¿Te acuerdas de mí?

Tema en 'Relatos' iniciado por Sayuri UF, 2 Agosto 2010.

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    Sayuri UF

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    ¿Te acuerdas de mí?
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    ¿Te acuerdas de mí?

    Hola! :L
    Este es el primer song-fic que he escrito en toda mi vida :3 Es para el concurso 'Melodía del corazón' =D
    Gracias a ·Marian· por el beteo ^^

    Nombre: ¿Te acuerdas de mí?
    Fandom: Original
    Canción: Yo te puedo amar- Sin Bandera
    Autora: Sayuri Furumiya
    Beta: ·Marian·

    Natalia miraba por la ventana abierta, llovía con la misma intensidad desde hace cinco días. Hace muchos años que no presenciaba una tormenta así, desde el día en que decidió irse de casa, de aquel pueblo que la vio crecer.

    Guardaba muchos recuerdos de aquel lugar. También ahí, conoció al que aún consideraba el amor de su vida; aquella persona con la que creyó estaría para siempre, aquel chico al que amó. Su recuerdo no se podía borrar de su mente, por mucho que lo había intentado.

    Habían pasado ya tantas cosas desde la última vez que lo vio; ella había cambiado, ya no era la misma chica débil de antes: ahora era todo una mujer, una psicóloga reconocida. Ya no existían más aquellos temores del pasado, la timidez por la que muchos la denigraban no era más que un recuerdo ahora.

    El reflejo que le ofrecía la ventana le permitía darse cuenta de los detalles que denotaban lo poco que había dormido esa semana. Cada vez que intentaba conciliar el sueño, la imagen de él retornaba a su mente, atormentándola. Despertaba, encontrándose sola en su habitación, sin su antiguo amor.

    El rechinido que causaba la puerta al abrirse ocasionó que se volteara, encontrándose con la mirada cansada de su secretaria, también amiga.

    —Ya llegó el paciente que esperabas, Natty —proclamó, esbozando una sonrisa divertida al recordar que a ella no le gustaba mucho que la llamasen así.
    —Vale, Kathy —respondió la joven, apartándose de la ventana para sentarse en la silla en la que acostumbraba atender a sus pacientes.
    —Lo haré pasar entonces —dijo Katherine, un tanto sorprendida porque su amiga no la había regañado por decirle con su pseudónimo.

    Unos segundos después de haber salido, la ayudante de la psicóloga entró con un hombre unos centímetros más alto que ella. Después de murmurarle unas palabras incomprensibles para Natalia —quien se encontraba distraída tomando su libreta y pluma—, salió de la oficina.

    El silencio que reinaba la habitación hacía sentir incomodo al joven paciente, quien decidió romper con ello, tomando la iniciativa.


    Ves que aún te puedo tocar, con un dedo de amor

    puedo hacerte temblar cuando escuchas mi voz

    no está todo perdido si quema mi fuego tu piel cuando digo tu nombre.

    Sé que no todo acabó el amor sigue aquí

    esto no terminó tú me miras así como ayer

    tiene tanto poder lo que siento, ves que lo nuestro es eterno.

    —Buenas noches, doctora —saludó, esbozando una suave sonrisa.

    Hasta ese momento, Natalia surgió de lo más profundo de sus pensamientos. Esas tan solo tres palabras le habían causado un extraño escalofrío, que recorrió todo su cuerpo con una exquisita rapidez. Esa voz se le hacía demasiado conocida.

    Volteó a verlo por primera vez. Era un apuesto joven de cabellera castaña, poseedor de una misteriosa mirada para la doctora, ya que unos lentes oscuros tapaban sus ojos.

    —Buenas noches—respondió tardíamente, levantándose y ofreciendo su mano en un gesto de saludo.
    —Gracias por esperarme—agradeció, sonriendo y correspondiendo al formal saludo. Una extraña sensación embargó el corazón de Natalia al solo contacto de sus manos—. Lamento la demora. Mi nombre es…— Pero fue interrumpido por la doctora.
    —¡Espere! —exclamó, tomándolo con suavidad de la manga de la camisa que vestía—. Puedo trabajar mejor si no sé su nombre— justificó, sonriendo apenada.
    —Oh, entiendo —contestó él, mientras Natalia lo guiaba hacia el diván, que era de un color azul cielo—. Gracias —El joven tomó asiento al mismo tiempo que ella en su silla.
    —Bien, puede comenzar a hablarme de…no sé… hable de lo que guste, yo le escucho —Natalia rompió al fin con el silencio que había durado ya un par de minutos en la habitación.

    Y así empezó, el joven de hebras castañas comenzó relatándole sus problemas en el trabajo, evitando a toda costa decirle su nombre. Pasados ya varios minutos, él calló y pensó de nuevo lo siguiente que diría.

    —¿Está todo bien? —cuestionó ella, mirándolo.
    —Eh… sí, lo siento —Se disculpó, volviendo su mirada al techo del cuarto—. Hay algo que quiero decirle más que nada, pero…no sabría como narrarlo.
    —¿Qué te parece si lo haces como si fuera un cuento o novela? —propuso, viendo como él se removía en el diván, quedándose quieto cuando su rostro casi topaba con la pared. Natalia no pudo evitar el sonreír; no sabía por qué, pero ese joven le recordaba mucho a él.
    —Entonces, comienzo…—dijo, interrumpiéndose al incorporarse del sillón y sentarse.


    Yo te puedo amar, déjate llevar.

    Ves que mi amor es tu amor que tu ausencia es dolor

    que es amargo el sabor si no estás si te vas y no regresas nunca más.

