Addiction

30. capítulo – Nueva visita

Cuando abrí los ojos agradecí encontrarme en el mismo lugar donde cogí mi profundo sueño. Me habría gustado más seguir rezagada en el pecho de David, pues me desperté en el suelo con la mochila de Charlie como almohada.

Los pájaros cantaban alegres por la mañana. Por primera vez desde hacía algún tiempo me sentí segura y feliz. Claro es que esa sensación no perduró mucho tiempo, pero fue suficiente para mí y conseguí relajar mis músculos acurrucados por el frío. Intenté reincorporarme con suavidad, para no dañar más mis huesos que seguramente alguno tendría roto y con cuidado traté de no menear bruscamente la cabeza aún vendada.

Cuando me incorporé pude ver las cenizas de la hoguera que nos proporcionaba un escaso calor. Volví a oír el sonido de los pájaros y, esta vez, en vez de relajarme me asustaron. No vi señales de vida de ninguno de mis amigos y el canto tranquilo de las aves me aseguró que me encontraba sola en el bosque húmedo por la lluvia.

Salí de esa tienda de campaña improvisada y confirmé mis sospechas de que estaba sola. Un pánico invadió mi débil cuerpo: ¿Qué había pasado esa noche? ¿Jane nos había encontrado? ¿Se habría llevado a mis amigos para dejarme sola para ser una presa más fácil? ¿Cómo podía salvar mi vida? ¿David me quería? Cuando esta última pregunta rondó en mi mente me di un golpe seco en la cabeza como si así haría que esas estupideces de niña de 11 años fueran a huir de mi mente. Comprobé de nuevo que no tenía remedio, que daba igual en que peligros o situaciones incómodas me encontrase, que mi madurez no había llegado y que no podía dejar de pensar en el hombre que ocupa posters en las habitaciones de las adolescentes.

Decidí tranquilizarme. Para ello respiré profundamente un par de veces y me adentré en el bosque dejando atrás todas nuestras provisiones. Pronto escuché pasos detrás de mí. Mis latidos aumentaron hasta el punto de parecer que el corazón me iba a salir por la boca. Me paralicé. Estaba segura de que Jane me había encontrado y ¿qué podía hacer? ¿Correr? Por favor, seamos realistas. Me quedé quieta esperando mi destino y el olor a café recién hecho me sacó de mis delirios.

— Te traemos el desayuno — oí la voz amigable de James tras de mí.

Me giré muy despacio, pensando aún que se trataba de una trampa de Jane. Mis miedos se estaban apoderando de mí y comprendí que no debía dejarme llevar por mis temores. Cuando al fin me giré y vi a todos mis amigos sonrientes con el desayuno preparado para ser devorado me reí. Reí por no llorar.

Parecieron no darse cuenta de mis temores. Traté de fingirlos lo mejor que pude mientras desayunábamos donuts, tostadas, café, bollos y todo tipo de productos de pastelería que pudieron traer.

— ¿Por qué os habéis arriesgado a salir? ¡Jane podría haberos avistado! — les regañé sin enfado y contenta por encontrarse sanos y salvos.

— Tenemos la zona controlada y a ti también — me confundió Sam.

— ¿Qué has querido decir con eso? — pregunté anonadada.

— Los pajarillos que han marchado estaban vigilándote, si veían cualquier movimiento me avisarían en seguida. — me sonrió complacido.

— No acabo de acostumbrarme a vuestros “poderes” — dije con ironía.

El desayuno transcurrió tranquilamente. También me informaron de que Jane había desaparecido y que podría volver en cualquier momento. Eso me inquietó, pero me había prometido a mí misma que no tendría miedo.

El día se mostraba amable enseñándonos ese sol que tanta falta nos hacía, en especial a David que estaba muy pálido. Así pues recogimos nuestra tienda de campaña y empezamos a deambular por el bosque. Todo marchaba bien. En mi cabeza rondaban mil preocupaciones, pues no saber cuándo aparecería Jane dispuesta a asesinarme me alteraba los nervios. Pero pronto pasaría me espera.

Cerca del lago de las sirenas, donde nos encontramos con mi enemiga la última vez algo no alertó que de las cosas no andaban del todo bien. Oímos unos aullidos que nos extrañaron mucho.

— ¿Eso ha sido…? — antes de terminar mi pregunta James me interrumpió.

— Aullidos — contestó serio.

— ¿Lobos? ¿En este bosque? Hmm… No creo… — se extrañó Sam.

