Interior Casilleros

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Stop sulking, girl —resopló Yuta, rascándose el cabello junto a la coleta; era raro oírlo hablar en inglés a voluntad—. No hay nada que puedas hacer.

    —Pero-

    —Tú se los dejas, y si acaba internada con una gastroenteritis o algo así, la semana que viene le preparas otros. ¿Ves qué fácil?

    —¿Por qué comería otra cosa que le deje si la primera la enfermó? —me quejé, molesta, y él se encogió de hombros.

    —¿Para no ofenderte? A veces la gente hace cosas tontas por motivos tontos.

    —¿Por eso no paras de decir tonterías?

    —Oye, dije una sola.

    —Dos.

    —¡Una!

    Nuestra dinámica se había reparado un poco de la noche a la mañana, y yo nunca lo cuestioné. Yuta era así, tendía a responder a impulsos y, cuando el enfado se le pasaba, volvía como si nada. Si acaso yo me había salvado de sus rabietas casi sin excepción hasta la fecha, suponía que había una primera vez para todo. Me daba demasiada pereza buscar algún tipo de respuesta, así que lo acepté y retomamos la rutina usual. Yo sacándolo de la cama por las mañanas, él lanzándome gotitas de agua a la cara, matando el tiempo en un rincón cualquiera de la Academia y echándose siestas a mi lado cada que podía. Era un poco desesperante, pero lo prefería al silencio. Ni noqueado me permitía obviar su presencia con los ronquidos que entonaba.

    Así, había conseguido relajarme.

    En cuanto tocó la campana, me dirigí a la puerta de la 3-1 y él meneó la cabeza tras recibir mis ojos, pues ya sabía qué me preocupaba. Llevaba haciéndolo toda la semana. Bajé la caja que sostenía entre mis manos y me vacié el pecho, decepcionada. Se reunió conmigo en el pasillo y me sugirió que le dejara el obsequio en su casillero y ya, que el lunes (y cito, "con suerte") lo encontraría. Quizá debiera regresarlo a casa y seguir probando suerte la semana que viene, pero una parte de mí... No estaba segura, sólo sabía que esa condenada cajita llevaba toda la semana mirándome desde la repisa de mi habitación y quería entregarla. Yuta, por otro lado, sólo debía tener ganas de archivar el tema.

    —¿No es mucho ausentarse toda la semana? —murmuré, preocupada, empezando a recorrer la hilera de casilleros atenta a los nombres—. Aún si se hubiese enfermado, si fuese un resfrío o algo normal, ¿le tomaría tanto recuperarse...?

    —Capaz la gastroenteritis ya le agarró. O le dio una infección de oído, de tanto que hablaste de ella.

    Lo ignoré, pues había dado finalmente con la taquilla de Laila, y la abrí con movimientos precavidos. Se sentía... un poco invasivo husmear en el casillero de alguien más. Deposité mi obsequio con cuidado, sobre sus zapatos de interior, y suspiré bajito mientras lo cerraba. Fue al voltear hacia Yuta que mi semblante se deformó.

    —¡Yuta! ¿Qué haces?

    —Inspección.

    Estaba abriendo taquillas a diestra y siniestra, sin ninguna clase de orden o patrón concreto. Me apresuré encima suyo, pero al llegar a su lado no supe bien cómo detenerlo y empecé a mirar en todas direcciones, con pánico de que alguien nos pillara. ¡Dios, este chico!

    —Qué aburrido, a nadie le- Ah, galletas. —Recién entonces leyó el nombre en la etiqueta y una sonrisa revoloteó en sus labios—. ¿Oh...? Míralo a Yaboku. A ver... ¿El lobito? Nada. ¡Fujiwara! ¡Tenemos un ganador! ¿Qué es esto? ¿Una pluma?

    —¡Yuta, basta!

    —¡Más ganadores! Ikari... Ikari Rowan... ¿De qué barrio era? Mira qué lindos bombones, con dedicatoria y todo. Tora, Tora, Tora... Torahiko, aquí. Nada.

