Aula 3-3

Tema en 'Tercera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Bruno TDF

    Bruno TDF Usuario VIP

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    Había que ver nada más, lo tiernas que se veían las personas actuando como una manada de borregos. Bastó un cartel infantil en el tablón de anuncios para que el grueso de la gente se pusiera en marcha al unísono, como si le debieran obediencia a la “dulce” arenga de un desconocido al que les salió de los huevos ponerle un nombre a esta semanita, la “White Week”. De más está decir que todo el asunto me importó un rábano desde el comienzo, pero no iría a negar que me entretenía de lo lindo observando los movimientos que locura había desatado a mi alrededor. Koemi de seguro se la estaba pasando pipa, con lo chismosa que era la enana esa. ¿Y Nakayama…? ¿Seguiría fingiendo ceguera ante la presión que de seguro sentía? ¿La estaría devorando la culpa por seguir huyendo de su amiga de la infancia?

    No me cabía la menor duda de que esto de la White Week había traído más de una catástrofe interesante.

    Se olfateaba en el aire…

    Quitando el entretenimiento gratuito que me daba la observación de los acaramelados repartiéndose chocolates (qué melosos ellos), yo ni me molesté en hacer nada para nadie y, mucho menos, mentalizarme para recibir algo. Tal como se dijo, todo esto de la White Week me era por completo indiferente, además de que tenía el trabajo semanal del club por delante y me daba mucha pereza, y eso que el Tigris Aurea había funcionado sin novedades ni contratiempos. En fin, que para cuando sonó la campana del receso, me limité a acurrucar el torso sobre el pupitre.

    O fue la idea del comienzo.

    No pasaron ni dos segundos desde que descansé la cara contra los antebrazos, que a mis jodidas Bestias se les dio por ponerse a hablar en el chat privado que teníamos, para ultimar los detalles de este fin de semana. Comúnmente los habría mandado a la mierda, pero como era una suerte de líder en la pandilla financiada por los Chernoff y sus peones, no me quedó otra que ponerme calzarme los pantalones.

    Nunca, nunca se debía dejar un detalle librado al azar en el tablero.

    En ello estaba, contestando a regañadientes en el móvil, cuando noté una chispa rosada deteniéndose enfrente de mi pupitre. Con la misma velocidad con la que alcé la cabeza, mis cejas bajaron hasta arrugarme la frente. Admito, nobleza obliga, que tuve que hacer un generoso esfuerzo para disimular la sorpresa.

    Era Koemi, que había entrado a la 3-3 como pancho por su casa.

    Con sus grandes trenzas rosadas, las uñas pintadas de negro y sus buenos pares de piercings en las orejas; sus ojos me observaban con un profundo aburrimiento desde las alturas, pues yo le devolvía la mirada sin despegar la barbilla de entre mis brazos. Que la enana estuviese aquí ya era algo extraño y hasta un despropósito, pero nada me resultó más intrigante que… una bolsita que traía en su mano.

    Con bombones dentro.

    La burla brilló en la sonrisa que me descubrió los colmillos. Me erguí lentamente, pegando la espalda al asiento, sin apartarme de sus ojos. La chica no movió un músculo de la cara.

    —¿Qué? —espeté, ladeando mi gesto mientras observaba la bolsa en su mano— ¿Vienes a confesarme tu amor, acaso?

    —O tal vez a envenenarte… —replicó, sin impedir el tono ácido de su voz.

    A ver, esto era para partirse de risa. Por lo confuso, más que nada. Yo seguía sin entender un cuerno de lo que estaba pasando. ¿Evitaba eso que me divirtiera a costa suya, como siempre hacía? En lo absoluto.

    —Lo siento, chiquita, pero soy demasiado para ti —suspiré con fingido pesar, alzando las manos—. Además de que prefiero el veneno.

    Koemi dejó ir una risa baja, desganada y cargada de ironía.

    —El chocolate es tóxico para los perros —añadió, pensativa—. De todos modos, esta bolsa no es para ti. Sino… esto otro.

    No me dio tiempo a reaccionar. La mano libre de Koemi surgió desde las profundidades de su bolsillo como una ráfaga. Y con una precisión de francotirador, arrojó algo de tamaño diminuto que fue a parar directamente entre mis cejas…. y parte de uno de los ojos, lo que compensó su falta de fuerza con una cuota de dolor. Gruñí, contrariado.

