Él lo cambió todo

Capítulo 20: Impulsos


Habría pasado ya bastante rato des de que regresamos del encuentro de Alice y los demás. Por supuesto, nos echaron un buen sermón del que sólo entendí un coro de “¡bla, bla, bla!”. Tuvimos suerte de que no se enfadasen lo suficiente para dejarnos tirados en el bosque; claro que siempre teníamos nuestro escondrijo en la cueva para refugiarnos. Nuestro escondrijo... ¡Qué bien sonaba aquello! Y por si lo estáis pensando; no, definitivamente no he decidido entregarme completamente a mis hormonas adolescentes. Lo que haría sería permitir fluir una amistad, tan solo amistad entre Edward y yo.

Al llegar a casa, me comporté como si nada. Cenamos en familia y fuimos a dormir a una hora prudente. Cuando casi se me salió el corazón del pecho, fue al oír la voz de Edward pidiéndome unos minutos para hablar. Minutos que ya se habían convertido en horas. Empezamos haciéndonos saber que los dos estábamos de acuerdo en aquello de la amistad y, finalmente, sentándonos en el suelo de mi cuarto, con mantas a nuestro alrededor, para seguir explicando nuestras desgracias. No era algo especialmente agradable, pero desde luego me sentía capaz de desahogarme frente a alguien que había estado en una situación similar a la mía.

— Entonces no recuerdas ningún rostro del día del accidente. —repitió Edward, después de que yo finalizase con el relato de cómo había perdido a mis padres.

—Ya te lo he dicho; sólo policías y jóvenes borrachos por todas partes.

Edward asintió con la cabeza, ensimismándose en algún pensamiento. Quise cambiar de tema, ya que él ya me había contado con lujo de detalles aquella tétrica noche en la que asesinaron a su madre.

—¿Crees que se habrán dormido ya?— le pregunté, gesticulando en dirección a mi puerta cerrada y acurrucándome entre mi sábana púrpura.

—Carlisle y Esme acaban de apagar la luz de su habitación. —me contestó Edward, sentado frente a mí sobre una manta azulada.

A estas alturas, yo me ahorraba preguntarle por qué estaba tan seguro de aquello; si lo hacía probablemente se pondría a la defensiva. Ya encontraría una manera de que la cuestión “sexto sentido de Edward” surgiese por sí sola. Ajá, había bautizado la incógnita de mi hermano, y su capacidad para saber qué hacían las personas en cada momento, de ese modo. De momento, prefería esperar y conservar a este Edward sincero y calmado, en lugar del otro reservado.

Me estiré un poco y agarré la foto de Charlie y Renée que descansaba sobre mi mesita de noche.

—Les echo de menos. —miré con añoranza las caras de mis padres, sonriendo, cada uno a un costado mío. — Esta fue la última fotografía que nos hicimos juntos, la última Navidad que pasé con ellos. —acaricié el marco de madera.

En cuanto me fijé de nuevo en la habitación, Edward se había movido hasta colocarse junto a mí y miraba el retrato de papá y mamá detenidamente.

Respira, Bella.

Tuve que recordármelo a mí misma, ya que su cercanía era enloquecedora. ¡Pero solamente éramos amigos! ¡Sólo eso!

—Estás deseando que sea algo más, querida. —ya había regresado la mini-Bella, para torturarme un rato.

¿Es que nunca descansas?

Mi hermano me sacó de las ensoñaciones al quitarme el objeto de las manos.

—Os veis muy felices. —comentó, sin apartar la vista del pequeño cuadro.— Al menos tus padres te querían.

—Los tuyos a ti también. —solté, sin pararme a pensar demasiado.

—Ya, claro. — esta vez, Edward sonó sarcástico y esbozó una sonrisa triste.— Mi padre me aborrecía. Es más, se volvió alcohólico cuando nací... —su voz destilaba odio y, al mismo tiempo, culpabilidad.

Esta era una de esas situaciones en las que no atinaba a decir algo adecuado. Me trababa al verle con esa mueca torturada, simplemente era algo que no podía soportar. ¡Únicamente porque éramos amigos!

—¿Cómo se llamaba él? —le pregunté, en un intento por sacarle de su espiral de recuerdos dolorosos.

—¿Quién? —Edward me devolvió la fotografía.

—Tu padre.

—Oh... —mi nuevo amigo dudó unos instantes. —Edward —carraspeó y comprendí que no se sentía muy orgulloso de tener el mismo nombre que su padre.— Masen.

—Por lo que tú eres Edward Masen Junior. —pretendí bromear, riendo en voz baja para no despertar a nadie.

