Colección Amor, Odio y Locura

Serie de microrrelatos. No pregunten. Mi cabeza es un caos.

Amor, Odio y Locura​

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Amor era sencillo, amable, cariñoso y cálido. Siempre buscaba ver las cosas positivas de los demás. A pesar de que solía sufrir mucho y por varias razones, su actitud optimista no se veía dañada por muy duras que las pruebas fueran. Se mantenía fuerte y no daba un paso atrás. Solía ser ingenuo y por ende a veces era engañado. Perdonaba la más vil cosa o actitud y otorgaba un perdón que pocos se merecían. Tenía un némesis poderoso con el que solía combatir diariamente, sin descanso, dando lo mejor de sí para evitar que el otro ocupara basto terreno. A pesar de todo esto, Amor era ciego y por ello, era necesario que alguien estuviera siempre a su lado y ese alguien era Locura, quien siempre lo acompañaba.

 

Odio era complejo. Podía estar feliz un momento y disgustarse al siguiente segundo. Era orgulloso y egoísta. Le gustaba ser importante entre todos y estaba dispuesto a hacer lo que fuera por conseguir lo que quería. Detestaba en su mayoría todas las cosas. No le importaba dañar a otros, no era compasivo con sus enemigos. Quería todo para él, deseaba acaparar al mundo y lo que más quería era ser el centro de atención. Podía acabar con lo que fuera sin remordimiento alguno. Pocas cosas disfrutaba tanto como el pelear con Amor. Porque quería verlo arrodillarse frente a él y pedir piedad, quería que le dijera cuánto lo necesitaba, pues, ninguno de los dos podía vivir sin el otro, ¿verdad?

 

Locura era inteligente, astuta y calculadora. A pesar de lo que muchos dijeran, pocas veces actuaba por impulso insano. Siempre esperaba el mejor momento para atacar o mover su pieza. Planeaba detalladamente su propósito y casi el cien por ciento de las ocasiones salían tal como las había maquinado. Su mayor arma era su aspecto inocente y tranquilo con un interior lleno de seducción, pues vaya que era seductora, además de manipuladora. Era sencillo actuar por su causa, era fácil excusarse utilizando su nombre, era mejor meterla en medio y culparla que tomar responsabilidad propia. Así era como ella trabajaba y Odio la aborrecía, la detestaba, la odiaba, porque no era más que un lobo vestido de oveja.

 

Es verdad, Locura es la más peligrosa, ¿y sabes qué? No pensaba seguirlo, pero me surgió la inspiración y aquí dejo otro pequeño. A ver cuántos más salen.


Amor no podía comprender ni un poco a Odio por más que lo intentara, simplemente no podía entenderlo ni un ápice. Para él, Odio era por demás contradictorio. Actuaba con violencia y brutalidad cuando las cosas no le salían bien, maltrataba a los suyos sin remordimiento alguno y a él lo maldecía mil y un veces al día, demostrando lo mucho que parecía no soportarlo; pero las cosas cambiaban cuando Locura hacia su aparición. Su forma de ser para con ella no era diferente que con el resto y de alguna manera con él tampoco era diferente, su brusquedad y hablar golpeado era el mismo, pero había algo que no encajaba. Normalmente Odio no lo buscaba a menos que fuera a amenazarlo y tampoco se quedaba a su lado por mucho tiempo, mas cuando Locura llegaba a ocupar su lugar, a su lado, Odio dejaba en segundo plano esas reglas que el mismo se había puesto y el estar los dos juntos se hacía cada vez más común. En verdad, no entendía nada.

 

Para Locura, Amor era interesante. Amor podía traer la dicha y la felicidad más grande del mundo, podía sanar las heridas más profundas que cualquiera de los otros le hicieran a alguien, podía dar vida, recobrar ilusiones, dar fuerza y aliento; pero al mismo tiempo, era quien más daño hacía, era quien dejaba laceraciones incurables, quien daba la tristeza más completa que dejaba a un lado la razón, era quien mataba sin piedad, quien arrebataba esperanzas y sueños, quien lanzaba a un abismo oscuro y sin fondo, sin posibilidad de retorno. Fuera que lo hiciera consciente o inconscientemente, era algo a lo que Locura no le prestaba demasiada atención. El simple hecho de que fuera capaz de causar tanto daño como bien, lo cautivaba, era ciertamente conmovedor.

