Tema en 'Habitaciones' iniciado por Insane, 17 Mayo 2019.

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    Etihw

    Etihw ghost Comentarista empedernido

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    Aimi Shiotani~

    Su respiración estaba tomando un ritmo normal y sus ojos, aún dejando caer tibias gotas de agua salada, ya no se encontraban tan empañados como antes, permitiéndole ver cómo el albino le curaba las heridas en sus rodillas. Le escocía, pero no creía que algo así mereciese ser tratado. De todas formas se dejó hacer, porque aquello le hacía sentir de alguna forma… viva. Sí, como si existiese de verdad. Que no estaba sola, que no ignorarían su presencia al tener a alguien importante junto a ellos. Que Aimi también podía hablar con alguien, llegar a conocer a los demás aún estando en aquel lugar espeluznante.

    Apartó su mirada hacia la muchacha que estaba con ellos, que había salido del baño y se dirigía a la puerta después de haber sido llamada. Le preocupó qué pudiese tener en mente Agnes esa vez, y tras de verla marcharse, volvió a posar sus ojos en el albino, superada por todas las emociones que había sentido y que estaba todavía notando en su comprimido pecho, lleno de angustia y muchas dudas. No quería pensar en lo que había visto en aquella pantalla, aún quería creer que era un montaje, que aquello era un muñeco demasiado realista. Que Agnes tan solo era una maldita don nadie que disfrutaba viendo las caras afligidas y llenas de miedo que ella misma provocaba.

    No quería darle semejante placer a ese bicho malo.

    Agarró la cara de Shawn entre sus dos manos, acariciando con sus pulgares sus enrojecidas mejillas por el llanto, limpiando con cuidado los rastros que le quedaban de sus lágrimas. Sus bonitos ojos azules se encontraban hinchados, rojos. Supuso que la visión de Laila haciendo algo como aquello le dolería un montón.

    Laila… Laila… Laila…

    No, no debía pensar en ello. No debía recordarlo. Era lo mejor, era mejor esperar al día siguiente, ver cómo estaba Balto y hablar con Laila. Lo mejor era… dejar que los fragmentos de su corazón no se rompiesen más.

    —Si hicimos algo malo en una vida pasada… no es justo que en nuestra vida actual paguemos por ello y de una forma tan horrible —comentó suspirando, mientras entrecerraba sus ojos con gran tristeza—. No es justo que estemos sufriendo tanto, que nos hagan daño solo porque sí. Y peor es que no podamos hacer nada por ello.

    Sintió un ligero e incomodo temblor, sorbiendo por su nariz, y se limpió su rosto con una de sus mangas, llevando su otra mano al pelo de Shawn, acariciándolo con suavidad.

    —Gracias por curarme las heridas aunque no nos conozcamos de nada.

    Le dolían los ojos de todo lo que había llorado, y su boca dolía de lo fuerte que había apretado los dientes intentando no sollozar. Sentía un entumecimiento por todo el cuerpo, y un gran vacío por dentro. Aún así, ignorando aquello, ignorando lo que había visto una vez más, e incluso la existencia de Agnes en su vida, le dirigió a Shawn una sonrisa de agradecimiento. Aquel simple acto hizo que sus lágrimas quisieran aparecer una vez más, movida por el hecho de sentir algo tan cálido comenzar a llenarle, aunque fuese en una minúscula parte. Agradecía que Shawn le hubiese tratado como la persona que era, que a pesar de la situación tan cargada para ambos, aún estuviese allí dispuesto a curarle unas heridas que no tenían nada de importancia en aquel momento.

    Se llevó las manos a su propio rostro, sintiendo cómo de verdad iba a llorar de nuevo. No quería admitirlo en voz alta, no quería decirle a prácticamente un desconocido lo aterrada que se sentía en aquel lugar. Lo sola que estaba, tan harta de la actitud de Agnes, frustrada de no poder plantarle cara y parar todo aquello. Lo que extrañaba a su padre, lo preocupada que estaba por él. Sabía que debía sentirse tan o más solo que ella, que le lloraría todas las noches sin saber qué había sido de su pequeña niña. Y eso le partía todavía más el corazón, si eso era siquiera posible.

    Se forzó a sí misma en dejar de pensar en todo aquello sintiendo de nuevo aquellas abrumadoras sensaciones, sin poder detener el temblor involuntario de su cuerpo.

    —Shawn, ¿vamos a dormir?

    Sus dientes castañeaban mientras trataba de sonreírle de nuevo, queriendo aliviar de alguna forma la tensión que se había formado en aquella habitación. Ambos merecían un descanso, olvidarse de todo por un rato. Solo eso pedía, odiaba sentirse de aquella forma todo el rato. Quería atesorar la calidez que sentía con la cercanía de Shawn. Era curioso que un muchacho que apenas acababa de conocer la tranquilizase de aquella forma. Quizá eran sus ojos, o quizá sus actos. La bondad que sentía emanar de él.

    O probablemente la soledad que sentía era tan grande que con cualquier gesto encontraba el confort que necesitaba.

    Se tumbó en la cama, abrazándose a sí misma, dándole una última mirada al muchacho y cerrando los ojos.

    —Buenas noches, Shawn…
     
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    Hygge

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    Shawn Amery

    La luz del día apenas comenzaba a filtrarse por la ventana, iluminando la estancia con su calidez, las primeras casetas de la feria despertando de su letargo. Shawn se removió en sueños, y arrugó la nariz al sentir un haz de luz posarse sobre sus ojos, deslumbrándole. Soltó un pequeño bostezo, notando que inconscientemente había acabado durmiendo estrechando a la pequeña Aimi entre sus brazos. La niña aún dormitaba, sumida en un profundo sueño que era incapaz de cortar, y permaneció con la mirada posada en ella durante unos minutos, la calma instaurándose en su pecho.

    Aquella chiquilla... No la conocía, pero ya le debía mucho más de lo quería creer. Su sola presencia había evitado que su corazón se quebrase por completo la pasada noche, y el hecho de contar con la calidez de su apoyo durante un momento tan duro en su vida le otorgaba un valor incalculable. Había sido de alguna forma el hilo que mantuvo atada su cordura, así como él pasó a ser su salvavidas en medio de la tormenta que azotó a la pequeña ante sus ojos. Ambos se necesitaban, podía verlo en sus ojos cansados, en su expresión triste y desencantada.

    De alguna forma, su presencia era su mayor consuelo en medio de todo aquel sufrimiento.

    Lentamente fue separando sus brazos con suavidad, al ser consciente de los guardias que pronto llegarían en su búsqueda. Se irguió hasta quedar sentado sobre el colchón, y apartó un mechón de su cabello con delicadeza, dándole un pequeño toque en su mejilla mientras dibujaba una breve sonrisa nostálgica.

    —Aimi, ya es hora de levantar. Arriba~ —murmuró, casi llegando a canturrear, en un estado de extraña calma. A pesar de lo sucedido, había logrado descansar. Se sentía en el ojo del huracán y aún así quería disfrutar de aquel ínfimo instante todo lo que pudiese, consciente de que quizás no volvería a sentir paz nunca más. Se volvió hacia la habitación y frunció el ceño, desconcertado, siendo consciente de la ausencia de alguien más allí—. ¿Connie? ¿No ha regresado?

