Tema en 'Habitaciones' iniciado por Insane, 17 Mayo 2019.

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    Laila Meyer.

    Salvavidas.

    Soga.

    Bote.

    Flotador.

    Faro.


    Sería lo que Noah necesitara en ese momento en que no tenía a Cathy y en el que ella no tenía a Shawn, luego de haberle dedicado un discurso espantoso en vez de corresponder a su última muestra de afecto.
    La oscuridad no le importaba, aunque de niña le producía terror; ahora era un manto protector que la separaba de lo que había más allá de las paredes del baño, del resto de la prisión, de las pesadillas que aparecían frente a sus ojos.

    La voz del joven la sacó de la ensoñación que el calor de su propio cuerpo junto al de él le estaba provocando.

    Abrazo.

    Ni siquiera le permitió responder a esa pregunta que tenía tintes de súplica, cuando ya la estaba rodeando con sus brazos. Se quedó estática en su lugar, con los brazos del joven rodeándola, y de repente se sintió diminuta entre aquellas cuatro paredes, la oscuridad y el cuerpo de Noah.
    Tardó en reaccionar y envolverlo suavemente con sus brazos también, decidida a compartirle la poca calidez que aún le recorría las venas. Enterró su rostro en su pecho de manera inconsciente.

    Salvavidas.

    Soga.

    Bote.

    Flotador.

    Faro.

    Una vez más el pico de ira descendió hasta alcanzar el vacío, la tristeza.
    Se aferró con más fuerza al chico, con nuevas lágrimas recorriéndole el rostro oculto contra su pecho. ¿Eso lo había causado ella? ¿Era ese el precio de que Shawn no fuese el favorito de la bruja?

    —Te fuiste —murmuró sin ser capaz de separarse de él para hablar con más claridad—. Te fuiste y tuve que venir por ti.

    No sabía si sus lágrimas eran producto del breve alivio que el saber que notara su presencia le producía o del temor que le producía pensar que aún había una posibilidad de que desapareciera entre sus brazos, sin que la luz de su intermitente faro fuese capaz de traerlo de regreso. Porque su egoísmo era tal que no podía imaginar ese infierno sin Shawn, pero ahora tampoco podía imaginarlo sin Noah.
    No fue capaz de contener el sollozo que le escapó de la boca.

    >>Creí que no ibas a dejarme entrar.
     
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    Noah.

    La acunó en sus brazos de la misma forma en la que la oscuridad lo acunaba a él, recibiéndola, buscando darle el mismo consuelo que él encontraba en la nada. La apretó contra su pecho con sus brazos, con la misma fuerza con la que Laila se había aferrado a él, como si quisiera protegerla de todo rayo de luz, como si quisiera encerrarla entre sus brazos para liberarla de la propia realidad.

    Dejó caer lentamente su propia mejilla sobre la cabeza de Laila, respirando lentamente, de forma casi superficial, como si no quisiera interrumpirla ni en lo más mínimo, como si no quisiera darle un motivo para salir de su pecho y mostrarle el desastre del cual se sentía responsable.

    Hacer llorar a Cathy.

    Hacer llorar a Laila.

    Quería llorar él también, pero ese no era un lujo que pudiera permitirse. Con el llanto venía la liberación, y Noah pretendía encerrar a sus monstruos dentro de él hasta que ya no pudiera más. No quería sacar a esos demonios a la luz de la realidad, donde realmente pudieran lastimarlo, aunque ya se lo estuvieran comiendo vivo por dentro.

    Sonrió apenas mientras subía una mano hasta la cabeza de Laila, buscando acariciarla entre los cabellos, así como siempre hacía con Cathy para tranquilizarla, esa caricia que a él le gustaba recibir en sus peores momentos.

    —¿Ves lo que te ganas por tomar la mano de un extraño en un autobús camino a la prisión? —le preguntó en voz baja, permitiéndose, por un momento, cerrar sus propios ojos—. No seas tonta y no lo vuelvas a hacer, ¿de acuerdo?

    Se mordió el labio inferior para evitar que le temblara, para matar sus ganas de hablar, de desahogarse. Siempre supo que lo que pasaba dentro de la oficina eran secretos que Cathy jamás debía oír, pero las lágrimas de Laila le decían que tampoco era una canción que pudiera cantarle a ella.

    Tenía a Laila tan abrazada a él que prácticamente no sabía dónde terminaba su cuerpo y dónde empezaba el suyo propio, pero se sentía más solo que nunca.
     
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    Laila Meyer.

    Oscuridad. Noah. Oscuridad. Noah. Y más oscuridad infinita.
    Si aquella oscuridad seguía expandiéndose, podía tragarse toda la habitación.
    No era la boca del infierno como Joker, era la garganta de algo peor... por el simple hecho de que fuera capaz de brindarle consuelo en una situación que se había torcido tanto que ya ni siquiera recordaba bien dónde estaba su punto de origen.
    Cualquier cosa que pudiera darle algún grado de consuelo, si no se trataba de la burbuja idílica que Shawn había construido para ella, le resultaba tan tranquilizadora como terrible, porque debía tener una fuerza mayor que la del espectáculo de Agnes.

    Oscuridad. Noah.

    Laila. Oscuridad.

    Un círculo, un nido para ocultarse de la pesadilla que estaba fuera.

    La fuerza de sus brazos en torno a su cuerpo, el peso de su mejilla sobre su cabeza, la caricia que acababa de dedicarle. Todo eso, además del suelo bajo sus pies, eran lo único que la hacía consciente de que el mundo aún tenía límites físicos, de que existía algo más que el manto oscuro a su alrededor.
    Antes de darse cuenta, sus manos comenzaron a acariciar con cuidado la espalda del chico, en una caricia que en otro momento le hubiera parecido el intento de arrullar a un niño.

