La brisa tosca y árida hacía círculos en la noche acalorada, escupiendo la tierra de las calles desoladas y abrazando las casas con una fina capa de piedras y calor. El viento tosía bruscamente y Cristian se revolcaba en su dura cama, sin poder conciliar el sueño. Esa noche estaba más caliente de lo normal, y eso que su pueblo diminuto y olvidado parecía estar sobre la misma superficie del sol, por ello Cristian estaba maldiciendo por vivir en aquel deshabitado lugar y jurando que no era posible que ni en las noches pudiera escapar de los rayos hirvientes del astro rey. Cristianito se cayó de un solo golpe de la cama y maldijo de nuevo dormir en ese coso tan pequeño. Mató algunos zancudos en sus piernas y se levantó mientras salía al patio. Iba a mojarse la cara, o ducharse de una vez en plena media noche, a ver si por fin lograba quitarse la capa de sudor en todo su cuerpo. Salió acompañado de las lagartijas que se movían silenciosas por todas las desteñidas paredes de su humilde casa. Metió la cabeza en la alberca y maldijo de nuevo cuando sintió el agua caliente tocar su cabeza morocha; ya era el colmo de los colmos, que ni el agua se salvara del infierno a su alrededor. Cristian sacó su cabeza y la sacudió como un perro, luego se sentó ahí mismo en el contenedor y recostó su cabeza en una pared, mirando el cielo negro, lleno de nubes vacías y superficiales. Su madre siempre le decía que cuando hacía mucho calor es que iba a llover, Cristian tenía esa pequeña ilusión todos los días, pero nunca sucedía, llover era tan raro como que la monotonía en aquel lugar se rompiera. Suspiró y miró sin ningún interés el pasto amarillento y seco, revuelto en tierra punzante. No tenía sueño y adentro estaba peor que uno de esos hornos que un día vio en una página del periódico que su padre traía cada dos semanas. Aplastó otros zancudos más en sus brazos y levantó la vista hacía el horizonte igual de aburridor. Pero algo se movía entre los pocos árboles a lo lejos, era como una nube, pequeña y solitaria, como un ente indiferente a las demás altivas en el cielo. Se movía con rapidez pero tenía poca fuerza, era como si ya cansada caería sobre el suelo. Aunque la extraña nube no fue lo que más le atrajo la atención, sino fue lo que botaba en su camino; una hilera de copitos blancos y divertidos caía de ella, como si estuviera desangrándose. Cristian abrió esos ojos suyos hasta casi salirse de sus orbitas, mientras una extraña combinación de miedo y estupor en silencio dominaba su cuerpo entero. Saltó rápidamente y corrió unos cuantos metros, ignorando los insectos bajo sus pies y el pasto estéril raspando sus plantas. Se escondió tras el primer árbol que encontró y miró con más curiosidad la cosa negra que se movía como una lagartija escapando de las manos de su pequeño hermano, que se traduciría como la muerte misma. Cristian salió de su ensoñación pasajera y respiró hondo, tomándose las cosas con calma, sobándose los ojos con más fuerza de lo normal; luego frunció sus pobladas cejas y de pronto la insólita nuble le pareció muy inofensiva, y muy divertida. Se levantó la vieja pantaloneta y se la agarró fuertemente, mientras se inclinaba sobre el suelo, listo para correr. Cristian se mordió los labios fuertemente mientras echó sobre la nube; pero está fue más lista y se escurrió entre sus dedos como una ágil serpiente. Cristian sintió su barbilla estampada contra la tierra y cerró los ojos para no ver su horrible caída. Rápidamente se levantó y se limpió un poco, se recogió de nuevo la ancha pantaloneta y corrió detrás de la nube, así como hacía con las gallinas, con la única y sucia forma de entretenerse en su casa. E igual que los pollos, la nube pareció patalear entre sus brazos y se encogió, igualitica a las babosas cuando Felipe (el pequeño monstruito de la familia) las tocaba hasta que