    Se quedó de brazos cruzados, repentinamente pensativo, y yo lo miré con la intensidad suficiente para perforarle la cara. De un momento al otro frunció el ceño y casi me llevó puesta al regresar sobre sus pasos.

    —Espera un momento. —Abrió su propio taquilla y sonrió, victorioso—. Ah, más le valía.

    Bueno, dejando el episodio de... inspección a un lado, si se quedaba en su casillero podía relajarme. Me acerqué y husmeé sobre su hombro, curiosa. Había no sólo unas galletas, sino también una bolsa de bombones, y alcé mis cejas todo lo que los músculos me lo permitieron. La primera era igual a la de Sugawara, ¿cierto?

    —¿Por qué te están haciendo regalos con esos modales, Yu?

    —Cierra la boca, ¿no ves que claramente soy un encanto?

    Me agitó una de las dedicatorias en la cara, haciéndome arrugar la nariz, y entonces la leí, volviendo a sorprenderme. Los dos nos sorprendimos, en verdad.

    —¿Meyer-san? —murmuré.

    —¿Se habrá muerto y vino a dejarlos su fantasma?

    Le dejé ir un coscorrón y sentí un chispazo de ilusión. Mientras Yuta se quejaba y se sobaba la zona, correteé hasta mi casillero y lo abrí sin dudarlo. Allí estaba, una bolsa de bombones igualita a la de Yuta. Sonreí de oreja a oreja, los tomé y me lancé a leer el papelito. ¿Intermitente con la escuela...? Se enlazaba a su ausencia, claro, pero ¿estaría bien? ¿Le habría ocurrido algo grave? La preocupación acabó pisada por la alegría, de todos modos, y me volteé hacia el chico, mostrándole el obsequio.

    —¡Mira, Yu!

    La tristeza de ser humano ya se estaba zampando los bombones mientras caminaba en mi dirección. Repasó mi semblante y sonrió más relajado, apoyando una mano en mi cabeza. Su caricia fue hosca, se me aflojó una risilla y acerqué la bolsa a mi pecho, cerrando los ojos un instante. Era... Era el primer regalo que me hacían aquí, en el Sakura, y en general desde que vivía en Japón. Me hacía feliz.

    —Yu, ¿podrías cerrar la boca al comer? Me arruinas el momento.

    —Te quejas mucho, ¿lo sabías?

    —Y me estropeas la coleta.

    Rodó los ojos, quitándome la mano de encima, y echó su peso contra la línea de taquillas. Se lanzó a la boca el último bombón.

    —Ahora hablando en serio, probablemente una amiga suya o algo así haya hecho la repartija por ella.

    —Sí, supongo... —divagué, volviendo a pensar en el contenido de la dedicatoria ahora que la alegría inicial se evaporaba, y lo miré—. A todo esto, ¿de quién eran las galletas?

    —Ah, eh... Una tía del proyecto.

    —¿"Una tía del proyecto"? —cuestioné, enarcando una ceja.

    —Sí, de nombre raro. —Me puso la tarjeta en la cara y apenas llegué a encontrarlo escrito antes de que la quitara—. Nos regaló a Yaboku y a mí, imagina el desperdicio de chips de chocolate.

    Suspiré, resignada, y lo dejé estar. Este chico no tenía remedio. Regresé la vista a mis bombones, los apreté un poco más entre mis manos y cerré mi taquilla. Volví a la de Laila y recuperé el obsequio que le había dejado. No, no tenía sentido. Prefería prepararle algo fresco para la semana que viene, cuando regresara a la escuela y pudiera disfrutarlo de verdad. Esto... no se suponía que obedeciera a mis nervios o al impulso de quitármelo de encima. Debía ser paciente y aguardar al momento indicado. Al fin y al cabo, hacía esto por ella, no por mí.

    —Vamos, Yu.