    ¿Ves lo que te ganas por tomar la mano de un extraño en un autobús camino a la prisión?

    Una sonrisa resignada se formó en sus labios, a pesar de que aún tenía el rostro oculto contra el cuerpo del chico.

    "Lo cierto es que yo me lo busqué, ¿no es así? Si tan solo hubiera rechazado su mano, no estaríamos en esta situación".

    No seas tonta y no lo vuelvas a hacer, ¿de acuerdo?

    Suspiró con pesadez.

    —Nunca he sido buena tomando decisiones —admitió—. Supongo que por eso durante tanto tiempo preferí no tomarlas del todo.

    Sumisión. Obediencia.
    Ambas cosas podían ser igual de letales, tanto fuera como dentro de la prisión.
    ¿Qué más daba si allí por fin decidía algo? Aunque fuese tomar la mano de un desconocido en el autobús, intentar defender a una chiquilla, retar a la zorra, discutir con un niño, abrirle el estómago a alguien, pelear contra Shawn.

    Una mala decisión tras otra. ¿Qué importaba?

    —¿Qué importa? —pensó en voz alta—. ¿Qué importa si tomé la decisión estúpida de tener un amigo en el infierno?

    Lo había dicho... tenía que haberlo visto hecho pedazos para decirlo.

    Idiota.
     
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    Noah.

    Se había dejado consumir por ese ambiente calmo, ese donde no podía ver más que nero, ese en el cual solo podía escuchar la respiración de Laila ahogándose contra su pecho. También podía escuchar el latido de su propio corazón, débil y algo errático, como si, al igual que Noah, también hubiera perdido el rumbo, como si ya no supiera qué era lo que se suponía que tenía que hacer.

    En ese instante, en ese lugar, se limitó a simplemente existir entre los brazos de Laila y nada más.

    ¿Pero cuál era el punto de ese abrazo, de todas formas? ¿Por qué Laila lo abrazaba de vuelta, si no parecía sentirse mejor?

    ¿Por qué se sentía tan culpable por no saber qué decir?

    'Nunca he sido buena tomando decisiones'

    Y él nunca había sido bueno consolando gente.

    'Supongo que por eso durante tanto tiempo preferí no tomarlas del todo'

    Un suave suspiro se escapó de sus labios a medida que abría los ojos, volviendo a acostumbrarse a ese tenue, persistente resplandor, que no los quería dejar sumirse del todo en un mar oscuro. Levantó lentamente la cabeza, haciéndola un poco hacia atrás para mirar al techo, como si las respuestas estuvieran escritas en la luminiscencia de la pequeña bombilla. Las palabras de Laila resonaban en su cabeza como el más gentil de los ecos, como si la frase se tornara cada vez más y más familiar, pues después de todo, esa era su actual realidad.

    Ninguno de ellos podía tomar decisiones, pues lo único que podían hacer era dejar que ella los paseara por su tablero como hojas que se lleva el viento, o intentar resistirse y perder ante la implacable fuerza de la tempestad que Agnes Astaroth podía desatar sobre ellos.

    Él no tenía miedo a que lo rompieran pues lo habían roto una y otra vez incluso antes de ser capaz de escribir esa palabra, pero había una pequeña hoja, no, una pequeña flor que él tenía que proteger, tal y como ella había hecho todo lo que había podido por protegerlo a él en su momento. Cathy había pegado sus pedazos una y otra y otra vez, de la forma que fuera, siempre buscando la manera, y si dejándose llevar cada vez más lejos por el viento era la forma en la que podía mermar la tempestad para su flor, entonces no le importaba que lo soplaran hasta el otro lado del planeta.

    '¿Qué importa? ¿Qué importa si tomé la decisión estúpida de tener un amigo en el infierno?'

    Subió lentamente su mano hasta la coronilla de Laila, ahí donde antes tenía su mejilla, y acarició su cabeza con paciencia, despegando la vista al fin del pequeño punto luminoso en el techo, bajando a ver su silueta contra su pecho.

    —¿Crees que sería más fácil para ti si dejaras de ser mi amiga? —le preguntó en voz baja, dulce, paciente—. Te echaría mucho de menos, Laila, pero si quieres tener alguien menos por quien preocuparte... —Hizo una pausa, buscando el rincón más oscuro de la habitación con la mirada, como si tuviera la intención de moverse hasta allí, pero aferrando su mano a la ropa de Laila, de forma sutil, como si no quisiera soltarla—. Puedo simplemente perderme y no volver jamás...

    Sí, podía hacer eso. Podía perderse en su propia oscuridad, donde nadie pudiera verlo, donde nadie pudiera saber lo que sentía.

    Así nadie tendría que preocuparse pro él.
     
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    Laila Meyer.

    Deseaba fundirse con él, esa era la verdad. Fundirse con Noah y no volver a salir de allí, porque si no salía, si no actuaba nunca más, si no existía... la zorra no tendría motivos para hacerle daño a Shawn.
    Se aferró con más fuerza a su cuerpo, como si se le fuese la vida en ello. ¿Lo abrazaba porque no quería dejarlo solo en la oscuridad o porque ella quería desaparecer allí?

    Ambas.

    La muerte, el vacío, la nada, nunca antes se le habían presentado tan tentadoras como ahora.

    Otra vez la caricia de Noah sobre su cabeza, recordándole los límites físicos del mundo.

    ¿Crees que sería más fácil para ti si dejaras de ser mi amiga? Te echaría mucho de menos, Laila, pero si quieres tener alguien menos por quien preocuparte...

