Addiction

11. Capítulo – Licántropo.

Pasé una agradable mañana con James a mi lado. Cuidados no me faltaron; desayuno rico en grasas saturadas (rosquillas, palmeras de chocolate, croissants…), una entretenida conversación y chistes y risas por doquier. Aunque me mantuve muy animada, me moría de ganas de avasallarle con preguntas, pero tampoco quería presionarle y, mucho menos, romper ese agradable momento. Hasta que lo hice.

— ¿Cómo es ser un hombre lobo? — pregunté a la vez que decía su raza imitaba unas zarpas con mis manos.

Pronto me di cuenta de que la había fastidiado. Su expresión burlesca cambió radicalmente, dando paso a una expresión seria.

— Lo siento… -. Me disculpé dando por hecho que no recibiría respuestas.

— ¡No te disculpes! — Volvió a sonreír — Te tomaba el pelo — rió — puedes preguntarme lo que quieras.

— ¡Has hecho que me sienta fatal! — le grité tirándole un cojín a la cabeza. — Entonces, dime. ¿Cómo es ser un hombre lobo? O licántropo… no sé ni cómo llamarte. — le hice reír.

— Bueno, como habrás visto muchas veces en televisión, la luna llena nos afecta.

— ¿Te conviertes solo cuando hay luna llena?

— No. Puedo convertirme cuando me plazca.

— ¿Lo controlas?

— ¡Claro! Excepto cuando hay luna llena. ¿Cómo es?

— No creo que te gustaría verlo… es bastante repugnante. Empieza a salirme pelo por todo el cuerpo, mi columna se arquea crujiendo fuertemente, mi cara empieza a alargarse, mis dientes se afilan, mis ojos cambian… y bueno, así, poco a poco, hasta que entro en fase total.

— Vaya… ¿Podrías convertirte ahora?

— Te he dicho que no te gustaría verlo…

— ¿Pero podrías?

— ¡Claro!

— Hmm… y cuando eres un lobo… ¿controlas lo que haces?

— Me cuesta más controlar mis impulsos… pero todo es cuestión de práctica.

— ¿Cuánto hace desde que eres… así? ¿Cómo fue? ¿Quién lo sabe? ¿Hay más como tú?

— Hey, hey — me cortó — más despacio detective. — rió. — Todo ocurrió hace dos años. Me enfadé con mis padres, como cualquier adolescente, y me escapé de casa. Pensé en pasar la noche en el bosque. Cuando encontré un buen lugar para dormir oí que alguien se acercaba. No pude verlo todo, fue muy rápido. Pude distinguir entre la oscuridad a un lobo. Era más grande de lo común. Se quedó mirándome fijamente con los ojos dorados como soles, hasta tal punto que me deslumbraron. De repente, me metió un zarpado con brutal fuerza, que hizo que me desplazara por el húmedo barro a metros de distancia. A partir de ese momento no logré ver todo con claridad. Además de estar dañado, pues mi brazo sangraba abundantemente, fue todo tan rápido que los ojos de un simple humano no podían captar cada movimiento. Diferencié dos siluetan además del lobo. Parecían humanos, pero eran muchísimo más rápidos y fuertes. Pensé que serían cazadores, y en cierto modo, no me equivocaba.

— Vampiros… - le interrumpí.

— Así es. Al parecer querían matarme, beberme, alimentarse con mi sangre… o simplemente tomarme como aperitivo. Pero ese lobo me salvó. Claro, que todo tiene un precio. Cuando los dos vampiros yacían en el suelo el lobo volvió a mirarme determinante y juro que pude oír su voz: ¡vete! — gritó esto último haciendo que me sobresaltara.

— ¡No hagas eso! – le grité, aunque así solo se rió aún más de mi.