— No son lobos — nos dijo James sin mirarnos a la cara y fijando su mirada en el suelo — Los conozco — todos le miramos esperando que nos lo aclarara — Son mis hermanos.

— ¿Hermanos? ¡Genial! ¡Nos serás de ayuda! — dijo emocionada y con la sonrisa que la caracterizaba Kate.

— Que seamos de la misma especie no significa que nos llevemos bien.

— ¿Cómo dices? — pregunté yo con cautela.

— Les traicioné y ahora quieren matarme. Vamos, están muy cerca.

 

31. capítulo - ¿Traición o sobrevivencia?

Empezamos a caminar deprisa, tratando de dejar atrás a los licántropos. Al parecer, no iban a atacarnos en esos momentos como nos dijo James.

— Esto se está poniendo muy feo… —dijo mi amigo lobo con una leve señal de miedo en su rostro — Creo que solo se están reuniendo — cerró los ojos y supuse que quería oír algo, todos permanecimos en silencio — Sí, están reuniendo a la manada, no pretenden atacar… de momento. Será mejor quedarnos cerca de las sirenas.

Nadie se atrevía a preguntar por miedo a la respuesta. Acampamos cerca del lago, hicimos una pequeña hoguera para mantenernos en calor ya que los rayos de sol no lograban infiltrarse entre los altos árboles. Todos teníamos la misma expresión. Estábamos pensativos, temiendo lo que podría ocurrir con una mueca de miedo en los rostros, al menos en el mío. No lograba deshacerme del sentimiento de culpabilidad. El simple hecho de pensar que todos estaban a punto de morir por mi culpa me comía las entrañas. No pude resistirlo más, incluso en los momentos más peligrosos en los que me había encontrado en toda mi vida, mi curiosidad no me dejaba descanso.

— James… ¿Qué pasó? — una pregunta corta y concreta. Me envalentoné con ello, pues el rostro de mi amigo se tornó triste y pude identificarme en su mirada: la culpa.

— Yo… —Trató de empezar con las explicaciones. Era obvio que eran muy duras de contar y más para él de recordar. Esperamos pacientes su comienzo, pero parecía que nunca llegaría.

Las luces del lago nos despistaros unos instantes. Una melodía relajante que yo ya conocía surgía de entre las aguas cristalinas. El sonido nos relajó y yo lo agradecí. Miré a David que disfrutaba del canto con los ojos cerrados dirigiendo su cara hacia la escasa luz que se colaba entre las ramas. El brillo de sus labios resplandecía lujurioso. Oh…

— No tienes que sentirte culpable — la voz suave de Ariel nos cautivó a todos — Sé valiente… No hiciste nada malo… Atrévete de una vez y afronta la realidad…

Buscamos con las miradas a nuestra amiga la sirena, pero no pudimos verla. Solo oíamos su dulce voz traspasar el agua y llegar a nuestros oídos dejándonos serenos y, al mismo tiempo, nerviosos por lo que estábamos a punto de descubrir.