    Separó el rostro de su pecho por fin, inhalando con fuerza, como si acabara de sacar la cabeza a la superficie luego de haber estado sumergida demasiado tiempo y guardó silencio por la que de repente le pareció una eternidad.

    —No. —La respuesta fue tajante, completamente diferente a sus frases anteriores.

    Retiró una de sus manos de la espalda del joven y la extendió a su rostro, ese rostro pálido, destrozado, pero que pertenecía a él, al Noah que había elegido como su amigo sin apenas darse cuenta.
    Acarició su mejilla con delicadeza antes de deslizar su mano hasta su cabello, atrayéndolo hacia sí hasta que estuviese a su altura.

    >>Déjame preocuparme por ti —murmuró luego de depositar un nuevo beso sobre su mejilla, como había hecho en la playa—. Si es lo único que puedo decidir en este infierno, déjame hacerlo. Déjame perderme aquí.

    No esperaba una respuesta, al menos no una que surgiera de su boca. Solo quería que la dejara estar allí, aunque no fuera útil en lo más mínimo.
    Guardó silencio, mientras era ahora ella quien se dedicaba a acariciar su cabello, absorta en esa sola acción repetitiva.
     
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    Noah.

    Las manos de Laila se sentían tibias contra su piel helada, haciéndole recordar lo que se sentía el calor; llevaba tanto tiempo sintiendo frío que ya no podía sentirlo, y un suspiro se escapó de sus labios al recordar cómo se sentía una caricia. Había perdido la cuenta de los días que habían pasado desde la última vez que había sentido algo que no fuera rabia, miedo o angustia, o a veces todas juntas, así que su rostro, por instinto, buscó apretarse contra la palma de Laila, cerrando los ojos por un momento.

    Dejó caer la frente contra la de ella, sintiéndose, de alguna forma, aún más cansado de lo que ya estaba, como si estuviera listo para caer dormido en ese mismo lugar, en ese mismo instante. Su cuerpo se iba relajandocon el tacto de Laila, lo reconocía como algo seguro, algo reconfortante; una sensación que Noah no supo cuánto extrañó hasta que la recuperó.

    'Déjame preocuparme por ti'

    El tacto de sus labios sobre su mejilla, el tono de su voz, sus propias manos subiendo hasta el rostro de Laila para tomarlo como ella lo sostenía a él...

    Se siente como Cathy... ¿Cathy?

    'Si es lo único que puedo decidir en este infierno, déjame hacerlo. Déjame perderme aquí'

    Se detuvo a medio camino de sus labios, con los suyos entreabiertos, a escasos centímetros de los de Laila, como si estuviera listo para reclamarla, y abrió los ojos con lentitud, alzando la ceja.

    —¿Infierno? —le preguntó en un susurro, y otro suspiro se escapó de sus labios al sentir su propio aliento rebotar contra el rostro de Laila, y negó un par de veces con la cabeza, sin despegar su frente de la de ella—. El infierno no existe, Laila. Esto es solo un lugar...

    Se mordió el labio inferior y sus manos viajaron hasta su nuca, como si quisiera tenerla presa en esa posición, en esa cercanía que, a pesar de lo asfixiante, no se sentía suficiente. Su cuerpo había pasado tanto tiempo preso de la angustia que, al parecer, no parecía querer renunciar a algo que se sentía así de bien.
     
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    Laila Meyer.


    La forma en que lo vio buscar aún más su tacto le recordó al diminuto gato de la habitación, ese que había tenido que dejar atrás a pesar de todo. Así como, tarde o temprano, debería hacer con Noah.
    Llegaría ella, su maldita voz, para romper aquel nido de oscuridad y obligarlos a volar separados. Separados de Cathy y Shawn, separados de todo lo que les recordara que existía aún un mínimo de calidez en el mundo.

    El tacto en su rostro, frío, pero aún así reconfortante la hizo cerrar sus ojos. Abandonándose a su propia calidez, que parecía rebotar del cuerpo de Noah.

    ¿Infierno? El infierno no existe, Laila. Esto es solo un lugar...

    Fue el aliento de Noah contra su rostro lo que la hizo abrir los ojos por fin y un suspiro escapó de su boca cuando lo sintió sujetarla por la nuca, como si quisiera impedir que escapara. Clavó sus ojos magenta en él, sin siquiera reparar en la cercanía.

    —¿Que no existe? Probablemente. —Se le escapó una risa ronca y recordó aquella extraña orden que Shawn había parafraseado de los labios de Agnes—, pero la zorra se ha encargado de crearlo, ¿no te parece?

    Tomó el rostro de Noah entre sus manos, acariciando sus mejillas y se separó ligeramente de él, para poder enfocar mejor su silueta y no sentir su aliento rebotar en él.

    Como rebota en Shawn.

    —Un bonito infierno personal, donde toma todo lo que desea de nosotros. Donde toma lo que me pertenece y lo consume frente a mí, donde me empuja al borde hasta destrozar todo lo que alguna vez fui, hasta que no queda nada reconocible, y une los trozos hasta formar un demonio. Un infierno en el que me regresa nada más que un saco con fragmentos desorganizados de ti. —Otra risa se le escapó de la boca. Todo lo que decía tenía el tinte de un enorme delirio—. ¿Sería suficiente hacer lo mismo? ¿Tener la posibilidad de hacerlo, en un universo alterno, en una burbuja separada de esta cárcel? Tomar todo lo que es suyo y consumirlo frente a ella, hasta verla revolcarse de ira.

    El demonio que le había cedido el puesto amenazó con regresar y tuvo que contener el impulso de clavar las uñas en la piel ajena, como la bruja había hecho con Shawn, como había hecho también en el rincón de juegos luego de azotarla contra la mesa.