    Su preocupación acabó eclipsada por el toque en su puerta. Los guardias ya habían llegado a recogerles, y Aimi apenas se estaba despertando. Recordó la técnica infalible que recreaba cuando su hermana pequeña no quería salir de la cama, y se acuclilló a un lado del colchón, dándole la espalda a Aimi.

    —¿Te gusta montar a caballito? Quizás eres algo mayor, pero nunca es tarde para ser cargada así —la animó, dejando que subiese sobre su espalda para alzarse, sujetándola de las piernas con cuidado. Si debían encaminarse hacia aquel lugar de pesadilla, al menos intentaría prolongar aquella calidez solo unos segundos más. Todos los que pudiese, consciente de que podría ser la última vez que la veís—. ¿Lista? ¡Aquí vamos!

    Los guardias tuvieron que dejar paso, incrédulos, a un muchacho cargando a una chiquilla sobre su espalda, como quien se encontraba paseando en un parque, ajenos a las paredes a su alrededor. Ajenos a la triste realidad que se avecinaba.

    ¿Era un iluso por querer ser feliz un minuto más, acaso?
     
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    Insane

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    La habitación está resplandeciente en su totalidad, la comida ha sido cambiada por 3 platillos de verduras y 3 cocteles de fruta sin alcohol. En la cama hay un esmalte para pintar las uñas de un tono rosa, con un nota que dice:

    "—Connie, cuida al chico con el que compartirás habitación, quizá me anime a darte tu oso de peluche.

    Att: Agnes ♥."

     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Connie Dubois

    Su memoria parecía haberse desgastado un poco, pues al salir de Fantasía no logró recordar con exactitud el camino hacia su habitación designada. Intentó llegar durante un rato, hasta que su barra de frustración alcanzó el tope y soltó un profundo suspiro, tan molesta consigo misma que los ojos se le cristalizaron. Recurrió a la ayuda de un guardia, resignándose a destruír su dignidad, y se dejó guiar en silencio y de brazos cruzados. Cuando llegaron a la puerta indicada, reconoció el diamante tallado sobre ella y algunas memorias disruptivas, un poco desordenadas, se agolparon al frente de su consciencia. Connie meneó la cabeza y giró el pomo, casi en piloto automático, encontrándose con el brillante piso de diamantes que ya la había recibido antes.

    Frunció el ceño, pues aún no había nadie allí, y se acercó a inspeccionar los platos con comida y...

    —¡Ah! —exclamó emocionada, alzando el esmalte sobre la cama—. ¡Qué color taaan bonito! ¿Hmm?

    Advirtió entonces que había una nota junto al pequeño frasco. Al leerla, su corazón dio un poderoso brinco y sus piernas reaccionaron solas, dando saltos cortos en el lugar.

    —¡Osito!

    Sí, nunca había tenido mucha imaginación para bautizar a sus amigos de felpa. Pero ahora tenía toda la determinación del mundo para hacer lo que debía: disculparse con Noah, ser amigable con él, asistirlo y... ¿cuidarlo? ¿Por qué tendría que cuidarlo? Repasó las palabras de Agnes impresas en el papel, golpeteando su barbilla, mientras se dejaba caer sobre el colchón de agua. Una sonrisa se le escapó al revivir la sensación de ser mecida por el océano e inspeccionó el esmalte con más detenimiento, luego sus uñas.

    Hmm, aún no era momento de usarlo.


    No sé si llegan las notis o no así que etiqueto por las dudas (? Kurone also
     
    Última edición: 5 Junio 2019
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    Ceci

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    Noah ~

    Había llegado a un lugar que no conocía, una habitación a la que no había entrado aún. Podía distinguir una figura puntiaguda en la puerta, pero no podía hacer mucho sentido de lo que veía porque todo, desde que había salido de la oficina, se veía ligeramente borroso. Abrió la puerta con una estrepitosa torpeza, pero logrando contenerse a sí mismo no bien dio un paso dentro de la habitación. Se sentía tan mareado como cuando había salido de la oficina, pero aquella leve caminata por los pasillos había ventilado suficiente el alcohol en su cuerpo como para que ya no anduviera dándose contra las cosas.

    'Shade'

    Su vista fue hacia la cama, pues fue lo primero que le había llamado la atención en esa habitación. Sobre ella había alguien, alguien cuyo pelo rosado sobresalía de entre cualquiera de sus otras facciones. ¿Connie, se llamaba? Noah frunció el ceño al recordarla: aquella chica que lo había ignorado rotundamente, aquella que estaba en medio de él y Laila en las gradas, aquella que no había dicho ni una palabra.

    'Shade'

    De pronto y sin quererlo, su mente retrocedió a lo que Agnes le había mostrado en la oficina, proyectando sus recuerdos en Connie. Estaba casi que en la misma posición, en la cama, relajada, sin una preocupación en el mudo.

    Salvo que Connie estaba despierta y tranquila y la otra...

    'Shade, Shade.... Shade'

    No podía olvidarse del asunto, no podía dejarlo ir, pues por más que intentaba hacer todas las conexiones que pudiera, lo único que recordaba de ese tal Shade era haberlo visto sentado junto a Cathy. ¿Por qué demonios habría hecho aquello que hizo? ¿Habría sido algo que Cathy le hubiera dicho? No, no era posible, porque era imposible enojarse con Cathy.

    Apretó el papel en su mano, y a sabiendas de que no podía simplemente pararse y abrirlo y leerlo frente a alguien porque se le había dicho que se lo guardara para él mismo, empezó a caminar en dirección hacia el baño. Necesitaba una ducha, necesitaba aclarar sus ideas, y necesitaba tratar de pensar, de recordar lo poco que había aprendido de aquellos con quien estaba encarcelado, aquellos a quienes nunca les había prestado la debida atención.

    'Shade, Shade, Shade, Shade'

    Cerró la puerta tras de sí, trancándola, recostándose contra la puerta. Si Connie le había dicho algo él ni siquiera lo había escuchado, pues alguien dentro de su cabeza gritaba el nombre de ese maldito a todo pulmón, como si tuviera las respuestas frente a su nariz, como si fuera tan obvia, y él ahí, encerrándose el el baño, sin poder encontrarla.

    Noah dejó el papel sobre el lavamanos, dirigiéndose hacia el lavamanos para depositar el pequeño papel doblado, sintiéndose muy abrumado como para abrirlo en esos momentos. Necesitaba una ducha caliente que le quitara los escalofríos del cuerpo, y quizás también la arena que le había quedado pegada de la playa. Necesitaba pensar en silencio, en la oscuridad.

    ¿Con quién habría llegado Shade a ese lugar?
     
    Última edición: 5 Junio 2019
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Alice Dumont

    La puerta se abrió con delicadeza y Alice entró con un suave y doloso: "Con permiso"

    Ella no había asistido a la nueva habitación simple y llanamente porque había estado demasiado ocupaba recreándose en la imagen de sí misma con el bisturí, trazando un corte limpio, extirpando después el riñón izquierdo de Laila como si operar fuese cosa de cada día. La sangre salpicando aquella piel nacarada, manchándola y corrompiéndola bajo el sutil olor a óxido. Eran parte de un enfermizo delirio.