    Yuta siguió mis movimientos, no dijo nada y sonrió, empezando a caminar a mi lado.


    la entrega bait

    Ya que la tengo, for the funsies dejo la lista de casilleros que abrió Yuta JAJAJA:

    1. Fiorella Bianchi
    2. Zeldryck Kasun
    3. Enzo Lombardi
    4. Adara Makris
    5. Haru Sugawara
    6. Kou Shinomiya
    7. Kakeru Fujiwara
    8. Rowan Ikari
    9. Torahiko Sakai
    10. Eun-Bi Hwang
    11. Katrina Akaisa
    12. Kenneth Thornton
     
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    Riamu 5.png

    Dejé salir un suspiro de nada mientras bajaba los últimos escalones, aprovechando que ya no quedaban muchos alumnos por la zona para también estirar un poco el cuerpo. Me había sentido muy tentada de pedirle a Milly las llaves de la sala multimedia y pegarme otro atracón legendario de bombones, pero me retracté al recordar el horrible bajón que tuve el día anterior por ello mismo. Eso no quitó que mirase con ojitos deseos a la sala cuando pasé por su lado, claro... ¿Cómo iba a poder aguantar la tentación cuando los tuviese disponible 24 horas al día en casa? No tenía ni idea, a decir verdad, y miedo me daba la poca fortaleza que solía tener con estas cosas.

    Sea como fuere, aquel sería un problema de la Riamu del futuro; la Riamu del presente había tenido otro tipo de debate personal. Le había traído dulces a todo el mundo excepto a Arata y ese... ese había sido un tema al que le había dado muchas vueltas en mi cabeza. Seguía sintiendo que era un poco extraño que me hubiera buscado para hablar justo cuando yo me había acordado de él, pero... bueno, al final del día me había preparado chocolates y yo no era ninguna desagradecida. De todos modos, la caja que le había comprado me servía de pequeña venganza por haberse olvidado de mí, ¡así que podíamos estar en paz!

    Era un poquito divertido imaginarse a Arata, con sus pintas de macarra, saliendo de la escuela con una caja rosa llena de dulces de color... claro, rosa.

    Dejé la caja dentro del casillero, pues, y me paré en la máquina expendedora del pasillo antes de volver a subir a clases. Al fin y al cabo, también había bajado para comprarme una botella de agua, ya que de alguna manera tenía que engañarme para no comer nada durante el receso...


    Zireael holiii, Ri le deja esta cajita a Arata en su casillero uwu quería que le pusiese una nota de que compartiese los dulces con sus hermanos porque según yo ella sabía que tiene, pero tbh, no estoy segura y no lo encontré, so there's that (???
     
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    Adara (2).png

    La vida seguía su curso y yo sentía que me desvanecía poco a poco. Simplemente no me sentía cómoda con nada; quería huir a algún lugar donde pudiera reflexionar sobre mi pasado, mi presente y mi futuro. Un sitio donde dejara de hacerle daño a los demás, donde pudiera controlar mis emociones sin lastimar a nadie. Donde todo fuera normal… donde nunca hubiera existido el accidente que me quitó a mi mamá, donde mi papá siguiera siendo el hombre que una vez fue, antes de que la tormenta llegara sin siquiera avisar.

    Suspiré mientras miraba el paisaje.

    Mi papá había decidido venir a dejarme, y yo estaba más que indispuesta. No quería llegar a la academia, quería quedarme en casa.

    —Papá.

    Me encontré con sus ojos a través del retrovisor, iguales a los míos: del mismo tono gris y sin emociones. Eso era lo único que compartíamos ahora. No mencionó nada, y eso me dio a entender que siguiera hablando.

    —¿Podemos regresar? —sus ojos se entrecerraron—. No me siento bien.

    Alzó una ceja.

    —¿Migraña? La tienes desde ayer —negué—. ¿Entonces? ¿Desde cuándo te gusta faltar?

    Encogí los hombros sin mucha importancia. Ni yo misma me entendía; solo sabía que no quería pisar nada que tuviera que ver con la escuela.

    —La gente cambia —desvié mi mirada en cuanto me di cuenta de que habíamos llegado—. Así como tú cambiaste.

    Noté que algo cambió en su mirada, pero así como llegó, retrocedió, volviéndose aún más fría que antes.

    —¿Qué me quieres decir realmente con eso, Adara? —se volteó para mirarme en cuanto escuchó mi risa, más que nada seca.

    ¿Qué quería decirle realmente?

