Tema en 'Habitaciones' iniciado por Insane, 17 Mayo 2019.

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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Connie Dubois

    Un cuento infantil retornó a su memoria bajo el manto que aquella situación, aquellas personas, comenzaban a tejer sobre la habitación. Sus voces se replicaban sedosas, renegando del silencio y sorteándose entre sí, lo que a Connie se le asemejó como escurridizas serpientes. No se giró cuando Alice comenzó a acercarse, ya que temía darle la espalda a Noah, y su cuerpo se tensó brevemente al sentir los brazos femeninos rodeando su espalda. Como serpientes.

    Había una vez un tierno y alegre conejito, quien vivía junto a su familia en un hermoso bosque. Allí, eran todos muy felices. Al conejito le gustaba salir a jugar con su hermano mayor en las tardes de primavera. Se corrían durante horas y horas, hasta que, con el anuncio del crepúsculo, volvían exhaustos y contentos a su madriguera.

    El aliento cálido en su cuello le envió un escalofrío por la columna, y contuvo apenas la respiración cuando Dumont se apretó contra ella, afianzando el agarre, robándole todo su calor. No tuvo las fuerzas ni juntó las razones suficientes para separarse, simplemente se quedó allí, hundida en un extraño... trance, quizás. Alice ejercía un efecto aterrador sobre su voluntad, incluso luego de oír las duras palabras que le había dedicado a Noah; porque Connie alzó la mirada hacia el muchacho y Noah tampoco era Noah, al menos no de lo poco que recordaba. La situación la sobrepasaba y sólo pudo quedarse allí, sintiendo el aliento de Alice en su cuello, los brazos de Alice alrededor de su cintura, la respiración de Alice contra su espalda, las manos de Noah acariciando su mejilla.

    Era un día de invierno, hacía mucho frío, y el conejito se preguntó adónde habría ido su hermano. ¡Siempre hacían todo juntos! No comprendía por qué saldría sin él. Molesto, también un poco preocupado, decidió comenzar a recorrer el bosque por su cuenta, llamando su nombre y golpeando sus patitas una y otra vez.
    Oh, qué conejito más tonto y desafortunado.

    Muñeca. Era una muñeca, un mero títere entregado al servicio de aquellas serpientes.
    Tenía miedo, pero no podía moverse.

    "¿No sabías que Shade intentó matar a Cathy en su habitación, Connie?"

    Las palabras de Noah aún reverberaban en sus oídos, implacables. Connie sólo había expandido su mirada ante la información recibida, incapaz de replicar nada. Esas serpientes le robaban el calor, la voluntad, y también las palabras. El silbido intermitente de sus pulmones se agolpaba contra sus sentidos, uniéndose a la opaca y siniestra orquesta de luces y voces.

    El sol había comenzado a caer y el conejito triste empezó a llorar, pues no lograba encontrar a su hermano. Además hacía mucho frío, y cuando se dio la vuelta, notó cuánto se había apartado de la madriguera. Nunca antes había llegado tan lejos, y el miedo de no saber volver le detuvo el pequeño corazón por un segundo. Asustado, preocupado y tiritando, el conejito volvió sobre sus pasos lo mejor que pudo. Pero había algo que ignoraba, dos presencias extrañas siguiéndolo de cerca, envueltos dentro del más profundo silencio.

    Cuando Noah le ofreció un trato, su cerebro pareció reactivarse. Todo en Noah le gritaba peligro, y aunque las palabras aún no salieran, su cabeza comenzó a menearse por sí sola, cada vez más insistente. Hacer algo por él... No podía ser nada bueno, no. No podía involucrarse con esa persona. Ella... ella ya se había disculpado, ¿verdad? Lo que Shade hiciera no tenía que ver, no tenía por qué hacerse responsable.