    Corromper la pureza era otra de las cosas que amaba. La única e inalterable pureza era aquella que se encontraba en la muerte... como su mariposa. La cual se aseguró de dejar en un lugar seguro. Protegida porque era su preciado obsequio, un regalo de la Reina.

    Apreció el sutil aroma de la habitación. Limón y moras... no le resultó especialmente desagradable pero no era del todo de su agrado. Prefería los olores dulces, afrutados, menos cítricos... quizás como el chocolate o las frambuesas. Como la oficina de La Reina de Corazones.

    —Ah.

    Sus pupilas se dilataron de la sorpresa al ver que no era la única persona en el cuarto. Observó la figura de cabello semi-rosado recogido en dos grandes y arbitrarias coletas que reposaba sobre la cama. Reparó en aquel parche rojo que ocupaba el lugar en el que anteriormente debía estar su ojo izquierdo.

    Un escalofrío le erizó la piel.

    Lo recordaba. Aquel globo ocular azul flotando en algún tipo de sustancia sobre el escritorio de Agnes. Recordaba lo mucho que había querido conocer a su dueño y preguntarle un sin fin de cosas. Cosas que morían en sus labios porque aún era pronto para entrometerse en cuestiones tan personales. Pero al fin. Al fin la había encontrado.

    En ese momento Alice juntó las palmas de las manos.

    —¡Ah!—casi exclamó—. Es maravilloso que al fin podamos conocernos. Tenía un gran interés en ti. Mi nombre es Alice. Alice Dumont... parece que seremos compañeras de cuarto.

    Hablaba con amabilidad y cortesía, con unos modales exquisitos fruto de su estricta educación.

    Su sonrisa se extendió un poco más mientras llevaba las manos tras la espalda y se inclinaba hacia delante. Sus ojos tenían un brillo peligroso. Era como si aquellos grandes orbes violetas reflejasen por completo la oscuridad real de su alma. Aunque todo en ella reflejaba amabilidad, gentileza e inocencia, la verdadera personalidad de la señorita Dumont se ocultaba tras aquellos ojos violetas.

    Como una serpiente.

    —Quizás esta sea una pregunta indiscreta y me disculpo de más si así es... pero, ¿te dolió mucho cuando te sacaron el ojo?—inquirió—. Mera curiosidad científica.

    >>Padre me regaló un libro de medicina cuando tenía siete años—contó alejándose de la puerta y tomando asiento en la cama—. Y empecé a cuestionarme lo asombrosos que éramos por dentro. Los órganos internos, perfectamente coordinados en un equilibrio tan frágil pero tan perfecto para mantener la vida... ¿no parece algo espléndido que nuestra existencia dependa de que tan bien funcione esa simbiosis?—se volteó a mirar a Connie con una pequeña sonrisa torcida—.
    Es el cerebro el que procesa las imágenes pero no puedes ver si no es por los ojos... porque no hay forma de que la luz entre en tu cuerpo y pueda ser procesada. ¿No es eso maravilloso?
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Connie Dubois

    La puerta se abrió de improviso mientras Connie observaba su nuevo esmalte, obligándola a incorporarse sobre sus codos por reflejo. El corazón se le detuvo apenas al reconocer a Noah, y estuvo a punto de abrir la boca cuando reparó en su expresión, en sus ojos, en su postura. ¿Qué le ocurría? El chico simplemente la vio con desdén y se encerró en el baño, y Connie frunció el ceño. ¿Qué le sucedía? Intentó recurrir a su memoria para hallar la respuesta, esa maltrecha y confusa memoria, y recordó las palabras que sonaron en los altavoces de Fantasía. Noah y Catherine habían tenido que ir a la oficina de Agnes, ¿verdad? Ella... quizás... ¿había sido demasiado estricta con ellos? ¿La habrían decepcionado de alguna forma?

    Oh, no. ¿Le habrían hecho algo a Catherine?

    Estuvo a punto de incorporarse para intentar hablar con Noah cuando la puerta de entrada se abrió. Connie se giró, encontrándose con una jovencita preciosa y desconocida, de cabello y ojos violeta. Le llamó la atención su vestimenta, su compás al caminar, los movimientos sutiles, casi etéreos, de sus manos. Cuando sus miradas se encontraron, la chica pareció reconocerla y se presentó con una cortesía digna de la realeza. Connie se sintió algo avasallada por la esencia que Alice desprendía y se apresuró por erguirse, intentando responder a la altura.

    —¡B-buenas noches, Alice! —dijo, reprendiéndose mentalmente por haber alzado demasiado la voz—. Yo soy Corianne Dubois, aunque todos me dicen Connie. Es un gusto.

    Aún sentía gran curiosidad sobre por qué aquella chica podría haberse interesado en alguien como ella, pero entonces Alice caminó, se inclinó hacia adelante y su mirada violeta chispeó. Connie no podía apartar la vista de su figura, su sonrisa, sus movimientos. Era casi hipnótico, al punto de arrancarle el habla de la garganta. Despedía una extraña intensidad, tan potente como sutil y helada al mismo tiempo. Era una persona con una gran presencia, y un poder de influencia inmenso. Connie quizá no lograra procesarlo de manera consciente, no en su condición actual; pero eran señales que Alice arrojaba, y ella incorporaba y almacenaba en un costado oscuro de su mente.

    Incorporaba y almacenaba, incorporaba y almacenaba.

    "Quizás esta sea una pregunta indiscreta y me disculpo de más si así es... pero, ¿te dolió mucho cuando te sacaron el ojo? Mera curiosidad científica."

    La voz de Alice corría suave y melodiosa, imperturbable, sin importar el contenido de su discurso. Connie la escuchó con cierta incredulidad plasmada en el rostro, incapaz de quitarle la vista de encima a... su boca moviéndose, su ligera sonrisa, el destello en sus ojos. Honestamente no era capaz de reflexionar nada sobre lo que la joven relataba, su voz inundaba cada costado de su mente con mano diestra.

    Incorporando y almacenando, incorporando y almacenando.

    "¿No es eso maravilloso?"

    —Bueno, en ese caso, maravilla es que aún conserve mi ojo derecho, ¿verdad?

    Las palabras brotaron de su garganta sin pedir permiso, modulando su voz en un tono más grave y maduro, ligeramente burlón, que le resultó extraño de inmediato y se llevó una mano a la boca. Su mirada recuperó el brillo ingenuo de momentos antes y giró la cabeza, sonrojada.

    —L-lo siento —murmuró, sin atreverse a buscar los ojos de Alice—, no sé por qué dije eso... yo... ¡Lo siento mucho!

    Se forzó a mantener la concentración en el color del piso, buscando normalizar su respiración y controlar el calor intenso alojado en sus mejillas. Luego de algunos segundos suspiró, armándose de valor, y volvió la mirada a la chica. Le había preguntado algo, y aunque no le gustara abordar el tema sería de mala educación no responder, ¿verdad? Su papá siempre se lo había dicho, que debía esforzarse por mantener estables y serenas sus relaciones con los demás.

    —Sí —susurró, abrazándose al recordar aquello—, dolió... bastante.
     
