Addiction

15. Capítulo – El canto de las sirenas

Cuando salimos de mi casa ya había anochecido. En ese pueblo tan pequeño se podían contemplar las estrellas, es más las estrellas y la luna eran las que iluminaban las calles. Dimos un largo paseo hasta el bosque detrás de la casa de Jane y David. Por el camino James y Charlie intentaban quedar el uno encima del otro; si uno había besado a 20 chicas el otro a 50, si uno había saltado de 10 metros sin hacerse ni un rasguño el otro a 100… La verdad es que no les presté demasiada atención, yo iba sumergida en mi mundo de fantasía, mirando los astros brillar e inevitablemente, pensando en Jane. No entendía, por mucho que me esforzara en hacerlo, que peligro podría ver en mí. David me había salvado la vida, vale. ¿Pero que era yo al lado de Jane? Un bicho feo sin duda. Ya no solo por apariencia, ella llevaba con David años, que digo años, siglos. En menos de una semana era imposible que David sintiera algo por mí, no por lo menos de la forma en la que lo sentía por Jane ¿o estaba equivocada? Mi cabeza daba vueltas y vueltas… Tenía que parar de pensar y, por suerte, Charlie y James estaban ahí para ayudarme a conseguirlo.

No pude evitar sentirme un estremecimiento al pasar por al lado de la casa de Jane y David. Les imaginé por un momento abrazados en la cama, viendo una película romántica y más tarde haciendo el amor apasionadamente. Eso me estremeció aún más.

— Nos queda poco camino, Amy ¿No estarás cansada? — me preguntó Charlie al ver que desaceleraba el paso al pasar por enfrente de ese envidioso hogar.

— No, claro, voy — dije siguiendo su ritmo.

Nos adentramos en el bosque una vez más. Está vez solo se oían los sonidos minuciosos de los pequeños animales: ardillas, búhos, serpientes… No parecían oírse gritos de dolor, ni pasos humanos además de los nuestros. Eso me relajó un poco. Cuando al fin cruzamos todo el bosque llegamos a un pequeño río. En la orilla había una lancha motora con la inscripción “Charlie!” en uno de los costados.

— David se ocupa de que nadie me robe — me explicó — aunque son pocos los que se atreven a entrar aquí ¿Tienes miedo?

— ¡Por supuesto que no!

Dicho eso salté dentro de la lancha, esperando impaciente las sorpresas que me esperaban. James y Charlie hicieron lo propio. Charlie se puso al mando de la lancha, arrancando el motor.

— Seguro que te encanta — sonrió radiante.

— O puede que vomites arco iris — se quejó James.

Lo que les diferenciaba el uno al otro era el romanticismo, sin duda. Charlie parecía tierno y cariñoso. James, por el contrario, era más vasto y anti-lover. El rugido del motor rompió el silencio de la naturaleza. Odio el silencio, por lo que lo agradecí. La luna se reflejaba en el agua y parecía que huía de nosotros, pues su silueta se alejaba cada vez más a medida que nos acercábamos. El estrecho camino se iba abriendo poco a poco, hasta que llegamos a un punto donde, en forma de esfera, el agua se expandía.

— Mira, Amy. — me demostró Charlie.

James metió su cabeza entre las rodillas al dar un suspiro. Parecía aburrido, pero yo estaba muerta de ganas de ver lo que me esperaba. Charlie silbó. No silbaba una canción, ni un ritmo conocido. Era como una señal, como el silbido conocido de cada dueño con su perro. En menos de un minuto el río empezó a revolverse. Daba la impresión de que miles de peces nadaban bajo nosotros. El agua salpicaba y podía ver algo brillante abajo. Un canto me ensordeció por un momento. Después se volvió tierno, un canto precioso, sin letra, solo la melodía de las voces al compás. Era tranquilizador y por muy nerviosa que estuviera, consiguió calmarme por completo.

Asomé la cabeza por la lancha, intentando descubrir que eran esas cosas que tanto brillaban. El brillo que observaba iba creciendo, como si cada vez estuviera más cerca. Crecía y crecía. Se hacía más grande por segundo hasta que:

— ¡Ah! — gritó cayéndome de espaldas encima de James.