— Le hice caso y salí corriendo. Al volver a casa mis padres me llevaron al hospital. Allí me curaron el arañazo. Visiblemente desapareció, pero yo podía notar como dentro de la cicatriz algo ardía. El calor avanzaba por mi cuerpo. Primero se apoderó del brazo entero, después del pecho, hasta llegar a todo el cuerpo. Por fuera mi apariencia era normal, los médicos no detectaban nada, pero por dentro todo mi organismo cambiaba. Y al de un mes, me convertí.

— Un mes… Luna llena… — deduje.

— Exacto. La primera vez que lo hice, no recordaba nada el día siguiente. Solo tenía imágenes borrosas de la noche anterior. Mataba animales, como si yo fuera uno de ellos y en cierto modo lo era. Me convertí en un depredador.

— ¿Entonces, no controlabas lo que hacías?

— Con el tiempo sí. Poco a poco, empecé a controlarme las noches de luna llena. Después averigüé que podía transformarme en cualquier momento. Esto lo descubrí cuando unos vampiros acechaban a una pobre niña. Apenas tendría 7 años. Llevaba un vestido blanco y corría entre los árboles recogiendo flores. Una mujer la miraba con dulzura. Pensé que sería su madre, pero no era así. No era dulzura lo que veía en sus ojos, era apetito. Tengo que admitir que esa vampiro llevaría largo tiempo sin probar bocado y que no le quedaba otro remedio que ir a por la presa fácil, pero eso no justifica que quisiera arrebatar a una pequeña niña. Me di cuenta que siendo humano no podría pararla los pies, asique me concentré. Tenía que hacer algo… y conseguí entrar en fase.

— ¿La salvaste?

— Claro — presumió — soy el mejor.

— ¿Cuántas personas son como tú?

— En el mundo entero miles y miles. Pero aquí, creo que soy el único. Siempre hay algunos que vienen de paso, pero el único asentado aquí soy yo, o eso creo.

— Vale…

— Crep que a ti te van más los vampiros — vaciló.

— ¿Por qué lo dices?

— Al fin y al cabo, el que te salvo la vida no fue un licántropo.

— Bueno… Le estoy muy agradecida a David…

— Hablando del rey de Roma.

En seguida sonó el timbre. Supuse que le olió o algo, no lo sé, pero pudo adivinar que estaba ahí antes de que sonara el timbre. Se levantó James a abrir la puerta. David entró con cuidado, sin apenas hacer ruido. Cuando le vi tenía tantas cosas que decirle, que agradecerle… pero apenas me atreví a decir un simple “hola”. Me miro serio, sin mirarme directamente a los ojos y pronto me preguntó:

— ¿Has hecho las maletas?

 

12. Capítulo — No me voy.

— ¿A qué viene esto? Pregunté sobresaltada después de armarme de valor para soltar palabra.

Durante la noche pensé en cómo me atrevería a hablar a David. No era vergüenza… era intimidación. Eso es, me intimidaba.

— Ya te dije que te ibas de aquí — dijo frío como si estuviera dándome una orden.

— Puedes echarme de esta casa si quieres, pero no me iré de Down Ville.

Entonces me miro a los ojos. Sus ojos eran claros en ese momento gracias a la luz del sol que entraba por la puerta principal aún abierta. Charlie tenía razón, en las películas y libros sobre crónicas vampíricas que había leído no decían toda la verdad, pues David estaba a la luz del sol y ni se quemaba, ni se desintegraba, ni brillaba… ni nada. Cuando salí de mis pensamientos sus ojos seguían clavados en mí. Pude distinguir compasión. ¿Quería protegerme?

— Bueno, creo que esto debéis hablarlo tranquilamente — interrumpió James el silencio de la sala — así que me voy y os dejo. Luego me paso a verte, Amy.

David se apartó para dejarle paso y James salió cerrando la puerta tras de sí. El silencio perduró unos instantes más, hasta que David respiró profundamente y se sentó a mi lado.

— Entiéndeme, tienes que marcharte — dijo sujetándome la mano.

Un cosquilleo recorrió mi débil cuerpo. Tenía la mano fría, pero no era como lo describían en el cine. Era un frió agradable y cómodo. Le miré fijamente a la cara y casi tartamudeando conseguí hablar.