    >>Oportunista, manipuladora, sucia, repulsiva. Eso es la perra para mí y lo cierto es que la odio, como la mitad de todos aquí. —Su agarre se deslizó a los hombros de Noah, atrayéndolo hacia sí nuevamente, fundiéndose en un abrazo con él—. Pero aún así, ¿quién no desearía ser ella y tener todo el poder?
     
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    Noah.

    El ceño de Noah se retorcía entre asombro y furia con cada una de las palabras de Laila, y el hecho de que se hubiera separado de él tampoco le había caído en gracia, por más que no lo fuera a admitírselo ni a él mismo. Se mantuvo así, mirándola, sosteniéndola por la nuca, y de pronto, aquellas hendiduras en su nuca empezaron a tomar sentido en su cabeza.

    'Agnes'

    Estaba en todas partes, en todo momento, siempre presente, sin dejar que nadie la olvidara.

    Rompió el contacto visual mientras negaba ligeramente con la cabeza, dejando descansar sus muñecas sobre los hombros de Laila, soltando su cuello como si el tacto de las cicatrices le hubiera quemado las manos. Apretó los labios y, luego de escuchar aquella interminable lista de insultos, Noah chasqueó la lengua, dejando salir un profundo suspiro luego, como si estuviera tratando de acumular paciencia.

    —¿Te sientes mejor? —le preguntó en voz baja, volviendo la vista a ella, viéndola con profunda confusión—. ¿Te hace sentir mejor decir todas esas cosas, Laila?

    La valentía no era un concepto que Noah tuviera muy en claro, pero lo de Laila... ya estaba rayando la estupidez.

    Siempre presente, siempre escuchando. Omnipresente.

    Un nudo volvió a formarse en su estómago y su respiración se volvió ligeramente irregular a medida que la oscuridad alrededor de ellos se iba aclarando con las primeras luces de la madrugada. Sus ojos, erráticos, iban y venían entre un punto detrás de Laila (como si estuviera esperando que ella se apareciera) y sus orbes, preocupado.
     
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    Laila Meyer.

    Tiró de la camiseta del chico, haciendo que volviera a quedar a su altura y se acercó a su oído, sin importarle que la hubiera soltado como si le quemara de repente, sin importarle que hubiera chasqueado la lengua y que pareciera al borde de perder la paciencia.

    —¿Sentirme mejor? —murmuró en su oído, esperando que la cercanía fuese suficiente para evitar que alguno de los miles de oídos que Agnes tenía alrededor del infierno la escuchasen—. Solo soy una maldita basura que hace esto porque ella le dio permiso. Porque necesitamos de su permiso para todo. No soy tan estúpida como parezco, cariño, después de todo siempre he sido usada como una muñeca. Esta vez no es diferente.

    Se separó nuevamente, despacio, dejando un último aliento en el oído del muchacho y apoyó la frente en su pecho.
    La oscuridad retrocedía, pero ella se negaba de dejarlo, porque la penumbra estaba siendo sustituida por un densa bruma mental que desorientaba su mente ya de por sí inútil.
     
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    Noah.

    ¿Qué era aquello que veía en los ojos de Laila? ¿Qué era aquello que sentía en su pecho con cada una de sus palabras? Volvió a negar con la cabeza, lento, sin dejar de mirarla, volviendo a apretar los labios tratando de reprimir una sonrisa que no tenía nada de feliz.

    Envidia. Eso era lo que sentía, porque Noah no tenía coraje ni para odiar a Agnes, aún después de todo lo que había hecho.

    «Cathy está viva gracias a Agnes» pensó, y un nudo se formó en su garganta, pues también sabía que estaban en ese lugar gracias a Agnes.

    Y volvió a sentirse abrumado en su propia cabeza, ahogado entre sus recuerdos, impotente ante la ruidosa batalla entre su moral y lo que tenía que hacer. Cerró los ojos con fuerza no bien sintió los labios de Laila acariciar su oído con aquel susurro, e inconscientemente, llevó una mano a sus propios labios, como si estuviera protegiéndolos de la mera idea de sentir esas caricias en otra parte de su cuerpo, en otra parte de su rostro.

    Cathy. Agnes. Laila.

    Estiró su otro brazo para cerrar la puerta, matando así la luz que se colaba por el cuarto, devolviéndole la oscuridad a esa pequeña habitación, devolviéndose la falsa sensación de seguridad. Su mano bajó desde sus labios hasta la cabeza de Laila y sus dedos se hicieron paso a través de su cabello, volviendo a tocar la cicatriz en su nuca, permitiéndose olvidar todo lo demás menos ese nombre, esa amenaza inminente.

    Un recordatorio, tal vez, de que nunca podría ser capaz de contarle nada a Laila, de que tenía que contenerse y no alimentar su rabia.

    —No la desafíes, por favor —pidió en voz baja, recibiéndola entre sus brazos a nueva cuenta, con la mano anclada a su cuello; no debía olvidar, no debía soltarse—. Quédate aquí conmigo donde no tienes que sentir nada si no quieres. —Su otra mano se aferró a su camisa, a la altura de su cintura, así como Laila se había aferrado a él—. Aquí... aquí todo está bien...

    Todo estaba bien porque si el mundo decidía derrumbarse a su alrededor la oscuridad no le permitiría ver nada.
     
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    ¿Qué estaba haciendo?

    No.

    ¿Por qué lo hacía?

    Galen. Galen seguía fuera. Galen que adoraba a Shawn, Galen a quien la bruja podría usar.