    Eran dos lobos, hambrientos y feroces, aguardando por el momento ideal para abalanzarse sobre el triste conejito y destrozar su pequeño cuerpo, arrancarle la vida, devorarlo de un bocado. ¡Oh, cuán tonto y desafortunado era el conejito! El aliento de la muerte soplando en su nuca, cuando él solo quería volver a casa.

    El calor.
    La voluntad.
    Las palabras.

    ¿Cómo plantarse cuando le habían robado todo eso?

    El conejito apresuró el paso cuando percibió los faroles cálidos a lo lejos. ¡Sí! ¡Esa era su madriguera! Estaba tan contento que no le prestó atención a las ramitas quebrándose cerca, muy cerca de su espalda.

    Había algo ruidoso, muy ruidoso en su cabeza. Una intermitencia insoportable que comenzó a lanzarle punzadas de dolor a lo largo y ancho del cráneo. Agradeció estar siendo abrazada por Alice, pues sus piernas se debilitaron y temió no lograr sostenerse sin la ayuda de la chica. Se llevó las manos a la cabeza, sus dedos aferrándose a su cabello, deshaciendo sus coletas. Se encorvó un poco y abrió la boca, buscando respirar más, y más, y más aire.

    Los lobos se relamieron el hocico ensangrentado. Ya habían probado la deliciosa carne de otro conejo, más grande que ese pequeñín asustadizo, pero era invierno y sus estómagos aún rugían. Necesitaban más, más comida, más sangre, más sufrimiento.

    Pestañeó. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué había tanto ruido?

    Tengo miedo, papá. Papá, ¿dónde estás?
    Maldita sea, ¿por qué duele tanto?
    ¡Papá! ¡Papá, ¿dónde estás?!
    ¡Ya basta! ¡Mierda, ya cállense!
    ¡Papá! ¡Shade!
    ¡Basta, joder! ¡Basta!

    Pero los lobos subestimaron al pequeño, y tuvieron que detenerse por un momento cuando el conejo se giró sobre sus patitas y los miró fijamente, desafiante. Los lobos se dieron cuenta: ya no tenía miedo, pues sabía cómo volver a casa.

    Su voz se sintió extraña en la garganta, ajena y desconocida. Tragó saliva, estaba pastosa, era desagradable; y el ruido, incesante. Chasqueó la lengua, alzó la cabeza. Clavó su mirada fría en Noah. Agitada, logró hablar.

    —¿Por qué... debería... hacer algo por ti?


    AAAAAAA ME QUEDÓ LARGUÍSIMO, PERDÓN ALSKJDJDLA ;---;
     
    Última edición: 7 Junio 2019
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    Sinsonte.

    ¿Por qué el miedo tenía que ser algo tan efímero, tan delicado? Ya no era divertido tenerla ahí, segura de sí misma, cuando antes la había tenido temblando sin que supiera exactamente por qué. Ya no tenía gracia jugar con alguien que no estaba dispuesta a ser juguete.

    '¿Por qué... debería... hacer algo por ti?'

    No tenía gracia obligar a alguien a hacer algo a la fuerza cuando podía asustarla lo suficiente como para que se doblegara a su voluntad, y su tren, por desgracia, había pasado. Ya culparía a la impertinente de Alice más tarde, porque seguro habría dicho algo mientras él estaba ausente. Decir, decir, decir... aquella mujer era puro decir cosas molestas.

    Qué aburrido.

    —Bienvenida de vuelta, Connie.

    Algo en ella había cambiado, ya no lo miraba de la misma forma, ya no le hablaba de la misma forma. ¿Quizás su colibrí, pequeño y tímido, había salido a jugar y había guardado a Connie en un lugar seguro, un mundo lleno de fantásticos colores y belleza únicamente comparable al plumaje de aquella ave, para protegerla de lo que pasaba? Y ahora, con toda seguridad, Connie había salido para proteger al colibrí de los pájaros más grandes, esos que podían lastimarla.

    Ojalá él tuviera una Connie y no un Noah que llorara por todo. Era un arduo trabajo tener que cuidarlo tanto.

