidencia de día y horario y estuvo toda la semana buscando una excusa para asistir.
    Finalmente, cuando llegó el día, regresó a casa después de las clases y cuando se preparaba para salir hacia la escuela filosófica…
    —¡Rin! —llamó Sango desde el piso de abajo.
    Ella asomó por la puerta, mientras terminaba de cerrar la cremallera de su falda
    —¿Sucede algo, nee-chan? —preguntó desde la puerta
    —¿Podrías hacerme un favor? Necesito que traigas algunas verduras y frutas del almacén de los Katsura, también algunos huevos… ¡ah! Y Kikyou-o-nee-san dijo que necesitaba que le trajéramos papel de notas y una libreta de la papelera, pero aún tengo que limpiar la cocina y el patio.
    El almacén quedaba a treinta calles. La misma distancia que la escuela de Sesshoumaru… sólo que en la dirección contraria.
    —En seguida voy —dijo. Volteó y miró el reloj que estaba sobre su escritorio. En unos minutos daría inicio la clase vespertina, tenía que darse prisa. Salió al vestíbulo, se puso el calzado y, saliendo al patio, tomó prestada la bicicleta de Miroku para jugarle una carrera al tiempo mientras cumplía el mandado de sus hermanas. Pedaleó como jamás en su vida, quizás le quedara tiempo para asistir aún.

    Al regresar a casa con las bolsas de compras, escuchó desde la entrada que Shippou gritaba
    —¡Kagome!, ¿podrías ayudarme con los deberes?
    Kagome estaba subiendo las escaleras mientras, al paso, abría su mochila
    —Lo siento, nii-chan, pero tengo que preparar unos exámenes… —volteó y vio que Rin entraba a la sala—. Rin-chan, Shippou necesita ayuda con su tarea ¿podrías ayudarlo?
    —Sí, está bien —dijo mientras iba a poner las cosas en su lugar y luego se sentaba junto a Shippou. Al niño le costaba bastante entender un par de cosas de gramática.
    Recordó la facilidad para estudiar que tenía cuando pensaba en Sesshoumaru… si tan sólo Shippou pudiera tener la misma agilidad mental…
    Es ahora cuando te necesito…”, pensó deprimida, mientras suspiraba. Comenzó a explicarle a Shippou nuevamente y sintió que sus palabras eran mucho más simples, sencillas de entender. Shippou, al principio, la miró extrañado: su hermana le explicaba mejor que su maestra…
    —Sí, entiendo —dijo sonriendo. Mientras ella seguía explicándole, él comenzó a escribir como si pudiera escucharla y pensar al mismo tiempo. ¡Todo era tan fácil! Terminó su tarea en poquísimo tiempo— ¡Muchas gracias nee-san! —le dijo a Rin, mientras la abrazaba.
    —No es nada —contestó ella, sonrojada. Esas palabras que explicaban de forma tan sencilla no eran de ella. El que solía explicar así —tembló— era Shiroihaku.
    Se levantó y se dirigía al pasillo, cuando Miroku la llamó con la mano desde la puerta del patio. Ella se asomó.
    —Rin-chan, espero no haberte interrumpido
    —No, para nada —contestó consternada
    —Bien, porque tengo un par de cosas que hacer arriba, y quería pedirte que fueras por mí a organizar los libros de estudio que vamos a usar mañana. Están en la sala de reunión
    —Sí, no hay problema —contestó mientras apresuraba el paso—. Pero con una condición
    —La que sea
    —Luego préstame tu bicicleta, tengo que buscar unos apuntes en la casa de una amiga
    —Está bien, puedes tomarla. Sólo no vayas a accidentarte por ahí y no vayas a dejarla en cualquier lugar.
    —Está bien, nii-san
    Se sorprendió sobremanera al entrar a la sala de reuniones. La parte de estudio estaba completamente en caos. Poner eso en orden de seguro le llevaría más de media hora. Arregló todo a la velocidad de la luz.
    — ¿Por qué justo hoy todo el mundo tiene que estar ocupado? —se quejó. Y ella no solía quejarse.
    Cuando terminó y se dio cuenta de la hora, quería matarse ¡había perdido la clase! No sabía qué hacer. Se puso un abrigo contra la cara para opacar el grito de impotencia que le salió. Se colocó el abrigo y salió a toda velocidad con la bicicleta de su hermano.

    Cuando llegó a la escuela filosófica, vio que los alumnos estaban saliendo. La clase había dado fin
    —No puede ser —dijo completamente desahuciada
    —Tarde —dijo una voz a sus espaldas—. Llegaste tarde, Ai no
    Ella volteó
    —Calla, no sabes lo que me sucedió
    —O quizás —dio unos pasos hacia ella—, quizás sí sé lo que te pasó.
    Ella se le quedó mirando boquiabierta. A sus espaldas, salió un grupo de siete alegres chicos: dos jovencitas y un chico de más o menos su misma edad, y cuatro de más o menos la edad de Sesshoumaru
    —¡Empiezan las vueltas! —dijo uno de los muchachos mayores
    —¡Sí! —corearon los otros seis. Sesshoumaru los ignoró.
    El que había dado la voz miró a Sesshoumaru
    —¿Vamos hacia el restaurante? —Sesshoumaru se hizo el desentendido—. Anda, nos lo prometiste
    Él suspiró
    —Si un día, a causa de esto terminamos baleados en un callejón, será por culpa de ustedes y sus ideas —suicidio. A sus compañeros era a los únicos a los que se les ocurriría ir a predicar en un restaurante. Y él, de pura buena voluntad, consintiendo aquella locura. A veces, la inteligencia lo abandonaba.
    —No te pasará nada, vamos a golpear muy duro al que quiera hacerte algo
    Sesshoumaru frunció el ceño
    —Les entra por un oído y les sale por el otro. ¿Qué parte de “la violencia no es el medio” no se entiende?
    —Sólo era una broma. No nos pasará nada, además dicen que a veces te defiendes por esos medios. Esa sería una buena justificación
    —¿Qué te hace creer que me justifico?
    Rin miraba la escena con mucha curiosidad. No parecía posible que Sesshoumaru estuviera entablando una conversación —aunque fuera tan tosca— con ellos. Ese no era el muchacho que vivía enfrascado leyendo un libro.
    —¿Pero iremos o no?
    Él no contestó, simplemente caminó hasta acercarse a Rin, y luego enfiló hacia la derecha por la acera, siendo seguido por la jovencita cual si tuviera un imán. Los demás también lo siguieron. Sesshoumaru y la joven que iba a su izquierda realmente parecían poseer algún imán escondido.

    El muchacho albino no se había sentido tan incómodo antes. Hacía mucho tiempo desde que no caminaba entre un grupo tan grande. Como sucedía cuando estaba tan cerca de otra presencia, se encontraba pensando en ellos.
    Cuando pasaban frente a un edificio de ocho plantas, desde lo alto, algo cayó a su derecha, explotando contra el suelo. Quedaron petrificados. Era un limpiador de ventanas y prácticamente todo su cuerpo se había quebrado. No había forma de que sobreviviera. Los jóvenes se alarmaron, gritaban, pedían ayuda. Sesshoumaru miraba la escena completamente inexpresivo.
    —Tranquilos —dijo dura, secamente, sin demostrar emoción alguna—. Guarden silencio, dejen que regrese en paz —Rin sintió que se le iba el aire y sintió la mano del muchacho en su hombro—. Tranquila.
    De su mochila sacó un teléfono móvil y marcó un número.
    Rin estaba conmocionada, había empalidecido notablemente y temblaba. Había soltado la bicicleta y ésta aterrizó en el asfalto, jamás había presenciado una muerte tan violenta. La sangre se regaba por toda la acera. Se cubrió la boca y cerró los ojos. Algunas enseñanzas de sus hermanos se amontonaban en su cabeza.

    “Señor, no dejes que esta alma se aparte de la luz mientras regresa a su hogar. No permitas que ningún demonio lo encierre en este mundo, no permitas que vuelva a sufrir de este modo, te suplico…”

    Los chicos, además de intentar aplacar el sobresalto al que se habían expuesto, miraban sorprendidos a la jovencita ¿Era gnóstica?
    Lloraba incontroladamente.

    “Señor, por favor, que nadie retenga esta alma en su regreso, te suplico…”.

    Sesshoumaru le puso una mano en la cabeza, la presionó un poco y la calló de modo brusco. A la persona que le contestó del otro lado de la línea, le contó lo sucedido, le describió el lugar y la dirección en la que se encontraban.
    Rin, secándose las lágrimas que no dejaban de caer, no podía creer que él realmente enfrentara la situación con tanta frialdad. Todos allí sabían el destino de las personas que morían y, aún así, enfrentar la muerte era algo doloroso y difícil de sobrellevar. No podía ser verdad que él no sintiera nada de nada.
    La calma que él siempre traía, inundaba el lugar y curaba a los siete que lo acompañaban. De algún modo, eran plenamente conscientes de que un espíritu de alta luz los estaba cuidando.
    Dos de las chicas la ayudaron a sentarse.
    Poco después, una ambulancia, dos automóviles de la policía, un taxi y un camión de la empresa, llegaban al lugar.
    Los enfermeros y la policía se acercaron y subieron el cuerpo del pobre hombre, algunos agentes de policía y los empleados de la empresa comenzaron la limpieza. Del taxi habían bajado una mujer y un niño de unos seis años, ambos estaban junto a la ambulancia. La mujer —probablemente la esposa de aquel hombre— estaba notablemente adolorida y abrazaba al niño, que lloraba desconsolado.
    Sesshoumaru se quedó viendo la escena, casi podía verse a sí mismo con esa edad, en el lugar de aquél pequeño.
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    —Shura, no regresará, jamás volveré a verla —se sujetaba del pantalón del hombre y sentía que su corazón se partía a la mitad. No podía quitar de su mente la brutalidad de esa escena: ella tirada en medio de un charco de su propia sangre y todo borrado por las manos de quienes no la querían con vida. Nadie, nadie más lo sabía, nadie le creía a un mocoso de seis años. Su corazón se partía.
    Aquél hombre, Shura, se puso en cuclillas junto a él y le puso una mano en la cabeza. Las miradas de ambos se encontraron.
    —Sesshoumaru, escucha esto…
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    El niño continuaba llorando y pidiendo explicaciones que su joven madre no podía darle. Sesshoumaru caminó hacia ellos, se puso en cuclillas junto al niño y le puso una mano en la cabeza. El niño levantó la cabeza y su mirada se encontró con la de él.
    Algo dentro de esa persona lo aquietaba, lo llamaba a mirarlo y escucharlo...
    —Pequeño, escucha esto. Morir es parte de vivir. Los que dejan este mundo no pueden volver a ser quienes eran, pero que nosotros no podamos verlos no significa que ya no existan —la imagen de Shura regresaba a su mente—. Ellos nos hablan, pero tenemos que llamarlos con nuestros pensamientos y escucharlos con nuestro corazón. Entonces, ellos regresan a nosotros y permanecen para acompañarnos cada vez que los necesitamos. Nos envían su luz —entrecerró los ojos—. Nunca nos dejan, una parte suya está dentro de nosotros. Todos somos Uno.
    El niño dejó de llorar y, repentinamente, ya no se sintió triste.
    —¿Cómo lo sabe, onii-san?
    —A mí me sucedió lo mismo que a ti. Tienes que ser muy fuerte por ti y por los que están contigo —miró a la mujer y suspiró—. La vida continúa y hay que entregarse a ella, y al amor que viene con ella, y a los misterios que la acompañan —se puso de pie y se dispuso a marcharse—. Sé un buen niño.
    Se paró junto a Rin y ella lo miró sorprendida
    —¿Qué le dijiste?
    —Que la muerte no es el final —sonrió imperceptiblemente— tan sólo es el principio. No le temas a la muerte, porque es sólo parte de vivir esta vida, y es una ilusión humana. El mundo sigue girando a pesar de esto. Confía en mí: pronto todo estará mejor. Regresa a casa, Ai no.
    Ella se subió a la bicicleta y se marchó, no sin antes despedirse de Sesshoumaru y del grupo.
    —Bueno, es demasiado para una sola tarde. Todos regresen a casa —les dijo amablemente.
    Ellos aún estaban conmocionados, así que no les costó nada “obedecer”. Todos se despidieron amablemente.

    Sesshoumaru volteó y se dirigió hacia la gente de la empresa. Había visto sus pensamientos y ellos no tenían la menor intención de pagar el seguro de vida de su empleado. Detestaba a los abusivos, estafadores y cretinos. Más a los que se aprovechaban de este tipo de situaciones. Les daría una buena lección.
    —Señores —dijo.
    Ellos voltearon y se encontraron con la insidiosa y penetrante mirada del muchacho que debería tener más o menos la mitad de edad que ellos. Aún así, su presencia era imponente y los hacía sentirse inhibidos sin ninguna explicación lógica. No los amenazaba, pero sí los intimidaba ¿Qué era él?
    —¿Sí, joven?
    —Páguenles el seguro a esta familia. Eso no le devolverá la vida al hombre y le quitará dinero a la empresa, pero servirá para demostrarles a ellos que los entienden.
    Uno de ellos sonrió
    —Por supuesto que les pagaremos
    —Estaban pensando en limpiar el lugar del accidente para así no tener que pagarles. Piensen, señores, cómo se siente esta familia. Este hombre arriesgaba su vida todos los días para ustedes, por su familia, para permitirle vivir de forma digna. Demuéstrenles que los comprenden, demuestren respeto. El dinero va y viene, la vida no.
    —Eso no es asunto suyo
    —Estas personas necesitan apoyo. Demuéstrenles que la justicia existe, demuéstrenles un poco de bondad actuando de forma honesta, no como mentirosos.
    —No debería meterse en esto, además no tiene idea de lo que…
    —¿Cree que no tengo idea de lo que digo?
    —Haz el favor y retírate
    —Páguenles
    Ellos iban a darle la espalda, pero él dibujó un círculo con la mano y el camión de la empresa dio un giro de ciento ochenta grados, quedando de frente hacia los empleados, con las luces encendidas. Una de las llantas reventó y el neumático de auxilio se soltó y se fue rodando calle abajo.
    Ellos voltearon hacia Sesshoumaru
    —¿Les van a pagar?
    Ellos voltearon y quisieron abrir las puertas para subirse, pero éstas tenían puestas el seguro, el camión se había trabado solo.
    Él dibujó una “L” con el puño cerrado y el camión dio marcha atrás, atascándose en un callejón y rompiéndose toda la parte trasera. En la parte que había quedado intacta, estaba escrito “PAGUEN”. Los agentes de policía que se hallaban presentes se acercaron a ver lo ocurrido y les cobraron una buena multa por dejar encendido el camión. Los empleados, confundidos y muertos de miedo, arrojaron las chequeras, las billeteras y se fueron corriendo.
    Sesshoumaru se acercó a los agentes y les explicó que aquello había sido un accidente, y también les explicó lo del seguro. Ellos aceptaron entregarle ese dinero a la familia.
    La mujer recibió el dinero, pero se le quedó mirando a Sesshoumaru
    —¿Qué eres?
    Él levantó las manos, haciendo el gesto del pacificador.
    —Los saludo. Que tengan una vida tranquila y feliz —les dio la espalda y se marchó
    —Esa persona era un ángel —comentó el niño—, ¿verdad kaa-chan?
    La mujer se quedó mirándolo consternada mientras se marchaba a paso lento
    —Uno muy extraño en verdad, pero un ángel al fin y al cabo —sonrió. Ya no se sentía tan triste, ni tan sola, completamente consciente de que el que había sido su esposo, de algún modo, estaba a su lado. Aquél muchacho tan extraño había traído algo nuevo a la familia—. Adiós —murmuró
    Ella podía jurar que, instantáneamente, en su cabeza, la voz del muchacho le respondió “Adiós”.
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    Dejó la bicicleta junto a la puerta y entró. Kikyou corrió hacia ella, le puso una mano en la espalda y la otra en la frente.
    —Rin-chan, ¿Te sientes bien?, estás muy pálida, y fría —miró hacia dentro—. Miroku, calienta un té para Rin —le pidió.
    —En seguida, nee-san —contestó el muchacho desde adentro.
    Kikyou, sujetando a la chica por el hombro, la llevó hacia la sala y la ayudó a sentarse.
    —¿Estuviste llorando? —le tocó el rostro aún húmedo— ¿Qué te sucedió?
    Rin la miró en silencio. Ella no la entendería.
    “Habla ahora o calla para siempre”, aconsejó una conocida voz “arriésgate ahora, que quiere escucharte, o nunca más te escuchará”.
    “Confiaré en ti”. Todavía estaba conmocionada, pese a las manos sanadoras que tenía Sesshoumaru.
    —V-vi… —la voz apenas le salía y le temblaba. Kikyou se inclinó hacia ella, preocupada, intentando oír—. Vi morir a una persona.
    —¿Cómo? —preguntó Kikyou sorprendida, incrédula
    —Un hombre cayó desde un edificio y se destrozó en la calle —desvió la mirada—. Fue horrible —tenía un nudo en la garganta y un mar de lágrimas nublándole los ojos.
    Kikyou la abrazó con fuerza.
    —Esa persona estará bien, no te preocupes —le acarició la cabeza—. Ve a descansar un rato, hoy no tendrás tareas, pronto estarás mejor. Lo mejor es que no vuelvas a salir sola
    —No estaba sola
    —¿Eh?
    Todavía sollozaba
    —Estaba con Sesshoumaru y su grupo. Él nos ayudó a todos y también ayudó a la familia. Fue él quien me hizo regresar a casa.
    —Está bien, ahora intenta olvidarlo, todo está bien ¿Quieres cenar? —Rin negó con la cabeza— ¿Quieres beber algo? —la niña volvió a negar—. Está bien, ve a tu cuarto, en seguida te subiré la comida.
    —Muchas gracias, o-nee-san —Rin se oía claramente desinflada
    —No te preocupes por nada —volvió a acariciarle el rostro antes de despedirse. Ver la muerte era horrible y su nee-chan necesitaría un buen tiempo antes de sobreponerse completamente.
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    Cuando llegó a la casa, su padre se hallaba sentado a la mesa con una gran carpeta llena de papeles. Estaba realizando algún tipo de proyecto, respondiendo algunas preguntas ¿Sería verdad que él y su padre se parecían? Él jamás lo había comprendido del todo. Su padre era cerrado para aceptar algunas cosas y así fueron alejándose el uno del otro. Se levantó de la mesa y comenzó a juntar ordenadamente los documentos.
    —Buenas noches, Sesshoumaru —lo saludó al verlo regresar.
    El muchacho lo miró en silencio y tan sólo se limitó a hacer una muy pequeña inclinación de cabeza a modo de saludo, sin emitir palabra. Sabía que su padre se asustaba de su silencio, pero quizás en el silencio se entendería un poco mejor que en las palabras. Un error podía hacer que su padre lo viera como un loco, exactamente como lo veía todo el mundo. No le importaba lo que pensara el resto del mundo, pero su amado padre…
    —¿Ha sucedido algo? —preguntó el hombre, intuitivamente
    —Nada en especial —le aseguró su hijo