 

Odio unía fuerzas con muchos sentimientos para lograr su propósito y debía tragarse el hecho de que quisiera o no trabajar con cualquiera, al final era para su beneficio; pero no podía decir lo mismo de Locura. Simplemente no toleraba su presencia y soportaba mucho menos la dependencia que tenía para con ella, porque sí, para cumplir gran parte de lo que planeaba, necesitaba de la ayuda de ella. Por supuesto, Locura no se negaba a brindarle su ayuda, era convenenciera, aunque lo que más irritaba a Odio era que Amor sabía de los movimientos de su perro lazarillo y aun así, permitía que continuara junto a él, mientras que a él le advertía que dejara sus malas formas o no lo querría cerca. No cabía duda, más que ingenuo o ciego, Amor era un idiota.

 

Locura estaba en problemas. Ambos le gustaban, disfrutaba pasar tiempo con los dos. Amor y su tranquila, amable y considerada personalidad hacía fácil convivir con él, lo que le agradaba. En cambio, Odio era despectivo con su persona —normalmente lo era así con todos—, pero con ella lo era en extremos exagerados y no es que le gustara ese trato, pues se defendía con lo que podía, lo que los enfrascaba en discusiones varias que terminaban divirtiéndola; además Odio tenía carácter, obstinado y fuerte, así que era atrayente. Sí, era un dilema muy grande el suyo, mas no por eso era uno que la mortificara demasiado. No tenía que elegir. No importaba si Amor la quería y Odio no. No importaba si era agradable para uno y despreciable para el otro. Al final el resultado sería el mismo y era que, independientemente de sus actos, los dos la necesitaban, siempre la necesitarían.

 

A Odio le sacaba de quicio que Locura tuviera la razón. Primeramente, porque Razón no era suficientemente fuerte como para hacerle frente a Locura en su totalidad; y segundo, porque era ridículo que Locura y la palabra razón estuvieran juntas en la misma frase. Desgraciadamente, era bien sabido que ella usaba el raciocinio más de lo que cualquier otro sentimiento y siempre analizaba las relaciones de los demás con detalle. Como en su caso, donde volvía a mostrar estar en lo cierto. Hasta ahora Amor no lo despreciaba completamente, ¿qué haría cuando lo hiciera? ¿Podría vivir con la aversión de Amor? Al fin y al cabo, del odio al amor había un paso, pero del amor al odio un instante.

 

La opinión de cada uno de los sentimientos hacia Amor difería. Locura y Razón creían que solía ser irracional e ilógico. Sufrimiento y Amargura sabían que podía ser cruel y despiadado. Alegría y Esperanza pensaban que era maravilloso y agradable. Para Ira y Envidia llegaba a ser frustrante e insoportable. A Pereza le parecía complicado. Era confiable para Fe. Inocencia no encontraba malicia en él. Odio aseguraba que era la idiotez en persona. Y muchos más lo juzgaban disímilmente; sin embargo, la sentencia segura y confiable con que cada uno de ellos armonizaba, a pesar de considerarse amigos o enemigos, era que para todos Amor era inmensamente problemático.

 

Un cáncer que se extendía por el cuerpo que todos conformaban, que conquistaba gran terreno segundo por segundo, que terminaba por imperar sobre ellos, que mataba. Era como el óxido que iba deteriorando a cada una de los sentimientos, que debilitaba, que carcomía sin piedad o remordimiento hasta hacerlas frágiles e inútiles. Se figuraba como una gangrena aguda que podría, descomponía y destruía los lazos entre ellos por falta de Cariño, Alegría o emociones parecidas, y por apoyo de la Ira y el Orgullo. Así era Odio para muchos, pero lo que no sabían era que Amor y Locura eran como él, si no es que peores. Y que su resultado era un millón de veces más venenoso y mortífero.