    —¡Pero qué mierda…!

    Un sonido seco sobre mi pupitre. Al bajar la mirada (o lo que me quedaba de ésta) vi que se trataba de… ¿un bocadito? Sí, era un chocolate de esos para comer de un mordisco. Fruncí aún más el ceño, tan molesto como extrañado. Encima me ardía el puto ojo.

    —Nos vemos, perrito —dijo Koemi, girando sobre sus talones.

    —¡Eh! —exclamé, poniéndome bruscamente de pie— ¡Que ni se te ocurra irte, hija de puta!

    Ella se volteó y me sacó la lengua, antes de perderse por el pasillo. Noté que enfilaba para el lado del salón de Nakayama. Me dejé caer sobre mi asiento, conteniendo la rabia y desorientado como un animal herido. Tomé la golosina que la enana de mierda me había arrojado en toda la cara y lo miré, haciéndolo girar entre mis dedos.

    —No puedo creerlo —bufé al final, mientras lo desenvolvía.
     
  2.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Tamborileé los dedos sobre la tapa de mi cuaderno, indecisa. Mis ojos recorrieron el aula conforme los estudiantes se retiraban, prestando especial atención a cierta persona para que no se me escapara. El problema no era acercarme a hablarle, sino más bien... lo que había decidido traer a la escuela. No me gustaba percibirme tan dubitativa y temerosa de mis propias decisiones, tendía a irritarme y colmarme la paciencia transcurrido un período de gracia. Al mismo tiempo, había una pequeña voz susurrando que guardaba mis razones. Por lo menos existía Yuta, que notaba cuando le daba vueltas a algo y utilizaba sus siempre cálidas palabras de apoyo.

    —Deja de lloriquear y llévala, ¿no que quería escucharte? Hazle más caso a lo que te dice la gente, al menos a las muchachas que has conocido. No tienen motivos para mentirte por la cara, ¿o sí?

    Qué primo tan encantador. Con todo, distinguía la honestidad y las... buenas intenciones, si se quiere. De repente me di cuenta que volver a casa sin haber abordado a Fiorella era una pésima idea, pues Yuta me interrogaría y me regañaría desde aquí hasta Nerima. Ah, cielos...

    Me agaché, recogí el estuche de la flauta por su manija y, con una correntada de nervios descendiendo por todo mi cuerpo, me acerqué al pupitre de Fiorella. Antes de ingresar en su campo de visión me ganó la cobardía y entrelacé las manos detrás de mi espalda, escondiendo así el objeto.

    —Bianchi-san —la llamé en voz baja, y esperé a recibir su atención para sonreírle—. Buen día, ¿cómo te encuentras?


     
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    Suspiré mientras observaba todo el salón. Estaba preocupada, y eso no era algo común en mí; era una jodida tortura. Adara estaba rara, y lo peor era que no sabía por qué. No la había visto en todo el día, y lo último que supe fue que ayer había pasado con una fuerte migraña. Sabía lo mal que eso la ponía, realmente mal. No era normal que desapareciera así, y no tenía idea de si siquiera había venido hoy.

    Esperé pacientemente a que sonara la campana del receso para poder salir a tomar un poco de aire fresco y tranquilizarme. Sabía exactamente qué era lo que provocaba mi ansiedad, y no quería dejar que me dominara justo ahora.

    En cuanto sonó la campana, comencé a guardar mis cosas, pero antes de poder levantarme, alguien pronunció mi apellido. Alcé la vista, por que reconocería esa voz en cualquier lugar. Sonreí sin pensarlo: era Kaia.

    La noté algo nerviosa, pero no dije nada de inmediato. Le devolví la sonrisa porque, siendo ella, sentía que me salía con naturalidad.

    —Kai —respondí suavemente—, buenos días. Muy bien, ¿y tú? ¿Cómo has estado?

    La miré fijo por algunos minutos, haciendo lo mismo que solía hacer con Adara cuando intentaba descubrir qué le pasaba. Apenas me incliné un poco hacia ella, sin levantarme aún de mi pupitre.

    Adara solía decir que si la miraba así, parecía que estuviera viendo lo profundo de su alma.

    —¿Te pasó algo? —ladeé la cabeza con cierta curiosidad, al notar cómo mantenía las manos ocultas detrás de la espalda—. Te noto algo nerviosa.
     