    Inuyasha estaba encerrado en su habitación con una montaña de libros junto a su escritorio. Tenía abierto un cuaderno de apuntes y batallaba con álgebra, leyendo los mismos problemas una y otra vez, sin conseguir entender ni una sola letra de lo que decía, mareándose con las larguísimas y horripilantes fórmulas.
    De pronto, al releer el problema, lo comprendió y le pareció sencillo. Al comenzar a resolverlo, también le pareció muy fácil y no necesitó pensar mucho para hallar las respuestas y completar sus ejercicios. Él odiaba las matemáticas, no eran su punto fuerte y jamás solía tener esa lucidez. Aquello sólo podía significar una cosa: que la plaga había regresado a casa. Al menos su presencia lo ayudaba a resolver las cosas que más le costaba, sin embargo, no siempre su hermano era tan generoso.
    Asomó por la puerta de su cuarto para observarlo en silencio y notó cómo su padre comenzaba a poner la mesa para cenar, mientras su hermano se hallaba parado en medio de la sala con el famoso libro raro en las manos. Siempre se preguntó qué tenía aquel libro, puesto que Sesshoumaru jamás se separaba de él, pero jamás se le ocurrió preguntarle y mucho menos intentó quitárselo de las manos desde que había escuchado que se ponía violento. De todas formas, Sesshoumaru parecía pensar que él no existía, jamás lo había mirado, ni le hablaba, ni lo saludaba, jamás se sentaba a comer con ellos, no salía junto a la familia, siempre estaba ausente, metido en el bendito libro. Ok, Inuyasha era gratuitamente el hermano invisible. Salió del cuarto y, cuando su padre le pidió ayuda para poner la mesa, aceptó bufando.
    —¿Y este por qué no ayuda?
    —Déjalo si no quiere —contestó el padre desde la cocina
    —Sí, claro, él es libre de hacer lo que quiera ¿No deberías echarlo pro aprovechado?
    —Es tu hermano.
    —Ni siquiera sabe que es mi hermano. Es autista.
    —Deja de discutir y ayuda
    Sacaron la comida del refrigerador y la colocaron en la mesa rectangular. Inu no Taishou se sentó en un extremo e Inuyasha del otro. El hombre desvió la mirada hacia donde estaba su primogénito.
    —¿Te sentarás a la mesa con nosotros? —Sesshoumaru siempre comía solo en su cuarto, apartado de ellos.
    Ante la sorpresa de ambos, el muchacho fue y se sentó junto a ellos. La cena era silenciosa. Sesshoumaru comía lenta y parsimoniosamente, su padre no dejaba de mirarlo, estaba complacido ¿qué le estaba sucediendo últimamente? ¿Ahora finalmente volvería a relacionarse con ellos? Su mirada se fijó en el rostro de Inuyasha. Después de un par de minutos, el jovencito se irritó.
    —Oye, ¿por qué me estás mirando así? —estalló
    —Inuyasha —le reclamó su padre en un tono tranquilo.
    —¿Es que no ves cómo me mira?
    —Inuyasha, es la primera vez en mucho tiempo que se sienta a cenar con nosotros
    —Pues entonces que salga de su papel de estúpido y deje de mirarme así.
    —Inuyasha…
    Sesshoumaru, sin siquiera agradecer por la comida, dejó todo a medio terminar, se levantó y fue a encerrarse en su cuarto, en compañía de su libro.
    —¿Ves lo que conseguiste? —reclamó Inu no Taishou
    —Keh, como si me importara lo que haga ese tonto.
    —Es tu hermano y deberías respetarlo.
    —No, papá, él debería respetarme primero a mí.
    —Él ni siquiera te molesta.
    —Él ni siquiera sabe que existo —suspiró de fastidio—. Eso es lo mejor.
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    Rin se encerró en su habitación y fijó la vista en un punto del techo, luego se acurrucó sobre el futón y permaneció en silencio. De nada servía que hiciera escándalo, aunque ver la muerte era más terrible de lo que creía. Todavía no terminaba de entender cómo Sesshoumaru podía estar tan tranquilo después de ver tal cosa, cómo había podido calmarlos. Claro, Sesshoumaru era Shiroihaku, el espíritu maestro ¿No era así? Era natural, entonces, que mantuviera luz y paz sin importar lo que pasara, dándole estabilidad y seguridad a los demás. Esa era su misión, como la de cualquier espíritu de luz. Ella, en cambio, había recibido un fuerte choque emocional y la terrible imagen se negaba a salirse de su cabeza de una vez por todas.
    —Shiroihaku, ayúdame —no sabía si estaba bien pedir tal cosa. Al instante, la calma la invadió, las imágenes y el dolor fueron alejándose de a poco y ella cayó en un profundo sueño. Al principio, tenía pesadillas fuertes, pero finalmente despertó. Sin saber qué más hacer, se sentó, juntó las manos y rezó en silencio.
    De pronto, sintió como si una red de suaves hilos la levantara y volviera a bajarla. Al abrir los ojos, se encontraba frente al geométrico dibujo en el que solía concentrarse para orar. Mientras seguía diciendo sus oraciones, el mandala aumentó de tamaño y se acercó a ella hasta rodearla en forma tridimensional. El dibujo comenzó a expandirse y a cambiar rápidamente de forma y no tardó mucho en encontrarse en alguna cueva de la red de Agartha, haciendo eco sus pasos y reflejándose su imagen en las paredes de espejos místicos que eran formadas por el brillante cristal que lo recubría todo.
    Sentía frío en el corazón
    Se volteó y pudo ver cómo Sesshoumaru caminaba hacia ella, cubierto con la hermosa y brillante túnica blanca que siempre llevaba. Shiroihaku.
    —Que la paz sea contigo, ai no —dijo en un tono sereno y relajante.
    En efecto, cierta paz la invadió.
    —Sé que esa persona se fue a otro plano que los ojos humanos comunes no pueden ver, pero aún así su muerte no puede dejar de parecerme terrible —fue bajando la cabeza.
    Él se le acercó.
    —La sociedad no deja de enseñarnos a la muerte como una terrible pérdida y como una experiencia dolorosa. Eso sin hablar de las historias de terror, Rin. Con años de habernos enseñado cuan terrible puede ser, eso se implanta en la memoria colectiva y terminamos por creer que muerte es sinónimo de dolor. Aunque comprendas el verdadero concepto, aunque sepas que la muerte no es más que una ilusión humana, implantártelo será difícil. Lo que te hace sufrir es aquello que viste
    —¿Y por qué a ti no te afecta?
    —He visto la muerte, puedo comprenderla y no le temo. No la veo como algo malo, no me perturba para nada. Desde que comencé mi aprendizaje siento mucha paz, tranquilidad —cerró los ojos—. Si me hubiera visto afectado, no podría haberlos contenido a ti y a los demás. Entre todo el caos, se necesitaba al menos una mente fría
    —Es verdad
    —Hace muchos años, encarné como segundo comandante de un ejército y una vez, luego de atacar una aldea, trajeron ante mi padre a una muchacha que, a pesar de ser campesina, tenía un brillo descomunal, como si se tratara de un ángel o una deidad. Asustados por tal hecho, me concedieron el honor de cortar su cabeza —esperó a que ella lo asimilara—. Esa persona era tú en otra vida y aún así sigues con vida.
    »No te sientas mal, porque esa persona está viva y está bien ¿Sabías que en muchos lugares, al morir alguien se le preparan enormes fiestas? Es algo más que un simple día de los muertos —esperó la reacción de la muchachita—. Quiero que entiendas algo: si después de morir, alguien reencarna, no lo hace por tortura, por castigo o porque algo lo obliga. La reencarnación es una elección libre y voluntaria tomada por una entidad antes de nacer.
    —Eso no puede ser
    —Pero lo es. Te lo digo para que estés en calma, yo sé que tus hermanos te enseñaron que los demonios obligan a reencarnar en un mundo de dolor, pero eso no es cierto —se apoyó en la pared de cristal—, no cuestiono a tus hermanos, tan sólo intento que veas que los espíritus son libres. Además, también te recuerdo que sólo en el plano físico pueden experimentarse ciertas sensaciones como el reír o el llorar. Es cierto que hay dolor, pero espero que no olvides que hay placer también.
    —¿Por qué se muere?
    —Porque la vida de este plano es finita
    —¿Y por qué se reencarna?
    —Por múltiples razones: para experimentar este plano, para expresarnos, para aprender o enseñar nuestras lecciones aquí.
    Ella desvió la mirada y luego fue bajando la cabeza nuevamente
    —¿Mis hermanos me mienten?
    —Hay cosas que ellos no saben. Los maestros que hay aquí en la Agartha, saben bastante y están mucho más avanzados que los maestros humanos.
    —¿Has hablado alguna vez con ellos? ¿Ellos te enseñaron?
    —Algo así. Después te iré contando
    —Cuéntame ahora —entusiasmada, se olvidó de aquello que le causaba molestia y volvía a estar tranquila y feliz
    —Te contaré a su debido tiempo, no comas ansias —Comenzó a caminar por la cueva y ella lo siguió de cerca en silencio, recorriendo el paisaje con el que ya se había familiarizado.
    De pronto, se detuvieron delante de una pared
    —Aquí —dijo él
    —Pero si aquí no hay nada —miró hacia un lado y hacia otro
    —No a simple vista, Rin —apoyó la mano abierta sobre la pared y el cristal se volvió transparente hasta que del otro lado pudo distinguirse algo similar a una pequeña ciudad. Era parecido a lo que le había mostrado antes—. Sujétate de mi cintura —le pidió.
    Ella lo abrazó por detrás aunque no comprendía por qué le pedía eso. Se sonrojó.
    —Sujétate bien, Rin —dijo sin apartar la mirada de la imagen que se veía a través del cristal
    Ella se asió a él con fuerza.
    Ante su sorpresa, Sesshoumaru se elevó en el aire, literalmente estaba flotando. Separó la mano del cristal y se lanzó hacia él, atravesándolo junto con Rin hasta el sitio en donde estaba la ciudad. De pronto, ella se dio cuenta de que estaban en el aire, a una considerable altura del suelo.
    —Le temo a las alturas
    —Sólo sujétate bien, Ai no —la miró por unos segundos—. Mantén los ojos abiertos, tienes que ver esto.
    Ante su sorpresa, él voló a gran velocidad. Estaban volando por encima de la Tierra Escondida.
    —¿Cómo puedes volar?
    —Es un secreto
    —Guardas demasiados secretos
    —Mira hacia abajo
    —Me asusta
    —Te gustará
    —¿Y si caigo? —recordó la imagen del pobre hombre muerto. Así iba a quedar
    —No te dejaré caer, Ai no. Te amo.
    Debajo de ellos, veía pasar un extraño paisaje. Desde arriba, pudo ver que la ciudad hecha de cristal dorado tenía forma circular. Las casas eran extrañas y todo el complejo tenía la forma de un perfecto mandala. Era una ciudad construida con la precisión de la geometría sagrada. Era idéntico al dibujo que tenía colgado en la pared de su cuarto y utilizaba para meditar. Comprendió por qué, al mirarlo, se proyectaba hasta Agartha.
    —No veo templos —dijo sorprendida
    —Aquí no hay, solamente se alaba al Absoluto en toda su grandeza. Templos no hay
    El complejo estaba rodeado por un enorme círculo de árboles, como si hubiera sido insertado junto en el medio de un bosque perfectamente circular. Por donde se lo mirara ese no era un bosque natural.
    —Estás en lo cierto, Rin. Fueron trasplantados aquí para adaptar el lugar —dijo recordándole que leía sus pensamientos.
    Estaba tan obnubilada por la vista aérea del lugar que prácticamente olvidó que estaba volando y que le temía a las alturas. Además, disfrutaba de estar cerca del muchacho. Pudo ver sofisticados medios de transporte que sólo asemejaban puntos de luz desde tanta altura, y también animales extraños.
    —¿Hay gente viviendo allí?
    —Por supuesto —aumentó la velocidad hasta llegar a una pared de la cueva en la que se hallaban y la atravesó hasta regresar a un túnel—. Este túnel está al otro extremo de la ciudad oculta. Es decir, todas las ciudades están ocultas y todas son iguales a lo que acabas de ver desde arriba.
    Tocó el suelo y dejó que ella se sostuviera sobre sus pies también. Caminó en silencio por el túnel, invitándola a seguirlo. El túnel era largo, pero éste no se ensanchaba como los otros. Era el único hasta el momento que mantenía las mismas dimensiones y era completamente de roca. A lo lejos se divisaba una salida
    —¿Estás llevándome hacia esa salida?
    —Sí.
    Al llegar, no se encontraron con una salida a la superficie, como Rin imaginaba. Habían entrado a una luminosa gruta llena de piedras preciosas en bruto, incrustadas en las paredes en su estado natural. Era una cueva circular y alta, iluminada por una luz blanca azulada que provenía de ningún lugar. El suelo estaba cubierto por la típica neblina blanca, había dulce aroma de flores subterráneas, aunque no viera ninguna planta. Sus pasos hacían eco en el lugar.
    —¿Qué es esta gruta?
    Él indicó con una mano hacia unos extraños anchos escalones que se levantaban frente a una de las paredes. La luz blanca azulada salía de esa pared.
    Rin abrió mucho los ojos. Atravesando la pared, un grupo de personas aparecieron bajando por los escalones. Eran altos, sus ojos y cabellos tenían colores peculiares y estaban vestidos de forma similar a Sesshoumaru. Además, todos estaban cubiertos de pies a cabeza con unas capas blancas. Había hombres y mujeres que aparentaban tener de veinte a treinta años. Eran más de veinte personas.
    Rin estaba a punto de salir de la cueva, pero Sesshoumaru la asió fuertemente de la muñeca, impidiendo que se marchara.
    —Estas personas pertenecen a las familias sacerdotales de los diferentes lugares de Agartha. Muchos de ellos son ancianos, algunos incluso tienen la misma edad de Shiroihaku, que es un espíritu muy viejo.
    Ella los miró con detenimiento, esas personas se les acercaron por lo menos a dos metros y los rodearon.
    Una de esas personas llamó especialmente su atención. Sus ropas resplandecían como si tuvieran luz propia, era etérea. La capa la cubría desde la cabeza hasta debajo de los pies. Se trataba de una mujer joven, aparentaba unos dieciocho años, era de baja estatura, tenía un hermoso rostro de piel blanca azulada, unos ojos muy claros y un largo cabello blanco. Esa persona la mirada directamente y con serenidad.
    Atraída por esa luz, Rin quiso acercársele. Un hombre muy parecido a Sesshoumaru la sujetó del brazo e impidió que lo hiciera.
    —No te acerques, una humana normal no soportará su altísima vibración.
    —No entiendo
    —Ese es un espíritu de altísima luz que está entre nosotros, lo llamamos Shiroishiki. Debes dejarlo tranquilo.
    Rin hizo caso omiso y se le acercó para ver su rostro. De pronto, sintió un fuerte golpe en el pecho, a lo que siguió una sensación de inmenso calor, como si se estuviera quemando viva, como si le hubieran introducido un trozo de sol en el cuerpo. De pronto, dejó de sentir, ver y escuchar nada, notaba que perdía el conocimiento sin poder hacer nada para alejarse de ese sitio.
    Una voz hizo eco en su cabeza y lo atribuyó a ese espíritu, Shiroishiki.
    —Como ángel encarnado que eres, el legado espiritual de Shiroihaku lo heredarás tú, como una más de las sacerdotisas que hay en Agartha.
    Cuando finalmente abrió los ojos, estaba en su cuarto.
     
  5.  
    sessxrin

    sessxrin Fanático

    Virgo
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    Pluma de
    Escritora
    Re: Agartha

    wuaoooooooooo!!!!este capi si estba largo!!!!
    lo leía y parecia que no tuviera fin Xd,la verdad parece que estoy como Rin, aprendo y aprendo cada ves que leo este fic, y yo me pregunto ¿de donde sacas todo esto?, la verdad no sé, ojala algun dia nos digas, que afortunada es Rin al estar sujeta de Sess, a mi me hubiera encantado estar en su posicion xD, pobre tambien al presenciar la muerte de ese hombre, en cierto modo la comprendo es algo muy impactante, sabes solo vi un solo error nada mas escribiste "surte" en vez de suerte, pero nada mas, de resto me encanto y siempre me van a gustar tus continuaciones
    nos leemos Lube
    sessxrin
     
  6.  
    Ludwig

    Ludwig Iniciado

    Tauro
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    Pluma de
    Escritor
    Re: Agartha

    Realmente me alegré al ver que había continuación, ¡y qué conti!.
    La verdad que me dejaste con ansias de saber más, ¿qué pasará con Rin ahora?...
    "—No te dejaré caer, Ai no. Te amo." Aww, me gustó.
    Por lo visto Inuyasha cree que tiene un hermano algo autista, de seguro se sorprendería más que Rin al verlo hablar con esos jóvenes... por cierto, esa escena del limpiador de ventanas me impactó un poco, me imaginé en el lugar de Rin y... no sé, seguramente estaría en shock por muchísimo tiempo.
    Y esa otra escena, cuando quería ir a la clase y justo todos la necesitaban.. ¡exasperante!, casi suspiré cuando Miroku también decidió llamarla.
    Muy interesante el capítulo, me gustó y espero seguir leyéndote pronto.
    Saludos Lube.
     
  7.  
    Hikari Azura

    Hikari Azura Usuario común

    Piscis
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    Re: Agartha

    hello!!!!!
    dios mio niña... me fasina tu forma de escribir cada vez que leo una continuacion tuya se me iluminan mis ojos de felicidad..
    la verdad en la forma en como redactas es increible, en mi vida hania visto asi a una persona, en que tal manera escribiera haciendo reflexionar tales cosas que en la vida ninguna persona se le pasaria por la cabeza. en la forma en como empleas las palabras o las situaciones en que planteas a los personajes es fantastico... mas en como en una simple cosa pones a pensar en lo mas imaginable, y como logras enredar al lector con una facilidad que, nos envuelve dejando volar mas alla la imaginacion. es un honor para mi seguir en tus fic, ya que en mi opinion tu deberias ser una escritora..es un don que se te ha dado con gran facilidad y debes aprovecharlo al maximo...pues bueno en realidad que continuacion tan agradable ( sin contar con lo larga que estubo) fue emosionante ..asi que nos estaremos leeyendo pronto y estare atenta a la proxima continuacion..;).
    bessos.
    tu fiel lectora sesshogriss
     
  8.  
    Asurama

    Asurama Usuario popular

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    Agartha
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    Re: Agartha

    Capítulo 7: Error​

    Llegó y se sentó en el lugar de siempre, leyendo los textos de siempre, las historias de siempre. Ante la sorpresa de todos, esta vez comenzó… con un texto budista.
    —Siddhartha dejó entonces el palacio de su padre, a su esposa y a su hijo y comenzó el viaje donde descubrió las cuatro verdades…
    Ante su sorpresa, relató toda la historia del maestro Buda, ¡siendo que Shiroihaku decía ser seguidor de la diosa Kannon!
    —Disculpa —interrumpió uno de los compañeros de Sesshoumaru— ¿Acaso la entidad no es seguidor de la religión sintoísta?
    Él se irguió
    —Los preceptos humanos crean la división: las creencias, las religiones, las tradiciones—marcó a todos con la mirada—, las escuelas —se oyó un murmullo de aprobación y él fue bajando el tono de voz—. Pero debemos buscar la unidad, no la separación. Muchos caminos dirigen a la verdad, pero sólo uno dirige a la salvación: el amor por el otro. No importa quién haya sido el maestro o de qué creencia haya salido. Encontró la verdad, encontró la “salvación” ¡pero no estaban perdidos! ¡sólo regresaron a la fuente! —Extendió la mano—. Todos haremos lo mismo. Pero el compromiso no es conmigo, tampoco con la escuela o con sus religiones, ni con partidos políticos. El compromiso es con sus propias conciencias, nadie los juzgará por nada que hagan, son ustedes mismos quienes deberán juzgarse al final, así que, cada quien elija y siga su camino.
    Ellos iban a aplaudirle, pero él los silenció
    —Apláudanse a sí mismos cuando hayan aprendido a caminar sin juzgar el camino del hermano, desoyendo así al ego. Buda dejó todo a un lado y alcanzó la iluminación al conseguir el equilibrio. Dejó el ego.
    Un muchacho de cabello negro y ojos celestes levantó una mano
    —¿Sabes que se reconoce que muchas religiones en el mundo han tergiversado tradiciones para…
    —No —le cortó las palabras, levantando la mano con el antiguo gesto del pacificador
    —Pero, Sesshoumaru, nos han dicho que….
    —No —volvió a cortarles—. No estamos aquí para juzgar a los demás, sino para ayudarlos. No importa lo que hayan hecho o no, lo que importa es lo que hagan ustedes. Ellos también son como nosotros, son nuestros hermanos ¿Qué te da el derecho de juzgarlos?
    Su compañero bajó la vista por unos segundos, buscando la respuesta que no encontró, intentando rehuirle la mirada a Sesshoumaru. Sesshoumaru lo miró con total tranquilidad, movió la mano alentándolo a hablar, a expresar su respuesta. Su compañero, unos años mayor que él, calló y lo miró apenas… o apenado. No había respuesta.
    Sesshoumaru miró a los demás y nadie habló. Se dedicó a mirar a uno por uno, todos comenzaron a murmurar y a mirarse entre ellos. No había respuesta, nadie podía juzgar a nadie, era cierto.
    —Todos a veces nos sentimos mal, pero eso no nos da el derecho de actuar con los demás de modo hostil. Todos se equivocan, no somos perfectos —miró a Rin—: somos perfectibles, dejen que los demás cometan un error para poder corregirlo ¿o acaso nadie de los presentes metió la pata? ¿Nadie jamás ofendió a nadie? —miró a Rin… y ella lo miraba fijamente, con unos ojos divertidos—. Ayuden a los demás a corregir errores. Jamás intenten convencer al otro de creer en algo en lo que no cree, jamás se pongan por encima o por debajo del otro… y no se victimicen ni hagan víctimas a los demás.
    —Lo que hacen es imperdonable —saltó el mismo muchacho, aún enfurecido por el tema de las religiones
    —¿Lo que hacen te ofende?
    —Claro que sí
    —Entonces simplemente no lo aceptes y déjalo de lado por algo que no ofenda a tu sentido común
    —Pero si no cambia habría qu…
    —¿obligarlos? ¿castigarlos? ¿matarlos? —se desquició por unos segundos—, esa clase de pensamiento retrógrado destruyó cientos de ideas, cientos de vidas, cientos de creencias, cientos de civilizaciones y para que te familiarices —abrió una mano hacia esa dirección antes de cerrarla hacia él para dar énfasis—, dejó caer dos bombas atómicas en nuestro país —guardó silencio para que sus compañeros boquiabiertos se hicieran a la idea— ¿Te basta? —preguntó
    —S-sí —tartamudeó el muchacho de ojos azules.
    —Cada vez que un pensamiento lucha contra otro —se inclinó hacia delante—, la humanidad retrocede en vez de avanzar. No parará hasta autodestruirse —lo miró a los ojos— ¿Es eso lo que quieres que pase?
    El muchacho lo miró directamente, como si fuera hipnotizado por su cristalina mirada
    —¿Es verdad que a veces vienen a nosotros seres de otros mundos que pueden abducirnos, torturarnos o incluso matarnos?
    Sesshoumaru mantuvo los ojos fijos en él, muy abiertos, tratando de conectarse y calmar a la aturdida mente
    —No —habló en secreto, con voz tranquila, pausada, serena. Pronunciando un designio de amor por cada armónica sílaba mientras negaba lentamente con la cabeza—. Nadie tiene por qué herir o atacar a alguien más ¿Por qué habría alguien de atacarnos? Nosotros hacemos eso a nuestros hermanos, nadie más lo hace. Personas como ellos, con tanta paz, sabiduría y amor ¿crees que nos lastimarían?
    Hubo un silencio asfixiante y mucha expectación. Pero se respiraba paz. Algunos llegaron a pensar que ya no estaban con un humano
    —No se lastimen entre ustedes, no se lastimen —decía lenta y pausadamente, despejando todos los miedos—, no tengan miedo, nada sucederá —se inclinó lentamente hacia atrás—. Eso vienen a decirnos —guardó profundo silencio—, la mente no está preparada para entender algunas cosas y no hay que obligarla, pero no hay por qué temer a lo que no conocemos —levantó un poco las manos y miró hacia abajo— el 99,99 por ciento de sus miedos no se harán reales, no vivan con miedo, ni con rencor.
    —Háblanos de “los otros”
    —Estoy hablando de ustedes, de nosotros, no de los otros —se indicó a sí mismo—, tengo que ayudarme a mí mismo si quiero ayudar al otro, tengo que dar el ejemplo si quiero llegar al otro, tengo que amarme a mí para amar al otro. Empecemos por nosotros. Vamos de adentro —indicó hacia ellos— hacia fuera —miró a los profesores y ellos asintieron.
    —¿Quieres decir que estás dando el ejemplo?
    —Si eres una persona que va por la vida repartiendo golpes, luego no puedes ir con la gente a hablarles de paz. Si estás alucinando no puedes ir a hablarles de la cordura, si tienes ansias de poder no puedes salir a hablar de la humildad y la renuncia, si hablas de la renuncia económica en pos de otros, no puedes salir con una súper mansión que surja de dinero mal habido ¿Dónde está mi coherencia?
    Todos se rieron y a él se le dibujó una leve sonrisa
    —Venimos a escuchar a nuestros compañeros y profesores para sacar ideas, pero con las ideas no basta, convertir a la gente a tus ideas es inútil. Las ideas son pensamientos, la fe es creencia, entender es razonamiento —miró a los maestros profesores—. No. Hay que convertir la palabra en acto, sino, no sirve —comenzaron a aplaudirlo pero él los paró—. Apláudanse a ustedes mismos cuando hayan demostrado en obras lo que creen con el corazón y confiesan con la boca —todos aplaudieron y ovacionaron. Eran felices consigo mismos y se sentían capaces de correr a ayudar a cualquiera.

    Él habló mucho del equilibrio y el ego y todos lo oían como hipnotizados, pero él les recordaba todo el tiempo que sólo aceptaran lo que él decía si ellos estaban realmente convencidos. Él sólo daba afirmaciones, no esperaba que ellos la aceptaran, con dar le bastaba… y le sobraba.
    —El ego humano a veces es enorme ¿Cuántas veces estuvimos enfadados con un hermano y deseamos en nuestro corazón hacerle de todo, aún de forma involuntaria? El ego nos traiciona, parece pequeño y poco dañino, pero puede volverse como un comején que destruye la razón y la conciencia, haciéndonos caer, dejándonos ciegos. Cuando entren a la casa en donde se reunirán con otros hermanos, abandonen el ego antes de entrar. Dejen el ego a un lado y dejen entrar la conciencia pacífica. Nosotros somos importantes, pero no somos ni superiores ni inferiores a los otros. Entonces ¿Por qué desear algo malo? Piensen todo el tiempo en positivo, alejen la envidia, el odio, el egoísmo, siquiera el protagonismo en algo o el exceso de amor propio —algunos lo miraron—. Hay que amarse a sí mismos —hubo murmullos— ¡Pero para poder amar al otro! —ellos le festejaron, pero él los calló, extendió las manos hacia los costados, bajó la cabeza y cerró los ojos—. No celebren mis palabras, celebren cuando hayan podido abandonar sus egos para conseguir que la verdad y el amor fluyan. No se dejen dominar por sus egos —tenía siempre una imperturbable expresión de calma.

    Habló un poco más y respondió a las preguntas.
    Al terminar la audiencia, poco a poco, los estudiantes fueron abandonando el auditorio para tomar el descanso. Caminaban tranquilos, todos en fila, riendo y comentando lo que habían oído. Eran personas de todas las edades ¡y al parecer, de todas las creencias! El ente y Sesshoumaru, ambos respetaban todas las creencias y todos los caminos.

    Tímidamente, desde una de las últimas filas, una chica se levantó y se acercó con pasos cortos, regulares, lentos y silenciosos, como si quisiera pasar desapercibida o hacerse invisible. Él estaba juntando sus cosas y cerrando el libro, con los ojos entrecerrados, pensando en algunas cosas, como si no le importara la presencia de la tímida chica.
    —Sesshoumaru… —él levantó la vista, indiferente, y la miró en silencio
    Ella estaba parada en una posición que recordaba a las doncellas que oraban en los templos, con un paquetito en las manos, sujetándolo cerca del corazón.
    —¿Puedes leer la mente?
    —No —dijo secamente
    —Pero puedes leer mis pensamientos
    —Puedo conectarme con tu mente y tus pensamientos, el cuerpo físico me limita —bajó la vista y siguió ordenando sus cosas.
    —¿Y qué me dices del cuerpo astral?
    —No preguntes esas cosas, Rin-chan, ve a ocuparte de tus cosas —dijo tranquilamente mientras seguía con el orden interno.
    Rin quería matarlo, no podía creer que fuera tan indiferente
    —Acabo de hablarte del ego —dejó sus cosas a un lado y la miró—. Te entra por un oído y te sale por el otro ¿ves lo que hace el ego? —lo dijo en modo tranquilo, no la estaba acusando de nada, era una explicación más, como si siguieran en la audiencia.
    —Tengo una duda más
    —Pregunta
    Bajó las manos, abrió el paquetito y sacó unas curiosas cartas.
    —¿Puedes usar estas?
    Él parpadeó
    —¿Barajas?
    —No —le aclaró ella—, son cartas Zener, sirven para entrenar los poderes telepáticos —el no parecía interesado en lo absoluto. Al momento, se volvió de espaldas y fue hacia un estante, donde comenzó a colocar por orden sus libros favoritos. Ella estaba a punto de reclamarle que la ignorara de ese modo, pero comprendió que esa era simplemente su naturaleza, así que calló su orgullo —ego, como le decía él—.
    —¿Puedes usarlas, Sesshoumaru?
    —No me interesa —dijo tranquilamente
    —Es sólo para probar si realmente lees mi mente
    —No hay nada que probar —seguía ordenando el estante
    —¿No quisieras demostrarlo usando tu capacidad tan sólo una vez?
    Él giró la cabeza y la miró
    —La usaré cuando sea necesario —afirmó—. No pierdo el tiempo en cosas del espíritu inferior —se cargó su mochila al hombro—. Tengo muchas cosas que hacer, Rin. Vuelve a casa.
    Ella lo sujetó del brazo
    —¿Puedes decirme qué es el espíritu inferior?
    —Es lo que ustedes, los perfectos, llaman erróneamente “demonios”, tengo que irme —salió del auditorio, pero ella no se rindió y lo siguió a bastante distancia. Pero él no era tonto, estaba conectado siempre con ella y sabía que ella lo seguía.
    Para su sorpresa, ellos —los estudiantes—, habían entrado a un gran salón de clases, cubierto metro a metro de una pizarra negra. Estaban esperando a que el profesor entrara. Sesshoumaru caminó hasta un lugar cercano a una ventana, dejó sus cosas y se sentó como un alumno más. Ella, confundida, se quedó parada junto a la puerta
    —Hey —la llamó una chica—, rápido, siéntate antes de que entre el maestro profesor.
    Ella miró extrañada
    —El… ¿Maestro profesor?
    —Tome asiento, señorita —dijo alguien a sus espaldas—, la clase está a punto de comenzar
    Ella volteó sobresaltada y se encontró con un hombre alto, de cabello negro ondulado y ojos azules
    —¿Clase? —dijo ella, confundida, y todos la miraron de modo divertido
    Sesshoumaru, en su rincón cerrado, se reía
    —¿Es la primera vez que asiste? —preguntó el hombre
    —S-sí —balbuceó ella, confundida al haber quedado en evidencia… y en ridículo.
    —Entonces, mucho gusto, soy el profesor de esta clase, me llamo Onigumo
    Ella parpadeó, se dio cuenta de que estaba esperando su presentación
    —Aino Rin
    —Toma asiento, Rin —Ella corrió al primer lugar vacío que halló—. Preséntense con la nueva compañera —solicitó el maestro profesor.
    Ellos fueron volteando para examinar de arriba abajo a la “nueva”. Les encantaban los nuevos, principalmente, porque querían competir entre sí para enseñarle primero.
    —Hay espacio para todos —dijo Sesshoumaru levantando la cabeza y todos rieron: el maldito ego que quería ponerlos en primer lugar.
    —Kagura —dijo una joven con el cabello muy parecido al del maestro profesor, presentándose
    Una chica de cabello blanco volteó:
    —Kanna
    Luego, un muchacho de cabello y ojos negros
    —Byakuya
    —Suzuna
    —Nazuna
    —Serina
    —Tsukiomi
    —Yuka
    —Kanta
    —Kouga
    —Sara
    —Touran
    —Karen
    —Shunran
    —Enju
    —Abi
    —Eri
    —Amari
    —Akitoki
    —Momichi
    —Botan
    Así, siguieron hasta completar el número de setenta… y uno.
    —Sesshoumaru —dijo el “número setenta y dos”—, Taishou Sesshoumaru —era el setenta y dos, justo el número de ángeles… hasta en eso era perfecto. De pronto, se hallaba amándolo profundamente, pero se vio obligada a despertar.
    —Bien —dijo el maestro profesor—, ahora, basándonos en la audiencia, comenzaremos con nuestras clases —Comenzó a dar explicaciones de temas no tan avanzados que Rin llegaba a comprender. Comparada con esta escuela, la de Kikyou era pobre
    “Creo que cuando llegue a casa, le pediré que nos unifiquemos aquí”, pensó para sus adentros.
    “No te menosprecies” —dijo una voz interna— “todos estamos en igualdad de condiciones”. Ella volteó y vio cómo Sesshoumaru anotaba automáticamente lo que oía de la clase, sin mirar en su cuaderno, con los ojos fijos en el maestro profesor, como si su mano tuviera vida propia. De repente, se volteó a mirarla y ella bajó la vista.
    —“No me rehúyas la mirada”
    Ella levantó la cabeza y le mantuvo la mirada. El contacto fue sublime, como si de pronto sintiera que su vida no requería de nada, simplemente de mirarlo y contemplarlo.
    El maestro profesor fue hasta el pupitre de Rin y le llamó la atención golpeando en la madera, mientras seguía con su explicación, mas el contacto no se rompió. El contacto seguía allí, fuerte y seguro. Cuando la clase teórica terminó, el maestro profesor armó grupos de trabajo. Rin fue enviada con un extraño grupo, los cinco que estaban con ella eran Kagura, Akitoki, Shunran, Serina y Kouga. De pronto, se sintió incómoda, siendo blanco de las miradas.
    —¿Es la primera vez que vienes? —le preguntó Kagura
    —Este… —Rin dudó— sí
    —¿Cómo supiste de la escuela? —le preguntó Shunran, una divertida jovencita de más o menos su edad
    —Obtuve la dirección —los miró detenidamente y luego intentó ver hacia otro lugar—, en realidad, alguien me dio la dirección
    —¿Alguien? —preguntó Kouga incrédulo. La escuela era grande, pero sus estudiantes eran selectos
    —Sí… —¿se los decía o no?—, fue Sesshoumaru
    Todos miraron hacia la mesa donde el serio y cerrado chico hablaba con su grupo
    —¿Taishou Sesshoumaru? —preguntaron incrédulos— ¿él te dijo de este lugar?
    —No puedo creerlo —comentó Shunran—, no asiste seguido, y me contaron que fuera de la escuela es terriblemente cerrado y antisocial —negó con la cabeza—, es difícil creer esas patrañas cuando lo ves desenvolverse en las audiciones —miró a Rin-chan—, pero más increíble es que te lo haya dicho
    —Bueno, en realidad no me lo dijo —soltó un suspiro— puso un papel entre mis cosas, donde estaba el número y la dirección, y decía que preguntara por “Shiroihaku”
    Ellos volvieron a mirarlo al unísono, luego miraron a Rin con ojos muy abiertos
    —No se le conoce una sola novia —murmuró Kouga
    —Ni siquiera alguna amiga de primaria —agregó Akitoki
    —Con el carácter que tiene —agregó Serina, otra chica de más o menos la misma edad de Rin
    Rin se sonrojó sobremanera al darse cuenta de que estaban sugiriendo que él se había enamorado de ella, pero ella no estaba muy segura… prefería no estarlo
    —¿Y tu familia sabe que estás aquí?
    —Lamentablemente sí, y se enfadan
    —No me extrañaría —dijo Kagura cerrando los ojos—, la escuela tiene muy buena fama por un lado y muy mala fama por otro
    —Creí que no juzgaban a nadie
    —Que no juzgues a nadie no quiere decir que no te juzguen —agregó Kouga
    —Ya veo —dijo Rin dudosa—. Pensé que Sesshoumaru era un maestro profesor —murmuró en voz baja para que ninguno la oyera
    —Dicen que, debido a su buen rendimiento, a pesar de sus inasistencias, el director, jefe y adjuntos le ofrecieron formar parte del equipo de conducción y ser maestro profesor, pero él declinó —comentó Kouga en voz baja, mientras veían cómo él trabajaba afanosamente en el ejercicio.
    Kagura reaccionó
    —Bien, muchachos, que esto no es juego, es hora de ponerse manos a la obra
    —Sí —dijeron todos muy animados y sacaron lápiz y papel para comenzar un ejercicio en el que tenían que describir con palabras su propia manera de ser y la de sus compañeros de grupo con sólo mirarlos, pero mirando también los colores que desprendían. Era el modo de comparar “juzgar” y “prejuzgar”
    Rin no estaba muy acostumbrada con la práctica, así que tuvo que esforzarse un poco hasta que la neblina que veía alrededor de ellos con su visión periférica se volvió nítida y colorida.
    —Preferiría una foto Kirlian —suspiró Rin agotada y con los ojos adoloridos de tanto mirarlos fijo
    —Pero aquí no hay Kirlian, así que deberás acostumbrarte a usar el método común para nosotros, gente pobre y sin suficiente dinero —dijo una voz en su mente, que ella reconoció como Sesshoumaru, pero cuando miró hacia esa dirección, él estaba absorto en su trabajo, sin mirar más que a sus compañeros, hablando con ellos… envuelto por una bellísima aura azul brillante, con algunos tono en blanco. ¡Por todos los cielos, no! ¿Con qué ojos lo miraba? No era su vista normal ni su vista periférica, no podía estar enamorándose de ese… de ese… de ese muchacho tan divino…
    —Divina —dijo una voz en su mente—, divina, —repitió el eco y ella volvió a mirarlo, viendo cómo él escribía mientras se le dibujaba una leve y casi imperceptible sonrisa.
    Al terminar la tarea y comparar los resultados —que sólo eran correctos en alumnos avanzados, cuéntese Sesshoumaru—, se hacía una pequeña exposición general por grupo y luego todos los estudiantes se intercambiaban de equipo. Por esas cosas de la vida, Rin terminó sentada en la mesa de él
    —Tú me trajiste a esta mesa —pensó con fastidio, levantando la vista como para quejarse con el Cielo
    —El Universo te trajo a esta mesa… o quizás tu subconsciente —respondió él, ante la sorpresa de Rin
    —No me vengas con esas patrañas —contestó ella, usando la misma vía
    —Son patrañas para ti —contestó él, inclinado hacia otra compañera de grupo, apoyándose en el dorso de la mano.
    Ese sencillo acto molestó sobremanera a Rin
    —No hay por qué molestarse —agregó él, mientras comenzaban el ejercicio, y ella se molestó aún más. Los “poderes mentales” de Sesshoumaru, o lo que fueran, le estaban tomando el pelo y no estaba dispuesta a soportar la burla calladamente, aún si fuera cuestión de ego.

