Camina conmigo...

Camina conmigo...

-aplica el colorete, por aquí, más, sí, más-

Aquella mirada divagaba, volaba cerca de la ilusión y del temor. -entiendo, ¿no puedes ocultarla verdad?, yo se que no lo hice, yo lo sé, aunque tú no lo creas, aunque nadie lo crea-.

El naranja rojizo mezclado con la oscuridad, invadía cada sector de su hogar. Era aquel momento en el cual deseaba sentarse en aquella silla, leer, y volar; donde nadie pudiese encontrarla, donde sus sueños se alejarían más y más, de ése, sí, de ése.

Solo se recordaba vestida de blanco, no conocía otra vestimenta, algunas veces ajustaba mucho, en otras sentía que eran sus alas, casi tan libre que podía rozar el cielo con ellas.

Todas las mañanas, todas las noches los veía. Entraban, salían, el sabor amargo de tantos y tantos "alimentos" que eran el manjar de cada día, aquel líquido fluía hacia el interior del cilindro transparente, al principio dolía, pero ahora apenas y provocaba cierto cosquilleo; sin embargo, había algo que dolía, dolía mucho, aquella punzada, la otra, luego, todo volvía a ser oscuro y otra vez esas ropas blancas que tanto apretaban. Odiaba esos momentos, y aún así los amaba con la misma intensidad, porque en ellos y en esa silla podía estar sola, sola como siempre se había recordado.

Observaba con detenimiento cada trazo, cada figura que la rodeaba en ese mundo verde, en el cual cada cierto tramo contrastaban los jazmines, los girasoles, y las rosas; le gustaban mucho el violeta y el amarillo, pero el color de las rosas era desagradable, porque era el mismo que observaba cada mañana fluir de su ser, aquellas flores le robaban la vida. Con mucha cautela las cortaba, una a una caían en el arroyo que se las llevaría lejos, y con ellas se escapaba su propia esencia.

-te dije que lo cubras, ¿no entiendes lo que te digo?-; -es imposible cubrirla, el corte que te hiciste es muy profundo, de todos modos tienes el cuerpo completamente lastimado, el ya te ha visto así, siempre viene, o no lo recuerdas?-; -¡mentira!, ya deja de mentir como todos, -¿por qué no me dejas en paz, la cubriré sola!-; -¡como quieras!- azotó la puerta tras un gesto de ironía y de lástima, pobre estúpida de todos modos jamás saldrá de aquí-

Cada tarde regresaba aquel muchacho, el mismo que la visitaba hace diez años, el que traía a las "veraneras", el que compartía sus sueños, el que estuvo siempre, y al único capaz de recordar.

En la silla lo esperaba, se acercó a ella y le dio su beso en la frente, sintió su rostro y con amargura le preguntó si otra vez lo había hecho; pero ella no podía recordar, no entendía por qué todos le hacían la misma pregunta; pero esta vez era diferente, cuando él se lo decía su mundo se venía abajo, a pesar de intentarlo no podía, no entendía.

Camila llevaba internada hacía diez años, Martín venía a verla todos los días con la esperanza de llevarla al altar, podían ser diez, veinte, toda la vida. Él sería el único que caminaría a su lado.