—Era el benjamín. —él mostró su característica sonrisa torcida y yo, tonta de mí, me mordí el labio para controlar mi nerviosismo.

El silencio predominó en la habitación durante unos minutos. Edward observaba mi rostro y yo el suyo. Calculé; nos encontraríamos a un palmo de distancia el uno del otro.

Tan solo la luz de mi escritorio estaba aún dada, para evitar que se filtrara demasiada claridad por las rendijas de la puerta. Aún así, los ojos esmeralda de Edward brillaban de nuevo con la misma intensidad con la que lo habían hecho esa tarde. Tanto él como yo teníamos los labios entreabiertos y se escuchaba las cadencias de nuestras respiraciones entrecortadas. Me temblaban las manos y justo entonces: la magia se esfumó.

Edward se tumbó en su manta de manera que pudo continuar mirándome desde el suelo.

Ese movimiento consiguió darme el suficiente tiempo para recobrarme de mi trance espontáneo.

—Oye, Bella, ¿tú crees en todo eso de la genética? —Edward habló de manera casual y colocó una mano tras su nuca. — Ya sabes; los descendientes igual a los progenitores.

Levanté una ceja y después retorné a mi rostro sereno. Me extrañó su pregunta, aunque tenía un leve presentimiento de por qué me la hacía.

—Siempre existe la posibilidad de que salga un niño rubio si los padres son rubios. —contesté, rodando los ojos como si se tratase de una cuestión obvia.

—Me refiero... — Edward suspiró y se levantó de nuevo, rozando su hombro con el mío al sentarse.— A algo... Psicológico. —se trabó y dirigió los ojos al suelo.

Me removí a propósito, para volver a sentir su hombro contra el mío. Era adictiva la sensación que producía el contacto de su piel.

—Puede que sea una tontería, pero yo creo que uno siempre es lo que quiere ser. — me percaté de que Edward fruncía el ceño, por lo que me expliqué: — Por mucho que tus genes te impongan actuar de una determinada manera, tú siempre puedes escoger por ti mismo. —encogí mis hombros.

Él asintió levemente y se quedó callado.

—¿Entonces, existe la remota posibilidad de que yo no sea...? —Edward no acabó la frase. Parecía que estaba teniendo un arrebato de furia contenida, ya que contraía con fuerza los puños.

Tragué saliva y esperé con temor a que volviese a cambiar su humor. ¡Mi hermano era tan impredecible! Deseaba saber qué pasaba por su mente para poder ayudarle. Vuelvo a repetir: ¡Sólo porque era mi amigo! Sólo eso.

De repente, abandonó las mantas y se encaminó hacia un ventanal.
En un principio no me atreví a moverme ni un milímetro; sobre todo después de que Edward golpease la pared con su mano. Más tarde, cuando la quietud reinó de nuevo en la habitación, decidí acercarme a su lado. ¡¿Qué le estaba pasando?!

Las finas cortinas estaban corridas, por lo que se podía contemplar el lindar del bosque bañado por la luz de la luna.

—Seré igual que mi padre, ¿no es así? —no supe si había soltado aquella pregunta a sí mismo o me hablaba a mí.

Entonces comprendí su frustración. El temor de Edward era ser como el hombre que asesinó a su madre. Su pavor era convertirse en alguien como Edward Masen.

—¡Te prohíbo que pienses eso! — me sorprendí a mí misma sintiéndome tan segura de aquello.

Es decir, no se me habían olvidado la numerosas veces en las que Edward me había hecho parecer boba, decepcionada, triste, enfadada, frustrada; pero tampoco me había deshecho de los recuerdos agradables que conservaba a su lado. Por mucho que yo me hubiese repetido internamente lo mala persona que era, en el fondo, mi conciencia sabía que realmente Edward tenía algo que le hacía ser bueno. Fue ahí cuando lo comprendí de verdad.

—Bella, tengo hasta su mismo nombre. —él aprisionó mis brazos y me sacudió un poco.— Soy su vivo reflejo... —con un suspiro apenado me soltó y se fijó en el paisaje nocturno.

—¿A caso tú quieres ser como él? —estaba casi segura de su respuesta.

—¡No! — exclamó, entre susurros, desterrando esa idea inmediatamente.

—Entonces no lo serás. —concluí. Me percaté de que intentaba apartar su mirada otra vez, así que actué rápidamente.— Escúchame, ¿quieres? Digas lo que digas, hagas lo que hagas... Yo sé que tienes sentimientos, Edward. Quizá no lo demuestres, pero están ahí. —mis ojos revolotearon rápidamente en busca de los suyos y un tenue rubor se apoderó de mis mejillas.— T-tienes un buen corazón. —tartamudeé mientras mordía mi labio inferior.