    Bajó el precioso papel del rostro de Connie, llevándoselo a un bolsillo como si fuera el papel de un caramelo que simplemente no quería tirar al piso. Su mente era un nido de ideas, y a pesar de que Connie se veía como la opción perfecta para jugar con aquel papel, parecía que su propio tren había partido y lo había dejado en el andén.

    ¿Habría partido el tren para la molesta de Alice, también?

    Eso sí que sería divertido de ver, pero él seguiría en su papel, el de ingorar su presencia, de ignorar su existencia, sin dirigirle ni siquiera una mirada.

    Que no quería asustar al niño con una imagen tan tétrica.
     
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    Alice Dumont

    —Me gustas mucho más así.

    Casi ronroneó aquello sobre la oreja descubierta de Connie, aquella que Sinsonte había despejado. Su voz se arrastró, reptando sinuosa cual serpiente. Su abrazo se había tornado con el paso del tiempo más y más y más posesivo. Tanto, que a aquellas alturas de la conversación sus uñas se le clavaban a Connie en la piel de sus costados.

    "Como los de un conejito indefenso cuando los lobos salen de caza. ¿Sabes lo que quiero decir, Corianne?"

    La insolencia del Sinsonte hacía hervir su sangre... pero no. No podía. No podía ponerle una sola mano encima. Rompería las reglas de la Reina. Por mucho que desease... destrozarlo en pedazos. Torturarlo. Desmembrarlo quizás. ¿Pero sin herramientas? ¡Ah, iba a manchar con su sangre mugrosa su hermosas y nívias manos!
    Su sonrisa se había tornado más amplia, más enfermiza a medida que el Sinsonte hablaba—porque ya no era Noah, ya no temblaba, ya no percibía un animalito asustado al tratar con él. No era el desabrido pusilánime que ella había conocido. El tímido pajarito que no era digno de la Reina.— Se lo había preguntado tantas veces. ¿Por qué? ¿Por qué Noah? ¿Qué tenía de especial? ¿Qué era aquello que tanto le gustaba de él como para considerarlo su favorito, su protegido?

    Eso. El Noah oscuro, cínico. Su lado más siniestro y animal. Eso era lo que Agnes amaba de Noah. Jugar con su mente, quebrar su psique como si fuera una sencilla ramita hasta romperla en pedazos y hacerlo aparecer a él.

    Al Sinsonte.

    Y aquello era tan... interesante. Vaya... qué giro de los acontecientos tan oportuno. La sonrisa de Alice era tan amplia que mostraba sus dientes nacarados pero sus ojos... esos orbes violetas habían sido cubiertos por su flequillo en algún punto. Era eso. ¡Era eso! Y era... completamente espléndido a sus ojos.

    Una risita baja le estremeció la garganta. Ahora lo comprendía. Entendía el papel de Noah en toda aquella historia. No era su protegido por ser un llorón. Era su protegido porque era un juguete perfecto.

    Era por eso.

    Sus uñas se clavaron con más fuerza aún. El leve rumor que había ocupado sus pensamientos se convirtió paulatinamente en una fiera tormenta. Recordó la lluvia torrencial en la jaula. El pedido de Agnes. El bisturí.

    La sangre.

    Era por eso.

    Sus uñas se clavaron aún más en torno a la cintura de Connie. Oh, su adorada Reina no hacía nada por casualidad. ¡Qué tonta había sido al pensar que Noah no guardaría algún truco bajo su manga!

    Volvió a reír. Más fuerte, más errática. Era una risa suave pero tenía un tinte desatado y demencial. Por unos segundos pareció estar fuera de sí.

    —Ah~—suspiró finalmente. Y pudo sentir la piel de Connie erizarse contra el tacto frío de sus labios—. Ahora lo entiendo todo. Ilusa de mí pensar que serías solo otra pieza más en el tablero. La Reina de Corazones saben bien jugar sus cartas ¿huh?—rio nuevamente. Una risa pausada que estremeció todo su cuerpo y la hizo aferrarse a Corianne de forma dolorosa—. Ah... Sublime. Ah... qué espléndido. ¡Sabía que no podías ser alguien tan simple cuando ella te había escogido!