— No sé si creerte — le contestó James sin levantar la mirada. Se armó de valor y nos miró fijamente, dispuesto a descubrirnos sus secretos. — Como os habréis imaginado, como hombre lobo que soy pertenezco a una manada. En toda manada hay un líder que impone sus propias reglas. Yo no era de los más fuertes, ni de los más hábiles de mis compañeros y por eso siempre lograba escabullirme de los peligros a los que nos enfrentábamos; vampiros que no aceptaban convivir con licántropos, en algunos casos al revés pues éramos nosotros quienes no los queríamos cerca, humanos desalmados que cazaban por diversión de los que teníamos que deshacernos para proteger nuestra fauna, incluso animales salvajes que nos creían una amenaza… Todos los días era la misma rutina. Como si fuera una vida que hubiéramos elegido libremente, nos encargábamos de proteger y cuidar nuestro territorio siguiendo las indicaciones del líder. Nunca me ha gustado la violencia pero decidí unirme a esta manada por que fueron los que me acogieron después de convertirme. Cuando aún no entendía en qué me había convertido ni qué era entonces, ellos me acogieron como uno más. Solo tuve que comprometer mi lealtad a la manada. Prometí salvar nuestro territorio de posibles amenazas, cuidar la fauna y poner mi raza por encima de cualquier otra. Todo iba bien. Yo permanecía al margen de la violencia diaria. Me escondía detrás de mi piel de lobo, aullaba enfadado, pero nunca toqué a ningún ser vivo… hasta ese día. El día en que me desterraron. Me escapé por unas horas del grupo, como solía hacer casi a diario, para poder retomar mi forma humana y hacer vida social lejos del bosque. Ellos nunca aceptaron nuestra otra mitad. Pocas veces se transformaban en humanos, a no ser que fuera necesario y yo tenía que hacerlo a escondidas para que no me desterraran. Después de comer en un restaurante, de tomar un café con una chica guapísima y de darme una ducha caliente en unos vestuarios públicos volví a mi cruda realidad. Me adentré en el bosque con mi forma humana. No pensé que fuera un peligro para nadie. Allí pude ver a una pequeña niña de unos tres años recogiendo flores acompañada de sus padres. La madre descansaba tirada en la manta del picnic y el padre recogía cerezas de los árboles sin perder de vista a la pequeña. ¿Qué estaban haciendo mal? Al parecer el conejo y el jabalí que tenían de comida habían sido cazados por el padre hacía unos pocos días. La niña estaba arrancando flores “Apach”, una especie única en esos bosques, en peligro de extinción y la madre se había rodeado de insecticida por temor a las picaduras de abeja, pues era alérgica como pude averiguar más tarde escuchando sus conversaciones escondido tras los arbustos. Os pareceré un estúpido, un iluso… pero añoraba esos momentos en familia. Echaba tanto de menos a mis padres que me agarraba con fuerza a las pocas cosas que me podían hacerles recordar. Así me quedé detrás de esos arbustos viendo esa tierna escena familiar, cuando un animal enorme empezó a acechar. Pude oír las órdenes del líder: acabad con ellos. Distinguí entre las sombras los ojos de una de mis compañeros. Traté de alertarle sin que la familia nos viera, pues si descubrían nuestra existencia tendríamos que matarles a todos. Hice señas, silbidos, muecas… pero el licántropo solo fijaba su atención en sus presas. Saltó encima de ellos arrancando de cuajo la cabeza del padre. Los chillidos de esa niña y de su madre aún hoy puedo escucharlos. No sabía qué hacer, estaba asustado, pero debía reaccionar. Así qué algo de mí me empujó a actuar. Salté tomando mi forma animal y me lancé sobre mi amigo. Luchamos a sangre fría durante un buen rato. Los llantos de las mujeres penetraban en mis oídos dándome fuerza para defenderlas. Cuando me di cuenta y paré de luchar, un cuerpo humano yacía a mi lado. Era Chace. El hijo del líder de la manada Christian.

 

Siento tardar tanto el actualizar, pero ñultimamente no tengo tiempo de nada...

32. capítulo — Llegó la hora

No. No nos esperábamos nada de eso. James un traidor, desterrado de su manada, con la condición de que si volvía a ser visto sería asesinado lenta y dolorosamente. No, esto no me podía estar pasando a mí. Yo solo quería ser una chica independiente, como otras millones de mujeres que se emanciparon y lo lograron.

Dejé de sentir lástima por mi misma y traté de dejar mi egoísmo a un lado por un momento Al parecer, yo no era la única amenazada de muerte. No teníamos salida. No había escapatoria. Nos miramos los unos a los otros, en silencio, tratando de leernos las mentes entre nosotros. Mis ojos se encontraron con los de David. Estaba frío, no mostraba ningún sentimiento en su rostro. El brillo de sus ojos me iluminó y pude sentir que no estaba sola. Pero mi tranquilidad duró escasos segundos, como venía a acostumbrarme.

— Está aquí, ha vuelto — dijo David.

— La manada se acerca también — agregó James.

Me levanté de un salto. No sabía qué hacer, no sabía dónde meterme. De pronto un lobo gigante saltó por encima de mí. Miré hacia arriba y le seguí con la mirada. Su vello rojizo brillaba en la penumbra del bosque. Miró a James desafiante. James negó con la cabeza.

— James no quiere luchar. Este es el líder de la manada y no va a dejarle salir con vida. “De paso nos llevaremos a la chica” — nos tradujo Sam leyendo las palabras del lobo.

