Microrrelato Últimas palabras.

Últimas palabras.
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Las últimas palabras que había escuchado salir de esos pedazos de carne fríos, que ahora permanecerán en silencio, aún podía recordarlas sin esfuerzo alguno. Esas palabras, las letras que usaste para armar una frase trillada que, aunque no quiera consentir, han calado las paredes gruesas de aquel órgano que bombea el líquido rojo que circula por todo mi cuerpo.

Era un puñal, una daga que ahora quiero retirar de mi sistema. Quitar de mi lo que clavaste con vehemencia, porque ahora solo causa daño, dolor, agonía, como quieras llamarle.

Quizá fue un error, un desliz que cometiste sin pensar en las consecuencias. No estoy diciendo que no te perdonaré, pero, con aquel “desliz” acabaste con la última luz de esperanza que yacía entre tanta lobreguez, la finita línea que nos mantenía unidos terminó destrozada.

No está en mí olvidar los días donde sentía que el sol me quemaba por dentro, donde la pasión crecía con frenesí. Los guardaré, los atesoraré como lo que son: recuerdos felices.

Pero, ahora has partido, quizá ahora a una vida mejor. Allá donde quiera que estés, seguro el sol te ilumina y no quiero que eso se acabe, yo estaré bien aquí. Sé que no fue tu intención gritarme, ni menospreciarme. Admito que a la vez ha sido culpa mía, no fui consiente de tu agotamiento, de tú limite, y me dediqué a exigirte más y más.

Por eso, pido disculpas.

No lo tomes como un adiós, es un “hasta luego”, porque sé que podré volver a verte.

Lamento mi ceguera, mi necedad, mi falta de atención y sé que lamentas nuestra discusión. Que eso no te impida seguir, yo te he perdonado. Porque aunque haya sido nuestra última pelea, sin podernos ver y abrazarnos en señal de paz, te comprendo…

Y… quiero que sepas estas, mis últimas palabras a ti, y que las graves en tu corazón, que aunque esté dolido, sanará.

Quiero decirte:

Te amo.

Por eso, prometamos nuestra felicidad eterna, despedir la amargura, almacenar los momentos y no desconocerlos. Porque buenos o malos, son parte de nosotros.

¿Lo prometes?

Yo, sí.

Ahora, es momento de irme, ha comenzado a llover, y debo cuidar lo que llevo aquí, en mi vientre. Sí, ese pedacito de luz que has dejado. Que agradezco tener.

Te doy un beso en aquella mejilla pálida, lamento que se mezcle con la lluvia y mis lágrimas, pero está repleto de amor por ti. Vendré a verte siempre que pueda, ahora debo cumplir con mi deber de educar, cuidar y mantener aquel retoño que está por llegar. Tú descansa, no estés triste por esto, nadie supo que pasaría un accidente como este. No te culpes, ni agobies, sé que de allí lo cuidarás muy bien. Además, tendrá el nombre que elegiste: Dylan.

Sin más, partiré.

Sin antes recordarte nuevamente mis últimas palabras:

—Te amo, Jonathan.