    Una vez terminada la clase, Sesshoumaru recogió sus cosas por tercera ocasión, se puso la mochila al hombro y caminó con pasos lentos y tranquilos, tomando rumbo hacia uno de los templos más grandes y visitados que se encontraban en las afueras de la ciudad. Mientras caminaba, percibía los olores de todo a su alrededor: perfumes fuertes, sudor, comida rápida, el polvo de las calles, el humo y el olor del combustible de los vehículos. Veía cómo se acercaba el crepúsculo a un paso lento, corriendo detrás de los numerosos edificios y las ruidosas calles, mientras todo el mundo iba y venía, cada quién ensimismado, preocupado por sus problemas: el que no había conseguido cerrar un negocio
    —Sesshoumaru lanzó el disparo mental “hay muchas oportunidades”—​
    el estudiante que había reprobado su examen y tenía miedo de enfrentar a sus padres
    —“hay que tener el valor de enfrentar los miedos y hacer aquellas cosas muy importantes que a veces nos resultan tediosas”, lanzó—​
    el que acababa de hurtar dinero de la caja para su familia, una joven que no estaba segura de saber si su pareja le era infiel o no y otra que estaba preocupada por un niño que llevaba en su vientre y no deseaba tener
    —“apuesta al Amor”, les lanzó—.​
    Aceptaba cada palabra como de quienes venía y su presencia, sola e invisible, devolvía el eco que la persona necesitaba oír, como si fuera un sonar de buenas vibraciones. Nadie a su alrededor podía percibirlo, quizás se “sintiera” a un nivel sutil. Él era así, fingía la maldad que no tenía, pero no veía la necesidad de mostrar a medio mundo que era una buena persona. Un semáforo de peatones cambió de rojo a verde y él cruzó hasta la siguiente calle, donde dobló en una esquina. A unas cuantas calles más de allí, estaba la gran puerta que llevaba al templo.
    Cuando visualizó la torii a la distancia, llegaron a su mente imágenes de su niñez. Su padre y su madre llevándolo hacia aquél templo. Siempre el mismo, siempre el escogido, el que se encontraba más cerca de casa. Allí donde los árboles parecían cantar al unísono con las aves, que preparaban sus moradas nocturnas, un lugar donde gran parte de la naturaleza aún se expresaba y les daba cabida a los espíritus de la naturaleza.
    Levantó la vista mientras se acercaba a paso lento al percibir la brisa. Había hadas allí, había espíritus de viento, de tierra, de agua, cosas que nadie podía ver con los ojos.
    Pudo verse a sí mismo como un niño vestido y peinado prolijamente caminando hacia ese lugar. Así lo llevaba su padre
    —Aquí moran los dioses —comentaba su padre
    Él sólo asentía, pero jamás había creído en Dios. Existía, bien, pero no estaba en un determinado lugar o en otro. Él no precisaba ir hacia “aquél árbol”, “aquella roca”, “aquella estatua”, “aquel templo”, “aquella casa”.
    Desde muy pequeño, siempre hacía el famoso ritual del agua, las monedas y el aplauso frente al templo, pero no los sentía necesarios. Siempre le habían parecido una broma de la que jamás se había reído por simple respeto. Sabía que, donde pensara, sería escuchado por el Espíritu. Había telepatía en todos los planos y no lo dudaba. Tampoco les ponía nombres a las cosas ni se encariñaba con nada o con nadie, no quería sentir apego.
    Pasó de lado a las bestias que decían “Ah” y “Un”, que para él no significaban la muerte en la que no creía. Sólo eran graciosas estatuas, mezcla de perro, caballo, cabra y dragón con la que se asustaba a los críos ¿Qué patraña de youkai? Aún así, había gente que creía que había espíritus dentro de ellos.
    Quizás fuera así, quizás no, no le importaba.
    Sin que se diera cuenta, las dos cabezas de dragón voltearon a mirarlo y luego volvieron a su posición inicial. Frente al templo había otra estatua reconocida, un perro, un Inuyoukai. No lo “saludó” como hacían todos los que entraban, sólo era una roca que, sí, tenía una parte de Dios, pero… qué cada cosa del planeta tuviera dentro una parte de Dios ¿significaba inclinarse a cada rato frente a cada mota de polvo que pasara frente a él?
    ¡Sandeces!
    Él no se consideraba como esos fundamentalistas locos, cristianos o budistas empedernidos ¡No, gracias! Sus respetos a la naturaleza, pero no estaba fanatizado por ella ¡Él hablaba de encontrar en todo el punto medio!
    No quería atarse a nada, tampoco quería atarse a Rin… Pero qué bello nombre poseía ¡tan dulce!
    Llegó frente a la caseta del templo, pero no dejó monedas, no compró amuletos que, en fin, no servían para nada, tampoco tocó siquiera el agua para “purificarse” ¡Como si el agua pudiera limpiar sus deudas! No habló a los espíritus que se reían de él, ni tampoco a los elementales.
    Para las hadas estaba bien: él respetaba a la naturaleza, ellos lo respetaban a él. Los elementales descubrían que él estaba abierto a comunicarse con ellos, en la sintonía de la bondad. Ellos no veían necesidad en hacerle maldades a alguien tan bueno y con corazón tan cálido… a diferencia de lo que aparentaba por fuera…
    Fue hasta el fondo y caminó sin pausa y sin prisa hasta el árbol sagrado, sintiendo todas las esencias que habían quedado en ese lugar, de las personas humanas y no humanas que allí habían ido. Él sabía que existían los youkai y los yourei: los había visto y no les temía, ellos jamás habían intentado burlarlo, de todas formas no podrían. Era como si más bien le temieran. Él sabía que había youkais de mayor o menor poder que peleaban todo el tiempo entre ellos buscando ser más fuertes en poder, sabía que los youkai se complacían en el dolor del humano y del semejante, que no comprendían el amor y que buscaban convertirse en algo llamado curiosamente “daiyoukai”.
    Pero también sabía la contradicción que todos ellos usaban para burlarse: los exorcismos eran actos teatrales que no los expulsaban para nada, ¡pobre gente ingenua que caía con esa trampa!
    Los había burlones y los había perversos.
    Había leído de pequeño, leyendas en las que los youkais se enamoraban de humanos y los protegían, pero crecer y dejar de lado los cuentos de hadas era entristecedor, ahora las cosas eran más sencillas y entristecedoras para él: los youkais no tenían capacidad de amar, primero tenían que elevarse de plano. Aquello había sido una equivocación, los de otras creencias les decían demonios, pero seguía siendo una equivocación. Y él los llamaba espíritu inferior
    Al llegar al árbol sagrado, comenzó a desatar los papeles con deseos que las personas habían dejado de buena fe, para que así, los espíritus no se burlaran de sus sueños y fue guardándolos para quemarlos en algún lugar donde el viento se lo llevara todo, en símbolo de que el sufrimiento un día se iría. Mientras continuaba, la noche caía
    —Sesshoumaru —susurró una voz a sus espaldas. Era la voz de Rin—. Sesshoumaru
    Él no dejó su labor
    —¿Qué quieres?
    —Estar contigo —dijo la voz dulce, pero de modo insinuante.
    A él se le figuró una sonrisa
    —Acércate —dijo en voz baja mientras oía los pasos cada vez más cerca, sin dejar su trabajo de desatar papeles—. Pero quiero advertirte que no duermo con youkais —volteó apenas la cabeza—, menos con youkais que se hacen pasar por veneradas personas que amo.
    Al espíritu se le desfiguró el rostro, y la forma que era semejante a la de Rin se tornó monstruosa, digna de una película de terror, antes de desaparecer en el aire. Así era, él nunca se dejaría engañar por semejante truco barato… pero otras personas sí podrían caer…


    Caminó presurosa por la calle, esquivando en su camino a transeúntes apresurados y bicicletas de las sendas. Tenía en su cabeza el eco de las dulces pero convincentes palabras de Shiroihaku. No, de Sesshoumaru. Todas esas palabras pensadas para llegar hasta la luminosa alma que habitaba dentro de cualquier ser, esperando por comenzar a brillar de nuevo, como en antaño, como antes de que el mundo se volviera oscuro y peligroso
    ¿Realmente el mundo era tan malo si existían personas que lo llenaban de claridad, personas como él?
    ¿Desde cuándo dudaba de las ideas inculcadas por sus maestros?
    ¿Desde cuándo le parecían dolorosas o, quizás, mentirosas?
    ¿Desde cuándo su propia “familia” se había convertido en una amenaza para sus sentimientos?
    ¿Por qué?

    ¿Y desde cuándo había comenzado a verlo diferente?

    No lo sabía, pero había comenzado a verlo de una manera profunda, verdadera y personal, sin fijarse en las fachadas que pudiera mostrar. En los sueños de su mente, incluía las visitas a Agartha, a sus seres misteriosos, sus poderes ocultos y sus bondadosos y poderosos habitantes. Aquellas maravillas las había visto gracias a él, a sus fabulosos cuentos. Ella las creía y por eso las veía. Pero más que sus historias o sus palabras, lo que había hecho que viera las cosas de otro modo, era un amor desconocido hacia él, la luz que había en él y que, de algún modo, la llamaba. Amar por siempre y de un modo tan puro era más que atrayente, algo que en “su mundo” de superficie terrestre no existía, algo que parecía imposible.
    La noche caía rápidamente y ella debía ganarle la carrera, puesto que ni sus enseñanzas sobre la tolerancia, la paz, el amor y el entendimiento conseguirían salvarla de una reprimenda segura. Y severa.
    Llegó a una esquina donde un semáforo cambió de rojo a verde para dejarla pasar.
    De pronto, el cielo pareció teñido de un azul más oscuro, unas nubes se movieron y el viento sopló, levantando su cabello en todas las direcciones, ella intentó no darle importancia. Tuvo la sensación de que alguien pasara a su lado y la sensación de su roce quedó en su piel como grabado a fuego y hielo… más bien parecía el toque de la muerte, pero ella lo atribuyó a su imaginación. Cuando puso un pie en la calle, algo hizo eco en el suelo debajo de ella.
    Sorprendida, bajó la vista por unos segundos y, cuando la levantó, un enorme camión de carga estaba casi sobre ella, con una luz cegadora y un sonido ensordecedor. Su corazón saltó en su pecho, casi a punto de salírsele y descubrió con horror que no podía moverse de donde estaba parada. Cerró los ojos y se encogió, esperando que el enorme vehículo la lanzara lejos o la hiciera puré.

    Para su sorpresa, cuando abrió los ojos se encontraba en un lugar luminoso. Se dio cuenta de que estaba en la entrada —o la salida— de una cueva, frente a un lugar brillante —una ciudad, estaba segura—, llena de luces y edificios extraños. Era idéntica a la visión aérea de Agartha, a los dibujos que había hecho y a lo que viera detrás de las paredes de cristal de las cuevas subterráneas.
    Todavía intentaba ensamblar sus ideas que la ponían, en un momento, prácticamente debajo de un camión y, al otro, en Agartha: el mundo que se encontraba bajo la Tierra, pero en otro plano ¿Acaso significaba eso que estaba muerta? Se tambaleó de lado y se apoyó en una roca triangular de la entrada para no caer. No la había atravesado, como esperaba.

    De pronto, algo la rodeó por detrás, asiéndola fuertemente. Cuando volteó la cabeza para mirar, se encontró con la azorada mirada de Sesshoumaru. La estaba abrazando y su toque era real, su cuerpo era cálido. Su respiración era agitada, al igual al ritmo de su corazón.
    —¿Es… estoy muerta? —ella temblaba
    Él la sujetó bruscamente por los hombros y la volteó de frente, antes de volver a abrazarla, mientras, con una mano, le acariciaba el sedoso pelo.
    —No, Dios. Aún no —respiraba agitadamente y con dificultad, mientras intentaba fijar la vista vidriosa y calmar el aturdimiento que lo había invadido. Él tenía fuerza y no le temía a la muerte, de modo que el temor que estaba sintiendo era el de Rin.
    La sensación de peligro inminente y el miedo de Rin los habían conectado inconsciente, involuntariamente, y todos los sentimientos de ella pasaron a él como un golpe duro de estaca. Sentía su angustia como si fuera propia. En su desesperación, para evitarle tan horrible experiencia, la había teletransportado desde la avenida hasta Agartha. No sólo una proyección de su mente, sino en cuerpo físico completo, transgrediendo algunas —varias— leyes naturales. No quería que afrontara esa muerte física, no en ese momento ni de esa manera tan violenta.
    Ella se calmó un poco, pero seguía temblando. Estaba muy fría y pálida, notó él. Rin se separó lentamente de él. Debía ser la segunda vez que la tocaba. Finalmente, lo miró con cuidado. Estaba vestido con uniforme escolar, el mismo que llevaba esa mañana, y luego de la salida de las clases, pero no llevaba ninguna mochila.
    No era la hermosísima túnica de género blanco que solía llevar en esas cuevas.
    —¿Co-cómo llegué aquí?
    —Te teletransporté desde el centro cuando recibí tu llamada mental
    Ella negó con la cabeza
    —No te llamé
    —Lo hiciste de modo inconsciente, automático. Yo reaccioné de la misma manera. Te asustaste
    —Pensé que moriría
    —Técnicamente, deberías estar muerta para los humanos
    —¿Eso significa que no me arrolló el camión? —preguntó aún sin comprender del todo
    Él se acercó un poco
    —Eso significa que las personas que presenciaron la escena quedarán conmocionadas luego de haberte visto desaparecer en el aire.
    —¿Y por qué aquí? ¿Por qué a Agartha?
    —Yo salí de Agartha. Cuando pierdo la conciencia, automáticamente regreso aquí.
    —¿Quedaste inconsciente?
    —Quedé conmocionado
    —¿Te asustaste por mí?
    —No, sentí tu miedo como si fuese mío —negó con la cabeza—. No tengo miedo de morir
    —Eso suena atroz
    —No. La muerte no es terrible ni dolorosa
    —No puedes saberlo
    —Pero lo sé. Sin embargo, eso no significa que no pueda entender por qué te asustaste.
    —¿Y entendiste por qué me trajiste?
    —Para evitarte la experiencia dolorosa
    —¿Sabes cómo moriré? —¿Acaso él conocía el futuro?
    —No me interesa saberlo
    Ella bajó la vista
    —Tengo una duda —él prestó atención—. Dijiste que las capacidades que poseías sólo las utilizarías cuando fuera necesario ¿Te referías a esto?
    —Quizás
    —¿Está permitido hacerlo?
    —Nada está “permitido” o “prohibido”. Si te refieres a que violé leyes naturales, eso sí es verdad.
    —Explícate
    —De forma natural, se supone que cuando tienes a un camión a cinco centímetros de distancia, debes hacerte pedazos, no desmaterializarte para aparecer en una sola pieza en otro lugar. Quizás no debí intervenir, pero me obligó mi conciencia —negó con la cabeza—. Quizás fueran mis sentimientos. En cualquier caso, estoy agradecido
    —¿Con quién?
    —No con quien, sino por qué —sonrió levemente.
    —¿Serías capaz de volver a hacerlo?
    —Quizás puedo
    Ella se extrañó
    —¿Realmente lo harás?
    —No lo haré, no tengo por qué intervenir en el curso de los acontecimientos
    —En ese caso ¿No podrías haberme empujado o detenido el camión?
    —Si te hubiera empujado en ese sitio, te hubieran arrollado de todos modos. Detener un camión no es algo sencillo, de seguro el conductor o alguien más habría salido lastimado
    —Pero ahora quedarán conmocionados por mi desaparición
    —Lo olvidarán
    —Ah, sí ¿cómo? –dijo sarcásticamente
    —Es probable que crean que no estuviste realmente allí
    —Por mi bien, espero que sea cierto
    —Nadie va a molestarte.
    —¿No puedes lavarles el cerebro?
    —Eso es acoso mental
    —¿Y esto no es acoso?
    —Lo es, pero confío en que no te moleste
    Ella lo miró con un fulgor asesino en los ojos y el ceño fruncido. Luego, se le dibujó una sonrisa enorme, que suplantó al enojo que no consiguió fingir. Se lanzó hacia él y lo abrazó. Él se dejó abrazar
    —Eres una pésima embustera
    Ella comenzó a llorar, mientras conservaba esa maravillosa sonrisa
    —Y tú eres un tonto irrespetuoso —dijo entre risas, mientras las lágrimas recorrían su rostro.
    ___________________________________________________________________________________
    El conductor del camión bajó asustado, creyendo que había atropellado a la niña que había cruzado la avenida. De repente, el camión no respondía a ninguna maniobra, como si algo hubiera tomado el control. La había visto cruzar, pero, aunque quiso detenerse, el vehículo simplemente no “obedeció”. No servía.
    Movió el camión que, extrañamente, acababa de recuperar todas las funciones. No estaba.
    ¿Había desaparecido así como así? ¿Acaso había sido una ilusión?
    A su alrededor, la gente se amontonaba. Habían visto el supuesto accidente, pero no encontraban nada que probara lo que había sucedido. Aún así, varios de ellos podían jurar que vieron a la niña desaparecer como si nada, justo en el momento en que el camión pasaba.
    ____________________________________________________________________________________
    —Fuiste víctima de un ataque psíquico
    —Creí que iba a arrollarme un camión —dijo ella consternada
    —El camión era controlado por telequinesis —le aclaró él
    Ella frunció el ceño
    —¿Telequinesis de quién?
    —Fui a un templo esta tarde y un youkai quiso jugarme una broma pesada. Lo ahuyenté y el infeliz se las vio contigo
    Ella se frotó los brazos
    —Eso explica la extraña sensación que tuve en la calle
    —Así que conceptuaste al youkai
    —¿Eh?
    —Fuiste consciente de su presencia
    —En ese momento creí que era una ilusión de mi mente o algo así
    —por suerte no pasó a mayores.
    Bajó pos un camino y esperó un momento, hasta que ella recorriera los dos metros de distancia que los separaban. Avanzaba un metro y esperaba, bajaba y esperaba. Al poco tiempo, estuvieron cerca de la pequeña ciudad.
    —A lo largo de los túneles hay muchas casas como estas y varias ciudades, algunas hasta son más grandes. Esta es especial y no sólo por el paisaje frondoso que rodea el otro extremo
    Ella lo miró con un enorme signo de interrogación en la cabeza
    —¿Es la misma ciudad que me mostraste desde arriba?
    —Es otra
    —Me hablaron de la existencia de algo así —negó son la cabeza—, pero no lo había visto ni en imágenes hasta que me sacaste de la extraña monotonía que constituyen las creencias de mi familia —lo miró— ¿Ellos saben que esto existe?
    —Muchos saben, pero pocos han visto
    —¿Por qué?
    —Porque es mejor mantener el secreto —desvió la mirada hacia la ciudad—, así me lo plantearon durante toda mi vida
    —¿Es por eso que no hablabas con nadie?
    —Sí
    —¿Y qué tiene que ver tu libro con todo esto?
    —¿Qué te hace creer que el libro tiene algo que ver?
    —Lo escondes igual que este secreto, lo tratas con reverencia y te permites comunicarte a través de él. En él, tú escribes como Shiroihaku, algo que tampoco pareces haber contado. Tienes muchos secretos
    —Es mejor que se mantengan como secretos
    —Pero por qué
    —Porque algunos no podrán entender
    —¿Siempre la excusa de todos es esa? ¿Qué no podrán entender? ¿Cómo lo saben? ¿Han intentado decirlo?
    —Hay personas que lo intentaron mucho antes de mí y les fue mal
    —Pero, Shiroihaku, no eres esas personas. Eres diferente
    —No necesito jactarme de nada para dar mis mensajes. Lo importante es eso: la esencia de los mensajes, no importa cómo los doy, quien soy o de dónde he venido. Lo único que importa es el otro, y el mensaje que puedo transmitirle.
    —Aprecias mucho a los humanos ¿No es así?
    —Así es
    —Entonces no tienes excusas para no hablar
    La miró
    —Aún no es el momento. El momento ya llegará y, entonces, hablaré y lo diré todo —bajó la voz—, pero aún no es el tiempo, aún falta un poco, sólo un poco de tiempo.
    —¿Entonces por qué sí les hablas a los de la escuela?
    —Es el tiempo de que ellos sepan, es el tiempo de que tú sepas, pero aún no llega el tiempo de los demás
    —¿Cuándo llegará ese momento?
    —Cuando deba ser.
    —¿Cómo sabemos que no mientes?
    —Porque no necesito mentir, Ai no
    Ahí estaba de nuevo el tan extraño juego de palabras.
    —¿Estaré allí para ver cuando se revelen ciertas verdades? —se paró a su lado
    —Estarás allí si así tiene que ser.
    —¿No puedes cambiar el destino para amoldarlo?
    —Sí, pero no aún. Ya veremos en un futuro.
    —¿Y si el futuro que estás esperando nunca llega?
    Entraron a la primera calle de la ciudad y él le sonrió
    —No estoy esperando el futuro: lo estoy construyendo —levantó la vista— del mismo modo en que lo haces tú, como lo hacen todos, aún sin saberlo.
    —¿Se puede sabe el futuro?
    —Puedes predecirlo —se sentó en un banco—. El futuro es incierto, porque es un camino que vamos construyendo nosotros mismos a medida que andamos. Puedo predecir que moriré mañana y, de repente, el futuro cambia y puedo llegar a vivir cien años. Recuerda siempre que la vida es fluctuante y jamás estática. El destino no está escrito, como creen ustedes los Perfectos. El destino va escribiéndose y he aquí el gran secreto —abrió el libro delante de ella.
    Ante los azorados ojos de Rin, las hojas que estaban en blanco comenzaron a llenarse poco a poco de letras, como si las escribiera una mano invisible. Cada palabra que él decía iba anotándose en el libro, cada cosa que ellos hacían, así solo fuera suspirar, aparecía en el libro. El destino se escribía, como si fuera un libro de la vida. La historia iba escribiéndose. Por eso él jamás mostraba su preciado tesoro
    —Este no es un libro cualquiera: es sagrado y es como un libro de la vida. En él puede aparecer cualquier respuesta que yo busco y cualquier cosa que haga, piense o diga. En este libro, todo puede aparecer —decía con los ojos entrecerrados, concentrado en las hojas, mientras ella seguía, anonadada, el movimiento de la escritura—. Es por eso que no cualquiera puede tener este libro. Cuando mi tiempo llegue, este libro sagrado será tuyo.
    Ella no podía creer lo que estaba escuchando
    Él cerró el libro y le puso dos dedos sobre la frente, empujándola hacia atrás
    —Pero tú te vas a olvidar de lo que te dije y sólo lo recordarás cuando llegue el momento.
    Ella parpadeó y lo miró
    —¿En dónde estamos? —miró a su alrededor y vio a las personas vestidas de una forma curiosa— ¿Cómo llegamos aquí?
    —Estamos en una de las tantas ciudades de Agartha, te teletransporté aquí
    —¿Es la misma que me mostraste anteriormente?
    —No, es otra, y es muy especial
    —¿Por qué?
    Él inclinó la cabeza
    —¿Te gustan las sorpresas?
    Ella asintió con un enérgico movimiento de cabeza
    —Entonces calla y sígueme —se puso de pie y enfiló por una calle extensa. Rin, en silencio, lo siguió.
    Tenía la curiosa sensación de que no había que temer a la muerte, de que había un tiempo para cada cosa, de que era libre de hacer lo que quisiera, que nadie manipulaba su vida pero… tenía también la extraña sensación de haber olvidado… algo.
     