— No te asustes, chica — me dijo una voz femenina y maternal.

Lo que me asustó fue ver a una hermosa joven salir del agua. Cuando volví a mirar, a mí alrededor había por lo menos veinte mujeres, todas igual de preciosas. Me acerqué a la que me había hablado. Pensé que se estarían dando un baño, pero su pelo (cada cual de un color diferente desde el naranja o rojo al azul o verde) parecía tener musgo. Sí, musgo. Debían de llevar muchísimo tiempo en el agua, tanto como… ¿Sirenas?

— ¿Sois… sirenas? — me atreví a preguntar con riesgo de equivocarme.

— Así es — me contestó de nuevo la misma mujer. — Yo soy Ariel, la reina de este río.

¿Ariel? Vaya, que casualidad.

— No es casualidad — me dijo aparentemente leyéndome los pensamientos — el cuento tradicional está basado en mí. Bueno, soy la misma mujer, Hans, el escritor, solo pude verme cuando le salvé de morir ahogado. Se equivocó al decir que yo deseaba piernas, no sería nunca feliz fuera del agua.

Su voz narraba con dulzura. Pronunciaba cada palabra con un tono de sosiego que hacía que cada parte de mi cuerpo estuviera en paz.

— Sois… preciosas — dije al fin, fijándome en cada una de ellas.

Me pregunté cómo así habían aparecido delante de mí, porque no se ocultaba de los humanos como yo. No tuve que preguntar, pues pronto recibí respuesta.

—Cariño, Charlie es un buen amigo, su madre también lo era — al decir esto pude ver una sonrisa de afectuosos recuerdos en el rostro de Charlie — Si él quiere presentarnos a alguien, confiamos ciegamente en él y en que no nos traerá ningún peligro. Además, como te has dado cuenta puedo leer los pensamientos, me introduzco sigilosa en las mentes de los humanos. Cuando lo he hecho en la tuya, no he notado ni una pizca de maldad en ti. Sé que has pasado malos momentos, momentos de impotencia o, incluso, absoluto aburrimiento, pero preveo que a partir de ahora tu vida va a cambiar. No te van a faltar aventuras, peligros, romances… De eso estoy segura.

Y, por supuesto, no se equivocaba.

 

16. Capítulo – Maldita sociedad.

— Gracias por traerme aquí — le dije a Charlie abrazándole.

Cuando levanté la vista las sirenas habían desaparecido. Se habían esfumado de la nada, pues el agua permanecía serena, sin movimientos, como si nadie hubiera estado allí. Charlie volvió a arrancar el motor y a medida que nos alejábamos el canto precioso de las sirenas nos acompañaba.

— Pensaba que no había que fiarse de las sirenas — dije dando un salto y pisando suelo firme.

— Y no hay que hacerlo — me respondió James ofreciéndome su mano para salir de la lancha.

— Estás son distintas, James, ya lo sabes. — se quejó Charlie. — Lo que ocurre es que las sirenas son seres muy inteligentes y en varias historias que conocerás se hacen valer de su poder mental para hacer maldades. Pero como en todas las especies, hay excepciones. Al igual que hay humanos asesinos y honestos, vampiros cazadores y vegetarianos, hombres lobo salvajes o… medio civilizados — dijo aludiendo a James — también hay sirenas buenas y malas.

— Estoy llena de estereotipos — me avergoncé.

— Es la sociedad en la que vivimos… — me consoló Charlie — todos somos iguales aunque deberíamos ser especiales, diferentes, ya que ningún humano o criatura es igual a otro.

El tema dio mucho de que hablar. Salimos de las entrañas del bosque volviendo a pasar por la casa de David… y Jane. Era bien adentrada la noche y me preocupé de que en ese momento hubiera vampiros cazando en el bosque. Al pasar por delante de ese hogar, la luz de la entrada nos iluminó. Salió Jane arropada con una manta de lana (como las que hacía mi abuela), pero no había señales de vida de David, lo que me irritó bastante, luego si Jane no se controlaba no estaría ahí para defenderme.

