¿Un zombie cuidando de una niña? [¿Khé?]

Capítulo Único – ¿Un zombie cuidando de una niña?


Nunca imaginé ser esto, convertirme en algo que yo mismo desconocía y creía inexistente, pero aquí estoy, comiendo la carne de otro ser humano, pareciendo animal, y con la piel de mi cuerpo pudriéndose cada vez más; ¿en qué me he convertido?

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— ¡Ah! ¡Un zombie! —Gritaban reiteradas veces las personas, al ver aquellos monstruos venir.

«No se asusten, solo queremos ser sus amigos y… Bueno, creo que probar sus cerebros tal vez»—pensaba unos de los muertos vivientes, mientras veía a las personas correr despavoridas.


— ¿Usted es un zombie bueno o malo? —Preguntó una niña, jalando del brazo moribundo del muerto.


«No luzcas siniestro, no luzcas siniestro, no luzcas siniestro…» —Pensaba él mirando a la niña fijamente, cuando en eso uno de sus ojos se cae de su cuenta colgando del nervio que lo conectaba con sus cabeza. La niña pega un grito y termina cayendo desmayada en medio de la calle.


— Bueno… Hasta ahí llego el intento… —Se agacha a cargar a la niña y se la termina llevando hacia su casa, pues esa pequeña humana no le daba ganas de querer probar su cerebro…

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¿Alguna vez se han imaginado a un zombie de unos veinte y pico de años, cuidando a una niña de tan solo ocho? Me imagino que no, pero esta es nuestra historia… La historia de un chico que se convirtió en padre, siendo un muerto viviente…


(…)


Mi nombre es Steben Michaels Harris, pero me pueden llamar Steben, tengo veinticinco años, amo los vídeo juegos y pues… Soy un zombie, muerto viviente, monstruo, como queréis llamarme. Les contaré un poco sobre mí.


Al cumplir mis veinte, en la fiesta que habían organizado mis amigos y compañeros de universidad, la ciudad se vio azotada por un grupo de zombies, que terminó por convertirme a mí y a varios chicos y chicas en estas mismas criaturas, por suerte los otros habían logrado escapar y hasta el momento no sé dónde se puedan hallar, aunque no es que me interese mucho.


Estos cinco años, los zombies hemos arrasado con más del 45% de la población mundial, convirtiéndolos a nuestra misma naturaleza. No estoy orgulloso de ello, no me gusta la carne, antes de convertirme en lo que soy ahora era vegetariano y ver ahora que no puedo ni mirar de reojo a un ser humano porque no puedo contener las ganas de… comerlo. Iugh, eso suena asqueroso…


— Michaels… —habló Saray, jalando de mi camiseta.


— ¿Sí, pequeña?


— Tengo hambre…


— Vale.


Vale, se preguntarán ¿quién es esa niña? Ella es Saray Williams, mi… Em… Digamos, que la niña que cuido. Sí, sí, sé que suena raro, pero terminé encariñándome con esta mocosa, pero es agradable tener a alguien de quien no siento hambre al verla.

— ¡Steben tengo hambre! —Gritó esa pequeña demonio pataleando en la mesa.


— ¡No me grites mocosa! —Le devolví el grito, mirándola de mala manera.


Ella mi miró asustada y ¿a qué no saben que le dio por hacer la mocosa? Sí, llorar. Lloraba como si mañana fuera el fin del mundo, como si su muñeca favorita se haya roto, como si… Bueno, ya no sé con qué compararla, mi cerebro podrido no es que dé para mucho tampoco.


— Nena, nena. No llores por favor, mírame, yo soy tu amigo —intentaba animarla, aunque parecía ser en vano.


Le hablaba con ternura, le sobaba el cabello, ¡hasta le cocine su comida favorita! Pero ella no dejaba de soltar lágrima tras lágrima. Era exasperante, esta pequeña demonio me las terminará pagando…


Entonces, cuando iba a por su muñeca favorita, a ver si eso la calmaba aunque sea un poco, terminé por resbalar con una cascara de banano que se encontraba en el suelo y salí disparado de la cocina por el resbalón, chocándome con la puerta de la cocina, luego terminando con un pie dentro de un bote de pintura, una cosa viscosa en mis manos y por último con la cabeza enterrada entre el cesto de la basura…


— Malvdigo mvi vida… —dije en un susurro, aún con la cabeza en el tarro y a lo lejos podía oír la risa escandalosa de la pequeña.