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    Yugen

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    Alice Dumont

    A Alice pareció divertirle internamente el comportamiento errático y tímido de Corianne. Esa chica parecía ser la típica joven rebelde, indómita, deslenguada y obsesionada con la moda y en ser un ejemplo para el resto del mundo. Una pieza que se oponía vehementemente a seguir el juego como se le había sido ordenado.

    Sin embargo, en aquellos momentos solo era una niñita pequeña y cohibida. Alguien que era tan, taaan suculento a sus ojos de quebrar en mil pedazos. No pudo evitar dejar escapar una risita jocosa y sus ojos se estrecharon cuando le pidió disculpas, observándola con atención, con aquella pequeña sonrisa torcida en los labios. ¡Ah~ que chica tan interesante era aquella!


    Alice amaba las muñecas. Su habitación estaba llena de ellas. Muñecas de porcelana, de ojos como perlas y sonrisas perpetuas. Connie le recordaba a una de ellas. Una pequeña princesita de cabello dorado que decoraba su repisa. Era diferente al resto porque en sus ojos había un brillo diferente. Tenía una expresión menos sobria, más decidida. Como si sus sueños fuesen más importantes que quedarse encerrada en aquella habitación, siendo eso lo único a lo que aspiraba el resto. Era una muñeca muy especial para ella.

    Quizás por eso, cuando Connie se abrazó a sí misma los finos dedos de Alice se deslizaron por su cabello en un intento de consuelo casi maternal... pero era al mismo tiempo frío y profundamente indirecto. No transmitía el más mínimo calor. Era casi automático y al mismo tiempo, de un modo incomprensible, agradable y cercano.

    Sus finos labios hicieron una pequeña mueca.

    —Oh, pobre pajarillo enjaulado...—susurró con una voz suave, acariciando y enredando sus mortecinos dedos en el sedoso cabello rosáceo de la joven. La acariciaba como acariciaría el cabello de una muñeca—. Tuvo que ser horrible. Lo siento tanto, Corianne...

    Era tan hipócrita consolar a Connie y fingir que entendía su dolor cuando por dentro solo parecía ronronear satisfecha. Cuando hacía apenas unas horas había extirpado el riñón de otra joven sin que el pulso le temblase un instante. Y había disfrutado cada momento de aquel siniestro procedimiento como si un error en la cirugía no hubiese conllevado una sepsis, como si un corte erróneo no hubiese provocado un desengramiento. Alice no pensaba en los riesgos porque le eran indiferentes. Ellos y el resto del mundo en general.

    Pero aquella joven... tenía algo especial a sus ojos.

    —Eres una persona interesante, Corianne—le dijo. Sus orbes morados recorrieron su rostro nacarado con atención—. Estoy segura de que podrás superarlo. Como bien dices... aún conservas el ojo derecho. Muchas personas no cuentan con tu suerte. Nacen sin poder ver o pierden la vista con el tiempo por alguna enfermedad inevitable. Eres afortunada. Mucho más afortunada que miles de personas que ya no pueden o desde su nacimiento no pudieron apreciar los colores del mundo que les rodeaba.

    Dejó por un momento sus caricias, deslizando sus dedos por su tibia mejilla antes de separarse. En un impulso repentino deseó tomar su parche y ver que había realmente debajo. Qué clase de cicatriz o sutura... o si solo habría un hueco vacío, un espacio al que algo le había sido brutalmente arrebatado. ¿Qué clase de corte le había hecho la Reina? Sentía tantos deseos de averiguarlo...

    Su corazón se apretaba de emoción en su pecho ante la sola perspectiva.

    Pero puso las manos en su regazo y le sonrió, ladeando ligeramente la cabeza en el proceso. Sus ojos danzaron por su fino rostro. Ah... era realmente bella. Una belleza tan corrompible...

    >>Deberías pensar en ello.
     
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    Gigi Blanche

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    Permítanme designar el soundtrack de toda esta interacción AlicexConnie (?


    Connie Dubois


    Había desviado la mirada al abrazarse, ejerciendo la presión suficiente con las yemas, más frías, sobre la piel desnuda de sus brazos, más cálidos, como para no perder de vista el ligero temblor en sus manos. Se sorprendió ante el contacto de Alice en su cabello, tan suave y pausado, tan replicado, tan...

    Mecánico.

    Se sentía bien, sin embargo. Le recordaba a su papá, y cualquier cosa que le recordara a su papá se sentía bien. Connie cerraba los ojos y la cálida sonrisa del hombre se dibujaba sin dificultad frente a ella. Podía incluso oír su voz, y si nada, absolutamente nada la distraía, también lograba evocar breves oleadas de su aroma, esa colonia que no reemplazaba desde hacía tantos años.

    Ah, lo extrañaba mucho. ¿Qué estaría haciendo en esos momentos? Era de noche, las luces coloridas del parque reptaban dentro de la habitación sin ningún impedimento. Probablemente ya hubiese salido de la oficina, aunque solía hacerlo tarde. Siempre había sido muy comprometido con sus empleados y responsabilidades, sobre todo luego de que él y Connie quedaran solos. Tenía este pésimo hábito de cargarse todo a la espalda y sólo compartir sonrisas con los demás; y su hija, a sus ojos, había sido siempre el tesoro más frágil e invaluable.

    Pobre hombre, realmente no tenía idea. Nunca la había tenido.

    La disculpa de Alice llegó a sus oídos, y Connie abrió los ojos para pestañear en vez de fruncir el ceño. La sonrisa de su padre se esfumó, siendo reemplazada por la imperturbable y serena amabilidad de la chica de ojos violetas. Era una sonrisa extraña, pensó Connie. Extraña y hermosa. No podía decir que su corazón se calmaba al verla, pero sintió sus mejillas teñirse de un leve carmín cuando los dedos fríos de Dumont se pasearon por su piel con una certera presteza; era como si aquella chica fuese capaz de calcular cada uno de sus movimientos antes de ejecutarlos, sin margen de error alguno.

    Perfección, era la palabra que llegaba a la mente de Connie.

    Sus palabras aún la sorprendían. Le hablaba de fortuna, de las vicisitudes de la vida, de los caprichos del destino. Aún resultaba interesante a sus ojos, y Connie no entendía por qué. ¿Debía preguntar? No lo sabía. El mero escenario mental la ponía nerviosa, como una niña indecisa sobre si realizarle o no un pedido a un mayor. Sus manos se entrelazaron, nerviosas, jugando con sus dedos, raspándose apenas con sus uñas tan largas. Las observó. ¿Por qué las llevaba así? Ah, cierto, el esmalte rosado. Ella... ¿se pintaba las uñas de rojo? ¿Desde cuándo?

    Frunció el ceño. ¿Por qué había tantas cosas que no comprendía? Bueno, siempre le habían dicho que los niños tienen mucho por aprender, pero aún así...

    —¿Por qué? —balbuceó, con la vista fija en sus manos—. ¿Por qué... te parezco interesante?
     
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    Yugen

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    Alice Dumont

    Alice dejó escapar una risita y apoyó una de sus frías manos sobre las de Connie, esperando que la interrupción de su tren de pensamiento la obligase a mirarla.