Era oficial, me había vuelto una cursi enamorada. ¡Y lo peor es que no podía arrepentirme por ello, ni pensar con claridad!

Edward tragó saliva ruidosamente y me miró con el ceño fruncido. Entonces, muy despacio, comenzó a acercarse a mí. Primero me acorraló contra la pared más cercana y luego su cara fue moviéndose lentamente hacia un lado al mismo tiempo que sus labios se entreabrían y su respiración chocaba contra mi boca.

—Bella, detenme... —me suplicó, apretando la mandíbula con fuerza pero sin apartarse un centímetro de mi rostro.

Mi labio temblaba imperceptiblemente y no reaccioné. ¿Me estaba pidiendo que lo detuviera? Ajá. ¿Entonces por qué narices me quedaba ahí plantada, esperando que pasara lo que tenía que pasar?
Edward seguía avanzando, con una expresión de dolor inconfundible. Se notaba que no quería hacer esto y yo debería ayudarle a que nada sucediera.

¡Oh mierda, es que yo quería que eso sucediera!

Los labios de Edward quedaron quietos a un micromilímetro de mí y susurraron mi nombre.

—Bella...

Cosquillas, mariposas, angelitos y de todas las cosas posibles empezaron a revolotear en mi estómago. Cerré los párpados instintivamente y nada pudimos hacer ninguno de los dos para evitar lo inevitable.

Sus labios se estamparon contra los míos, como si los dos se pertenecieran. Eran suaves al tacto y lo fueron aún más cuando comenzaron a moverse. Se amoldaban perfectamente a mi boca y yo no tardé demasiado en corresponder aquel beso.

Me abalancé contra él, así que, lo que al principio había sido un beso delicado ahora se había convertido en uno ferviente. Ni yo misma sabía lo mucho que le necesitaba.
Su lengua se abrió paso hacia la mía y las dos se acariciaron una y otra vez. Su sabor era increíblemente delicioso, ¡también adictivo!

Di un respingo cuando sus manos se posaron en mis caderas, incitándome a que mi cuerpo se acercara al suyo. Por otro lado, yo rodeé su cuello con mis brazos y me puse de puntillas para intensificar aquel beso. ¡Me había vuelto totalmente loca y no parecía estar consciente de ello!
Hubo un momento en que mi deseo de él fue tan fuerte que apresé su labio entre mis dientes y sin querer lo mordí ligeramente. Él gruñó en respuesta, sonido que me hizo volar hacia el país de las maravillas.

Después se apartó un poco y tocó mi cuello con la punta de su nariz. El cosquilleo de su agitado aliento contra mi piel me hizo estremecer.

Me encontraba con el corazón bombeando sangre a toda pastilla, cuando todo pasó demasiado rápido.
Apoyé las manos en su pétreo pecho y él tembló a mi lado. A continuación le dio un casto beso a mi cuello y se separó cuidadosamente, dejándome jadeante y de espaldas a la pared. Sus ojos esmeralda le echaron un rápido vistazo a los míos, achocolatados, y luego se volvieron hacia el suelo.

No entendí nada, pero Edward mostró una mueca entristecida y se marchó, cerrando la puerta a su paso sin hacer el más mínimo ruido.

Sentí que los ojos me picaban y no encontraban concordancia con la realidad. Nada de esto parecía real, ni siquiera el hecho de estar sola en medio de la oscuridad.

Al igual que si se hubiese prendido una bombilla en mi cabeza, la sensatez retornó.

Edward. Yo. Beso.

¡¿Pero qué narices acababa de hacer?! ¡Oh mierda, mierda, mierda! Si alguien se enteraba de esto... Es decir... ¡Por todos los santos, Edward tenía novia! Y ella era, nada más y nada menos, que Jessica Stanley. Mañana yo sería Bella muerta. Me asesinaría y se encargaría de esconder mi cadáver para no dejar evidencias.

¡Agh! Lo peor era que podría haber parado con todo esto cuando tuve la oportunidad. Es más, Edward me había rogado que lo hiciera. ¡Pero yo tenía que dejarme llevar por las hormonas!

Un momento... Edward me había rogado que le detuviese.

Repentinamente, aquellas palabras dolieron más que cualquier martirio físico. Resbalé poco a poco hasta quedar sentada en el suelo y la situación me recordó mucho a la noche después del karaoke. ¡Iugh!

Nota mental: no volver a acordarme de eso.

A tientas entre la oscuridad, procuré llegar a mi cama sin caerme. Me desparramé en ella, aún con un impresionante calor en mis mejillas, y jadeé hasta que la boca se me quedó casi reseca.

