Bilbo Bolsón se pasaba largos ratos frente a su escritorio recordando toda su aventura la cual ya habían transcurrido sesenta años. Y parecía que fue ayer cuando paseaba descalzo por aquellas colinas, entrando en la montaña acompañado por los enanos...podía oler hasta el fuego del gran dragón Smaug. Pero sobretodo, sentía la brisa gélida de aquel lugar...donde vio yacer a Thorin escudo de roble. Cuando lo conoció por primera vez, le pareció una gran persona, alguien digno de un rey, imponía mucho y tenía esa gran y desmesurado carisma. Y aunque tuvieron sus roces, acabaron siendo amigos, solo que...la aventura de Thorin acabó mucho antes que la suya, igual que Kili y Fili. —Me pregunto que diría si me viera ahora que he cumplido con lo que me dijo—pasó la mano por su cara para no llorar, a pesar de los años, aquella muerte le seguía doliendo, como una vieja herida la cual no terminaba se sanar. —He plantado mis árboles, tengo un caliente y cómodo sillón...te echo de menos...Thorin. La mejor manera que podía honrar su memoria era escribir como su valentía y coraje, guiaron a un grupo de enanos a recuperar sus tierras. Y sobretodo, una montaña fría y sus mazmorras bajo ella donde los enanos, maestros herreros usan sus martillos que resuenan por todo el lugar.