    —Son esa clase de preguntas las que te hacen una persona interesante—le respondió, dulce. Y sus dedos, largos y gentiles, sus uñas pintadas de morado desvaído se cerraron sobre el dorso de sus manos— No eres una pieza más en el tablero, puedo verlo. Tienes algo... diferente. Algo único que no tienen los demás.

    Entornó los ojos y volvió a mirarla al rostro. Recorrió con sus orbes el parche deseando poder tocarlo y rasguñarlo con sus uñas. (Deseaba tanto... hacerlo. Pero debía contenerse. Sabía mantener las formas.) Su nariz fina, sus suaves rasgos y sus labios pintados de rosa. Connie poseía una belleza casi exótica, era de esa clase de personas que destacaban porque pretendían destacar. Resaltaban sobre el resto porque lo deseaban, porque buscaban serlo. Piezas extrovertidas, líderes natos de fuerte carácter y voluntad firme.

    O solía serlo.

    >>El brillo ingenuo de tu ojo derecho despierta algo en mí—contó pues. Su voz tuvo algo hipnótico, magnético y envolvente—. Llamemoslo... x, que me hace desear que aun conserves el izquierdo para poder apreciarlo en su totalidad. Ese brillo inocente es peligroso...—susurró. Y casi pareció una advertencia—, como los de un conejito indefenso cuando los lobos salen a cazar. ¿Sabes lo que quiero decir, Corianne?

    Sus dedos que se habían mantenido acariciando lenta y dedicadamente la tibia piel de Connie repentinamente se clavaron con más fuerza. No hasta el punto de resultar doloroso pero sí de que fuesen ahora sus uñas las que dibujaban figuras irreconocibles sobre su dorso. Se le escapó una risita.

    —Me recuerdas a una de mis muñecas. Tenía el cabello como tú, recogido en dos coletas. Mimi la llamé. La más rebelde y díscola de todas. Al igual que tú esa muñeca tenía un corazón frágil, tan frágil como el cristal... y era sumamente fácil quebrarlo.

    >>Tú eres como ella. La rebelde y díscola que no quiere someterse, que se niega a seguir el juego. Pero que termina quebrándose y rompiéndose porque su corazón es más frágil que el vidrio. Es por eso que eres interesante. Me agradan las personas como tú.

    Se separó en ese momento. Y sonrió. Una sonrisa indescifrable. Tenía las pupilas dilatadas y el brillo de sus ojos era casi predatorio. Había algo casi místico, una conexión extraña, como si repentinamente una burbuja las rodeara separándolas del resto del mundo.

    Las luces del parque, similares a un arcoíris caleidoscópico, arrancaban destellos rojizos de sus ojos.

    —Me gustas Corianne—sentenció—. ¿No es obvio que siendo ese el caso me resultes interesante?
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Una vez más, las manos de Alice eran frías. Su tacto se asemejaba a la caricia de una pluma blanca, impoluta, meciéndose sobre su piel en vaivenes meticulosos. Por momentos, al recorrer sus articulaciones apenas la rozaba, enviándole ligeras cosquillas a sus terminales nerviosas; como si sus nudillos fueran elevadas mecetas, y sus dedos, largos ríos sinuosos.

    Su voz inundó el silencio de la habitación, acompasada, y Connie alzó la cabeza. Alice la miraba con una extraña intensidad, repasando sin apuro cada una de sus facciones. Connie apretó apenas los labios, sintiéndose analizada y expuesta; mas no pudo desviar ni por un segundo la vista de sus ojos, esos que tanto la incomodaban y fascinaban, pues le resultaba mucho más fácil admirarlos mientras ellos permanecieran distraídos entre los detalles de su propio rostro. La luz tenue del velador junto a la cama se fusionaba y danzaba en el violeta de Alice con los destellos multicolor del parque, brindándole a su mirada un brillo sutil, ligeramente opaco, ciertamente hermoso, curiosamente intenso.

    "¿Sabes lo que quiero decir, Corianne?"

    Asintió, aunque a decir verdad no hubiese seguido con cautela el hilo de su discurso. Asintió porque no se sentía capaz de negarle algo a esa chica, ni de pedirle que se repitiera, ni de hacer cualquier cosa que fuera a decepcionarla, o aburrirla, o dejarle de prestar atención. La comparó entonces con una de sus muñecas y Connie sintió, sin necesidad de bajar la mirada, la ligera presión de sus uñas. El tacto le trajo un recuerdo sutil, muy pasajero, al cual no logró concederle nombre ni identidad. Era un recuerdo que le comprimió un poco el pecho, lo suficiente para comenzar a sentir sus latidos contra él. Dubois entreabrió los labios, no muy segura si para hablar o respirar mejor, cuando Alice rompió el contacto y Connie sintió aún el fantasma de sus caricias en el dorso de sus manos, las cuales estrechó con fuerza en busca de recuperar todo el calor que, al parecer, aquella chica le había robado.

    "Me gustas, Corianne. ¿No es obvio que siendo ese el caso me resultes interesante?"

    Las luces comenzaron a mutar entre los colores del arcoiris, tornándose de un rojo intenso cuando Alice sonrió y sus ojos, casi negros, brillaron al compás del carmín. Connie recibía exactamente los mismos destellos, pero cuán diferentes eran sus miradas en aquel momento.

    No sabía cómo responder a todo lo que Alice le decía, no encontraba las palabras; o, más bien, no las sentía dignas. El corazón aún le martilleaba el pecho cuando se acercó lenta, algo indecisa, hasta el lado de Dumont. Se detuvo allí, al borde de la cama, sentada sobre sus talones, y el agua las meció suavemente.

    —Tienes un cabello muy bonito —susurró, apenas en un hilo de voz, como si temiera despertar a alguien o romper algún hechizo—. Su color... ¿Es así de nacimiento? ¿O le haces algo?

    Alzó la mano, no sin una considerable cuota de temor, y la acercó paulatinamente para alcanzar un mechón de pelo, al cual permitió deslizarse entre sus dedos hasta caer por efecto de la gravedad. Las hebras violáceas brillaron con el movimiento bajo las luces multicolor, y la mirada de Connie adquirió una chispa sutil de emoción al ser testigo de aquel pequeño e ínfimo, pero tan pintoresco momento. El cabello de Alice era sedoso, lacio, suave y pesado, y Connie sólo podía convencerse cada vez más del surrealismo que rodeaba a esa extraña persona.

    Bajó entonces la mirada a su vestimenta, permitiéndose apreciarla al detalle por primera vez. Su vestido lucía un decorado exquisito, bordados manuales de intrínsecos patrones ornamentaban las mullidas mangas en sus brazos, la suave tela en su pecho, la pesada falda a lo largo de sus piernas. Nunca antes había visto algo con tanta dedicación encima.

    —Es arte.

    Las palabras se le escaparon y de inmediato apretó los labios, avergonzada, intentando controlar el ligero rubor de sus mejillas. No comprendía por qué aquella jovencita de su edad lograba tensarla tanto. Suspiró apenas, recobrando la compostura, y se permitió apenas rozar el relieve de los brocados dorados que decoraban el hombro izquierdo de Alice; como si fuese algo tan frágil y delicado, capaz de quebrarse por un suspiro. Recordó entonces cuando la había comparado con sus muñecas. Connie fijó su mirada en Dumont y entreabrió los labios, apenas lo suficiente para permitirse modular en voz baja y pausada.