Con mis últimas fuerzas, acerqué la mano al cajón de mi mesita de noche y saqué mi cuaderno rojo con su bolígrafo. Quería gritar en estos momentos; y no precisamente de felicidad.

​

<<10 razones para odiar a Edward Cullen>>​

Le amo: ni yo misma me creo esto. Me están causando demasiados problemas mis hormonas. Pero sí; amo al idiota de Edward Cullen.​

​

—Qué he hecho... —me quejé, tapándome la cara con la almohada y tirando la libreta por los aires.

Nadie, jamás de los jamases, podía enterarse de esto. Tal vez Edward estaba tan arrepentido y avergonzado que no contase este incidente ni a su propia sombra. Sería un secreto que nos llevásemos a la tumba. Ajá, sí, estaba decidido.

De repente, media parte de mi estúpido cerebro me hizo revivir el sabor de los labios de mi hermanastro, su suave beso....

Me pateé el estómago mentalmente. Nadie debía enterarse.

-------------------------------------------------------------------------------------------------​

​

Aquella mañana había pasado extremadamente lenta. Mis terribles ojeras me hacían concebir el aspecto de un monstruo, por lo que Alice tuvo la oportunidad de maquillarme. No demasiado, todo sea dicho.

Durante el desayuno me encargué de no mirar a Edward ni un solo segundo. Él, por su parte, no me complicó el trabajo ya que me ignoraba por completo (efectivamente, eso dolía).

Una vez en el instituto, tuve que ser la agente "Bella 007" para escabullirme de Jess. Procuré centrarme en la conversación que se dio en la mesa de mis hermanos en lugar de ojear la de los “pijos”. Realmente temía que Jessica estuviese al corriente de todo. Pero al parecer mis sospechas fueron negadas cuando acabaron las clases y yo aún seguía con vida.

Habíamos comido y, más tarde, Carlisle me había llevado al hospital (por décima vez desde el incidente en La Push). Dejé que los médicos hiciesen su trabajo, ya cansada de tantos aparatejos colocados en mi cuerpo. Como no, cuando finalizaron las pruebas ninguno de ellos me informó de mi estado. Supuse que no se trataría de nada grave, sino ya me lo habrían contado. Puede que solamente fuesen exámenes rutinarios.

Al volver, Edward no se encontraba en casa, Alice había salido de compras y Emmett seguía en el instituto, dado que lo habían castigado una vez más. Esme fue la única que me dio la bienvenida y me marché hacia mi habitación.

Ahora me encontraba con los auriculares puestos, escuchando una canción que siempre me había gustado.

​

If today was your last day,​

tomorrow was too late,​

¿would you say goodbye to yesterday?​

Nickelback... Un gran cantante, sin duda.

Me sobresalté al ver como el bolsillo de mis jeans comenzó a vibrar. Entonces recordé que había dejado allí el móvil. Lo saqué y miré la pantalla; un nuevo mensaje.

Llego a tu casa en 5 segundos.​

Jacob​

Me desprendí de los cascos y dirigí la vista hacia los ventanales instintivamente. ¡Ni siquiera tenía un aspecto presentable!

En ese momento, sonó el timbre en el piso de abajo.

Me alarmé y me levanté del escritorio, agarré una vieja sudadera que colgaba de mi perchero y me la coloqué mientras corría escaleras abajo. Me alisé el pelo con los dedos para no parecer una loca y vi que Carlisle ya había abierto el portón de la mansión.

Jacob estaba en la entrada, con una sonrisa de oreja a oreja que se intensificó en verme y abrió sus brazos. Reí y prácticamente salté el último escalón para que me diese ese abrazo de oso que tanto necesitaba.

—Que buen recibimiento. —se sorprendió, aún estrechándome con fuerza.— No me esperaba tanta emoción por tu parte. Más bien alguna excusa como la última vez que te llamé. —me dejó en el suelo y puso una de sus manazas en su barbilla, haciendo un gesto pensativo.— ¿Así que estabas demasiado cansada para salir con tu mejor amigo?

Fruncí los labios y le di un golpe en el hombro, a sabiendas de que no le causaría el menor daño.

—No era ninguna excusa.

—Aún así, me debes una tarde contigo. —me guiñó un ojo.

Me seguía pareciendo raro que Jake hubiese cogido tanta confianza en lo que a nuestra amistad se refería. Me recordé de nuevo que ahora él estaba enamorado de Leah, no tenía de qué preocuparme.

Rodé mis ojos para que no notase mi incomodidad.

—Te he echado de menos, tontorrón. —esta vez fui yo quien le abrazó.

—Yo también, Bells.