    Casi gritó.

    Rio más fuerte aún. Su risa chocó contra las paredes y retornó a ella, chocando contra su cuerpo y haciéndola reír aún más. La luces danzaban a su alrededor en la oscuridad como un carrusel. Y su mente daba vueltas y vueltas a un ritmo vertiginoso. El pulso se le disparó. Su obsesión y su deliro... Se humedeció los labios con la punta de la lengua, recorriéndolos de parte a parte.

    Su respiración sonaba pesada, agitada y jadeante sobre la oreja de Corianne. Su cuerpo pareció estremecerse, trémulo.

    —La Reina es tan maravillosa—hubo algo casi encantado, delirante en su voz. Incluso sus pálidas mejillas habían tomado algo de color mientras su mente recordaba el tacto ápero (y oh, tan excitante) de sus uñas rojas sobre su cuello. La falta de oxígeno... se sintió próxima al éxtasis
    —Maravillosa... Es tan, tan... sumamente maravillosa...

    Parecía haber obviado completamente el tono grave, más seguro en la voz de Dubois. ¿Importaba acaso? Ahora era su Reina la dueña de todos sus pensamientos.
     
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    Connie Dubois

    "Bienvenida de vuelta, Connie."

    Connie observó cómo Noah bajaba aquel pedazo de papel y lo guardaba en su bolsillo, frunciendo el ceño ante sus palabras. ¿Bienvenida de vuelta? ¿De qué hablaba? Aún respiraba agitada y sentía punzadas de dolor en la cabeza, pero el miedo se había ido. Fue consciente entonces del agarre de Alice sobre su cintura, y la oyó reír cerca de su oído. No le dio crédito a su comportamiento errático durante un rato, hasta que la presión se hizo molesta y la chica comenzó a respirar sobre su cuello, enviándole relámpagos helados por la espina dorsal. El tacto se le hizo desagradable y se despegó de ella bruscamente, alejándose hasta llegar a la cama. Sus piernas aún temblaban un poco y dejó caer su peso sobre el colchón, de repente exhausta. Se llevó una mano al rostro, enjugándose el sudor frío de la frente, y cerró los ojos.

    El ambiente de esa habitación comenzaba a asfixiarla.

    Estaba tan cansada que los párpados le pesaban, pero no sentía que fuera seguro dormirse; no con esas personas allí. Podía sentir sus miradas insanas, fundidas en la oscuridad, como espíritus exhalando contra su nuca. Soltó un largo suspiro y permaneció allí, boca arriba, observando las luces del parque por la ventana. Aún no comprendía lo que Noah le había dicho, pero no parecía ser mentira. ¿Acaso Shade... sería capaz de matar a alguien? ¿Lo habría hecho por el juego donde ella perdió, y Catherine había ganado? Quizás... ¿lo hizo por ella? ¿Para protegerla? Una sonrisa brotó de sus labios ante la idea y se abrazó con fuerza, contoneando el cuerpo y presionando sus piernas entre sí, mientras un tinte carmín maquillaba sus pálidas mejillas bajo la tenue luz del velador.

    Ah, Shade... lo extrañaba tanto.
     
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    «Interesante» pensó y se relamió los labios, resecos como un cartón, mientras observaba las acciones de Connie con el mayor de los detalles.

    Se veía tan agotada como él se sentía, y el cuerpo de la chica desplomándose sobre el colchón le parecía una cinemática sumamente tentadora de imitar, pero no podía darse ese lujo. El alcohol aún seguía dando vueltas por su sangre, en silencio y con discreción, pero aún así presente; llevaba días sin un sueño o una comida decente. La combinación perfecta para la madre de todas las siestas, seguramente, pero no estaba en una posición en la que le conveniera exponerse así.