    Un solo movimiento bastó para que la oscuridad los absorbiera completamente, separándolos del exterior, cerrando aquella burbuja por fin. Apagando la idea ansiosa que había comenzando a rebotarle en la mente.
    La estaba invitando a quedarse... En realidad casi lo estaba suplicando.
    De nuevo el tacto en su nuca, otro suspiro que escapaba sin permiso de su boca.

    No la desafíes, por favor.

    Quédate aquí conmigo donde no tienes que sentir nada si no quieres.


    Oscuridad. Noah. Noah. Oscuridad.
    Un círculo que la separaba de lo que había más allá, de la bruja, de las represalias, del terror. Lo sintió aferrarse a ella y por un instante sus piernas estuvieron por perder la capacidad de sostenerla, y de no ser porque era precisamente su agarre el que la mantenía de pie, hubiera trastabillado.

    Quedarse.

    ¿Dónde más iría en ese momento que no fuese a la oscuridad de Noah? Tentadora, extrañamente placentera, con capacidad para adormecer sus pesadillas, las imágenes que rebotaban en su cabeza desde hace días.

    Quedarse.

    Había metido a Noah a la boca del lobo cuando Agnes la había obligado de responder en la oficina, pero ahora estaba allí, entre sus brazos, en un mundo constituido por nada más que oscuridad.

    —Cerraste la puerta, yo rompí el espejo. —Las palabras salían sin permiso de su boca—. Somos tú y yo, Noah, aquí ni siquiera nuestro reflejo nos alcanza.
     
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    Noah.

    Ya no había diferencia si tenía los ojos abiertos o cerrados, y de cierta forma, se alivió de saber que aquella penumbra era, en efecto, ininterrumpida, densa e inminente, que estaban completamente sumergidos en ella. Se sentía tan desorientado en esa misma nada que, de no haber sido por estar sosteniendo a Laila, seguramente sus sentidos se habrían dejado llevar por aquella ausencia de estímulos y habría perdido hasta el equilibrio.

    Perder todo... Perderse a sí mismo.

    —¿Ves? —le preguntó en voz baja, dejando caer su propio rostro sobre la cabeza de Laila, como si estuviera hundiéndose en ella—. Siempre puedes venir aquí conmigo y no tener que ver nada. —Siguió acariciando la base de su cabeza con total paciencia—. Aquí estás a salvo incluso de ti misma, aquí puedes esconderte cuando te pidan hacer algo que no quieres.

    Un espacio tan simple, tan cómodo... Ya prácticamente no quería salir.
     
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    Quedarse. Perderse. Morir.

    ¿Cuál era la diferencia? Morir unos segundos, unos minutos, unas horas... Allí, en la oscuridad, podía hacerlo.

    Realmente podía hacer muchas cosas.

    "Basta".

    La voz de Noah llegó a sus oídos a través de la penumbra, desde un lugar lejano, impidiendo que se hundiera completamente en aquel manto de negrura. Otra vez el peso de su rostro sobre su cabeza.
    El mundo aún tenía límites físicos.

    "¿Y si los desaparecemos? A la zorra tampoco le importan mis límites, ¿por qué van a importarme a mí los suyos?".

    "Silencio".


    Siempre puedes venir aquí conmigo y no tener que ver nada.

    Estuvo por abrir la boca y arruinarlo todo, decir que una vez que Agnes los sacara de allí no podría volver a ser cubierta por su oscuridad a pesar de que fuese lo único que deseara. Sus labios se cerraron despacio, negándose a arruinar el refugio que mismo había construido y al que la estaba invitando.
    Las caricias en su nuca, pacientes, constantes... impidiendo que su mente se reorganizara.


    Un pesado suspiro escapó de su boca y volvió a llevar sus manos al rostro del muchacho, agradeciendo que la oscuridad la ocultara. Lo atrajo hacia sí, deteniéndose a medio camino.

    La bombilla del faro parpadeaba.

    Cortocircuito. Todo el sistema amenazaba con fundirse.

    —Necesitas descansar —murmuró sintiendo su aliento rebotar en el rostro del muchacho una vez más—. ¿Lo harías conmigo?

    Otra vez aquel impulso terrible de clavar las uñas en la piel ajena. Se permitió rozar suavemente la piel de su rostro con el filo de sus uñas.

    >>Prometo cuidarte. No dejaré que nadie entre a la burbuja.
     
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    Sentía como si el paso del tiempo se hubiera detenido para ese instante, para ese lugar en concreto, pues había perdido toda noción de sus alrededores. Simplemente estaba allí, parado, perdido en ese abrazo que poco a poco se iba sintiendo más y más lejano, como si estuviera perdiendo la consciencia, como si se estuviera durmiendo.

    No podía culparse si lo hacía, porque su cuerpo se lo estaba pidiendo a gritos y él pretendía seguir ignorando sus necesidades. No quería cerrar los ojos y encontrarse con lo que fuera que lo estuviera esperando en las pesadillas que sabía que iba a tener.

    ¿Y si también había oscuridad en sus propios sueños?

    Empezó a sentir la ansiedad anudarse en su estómago, empezar a subir a su pecho, y se mordió el labio inferior con fuerza, abriendo los ojos para ver exactamente lo mismo que veía cuando los tenía cerrados. ¿Los habría abierto? ¿Los habría cerrado? Y de pronto, de solo pensar en lo que se pudiera manifestar en sus sueños, volvió a sentirse tan inseguro como se sentía cuando encendía la luz.

    De pronto sintió a Laila separarse de él y el nudo en su estómago empezó a subir hacia su pecho, como si hubiera perdido su punto de anclaje y se sintiera en plena caída libre. Su mano se aferró de nuevo a su ropa, con miedo de que siguiera apartándose y ya no pudiera volver a encontrarla. Estaba inestable, confundido, y las olas de su mar oscuro empezaban a moverlo de un lado a otro.