    Última edición: 4 Noviembre 2025
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    Atendí a la sonrisa de Fiorella y asentí con la cabeza en cuanto ella me regresó la pregunta.

    —He estado bien, gracias por preguntar.

    Sofoqué mis intenciones de seguir hablando al notar la insistencia de su mirada sobre mí y retrocedí mi torso un par de centímetros cuando ella se inclinó, sin ser plenamente consciente. Presioné los dedos en torno a la manija del estuche, nerviosa, y no me atreví a preguntar si ocurría algo malo, o si había algo en mi rostro, o simplemente por qué motivo me veía así. Sólo le sostuve la mirada, pretendiendo lucir lo más relajada y compuesta posible.

    Al final, preguntó. Su apreciación me lanzó una nueva correntada de nervios encima y bajé la vista a mis zapatos, sin perder la pequeña sonrisa. Vaya, ¿estaba siendo tan evidente? Qué poco decoro de mi parte...

    —No me pasó nada —respondí inicialmente, y regresé a sus ojos habiendo tomado una decisión—. No te preocupes, Bianchi-san, yo sólo...

    Descubrí el estuche lentamente hasta traerlo al espacio entre nosotras y procuré conservar un tono de voz casual, o al menos lo más casual posible.

    —Recordé lo que hablamos la última vez que nos vimos y pensé en traer la shakuhachi para mostrártela...
     
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    Lo mío nunca fue leer a los demás, pero la experiencia a veces lo requería; si quería saber qué le pasaba a Adara, debía volverme analítica y observadora. Leer lo que sentía Kai no fue tan difícil: se notaba que estaba nerviosa.

    Sonreí cuando dijo que había estado bien. Eso me alegró muchísimo. También me tranquilizó un poco saber que no le había pasado nada… aunque solo un poco. Porque cuando me pidió que no me preocupara, ladeé la cabeza con curiosidad. Más que nada por la pausa que hizo justo después. Yo, que estaba inclinada sobre la mesa, me enderecé lentamente y terminé de acomodarme en mi sitio.

    Seguí cada uno de sus movimientos cuando sacó algo de detrás de su espalda —o más bien, un estuche—, y lo que dijo después hizo que mi sonrisa se ensanchara sin que pudiera evitarlo. Apenas me levanté al verlo, solo para colocarme a su lado.

    —Oh, ¿puedo? —susurré, sintiendo un nudo extraño en el pecho. No sabía por qué, pero tenía sentimientos encontrados. No pensé que se acordaría de aquella vez en que me dijo que algún día me mostraría su shakuhachi.—¿Puedo tocarla?

    Estaba realmente feliz, pero al mismo tiempo una duda me punzaba el pecho. ¿Era eso lo que la tenía tan inquieta? ¿Tenía miedo? ¿Pensó que yo no hablaba en serio cuando le dije que quería escucharla?

    Porque sí.

    Realmente quería escucharla.

    —La trajiste para que la viera —susurré, mirándola con suavidad—. ¿Voy a escucharte tocarla? —hice una breve pausa y bajé la mirada con una sonrisa tranquila—. Pero si no te sientes cómoda, no importa —añadí despacio—. Ya me hace inmensamente feliz que la hayas traído. Realmente feliz.
     
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    Apenas ver el estuche, Fiorella se incorporó y vino a mi lado. Repasé su expresión, una pequeña sonrisa brotó de mis labios y asentí levemente, apoyando el objeto sobre su mesa para liberar los pestillos metálicos. La flauta se encontraba dentro, recostada en el hueco que poseía su exacta forma en el fieltro.

    —Adelante —accedí, desviándome a un costado para brindarle aquel espacio.

    Atenta a cada una de sus reacciones, lentamente comencé a relajarme. Percibí su entusiasmo y pensé que había sido tonto de mi parte darle tantas vueltas al asunto. Recibí sus ojos, su pregunta, y pude soltar una risa liviana. Sí, me alegraba haberla traído. Mi conexión con la shakuhachi era algo compleja y carecía de la transparencia que debería existir entre un músico y su instrumento, pero aún así me alegraba cuando era capaz de generar ese tipo de expresiones en los demás. Me ayudaba a sentir que valía la pena.

    —Claro, si es lo que deseas, Bianchi-san —murmuré, sin perder la sonrisa, y eché un vistazo a la ventana—. ¿Deberíamos ir afuera, tal vez? Parece haber buen clima.

     
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