— Amy, ¿puedes venir un momento? — la oí preguntar desde la entrada de su casa.

— Vamos contigo —me dijo James, dándome el valor suficiente para acercarme a la que me quería cenar.

La distancia entre nosotros iba acortándose y a medida que estaba más cerca me sentía más valiente. Incluso no se había apagado mi esperanza de encontrarme con David.

— Quería disculparme — me dijo seria.

Con un gesto me invitó a entrar. James y Charlie me siguieron, pues no querían dejarme sola ni un momento. Entré por segunda vez en ese hogar, todavía me parecía extraño que se quedaran con la casa antigua y no con la moderna. Aunque, pensándolo mejor, tenían el bosque cerca y cuando quisieran cazar corrían menos riesgo de ser vistos. Aquí todo estaba pensado.

Cuando Jane se sentó a mi lado en el sofá beis del grande salón, me miró fijamente. Sus ojos eran completamente negros. No tenía miedo, me sentía arropada por mis nuevos amigos, pero, de todas formas, no paraba de mover los dedos del pie asegurándome así que no me estaba paralizando.

— Creo que te mereces que te pida perdón — dijo apartando su mirada y dirigiéndola a la moqueta de la sala que era antigua también y de estilo turco — Creo que te mereces más que eso. No sé que me pasó… David y yo llevábamos mucho tiempo sin probar… — volvió a fincar su mirada en la mía — humanos. — Si pensaba aterrorizarme, estremecerme o cualquier otra cosa no lo estaba consiguiendo — David y yo somos unos vampiros un poco especiales — comentó mirando a Charlie — aunque supongo que aquí las noticias vuelan y ya estarás sobre aviso.

— No… La verdad es que no sé nada de vosotros — digo con la intención de sacarla toda la información posible — solo sé que sois vampiros, nada más.

— Como te decía — dijo carraspeando como si le hubiera molestado que la interrumpiera — somos unos vampiros algo especiales. Admitimos que estamos hechos para matar y no nos sentimos culpable por ello, al igual que los humanos matáis pobres animales — intentaba hacerme sentir culpable — pero después de unos años estando juntos, David y yo reflexionamos acerca de nuestra alimentación. Podíamos sobrevivir alimentándonos única y exclusivamente de animales, claro que nuestra energía sería la mínima a diario. No podríamos ser tan rápidos, ni ágiles y eso traería sus consecuencias al llegar el día en el que no nos podríamos levantar para cazar. Así decidimos seguir alimentándonos de vosotros — esta vez me incluyó en el saco, pero continué firme y escuchando atenta — Por supuesto, después de convivir con los humanos durante décadas, nos dimos cuenta de que no todos merecen morir. Llegamos a la conclusión de que no éramos quienes para arrebatarle la vida a una persona inocente, aún así necesitábamos vuestra sangre — volvió a incluirme en su explicación — desde entonces decidimos mantener una dieta algo rara en nuestra especie. Nos alimentamos de animales, pero eso no nos da la suficiente fuerza para llevar una vida normal — ¿Una vida normal siendo vampiros? Pensé para mis adentros — por ello, seguimos cazando humanos, pero nos impusimos una norma: nunca acabaríamos con la vida de un inocente.

Esta última frase me hizo remover mis pensamientos ¿Cómo sabían quién era inocente? ¿Tenían algún otro poder que estaban ocultándome? ¿O conocían gente durante unos meses y luego decidían si eran malas personas o no como si de jueces se tratara?

— Matamos asesinos y criminales — me confesó al fin — este mundo está repleto de ellos, el FBI no da abasto y nosotros somos una pequeña ayuda que nadie conoce. Mueren terroristas por casualidad piensan, alguien ahí arriba está cuidando de nosotros tal vez. Así que nos mantenemos en las sombras, aportando un poco de bien al mundo. Parece que no somos criaturas del demonio — dijo como si fuera ese mi pensamiento.

— ¿Por qué me cuentas esto? — esta vez lo pensé en voz alta de lo cual me arrepentí en el momento.

— Quería que supieras que no estás en peligro, no si no matas a nadie claro.