    ¿Cathy habría comido, habría dormido?

    No era tiempo de pensar en Cathy.

    Tenía a la pareja de aquel tal Shade, a la que tenía que hacer pagar de alguna forma, y tenía a una completa psicópata y lunática sin vergüenza alguna de exteriorizar sus incoherencias. Tuvo que contenerse al escuchar sus palabras, su risa desquiciada, para no soltar la suya propia. No podía explicar por qué alguna vez le había tenido tanto miedo a una criaturita tan graciosa, tan obvia y evidente, tan patética, pero no podía ignorar su tremenda curiosidad por ver qué se escondía detrás de tanta labia, detrás de esas acciones calculadas.

    Quería verla descontrolarse, salirse de sus cabales, escapar de sus esquemas, mostrar su verdadera cara.

    —No te ves muy bien, Connie —advirtió, caminando un par de pasos hacia la pared, recostándose contra la misma, sin perderla de vista en ningún momento—. ¿Qué te aflige tanto?

    Como si no hubiera notado a Alice asfixiándola como una anaconda segundos atrás como para no conocer la respuesta a su propia pregunta.

    ¿Como si quisiera comerse a Connie en ese lugar para que Noah le brindara la atención que tanto le negaba, quizás?

    Sonrió para sí mismo, de nuevo, con los ojos vacíos, sin perder de vista a Connie, sin querer mirar a Alice ni siquiera por accidente. Era evidente, en cierta parte, que alguien que le ponía tanto cuidado a sus palabras quería ser escuchada, que quien se movía con tal precisión lo hacía para ser vista. ¿Qué pasaría si la ignoraba un poco más?
     
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    Alice Dumont

    Ni el brusco empujón de Connie la hizo volver en sí. Alice parecía perdida en sus ensoñaciones, en la idea obsesiva de su mente, en su visión casi etérea de la Reina. Con aquellos ojos morados entrecerrados y las mejillas enrojecidas enredaba uno de sus mechones morados entre su dedo índice, con femenina expectación. ¿Podría cumplir su promesa alguna vez? Ah... eso sería tan maravilloso. Tan espléndido en todos los sentidos...

    Alice... Aimi, pequeñas aves vengan a mi oficina —los altavoces de la habitación se prendieron explotando su pequeña burbuja de irrealidad—. No tarden.

    Dumont levantó la cabeza en ese momento al notar el tono rojo de su collar. ¿Ya pasaron tres días? Oh Dios... cómo pasaba el tiempo cuando estabas entretenido. Por alguna razón aquel color le pareció hermoso. Ese carmín oscuro, brillando con intensidad entre las luces de la habitación. Tomó el único caramelo que tenía y lo llevó hasta sus finos labios sin pensarlo. Fue entonces, solo entonces, cuando su sonrisa cambió. Volvía a ser ese gesto amable, casi protocolario, del que tanto hacía gala.

    Era momento de marcharse.

    De reunirse de nuevo con su adorada Reina... la idea solo la hacía arder y derretirse como aquel amargo caramelo en su boca. Si pudiera ser como su primera y última velada hasta el momento sería maravilloso. Tan obcecada estaba en aquella idea que ni siquiera reparó en el segundo nombre que mencionó Agnes ni en que no sería la única invitada en aquella ocasión.

    Tal vez era mejor si no lo sabía.

    Se acercó hasta la cama y recuperó su lazo negro con suavidad, recogiendo su cabello con él. Era un lazo muy especial... la seda tan fina y elegante... había sido un regalo de su difunta madre en su décimo cumpleaños.

    —Corianne, lamento que nuestra amena charla haya sido tan breve—le dijo a la joven tumbada en la cama con cortesía. Sus ojos ni siquiera se detuvieron sobre Noah—. Espero podamos repetirlo en otro momento si no te es molestia. Hasta pronto.