  9.  
    Asurama

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    Agartha
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  10.  
    Ludwig

    Ludwig Iniciado

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    Re: Agartha

    Interesante, tanto la reseña, como el capítulo.
    ¡Qué maldito youkai!, por un segundo pensé que nos ibas a dejar sin Rin. Me encanta cómo va el fic, quizás hasta me deje una buena enseñanza... quizás hasta pueda dejar mi ego de lado.
    En fin, espero pronto el siguiente capítulo, tienes mi atención.
    Saludos.
     
  11.  
    AkoNomura

    AkoNomura Guest

    Re: Agartha

    hoooola! ¿me extrañaste?

    esto esta genial, me da la impresión de que tratas de dar una clase de enseñanza a través de tu fic

    he de confesar que no tengo religión, nací en un hogar donde no se bautizan ni se presentan a los hijos ante algún dios, por lo que esta clase de temas no los he tocado mucho a lo largo de mi vida y se me hacen algo difíciles de tratar, por lo que no opinaré al respecto.

    lo que concierne al fic, esta muy padre, cada vez me meto más en la historia, por lo menos ya sabemos mas de 'que' es Sesshoumaru.

    sesshoumaru es el mejor orador jamas leido XD

    ese youkai maldito, casi nos deja sin Rin, de verdad me asusté.

    sabes que siempre te estoy leyendo.

    ETO TI!
     
  12.  
    Asurama

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    Re: Agartha

    Lo estaba haciendo de la manera más sutil posible para que no se note.
    Sí, estoy impartiendo enseñanza.
    En realidad, siempre lo hago, de lo contrario, seguramente no escribiría.
    Sé que "Un cuento contigo bajo la lluvia" es un excelente ejemplo, que enseña a no disfrazarnos de algo que no somos y a no tener miedo.

    Y sobre lo que concierne a la buena oratoria de Sesshoumaru, recuerda que este fic es una adaptación de Gabriel
    Así que me sucede casi lo mismo que a ti con Tsubasa no nai tenshi
    Pronto seguiré escribiendo.
    E impartiendo enseñanza, claro
     
  13.  
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    Re: Agartha

    Capítulo 7: Crecimiento

    El ancho camino los llevó hasta una hilera de casas con forma de prismas, todas de dos o tres pisos con paredes que variaban entre el blanco, el dorado y el plateado, hechas de un cristal extraño y grandes ventanales en todos ellos. Algunos techos terminaban en cúpulas y otros —los edificios más grandes de todos— tenían una estatua en lo alto. Cada casa tenía huerta y jardín. En esos jardines había todo tipo de árboles frutales y de verduras, también había flores muy coloridas que parecían haber sido cuidadosamente tratadas.
    Era como entrar en el jardín del Edén, mito que —en su religión atribuía— la divinidad al primer humano, existente mucho antes de que el universo físico fuera creado. Esas historias llenas de luz que le habían contado sus hermanos mayores.
    Sesshoumaru, sin previo aviso, se metió en uno de los jardines como si nada, se puso en cuclillas frente a uno de los arbustos y arrancó una flor de tallo largo.
    Rin se le quedó viendo con los ojos muy abiertos ¿Y nadie iba a decirle nada?
    —Ven, quiero que veas esto —le dijo
    Ella se acercó y se puso en cuclillas junto a él. Parecía como si le estuviera mostrando la flor. En ese jardín había bayas, lirios, violetas, claveles, incluso rosas, pero esa flor ella no la conocía.
    —Esta no es la misma flor que crece en los túneles. Esta flor es llamada el cristal de Agartha y sólo crece en los bosques que rodean estas ciudades, son silvestres
    Rin miró esos pétalos que relucían como satén, era una flor parecida a un crisantemo, pero un poco más grande y más vistosa. Los pétalos eran matizados de suaves colores pasteles: verdes, lilas, celestes, rosas.
    —Parece como si estuviera hecha de nácar.
    —Por eso la llamamos cristal de Agartha. Pero son entidades vivas del reino vegetal —se la dio para que la tocara, su aroma era tan agradable como su apariencia—. Alguien la ha sacado del bosque para traerla aquí. Soportó bien el trasplante. Las flores tienen el propósito de alegrarnos la vista. Es una pena que deban morir en manos de quien las arranca.
    —Me dijeron que cuando las plantas y animales mueren, sus almas desaparecen, dejan de existir.
    —¿Tus hermanos te dijeron eso? —tocó los pétalos de una flor que estaba en el arbusto—. El alma está hecha de energía: la energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Deja de ser planta para convertirse en otro ser vivo, las almas son eternas y sólo por ser plantas no significa que sean inferiores y que estén condenadas. Hasta las plantas tienen un poco de Dios.
    —No es lo que mis hermanos dicen —estrujó la flor—, ay, perdón, florecita —dijo mientras miraba el tallo medio roto.
    —El ser humano no es el ombligo del mundo, no es el único con derecho a tener luz y un alma eterna. Todos los seres vivos la tienen. Y las entidades moleculares no tienen almas, pero sí energía.
    —¿Entonces, siguen existiendo después de morir en este plano?
    —Claro
    —¿Mis hermanos lo considerarían?, suena a mentira
    —Suena a “diferente de lo que ellos piensan” —se puso en jarras— ¿Por qué el que piensa diferente necesariamente tiene que ser mentiroso?
    —Tú crees que ellos mienten
    —Creo que les faltan algunos conocimientos
    —¿Por eso los detestas?
    —Sé que puedo ser pesado a veces, pero no detesto a nadie.
    —¿Qué me dices sobre la clase de hoy? ¿Sobre prejuzgar?
    —¿Y tú qué me dices?
    —¿Eh? —la chica se tambaleó
    —Tus hermanos prejuzgan y yo hablo con conocimiento de causa
    —¿Tanto sabes?
    —He estudiado mucho. Algo sé.
    —¿No crees en Dios, verdad?
    —Creo que Dios está en todo, incluso en este planeta Tierra y es una Unidad —se puso de pie—. Tú crees que Dios no está en ningún ser de este planeta, salvo en los que practican tu misma creencia. Sectarios. Egoístas.
    —Óyeme
    —El mundo no es completamente malo, este mundo tiene vida ¿Te parece que la vida es mala?
    Ella miró la flor. Esa florecita inocente sólo fue arrancada de un jardín. Y no le hacía daño a nadie. No, no era mala. Alegraba la vista y el olfato, pero a cambio había muerto. No, no era mala. Quizás Kikyou se equivocaba y la vida no era realmente mala. Las entidades de los demás reinos naturales no tenían discernimiento como el ser humano, no sabían lo que hacían. Entonces no eran malas ¿verdad?
    —No lo sé —contestó llena de dudas
    —No lo sabes —se humedeció los labios—. Eso es lo que crees —volteó y siguió por la calle.
    Rin caminó, llevándose consigo el precioso cristal de Agartha.
    —¿A dónde me llevas?
    —A un lugar especial
    Casi al final de la calle, se encontraron frente a un parque donde unos niños jugaban, vigilados por un grupo de mujeres. Al cruzar por allí, las mujeres y los niños saludaron a ambos, mientras los pequeños se preguntaban por qué hoy Sesshoumaru y Rin vestían ambos de modo diferente. Y de modo tan similar ambos que parecían uniformados. De hecho, ambos estaban llevando uniforme. Rin contuvo la risa al escuchar las preguntas de los niños
    —No siempre hablan —comentó Sesshoumaru sin voltear
    —¿Eh?
    —Aquí, la comunicación telepática es la preferida
    —Oh —la comunicación telepática no parecía ser un problema para él desde el momento en que conectaba con ella de modo automático en ciertas circunstancias, pero para ella era algo desconocido, que nunca había probado de modo real con sus hermanos ni con nadie más. En esa ciudad, era sinónimo de “hablar”
    —Es sinónimo de hablar —confirmó el muchacho.
    —¿Todos te conocen y te llaman Shiroihaku? —preguntó con curiosidad
    Él asintió con un leve movimiento de cabeza.
    Del otro lado del parque en el que jugaban los niños, había una casa igual a las demás, de paredes de cristal plateado, translúcido, medio blanco, pero era grande como pocas. La forma era octogonal, estaba segura, las paredes resplandecían
    —Todas resplandecen
    —Son protegidas debajo de campos de energía, por eso resplandece —se paró en frente, mirándola y entonces el resplandor fue apagándose—. Con mi presencia puede desactivarse. Al menos si su mecanismo me reconoce —tomó aire—. Yo. Y Rin —fue entrando al predio que rodeaba la casa e invitó a Rin a seguirlo con la mano.
    Ella lo siguió mientras veía de reojo cómo allí también había jardín y huerta. Y pensar que estaban a unos cuantos metros debajo del suelo. O de lo que ella consideraba “suelo”.
    Por dentro, la casa también era blanca y mantenía forma octogonal. Era más grande por dentro que lo que parecía por fuera, junto a la puerta había un mecanismo poco común, una especie de tablero. Todos los muebles estaban apoyados contra las paredes, lo que hacía que el piso de la sala fuera realmente espacioso. El techo estaba pintado de un modo que asemejaba el cielo y el suelo era blanco, pero tan brillante que reflejaba todo como un verdadero espejo. Debió tener cuidado de no resbalar. Tocó una pared y ésta le dio una pequeña descarga.
    —Lo siento —se disculpó él en forma divertida
    —Oh, Shiroihaku —comentó una persona que venía desde el otro lado de la casa. Llevaba una ropa blanca, de botas blancas y, encima, una túnica blanca de una tela brillante, que no parecía un género normal. Era un hombre de veintitantos y se parecía mucho a Sesshoumaru. La ropa que llevaba puesta era la misma que llevaba Sesshoumaru cuando estaba allí, bajo tierra.
    Rin lo recordó. Era el que la había sujetado cuando quiso acercarse al espíritu blanco.
    —Tú eres…
    —Shura. El que enseñó a este mocoso que dice ser Shiroihaku —lo decía de broma. Sabía perfectamente que eran ellos quienes se lo decían y estaban seguros. La miró con sus penetrantes ojos claros—. Y tú eres Rin Aino, sabemos mucho de ti aquí —dijo de forma seca antes de mirar al joven.
    —Es la es la septuagésima vez que rompes una ley. Sabes perfectamente que no se puede traer aquí a un ser humano ni hablar de nosotros, ni mostrarle las ciudades, ni permitirles la entrada a una casa —lo dijo de modo cortante—. Y sabes que al ser humano que entra se le asesina.
    Rin, instintivamente, se pegó de espaldas contra una de las paredes al no poder encontrar la puerta que antes era totalmente visible.
    —Shura, deja que te expli…
    Antes de que dijera nada, Shura le quitó la mochila, la abrió y la dejó caer al suelo, sosteniendo en su mano el libro negro, sin darle tiempo a Sesshoumaru de recuperarlo. Lo abrió, lo sujetó con ambas manos y leyó una página. Sesshoumaru se quedó quieto, petrificado a tres pasos de él.
    Hum… —murmuró mientras miraba y pasaba a la página siguiente— …ahá… —pasó a la siguiente página—. Ah… Así que eso pasó —fue cerrando el libro y luego se lo devolvió—. Estás perdonado —dijo de forma seca.
    Sesshoumaru se puso en cuclillas, inclinándose hasta el piso para levantar la mochila y luego guardó el libro dentro de ella. Rin, con curiosidad, mientras oía las palabras, fue despegándose de la pared y acercándose de a poco, mientras se desvanecía esa expresión de susto que tenía al oír lo anterior.
    Según sus hermanos, la muerte era buena y desprendía al alma del dolor experimentado en el plano físico, pero eso no significaba que no le aterrara morir. Shura parecía haber cambiado de opinión repentinamente al haber leído algo en el libro. Se sorprendió de que Sesshoumaru se hubiera quedado tan quieto junto a él, sin siquiera haber luchado por intentar recuperarlo, dejando que alguien más lo leyera, esperando a que se lo devolviera, seguro de que lo haría ¿por qué? ¿porque Shura le había enseñado? Lo dudaba. Esto estaba cada vez más raro.
    Se le quedó mirando. Se parecía horrores a Sesshoumaru, su piel también era muy clara, su cabello era blanco, sus ojos eran claros también, y muy penetrantes. Su mirada carecía de algo que la de Sesshoumaru sí tenía ¿Se trataría de la Luz?
    —Estás pensando que no tengo Luz —dijo nuevamente de modo cortante, atrapándola de repente en esa mirada penetrante que tenía algo diferente. Él podía leer su mente—. Todos tenemos Luz —no perdía ese tono cortante, que era también como el de Sesshoumaru—. Y tú, no estés mucho tiempo en casa con eso, mejor ve a quitarte ese uniforme, vístete como te corresponde.
    Sin decir nada, subió por unas escaleras que aparecieron de repente, con escalones de cristal —o algo que parecía cristal— a una abertura que se abrió en el techo donde antes no había nada.
    Rin se quedó mirando. Así que había segundo piso después de todo y así era como se subía.
    —Rin, contigo quiero hablar —dijo Shura a sus espaldas con un tono sereno, dulce y amable que ella no esperaba.
    Se volteó a verlo
    —¿De qué quiere hablar? —ahora era ella la que tenía un tono cortante, y ella no solía usar ese tono, Sesshoumaru le había dicho que quedaba muy mal en ella.
    —De muchas cosas —hablaba con un tono tranquilo que se asemejaba mucho al de “Shiroihaku”—. Así que mejor acompáñame.
    Ella fue bajando la guardia, hasta que pensó en escucharlo. Su tono de voz anunciaba que tenía cosas interesantes para decir. Había dicho, entre otras cosas, que él le había enseñado a Sesshoumaru. Fue caminando hasta él y él la llevó hasta una habitación contigua, más pequeña que la sala, donde había cuatro sillas sin respaldo. Se sentó en una y la invitó a sentare frente a él. Ella lo hizo en silencio.
    —¿Sabes mucho de Agartha?
    —Poco y nada —dijo en forma inocente
    —¿Te ha contado mucho Sesshoumaru?
    —Me ha contado bastante
    —¿Te ha contado sobre el libro? —ladeó la cabeza
    —No le cuenta nada a nadie —bajó la cabeza—. Al menos no de eso
    —¿Qué es lo que cuenta?
    —Transmite mensajes muy bonitos que hablan sobre la tolerancia y el entendimiento. Cosas así. Dice que le habla un espíritu de quinto plano llamado Shiroihaku, pero me ha dicho que Shiroihaku es él… o una parte de él.
    Shura asintió.
    —Él es Shiroihaku. También transmite aquí muchos mensajes. Enseña y aprende mucho. Aquí aprendemos de modo diferente que al ser humano.
    —¿De modo mejor?
    —Las comparaciones son odiosas, así que las evitamos, pero en cierto modo, sí. La mente colectiva del ser humano rechaza muchas cosas que nosotros aceptamos con bastante facilidad, nuestro modo de razonar es distinto y entender ciertas cosas es más sencillo.
    —¿Ustedes son extraterrestres? —preguntó ella
    A Shura se le dibujó una sonrisa
    —No somos extraterrestres, aunque sí los hay escondidos en la Tierra, pero nosotros no lo somos.
    —¿Hay extraterrestres?
    —Sí, pero los humanos no los ven por diferentes razones —se humedeció los labios—. Nosotros sí los vemos y no somos de ellos.
    —¿Qué son entonces?
    —Somos los hijos de los nacidos en este planeta. Somos los que siempre hemos dominado este planeta, aunque ahora sean los humanos quienes viven en la superficie y nosotros los que debamos escondernos. Este planeta es nuestro desde siempre, y no de ustedes los humanos.
    —¿Quieren el planeta?
    —Nosotros no peleamos por algo así: convivimos con ustedes aunque no lo sepan. Hay seres que sí pretenden el planeta aunque todavía no hayan hecho nada relevante. Pero no es de esto de lo que quiero hablarte, sino sobre tus puntos de vista.
    —Mis puntos de vista —abrió los ojos
    —¿Perteneces a alguna religión?
    —Soy cristiana
    —Las religiones son cerradas
    —¿Todos ustedes critican la religión?
    —Cada uno es libre de creer y hacer lo que quiere, pero las religiones y las ciencias humanas son todas de una mentalidad muy cerrada y ambas retrasan bastante el desarrollo del ser humano desde que tenemos memoria —desvió la vista unos segundos y luego se aseguró de que ella lo miraba. Recordaba que Sesshoumaru se había sentado en el mismo sitio de ella muchas veces, pero nunca había tenido que discutir con él todas esas estupideces, debido a la mente abierta con la que el joven había crecido—. Sé lo que piensas, pero aunque las religiones y las ciencias tengan la verdad, en realidad nada es seguro, todas las tienen a medias, las verdades son únicas y a cada quien le corresponde encontrarlas, sin limitaciones ¿No te lo dijo Sesshoumaru?
    Ella fue bajando la vista
    —Sí, me lo dijo. Y se lo dice a todos
    —¿Nunca pensaste que por algo lo hace?
    —¿Porque todos aquí lo creen así?
    —Porque si eres libre te desarrollas mejor. Mucha gente humana lo ha hecho también, pero los tildan de raros
    —Sesshoumaru
    —Uno de los tantos, pero no es del todo humano
    —Es Shiroihaku
    —No es eso lo que quise decir —aclaró él
    —¿Y entonces qué quiso decir?
    —Ya te lo aclararé a futuro
    —Todo el mundo me esconde cosas —estaba enojada
    —Tiempo al tiempo, no comas ansias. La sabiduría llega en partes, no en tamaño completo. He vivido estudiando por años y tú también deberías.
    —Siempre me dicen que ejercite la paciencia.
    Él se hizo lentamente hacia atrás en su silla.
    —Por algo te lo dice, Rin
    —¿Sabe más que Sesshoumaru?
    —En realidad es él quien sabe más que yo
    —Pero si tiene dieciocho años
    —La edad no tiene nada que ver con la sabiduría. La madurez y la sabiduría no se cuentan en cantidad de años vividos, sino por cuantas experiencia se ha pasado durante ese tiempo y por cuanto ha aprendido de ellas. No por nada es Shiroihaku. Es un espíritu de alta luz encarnado y sé que lo percibes fácilmente, sin necesidad de que nosotros te lo digamos —tomó aire—. Yo le enseñé cosas muy básicas, pero él aprendió solo. Hay cosas que se ven a simple vista también, y la luz que emana de ambos, él y tú, es una de esas cosas.
    —¿Por eso me han permitido entrar aquí?
    —Sí —tomó aire— y porque sabemos que guardarás silencio
    —No todos tienen esta Luz
    —Todos la tienen, todas las cosas, pero muy pocas personas pueden hacerla visible —puso las manos en las rodillas—. El humano cree que aquello que no ve simplemente no existe. Aquí ves si realmente crees. Que no veas Luz en todos no significa que ellos no las posean. Si no hubiera Luz no habría vida y no habría mundo. Tampoco ves el aire, pero sabes que está ahí, porque respiras. Y no ves a Dios, pero sabes que está ahí, porque ves su manifestación.
    —El universo material no es una manifestación que Dios quiso crear
    —Por el contrario. Si no hubiera querido crear la parte material, simplemente no lo hubiera hecho. Por supuesto que quiso. Su conciencia se manifiesta también en lo que ves.
    —No es lo que dicen mis hermanos.
    —No es lo que tus hermanos quieren creer. De esto es lo que quiero hablar —ella levantó la vista y la fijó en los ojos del hombre—. Tus hermanos están aferrados a su religión aún cuando creen que son libres. Eso no es muy diferente de las personas que se encierran en un templo. Es otra versión de la mente cerrada.
    —Nosotros creemos que hay que abrir la mente.
    —Pero piensan que no todo el mundo lo logrará.
    Ella asintió.
    —Entonces, considerar que sólo un pequeño grupo podrá ¿No es tener la mente cerrada? ¿No te has puesto a pensar que cualquiera puede?
    —Es que no cualquiera puede.
    —Porque hay gente que aún no está preparada, pero las cosas se suceden a su tiempo.
    —No entiendo eso
    Ella no entendía porque no quería. Él lo sabía, suspiró.
    —Que veas una flor en capullo no significa que no pueda florecer, tan sólo significa que aún le falta madurar un poco, a su tiempo, el tiempo que le da la vida. Para cada cosa hay un tiempo y todos tenemos tiempos diferentes puesto que todos somos únicos en la Creación.
    —Esto material no es parte de la Creación —afirmó ella
    —Desde el punto de vista para tu religión cerrada —suspiró casi imperceptiblemente—. Si tan sólo te distanciaras un poco de ella…
    —No —murmuró en voz baja
    —No de ellos, sino de su cerrado punto de vista, para que puedas abarcar más. Tú deseas saber cosas
    Ella asintió
    —Para eso, tienes que salir a ver y no quedarte encerrada en la comodidad que ellos te ofrecen —la miró en silencio, con los ojos abiertos.
    Ella no podía negar que él tenía toda la razón, que sus hermanos se permitían creer sólo algunas cosas, que no querían decirle ciertas cosas, que marcaban lo que era correcto y lo que era incorrecto, que tenían teorías que se contradecían y otras muchas que eran difíciles de entender. También era cierto que ella quería saber más cosas y que para eso escapaba constantemente de sus hermanos. Sin darse cuenta, estaba haciendo lo que Shura pedía.
    —Dame una razón para creer que el universo material es sagrado.
    —En él hay vida y toda la vida es sagrada —se puso a contar con las manos—. Hay vida de carbono, de silicio, de energía y de materia suprafísica. La vida es sagrada en todas sus formas.
    —Es difícil vivir en el plano físico —volvió a retrucar.
    —Nadie dijo que era fácil, sólo que valía la pena intentarlo.
    —Sesshoumaru dijo una vez que nadie nos atrapa en cuerpos y nos obligada reencarnar, que hacer eso es la decisión propia de cada uno antes de nacer. Es descabellado.
    —Decir que sólo la muerte vale la pena es más descabellado, pequeña.
    —Es mejor vivir en un plano sin dificultades —razonó ella
    —Te enseño dos cosas —le mostró dos dedos—, y apréndelas bien, porque no te las repetiré: primero, todos los planos tienen dificultades y cosas para aprender aunque sean diferentes y, segundo, querer la muerte para que las cosas sean más fáciles se llama cobardía y no es buena desde el punto de vista del crecimiento espiritual. ¿Me copias?
    Sonaba lógico.
    —Sí, señor.
    —Sólo llámame Shura.
    —Está bien, Shura.
    —Ahora, te explico otras dos cosas que tienes que entender para hacer lo demás —volvió a mostrarle dos dedos—: primero, reencarnamos por voluntad propia para expresar, aprender o enseñar algo, de lo contrario no lo hacemos. Segundo, cada cosa que hacemos cuenta en nuestro “libro de vida” así que también existimos para servir al otro, para darle la mano al otro, para ayudar al otro.
    —Eso no tiene que ver con lo que me dijiste antes
    —Tiene que ver —le señaló—. Porque cuando vives para el otro te olvidas de tus propias dificultades y es más fácil. Si no, pregúntale a tus hermanas ¿no es agradable, deseable para ellas cuidar de ti, educarte y criarte?
    —Lo es
    —¿Y ellos se quejan constantemente de sus problemas?
    Rin sonrió abiertamente
    —Se quejan cuando no pueden solucionar un problema nuestro o de mis hermanos. Nosotros tenemos que ser los primeros en vestirnos y en comer, cuando hay problemas de dinero, a ellos les basta con que nosotros comamos. No importa si están en problemas, pero no quieren que nosotros tengamos problemas, o que suframos. Nos quieren mucho.
    —¿Entonces tengo la razón?
    Ella lo pensó
    —La tienes —seguía sonriendo.
    —¿Y nunca has pensado que tal vez reencarnaste precisamente para sentir el amor de ellos? ¿para conocerlos?
    Ella se quedó con los ojos muy abiertos
    —¿Podría ser que antes de nacer lo pensaras así? —él sonreía
    —Soy adoptada
    —¿Y eso qué tiene que ver? ¡Ahora ellos son tu familia!
    —¿Que yo decidí vivir con ellos? ¿No los conocí por casualidad?
    —No existen las casualiddes, sino las causalidades.
    ¿Sería así, como decían Shura y Sesshoumaru? ¿Que la vida era sagrada, que cada quien era libre y elegía, que nadie la manipulaba ni la tenía atrapada, que ella veneraba a su familia desde antes de nacer? Era más agradable y deseable que la “verdad” contada por sus hermanos. Quería correr a decírselos, que ella reencarnó por amor, exactamente como hicieron ellos. No por obligación, sino por amor como le decían estos seres que no eran humanos. Amor.