— No me marcho a ninguna parte, David — pronuncié su nombre a duras penas —Si quieres que te entienda tendrás que explicarte — aparté mi mirada de su rostro asumiendo que tarde o temprano me obligaría a marchar.

Entonces noté algo frió en mi barbilla, era su mano. Con delicadeza levantó mi rostro hasta quedar a su nivel. Los ojos eran muy oscuros, casi negros, pero me encantaban, me hipnotizaban. De repente noté una presión en la cabeza. Ya su mano no agarraba mi barbilla, pero alguna fuerza me impedía volver la cara a otro lado. Sus ojos se entornaros rojos como el fuego. No podía dejar de mirarlos, lo que a cualquier otra persona le haría sentir pánico, a mi me gustaba, los adoraba. De pronto, entreabrió la boca dejando que sus dos colmillos se asomaran. Crecían lentamente hasta que sobresalieron de sus labios. La boca se abrió más y más y se acercó despacio a mí. La presión que me agarraba desapareció por arte de magia, aún así no giré mi cabeza, ni siquiera por instinto. Me quedé lo más quieta que pude sin una gota de temor en mi ser. Pude notar su aliento en mi cuello. En vez de apartarme, roté mi mirada dejando todo mi cuello a la luz. Su aliento frío y acelerado me estremecía. Pero se apartó. Volví a mirarle, casi decepcionada. Sus ojos volvieron a su normalidad, negros como el carbón. Sus colmillos se ocultaron en su boca.

— ¿No me tienes miedo?

— No — contesté segura.

— Podía haberte matado.

— Lo sé.

Volvimos a mirarnos fijamente el uno al otro. No hicieron falta palabras para entender lo que cada uno pensábamos en esos momentos. Él comprendió que algo me ataba a ese lugar, que no me iría de ahí por nada del mundo, ni por salvar la vida, ni por nada. Yo le comprendí a él. Su rostro se tornó compasivo. Hizo una ligera mueca de preocupación y entonces entendí que solo quería protegerme. Ahora me preguntaba: ¿De quién? ¿De él mismo?

— Se que no me harás daño.

— Confías demasiado en mi capacidad de controlar impulsos.

— Sé que no eres como los demás — me sinceré.

— ¿Y cómo son los demás? No tienes ni idea, Amy.

— Explícamelo. ¡Quiero saber todo de… vosotros! — cambié esta última palabra al plural en el último momento. Lo que yo quería era saber todo sobre él y nadie más.

— Somos depredadores, cazadores, asesinos… llámalo como quieras, pero podemos matar. De hecho matamos a diario. Hay miles de “accidentes” en Down Ville y tú misma has podido ver numerosos cadáveres desde que estás aquí ¿Quieres ser una más? — acabó preguntándome con un tono de enfado en su voz. Pero yo sabía que no era ira lo que sentía, si no que preocupación.

— ¿Por qué te importo tanto? Apenas nos conocemos y ya me has salvado la vida una vez, no hace falta que vuelvas hacerlo — dije cortante.

— Descuida. No lo haré, por eso quiero que seas tu misma la que se ponga a salvo.

— Veo que no vamos a llegar a ningún acuerdo… — asumí defraudada.

— Entonces… ¿te quedas? — se dio por vencido.

— Sí — contesté sin poder evitar que una media sonrisa iluminara mi cara.

— Bueno… Si te vas a quedar tendrás que saber un poco más de nosotros… — dio el brazo a torcer — Ahora tengo que volver con Jane — su mueca de tristeza me lo dijo todo. — El chucho espera fuera — dijo sonriendo.

Al abrir la puerta James estaba al otro lado. Otra vez me habían hecho lo mismo. Empecé a olfatear, pensando que algún olor les podría alertar de ello. James me vio y comenzó a reír.

— No lo intentes — rió a carcajadas.

David marchó.