    Que aun te puedo llenar con mi piel en tu piel de pasión.

    Que aun se puede salvar la ilusión para volver a respirar, en tu corazón.

    —Todo comenzó una tarde de invierno, era de aquellos días en los que la nieve no paraba de caer —Al decir esto, una sonrisa se formó en sus labios—. Un chico salió de su casa; había discutido con sus padres acerca de su futuro. Él no quería pensar en eso, sólo añoraba vivir alejado de las presiones que le ejercían sus progenitores.

    >>Esa tarde salió sin abrigo alguno, pero no se percató de ello hasta que llegó al parque al que frecuentaba ir. Se encontraba casi desierto, excepto por una chica sentada en uno del par de columpios favoritos de él. Se acercó para posarse a su lado, en el columpio contiguo a ella.

    >>No sabía mucho sobre esa chica, su rostro le resultaba vagamente familiar. Segundos después le recordó, era su compañera en las clases de literatura. La miró de reojo, los ojos de ella estaban hinchados, rojos, las ojeras que los remarcaban aún más no favorecían en mucho.

    Natalia se removió un poco incomoda en la silla, causando que la libreta que antes sostenía en sus manos cayera al suelo. El chico se dio cuenta de ello y la miró, aún con sus ojos ocultos por las gafas oscuras. Un intento de sonrisa se asomó en los labios de ambos, en un gesto de complicidad muda e incomprensible para uno de ellos. Él sabía algo que la hacía inquietarse, algo que la hizo contener la respiración. No, no podía ser cierto, debía ser su imaginación que le jugaba una mala pasada.

    —¿Doctora…? —interrumpió él sus cavilaciones, haciéndola volver a la realidad.
    —Lo siento, continua —expresó, levantando por fin la libreta.
    —Seré más breve para no aburrirla —opinó él, riendo después. Ella no dudó en acompañarlo en aquel gesto—. Hablaron mucho esa tarde, como nunca lo habían hecho en los años que llevaban de… frecuentarse —Siguió narrando, dudando un poco en esta última palabra—. Se hicieron muy amigos con el tiempo, tanto que se empezó a convertir en algo más que amistad.

    >>Pero ella no estaba segura, no después de lo que le había pasado. Si no hubiese sido por aquel tipo que jugó con sus sentimientos, ellos tal vez nunca se habrían vuelto tan unidos. Sin embargo, el dolor persistía y no estaba segura de poder confiar de nuevo; mas él insistió tanto que terminó aceptándolo.

    >>Y así inició una hermosa relación, en la que ella trataba de abrir una vez más su corazón, y él luchaba por esa chica. Todo iba muy bien, de hecho, excelente entre ambos. Como en cualquier relación, se enfrentaron a diversos obstáculos y los supieron superar, hasta cierto día…


    Ves que me acuerdo de cada detalle de ti,

    que es mi único sueño el hacerte feliz.

    Que no importa lo que haya pasado,

    no importa el dolor, si hoy estás a mi lado

    La joven psicóloga bajó la mirada, a cada segundo que pasaba se sentía más dentro de la historia, pero no sólo porque ella acostumbrará a ser empática con sus pacientes, sino que creía que era un personaje más en aquella historia. No, no solo eso, podía imaginarse como una de las protagonistas. Eran demasiadas coincidencias para su gusto, no quería pensar siquiera en ello, tenía que renunciar a aquellos recuerdos tan dolorosos.

    —Él se enteró de algo, nada que tuviera que ver con ella, pero era una cosa que le afectaría, la conocía muy bien. Pasó días enteros pensando en cómo hacer para decírselo a su novia, pero nunca encontró la forma —prosiguió, mientras la doctora volteaba a verlo, notando que se encontraba de pie frente a ella—. Tomó la peor decisión de su vida: alejarse de ella. Se arrepintió siempre de haber huido tan precipitadamente sin despedirse —Se agachó a su lado, para poder ver los ojos azul marino de la joven, en los que empezaban a asomar finas lágrimas que ella intentaba reprimir.


    Yo te puedo amar, déjate llevar.

    Ves que mi amor es tu amor que tu ausencia es dolor,

    que es amargo el sabor si no estás si te vas y no regresas nunca más.

    Que aun te puedo llenar con mi piel en tu piel de pasión.

    Que aun se puede salvar, la ilusión para volver a respirar en tu corazón.

    uhuhuhu en tu corazón.

    —¿Sabe cómo se llamaban ellos? —interrogó, poniéndose de pie de nuevo y caminando hacia la puerta de salida.

    Natalia dejó salir aquellas prisioneras gotas de agua, en suaves sollozos que hicieron temblar su cuerpo. Levantó la mirada, insegura, mirando a aquel joven con desconfianza. Se paró y caminó hasta quedar a unos metros de distancia de él, mientras su rubia cabellera bailaba al compás del viento que se colaba por la ventana, aquella que había olvidado cerrar.

    —¿S-santiago…? —preguntó con apenas un hilillo de voz, cerrando sus manos junto a su pecho.
    —No… —susurró él, en un timbre apenas audible. Con un suave movimiento, quitó las gafas de su rostro, dejando ver sus ojos, de un gris tan intenso—. No, mi hermano murió hace un par de años, de VIH —finalizó, saliendo del lugar.

    La chica se quedó sola en la oficina, con su corazón agitado por la noticia. Sin poder evitarlo, cayó de rodillas con la mirada perdida, apagada. Después de todo, él sí la había amado…
     
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