    “…Es todo lo que quiero de la vida, Ai no…”
    “…Ai no…”
    “Amor”
    ¿Entonces era eso lo que deseaba Sesshoumaru? ¿En realidad estaba siendo ciega?
    “Ai no”
    “Amor”
    Era eso lo que quería decirle. Que ella no sabía nada… que no sabía nada de esto.
    Entonces estas personas tenían la Verdad. Tenían una Verdad que condecía perfectamente con ella, una que implicaba a la vida y al amor como algo sagrado. Consideraban a un Todo sagrado y no un Dios indiferente como el de sus hermanos, sino que se parecía mucho más al Dios en el que ella deseaba creer: un Dios que sentía amor por todos, absolutamente por todos, un Dios que convertía en sagradas a todas las cosas y que formaba parte de la Vida. El Absoluto. Ella había nacido para encontrar a Dios ¿verdad? Y acababa de encontrarlo en el amor hacia sus hermanos mayores y en el amor que sentía hacia Sesshoumaru.
    Esta verdad era, en sí, mucho más coherente que la de sus hermanos. Ella quería enseñarles eso. Pero primero tenía que aprender algo para no llegar a ellos con las manos vacías.
    Con toda la razón su religión parecía un lastre: ella estaba creciendo y ya no cabía en esa religión algo pequeña para sus nuevas ideas. Era hora de buscarse una caja más grande, una infinitamente grande. Estaba segura de que Sesshoumaru y sus maestros vendían una de ese tamaño a un precio muy accesible: hacerle oídos sordos a sus hermanos mayores. Le dolería, pero esto valía la pena. Lo sabía, en su interior lo sabía.
    Algún día me perdonarán —pensó algo nerviosa—. Te creo, la vida no es mala, es muy buena en todas sus formas; la luz, la vida y el amor se extienden hasta donde nosotros no vemos, pero están ahí, somos totalmente libres, crecemos a nuestro tiempo, evolucionamos porque queremos y estamos listos. El amor está implicado en todo, pero hay que demostrarlos no sólo en palabras, sino también en hechos. Les creo a los dos ¿vale? Tienen más razón que mis hermanos tercos —entrelazó las manos— ¿Vale?
    —Ahora sí da más placer enseñarte —afirmó el hombre—. No porque creas en nuestras palabras, sino porque estás conforme con ellas.
    —¿Y si no estuviera de acuerdo con tus palabras?
    —Entonces no deberías escucharlas, porque simplemente no serían tu verdad
    —Pero no descansaste hasta que me hiciste cambiar de opinión
    —No estabas contenta ni conforme —sonrió— con lo que tu familia te obligaba a creer. Siempre sentías esa presión, puedo verlo y una de las principales misiones de un sacerdote después de todo es curar.
    —¿Eres un sacerdote? —recordó que Sesshoumaru lo había presentado, junto con las otras personas, como uno de los integrantes de las tantas familias sacerdotales que habían allí. Era un sacerdote. Se quedó mirando a su ropa: la misma que tenía esa vez, pero sin la capa blanca.
    —Es la túnica que desde siempre usó la familia sacerdotal de esta pequeña ciudad —contestó él al darse cuenta.
    Ella recordó que Sesshoumaru también solía verter una ropa blanca idéntica a la que llevaba Shura.
    —¿Sesshoumaru también… ? —si esa era la ropa de la familia sacerdotal, ¿significaba acaso que ellos tenían algún parentesco? Shura… era idéntico a él
    —Él tiene el libro que se les da a los sacerdotes, pero no quiere su derecho al cargo, por eso estoy aquí —se encogió de hombros.
    ¡Sesshoumaru había salido de Agartha!
    El corazón le dio un vuelco. Shura dijo que él no era del todo humano y no lo decía por Shiroihaku.
    Sesshoumaru había salido de Agartha

    Agarthi

    Sesshoumaru entró al cuarto de Shura que le era tan familiar como el suyo propio. Conocía cada uno de los recovecos de la casa, sus cuatro habitaciones, sabía en dónde estaba la habitación que era idéntica a la suya, dónde estaba la sala, dónde se escondían las armas y dónde se guardaba el único coche.
    Se puso en cuclillas frente a una de las paredes y apoyó las dos manos. De inmediato, apareció la superficie de una puerta doble. Al abrirla, vio muchas cajas rectangulares apoyadas unas sobre las otras. Sacó una y la tiró sobre la cama de Shura, entonces cerró las puertas y volvió a esconderlas en la pared. Se quitó la ropa y la dejó caer al suelo descuidadamente, abrió la caja que había sacado y desdobló la ropa blanca de resistente género que estaba guardada en ella.
    Se colocó botas de caña larga, la prenda que parecía una malla de cuello abierto y mangas sueltas y un pantalón igual, holgado abajo y ceñido a la cintura. Así era como todos vestían en ese lugar hasta llegada cierta edad, porque a partir de la edad adulta —unos doce años humanos—, en la familia de Shura utilizaban lo que llamaban la túnica sacerdotal, que era la que usaban los que tenían derecho al cargo. Era una túnica blanca, sin mangas, larga hasta unos veinte centímetros debajo de la rodilla y completamente abierta del lado derecho. Se ceñía a la cintura como una faja y era así como vestía cada vez que visitaba el sitio. Era así como Rin solía verlo. También, para algunas ocasiones especiales se usaba una larga capa blanca, que cubría desde la cabeza hasta los tobillos, pero nunca se había visto en la necesidad de usarla ni le gustaba. Gianna sí la usaba… cuando estaba viva. Lo último, que los sacerdotes en esa ciudad portaban sí o sí en sus manos era lo que llamaban el Libro de los maestros, que cambiaba de nombre según la entidad que escribiera en él, y que en la escuela filosófica había recibido el nombre de El Libro de Shiroihaku.
    Dobló el uniforme de la preparatoria, lo guardó en la mochila y bajó.



    —…Reencarnamos para aprender, para enseñar, para servir, para hacer, para amar, para ser
    —¿Para ser?
    —Para ser entidades con cuerpo físico
    —Pero la vida aquí es finita —ella sabía que tenía razón
    —Aunque queremos encarnar para esto, no necesitamos que sea para siempre, la vida espiritual es eterna
    —Tu teoría, Shura, tiene un hueco. Hablas del cuerpo como si no fuera más que una herramienta.
    —No somos seres físicos teniendo una experiencia espiritual, somos seres espirituales que tienen una experiencia física y luego regresan a su origen —sonrió—. Es como ir y volver del colegio ¿No?
    —¿Es comparable?
    —Sí, a veces puedes ir completamente preparado y regresar con un cero en tu examen sorpresa, o con cien puntos. Otro día ir y conocer a alguien que está en tu misma clase y luego cruzarte en el pasillo con alguien de otra clase. Encontrarás alumnos que están aprendiendo a vivir y profesores que lo enseñan con ahínco. Ellos también regresan a casa luego de enseñar —volvió a sonreír— ¿No es comparable?
    —¿Le enseñabas eso a Sesshoumaru?
    —Él ya lo sabía cuando vino aquí
    —Espera, ¿eso significa que él no salió de aquí?
    —¿Dice él que vivía aquí? —preguntó el hombre, extrañado
    —Pues… no —se acomodó un mechón de cabello—, pero dijiste que la ropa que tienes es de la familia sacerdotal de aquí, de esta ciudad, y él suele usar una similar y dices que tiene derecho al cargo, como tú, y que el libro lo tienen los sacerdotes de aquí.
    —Pero él no nació aquí en Agartha
    —¿Eh?
    —Él vino a parar aquí una vez… por accidente
    —¿Accidente? —las casualidades no existían y no se podía entrar ahí por accidente, las ciudades estaban escondidas, Sesshoumaru se lo había demostrado—. También dijiste que no era del todo humano, que a los humanos que llegan se les asesina y que no era la primera vez que violaba una regla.
    —En verdad eres lista. Fue traído en una situación parecida a la que te trajo ahora aquí
    —No sé por qué estoy aquí
    —Ibas a ser atropellada y él te teletransportó aquí ¿No te lo dijo?
    —No lo recuerdo
    —Debe ser por el Shock —mintió Shura, consciente del acoso mental al que había sido sometida y que no tenía derecho de reclamar a Shiroihaku.
    —Él no es de aquí, pero tiene relación contigo —ella lo estaba afirmando—. Se parecen horrores, eres de su familia.
    Shura sólo se limitó a mirarla en silencio.
    Ella parpadeó.
    —Eres de su familia y nadie lo sabe porque él no le ha dicho nada parecido a nadie. Él no nació aquí, pero sus antepasados sí. Él dice que ese libro es una herencia familiar, y tú afirma que se les da a los sacerdotes de esta familia por generaciones —volvió a parpadear y puso gesto serio—. Su madre le dio el libro antes de marcharse de su casa. Su padre no sabe nada. Tú tienes algo que ver con la madre de Sesshoumaru.
    Shura sonrió levemente y en silencio.
    —¿Tú eres…
    —Sí.
    Ella se mordió el labio.
    La puerta se corrió y Sesshoumaru asomó con una mano en ella
    —¿Tuviste tiempo de darle una zurra? —fue todo lo que dijo
    —No hace falta —Dijo Shura—, tiene la cabeza un poco menos dura que tú, con razón se entienden
    Ambos miraron al hombre.
    —¿Ya la dejas libre?
    —No es un prisionero
    —Rin, acompáñame, quiero mostrarte una “cosita”.
    Rin se paró y salió de la habitación detrás de Sesshoumaru. Resopló
    —No sobreviviré a las “cositas” que me quieren mostrar