En separarme de él y girarme hacia las escaleras, percibí que ya no eran los ojos de Carlisle los que se posaban en nosotros, sino los de Edward. Éste se había plantado en el lindar de la puerta del primer comedor y tenía una expresión inescrutable. ¿Cuando habría llegado a casa?

—Todos tus intentos por evitarle se han ido al garete. Te felicito chica lista. —la mini-Bella era estresante.

Jacob pareció notar la tensión que había y se posicionó más cerca de mí, con los brazos cruzados bajo el pecho. Carraspeé, apartando la vista de los orbes amenazantes de Edward.

Entonces, mi hermano exhaló un suspiro y anduvo en dirección a la salida de la mansión, pasando por medio de nosotros primero. En su camino, volvió a rozar su hombro con el mío y me sacudió la misma electricidad que la noche anterior.

Tragué saliva y me recompuse, disimulando antes de que el eco de un portazo se hiciese presente.

—¿Qué le pasa al niño rico? —Jake escupió cada palabra, haciendo un gesto hacia la enorme puerta cuando ésta se cerró.

No contesté, pensando en otra excusa que darle. Últimamente me estaba convirtiendo en una mentirosa de primera.

—¿Te quiere para él sólo o qué? —mi amigo rió amargamente.

—No. —solté a la carrera. La conversación ya estaba tomando un rumbo incómodo, era hora de pararlo.

— Bueno, ¿quieres entrar o te vas a pasar la vida preguntando estupideces? — Ups... Quizá había sido un poquito ruda.

Me sentí mal, pero mi asqueroso orgullo no me permitió hacer otra cosa que subir las escaleras pisando fuerte. Jacob me siguió de cerca, sin decir nada.

—Lo siento. —me disculpé, cuando estábamos en el segundo piso.— Pierdo los nervios con facilidad estos días.

Le conduje por el largo pasillo hasta quedar frente a mi habitación. Mi puerta blanca estaba cerrada, por lo que aproveché y me apoyé en ella.

—Y... ¿Qué tal tu salud? ¿Estable? —Jacob cambió de tema. Eso era algo que le agradecería internamente, ya que a veces era lo suficientemente sensato como para decidir cuando yo no deseaba dar más detalles sobre algo.

—Carlisle sigue haciéndome pruebas. — suspiré.

Jake se me quedó mirando con aspecto de incomprensión y entendí el por qué.

—Quien te ha dejado pasar; mi padrastro. —aclaré.

—Ah. —asintió. — Pero no hay nada preocupante, ¿verdad?

—No lo creo. —le tranquilicé, cuestionándome después si en realidad eso era verdad.

Le escuché bufar y me giré hacia él, alzando una ceja.

—Supongo que no serás lo suficientemente atrevida para investigar por tu cuenta, ¿me equivoco? — Jacob mostró una sonrisita burlona y pasó su brazo por mis hombros despreocupadamente.

Yo se lo aparté y le miré desafiante.

—¿A qué te refieres exactamente?— teatralicé, poniendo mi mejor expresión malvada.

—Bien, querida cómplice. —reí ante su comentario.— Tu padre es médico, eso tiene que darte cierta ventaja.— puntualizó, rodando los ojos.

—Me niego a colarme en su despacho, si es eso lo que ronda por tu ingenua cabecita. —le di un pequeño golpe en su nuca y Jacob rió, atrayéndome de nuevo hacia él con su brazo sobre mis hombros.— Ese y el cuarto de Edward están prohibidos aquí, que quede claro.

—De acuerdo. Aunque creí que los invitados podían hacer lo que quisieran. —puso cara de angelito y yo puse mis ojos en blanco. Que infantil era cuando quería serlo.

—Bueno, creo recordar que has llegado aquí porque te ha dado la gana. —le miré de reojo con gesto socarrón.

Él me despeinó y yo me enfurruñé. ¿Jamás se cansaría de desgreñar mi cabello?

—A lo que iba, Bells; propongo un nuevo plan. Y sólo espero que no te opongas demasiado, porque sabes que al final yo acabaré ganando.

—Dime de qué se trata. —rodé los ojos otra vez y me crucé de brazos como pude.

—Antes de nada, abre tu mente un poco, ¿vale?

—Suéltalo ya, Jake. — dije, resignada.

Vi como su característica sonrisa socarrona era substituida por otra más planificadora, ¿Qué diablos se le habría ocurrido?

—Por casualidad no se te ocurrió seguir el consejo que te di en la playa, ¿mm? — Jake seguramente conocería la respuesta a su pregunta: no.

Reviví la charla que tuvimos en La Push aquella mañana, cuando él había adivinado que sentía atracción por Edward y me había dicho que debería seguir mis sentimientos. Me mordí el labio.