    —¿Qué tipo de muñeca eres tú?


    Gosh perdón tantos tochopost, me salen así sin darme cuenta ;--;
     
    Última edición: 7 Junio 2019
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    Yugen

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    Alice Dumont

    La admiración que Connie le profesaba no le resultó molesta, pesada ni antinatural. La ansiaba. De hecho, su inmenso pero bien disimulado ego ronroneó satisfecho tras cada pregunta, cada roce, por la timidez trémula, quizás ensimismada de cada una de sus palabras.

    Estaba acostumbrada. "Arte" escapó de los labios de la joven. Y aunque se avergonzó enseguida de aquellas palabras, Alice no las pasó por alto.

    "Arte". Ella era arte. No había sido educada para ser menos que perfecta. Una muñeca modelada por la mano de un experto artista. Confeccionada, consentida, manejada. Sin embargo, la perfección le resultaba tan vacía, aburrida e insípida. No había emoción en la perfección. La perfección debía ser quebrada, torcida, corrompida y destrozada... En la imperfección estaba la verdadera belleza. Por eso Alice no era perfecta.

    Era algo casi onírico en el fondo. Producto de algún extraño sueño, quizás encantamiento... quizás no lo entendería jamás. Pero no le desagradaba. Las leves caricias de Connie sobre su cabello, recorriéndolo con una palpable admiración y ensimismamiento. Abstraída por lo etéreo de la imagen frente a sus ojos. Aun si deseaba que fuera más brusca. Que sus leves caricias indecisas fuesen toques firmes, agresivos. Que buscasen hacerla sangrar.

    A Alice no le desagradaba.

    —No contaminaría mi cabello con químicos—le respondió y llevando sus etéreas manos que casi danzaron fantasmalmente bajo el juego de luces a la parte posterior de su cabeza, desató el lazo que recogía su melena. Se deshizo como una lustrosa cascada violeta cayendo blandamente sobre sus hombros. Una tenue risita se le escapó—Es natural. ¿Lo ves? Sublime y genuino... Me encanta. Madre lo tenía igual.

    Acarició su propio cabello con sus dedos recorriendo uno de sus mechones hasta el final. Igual que lo había hecho Connie. De hecho aún sentía el fantasma de sus dedos sobre su cabeza y su fuero interno deseó tirar más. Quería sentir aquella sensación delirante recorriendo de nuevo sus venas.

    Como en la oficina.

    Dolor lo llamaban. Pero no se sentía en lo absoluto como tal. Por eso aquella palabra le resultaba ajena. Lejana. Incostante. ¿Qué era el dolor? ¿Por qué los demás sufrían, lloraban y se quejaban... cuando ella no? Era tan complicado. Por eso la insimismaba. La enloquecía.

    Observó a Connie. La miró con los ojos morados entrecerrados, disfrutando de su ensimismamiento, de lo mucho que su persona la abstraída. Era como en esas historias de hadas. Como si hubiera sido hechizada por su belleza imperfecta.

    —No lo sé. ¿Qué tipo de muñeca crees que soy?—inquirió con un tono interesado mas no curioso. Adoraba ser admirada. Adoraba ser el centro de atención. Adoraba ese extraño magnetismo tan suyo que tanto encandilaba a Dubois. Pero si tenían que pedir su opinión, no era realmente la atención de Connie la que deseaba. Su devoción era por y para otra persona. Su propio nombre de ave era solo por ella, porque los flamencos eran las aves de la Reina y no los sinsontes entrometidos—. No me gusta pensar en que soy una pieza más en el tablero—prosiguió. Su tono bajo y envolvente—. Soy mejor que eso, Corianne. Si tengo que eligir un papel que me represente prefiero ser el titiritero. Aquel que maneja a placer los hilos... aunque ese papel en esta historia está reservado a alguien más.

    Ladeó ligeramente la cabeza. Ah... La Reina. Su adoraba Reina de Corazones era el titiritero de aquella función... y el espectáculo no había hecho más que empezar.
     
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    Ceci

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    Noah ~

    No sabía exactamente cuánto tiempo había pasado desde que se había metido a la ducha, pero la habitación, para esa altura, se veía oscura y borrosa por tanto vapor. Casi se le dificultaba respirar, pues el ambiente se había ahogado en calor.

    Un pequeño infierno personal.

    No sabía exactamente cuánto tiempo llevaba bajo el grifo, y si bien se había pasado toda su vida cuestionando a todas esas personas que hablaban de ruido blanco esto, ruido blanco lo otro, había algo en el sonido del agua chocando con su cuerpo que lo guiaba por un hilo de pensamiento que se sentía como un camino recto cuando su cabeza lo tenía encerrado en un laberinto.

    Shade.

    Su piel estaba roja de recibir tanta agua caliente en su espalda, no le quedaba un cristal de arena en el cuerpo, se había bañado con casi todo el jabón del baño, pero ese mugroso nombre se le había incrustado en la cabeza, inamovible.

    Estaba aún más furioso que cuando se había enterado de que Cathy le había ocultado todo eso, pues para ese entonces, se había dado cuenta de que no había tenido oportunidad de hacer nada al respecto.

    Shade.

    Golpeó el grifo de la ducha con el puño, cerrándolo de golpe, lastimando su piel en el proceso, incapaz de sentir algo al respecto. Era como si todos sus sentidos estuvieran nublados por la rabia, por la impotencia.

    Salió de la ducha, recordando que aún tenía una pieza del puzle que leer. Aquel papel que Agnes le había dado antes de salir de su oficina, aquel que le había dicho que era solo para él.

    Noah sonrió ante la idea de que era la dirección de donde lo había enterrado para poder ir y mear en su tumba.

    Shade.

    Laila y Shawn, Cathy y él... ¿Y el resto? Aimi, Galen el ruidoso, Alice... el tipo de la máscara, ese al que no había vuelto a ver... el asiento vacío junto a Aimi en el autobús...

    El autobús. Cathy junto a Shade. Shade sobre Cathy...

    SHADESHADESHADESHADESHADESHADESHADESHADESHADESHADESHADESHADESHADESHADESHADESHADESHADESHADE.

    No supo exactamente cuándo se había puesto esa ropa limpia que estaba en el baño, esa que era de su talla, negra como a él le gustaba, como si hubiera perdido tiempo dentro de ese baño sin ser realmente consciente de ello. Tomó el papel doblado, que para esas alturas se había desdoblado un poco, que tenía las puntas arrugadas, que tenía algunas palabras ligeramente borrosas, como si realmente hubiera pasado demasiado tiempo en el vapor del baño (así como Noah), y se limitó a abrirlo con paciencia, girándose para salir de ahí.

    Había escrito el nombre de Shade incontables veces en el espejo empañado del baño.

    Empezó a leer lo que la nota decía para el momento en el cual había abierto la puerta para salir, llevándose el pulgar a la boca, jugando con su uña entre sus dientes, produciendo un sonido rítmico, como el de un metrónomo. Necesitaba aire fresco para pensar, y algo que lo mantuviera en una línea constante de pensamiento.