    Caminaron por un estrecho pasillo que llevó hasta una habitación abierta, circular, que tenía un muro circular hecho de piedras que alcanzaba la altura de aproximadamente un metro.
    En el centro de la habitación había un cristal muy pequeño, como una lágrima, que relucía repartiendo rayos en todas direcciones. Él rodeó con las manos aquél cristal y luego extendió los brazos hacia los costados como si abriera algo. Ante sus ojos, el cristal se desplegó en un teclado virtual tridimensional bastante complejo, con letras o símbolos que ella desconocía. Frente al teclado que había aparecido, se desplegó una pantalla holográfica. De algún modo, toda esa memoria cabía dentro de tan pequeño trocito de cristal. De seguro tenía miles de gigas de capacidad, comparados con sus inútiles ordenadores.
    —¿Es el idioma antiguo? —le preguntó
    —Lo es —contestó él—. Se utilizan varios idiomas, por lo general, la gente aquí conoce todos los idiomas, aunque también pueden comunicarse telepáticamente y a gran distancia
    —No requieren de teléfonos celulares ¿verdad? —bromeó ella
    —No hacen falta
    Ella lo miró
    —Tenemos nuestras propias líneas de comunicaciones —terminó de explicar él
    En la pantalla, apareció una imagen tridimensional del planeta Tierra, visto desde todos los ángulos existentes, que demostraban su verdadera forma. Él tecleó unos cuantos códigos —que, claro, ella no pudo leer— y en la misma imagen se desplegaron diferentes puntos de distintos tonos alrededor de todo el mapa. La imagen se volvió transparente hasta que se formó una red unida por puntos matemáticamente calculados de manera exacta.
    —Esto se llama rejilla planetaria —le indicó él.
    Ella había oído hablar de la rejilla planetaria. Eran puntos creados por la unión de diferentes grupos alrededor del planeta en una hora acordada para enfocar energías. Era eso lo que hacían cuando Kikyou los ordenaba para rezar, pero era la primera vez que veía un plano de algo tan abstracto. De pronto, se dio cuenta de que la imagen que colgaba de su cuarto era algo similar a aquel mapa tridimensional. Entendió por qué se proyectaba a Agartha cuando veía esa imagen.
    Él escribió otro código y, al instante, a los lados del mapa aparecieron los nombres de los centros de energía más importantes con longitud, latitud, profundidad y hora exacta, cada grado, hora, minuto y segundo, todo perfectamente coordinado. El mapa fue girando e indicando el nombre de determinados lugares con increíble precisión. Los dibujos geométricos eran armónicos y perfectos.
    Siguió escribiendo y el mapa volvió a alejarse hasta mostrar nuevamente la imagen tridimensional de la Tierra.
    —El planeta no sólo está lleno de centros de energía, hay comandos mucho más complejos para controlar loa avances.
    —Espera ¿Estás diciéndome que una supercomputadora controla cada cosa que sucede en la Tierra?
    —Hay espíritus que engañan y dicen mentiras, pero hay muchos que guían en la evolución
    —¿Entonces lo confirmas?
    —No hay nada parecido a una computadora controlando al planeta —tecleó otra orden—. Ya te dije que no somos títeres
    —Pero dijiste que hay un comando que lo dirige
    —Está el Logos Planetario ¿Has oído hablar de él?
    Rin lo pensó. El Logos Planetario era un espíritu de alta vibración energética que gobernaba cada planeta y lo guiaba en su camino hacia la Luz. El gobernante o Logos cambiaba periódicamente, este espíritu sabía lo que pasaba sobre el planeta, era como su alma.
    —¿Quién es el actual Logos?
    —Tu amado —dijo él.
    Se estaba refiriendo al ser al que ella veneraba en su religión.
    —El amado de los Perfectos —repitió él.
    Ella bajó la vista y sonrió
    —Parece que están entre los Perfectos después de todo —dijo él con una sonrisa.
    No podía creerlo
    Que él le estuviera hablando…
    …de Jesús.
    Él escribió “actual Logos Solar”. El mapa se movió hasta un lugar de Asia y abrió un mapa exacto de los dominios del Imperio Romano en aquella época, con datos exactos de lo que había sido esta persona estando encarnada… y todo lo que comenzó a ser después.
    Él puso la cara entre las manos y la miró
    Ella sonrió ampliamente
    —Es increíble la precisión —llevó una mano a la boca— ¿Puede lanzar datos de otros Logos Solares?
    —Supongo que sí
    —¿Quién fue el primero?
    Él tecleó el código en la computadora y esperó. La máquina habló de Skanda
    Ella lo miró con un enorme signo de interrogación en la cabeza
    —¿Skanda?
    —Sí
    —¿Quién rayos es Skanda?
    Él la calló
    —Entonces contéstame —le pidió ella
    Él tecleó Skanda. Figuraba como uno de los que, encarnado, había dirigido la construcción de las redes subterráneas
    Ella se quedó boquiabierta
    —¿Esa persona creó Agartha?
    —¿Acaso creíste que semejante complejo salió de la nada?
    —Bueno, yo no sabía…
    —No tenías la obligación de saberlo, está bien —dijo él amablemente—. El aprendizaje se da en el lugar y el momento exactos, cada ser tiene su tiempo de aprender. Está bien.
    Ella lo miraba con un brillo especial en los ojos y miraba la curiosa supercomputadora con la que se encontraban “trabajando”. En este lugar todo era asombroso. Todo, incluso Sesshoumaru.
    —¿Qué otros tipos de datos están almacenados en estas memorias?
    —Datos sobre física, química, matemática aplicada, fisiología, anatomía, filogenia y ontogenia de variadas especies tanto de este planeta como de otros. Datos sobre religiones, datos históricos precisos de todos los puntos del planeta, completas bases de datos de todos los habitantes del planeta.
    —Realmente tiene una enorme capacidad de almacenamiento, y ustedes una gran dedicación y paciencia para archivar todos esos datos —se quedó asombrada, mirando las filas y filas de ficheros que aparecían en el monitor y los precisos datos que contenía, provenientes de todos los campos. Había cosas que las ciencias actuales —sobre la superficie, valga la aclaración— ignoraban por completo. Para acceder a ellos, tan sólo había que acercar la mano o mirar específicamente a dicho lugar. Prácticamente, la mitad del sistema funcionaba por telepatía— ¿El sistema tiene alguna otra función, alguna otra utilidad?
    —Se puede utilizar una red que es mucho más compleja y veloz que el Internet, además, con la base de datos sobre habitantes, puedes conocer, por ejemplo, los datos personales que puedas imaginarte, incluso rastrear a la persona, como un radar en extremo preciso —tecleó algo y, en seguida, la máquina buscó y los encontró a ambos. Figuraban sus nombres junto a una compleja ficha de datos, su posición exacta marcada, el lugar de acceso y salida más cercano. Todo.
    —A esta máquina no se le escapa nada
    —Las máquinas no son perfectas, algún error podrá tener ¿Ya olvidaste que no hay perfecto sino perfectible?
    Ella sonrió. Claro que no lo olvidaba. Detestaba enormemente que la llamaran “Perfecta” y la discriminaran. A pesar de que no le sucedía siempre, había aprendido a vivir con ello y a poner la otra mejilla en caso de que agredieran. Sin embargo, eso no significaba que le agradara. De todos modos era doloroso, pero no tenía el valor suficiente para plantar cara a alguien y enfrentar.
    —Se ve que tiene una enorme capacidad —tomó aire, intentando asimilar la maravilla y olvidar el tema de la discriminación— ¿Toda la información se guarda en cristales?
    —Es un método confiable: los cristales son buenos para almacenar y transmitir tanto información como energía, y en enormes cantidades —la miró directo a la cara, muy cerca de ella—. Se han utilizado por años y han sido de muchísima utilidad. Tengo la esperanza de que algún día a “los de la superficie” se les ocurra algo similar. Aquí me confirman que eso sucederá y me gustaría que su predicción fuera cierta.
    —¿Por alguna causa en especial?
    —La evolución tecnológica también es parte de la evolución de la especie —no pudo evitar reírse—. O de la involución, dependiendo de cómo lo veas.
    Ella también sintió que no podía aguantare la risa. El humano hacía cosas monstruosas y ridículas a pesar de que pudiera compensarlas con actos buenos. No tenía sentido llorar, ellos, más bien, reían a carcajadas. Quizás un día la gente dejaría de ser malvada y todo sería pacífico, aunque pareciera una utopía.
    —¿También hay armamento aquí?
    —Sí, y herramientas de construcción, aparatos de control de habitantes, transportes aéreos y terrestres de compleja forma aerodinámica —ladeó la cabeza—. Después, puedo mostrarte los hangares si así lo deseas.
    —No pensé que seres tan pacíficos tendrían armas
    —Si fueran atacados, deberían defenderse
    —¿Precaución? —levantó una ceja, incrédula
    —Así le llaman —afirmó él.
    —No sé si me gusta
    —Todos prefieren la paz ¿sabes?
    —¿Los humanos seríamos atacados por alguien o… por algo?
    —Ruega que no
    —¿Por qué lo dices?
    —Porque no hay humanos preparados para defenderse de lo que venga de afuera
    —¿Aquí sí están preparados?
    —Claro —miró en otra dirección
    —¿Qué es “lo de afuera”?
    —Depende
    —¿De qué?
    —De lo que quieras saber
    —¿Hay algo allá? —no saber la fastidiaba
    —Hay más de lo que imaginas
    —¿Vida? —aventuró
    —¿No te lo ha dicho Shura? —seguía esquivo
    Ella guardó silencio y lo pensó.
    —¿Me llevas a los hangares?
    Él la miró, salió del círculo de piedras y atravesó una puerta que ella no había notado antes. Salió del círculo y el cristal “reabsorbió” el ordenador. Después de ver eso, atravesó la misma puerta y lo siguió hasta una calle poco transitada.
    Los vehículos tenían formas curvas, largas, no hacían ruido y apenas sí tocaban el suelo. En vez de coches, parecían aviones, sus colores eran vistosos y el metal era brillante.
    —¿Te gustan los blindados? —le preguntó él al ver cómo se detenía a mirar el tránsito. Ella asintió—. Entonces espera a que veas el de mi primo. Los peatones tienen prioridad, pero apresúrate de todos modos o perderán la paciencia.
    Ella cruzó al otro lado corriendo.
    —¿Primo? —apresuró el paso, yendo por una senda pequeña, siguiéndolo de atrás.
    Finalmente, llegaron a lo que parecía una simple plataforma de piedra de unos… veinte metros de diámetro. Al acercarse, un campo de energía se desvaneció e hizo notable una casa del mismo diámetro, que tenía algo diferente a las otras, empezando por ser circular en vez de prismática. Al entrar, se encontraron en un amplio pasillo. Ella no terminaba de entender cómo las paredes eran traslúcidas.
    —Prácticamente, todos los equipamientos, desde el más simple al más complejo, están controlados por el mismo tipo de computadora que la que te mostré en la sala de análisis —comenzó a explicarle mientras caminaban por el interminable pasillo—. Los tienen los mecanismos de las casas, de los vehículos y otros artefactos.
    —Deben ser difíciles de controlar…
    —Loa niños los manejan como juguetes desde que tienen conocimiento.
    Ella se quedó anonadada.
    Él se encogió de hombros y después apoyó la mano en una placa rectangular en la pared. Una puerta doble se abrió de lado a lado, justo a la izquierda de conde había puesto la mano. Ambos entraron y la puesta se cerró automáticamente. Después volvió a abrirse y ambos salieron.
    —Esto es diferente —dijo ella mirando hacia todos lados la amplia plaza que debía tener más de cien metros y unos diez metros de altura.
    —Bajamos un nivel. Este es el segundo nivel debajo de la ciudad y hay una red que lo conecta con otras instalaciones que están en este mismo nivel, como ciertos laboratorios y talleres. Por eso, este continente es llamado la red de los túneles. Ahora parecemos topos —se rió de sí mismo mientras la puerta del ascensor se cerraba sola y las luces inferiores iban encendiéndose a medida que se adentraban en la plaza.
    Ella tenía los ojos como platos.
    —Me fijaré bien la próxima vez que pase cerca de una alcantarilla en la calle—murmuró para sí
    Él miró en otra dirección.
    —Sería un peligro que una salida fuera a desembocar precisamente en una ciudad —llevó una mano al cabello—. Están en lugares inaccesibles para el ser humano: desiertos de arena y hielo, cuevas muy profundas, montañas, zonas de gran profundidad en los océanos.
    —¿Hay equipamientos aquí que resistan tales condiciones, entonces?
    —Si no los hubiera, simplemente no estarían preparados para estar aquí. Recuerda que muchos llegaron a Agartha durante cataclismos y se habían preparado para eso —cerró los ojos—. Lamentablemente, no todos —se paró en un lugar y estiró la mano como tocando algo invisible. Al instante, la plaza aparentemente vacía dejó ver vehículos como los de las calles, algunos más largos, naves planas de forma alargada e incluso una que parecía un avión, pero sin alas.
    —No puedo entender cómo semejante tecnología puede condecir con algo que sería como magia.
    —Teletransportarse hasta aquí no es el resultado de algo mágico, sino del poder de la mente y del espíritu. Muchos de los primeros habitantes no eran humanos, muy pocos habitantes son seres humanos. Pero estas personas no son como los humanos que tú conoces.
    —¿Cuál es la diferencia?
    —La capacidad mental utilizada.
    A ella se le dibujó un enorme signo de interrogación en la mente.
    —El cerebro tiene otro tipo de conexiones, percibimos al mundo de un modo diferente, la “sinestesia” para nosotros es algo normal. Cualquiera podría recitarte de memoria un libro tan grueso como la Biblia, con todo y divisiones. Se aprende de modo distinto, se utilizan todas las porciones del cerebro, el conocimiento se integra. Tienen control sobre la materia y sobre las mentes, aunque esté prohibido usarlo para dañar.
    —Es broma —interiormente, ella sabía que no lo era. Él no se jactaba de nada, tan sólo se lo estaba explicando.
    —Las capacidades físicas también son superiores, hay más resistencia y también longevidad.
    Ella escuchaba y al mismo tiempo miraba lo vehículos que había, caminaba alrededor de ellos, los tocaba sin siquiera saber si estaba permitido o no.
    —¿Moral muy alta, no?
    —Al menos aquí sí
    —¿Tú puedes hacer esas cosas? Dijiste que el cuerpo te limitaba.
    Él permaneció en silencio.
    —Me mentiste —murmuró ella.
    Él no contestó
    —¿Por qué me mentiste?
    —Aunque tuviera tales capacidades, sólo las utilizaría de ser muy necesarias.
    —Las tienes —murmuró— …¡eres súper inteligente!
    —No más que el promedio de los de aquí
    —Tienes poderes, ¡realmente eres mentalista! —estaba entusiasmada
    —Eres tú la que lo dice —comentó él desviando la mirada
    —Espera a que lo sepa…
    —No —dijo él volteando a mirarla con el rostro serio—. Nadie debe saberlo, nadie debe saber nada de lo que te he dicho, ni de lo que te he mostrado.
    —¿Entonces por qué me muestras cosas?
    —Para que me creas lo que te diré a futuro.
    —Sólo te creeré si me respondes con total sinceridad unas preguntas
    —¿Cuáles?
    —¿Tienes las capacidades que me has contado de los de aquí?
    Hubo un largo silencio
    —Sí
    —¿Puedes matar con ellas?
    —Sí
    —¿Lo harías?
    —No
    —¿Los humanos comunes tienen estas capacidades?
    —Deberían —murmuró—. Pero se han atrofiado por no aprender a usarlas.
    —El sistema social ha enseñado que son “raras” y no “aptas” y las han suprimido.
    —¿No deberías tenerlas suprimidas también?
    —Que los demás crean eso es lo mejor. Te has dado cuenta de que no.
    —Responde a lo que te pregunté
    —Fui enseñado aquí… y a través del libro. No en el sistema supresor.
    —¿Sabes manejar todas las tecnologías que hay aquí?
    —Sí
    —¿Conoces los mecanismos utilizados?
    —Sí, de todas las cosas que hay aquí
    —¿Eres Shiroihaku?
    Hubo un largo silencio
    —Sí
    —¿Me ocultabas lo que eras?
    —Sí
    —¿Qué eres?
    —Lo que ves
    —¿Por qué me lo ocultabas? —hubo un largo silencio— …Shiroihaku… —él no contestó—… me estabas probando —concluyó ella mientras se apoyaba sobre uno de los coches— Me estabas probando a ver si podía saberlo, si podía darme cuenta sola. No querías que te probara porque para ti esto no es nada extraño, porque pensaste que después de un tiempo yo lo sabría con certeza, como todo lo demás.
    Él cerró los ojos y volvió a abrirlos, no dijo nada.
    —Sabía que no necesitaría decirlo.
    Fueron hasta el ascensor y salieron del hangar. Afuera, vieron cómo unas personas estaban construyendo un edificio aparentemente. Ella se sorprendió
    —¿Esas personas mueven el cargamento sólo con las manos?
    Eso era lo que veía: ellos llevaban unas planchas de un material parecido al plástico que tenían encima varios bloques translúcidos que ella reconoció como los mismos que formaban las paredes. Debían ser pesados, pero una sola persona lo llevaba con las manos y eran seis los trabajadores que veía unos llevaban los bloques y otros los soldaban mediante unas máquinas
    —¿Con qué sueldan?
    —Amplificación de luz estimulada por emisión de radiación. Y presión.
    Bueno, eso era lo normal, lo anormal era el transporte
    —¿Cómo transportan sólo con las manos?
    Los obreros que estaban cerca se rieron
    —Levántalos si quieres —le propuso él
    Ella lo miró por un rato y descubrió que lo decía en serio
    El obrero se movió para dejarla pasar, ella se agachó junto a la plancha, pensando que levantarla sería imposible, pero le resultó muy liviana
    —¿La levanté? —no acababa de creérselo— ¿en verdad pude? —la empujó sin problemas y la llevó hasta donde se levantaban las piezas hacia la primera planta, como si flotaran en el aire. Estaba confundida.
    —Gracias, señorita —la saludó uno de los obreros en su propio idioma.
    Ella volvió hacia donde estaba Sesshoumaru
    —No es raro. Es un principio del magnetismo usado desde hace miles y miles de años —lo decía de un modo tan natural…
    —Eso no se usa en construcción —le recordó ella.
    —Lo que ahorrarían si lo hicieran. Bueno, debes ir a casa.
    —Explícame eso —indicó con la cabeza.
    Él se inclinó hasta delante para alcanzar su altura.
    —Con cada nueva generación, la humanidad va perdiendo la memoria, ocultando o destruyendo pruebas y sufriendo un retroceso. Aquí se conserva todo lo que el resto del mundo ha perdido.
    —Entonces no evolucionamos tanto como pensamos —razonó ella.
    —Si tuvieran la mente abierta, las cosas serían diferentes, pero el humano siempre ha tenido estrechez y prejuicios. Por eso la raza no crece.
    Shura le había dicho lo mismo. De modo que si quería salir a flote, nada debería encasillarla, pero sus hermanos…
    —Vamos a casa —la llamó él
    —¿Pero cómo?
    Él la tomó de la mano y corrió a gran velocidad por la calle. De repente, aparecieron sobre una calle cercana a la casa de Rin.
    —Lo sabía —murmuró la muchachita. Pues sí, era verdad que él le había ocultado unas cuantas habilidades propias de un ser de luz.
    —Desde aquí, ve a casa
    —No tengo excusa para mi familia
    —Diles que tuviste un contratiempo
    —Oh, sí, “estuve en contacto con una avanzadísima civilización subterránea”. Enciérrenme en un manicomio —chistó.
    —No te hagas la graciosa. Estuviste estudiando fuera y ya.
    —Más fácil sería que me borraras la memoria.
    —Entonces no tendría sentido haberte dicho tantas cosas.
    Ella suspiró. Bien, le daría la razón y lo hablaría con la persona a quien más confianza le tuviera.
    —Gracias —le dijo.
    —No es nada, Ai no —se fue corriendo calle abajo con el libro en la mano y aún llevando la túnica sacerdotal.
    Lo mejor era no hablarle por unos cuantos días, hasta que las cosas recuperaran su ritmo y la vida transcurriera de un modo más pausado, lo que era normal para el resto del mundo. Ella acababa de ver personas realmente “normales” y nadie podría creerle. Si un día se casaba, ya sabía en dónde le gustaría tener una casa. Y hablando de casa… corrió hasta donde Sango y Kikyou seguramente estarían un poco…
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    Todos estaban estudiando en sus habitaciones. Rin, Kohaku y Shippou, en cambio, se encontraban reunidos en la sala de estar, con los cuadernos abiertos mientras terminaban los últimos ejercicios de una clase de matemáticas. La aritmética mantenía convenientemente ocupados a Rin y Kohaku, mientras Shippou tenía la vida complicada con unas ecuaciones simples.
    —¿Me puedes decir qué le encuentras de interesante a Sesshoumaru? —inquirió
    —Nada —contestó Rin distraídamente
    —A pesar de que cada vez que se nos cruza se comporta como un animal, no creas que no nos damos cuenta de que a veces te le quedas mirando.
    —Es muy extraño, eso es todo.
    —No, Rin, eso no es todo. Te has estado saliendo de casa a unas horas inapropiadas, estuviste con él en varias oportunidades y además asististe a una escuela a espaldas de nosotros
    —Entiende que no he estado haciendo nada malo
    —Causarle problemas a Kikyou no es malo —dijo él sarcásticamente
    —Kohaku, no entiendo qué te pasa —cerró el cuaderno, incapaz de seguir respondiendo—. Ese muchacho sabe muchísimas cosas. La escuela filosófica no es mala, todos son muy buenos, solidarios y no discriminan. No enseñan nada malo.
    —¿Te estás cambiando de creencia?
    —Ellos alientan la libertad de pensamiento, no tienen nada en contra de ninguna religión, son abiertos —suspiró— se supone que también nosotros lo somos, pero ahora me reservo mis dudas
    —¿Significa eso que dudas de Kikyou?
    —Por supuesto que no, es nuestra hermana, y nuestra maestra. Pero aún así nuestros hermanos mayores nos ocultan muchas cosas y se cierran a él.
    —Tienen sus razones —cerró su cuaderno—, esa persona no aparenta ser buena.
    Rin tenía que aceptar que era verdad. El muchacho tenía muy mala fama y la dureza con la que se comportaba no ayudaba mucho. De una u otra forma, Kikyou tenía razón y se mostraba preocupada. Una mala persona no la hubiera ayudado tantas veces y de algún modo tendría que convencerlos. Rin se dio cuenta de que si quería hacerles entender que Sesshoumaru no era una mala persona, debería darles pruebas contundentes y eso sería difícil de hacer sin revelar secretos de Agartha y traicionar a Sesshoumaru.
    Por razones de fuerza mayor, las cosas tenían que estar mal.
    Entendió que Sesshoumaru no siempre era agresivo, sino que algunas veces discutía de una manera que no se podía contradecir —lo había hecho cuando ella tomó el libro, lo hacía con los estudiantes de la escuela filosófica. También era seguro que lo hizo con Sango—, sin embargo, ella no tenía la menor idea de cómo discutir así.
    Iba a contestarle algo a Kohaku, cuando Kikyou mandó llamar.
    —Vengan todos, cenaremos
    Ellos dejaron sus cosas y fueron a sentarse en la mesa de la cocina, sus hermanos mayores salieron de sus habitaciones y bajaron para ir con Kikyou también
    Ella esperó a que todos estuvieran sentados para destapar el único plato que había sobre la mesa.
    —Antes de que cenemos… —todos miraban la deliciosa torta que Kikyou acababa de hornear.
    Rin, por el contrario, se encontraba vagando con su mente por otros mundos. Se quedó pensando en la discusión de Kohaku y en cómo podría reivindicar a Sesshoumaru, aunque estaba segura de que para él, reivindicarse carecía de importancia, ya que atendía más a los mensajes de vida que a sus propios intereses.
    —El Señor Jesús, tomo pan y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo que se da por ustedes». Asimismo también la copa después de cenar diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la beban, háganlo en conmemoración mía» —fue partiendo la torta y pasando las porciones a sus hermanos, que daban las gracias antes de llevarlas a la boca—. Rin —notó que su hermanita estaba sentada con las manos en su regazo y la cabeza baja, no prestando la más mínima atención— ¡Rin! —la muchachita se sobresaltó y la miró con ojos muy abiertos, ella le extendía el trozo de pan—. El cuerpo de Cristo.
    —¡Amén! —sudaba frío, Kikyou estaba realmente enojada y sus otros hermanos la miraban feo. Prácticamente se engulló la hostia, se atragantó y Kagome debió alcanzarle un vaso con agua para hacerla correr.
    Kikyou fue hasta el refrigerador, y les sirvió a cuatro de sus hermanos apenas media medida de un vino añejo que tenía guardado.
    Aún estaba mirando a Rin
    —¿Qué pasa? —se quejó nerviosa
    —¿Te sientes bien? —le preguntó Kagome
    —Estoy bien
    —Está pensando en su amiguito —dijo Kohaku de mala gana
    —¡Kohaku! —lo regañó Sango.
    —Es la verdad
    Kagome la miró
    —¿Volvió a pasar algo con ese muchacho de la preparatoria?
    —Ni siquiera le preguntes —volvió a decir Kohaku
    —De todas formas no te contestará la pregunta, aclaró Ayame
    —Tranquilos todos —ordenó Kikyou— ¿Acabamos de celebrar la eucaristía y están discutiendo? Kohaku, sube a tu cuarto
    —Pero nee-san…
    —Nada de peros —indicó hacia fuera de la cocina—. A tu cuarto, jovencito.
    El chico bufó y salió
    Kikyou les dio a sus demás hermanos unos veinte minutos de silencioso recogimiento antes de servir la cena. Esta vez, Rin hizo caso sin chistar. Después vería qué haría con el mal carácter de su “amiguito”, como lo había definido su hermano.
    La cena fue silenciosa y sólo se habló de estudio en un par de ocasiones. Todos se miraban entre sí, como intentando discernir los pensamientos de los demás. Sango interiormente sabía que podía haber una causa muy lógica para las extrañas actitudes que su hermana había comenzado a tener. No quería poner las manos en el fuego, pero Sesshoumaru estaba intentando hacerle algo y ellos estaban sentados, cenando tranquilamente, incapaces de hacer nada, ignorando lo que fuera que estuviera aconteciendo desde que la chica y el extraño muchacho se cruzaron en el camino ¡ese maldito mocoso intraterrestre!
    Miroku estaba intuyendo que se trataba sobre algo de Agartha. No tenía idea de lo que Rin estuviera haciendo, pero fue o la llevaron con alguien que supo decirle algún secreto vedado para alguien de su edad. Ninguno de sus hermanos había osado nunca hablar de Agartha, así que alguien externo a la secta había abierto la boca. Y ese alguien la estaba embarrando feo. El muchacho de la escuela filosófica y la famosa historia de Shiroihaku tenían algo que ver. Sango, notoriamente sabía algo, pero se negaba a hablar. Kohaku estaba que mordía y ellos no podían hacer nada
    Los demás intuían que alguien tenía que haberle dicho algo por demás interesante a Rin como para que se atreviera a escaparse de casa, a escondidas de Kikyou, desafiándola. Demasiado interesante como para que ya no prestara atención a las clases importantes o incluso a las celebraciones. En extremo interesante como para que se animara a mentirles. Les había entrado curiosidad ¿Qué le habrían dicho? ¡Ellos también querían saber! Pero Kikyou, Sango y Miroku no parecían estar muy de acuerdo. Por el momento, era mejor permanecer con la duda.
    Kagome estaba a punto de sugerir que encerraran a Rin para que no volviera a escaparse de casa, al menos hasta que se le pasara el síndrome de ir a lugares desconocidos con gente desconocida. Pero no estaba muy segura de la reacción que tendría la jovencita y tampoco sabía qué podían pensar los otros. Se tragó las protestas junto con las demás dudas.
    Rin se sentía observada por todos, como si intentaran, de repente, meterse en su cabeza, sacarle información y controlar sus pensamientos. Aunque aquello era imposible —Sesshoumaru le había dicho que realizarlo era un acto hostil y estaba prohibido incluso entre las razas no humanas—, ellos conseguían perturbarla de todos modos. Quizás no tendría la capacidad de Sesshoumaru de entrar en sus mentes, con o sin permiso, para conocerlos a fondo, pero eran sus hermanos, estaban mucho tiempo con ella y, en especial, estaban vigilándola todo el tiempo. Era imposible no saber lo que pensaban: aún giraban en sus cabezas la historia de Shiroihaku, los inconvenientes con Sesshoumaru y sus propias actitudes raras y despreocupadas. Ellos también querían saber y estaban igual o peor que ella. A veces, no le parecía justo que ella pudiera ver y conocer ciertas cosas de las que sus hermanos no estaban tan seguros, y no poder decir nada. Seguramente aún no sería el tiempo ni el momento de ellos. Así argumentaría Shiroihaku, puesto que siempre solía argumentar así. Apostaría sus narices a que sus hermanos no le creerían por muy sabios que fueran. También apostaría hasta los ojos que ninguno estaba de acuerdo, por ese rechazo natural que solían tener todos. Para sus hermanos, ella no estaba preparada para asumir superiores niveles de conocimiento, para los habitantes de Agartha, ella era una “elegida”.
    Seguía revolviendo la sopa sin nada de apetito hasta que ésta se enfrió. Shiroihaku. Agartha. Maldición. Y ella allí sentada mientras Sesshoumaru y el resto de los estudiantes de la escuela filosófica se hallaban haciendo análisis, lecturas y complicados trabajos prácticos. El sonido del tictac del reloj, de los coches pasando por la calle que quedaba justo frente a la puerta de la cocina y el choque de los cubiertos la estaban haciendo perder la paciencia
    Ten paciencia —susurró lenta y pausadamente una conocida voz en su cabeza
    No quiero tener paciencia —pensó ella enojada ¿ellos qué podían saber? Rayos. Ellos sabían mucho. Ellos sabían.
    Necesitas paciencia —susurró la voz mientras rememoraba a la velocidad de la luz todas las clases dadas por alumnos avanzados y maestros profesores en la escuela.
    Ella, incapaz de hacer nada, sólo asimiló la información y se tranquilizó. Había demasiadas cosas que hacer y la primera de ellas era suprimir el ego y hallar el equilibrio. No negarse a sí misma como persona, sino quitarse la superioridad que siempre intentaba atropellar a los demás para complacerla. Siempre sentía esa presión interna, pero se contenía porque así le habían enseñado sus hermanos. Sólo porque sí. Pero Shiroihaku tenía otro tipo de explicación: los demás no te ofenden, tú te ofendes, por eso, en vez de culpar a los de afuera, primero debería buscar dentro y equilibrarse. Sus hermanos no conocían esa versión pero ¿era el momento indicado para decirles? Sus ojos pardos fueron con detenimiento hacia los ojos de cada uno de sus hermanos. Ellos no parecían lo suficientemente tranquilos como para aceptar que esa molestia se la estaban provocando a sí mismos, igual que ella. Tomó aire y, al tranquilizarse, todo a su alrededor se armonizó rápidamente, como si un ángel hubiera suspirado sobre ellos. Sus hermanos realmente la veían como un ángel que lo armonizaba todo. Un ángel inocente. Todos la veían así. Incluso… incluso Sesshoumaru.
    Un ángel y un espíritu maestro. Ella estaba en el interior de las historias que tanto había oído. Todos en algún momento estaban en el interior de la historia, tan sólo debían darse cuenta de ello y seguramente se maravillarían de sí mismos.
    Su cabeza estaba en las enseñanzas de esos sabios maestros, en sus curiosas aventuras, en sus amigos y en su deseo de reivindicarlos. No se dio cuenta de que casi no había tocado la comida. Ellos fueron levantándose. Ella también lo hizo, pero más bien como autómata.
    —Hoy me toca limpiar a mí —dijo Miroku mientras iba hacia el lavabo y se disponía a limpiar los cubiertos.
    En ese lapso, los demás aprovecharon para huir despavoridos antes de que a sus hermanos mayores se les ocurriera asignar tareas.
    —Rin —preguntó Miroku mientras secaba uno de los tazones de sopa—¿puedes quedarte un momento?
    Ella, que ya se había puesto de pie para salir, volvió a sentarse en su lugar mientras veía cómo sus hermanos iban a sus habitaciones. Tuvo que quedarse en silencio y con mucha expectación hasta que él terminara de lavar y secar todo —no era su costumbre hablar de espaldas y era obvio que la había hecho quedar última para poder hablar a solas—. Rin ya se veía venir el regaño y todo por no morder a tiempo un tonto trozo de pan que jamás podría representar el cuerpo o el alma de una excelsa persona. Suspiró por lo bajo y apoyó la cabeza en el dorso de la mano. Miroku finalmente acabó su labor, se secó las manos y se sentó en su lugar, frente a ella.
    —Rin, te prometí que guardaría silencio, pero hay algunas cosas que me gustaría que me dijeras —dijo lentamente.
    Ella fue levantando lentamente la mirada, sin levantar la cabeza ni mirarlo directo. Creía que su silencio decía mucho. El silencio de Sesshoumaru decía mucho, pero ella no podía saber lo elaborado que en realidad era el silencio de un espíritu maestro de altísima luz: él, con su silencioso recogimiento permitía que las personas halaran respuestas adecuadas en sí mismas. Esto era diferente y tan sólo causaba que su hermano tuviera más dudas.
    —Una vez me preguntaste algo sobre Agartha y dijiste que en realidad no sabías nada —se miró las manos por unos segundos—. Pero si en verdad no sabías nada, ni siquiera habrías hablado de ello. Eso me lleva a preguntar —se inclinó hacia delante— ¿Qué te han hablado sobre Agartha y qué tiene que ver ese Sesshoumaru Taishou en el asunto?
    Ella lo miró en silencio. La había tomado desprevenida y no tenía excusa ni mentira ni razones con las que ocultar las verdades, pero Sesshoumaru le había pedido que guardara el secreto y no se lo contara ni a su sombra. Era libre de hablar, pero la promesa que había decidido mantener la incapacitaba, sin importar que el interventor fuera su hermano mayor.
    —No sé nada —mentir no se le daba bien.
    Él apoyó las dos palmas abiertas sobre la mesa, con los ojos entrecerrados y la mirada fija en el veteado oscuro. Soltaba lentamente el aire.
    —Pero yo ya sé que tú sabes. Entonces, lo que tienes que contestarme es qué cosas sabes.
    Bien, estaba entre la espada y la pared. Era ahora precisamente uno de esos momentos en los que le hubiera encantado que Shiroihaku estuviera ordenando las ideas de su mente de forma congruente. Desde que hablaba con Sesshoumaru tenía estos tipos de problemas, pero tenía que poder enfrentarlos o no se consideraría a sí misma digna de seguir siendo enseñada. Sin embargo, aún se reconocía incapaz de salir a flote por sí misma.
    Un abrazo consolador llegó a su mente en ese mismo instante y las cosas parecieron aclararse rápidamente. Shiroihaku.
    —Todo lo que sé son leyendas que escuché por allí. Que hay sitios ocultos y protegidos en diferentes partes del planeta, donde hay inteligencia, tecnología e incluso una espiritualidad muy avanzada para personas como nosotros. Que durante mucho tiempo se han buscado estos lugares y escrito muchas leyendas sobre ellos —se encogió de hombros—. No sé nada más. —Se sintió aliviada. Rin no podía saber que estaba aprendiendo las palabras que le repetiría a cualquier otra persona que quisiera saber sobre Agartha, el mundo debajo de la tierra.
    —¿Estás segura?
    Ella asintió. Estaba segura e incluso sabía mucho, mucho más que eso. Sabía que se criaban plantas y animales allí, que había razas no humanas, que los vehículos construidos con tecnologías no humanas corrían a velocidades de vértigo, que había armas capaz de desintegrar la materia hasta planos de energía, que no había templos, que las ciudades estaban hechas con la precisión de la matemática sagrada, que las casas estaban rodeadas de mecanismos que las protegían y las hacían funcionar de modo automático, que las supercomputadoras tenían la forma y el tamaño de la pequeña piedra engarzada en su anillo. Y que había familias sacerdotales que custodiaban secretos viejos.
    —¿Estás segura de que no sabes nada más? —su hermano la estaba poniendo a prueba
    Ella volvió a asentir. Estaba muy tranquila y segura ahora.
    —Estoy segura nii-san —le sonrió—. Eso es lo único que sé.
    —¿Te lo dijeron en esa escuela filosófica?
    Ella lo pensó.
    —No.
    —¿Te lo dijo Sesshoumaru? —ella se quedó en silencio— ¿y qué más te dijo?
    —Nada en especial
    —Rin, puedes confiar en mí
    —Sólo dice locuras —le dolió decir eso. No había nadie más cuerdo que él a pesar de que medio mundo tenía la seguridad de que estaba loco.
    —Para el resto del mundo, nosotros también decimos locuras —estaba seguro de que con esa la atraparía y no podría darle una respuesta esquiva.
    —La verdad, no creo que esté loco, por el contrario, parece muy inteligente.
    —Nosotros juzgaremos
    —Ustedes no son nadie para juzgar, ni tampoco yo lo soy. Si él tiene errores, nosotros también los tenemos. Todos somos humanos —se mordió el labio, ni siquiera sabía por qué estaba intentando defenderlo, aún en su impotencia.
    —Al parecer, él puede tener cosas más interesantes que decir que nosotros, lo suficiente como para que ya no le prestes atención ni siquiera a la eucaristía.
    Era una reprimenda clara, pero ella no se sintió intimidada, su mente estaba siendo constantemente abrazada por la luz blanca que era el alma de Shiroihaku y que gozaba de ayudarla cada vez que estaba en aprietos. Si él estaba, ella simplemente no veía ningún obstáculo insuperable.
    —Así como no creo que esté loco y como no creo que seamos nosotros los que tenemos que impartir juicios, tampoco creo en la validez de la eucaristía.
    Él parpadeó y se le quedó mirando serio
    —¿Perdón?
    —Tan sólo es un trozo de pan, nada más. No puede representar ni el alma de una persona, ni el cuerpo de una persona, ni la Luz de una persona. Persona es persona, comida es comida, en la edad media se daban explicaciones que hoy son inverosímiles.
    —Es la tradición, Rin.
    —Sí, es la tradición, pero quizás nos apegamos demasiado a eso. Míralo así: Kikyou cocinó la torta y era torta, después de partirla, seguía siendo torta porque tú también la comiste. No es ni será persona, es ridículo, no hay que ser muy ciego para darse cuenta.
    —¿Entonces no crees en la institución de la eucaristía
    Ella negó con la cabeza
    —¿Y por qué la sigues?
    Resopló
    —Porque todos estaban mirándome como si me acusaran de algo, como si me obligaran, y porque Kikyou-onee-san me llamó la atención.
    —Admito que las cosas estaban tensas, pero de no ser así ¿de igual manera hubieras aceptado?
    —Por respeto a ustedes —afirmó ella
    —No, no —él negó con la cabeza—. Sin fijarte en lo que pensemos nosotros, la decisión por ti misma, sin que nadie te vea
    Ella negó con un lento y pequeño movimiento de cabeza.
    —Esa es una tradición que representa el resurgimiento de la luz entre los mortales —tomó aire y bajó la cabeza—. Es algo que uno debe hacer por sí mismo. Si sólo lo haces por obligación y sin sentirlo, no tiene el más mínimo significado y no sirve —la miró ladeando la cabeza, con una notable decepción—. Entonces no es necesario que participes si no quieres. De todas maneras, al estudiar, demuestras tu compromiso —le sonrió—. Sólo te pediré una cosa, Rin-chan. No vuelvas a salir de la casa sin permiso y quiero asegurarme también de que nadie te esté haciendo un lavado de cerebro.
    —Nii-san, nadie me está lavando el cerebro —llevó la mano al pecho—, yo concluyo que mi manera de ver está bien y que la estoy razonando de modo consciente. Creo que tengo suficiente edad como para pensar por mí misma.
    A él no terminaba de convencerle. De seguir así, ella seguramente abandonaría el grupo y saldría uniéndose a una filosofía fuerte o a una persona de la que nadie sabía nada, salvo por la sospecha de un padecimiento mental. Primero tenían que estar seguros, pero Sango se negaba a investigar sobre Sesshoumaru —es más, se mostraba asustada desde su presunto encuentro con él, del que jamás hablaba— y sus hermanos más pequeños no podían hacer mucho. Tenían dos opciones: mandar a Kagome y Ayame a ver lo que sucedía o cambiar a Rin de colegio. No era bueno meter las manos en el fuego, no era bueno para su pequeña hermana… y algo en la historia de Shiroihaku no cerraba… algo…
    —Sesshoumaru no es malo y no intenta lavarle el cerebro a nadie, ni siquiera a sus compañeros de la escuela filosófica, no se mete con nadie, no sé qué le pasó esa vez en el almuerzo, pero él no se mete con nadie.
    Estaba sentada en el suelo muy cerca de él, sujetándole la mano derecha con sus dos cálidas manos. Precía suplicante.
    —Rin ¿tú… estás enamorada de ese muchacho?
    —¿Eh? ¿Q-que? —no creía lo que oía— ¿Enamorada? ¿yo? No, por supuesto que no —el contacto de Shiroihaku ya no estaba y su cara estaba muy roja, así que no podía negar la claridad con la que se expresaba su cuerpo
    —Estás enamorada —sonaba un poco enojado
    —No —intentaba negar en vano
    —Primero, decídete ¿él dice locuras o sabe muchas cosas?
    Sesshoumaru le reprocharía esto por los siglos de los siglos:
    —Sabe muchas cosas, aunque algunos ignorantes crean que está loco
    —Entonces sí hablaste con él
    —Muy poco, pero lo suficiente para saber que es muy inteligente —afirmó ella.
    —Entonces me mentiste y sí le crees
    Ella soltó la mano de Miroku
    —Le crees porque te gusta. Eso no es razonar y es peligroso, te estás dejando llevar por lo que sea que haya dicho.
    —Aunque así sea, me agrada y no puedo considerarlo peligroso
    —Pero lo es desde mi punto de vista. Kikyou no estría de acuerdo ni con que sientas algo por alguien así, ni menos que lo escuches
    —Se supone que ustedes dos tienen la mente abierta ¿no?
    —¿Abierta a una persona que los agredió para luego abrirles de par en par?
    Ellos tenían razón. La hostilidad del comienzo obstaculizaba todo lo demás. Ellos creerían que ella estaba fabulando, idiotizada por lo que fuera que estuviera sintiendo hacia él, no podrían creer jamás que ella estuviera razonando, era más, esto les daría pie a pensar que él realmente pensaba lavarle el cerebro… o peor ¿cómo saber qué opinarían sus hermanos? Nada bueno de seguro. Sus traicioneros sentimientos lo habían empeorado todo, quería gritar de la impotencia. Era una tonta, una completa idiota que lo había echado todo a perder, quería golpearse la cabeza dura. Ella se había metido en el lío pero salir no le era posible, no aún. Se había atrapado en su propia trampa, porque él jamás le había insinuado nada, era ella la que había dejado nacer en su cabecita todo un río de emociones fuertes. Él se lo diría si estuviera allí, que fue causa de ella.
    —Tienes razón, nii-san —no era lo que quería decir, pero no tenía otra opción. Fue bajando la vista— ¿puedo ir a dormir? —estaba desahuciada de sí misma
    —Sí, sí puedes, pero prométeme que no le hablarás a ese muchacho
    Ella levantó la vista
    —Promételo, Rin-chan
    —Lo prometo —no quería prometer en falso, pero sabía que, si quería, podría escapar hacia Agartha en cualquier instante y verlo de todos modos. Y no estaba segura de si sólo iba para aprender de él. También iba por él y eso la hacía sentir más viva, sin entender cómo. Ella no tenía modo de entender lo que era estar con un alma gemela, sin embargo, su corazón lo intuía.
    —Ve a dormir
    Subió a su cuarto corriendo, esperando poder soñar con Agartha y con sus habitantes.
     