    —¿Qué quiero? —lo miré por unos minutos—. Lo que quiero contigo es algo incierto, papá.

    —Adara.

    Pasé por alto la advertencia que escuché en su voz.

    —Lo que realmente quiero es tener de vuelta a mi papá, no al hombre que hace como si fuera el único que sufrió al perder a su esposa, sin darse cuenta de que está lastimando con su indiferencia a su hija —sonreí—, la cual también perdió a su mamá. —Abrí la puerta para salir de una vez—. Eso es lo que realmente quiero, papá, pero como dije, las cosas contigo son inciertas.

    Con eso, apenas me despedí. Cerré la puerta con un golpe seco. Si antes no tenía humor para nada, ahora menos. Saqué de la mochila unos audífonos y reproduje lo primero que vi en mi móvil. Mi vida se basaba en eso: fingir que no me dolían las discusiones con mi papá. Y era extraño… yo antes lo miraba como mi héroe.

    Mi papá siempre había sido mi héroe, pero...

    Ahora se había vuelto nada.

    Reí con cierta ironía, y noté cómo mi mirada se cristalizaba y las primeras lágrimas empezaban a caer. Ser fuerte era lo que más me costaba, y qué ironía: era lo que más aparentaba ser.

    Me detuve justo cuando faltaba poco para llegar a mi casillero. Conté mentalmente para tranquilizarme, sin llegar a ponerme realmente los audífonos. Sentí que el corazón me palpitaba muy rápido, y lo que más difícil se me hacía ahora era respirar. Sentía que el aire me faltaba y sabía, con certeza, que estaba empezando.

    Cálmate, Adara.

    Nunca había sufrido ataques de pánico, pero estos últimos días se habían vuelto más constantes.

    Calma.

    Migraña.

    Pérdida.

    Calma, Adara.

    Y ahora… ataques de pánico.

    ¿Qué más me iba a pasar?

    Me incliné hacia abajo por unos momentos, tocando mis rodillas. Luego llevé una mano a mi corazón, sobando ese lugar con cierta desesperación.

    Necesitaba…

    Necesitaba que el aire volviera a mis pulmones.

    Lo necesitaba ahora.

    Estaba tan sumida en tratar de regular mi respiración que apenas noté que alguien se me acercaba. Solo sentí unas manos tocar mi espalda y a la persona tomar mi misma posición.

    —Respira conmigo, bonita —mi respiración se aceleró aún más. Era justo la persona que menos quería ver ahora, y la que menos quería que me viera así—. Vamos, trata de respirar, no puedes hacerme esto.

    Reí. ¿Qué no podía hacerle? ¿Dejar de respirar? Escuché su voz en mi oído; era demasiado suave y, a la vez, una calma en medio de la tormenta. Era lo que más quería, pero no necesitaba que viniera de Enzo. No ahora.

    —Necesito que respires conmigo, vita mía —solo por esta vez seguí lo que me decía y traté de igualar mi respiración con la suya—. Eso es, sigue así, cara.

    Inhala. Exhala.

    Hice el proceso algunas veces, hasta que sentí que todo volvía a la normalidad. Solo levanté mis ojos y me encontré con los de la persona que había evitado todos los días después de toparme con él antes de hablar con Jez. Lo miré fijo; no supe cuánto tiempo pasó hasta que me ayudó a levantarme.

    —Gracias.

    No respondió, solo me miró, analizando mi semblante. Yo, en cambio, desvié mi vista hacia sus brazos, cubiertos de tatuajes, y a su cabello; la última vez no lo había observado bien, pero estaba más oscuro. Se veía diferente. No quedaba nada del chico que dejé en Italia… o mejor dicho, del joven que se alejó de mí por órdenes de su papá.

    —¿Te encuentras bien? —sus ojos seguían recorriendo mi rostro—. No sabía que sufrías ataques de pánico. ¿Desde cuándo los tienes? —su mirada cambió—. ¿Qué los ocasionó? ¿Mi llegada aquí?

    Parpadeé, tratando de procesar todo lo que ocurría a mi alrededor.