    ¿Con quién había venido Shade s ese lugar?
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Connie Dubois

    Alice había permanecido tiesa y relajada mientras Connie admiraba su apariencia, como un maniquí de exposición. El lazo hizo un sonido sedoso al desatarse y el cabello de Dumont brilló con fuerza bajo las luces tenues de la habitación. Connie no pudo evitar compararlo mentalmente con el suyo, y de repente sintió un inmenso deseo por deshacerse las coletas. La oyó mencionar a su madre, y Dubois pensó entonces en la suya propia, y luego en Amelie. No podía decir que alguna vez había tenido una mamá, a decir verdad. Su mundo siempre había sido su padre, y más tarde Shade se sumó a la ecuación. Ellos eran su familia, su pequeña casa del árbol, su base secreta de felicidad. Si los tenía a ellos, no necesitaba nada más en el mundo.

    Pero ¿qué ocurriría si los pierdes, Connie?

    Supo que no era una voz externa, aunque se sobresaltó un poco de todas formas. Se esforzó por no desviar la mirada de Alice, no quería darle indicios de lo que estuviera pasando por su mente. La avergonzaba. La súbita idea la perturbó, sin embargo, y tragó saliva. Un mundo sin Gabriel y Shade... eso...

    No, no, no, no, no. No debía pensar esas cosas. Eso no pasaría nunca, nunca jamás. Ellos siempre estarían para ella, quizás un poco lejos, pero siempre, siempre podría volver a verlos... ¿verdad?

    "¿Qué tipo de muñeca crees que soy?"

    Connie frunció apenas el ceño, y la observó mientras seguía hablando. Alice la había arrancado de sus cavilaciones y ella lo agradeció, pues odiaba cuando su mente la ahogaba; la hacía sentir débil, frustrada e impotente.

    No llegó a responder, sin embargo, cuando la puerta del baño se abrió de repente. Connie se giró, viendo a Noah salir. Llevaba un pequeño pedazo de papel entre manos, mientras se mordisqueaba una uña. Tragó saliva y respiró hondo. La intromisión tan repentina del chico la había asustado, subiéndole el corazón a la garganta. Debía calmarse para hacer lo que debía hacer. Así, papá estaría orgullosa de ella.

    —¿Noah? —lo llamó, incorporándose de la cama y acercándose despacito a él—. Noah, quería... hablarte de algo.


    Ajusten sus cinturones, damas y caballeros, se viene el desmadre
     
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    Ceci

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    Noah ~

    Las palabras en ese papel parecían clavarse como puñales ardientes en todo su cuerpo. Se sentía encendido en furia, aún más que antes, si eso era posible. Su puño se había cerrado con tanta fuerza que sus nudillos se habían vuelto blancos; la expresión en su rostro era tan severa que una vena había empezado a sobresalir en su frente, palpitando rabiosa, y tuvo que abrir a boca para mover su mandíbula de un lado a otro, tronando un par de articulaciones, porque había apretado sus dientes con tanta fuerza que toda su cara le dolía; su respiración estaba agitada, como si hubiera corrido una maratón, cuando simplemente se mantenía ocupado caminando de una dirección a la otra en una línea recta, a un paso tranquilo.

    Había perdido la cuenta de las veces que había leído las palabras en ese papel, y aunque entre la humedad del baño y la sangre de su mano poca cosa legible quedaba, prácticamente se la sabía de memoria.

    Shade.

    Sonrió para sí mismo, terminando de romperse la uña del pulgar, llevándose el dedo índice a la boca para seguir con su compás.

    Estando muerto era la única forma que Shade habría estado a salvo después de leer todo eso.

    '¿Noah?'

    ¿Quién?

    'Noah, quería... hablarte de algo.'

    Ah, sí. Él.

    —¿Qué pasa? —preguntó en voz baja, sumanente tranquilo, para nada comparable con su estado actual.

    Shade.

    ¿Con quién había llegado Shade?
     
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    Gigi Blanche

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    Connie Dubois

    La tranquilidad de Noah, de forma irónica, la tensó aún más. Lo veía allí, mordisqueándose las uñas, y sentía que algo... no encajaba. Se preguntó si sería el mejor momento para hablarle, pero ya había dado el primer paso. Sería aún más grosero echarse atrás, ¿verdad?

    Ya estaba allí.

    Tomó aire por la nariz, cuidando de no hacer ruido, y lo liberó poco a poco al mismo tiempo que alzaba la mirada hacia Noah.

    —Yo... quería disculparme —murmuró, jugueteando nerviosa con sus manos—. Por todo lo que pasó, supongo... S-sí, eso. Perdón por haber lastimado a Catherine, y perdón por haberte ignorado cuando me hablaste. Sé que estuvo mal, por eso... lo siento, Noah.

    La fuerza de sus palabras era inestable, ascendía y descendía de manera anárquica; lo mismo su voluntad para mantener el contacto visual. Al final acabó rompiéndolo, sintiendo un fuerte calor en las mejillas, y selló sus labios con una creciente ansiedad en el pecho. La expectativa ante la reacción de Noah le enviaba punzadas a la boca del estómago, pero sólo podía permanecer allí, de pie frente a él, aguardando. ¿Cómo respondería? Esperaba de todo corazón poder eliminar esa tensión que parecía haber entre ambos, pues era fea y no beneficiaba en nada a nadie. Noah... era un buen chico, ¿verdad? Quizás aceptara sus disculpas si se daba cuenta que eran sinceras.
     
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    Ceci

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    Noah ~

    'Perdón por haber lastimado a Catherine'

    Lastimado a Cathy... Jaula... Colibrí... Gritos.

    Shade.

    Connie.

    Shade y Connie estaban juntos.

    Dejó de molestar su uña en sus dientes al segundo en el cual, por fin, había podido atar los cabos. Sonrió divertido mientras dejaba bajar la hoja, bajando su mano, descubriendo su rostro. Levantó la vista para encontrarse, por fin, con Connie.

    Tan... tímida, atemorizada. Tan culpable.

    Ladeó la cabeza mientras la miraba, en silencio, sin una expresión en particular además de esa media sonrisa que se veía más vacía que sincera. Aquella era la responsable de haber lastimado a Cathy, la que se la había devuelto casi muerta, y por ver la forma en la que se atoraba en sus propias palabras, como si le pesaran, seguro habría tenido que ver con lo que Shade le había hecho a Cathy.

    Nunca la había culpado por lo que pasó en la jaula, pero lo otro...

    Aquello ya era personal.

    —¿Quieres que te perdone por lastimar a Cathy? —le preguntó, de nuevo, en voz baja. Su mirada cayó de nuevo a la carta, y sus ojos se entrecerraron a medida que su sonrisa se ampliaba—. Con mucho gusto, Connie...

    Sinsonte.

    Levantó lentamente el papel, poniéndolo a la altura de su rostro, junto al mismo, doblándolo a la mitad, justo sobre uno de los varios dobleces marcados, para que no se leyera lo que contenía el papel.

    —Pero después de lo que hizo Shade... —hizo una pausa, mirando la carta de reojo, antes de volver a mirar a Connie por entre los cabellos de su fleco—, hmmm... no lo sé... quizás no sea tan sencillo...

    Pero sí que sería divertido.
     