  14.  
    Hikari Azura

    Hikari Azura Usuario común

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    Re: Agartha

    hola!!
    bueno tengo que comentarte que:
    ° el fic me es de mi agrado, me sorprende en como escribes y en como desarrollas la historia, me facina eso. me sorprende que en un simpre ff puedas enseñar indirectamente se podria decir valores¿? n.nu ..que es lo que mas me he fijado en eso, es mas es mejor como lo puedes explicar tu y para mi ya no es necesario ir a la iglesia a tomar misa -.-. por es practicamente lo mismo que te tratan de explicar , pero aqui tu lo desarrollas por medio de un fic; sin duda me fasina leer tus fic por que veo a una persona madura en mente y sabe ver la vida de una manera a la cual otras lo ven de otra forma. y mas me dejas sorprendida en como utilizas a sesshomaru para que explique de la vida y la virtud.
    es mas y refente al fic no tengo palabras para explicarte de como ehh ..me fasina leerlo.
    asi que nos estamos leeyendo .
    bessos.
    tu fiel lectora sesshogriss.
     
  15.  
    Asurama

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    Asurama

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    Re: Agartha

    Capítulo 9


    Unidos

    Terminó de escribir la larga tesis de veinte hojas escritas a pulso en seis idiomas diferentes, que trataba sobre el origen de diferentes filosofías, arrojó el bolígrafo y la regla sobre el escritorio, apoyó la espalda sobre la silla e hizo la cabeza un poco hacia atrás para tomar aire con una profunda inspiración mientras miraba el cielo pintado en el techo de su cuarto.
    —¿Acabaste? —preguntó ella, mientras se acercaba al escritorio para controlar lo que estaba haciendo—. El manejo oral de los diferentes idiomas actuales no son ningún problema para ti, así que no te molestaré con eso. Veamos tu escritura.
    Él se sentó erguido y la miró en silencio, mientras ella levantaba la carpeta con el informe y comenzaba a hojearlo para corregirlo. No tardó mucho en leerlo todo.
    —Manejas bien el sánscrito y el copto, pero deberías practicar un poco más el árabe ¿Qué diría tu padre si lo viera? —suspiró y cerró la carpeta, mientras sacaba tres hojas—. Reescribe esas tres hojas. Anda, sé que tienes una caligrafía mejor que esa, y no hagas trampa con las psicografías, deben ser letras de tu propio pulso —le mostró una hoja que sacó—. La Hégira tuvo lugar en 622 de la era cristiana, no en 632, cuando Mahoma ya estaba muerto.
    Él fue bajando la cabeza.
    —Además —le recordó ella—, como una base de nuestra ideología, deberías repasar la cuarta verdad encontrada por Siddhartha. Es la más importante de todas.
    Él asentía
    —Sí, Gianna
    —Anda, revé todo lo que te dije y llámame cuando hayas terminado. Vendré a controlarte ¿has entendido, Sesshoumaru?
    El niño de apenas cuatro años asintió. Puso las hojas sobre el escritorio y volvió a reescribirlo todo tan rápido como podía. Su madre era muy estricta incluso con las cosas simples y no comprendía por qué. No creía que nadie de su edad estuviera obligado a exigirse tanto y no terminaba de comprender por qué ella le metía tantos conocimientos al mismo tiempo, sin embargo, sabía que llegar a saber todas esas cosas era necesario para algo… o para alguien. Cuando no estaba con ella, permanecía quieto y en silencio, como un buen niño. Aquel silencio lo protegía de cualquiera que pretendiera escrutarlo, incluso de modo mental. Con el tiempo, el silencio fue volviéndose una parte de su mundo hasta ocupar todo en él, hasta dar la impresión de que se hallaba abstraído, introvertido o de que no había nadie vivo en ese cuerpo. Hasta dar la impresión de que era autista, lo sabía.
    Su mundo estaba formado por libros de todos los tamaños, que contenían los temas más diversos: historias de diferentes culturas, libros “sagrados” de todas las religiones, filosofía, arte, ciencia y medicina. En su cuarto, sólo se adivinaban libros y cuadernos de apuntes que su madre le hacía escribir.
    No llamaba “mamá” o “papá” a sus padres, sino que los buscaba por sus nombres y por su presencia, que tanta seguridad le provocaban. Los seguía por el color de sus auras, por los sonidos y por el olor. Se había dado cuenta de que era el único de su edad que hacía eso.
    Al concluir la tarea, la llamó y ella regresó para ver qué tanto había avanzado.
    —Muy bien. Eres un buen niño —le decía mientras revisaba atentamente el trabajo. Se sentó en la cama de él—. Ven, siéntate conmigo.
    Él bajó de la silla y fue a sentarse junto a ella. Ella le mostró un libro azul de tapa dura y unas cuarenta hojas. Era una carpeta de arte en la que ella dibujaba con la mente en su tiempo libre, justo con el mismo método que usaba él. Sabía lo que había en la carpeta y le gustaba mirarla. Se sentía embelesado por las imágenes tan reales.
    —La tierra está viva, rebosante de vida, hay vida en cada parte de ella, en cada parte de la energía, cada átomo y célula que conforman a los seres vivos y a los elementos inertes, cada vibración. Vibramos todos juntos y es así como nuestra consciencia se unifica. Se vuelve Uno —abrió el libro y le mostró la tercer hoja. En ella había un dibujo en dorado hecho sobre un fondo negro, una figura circular que contenía dentro a todas las formas geométricas: el círculo, la elipse, el triángulo, el cuadrado, el pentágono, el hexágono… y también la conformación de cuerpos con volumen hasta conformar una esfera que acababa en un punto cualquiera del dibujo. La geometría sagrada utilizada en todos los campos por una de las humanidades más antiguas, la flor de la vida, la matemática mediante la cual se formó el universo material, las proporciones divinas y una perfección geométrica que enloquecería a cualquier profesor diestro en matemáticas. Un mandala perfecto. Perfecto.
    Siguiendo un código binario, en simples gráficos como estos estaban cifrados todos los números. De lo simple a lo complejo, aquel patrón siempre se repetía.
    Había dibujos y cálculos más complicados que esos, hechos con teorías y fórmulas que los humanos no podían entender, pero su madre podía y se los enseñaba.
    Cada punto estaba unido a los demás por una línea que se prolongaba de manera finita e infinita a la vez. Cada uno de esos puntos representaba cualquier cosa existente. En el centro de ese dibujo y en todas partes, había Dios. Para él era sencillo.
    —Para el resto de las personas no es tan sencillo —le dijo ella
    —¿Por qué?
    —Porque las personas rechazan estos conocimientos
    —¿Por qué? —tenía que ser broma, él moría por saber más ¿y había gente que no quería, que no podía saber?
    —Porque se les enseña a tener la mente estrecha y se les permite “pensar” muy pocas cosas. Las personas están como manipuladas, aún las que piensan lo contrario. El sistema se ha adueñado de ellos, nadie es libre —entrecerró los ojos—. Todos se sienten solos.
    —¿Por qué?
    —Porque se les ha enseñado que estamos separados unos de los otros, a olvidar que todos somos Uno. Se les ha enseñado a vivir con egoísmo. Es una hipnosis tan potente que todos creen que están solos. Nadie está solo.
    —Díselos
    —Lo hago de a poco. Ser único, ser un individuo y tener personalidad no significa estar solo. Cada quien aprende a su tiempo y a muy pocos les ha llegado el tiempo de aprender esto.
    Él desvió la mirada.
    —Lo que yo no pueda decir, continuarás diciéndolo tú, hasta que todos se den cuenta.
    —Pero sí podrás decírselos —afirmó él.
    —Cuando ellos ya no escuchen mi voz, seguirán oyendo la tuya.
    —Pero las personas siempre te escucharán
    —No siempre. Llegará un tiempo en que ya no podrán escucharme
    Él negó con la cabeza
    —No entiendo
    —En este plano físico, la vida es un ciclo y un día el mío acabará. Necesitaré que continúes y llegues tan lejos como puedas sin ningún tipo de temor, y sin detenerte, hasta el final.
    ¿Acaso había demasiadas cosas ocultas y tan poco tiempo?
    —¿Cuántas personas saben estas cosas?
    —¿Te alegraría saber que hay muchas civilizaciones avanzadas que han aprendido con esto y que utilizan sus conocimientos? —le mostró los dibujos—. ¿Que hay personas que, desde hace siglos, mantienen estos secretos y avanzan con ellos? ¿Que el humano tiene mucho que aprender y quizás, a su tiempo, aprenda?
    Él ladeó la cabeza.
    —Extraterrestres —inclinó la cabeza—. Agarthi, en este planeta. Antiguos, en otros planos superiores. Ninguno interviene en las cosas de las personas. Aunque supieran esas cosas, no van a ayudar a nadie —si había algo que jamás hacía desde que tenía memoria, era llorar. Jamás había soltado una sola lágrima y no las necesitaba.
    —Si intervinieran, Sesshoumaru, violarían el libre albedrío. Estarían cometiendo un acto hostil. Las personas tienen derecho a equivocarse, aprender de los errores, corregirse… si estuvieran controlados por otros, quizás vivirían correctamente, pero no avanzarían, porque sólo serían títeres. Nadie de afueras nos hará daño tampoco, nosotros nos hostigamos bastante bien por si solos.
    —Ni ayudan ni hostigan. Entonces son neutros.
    —Es lo mejor. Sé lo que piensas. Si hubieran querido desaparecernos, lo hubieran hecho hace tiempo.
    —Una vez, me contaste que hubieron seis humanidades y que desaparecieron por causas varias, entre ellas, los ataques externos —bien, ya estaba aprendiendo a confrontar.
    Ella suspiró satisfecha con que él pequeño demostrara algunas dudas.
    —Esa es una posibilidad en un millón y, aunque la vida fluctúa, jamás se repite exactamente igual —le aclaró—. Puede o no suceder, pero no hay que temer a ello.
    —¿Entonces no todos tienen la moral alta, Gianna? ¿lo afirmas?
    —No todos, pero a su tiempo aprenderán. Todos, entidades físicas y no físicas, estamos creciendo. Ellos. Y nosotros. Pero cada quien tiene su tiempo de aprender.
    Él le dedicó una sonrisa pequeña, que apenas curvó las comisuras de sus labios
    —Me gusta tu seguridad, Gianna.
    —Me gustan tus dudas, porque el que pregunta aprende más rápido, Shiroihaku.
    —¿Alguna vez recordaré que fui… que soy Shiroihaku?
    —Por supuesto.
    —¿Esa geometría te la enseñaron tus mentores? —preguntó, regresando al libro
    —Si, y en Agartha aún se usa para construir ciudades e instalaciones aisladas. Sus tecnologías están basadas en principios físicos y químicos aplicados a cristales y metales nobles —le enseñó las fórmulas.
    —Me leo esas fórmulas —propuso él. Eran sencillas… para un intelecto no humano— ¿Se aplica la alquimia?
    —¿Pensabas que no?
    Su madre le mostraba dibujos, psicografías, fotografías e imágenes telepáticas de esos lugares… pero de seguro sería maravilloso verlo con los propios ojos.

    Al terminar sus horas de estudio, salieron de compras. Actividad completamente normal y poco común entre ambos. Tenían una especie de simbiosis en la que podían comunicarse de alma a alma, sin que llegara a ser una necesidad vital y sin que alterara su individualidad. En Agartha, según las historias de Gianna, cada ciudad era una familia y todos mantenían esa comunicación tan familiar de unificación que el humano había olvidado hace tiempo, debido al estricto, insulso y déspota régimen social.
    Él suspiraba, le gustaría que las cosas fueran diferentes, pero sabía que los cambios dados por la evolución se daban de forma lenta y duraban millones y millones de años, que cambiar de repente la mentalidad de toda la humanidad les sería imposible, que podrían cambiar a algunos y así hacer una cadena de crecimiento, pero aún así sería lento.
    Ella le decía que el cambio era inevitable y que se daría sin importar cuánto tardara. Le enseñaba que ellos no eran “piezas fundamentales”, tan sólo eran una parte más del universo y se movían y cambiaban a la par de este.
    La gente que, en la avenida, caminaba apresurada alrededor de ellos y los chocaba de vez en cuando tenían la falsa idea de que estaban separados, sin darse cuenta que allí mismo estaban conviviendo con muchos otros.
    Las mentes humanas eran como las redes de conexión, todas estaban unidas y eran fáciles de leer y controlar —aunque controlar estuviera prohibido—. Asimismo, toda la materia estaba unida a nivel sutil, unidas por energías y por una conciencia conocida como “Dios”. El mundo en su totalidad era sagrado. Estar “entusiasmado”, estar “en Dios” significaba entonces “tener deseo de vivir y de hacer algo en el mundo”. Ella no se lo había dicho. Él lo había deducido puesto que ella le había enseñado a construir la “propia verdad”.
    Cada quien era único y no se le podía obligar a tener la misma verdad que otros miles de personas
    Su madre se había abocado gran parte de su vida a estudiar de forma minuciosa los mecanismos humanos utilizados para producir esa dañina “separación ficticia” entre congéneres y para manipular. Tenían nombres como: “política”, “religión”, “iglesia”, “cerrada filosofía”, “escuelas”, “ciencia”. En resumen, él había entendido que los humanos habían convertido a la vida en una infranqueable red de mentiras de la que cada quien saldría por mano propia. Entendió también que, aunque el mundo era sagrado, entrar a un templo y dejar una ofrenda a un pedazo de madera no sólo era falta de cerebro, también era falta de iniciativa. Porque era como querer sacarse el problema de encima para no tener que enfrentarlo, buscar una inexistente solución mágica, que alguien lo solucionara por uno. Si cada quien era causante de sus propios problemas ¿por qué tenía que solucionarlo el universo por uno? El universo se acomodaba de forma que uno pudiera avanzar, pero si uno no movía los pies, era lo mismo que nada.
    Y entre tantas cosas que había entendido, había descubierto que la individualidad humana producía extraños fenómenos… los especímenes más raros.
    Entraron a una tienda de ropa y él dejó de caminar junto a ella para reconocer un poco el lugar. No se perdería. Escuchó los murmullos y le gustó adivinar los diferentes y únicos tonos de voz de todas las personas de allí dentro. También le llamaba la atención el color de las ropas aunque no quisiera comprarlas —no le interesaban los bienes materiales—.
    De pronto, vio en la sección de abrigos a una joven de largo y liso cabello negro azabache, con la piel tan blanca como la nieve y unos brillantes ojos oscuros. Debía tener unos veinte años, igual que su madre. Vestía de forma sencilla, con una falda negra y un abrigo de rojo oscuro, de su mano izquierda colgaba un rosario de oro terminado en una cruz. Cristiana. De todas las creencias, los cristianos eran los que se hallaban en mayor número y tenían mayor diversidad de culto. Eso sin mencionar que las paredes de sus iglesias fueron levantadas durante años con sangre inocente. Negaba con la cabeza. Algo con cimientos tan impuros no merecía gobernar. A él le parecía estúpido matar solamente porque el otro fuera diferente. De poder cumplir las expectativas Gianna, quizás le hubiera gustado cambiar eso como primera medida.
    —¿Sesshoumaru? —lo llamó— ¿en dónde estás? —llegó hasta él— ¿Cuántas veces te he dicho que no te alejes demasiado de mí? ¿Qué estás haciendo?
    —Gianna, dijo en voz baja. Esa chica tiene tu edad —ellos no seguían ninguna religión
    Ella levantó la mirada y vio a quien se refería.
    —Oh, ella
    —¿La conoces?
    —Se llama Kikyou Aino. Iba al instituto en el que trabajo, pero dejó de asistir a clases hace un tiempo, porque se dedica de lleno a criar a sus hermanos. Tienen tu misma edad si mal no recuerdo. Los cuatro son adoptados.
    —Es cristiana
    Ella acercó su rostro al de él y luego lo alzó en brazos
    —Son los perfectos, no debes acercarte a ellos antes de haber aprendido a confrontar —dijo con una voz muy dulce—. Se pueden convertir en un problema. Vámonos.
    Ella recogió sus bolsas de compras y salieron de la tienda. Él se giró para ver cómo se alejaban de la otra chica.
    —Aino —parpadeó—. Suena como Ai no.
    Su madre rió abiertamente.

    ____________________________________________________________
    Pero ahora, tenía cosas más gratas en las que poner la atención.
    El ejercicio del día consistía en mirar fijamente a una gran pantalla que reflejaba la imagen de un monitor por medio de un cañón de proyección. En la pantalla, aparecían textos con colores brillantes que aludían al ejercicio, en la parte inferior, aparecía un contador de niveles de avance, en medio, aparecían tres cajas de colores brillantes. En una de las cajas había un insecto y el juego consistía en encontrarlo luego de que las cajas se mezclaran, marcando la caja uno, dos o tres en un registro digital proporcionado a cada estudiante. Conscientes de la trampa, todos seguían el movimiento de la caja que contenía al insecto, el problema era que, con cada nivel, la velocidad aumentaba y se hacía más difícil “acertar”.
    Muchos habían perdido el juego ya en el quinto nivel, nadie, salvo un estudiante, había llegado al octavo y último. En vista de eso, la profesora repetía el juego una y otra vez. El salón a oscuras, como un auditorio de cine, era un conjunto de murmullos, comentarios y risas a carcajadas, debido a los errores y a las divertidas quejas. Los alumnos morían de la risa, era muy divertido.
    Rin reía a todo pulmón. Sesshoumaru estaba serio, pero reía en su mente.
    ¿Por qué no te concentras? —lanzó el murmullo mental… su mente reía
    Lo he intentado ¡además no puedes burlarte de mí, tú tampoco has llegado al nivel ocho! —pensaba ella, casi sin aire de tanto reír, mientras todos seguían fallando
    Sólo me he estado divirtiendo —comentó evidentemente… divertido
    Es mentira, Sesshoumaru
    La verdad era que muchos se perdían con el sonido del juego, los colores brillantes, la gran cantidad de movimientos y líneas o mirando la tabla de niveles para ver qué tan lejos habían llegado ya… y perdían, literalmente, en un parpadeo.
    De pronto, él abrió los ojos y se concentró en el juego, mirando fijamente a la pantalla y con la mano puesta en su “pad”. En un abrir y cerrar de ojos, ganó. Todos lo miraban para nada sorprendidos.
    Rin acertó con suerte el último nivel, había elegido al azar y había acertado, pero supo intuitivamente que Sesshoumaru no acertó por azar. Algo ahí no estaba bien. Con una sonrisa, se levantó y salió, puesto que la clase terminaba para aquél que acertara todos los niveles del juego.
    —Algunos tendrán hasta rato —comentó en voz baja para sí.
    Cuando salió, se encontró con Sesshoumaru, que guardaba sus cosas cerca de la puerta, dentro, aún se oía cómo todos se mataban de la risa.
    —Hiciste trampa —le dijo ella con una sonrisa
    Él cerró los ojos
    —No hice trampa
    —No acertaste por suerte. Para ti era sencillo
    —En efecto
    —Entonces podías haberte anticipado al juego viendo los resultados, incluso controlado la probabilidad aleatoria del ordenador enfocándote en la máquina.
    —En efecto, podía haberlo hecho —la miró—, pero eso sería hacer trampa, y ganar un ejercicio mediante trampas no tiene sentido y no sirve. No hice trampa, gané debidamente, como tú
    Ella bajó la vista
    —Yo acerté por suerte
    —Lo sé, pero tú tampoco hiciste trampa
    —Entonces –se sentó en el suelo junto a él— ¿Cómo lo hiciste?
    Él la miró de frente.
    —Todos se perdían en la apariencia del juego, pero ganar es más fácil de lo que crees. No importa para nada el nivel al que estés pasando, simplemente debes concentrarte en ese rango de velocidad, sabiendo que eso es lo que importa en ese momento, olvidarse de la exigencia del nivel: da lo mismo el nivel uno que el ocho y no importa a qué nivel avances: sólo importa que has avanzado, el resultado llegará solo. Sólo importa el aquí y el ahora. —movió la cabeza en negativa— Debes olvidarte de lo que ves y oyes. No fijarte en los colores brillantes, las letras bonitas, las advertencias o los sonidos, sólo debes seguir lo que estás haciendo, sin importar el entorno. El juego está confeccionado en tres dimensiones. No hay que cometer el error de querer fijarse en todas a la vez, hay que convertirlo en algo más sencillo: dibujos planos, fáciles de seguir. Con seguir sólo a una parte de la caja es suficiente. Concentrarte, olvidarse de lo que carece de importancia, buscar la sencillez, lo esencial: “lo que tiene contenido” —hizo un gesto de apartar algo de su campo de visión—, lo otro está de más

    Rin se dio cuenta de que él hablaba en metáforas: no había que fijarse en todo, sólo en lo esencial, no importaba conocer en qué parte del camino estaba, lo único importante era saberse capaz de recorrerlo sin dudas, enfocándose en aquello que realmente deseaba, apartando todas las apariencias. Cerró los ojos y se esforzó en creerlo y en entenderlo. No había que tener fe: sólo había que comprenderlo, aprehenderlo. Apartó los ruidos de la calle, las risas del salón, los sonidos de las máquinas, las sensaciones de temperatura, intentó borrar de su mente las imágenes de todo lo que la rodeaba y se imaginó como un punto pequeño y humilde, un puntito de luz. De pronto, se sintió libre, ligera, sin ninguna atadura, ni el tiempo ni el espacio. Sintió como si se elevara, pero no hizo caso de la sensación y dejó que todo fluyera.