    —Recién empiezan —seguí caminando lo poco que faltaba hasta mi casillero y cambié lo que necesitaba—. Y no, no fue tu llegada la que los ocasionó —me giré a verlo después de cerrar el locker—. Llevo muchas cosas encima, supongo que tengo que aprender a controlar más mis emociones.

    Sus ojos no se habían apartado; suponía que había seguido todos mis movimientos.

    Cerró la distancia entre nosotros y, al llegar frente a mí, hizo algo que no esperaba: tocó mi rostro, llevó mi cabello detrás de mis hombros y me dio un pequeño beso en la frente. Ladeé la cabeza porque no me lo había anticipado, pero, aunque no quería tenerlo cerca, eso no evitó que cerrara los ojos.

    —Lo que realmente necesitas es relajarte —llevó sus manos detrás de mi espalda y me acercó a su cuerpo, sin ningún tipo de permiso—. Y dejar de alejarme. ¿Acaso no me extrañaste?

    Sabía muy bien lo que estaba haciendo: quería que olvidara lo que había pasado hace unos momentos. Me estaba distrayendo.

    —Y tú necesitas dejar de tocarme sin mi permiso. ¿Acaso olvidaste lo que es el espacio personal?

    Escuché su risa; sonó ronca y sin muchas emociones.

    —¿No te enseñaron que responder con otra pregunta es de mala educación?

    Quise alejarme, pero no me dejó. Más bien, me acercó aún más.

    —Necesito mi espacio, Enzo.

    —No, lo que tú necesitas es que te abracen. Así que deja tu orgullo a un lado —bajó su mirada para observarme—. Abrázame, cara.

    —Deja de llamarme cara —dejé que sus brazos me rodearan, solo porque sí—. No soy tu querida.

    No dijo nada, y yo tampoco quise hacerlo. Solo me relajé por un rato, olvidando que tal vez la familia del chico que ahora me abrazaba era la culpable del accidente donde murieron mi mamá y mis abuelos. Solo por ahora me permití dejar de pensar en eso y dejé que sus brazos se convirtieran en mi refugio. No podía negar que sí, lo había extrañado, y mucho. Pero… tampoco podía negar que necesitaba preguntarle sobre el accidente y por qué su familia estaba involucrada. ¿Qué clase de personas eran? ¿Por qué necesitaban hacerle daño a los demás solo para alejarlos?

    —Estás muy callada.

    —El silencio es lo mejor, y más en nuestro caso.

    Frunció el ceño. Quiso entender lo que quise decir, pero no habló. Yo sí.

    —¿Enzo?

    —¿Sí, bonita?

    ¿Puedo saber por qué tu familia aparece como la mayor involucrada en el accidente donde falleció mi mamá junto con mis abuelos… y, más que nada, los padres de Fiorella también?

    —¿Qué pasó, cara?

    Negué varias veces.

    —No, nada —esta vez sí me alejé por completo, antes de que ofreciera resistencia. Miré a mi alrededor buscando a Fiorella, y al mismo tiempo me pregunté si Jez ya había llegado… solo por pura curiosidad.

    —¿Quieres subir?

    Negué.

    —No, tengo que hacer unas cosas antes —toqué mi casillero, dándole a entender que iba a buscar otras cosas y que tal vez me demoraría—. Nos vemos después, necesito hablar contigo sobre algo.

    —¿Sobre qué?

    —Te lo digo después.

    Entrecerró los ojos, pero no indagó más. Me giré para no verlo, porque su mirada siempre me intimidaba. Contuve la respiración cuando se acercó y depositó un corto beso en uno de mis hombros.

    —Nos vemos en el salón, cara.

    Asentí y respiré con normalidad en cuanto se fue. Cerré los ojos y apoyé mi frente en el locker. Hablar con Enzo iba a ser más difícil de lo que pensé.

    Pero ahora había otra cosa que necesitaba, y era que las cosas con Jez volvieran a la normalidad. Quería poder hablar con ella como antes, y que mi presencia no la incomodara.


    La extraño...

    AHHHHH ya la estañaba. Relleno que no sabía que necesitaba hasta que estuve dos horas casi escribiendo. Por aquí la dejo ✨
     

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