    Se inclinó sobre la cama, que se movió bajo su peso, y alcanzó apenas por centímetros la oreja de la joven. Fue un tacto muy breve, como una helada y repentina brisa.

    >>Eres mi nuevo y preciado juguete—le susurró al oído con una voz empalagosa, pero había cierto tono de advertencia en él. Posesivo incluso. Amenazante como el cascabel de la serpiente—. Mantente alejada del trino del Sinsonte.

    Luego solo abrió la puerta y abandonó el cuarto con calma.
     
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    Sinsonte.

    Apretó los labios lo más que pudo, tratando de contener la risa hasta que Alice saliera del cuarto, casi que estallando en ella cuando la puerta se cerró detrás de su salida. Su risa era genuina, bastante alegre, pues que lo hubiera ignorado de vuelta se le hacía sumamente divertido.

    ¿Qué tenía que hacer para sacarle de sus casillas?

    —Oh, Connie —la llamó entre pequeños los pequeños residuos de risa que le quedaban de su carcajada, sosteniéndose el estómago—. ¿Qué fue lo que Alice vio en ti, hmm? —preguntó tras calmarse un poco, en voz baja, como si se lo hubiera preguntado a sí mismo más que a ella.

    Sabía que no le iba a contestar, que no se encontraba en un estado en el que pudiera pensar con claridad, pues ni siquiera parecía estar despierta. Se veía tan agotada, tan exhausta, tan desganada, tan débil...

    Tan desprotegida.

    Se despegó lentamente de la pared, metiéndose las manos en los bolsillos, apretando con fuerza el papel que se había guardado en uno de ellos, como si quisiera desintegrarlo en su puño. Nunca dejó de mirar a Connie, y mientras avanzaba lentamente hacia la cama, como un gato apunto de atrapar al pajarito descuidado entre sus garras, parecía que el nombre de Shade, ese que había podido ignorar por un rato, pretendía volver a invadir sus pensamientos a medida que apretaba más y más aquel papel.

    'Noah y Catherine, deben ir a la oficina de Agnes, no olviden comer el dulce a menos que quieran morir en los pasillos'.

    Se detuvo en seco, a escasos centímetros de la cama, y ladeó la cabeza mientras escuchaba el parlante, haciendo un pequeño puchero con los labios mientras arrugaba la nariz.

    Justo cuando se habían quedado a solas...

    —¿Escuchaste, Connie? —le preguntó, aún a sabiendas de que no le iba a contestar, mientras se giraba en dirección a la mesa servida, aquella que nadie había tocado en toda la noche—. Parece que veré a Cathy ahora. ¿No es emocionante? —Sirvió un vaso con agua, volviendo a girarse hacia Connie—. No te preocupes por nada, que cuando la vea, le contaré las buenas nuevas de que tú y yo ahora somos amigos~

    Hizo una pausa, dejándole el vaso con agua en la mesa junto a la cama, deteniéndose un momento para quitarle un par de cabellos del rostro, de nuevo, sin dejar de mirarla. Si Alice la quería para ella entonces él también la quería. Además, aún no había conseguido castigarla por lo que Shade había hecho, pero en algún momento algo se le iba a ocurrir, y mientras tanto, no podía ser que esa pequeña criaturita se muriera de sed, o de hambre, o de cansancio.

    —¡Oh, los caramelos, Connie! ¡Casi los dejo en la ropa sucia! —La expresión de su rostro se transformó en pura sorpresa mientras se devolvía rápido hacia la puerta del baño—. ¿Te imaginas que los hubieran lavado? ¡Catástrofe!

    No necesitó encender la luz para ver su silueta en el espejo, ese que se había aclarado tan pronto como el vapor había abandonado el cuarto. Estaba pálido, con ojeras, y sus mejillas se veían delgadas y algo flácidas, evidenciando el tremendo cansacio que llevaba su cuerpo, ese que él parecía no querer demostrar con su actitud.