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    Gigi Blanche

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    Connie Dubois

    La actitud de Noah era... extraña. Podía notarlo. No sabía si aquel papel en su mano tendría algo que ver, pero tampoco le correspondía inmiscuírse. Noah por fin le devolvió la mirada y su sonrisa era extraña, sus ojos eran extraños, aunque no pudiera definir de qué manera. Sus manos se comprimieron sin notarlo, y sintió el impulso de retroceder un paso; impulso que contuvo justo a tiempo cuando Noah habló.

    Acababa de decir que la perdonaba, entonces ¿por qué sentía semejante presión en el pecho?

    Noah.
    Alice.

    Incorporando y almacenando, incorporando y almacenando.

    ¿Shade?
    Pestañeó. Tragó saliva.

    —¿Lo que hizo Shade? —replicó, buscando mantener cierta firmeza en su voz—. N-no entiendo de qué hablas, Noah...

    Estaba asustada, podía sentirlo en su cuerpo. El muchacho frente a ella le enviaba señales incoherentes, extrañas, que activaban sus alertas, aunque fuera incapaz de ponerlo en palabras. No entendía de qué le hablaba, no entendía por qué sonreía de aquella forma, no entendía por qué tenía tanto miedo de alguien que acababa de perdonarla, de alguien que jamás le había hecho nada.
     
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    Yugen

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    Alice Dumont

    Su pequeña y pausada charla con Connie fue detenida de forma abrupta por una aparición inesperada. La puerta contigua se abrió de forma repentina y un chasquido rítmico y mecánico se instaló como una presencia inamovible en el cuarto. Cuando la joven Dubois se incorporó provocando que las suaves olas de la cama se meciesen, Alice alzó la vista.

    Fue como si una garra gélida le atenazase repentinamente el corazón y crispase sus nervios de forma imposible. No importaba lo mucho que lo viese, las palabras de la Reina resonaban como un eco distante entre las paredes de su mente. No las borraría nunca. Su sonrisa se mantuvo, serena e inalterable. Llevó las manos hasta su regazo.

    Ah, el sinsonte.

    Qué curioso haber estado pensando en él hacía apenas minutos. Era curioso y... exasperante. Qué manera tan inoportuna de acabar la diversión con su nuevo juguete. Lo observó sombría, con una chispa desencantada en sus ojos.

    Noah tenía el rostro demacrado y el ceño fruncido. Como persona observadora Alice pudo apreciar los detalles. Los nudillos blancos por la fuerza tan intensa que hacía al apretarlos, su yugular sobresaliendo de su cuello como si pretendiese reventar en cualquier instante. Casi pudo escuchar la sangre bombear por sus arterias a un ritmo frenético. Conocía esa emoción. Y aunque rara vez la había experimentado—si es que alguna vez lo había hecho— supo que se trataba de ira. Pero no cualquier ira. Noah estaba furibundo.

    Estaba, en general, tan acostumbrada a la prenumbra que sus ojos no tuvieron que sobreesforzarse al apreciar todo eso bajo las coloridas luces del parque. Se colaban casi reptando por las ventanas, dibujando las paredes, la cama y sus rostros con tonos rojizos. Arrancaban fuego de los orbes del sinsonte. El ambiente repentinamente se sintió pesado y sofocante.

    —Ah... Noah—casi siseó. Su sonrisa se torció, sardónica—. Qué sorpresa tan... desagradable. Desearía poder decir algo mejor pero tu presencia me resulta siempre... sobrante. Por no encontrar un adjetivo mejor que ponga nombre a mis sentimientos.

    Se incorporó entonces de la cama y se acercó hasta Connie. En un primer instante pensó en simplemente mantener las distancias y observar el desenlace de aquella escena. Pero Noah crispaba sus nervios como nadie nunca antes. La preciada ave de la Reina...

    Por dios. Quiso reír.

    Qué despropósito.

    No iba a arrebatarle también la atención de su nuevo, pequeño y frágil juguete. Desde el mismo momento en que fijó sus ojos en ella decidió que era el objetivo perfecto. Quería hacerle tantas... taantas cosas... Quebrarla en miles de pedazos hasta que ese brillo en su ojo derecho se apagara tanto como el de su ausente ojo izquierdo.

    Corianne era suya.

    Pasó sus fríos y delgados brazos por su delicada cintura desde su espalda, rodeándola en un abrazo mortecino. Miró a Noah por encima del hombro de Connie. Seguía sonriendo. Aquella mueca torcida, que realmente no terminaba de ser una sonrisa. Pero en sus ojos, por primera vez, había un claro brillo de advertencia... aunque era fácil de ignorar bajo la opacidad de sus pupilas.

    —Te ves lamentable, si me lo permites—Dejó escapar una risita. Pero su voz fue fría como un témpano de hielo. Ladeó la cabeza y apretó contra su pecho la espalda de Connie— Déjame adivinar... ¿acaso la Reina te liberó de su jaula?

    I don't know what I'm doing but my kokoro said it to me. *huye*
     
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    Sinsonte.

    Pudo sentir cómo Noah, encerrado en su pequeño cuarto oscuro muy dentro de él, empezó a temblar al escuchar la voz de Alice, aquella cuyo tono siempre se escuchaba perturbador en más de un sentido, aquella que enviaba mil y un advertencias con cada palabra que decía.

    Pero para él ella era una pequeña insignificante, alguien cuya presencia ni siquiera se dignaría a reconocer.

    Tan patética. ¿Alguna vez hará algo más además de hablar su peso en farandulería? Ah... 》, pensó, sin exteriorizar absolutamente nada, como si no existiera.

    ¿Hasta cuándo podría ignorar a Alice sin que perdiera la compostura, esa que para ella parecía más importante que el propio aire que respiraba?

    —¿No sabías que Shade intentó matar a Cathy en su habitación, Connie? —le preguntó, fingiendo la misma demencia que para él Connie estaba fingiendo.

    ¿Quizás debería ir al baño y mojar una toalla y volver a asfixiarla tal cual Shade había hecho con Cathy?

    Solo que él se aseguraría de que no despertara nunca más.

    —Oh, Connie... entenderás que puedo perdonar que hayas lastimado a Cathy en la jaula, pero esto otro... hmmm... esto otro te costará —murmuró, estirando una de sus manos para poner un mechón de su cabello detrás de su oreja, queriendo ver si así podía molestar a Alice.

    Noah le tenía miedo, mucho miedo, pero para él... para él Alice era mucho más transparente que un cristal. Ella quería algo que él tenía, podía leerlo sin tener que mirarla siquiera.

    A ver cuándo explotaba de una vez e intentaba quitárselo, si es que podía.

    —No soy rencoroso, Connie, así que estoy dispuesto a perdonar todo lo que pasó —hizo una pausa, acomodando el elástico con su dedo antes de soltar su rostro, sin dejar de mirarla—. Si haces algo por mí, algo muy pequeño, entonces todo va a estar bien. —Volvió a levantar la carta entre sus dedos, poniéndola frente a ella—. Porque asumo que ya no quieres que las cosas estén mal, porque por algo me estás pidiendo disculpas, ¿verdad?

    Casi que podía oler el miedo saliendo de los poros de Connie, y tenía que admitir que le encantaba tenerla atrapada sin saber a dónde moverse.
     
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