— Lo suponía. — dijo Jacob, sonriendo para marcar sus dos hoyuelos.

—Además, Edward ni siquiera me gusta. — uish, que mentira más gorda acababa de soltar.

—¿En serio? — mi amigo me miró desafiante y yo no abandoné mi posición, segura de mí misma.— ¿Entonces no te importará que le echemos un vistazo a su habitación, si tan guardada la tiene?

—¿Es que no has oído? Lo tengo prohibido. Aquí respetamos la intimidad de la gente.

—Vamos Bella, no me vengas ahora con eso. —Jacob me soltó de entre sus brazos y bufó.— Diviértete mientras seas joven. —volvió a guiñarme el ojo. ¡Oh mierda, no quería tanta confianza! Pero me sabía mal enfadarme o comentarle algo al respecto.— Claro que si aún te importa ese niño rico.... Entonces respetaremos su intimidad.

—Edward me trae sin cuidado.—Ajá, a eso se le llama una acción precipitada. O más bien dicho: una respuesta precipitada. Debía aprender a pensar antes de hablar.

Ahora Jacob sonreía maléficamente y yo no podía echarme atrás. ¿Qué iba a poner como justificación? Nadie debía enterarse de que mi estúpido y perfecto hermano me traía loca. ¡Estúpido, estúpido hermano! ¡Ahh!

—Guíame y yo me encargaré del resto. — Jake frotó sus manos.

—Oh, no. Nada de desordenar su cuarto o algo por el estilo. —quería dejar claras cuales eran las condiciones.— Cotilleas un rato sin tocar nada y nos vamos.— remarqué ese “nada”.

—Sí, sí. Venga Bells, no tenemos todo el día.

Inspiré y exhalé despacio. No había forma de escapar de ésta, no tenía ningún pretexto en contra de entrar en la habitación de Edward que pudiese utilizar sin que saliese a la luz mi tremenda fascinación por él.

Despacio, señalé la puerta que había justo en frente de la mía y Jacob la abrió, mirando cuidadosamente hacia el interior.

Una repentina curiosidad se prendió dentro de mí y quise asomarme yo también. Avancé y observé por sobre el hombro de mi amigo. El interior de aquella estancia estaba iluminado por la luz de las cristaleras del final. Su ala daba al lindar norte del bosque.

Jake no se cortó un pelo y entró como si se tratase de su propia casa. Yo, por el contrario, quedé estática en la puerta. Jacob me hacía señales para que me aproximase, pero no me movía.

Mi amigo rodó los ojos y se adentró más en el lugar.

Está bien, Edward se ha marchado. No hay moros en la costa, no hay moros en la costa.

Me decía lo mismo una y otra vez mientras iba paso a paso hacia adelante. Las paredes del cuarto eran del mismo color crema que las mías, su cama grisácea individual estaba colocada en el lado derecho, junto a su mesa de noche. En el lado opuesto, unas inmensas estanterías descansaban recargadas de Cds, libros y un equipo de música. Además, su escritorio disponía de un ordenador de pantalla plana y no es que se encontrara muy ordenado en estos momentos, más bien miles de papeles lo inundaban. ¿Serían deberes o habría escrito algo allí?

Nada de eso; no te han educado para que seas una cotilla.

Me distraje y contemplé el sofá de cuero negro que adornaba la parte final de la estancia, con una alfombra gruesa justo a sus pies.

¿Esto era todo? Tampoco había algo de lo que sorprenderse por aquí. ¿Edward era demasiado protector con sus cosas? ¿Por qué nunca había querido que yo entrase aquí?

—¡Wou! —se asombró Jacob. Uy, me había olvidado de que él también me acompañaba.

—Más bajito. —susurré, girándome para asegurarme de que Edward no aparecería de repente o algo así.

—Sí que os lo montáis bien. —Jake estaba mirando los enormes altavoces de la estantería de madera pulida.— ¿Tienen “surround”? —señaló hacia aquellos cachivaches.

Me encogí de hombros, concentrada en otra cosa.

No sin antes echarle otro vistazo a la puerta cerrada, caminé hacia el montón de papeles apilados en aquel escritorio. Examinándolos sin tocar, llegué a la conclusión de que no eran nada relacionado con el instituto. Todo estaba repleto de informes escritos a ordenador y carpetas de cartón blando.

—¿Qué es lo que te tiene tan concentrada? — me sobresalté cuando el murmullo de Jacob sonó tras de mí.

—Nada.— me reincorporé.— Aquí no hay nada que ver, así que vámonos.— hablé al mismo tiempo que abría el pomo que dejaba la entrada entreabierta.

—¿Qué significa esto?

Reculé en cuanto escuché el desconcierto de mi amigo.