    —¡Que no cunda el pánico, Connie! —anunció desde el baño, elevando la voz, ignorando la puntada en la cabeza que le propinó su propio grito—. ¡Aquí están los caramelos!

    Tomó el par de dulces de su pantalón, llevándose uno a la boca de inmediato, guardándose el otro para después. Seguían sabiendo tan mal como los recordaba, y a pesar del amargor que sentía en su boca, sonrió mientras salía del baño, volviendo a mirar a Connie.

    —Descansa, Connie —le dijo en voz bajita, como si no quisera despertarla de un sueño, ignorando por completo que pocos segundos atrás le había gritado desde el baño—. Nos vemos luego~

    Y tan pronto como salió de la habitación para encaminarse hacia la oficina, la sonrisa se borró de su rostro.
     
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    Connie Dubois

    En detrimento de sus intenciones, Connie había ingresado en un extraño estado de somnoliencia donde poco a poco comenzó a perder la noción de la realidad, viéndose ésta entremezclada con ilusiones oníricas producto de su inconsciencia. Yacía tendida en la cama de agua, aunque ya no lo sintiera de esa forma. Todo seguía siendo oscuro, incluso más que antes, y voces familiares por momentos, extrañas después, llegaban a sus oídos embotados. Era similar a estar flotando en el profundo e inmenso colchón del océano con los ojos cerrados.

    "No te ves muy bien, Connie"

    ¿Ah? ¿Había alguien... preocupándose por ella? Espera, ¿de quién era esa voz? ¿Shade? No... Sonaba más risueña, más joven.

    Una corriente de agua helada se aproximó hacia ella, bañando su cuerpo con un ligero escalofrío. Sintió una presencia indescifrable. En su mente se dibujaron torpemente extrañas criaturas de las profundidades oceánicas, aquellas existencias ajenas a la luz solar, a la brisa de primavera, a la nieve, a la tierra húmeda recién labrada. Se deslizaban silenciosas, como serpientes, mientras ella flotaba inerte.

    "Eres mi nuevo y preciado juguete... Mantente alejada del trino del sinsonte"

    ¿Sinsonte? ¿Cómo una anguila podía saber lo que era un sinsonte? ¿Y cómo un sinsonte podría saber lo que era una anguila? Criaturas incompatibles, destinadas a no coexistir. En la medida que cualquiera de las dos quisiera dominar, o poseer, o amar a la otra, moriría irremediablemente en el intento. Ah, sonaba como un destino shakesperiano, de esos que la anguila disfrutaba.

    Su cuerpo siguió descendiendo, cada vez más profundo, más oscuro, más silencioso. Las voces comenzaban a desaparecer, diluyéndose en el agua, tornándose ininteligibles. Le hablaban de caramelos, de catástrofes, de ropa sucia, pero Connie no comprendía. Era... ¿un idioma diferente? O quizá fuese ella quien perdía lentamente su identidad, su raciocinio, su lenguaje. Oyó un curioso trinar, ahogado, embotado por la densidad del agua, y un suave plumaje acarició su rostro con delicadeza y parsimonia. Era agradable, era extraño, era hasta peligroso. La anguila había desaparecido, junto a su frialdad y su silencio, siendo reemplazada por el sinsonte. Éste parecía dulce y risueño, pero había algo que no encajaba. ¿Qué hacía allí, en las profundidades del océano? ¿Cómo respiraba? ¿Cómo volaba?

    "Descansa, Connie. Nos vemos luego"

    El sinsonte voló lejos, y Connie percibió por los bordes oscuros de su visión una mano pálida y huesuda alejándose de su rostro, desapareciendo tras el clack clack de una puerta. ¿No era un sinsonte? ¿Dónde estaba su plumaje, tan suave e inocente? Sintió un terror atroz esparciéndose por su cuerpo, pero las palabras del ave habían calado hondo en su voluntad, como un poderoso hechizo.

    Descansa, Connie, murmuró el sinsonte a su oído, y su consciencia se desvaneció en apenas un segundo.
     
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