James comenzó a temblar, cada vez más furioso. Su grito nos hizo cerrar los ojos a todos. Cuando volví a abrirlos dos lobos de tamaño idéntico se miraban desafiantes. Empezaron a dar vueltas retándose el uno al otro. El primero en atacar fue el pelirrojo. Se lanzó cual fiera encima de mi amigo que se defendió con arañazos y mordiscos. La pelea era cada vez más brutal y la sensación de impotencia crecía dentro de mí. No podía apartar mis ojos de la crueldad de la que estaba siendo testigo. David se quedó a mi lado, contemplando como yo la pelea. Cuando me volví para verle ya no estaba. Encima del líder se encontraba David con colmillos blancos y grandes que pronto se hundieron en la piel del animal. Un aullido de dolor retumbó en el bosque. Pude sentir como la tierra se movía bajo mis pies y eso no me dio buena espina. Sin saber que había ocurrido me levanté del suelo. Estaba sangrando de nuevo, esta vez de la boca. Un fuerte y seco golpe debió tirarme, pues fue tan rápido y repentino que apenas me di cuenta. Cuando alcé la vista cinco lobos enormes nos rodeaban. Uno destacaba sin lugar a dudas. Era de tamaño doble. Mucho más grande que el resto y con un pelaje blanco como la nieve, se mantenía alejado del combate dispuesto a salir cuando hiciera falta. Me pareció un anciano con ese pelo blanco, pero por sus músculos bien curtidos supe que era de los más jóvenes.

David y James estaban espalda con espalda, rotando asegurándose de que no podían huir. Y yo, apenas podía mantenerme en pie, les miraba impotente ante tanta dureza. No podían hacer nada, no había solución. Tendrían que rendirse. Escapar. Eso debíamos hacer. Juraría haber oído el rugido de un oso, pero supuse que empezaba a delirar.

Una mano fría, suave, con olor a lavanda me acarició la cara. Cerré los ojos imaginándome a mi madre acariciándome y diciéndome que todo había sido una horrible pesadilla. Tuve que abrir los ojos para darme cuenta de la cruda realidad. Jane estaba riendo a mi lado. Con una sonrisa malvaba, me acariciaba la cara y sonreía como si supiera cómo sería mi destino.

— Es una pena que te hayas entrometido tanto en mi vida. Eres muy guapa y pareces bastante inteligente, pero… vas a morir.

Sus ojos se tornaron rojos como el fuego. Sus colmillos me amenazaron, saliendo a la luz con un brillo escalofriante. La dulce y suave mano que me acariciaba se volvió dura y tersa. Como siseo de serpiente hambrienta, Jane abrió la boca acercándose a mi cuello. No pude resistirme, la mano que antes me tranquilizó ahora me apretaba con fuerza haciendo parecer que me postraba ante sus deseos.

- ¡No! — Pude oír a David gritando sin poder hacer nada para salvarme.

Ahí acabaría mi vida. Por un instante sonreí, sabiendo que por lo menos había sido una gran aventura. Miré a Jane a los ojos. No pensaba darle el placer de ver mi sufrimiento y la miré sonriendo como si deseara que me mordiera y acabara con todo, pues yo iba a morir sí, pero iba a morir feliz. Mi sonrisa no hizo más que enfurecerle aún más y le lanzó a mi cuello como última cena. Noté un ardiente calor entrando por mis venas. No cerré los ojos. No quería perderme ni un segundo de mi ya olvidada vida. Los ojos de Jane enseguida retomaron su color natural y su cara se alejó de mí, con la sangre cayendo por la comisura de sus labios.

— Amy, resiste — me dijo.

No podía entenderlo. ¿No quería matarme?

— Aguanta, te sacaremos de esta — volvió a decirme guiñándome un ojo.

¿Ya me había muerto? ¿Resulta que lo que hay detrás de la vida es el mundo al revés?

Caí redonda en el suelo. La vista empezaba a nublarse y solo pude ver como Jane saltaba encima de un lobo, mordiendo con ferocidad su cuello. Apareció un oso gigante. El oso que antes había escuchado. Apartó de un zarpazo a los lobos que acorralaban a James y a David. Estos renovaron energías y no tardaron en acabar con los cuatro lobos. Quedaba el lobo blanco, que tanto miedo me daba. Se acercó a mí y me lamió la cara. ¿Esto era real? ¿Qué estaba ocurriendo? El lobo blanco tomó su forma humana. Solo era una niña. Apenas tendría 10 años. Abrazó a James y le dio las gracias. Jane cayó al suelo desmayada. Una luz surgió de su cuerpo, como si su alma se escapara… Alma… La mía seguramente ardería en el infierno. No tenía más fuerza, no podía resistir más… Cerré los ojos esperando una nueva y mejor vida en el más allá.