—¡Jake! ¡Te he dicho que no toques nada! — me di cuenta de que había gritado demasiado, por lo que tapé mi boca con la mano rápidamente.

—No, no, Bella. Mira esto. —su tono serio me asustó de verdad; muy pocas veces Jacob cambiaba de humor tan deprisa.

Éste sostenía una hoja con letra de máquina en las manos. Se la arrebaté y leí lo que le había perturbado tanto.

El documento estaba bastante arrugado y traía una fotografía colgada de un clip. El hombre que se veía en ella no tendría menos de 40 y pocos años. Su expresión era seria, con la boca hecha una línea recta y sus ojos oscuros transmitían preocupación. Por último me fijé en su pelo; corto, de un tono bronce apagado.

Algo me hizo estremecer, pero no sabía el motivo.

Me atreví a leer la información más importante. Al principio todo eran códigos a los que no les encontraba sentido alguno. Más tarde llegó una especie de tabla y los ojos casi se salen de mis órbitas. En la primera columna decía claramente:

Nombre: Edward Masen​

Me dio miedo continuar y el folio tembló bajo mis dedos. Me salté un montón de datos sobre el padre de Edward y llegué al punto más conflictivo: “Acusado de”.

- Homicidio de su mujer, Elisabeth Masen.​

​

- Conducción bajo los efectos del alcohol.​

​

- Participación en carreras ilegales de bólidos.​

​

Con cada punto que analizaba, las extremidades se me agarrotaban más.

- Homicidio de un agente de la ley y su mujer, Charlie y Renée Swan.​

Mi miedo, mis dudas, todo desapareció en esa fracción de segundo. El aire me faltaba y Jacob tuvo que ayudarme a mantenerme en pie.

—Bella, ya me estás explicando esto.— me ordenó mi amigo, mirándome directamente a los ojos.

Sin embargo, yo no conseguía reaccionar, la voz no salía de mi garganta. Simplemente, no conseguía conectar toda esta información en una única realidad.

—Bells. —me llamó mi acompañante.— ¡Bella! —Jacob me sacudió un poco, pero yo seguía con la mirada perdida.— Mierda, Bella. ¡Respóndeme!

—El padre de Edward… Él iba en ese coche… Él los mató…— tartamudeé.

Como si una bombilla se hubiese prendido en su cerebro, Jacob arrugó el ceño y las aletas de su nariz comenzaron a dilatarse por lo fuerte que respiraba.

Al igual que si el destino jugara en mi contra, Edward apareció por la puerta justo entonces.

—¿Pero qué...?— en un abrir y cerrar de ojos, él ya estaba a mi lado.— ¿Qué le has hecho?— la amenaza de Edward iba dirigida a mi mejor amigo.

—¡Apártate de ella Cullen!— gruñó Jake, escondiéndome tras su cuerpo. ¡Y yo seguía sin poder moverme!

—¿Qué haces aquí, Jacob?— mi hermano se dirigía a quien ahora se había convertido en su enemigo, pero mis ojos eran incapaces de concentrarse en algo.

—Te lo tenías bien callado, ¿no, Cullen?— Jake no se ando con rodeos.

Di un paso hacia atrás y mi vista pasó de mirar hacia el suelo a trasladarse a los rostros crispados de los chicos.

De un manotazo, Jacob se apoderó de aquel informe policial y se lo lanzó a Edward. Éste lo atrapó y lo observó durante un minuto, se quedó callado y después alzó la mirada. Sus orbes esmeraldas ahora estaban opacados.

—Bella, esto no...

—¡Déjala en paz!— interrumpió mi mejor amigo, demasiado cabreado para controlar su vozarrón.

—Quiero hablar con ella, Jacob.— pidió Edward, utilizando un tono sombrío que me dio miedo.

Mierda, necesitaba reaccionar.

¡Reacciona Bella, reacciona!

—Ella no quiere hablar contigo. Asesino.— Jacob se posicionó justo delante de mí y me obstruyó el campo de visión, pero no antes de permitirme observar el ceño fruncido de Edward y su expresión dolorida.

—Yo no soy un asesino.—Edward pronunció aquello palabra por palabra, destilando odio.

—¿No te basta con tener la misma sangre que la persona que destruyó la vida de Bella?— le remarcó mi amigo.

En ese instante por poco me caigo al suelo, pero Jacob me sujetó por la cintura, apretándome contra su costado. Edward dio un paso adelante, pero Jake parecía tener los músculos tensos, preparado para atacar.

—Yo jamás he querido hacerle daño. —bramó Edward.