    'Necesitas descansar'

    El aliento de Laila en su rostro le arrancó un suspiro de sorpresa, y la suavidad de sus manos acunando sus mejillas le devolvieron el ritmo tranquilo a su respiración.

    Ahí estaba, no se había ido a ningún lado.

    '¿Lo harías conmigo?'

    ¿Qué cosa en particular?

    'Prometo cuidarte. No dejaré que nadie entre a la burbuja'

    ¿Y si lo que le preocupaba era que ella se fuera a salir?

    Asintió lentamente con la cabeza, sin comprender realmente a qué estaba accediendo, sintiendo que había pasado mucho tiempo sin descansar para recordar el significado del concepto. Ladeó su cabeza para apretar la mano de Laila entre su mejilla y su hombro y volvió a suspirar.

    Esa caricia se le estaba volviendo demasiado superficial y escasa para lo mucho que necesitaba de Laila en esos momentos.
     
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    La forma que lo sintió aferrarse a ella antes de que sintiera sus manos de nuevo la hizo sonreír brevemente, en la oscuridad. No importaba lo que dijera ese maldito demonio que había creado Agnes, lo que la hiciera pensar o sentir.
    Noah ahora mismo era un niño roto del que debía cuidar, un niño roto al que no iba a dejar solo hasta que se lo arrancaran de las manos. El chico asintió, sin dudar siquiera, y apretó su rostro contra su mano.

    Fuera de la burbuja, escuchó los altavoces activarse. El niño y el enmascarado. Era el turno de ambos en el infierno.
    Lo escuchó salir de la habitación

    "No me regreses más personas rotas, zorra asquerosa. Déjame cuidar de uno a la vez".

    —No iré a ninguna parte, cariño —murmuró tan bajo que creyó que no la escucharía—. ¿Confías en mí?

    No esperó su respuesta, volvió a separarse de él cuidadosamente, deslizando su agarre a sus manos, presionándolas levemente.

    >>Voy a pedirte que cierres los ojos, ¿está bien? Que cierres los ojos y me sigas, sin miedo, porque no te haré daño, ¿de acuerdo? —Esperó que el muchacho hiciera lo que le decía, confiaba en que lo haría. Soltó suavemente su mano izquierda y la llevó hacia atrás, asiendo el pomo de la puerta y abriéndola lentamente, los cristales rotos del espejo hicieron ruido al ser arrastrados por su movimiento y reflejaron cientos de diminutos fragmentos de luz. Pudo ver el rostro de Noah de nuevo, pálido, con los ojos cerrados—. Esta vez yo te guiaré dentro de la oscuridad, Noah.

    Frío. Sintió por primera vez el frío del aire acondicionado del cuarto.

    Avanzó despacio, sin soltar su mano ni perderlo de vista ni un segundo, como si temiera que la luz lo consumiera vivo, como si tuviera terror de que abriera los ojos y volviese a perderse, incapaz de notar su presencia.
    Sin siquiera darse cuenta, empezó a tararear una melodía, como si quisiera opacar cualquier pensamiento que le llegara a la cabeza ahora que la luz estaba presente de nuevo.
    Se acercó a la ventana y cerró las persianas de la habitación, dejando apenas unas finas líneas de luz. Siguió avanzando, despacio, como si apenas rozara al suelo bajo sus pies, en silencio, como un felino. Se acercó al televisor aún encendido, sin tomar riesgos y lo desconectó directamente de la toma de corriente.

    "Nada va a romper mi maldita burbuja mientras pueda evitarlo".

    Unos pasos más. Solo unos más... Se acercó al interruptor de las luces y las apagó por fin, sintiéndose rodeada por la oscuridad nuevamente. Dejó salir un suspiro de alivio.

    —Listo. Si quieres puedes abrir los ojos. —Seguía sin soltar su mano y volvió a guiarlo a tientas hacia donde recordaba que estaba la cama y cuando sintió el borde de esta golpearle las piernas, despacio lo hizo sentarse en ella y prácticamente de inmediato lo tomó por los hombros, para que se recostara—. Accediste a descansar si era conmigo, ahora cumple tu palabra, por favor.

    Se sentó en el borde de la cama, junto a él, adivinando la silueta de su cuerpo en la oscuridad. En su oscuridad. Volvió a extender su mano hacia su rostro, permitiéndose acariciar su mejilla y obedeció a un único impulso, proveniente de aquella Laila que acompañaba al quebrantahuesos.
    Apoyó la rodilla a un costado del cuerpo de Noah y se inclinó con cuidado sobre él, depositando un beso sobre su frente.

    —Solo para recordarte que sigo aquí. —Su voz fue un tenue murmullo, que pronto se perdió entre las paredes de la habitación en tinieblas.
     
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    Ceci

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    Noah.


    ¿Confías en Laila, Noah?


    Su mano se cerró alrededor de la de Laila de forma débil, insegura; sus pasos eran inciertos, temerosos, como si no estuviera del todo de acuerdo con la idea de salir de allí, pero demasiado cansado como para ofrecer cualquier clase de resistencia.

    Deja que te guíe... Después de todo, tú no sabes a dónde ir...

    Cada paso que dio le recordó cuánto le dolía el cuerpo. Cada nota de esa melodía desconocida se adentró por sus oídos y taladró su cabeza. Cada vez que respiró sintió la presión crecer dentro de su propio pecho.

    Cuando intentó abrir los ojos sintió como si tuviera arena dentro de los párpados.