— ¿Steben? —Escuché la voz de mi amigo Alex, al entrar en la cocina. Escuche un pequeño suspiro forzado y fruncí el ceño, a pesar de que no me podía ver.


— ¡Ríete! ¡Hazlo! ¡Que soy un pandicornio que caga arcoíris para que te burles! —Exclamé llegando ahí al límite de mi paciencia.


El soltó la carcajada y cada minuto que pasaba hasta parecía que se reía con más intensidad. Será hijo de…


— Ah… Eres un caso, Steben. Deberías estar en un circo con los monos… —Dijo cuándo me enderecé. Lo miré mal, casi queriendo asesinarlo con la mirada y el me miraba con gracia, aguantándose las ganas de volverse a reír.


— Vete al infierno —respondí mostrándole mi dedo corazón.


— Tú me amas, yo lo sé —me contestó haciendo una pose gay.


— Ya quisieras, idiota.


Él se rió por lo bajo y yo solo lo ignoré, me acerque a Saray y la cargué en mis brazos, ya eran las ocho y media, hora de que ella se fuera a dormir. Ella comenzó a jalar mi cabello y a chuzarme un ojo con su dedo, me la aguante. Al llegar a su cuarto la recosté en su cama y la tapé.

Ya me iba de allí, si no fuera por que hablo.


— ¿Me cuentas un cuento?


— Ah… Había una vez un zombie que tenía hambre y se comió a todos los humanos del planeta y luego a todos los lobos. Fin.


Ella me miro horrorizada, asustada y con cara de pánico. A Saray no le importaba que un zombie comiera humanos, pero al decirle lo de los lobos —que por cierto es su animal preferido—, se habrá quedado en shock.


— Ay, no me mires con esa cara. Esos perros sarnosos algún día morirán todos.


Sentí un golpe seco en mi cabeza e instintivamente me lleve la mano allí.


— No le enseñes malas palabras a la niña, mira que es un angelito —Alex señalo a Saray que batía las pestañas como si tuviera alguna pelusa.


— ¿Angelito? Esa niña es el demonio en persona.


— Si, aja.


— Mejor vete y no molestes, idiota.


Rodó los ojos y me sonrío.


— ¿Te cuento un chiste?


— No gracias…


— Amargado. Bueno, te diré el chiste —dijo sentándose en la sala cuando llegamos a esta.


— Si me lo vas a decir de todas formas, ¿para qué preguntas si quiero oírlo? —Me senté en el sillón más cercano.


— Educación. —Respondió sin más—. ¿Qué le dice un dos a un cero?


— Ah… —suspiré—. Los números no hablan.


— ¡Veinte conmigo! —Dijo y comenzó a carcajearse, yo solo miraba como si se tratará de un bicho raro…


Luego de ese chiste ten, pero tan malo, lo saqué de la casa a patadas y escobazos. Ese tipo era mi mejor amigo, pero a veces exasperaba.


(…)


Estaba en el cuarto de la niña, meciéndola en mis brazos, acariciando su cabello y espalda para que se calmara. Había tenido una pesadilla y lloraba a mares, dejándome escuchar sus sollozos en mi hombro.


«Esta niña no puede ser más rara…»

†††​

— ¡Steben! ¡Deja ese gato en paz! ¡No, no te lo vayas a meter a la boca! —Gritaba Saray, mirando desaprobatoriamente al zombie que tenía un gato en las manos.


— Tú no me mandas niña, déjame comer —Y se fue acercando poco a poco el gato a la boca.


— Hazlo, zombie tonto, te las verás conmigo —dijo la niña entrecerrando los ojos en señal de advertencia.


(…)


Minutos más tarde, en un árbol se encontraba amarrada a una rama la cabeza de Steben que se balanceaba de un lado hacia otro, mientras que al pie del árbol se podía observar como un perro de raza buldog perseguía el cuerpo de este por todo el patio.


— Te lo advertí, zombie tonto —dijo la niña con insuficiencia mirando sonriente la extraña escena.


— Saray, eres la mejor niña humana que no me da ganas de comer que me agrada tanto —decía el amigo de Steben partiéndose de la risa, literalmente.


«¿Qué hice para merecer esto?» —Pensaba Steben, o más bien su cabeza, mientras soltaba algunas lagrimitas e imaginaba como sería su vida sin esa niña, aunque ¿a quién engañaba? No podía imaginársela sin ella, Saray se había convertido en algo muy importante para él.