—Pues has hecho justo lo contrario.— reprobó Jake, avanzando hasta quedarse a un paso de mi hermano y dejándome sola en medio de la estancia.— No tienes idea de lo que ha sufrido por tu culpa, Cullen. Tú no tienes ni idea. Pero yo sí, porque siempre he estado a su lado. Y aún así ella te quiere a ti. ¡Diablos! ¡Tu familia destruyó su vida y aún así te prefiere a ti!

Otro pedazo de corazón se partió dentro de mí. ¿Qué estaba diciendo Jacob? Él... ¡Él tenía a Leah! ¡¿Seguía enamorado de mí y aún así le había entregado el corazón a Leah?! Me sentí fatal por ella.

¡Siempre yo era la culpable de todo! ¡Y encima ahora mi hermanastro ya conocía mis sentimientos!
Genial, simplemente ge-ni-al. Iba a provocar problemas con Jessica y Edward y además con Leah y Jacob. A veces deseaba morir.

—Jacob, no entiendes esto. Necesito hablar con ella.— la súplica de Edward casi me hizo llorar. No podía más, ya no podía más.

De repente, Edward avanzó un paso hacia mí y Jacob arremetió contra él tan fuerte, que el cuerpo de mi hermano chocó contra la pared. Edward se recompuso en seguida y volvió a caminar hacia mí. Pero esta vez, Jake me abrazó y me condujo fuera, al pasillo.

—No...— susurré.— ¡No! ¡Suéltame! —me revolví y le empujé hacia un lado. Al fin la voz salía de mi garganta e iba a explotar de frustración. — ¡Olvidaos de mí!

Los chicos me miraron con el ceño fruncido.

—¿Cómo me habéis mentido así? —casi susurré.— Jacob, no puedo creer que le estés haciendo esto a Leah. ¡Creí que... Que lo mío ya estaba superado!

—¿De qué manera podría, Bella? ¡Estoy enamorado de ti desde que te conocí! ¡Pensé que reaccionarías cuando me vieses con otra chica!

—¡¿Y no te has parado a pensar en ella?! Si se entera de que todo era una farsa...— no quería imaginarme a Leah todavía más cabreada que el día en que nos vio a Jake y a mí en la casa de éste.

Jacob agachó la cabeza y miró a Edward, esperando la clase de bronca que le caería a él. Le miré también y me enfadé muchísimo más al recordar el papel en su habitación.

—¡Y tú...!— bufé, señalando a Edward.— ¡¿Pretendías mentirme toda la vida, a caso?! ¿Sabes? Tú eres el peor de todos. A cada palabra que dices, con cada nuevo paso que me acerco a ti me causas más y más dolor. —los ojos se me inundaron en lágrimas y me ayudaron a continuar. — Parece que disfrutes viéndome así.— me señalé, mientras caía una lágrima por mi mejilla.

—¡Eso no es verdad, Bella!— contestó él, acercándose en mi dirección. En respuesta, yo retrocedí un paso.

—¡Ah!, ahora ya lo sabes; te quiero. Me enamorado del idiota más idiota del planeta Tierra. ¿Estás contento sabiendo que me gustas y no puedo tenerte? ¿Eres feliz así?

Edward no contestó, solamente negó con la cabeza y frunció el ceño. Eso me encolerizó muchísimo y, con mucho esfuerzo, logré soltar una frase para concluir.

—¿Sabes?— miré a Edward a los ojos.— Eres igual que tu padre.

No esperé una respuesta y me encerré en mi cuarto, ya que estaba en el pasillo casi al lado de mi puerta. Pateé todo lo que estaba a mi alcance y me coloqué bajo mi cama. No entendía mi reacción, pero aún así estaba allí llorando y arrepintiéndome de haber nacido.
<><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><>
Buff! Ya hacía muchísimo que no andaba por aquí =(
Pero aquí os traigo el capítulo como prometí. Y... ¡¡Mañana me voy a esquiar!! Va ha hacer un frío que pela en las montañas, peero (mirándolo por el lado bueno) va a ser como estar entre los brazos de Edward <3 jejeje Sip, últimamente por España está haciendo un frío procedente de Siberia y hay que abrigarse =P
Oh! Por si a alguien le interesa, la canción que estaba escuchando Bella se llama "If today was your last day" de Nickelback. Sinceramente, ¡me encanta! La letra es genial, muy profunda.
En fin, no os entretengo más^^ Espero que os haya gustado el capítulo y ya veré si alguien me deja su opinión cuando vuelva de mi viaje. Por cierto, estoy pensando que el próximo capítulo será des de el punto de vista de Edward. ¿Qué os parece? Es hora de que nos deje ver su versión de la historia, ¿no? jeje
Un abrazoo bien fuerte
JessCullen