    Al abrir los ojos, ambos se encontraban en el lugar más increíble que jamás antes hubiera visto: se oían los armoniosos ecos, las luces eran en extremo brillantes… las calles eran resplandecientes, como de oro, los edificios eran gigantescos y parecían de cristal dorado, los ríos corrían hacia un mar visible y todo era maravilloso. Había una abundante vegetación y bosques frondosos con todas las especies animales y vegetales… incluso especies que Rin desconocía. Los jardines no tenían nada que envidiarles a los bosques: sus arbustos, árboles y flores multicolores eran bellísimas, también había enormes parques… casi creía que estaba en el paraíso.
    —Es un paraíso —murmuró
    —Es un paraíso bajo tierra —dijo él con una leve sonrisa. Estaba vestido con una ropa de blanco brillante y puro, un blanco que no existía sobre la tierra… pero sí debajo de ella—. Estamos en Agartha
    Ella gritó de júbilo y emoción y lo abrazó. Él se dejó abrazar.
    —Gracias, gracias por permitirme ver esto es… es maravilloso —implícitamente, estaba feliz porque ella había podido llegar allí por sí misma. También tenía la seguridad de que él captaba sus emociones y pensamientos, que sabía cómo se sentía. Su mayor felicidad era que él hubiera podido enseñarle a conseguir eso personalmente. Hizo un esfuerzo extremo para suprimir su ego y logró que saliera el puro sentimiento de deseo de que toda su “familia” pudiera ver eso también.
    Él la tomó por la cintura y la apartó con una leve sonrisa.
    —Un día, Rin, cuando sus espíritus hayan crecido, los de aquí debajo nos encontraremos con los de la superficie y aprenderemos unos de los otros. Las personas de este mundo quizás conozcan a los de otros. Eso incluso ahora pasa. Los maestros de Luz y nosotros estaremos al mismo nivel. Un día, todos estaremos unidos y seremos iguales —asintió—. Tu familia también.
    Ella le sonrió levemente y con dulzura
    —Gracias
    —Gracias —repitió él.
    —¿Por qué?
    —Por existir —abrió un poco los ojos—. Soy feliz de que existas y quiero que esto dure por siempre —miró hacia atrás, hacia las brillantes calles— ¿Qué harás ahora? —la miró— ¿Regresar a casa?
    —Quiero ver este lugar —se paró junto a él y sonrió—. Esta es mi casa
    Él sonrió
    —Estás en casa
    Ella lo tomó por el brazo y comenzaron a caminar. Entraron a un bosque gigantesco, cuyo árbol más enano tenía doce metros de altura por dos metros de espesor.
    Abrió mucho los ojos
    —¡Qué arbustito!
    Él se acercó a su oído
    —Y eso que no has visto los abetos —susurró
    El abeto más pequeño tenía veintitrés metros de alto, las montañas azuladas que se veían a lo lejos, cubiertas por la neblina de aroma dulce, eran incluso más altas que el mismo Empire State. Los árboles tenían mezclas de colores y parecía unos arcoíris a lo largo del bosque, que dejaban pasar rayos de sol tornasolados, sus hojas eran brillantes y muchos tenían frutos que eran vistosos, coloridos, brillantes y enormes como toronjas, si no es que más.
    —¿Se pueden comer? —preguntó llena se curiosidad
    Él habló con una sonrisa en la voz
    —Pero claro que se puede —la miró—, los árboles nos conocen y no producen veneno, no tienen miedo del intraterrestre. No conocen la maldad de los humanos.
    Él se sujetó de una gruesa enredadera que contorneaba la dura corteza de uno de los árboles, trepó y fue hasta una rama, donde se sentó y la miró desde arriba
    —¿Cómo está la vista allá? —gritó ella desde abajo, haciendo una bocina con las manos.
    Él, sujetándose con ambas manos de la gruesa rama aromática, balanceó los pies
    —Excelente —la miró dulcemente—, increíblemente hermosa
    Ella se sonrojó, le había dicho “hermosa”.
    Él, sin problemas, se paró y caminó con total equilibro sobre la rama, fue hasta una saliente axial y, de unas hojas azuladas, tomó un fruto de esos gigantes. Luego, volvió a sentarse y bajó de un salto, aterrizando de pie sin que se le moviera un solo cabello. Ella estaba sorprendida y tomó, dudosa, la fruta que le ofrecía
    —¿Se come?
    —Pídele permiso al árbol
    Ella parpadeó
    —¿Al árbol?
    —El Absoluto se encuentra en todos los elementos vivos o no vivos del planeta y del Universo —le puso una mano sobre el pecho—. En ti y en mí —miró al árbol —y también en el árbol y en el fruto.
    A ella se le dibujó una sonrisa de oreja a oreja y corrió hasta la base de la raíz del gigantesco árbol de hojas azuladas
    —Árbol —gritó, haciendo bocina con una mano—. Así como Sesshoumaru te pidió permiso para bajar el fruto, yo te lo pido para probarlo
    —Buen provecho —comentó él a sus espaldas, mientras llevaba el dorso de la mano al rostro
    —¡Es dulcísimo! —dijo ella con una sonrisa, al probar la cáscara del fruto rojo brillante— y su pulpa es exquisita —ambos se sentaron sobre las enormes raíces del árbol, mientras los invadía el exquisito aroma de la fruta. Rin se encontró con que la parte más exquisita era el interior de la fruta.
    Él le sonrió
    —Por muy vistoso que sea el fruto, siempre, lo más delicioso es el corazón —ella se sorprendió. Eso sonaba tan dulce y maravilloso, y la hacía sentirse tan bien… tenía la sensación de que jamás se lo oiría decir a un humano. Podía ser que ella no sintiera cariño, pero una parte muy profunda y oculta de ella lo amaba
    —Siempre, lo más delicioso es el corazón —repitió él.
    De quién sabe dónde, él sacó otra fruta y la partieron a la mitad
    Siguieron paseando por el bosque y Rin experimentó lo vistoso del paisaje y el colorido de las flores de dulce aroma que jamás antes había sentido. Recogió algunas e hizo un collar que puso en la rama de algún “arbustito”, como les decían allí. Bailó debajo de las cascadas de hojas y de luz tornasolada del Cristal de la Tierra, siendo seguida de cerca por Sesshoumaru.
    Se sorprendió muchísimo cuando llegaron a un inmenso lago en medio del claro, un maravilloso espejo de agua brillante, pura y cristalina. Rocas minerales brillantes, piedras preciosas en bruto y oro brillaban en el fondo
    —¿No las sacan? —preguntó ella, mientras metía los dedos en la fría agua
    —No usamos el dinero como cambio, ni los elementales que están en la Tierra —se acercó al borde del agua y se puso en cuclillas junto a ella—. Le pertenecen a la Tierra, y a todos.
    —¿Qué usan como cambio?
    —Compartimos todo
    —¿También las parejas?
    Él le sonrió
    —Depende de qué estemos hablando
    —¿Se puede beber de esta agua?
    Él la miró
    —No contaminamos las aguas. No contaminamos en lo absoluto. Usamos la energía que sale de la tierra: campos electromagnéticos, electricidad y fuerzas de unión a todos los niveles
    —Bien, es agua limpia y pura, pero ¿se bebe?
    Él levantó la cabeza
    —No es pura, es muy rica en minerales, como te habrás dado cuenta
    Ambos rieron a voces.
    Ella calló de pronto, pensando que atraerían a las fieras
    —Espera ¿No nos harán nada los animales del bosque?
    —Todos los animales de aquí son vegetarianos. Además, nosotros no agredimos a la naturaleza, así que ellos no temen ni ven la necesidad de atacar o defenderse.
    —¿Por qué es muy diferente de la superficie?
    —Porque la involución de la raza humana es la transición agresiva de toda la naturaleza y todas las especies en la superficie. El humano causó rápidamente una transición agresiva —dio énfasis con las manos—. El humano ataca, la naturaleza se defiende.
    —¿Entonces nosotros provocamos todo esto?
    —Todo proceso de transición es reversible o remediable —la miró—, pero lleva mucho tiempo. Primero habrá que cambiar la forma de pensar de los que provocan eso.
    —No será nada sencillo
    —Nadie dijo que era fácil, sólo dijeron que era posible —le sonrió y le extendió la mano para ayudarla a ponerse de pie luego de que bebió la exquisita agua del lago.
    Miró al agua
    —Rin
    —¿Sí?
    —Cómo se llama el maestro de Luz en el que creen los Perfectos?
    Ella parpadeó y lo miró, segura de que él lo sabía y le estaba tomando el pelo
    —Jesús
    Entonces se dio cuenta de por qué él miraba el lago mientras la tomaba fuertemente de la mano
    —Ay, no —se quejó, intentando soltarse de la mano del muchacho que la asía fuertemente como un torno—. Tú no estarás pensando —el sonrió—, no suéltame, esto es…
    Él la miró sonriendo
    —¿Imposible? —ella sólo lo miraba con ojos muy abiertos—. Canalizar energía del sexto plano es muy simple cuando entiendes que esa energía, la luz, el Universo material y nosotros —se conectó a la mente de la chica— somos uno.
    Las profundas palabras de él hicieron eco en su mente, mientras ella intentaba convertir la idea abstracta en realidad, justo como había pasado en el auditorio de la escuela filosófica. De pronto, ella se sentía como una masa cálida de átomos y de energía que estaba perfectamente unida a todo. Antes de que pudiera comprender lo que sentía, él la jaló hacia sí y dio un paso dentro del lago.
    En ese extraño estado, ella dio un paso dentro junto a él, y otro, y otro más. Estaban… estaban caminando sobre el agua… ¡Estaban caminando sobre el agua justo como lo había hecho Él! No era cuestión de religión… ¡era cuestión de Poder!
    Porque, además de sentirse como una molécula más de agua, sentía pasar a través de su cuerpo un enorme poder: energía y amor, no podía ser otra cosa. Eso era energía, justo como él había dicho. Estaba canalizando energía a través de su cuerpo, la misma que le permitía unirse a todo, la misma que le permitía realizar la extraña hazaña, la misma que le había permitido a ese hombre excepcional revivir y curar gente. Estaba entendiendo lo que era el Poder.
    Entiendes —dijo la voz de Sesshoumaru en su mente, como parte de su mente—. Entiendes lo que estás pasando.
    Ella se sentía a sí misma, pero, al mismo tiempo, estaba atada a él con unos hilos invisibles: no sabía donde terminaba Sesshoumaru y donde comenzaba ella, no sabía dónde su cuerpo se separaba del bosque… y la sensación persistía hasta después de cruzar el lago, cuando ambos corrieron, por separado, a las afueras del bosque, en una carrera para alcanzar las brillantes calles de la ciudad. Eso era una mentira: ellos nunca estarían separados…

    Se dio cuenta de que la ciudad era diferente, no era la misma ciudad en la que vivía Shura. Las casas que se veían a través de los campos de energía eran similares pero diferentes. Eran más bajas y se encontraban en gran número. La disposición total de la ciudad era perfecta, construida con la matemática sagrada, pero era más ancha y menos alta. Los jardines tenían más o menos el mismo tamaño de a casa que casi no había distinción entre bosque y ciudad.
    —No es la ciudad de Shura.
    —Aún así no estamos lejos —volteó a verla—. Sujétate de mi cintura
    Ella lo hizo mientras veía cómo él cerraba los ojos. Al instante siguiente, ambos estaban sobre una plataforma larga en lo que parecía el otro extremo de la ciudad. Se quedó por largo rato mirando las luces de los edificios. Si alguien pasaba, hacía el gesto que constituía un saludo.
    —Mis hermanos tienen que ver esto
    —No lo creo. Se quedarán fanatizados por lo que vean. Lo último que quieren es convertirse en dioses o demonios humanos. Ya han sufrido demasiado con las generaciones humanas anteriores como para soportar eso
    —No entiendo
    —El humano es predecible —la miró—. Sé que les resultará Sohckeante
    —A mí me shockea
    —Reaccionas diferente al resto. Si no fuera así, no te mostraría nada de esto
    —Ya sé: soy estúpida y me lo muestran porque cuando hable, la gente pensará que sólo son estupideces.
    Él rió abiertamente
    —Generalmente, es lo que la mayoría hace
    Ella se crispó
    —¿Qué? —eso era humillante, sin importar si tenía o no ego.
    —No, pero yo no soy de esa clase —le aclaré él—, no pienso igual.
    —Ya dilo: me lo enseñas porque soy estúpida
    —Eres una persona inocente que comienza a formarse. Te encontré antes de que tu familia te “deformara”
    —Gracias
    —¿Ofendida? —ladeó la cabeza
    —Sorprendida. Estoy sorprendida —le dio la espalda, cruzó los brazos, levantó la cabeza y cerró los ojos.
    Cuando los abrió, estaban dentro de una plaza subterránea de lo que ella reconoció como un hangar de naves. Se volteó a verlo y se puso en jarras—. ¿Y Ahora qué?
    —No te enojes Ai no. Yo no dije que fueras… tú lo dijiste.
    Frunció la cara
    —Las personas de aquí se la agarran con gente estúpida. Estoy en la línea
    Él se cruzó de brazos y se apoyó contra un coche azul
    —¿Eso crees? —preguntó divertido
    —¿No es lo que tú piensas?
    —Te dije que no. No creerme fue egoico
    —¿Cómo sé que no están experimentando conmigo solamente y no apareceré sin memoria en algún sitio perdido? ¿o si alterarán mi memoria?
    —Viste a varias personas ¿piensas que son capaces?
    —No los he conocido lo suficiente como para afirmarlo —ella desvió la mirada.
    —Mírame, Ai no —ella no resistió y lo miró a los ojos, era como si sus ojos claros hablaran. Eran transparentes—. Ellos tienen facilidad para leer la mente y los humanos tienen atrofiada la capacidad de bloquear el acceso. No podrías ocultarles todas esas cosas que piensas.
    —Márcame las diferencias entre mis hermanos y yo —se humedeció los labios—. La diferencia que hay entre las otras personas y yo.
    Hubo un largo silencio que permitió oír el eco de algunos pasos en el nivel superior.
    —Tu frecuencia y la mía son iguales, nos comprendemos bien, mejor que con tus hermanos. Ellos no tienen mi frecuencia y no viven igual que yo. Tú sí. Eres algo que ellos no son, algo que todos pueden ver en ti, todos menos tú.
    —¿Qué ves en mí? —¿había algo que todos sabían y no le decían?
    —Con el tiempo te darás cuenta
    —Detesto tu respuesta de “…cuando pase el tiempo”.
    —Curas con tu presencia, igual que yo. Eres un espíritu de vibración altísima y humilde presencia. Tus hermanos aún no han logrado alcanzar tu nivel. La luz que puedes hacer visible y te diferencia, me había estado llamando —murmuró.
    —¿Perdón? —no creyó haber oído bien.
    —Hace mucho tiempo desde que veo a tu familia aunque no lo supieran. Y conozco.
    —Dijiste que no veías en las mentes de mi familia
    —Pero sí en sus actos —rememoró a los hermanos de Rin, del más pequeño al más grande—. Sus formas de relacionarse con los demás, los lugares que frecuentaron y la gente que vieron. Los he estado observando desde hace mucho.
    —¿Observabas los movimientos de mi familia? ¿desde siempre? ¿es eso lo que intentas decirme? ¿por qué?
    —Porque sabía que uno de ustedes estaría entre los míos, pero no sabía cuál.
    —¿Entre los tuyos? ¿es decir, iguales a ti? ¿crees que soy yo?
    —No creo que seas tú. Lo sé con toda certeza. Te he elegido
    —¿Para qué?
    —Para que enseñes como lo hago yo. Pero para eso, debes aprender
    —¿Aprender a enseñar? —ella negó enérgicamente—. No soy buena oradora.
    —Se aprende desde la humildad.
    Ella se sonrojó y se le dibujó una sonrisa. No era capaz de sostenerle la mirada y la fue bajando al lustroso piso que le devolvió su imagen:
    —¿Yo enseñaré junto a ti? —cada vez se le subía más el color a las mejillas. En el reflejo, vio cómo él asentía. No podía imaginarse a sí misma frente a un auditorio, dando una clase magistral sobre la unión, pero creía en él. Si existía alguien capaz de hacer que una chica tan torpe aprendiera a enseñar, ese era Sesshoumaru, estaba segura.
    —Aprovecharé para mostrarte algo que antes no viste —salió a paso rápido por una puerta que se abría de modo automático. Ella corrió antes de que se cerrara y se encontraron frente a algo similar a una estación de tren, pero sin vías.
    —¿En dónde estamos?
    —Es la parada de un transportador de riel
    Ella lo miró en silencio
    —Es lo mismo que un autobús, pero en versión subterránea —le aclaró
    —Ah —se limitó a decir ella.
    Al poco rato, un pilar que estaba a un lado del riel encendió una luz verde titilante y luego una luz azul. En la pared de enfrente, apareció una pantalla holográfica que mostró varias letras a toda velocidad. No era ningún lenguaje humano que ella conociera, justo como la computadora que estaba en la azotea de la casa de Shura.
    —Necesito un traductor —murmuró para sí
    —Dice que se acerca uno que tiene espacio sobrante para cinco pasajeros y en quince minutos humanos pasará otro del que descenderán ocho personas.
    —¿Hasta en eso los controlan?
    —También hay un mapa, todo el sistema puede ser controlado sólo con la mirada o la voz.
    Ella miró hacia arriba con impaciencia.
    —Oh, sí. Tenemos un avanzado a nivel tecnológico —dijo cínicamente y con voz fingida— ¡cómo no!
    Una luz iluminó todo el largo del riel y dos segundos más tarde había frente a ellos una versión pequeña de tren bala que se abría desde abajo y expulsaba una escalera.
    Ella lo miró de forma inquisidora.
    —Es 99.9% seguro —aclaró él.
    Ella no parecía creerle.
    —Soporta la fricción del transportador, que viaja unos mil doscientos cuarenta kilómetros por hora y soporta más de mil seiscientos grados centígrados, llevando treinta pasajeros unas quince veces al día, todos los días. No ha habido accidentes… o al menos yo no lo sé.
    Ella subió y se sentó. Él se sentó a su lado.
    Todos los pasajeros se le quedaron mirando algo confundidos de que Shiroihaku, violando las reglas, hubiera introducido a un ser humano, mostrándole la tecnología y a los habitantes. Sin embargo, Shiroihaku era un espíritu de alta luz desde que ellos tenían memoria, así que confiaron en su decisión. Había mujeres, hombres y niños. Vestían de una forma bastante común en el lugar: una ropa holgada de dos piezas, de una tela muy suave y de pocos colores. Más bien eran prendas lisas. Los hombres tenían estaturas considerables, igual que Sesshoumaru. Ella era bastante más pequeña comparada con el resto. Eran de cabello castaño, rubio o pelirrojo. Tenían piel clara y unos ojos grandes y brillantes. Esos ojos la miraban de forma insistente, como si quisieran sacarle información. No podía saber si lo estaban haciendo.
    Encontraron en ella a una persona pura, inocente y con una elevada morar, sentido de amor y de ayuda al prójimo. No se la podía tachar de peligrosa o de estorbo.
    La mayoría de ellos tenía cierta consciencia de cómo eran y vivían los humanos, la mayoría de los habitantes amaban a los humanos, aunque éstos los detestaran y pensaran que eran peligrosos. También sabían que algunos humanos fanáticos llegaban al extremo de creer que ellos estaban para salvarlos o para darles mensajes especiales. Lo cierto era que había personas especialmente preparadas para enseñar a los humanos, como Sesshoumaru —Shiroihaku— a quien no dejaban de escudriñar con esos ojos enormes, y también había máquinas con ese propósito, pero el resto tan sólo se abocaba a tener una vida de lo más normal. Y no pensaban en ponerle un solo dedo encima al ser humano, fuera para bien o para mal.
    —¿Qué edad tienes? —preguntó uno, de manera pausada, como si ella no fuera capaz de comprender
    —Doce años
    Ellos se miraron y murmuraban “doce años humanos”
    —¿Eres adulta?
    Ella negó con la cabeza
    —Me falta mucho por aprender
    —A nosotros también —contestó en esa voz lenta y pausada. Tenía un acento raro e irreconocible— ¿Son muchos los que tienen un nombre cercano al tuyo?
    ¿Un nombre cercano a ella? ¿Acaso se estaban refiriendo a la escuela?
    Ella se puso a contar con los dedos.
    —Está Kikyou, y luego Miroku y Sango, luego Kagome, Ayame y, finalmente, Kohaku, Shippou y yo. Somos ocho en total
    —Sus nombres no se parecen —el lenguaje humano era raro, pero preferían eso a enseñarle a los humanos a pronunciar su idioma de modo ofensivo con esa lengua tan incapacitada. Shiroihaku lo sabía.
    —Somos Aino —comentó ella extrañada y miró a Sesshoumaru—. No sé por qué él se empeña en decirme Ai no.
    —Entonces Ai no —comentó el intraterrestre
    Ella se puso de todos los colores.
    —Me llamo Rin —sus ojos buscaban desesperadamente concentrarse en otra cosa—. Encantada de conocerte —con lo nerviosa que estaba, no podía ser cierto.
    Él extendió las manos hacia delante para saludarla y ella le devolvió el saludo.
    Sin que notara el menor indicio de movimiento, el transportador se paró, se abrió y les permitió bajar. Ella intuía que, al estar proyectados, Sesshoumaru no hubiera tenido mucha dificultad en llevarlos a aquel sitio con sólo la velocidad del pensamiento, pero prefirió subir a un transportador. Guiándose por lo que él había dicho, dedujo que había dos motivos: enseñarle un poco de la tecnología usada allí y hacerla relacionarse con esa gente. Entraron a la plaza y subieron al primer nivel mediante un ascensor. Así, terminaron en un sito que conocía. La ciudad de Shura, estaba segura de ello.
    En silencio, caminó detrás de Sesshoumaru y luego de cruzar un parque y unas cuantas calles, estuvo segura de que él la estaba llevando directo a la puerta de esa casa. Sin darse cuenta, se sintió feliz, era como llegar a su propia casa y la primera vez, Shura no había sido tan malo como ella creía. Era un sacerdote sabio, compasivo y además… miró a Sesshoumaru. Eran iguales, salvo por los siglos de edad que diferenciaban a uno del otro. Ante su presencia, el campo de energía que rodeaba la casa se desactivó y ellos no tuvieron problemas en entrar y acomodarse en la casa como mejor les parecía
    —Sí, Shiroihaku, entra en mi casa y acomódate como mejor te parezca, que a mí no me importará —era un sarcasmo divertido y sin violencia el que expelió el intraterrestre de cabello castaño al verlos sentarse—. Y lo mismo va para Aino.
    —¿Y tú quién eres? —le preguntó extrañada de la familiaridad con que la trataba aún sin conocerla.
    Él aparentaba tener la misma edad que Sesshoumaru.
    —Es mi hijo y se llama Kaho —comentó Shura, mientras entraba a la sala secándose las manos con una toalla pequeña. Vestía la impecable túnica blanca de los sacerdotes, como siempre. Kaho, su hijo, vestía igual.
    Ella lo razonó un momento, llevando una mano al mentón y luego lo miró de forma directa
    —¿Es cierto que tienes un blindado? —preguntó con vergüenza y con curiosidad
    Kaho le sonrió de forma sugerente
    —¿Quieres subirte?
    Ella no supo qué responder, comenzó a sonrojarse, parada como tonta en medio de la sala mientras los tres hombres la miraban en silencio. Un incómodo silencio.
    —He oído mucho de ti y me agradaría pode conocerte —comentó el castaño en tono agradable—. Eres muy joven y pareces una persona fuerte
    Ella le sonrió aún ruborizada, aunque no sabía si las palabras iban en doble sentido.
    Sesshoumaru, que no solía demostrar emociones ni por casualidad, soltó un asomo de sonrisa, las comisuras de la boca curvaron hacia arriba y permaneció en silencio con la vista baja, como si mirara las botas que tenía completando el atuendo tan común en su familia.
    —Kaho, no disfrutes de ponerla nerviosa —murmuró Shura en un tono casi inaudible—. Mejor cuéntale cosas interesantes que quiera oír, como la utilización de las máquinas, los símbolos o las otras razas que hay aquí debajo, estudiando, viviendo o experimentando —seguía murmurando en tono bajo.
    Kaho miró a su padre con un gesto de “o sea que sabe poco y nada”
    Ella fue retrocediendo y se dejó caer en silencio en la primera silla que encontró, aprovechando que ninguno la miraba.
    De pronto, una muchacha bajó corriendo las escaleras y se paró junto a Kaho, mirando con una sonrisa, mientras terminaba de atarse una trenza.
    —¿Por qué no me avisaron que ya venía a casa? —se quejaba—. Hola, Shiroihaku, hola, chica humana —saludó de modo rápido y despreocupadamente, exhibiendo una bella sonrisa en sus labios perfectos. Era pequeña de estatura y tenía buen cuerpo.
    Unos niños bajaron corriendo, haciendo escándalo y riendo. Inmediatamente, se sujetaron a la ropa de Kaho y también a los de la joven.
    —Son mis hijos… y unos amigos que vinieron a jugar con ellos —dijo ella, mientras alzaba a uno en brazos—. Estás subiendo de peso.
    —Ella se llama Shiori —dijo Shura amablemente—. Es mi hija. Shiori, ella es Aino Rin y periódicamente, Shiroihaku la ha estado trayendo del mismo modo en que lo hizo antes con Sesshoumaru.
    Rin sonrió amablemente, pero luego miró a Sesshoumaru sin comprender nada ¿Qué había querido decir Shura? ¿Qué Shiroihaku, su alma, lo había llevado ahí? El muchacho no dio ninguna respuesta. Con el semblante serio, miraba a un lugar fijo, un punto distante, en completo silencio.
    —Ella tiene unas pocas nociones y algunas ideas equivocadas. Ha estado siendo enseñada en una enorme escuela filosófica en la que Sesshoumaru asiste para hablar como Shiroihaku y nosotros también hemos estado hablando con ella. Parece una persona digna de portar el secreto, si fuera necesario. Shiroihaku y Shiroishiki, ambos piensan así.
    ¿Rin frunció el ceño? ¿digna para qué? ¿de qué secreto hablaban? ¿Qué tenía que ver la brillante alma de Sesshoumaru con el Shiroishiki que tanto la había impactado el día en que conoció a todos los sacerdotes? ¿Y por qué no había visto allí a Kaho y a Shiori?
    —¿Qué edad tienes? —le preguntó Kaho
    —Doce años
    Sesshoumaru, Kaho y Shura se miraron un rato antes de voltear a verla.
    —Quítate la ropa
    —¡¿Qué?! —les dijo escandalizada, con el ceño fruncido y los ojos muy abiertos.
    Sesshoumaru se frotó el puente de la nariz.
    —No es lo que crees.
    —¿Entonces? —preguntó en el mismo tono
    —Has llegado a una edad para vestir diferente —le dijo Kaho
    —Denle la ropa que usaba Gianna —se limitó a decir Shura.
    Shiori caminó hacia Rin, la tomó por el brazo y la dirigió
    —Acompáñame —dijo yendo escaleras arriba.
    Rin la siguió en silencio hasta una habitación octogonal, de paredes celestes, con el piso blanco brillante, el techo pintado de nubes y unos ventanales enormes.
    Shiori fue hasta una pared, apoyó las manos sobre ésta y abrió un armario que estaba oculto allí. Tomó una caja de un material similar a un cartón y la abrió, sacando una ropa brillante que era muy similar a la que usaba Sesshoumaru.
    —A tu edad, si vienes aquí, debes usar estas.
    Rin abrió mucho los ojos
    —No es esa la túnica de los sacerdotes
    —Así es
    —Pero yo no soy de la familia de Shura
    Shiori negó con la cabeza.
    —No le discutas a Shura, al menos no en esto.
    La joven mujer la hizo desvestirse y la ayudó a colocarse esa ropa diferente: era una malla blanca de cuerpo entero, sobre la cual se ataba una túnica abierta en el lado derecho, idéntica a la que siempre veía usar a Sesshoumaru. La ropa de un sacerdote. Debido a su estatura, la túnica le llegaba hasta un poco más arriba de los tobillos.
    Shiori le sonrió
    —Cuando crezcas te quedará bien.
    Después de eso, ambas bajaron de nuevo a donde estaba los tres hombres y los niños.
    —Tiene prisa por aprender —le comentó Kaho a su padre—. Empecemos por las relaciones familiares: Shiori es lo que ustedes llamarían mi esposa, y es entonces hija política de Shura, mi padre.
    —Y también están aceptando a Sesshoumaru como hijo político —comentó Rin
    Ellos se miraron, luego, buscaron en su mente para ver qué cosas sabía. Ella sabía bastante, puesto que su secta tenía muchas buenas ideas, en la escuela filosófica le habían dado otras tantas ideas y estaba bajo la protección de Shiroihaku. Aceptaba ideas básicas sobre el universo, las personas, Dios y la unificación. Aceptaba que muchas personas, sin tener su misma sangre, eran su familia.
    Aceptaba que Shiroihaku había enseñado y salido de Agartha, reencarnado en ese muchacho, aprendido y enseñado muchas cosas. Que Sesshoumaru era tan sólo una mitad humano, aunque eso pareciera imposible, que Shura lo protegía y que ella y Shiori eran sus primos.
    Así, ella había enlazado con toda facilidad que Gianna era la encarnación de un espíritu de alta luz llamado Shiroishiki, que había posibilidades de que no estuviera viva, que había salido de Agartha, llevándose el libro sagrado de los maestros, que fue sacerdotisa y, por tanto, que era hermana de Shura, tío de Sesshoumaru.
    Rin se mordió los labios mientras sus ojos iban de unos a otros en esa sala. Sonreía un poco.
     
  17.  
    Asurama

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  18.  
    Ludwig

    Ludwig Iniciado

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    Re: Agartha

    "Ella le decía que el cambio era inevitable y que se daría sin importar cuánto tardara" Siempre me gustó creer eso. Aunque, para mí, el problema es que las personas suelen ser conformistas. Viven para tratar de vivir lo mejor posible, si el otro tiene problemas para vivir... y bué, no es su problema. ¿Por que hacer algo para cambiar lo "incambiable"? Incluso cuando saben qué es lo que hay que cambiar, su conformista forma de ver - o no ver - las cosas se los impide. Después de todo, ojos que no ven, corazón que no siente. No todos creemos en la red de mentiras, sin embargo, pocos tratan de hacer ver esas cosas. En fin... he de odiarte Lubecita, me quedo leyendo tus fics en vez de irme a estudiar! ToT. Pero tengo que admitirte que me interesan mucho, en especial éste.
    Me encantó la escena de ellos en el bosque, me lo imaginé y me pareció hermoso.
    Besos.
    ¡Ah!, me leí Guerra también, ya voy a pasar a comentarte, cuando tenga más tiempo ToT.
     
  19.  
    naima

    naima Iniciado

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    Re: Agartha

    hola esta muy buena la historia solo he leido los primeros capitulos pero me han gustado mucho, waw me sorprendio saber que sesshomaru no era de nuestro mundo sino de agarta.
    me gusto la parte cuando estaban en la cueva fue muy bonito, pero me admiro sesshomaru riendo y a carcajadas.
    espero continues pronto te estare leyendo.
    cuidate, hasta pronto.
     

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