    Descanso. La promesa del descanso le había recordado lo mal que se sentía, como si su cuerpo hubiera estado en piloto automático, completamente desconectado.

    Confías en Laila, Noah.

    Apretó el agarre de su mano con la última fuerza que le quedaba, y la situación se tornó borrosa en su cabeza. Una presión en sus hombros, su cuerpo cayendo en la cama, la almohada fría en su nuca, los labios tibios de Laila en su frente.

    Sus manos ahora vacías.

    '... sigo aquí'

    «No te vayas» pensó, y mientras sus ojos se cerraban por sí solos, mientras su respiración se hacía más y más pesada, levantó una mano hacia el rostro de Laila, dejándola caer junto a su cabeza, sobre la almohada, tan pronto sus ojos se cerraron, sin haber sido capaz de alcanzarla.

    Su cuerpo se había desvanecido en esa oscuridad sin siquiera pedirle permiso.
     
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    Zireael

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    Laila Meyer.

    Fragmentos.

    Cristales rotos.

    Pedazos filosos de lo que quedaba de su personalidad esparcidos en la oscuridad, amenazando con cortarla.

    ¿Desde cuándo ella cuidaba de otros en vez de ser la que todos los demás cuidaban? No. Solo unos cuantos lo hacían, el resto solo se aprovechaban. El resto la usaba.
    La difusa silueta de la mano de Noah acercándose a su rostro, antes de caer sobre la almohada la hizo suspirar con pesadez. Retrocedió, quedando sentada junto a él, con la vista clavada en esa mano que había intentado alcanzarla una última vez antes de desconectarse.

    ¿Quién además de Shawn había intentado alcanzarla antes? ¿Su padre? ¿Richard? ¿Su madrastra? ¿Su madre antes de morir luego de traerla al mundo?
    Familia. Solo su familia la había intentado alcanzar, esa misma familia que la había intentado proteger tanto del mundo que ella no había aprendido a lidiar con él y necesitaba la protección de alguien para no ser usada, para poder lidiar con un mundo exterior que le resultaba aterrador.

    Se llevó las manos al rostro, cubriéndose los ojos y dejó las lágrimas fluir silenciosamente, empapándole la piel.

    La sangre de Noah, su rostro pálido, su voz pidiéndole que apagara la luz. Su cuerpo helado entre sus brazos, su propia calidez rebotando en él, sus labios en su oído susurrando, sus manos en su rostro, las de él en su nuca. Aquel retorcido deseo de clavarle las uñas en la piel como la zorra había hecho con Shawn.
    Sus alientos colisionando en el rostro del otro, desesperados por encontrarse, reclamarse en aquella oscuridad que los ocultaba del exterior. El terrible exterior.

    Espejos.

    Había mentido. Acababa de notarlo. En la burbuja de oscuridad no había destrozado todas las superficies que los reflejaran, porque lo cierto es que eran espejos el uno del otro. Sus reflejos amenazaban con fundirse entre sí, irreconocibles, amalgamados, letales.

    Noah y Laila.

    Un niño roto por la bruja y una sumisa cuya paciencia burbujeaba por esa misma zorra.

    Sinsonte y Lammergeier.

    Un pajarillo imitador y un ave de presa que amenazaba con fracturarlo todo.

    Separó las manos de su rostro por fin, sorbió por la nariz, y se levantó despacio de la cama, rodeándola, para sentarse en el otro extremo. Sola, vacía, oculta por la burbuja que había expandido para él.
    Se recostó por fin, boca arriba, sin saber realmente si tenía los ojos abiertos o no. Pasaron eternos minutos hasta que giró sobre su costado, en dirección al muchacho junto a ella y extendió la mano hasta la suya, esa que había caído sobre la almohada. Entrelazó sus dedos con delicadeza e inmediatamente después se abandonó a la oscuridad de forma definitiva, mentalmente agotada.
    Su respiración pesada se acompasó a la de él.

    Allí, en ese mundo oscuro e infinito, Noah era lo único que tenía... aunque fuese un préstamo de la bruja.
     
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    Zireael

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    Laila Meyer~Lammergeier.

    Frío.

    Oscuridad.

    Bruma.

    Su propia respiración agitada... junto a la de alguien más.
    Tensión, asfixia, calor abrumador, humedad.

    Los altavoces activándose y la voz de Agnes surgiendo de ellos la hicieron despertarse de golpe, con el corazón latiéndole desbocado en el pecho, siendo recibida por la habitación oscura.

    Su burbuja.

    ¿Regresar a la realidad?

    De solo pensarlo su estómago dio un giro.
    Pasaron minutos hasta que fue capaz de regularizar su respiración y percibir siluetas en la oscuridad.
    El calor humano junto a ella la hizo voltear el rostro, el calor que había buscado por el frío de la habitación, el calor que en sus sueños la estaba asfixiando.

    Noah.

    Su respiración se detuvo de golpe y su cuerpo reaccionó antes que su propia mente, arrojándose al borde opuesto de la cama, casi cayendo en el proceso.
    Tragó grueso y dejó salir un pesado suspiro.

    Despierta a Noah.

    "Estoy hasta los ovarios de tus órdenes, zorra".

    Sentía la boca pastosa, terriblemente seca.
    Se levantó de la cama, anclando una mano al borde para poder guiarse hasta el lado en que él descansaba.

    No quería. Se maldijo a sí misma por ello, pero no quería.
    No deseaba despertarlo, salir a la luz y enfrentarlo. Llevaban demasiado tiempo en la oscuridad, o eso le parecía, no era capaz de imaginar cómo lidiar con Noah ni con nadie en la luz.