se morían. La nubecita, esa misma del principio, quedó secuestrada y Cristian sólo pudo reír como loco y tonto. Corrió de nuevo a su casa y la metió en un tarro, la tapó y se sentó sobre ella, sin quitar la estúpida sonrisa de un niño al encontrar un nuevo juguete. ¾ ¡Me hace el favor y me le baja al tonito Felipe! ¾ ¡Pero mamá…! ¾ ¡Mamá nada! ¡usted no va y punto final! ¾su mamá abrió tanto sus ojos que Felipe pudo verle hasta las entrañas. El mismo Felipito se escurrió sobre la mesa y pateó la tierra bajo sus pies, chasqueando y torciendo gestos a cada rato. Cristian salió a la cocina improvisada en su patio con la misma tonta sonrisa de la noche anterior. Su madre lo miró raro pero no le dijo nada; Cristian se sentó en la banca de guaduas y tomó agua de panela. ¾ ¿Por qué sonríes como idiota? ¾preguntó su hermano al verlo tan feliz, envidioso porque él si podía estar contento. ¾Porqué vamos a ser ricos…o bueno, yo voy a ser millonario ¾respondió con tranquilidad Cristian, sonriendo. Ya se imaginaba una de esas acolchonadas y suaves camas… ¾ ¿? ¾su hermanó lo miró sorprendido y luego negó con la cabeza, pensando que su hermano mayor era un idiota. ¾No me miren así, es la verdad ¾frunció el ceño¾ ayer me encontré una cosa rara en el patio, era como una nube, muy rara… ¾Sí, que llueva es un milagro… ¾interrumpió Felipe con un desanimo tan espeso, que casi podía saborearse. ¾ ¡Cállate y déjame terminar! ¾gritó enojado; pero luego bajó el tono cuando su madre lo miró con esa mirada de “te voy a dar leña si sigues igual de grosero”; y continuó¾ Sí, una nube… botando esas cosas que el profe le dice “popos” o copos… algo muy extraño. ¾Pensé que era nube de plata o algo así… ¾ ¡Tonto! ¾le recriminó por lo bajo¾ tenías que ser el bruto de la familia; ¿no has visto esas cosas raras que papá ve en ese periódico? Son raras y la gente las compra, mi nube es rara...traducido: seré rico ¾y sonrió como idiota de nuevo. ¾Suerte en eso… ¾murmuró pipe, no tenía ánimos para nada. Lo que no sabía Cristianito (y aclaremos, que Cristianito no sabe muchas cosas) es que tendría que irse a la gran ciudad, a aquellas civilizaciones tecnológicas e insensibles, y el camino a burro era de 10 horas hasta llegar al otro pueblo más cercano y luego tomar un bus y esperar otras 10 horas para llegar a la ciudad…y ahí, bueno, enfrentarse a las grandes bestias que acechan la ciudad, y Cristianito no quiere eso, ¡él es muy valiente, un aventurero! Pero su burro necesita comer y él también, y no, Cristian no quiere morir disecado en medio del camino para llegar a su futura riqueza. Cristian suspiró sobre su dura cama, que parecía ser solo tablas y se revolcó sobre ella, pensando que ser para ser rico requería mucho trabajo y mucha dureza, y a Cristianito le gusta ser blandito y le gusta despertarse para comer caldo con su mamá. Cristianito suspiró y pensó que quizás, su destino era morir bajó el suelo árido de su pueblo, con los chulos aleteando sus negras alas, cantando que Cristianito murió, y desgracias vendrán más sobre su pueblo, porque Cristian murió y el sol se apagará. El chico miró su pequeño tarro, con la nube removiéndose en su interior; parecía un demonio, aunque Cristian sentía lástima por la pobre nube, a él no le gustaría vivir encerrado, no podría, ¡atravesaría el mismo cielo si era necesario! Pero después de haber comido, claro. Cristian se levantó y cogió su tarrito, salió sigiloso al patio y corrió unos cuantos metros, pegándose varios insectos a sus peludas piernas. Paró y luego estampó el tarro contra desértico suelo. La nube pareció tragar una bocanada de aire y salió volando como una flecha al cielo, escapando de su encierro, liberando un poco de nieve en su recorrido. Y así como la tuvo en sus manos por momentos de ensueño, así mismo se fue, sin dejar recuerdos de que alguna vez existió.