    Sin embargo, debía hacerlo si quería evitar algo peor. Si quería mantenerlo a salvo de alguna forma.
    Era irónico, sí, pero tenía sentido para ella.

    Permaneció junto a su lado de la cama, en silencio, hasta que por fin deslizó su mano a la de Noah, subiendo por su brazo.

    Calor. ¿Por qué era ella quien parecía estar fría ahora?

    Lo agitó suavemente, como si temiera desarmarlo con un movimiento.

    —Noah, car... —La siguiente palabra se le quedó atorada en la garganta y tuvo que tragársela a la fuerza antes de seguir hablando—. Noah, debemos irnos.

    Nada. Volvió a agitarlo, con un poco más de fuerza esta vez, a pesar de que temiera lastimarlo o sobresaltarlo; y volvió a inclinarse sobre él, para acercarse su oído.

    >>Noah, es hora de despertar.
     
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    Había permanecido tanto tiempo suspendido en esa nada... ¿o quizás habían sido unos breves minutos? El mundo de los sueños era un lugar místico en el que cualquier cosa podía pasar, y sin embargo, él solo veía negro. Se sentía como si estuviera flotando en el agua, suspendido sobre una laguna oscura, en donde no sabía si se estaba cayendo al vacío y no se daba cuenta, donde no podía diferenciar el suelo del supuesto cielo.

    No sentía nada de su propio cuerpo, ni siquiera podía sentir el aire entrar o salir por sus pulmones, como si fuera una criatura inerte, una mera escencia sin rumbo; pero dentro de toda esa ausencia total de estímulos, podía sentir una ligera presión, una tenue calidez, envolviendo una de sus manos, y esa mano era lo único que él podía reconocer como parte de él. No sabía dónde estaban sus piernas, no sabía dónde estaba su rostro... solo sabía dónde estaba su mano.

    Hasta que la presión desapareció y se llevó consigo el calor y de pronto ya no sintió absolutamente nada.

    De pronto esa oscuridad empezaba a comérselo por completo, y poco a poco, también empezó a dejar de sentir su mano.

    Estaba desapareciendo.

    Estaba solo.

    Y ya pronto dejaría de estar.

    ¿Y si se acostumbraba a la nada, a dejar de sentir, a dejar de existir? ¿Y si se olvidaba de todo y se dejaba consumir? ¿Y si algún día se arrepentía de estar tan solo y quería volver?

    ¿Acaso sabía cómo volver?

    Entonces, de un momento a otro, empezó a sentir dónde estaba su brazo, sintiendo que era bañado en una calidez que le permitía reconocer aquella parte de su cuerpo. De pronto un temblor lo sacudió, y de pronto supo dónde estaba su propio torso, y luego su rostro, y luego sus piernas, y así con el resto de su cuerpo.

    Ahora existía, pero, ¿cómo encontraría su camino fuera de allí? El silencio era ensordecedor.

    'Noah'

    Sí, ese eres tú.

    Volteó su rostro en la dirección de aquella voz, reconociendo ese llamado, y todo su cuerpo empezó a cosquillear, sintiéndose vivo.

    'Noah, es hora de despertar'

    No la hagas esperar.

    Noah.

    —¿Laila? —la llamó con voz rasposa, abriendo por fin los ojos—. ¿Qué...?

    No alcanzó a terminar su pregunta, sintiendo como si la cabeza le fuera a explotar. Cerró los ojos de nuevo y se llevó el talón de la mano hasta sus pestañas, rascando sus ojos sin demasiado cuidado. Aún le picaban, aún le dolía todo.

    Dormir y descansar eran dos conceptos diferentes, después de todo.
     
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    Zireael

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    Laila Meyer~Lammergeier.

    Por un momento el temor de enfrentarlo fue sustituido por el temor de que no fuese a despertar, de que se hubiese perdido en la oscuridad para no regresar, pero su miedo retrocedió cuando la escuchó llamarla y volvió a suspirar, esta vez de alivio, antes de separarse de él.

    "Buen chico".

    Llevó la mano que tenía en su brazo a su rostro, dedicándole una breve caricia, la que aquel maldito demonio que había despertado con la voz de Agnes le permitió.

    —Soy yo, sí. —Notó que se enjuagó los ojos con fuerza y le tomó la mano, retirándola para que no fuese a hacerse daño. Hablaba bajo, como si quisiera que solo él la escuchara a pesar de estar solos en la oscuridad—. Debemos irnos, Noah.

    Tiró suavemente de su mano, animándolo a incorporarse, y lo atrajo hacia sí para abrazarlo un instante.

    Otra vez el calor.

    —No quiero sacarte de aquí, pero tampoco quiero que te haga algo por no ir, ¿entiendes eso? —murmuró, justificándose más consigo misma que con él. No sabía qué sería peor, quedarse o ir. Deshizo el abrazo despacio y volvió a tomarle la mano—. Iremos juntos, como en el autobús. Si no quieres abrir los ojos aún, sabes que puedes confiar en mí para guiarte.

    Entrelazó sus dedos y volvió a tirar suavemente de su mano para que se levantara.
    Caminó despacio hacia la puerta que logró identificar por el fino hilo de luz que se filtraba por debajo y la abrió, siendo recibida por la claridad del pasillo que le atravesó el cerebro como un dardo. Una parte de ella deseó echarse a llorar, regresar sobre sus pasos y ocultarse en aquella burbuja de oscuridad por toda la eternidad, pero el demonio no se lo permitió... como no le había permitido rendirse en la jaula.

    Dio el primer paso fuera de la habitación, sin soltar la mano de Noah a pesar de que lo primero que recibió fue un empujón de los guardias, y avanzó así hasta el rincón de juegos, hacia esa otra boca del infierno.
     
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