Kohaku Ishikawa El tiempo empezó a diluirse de formas extrañas, rápido y lento, mientras los demás se retiraban a tomar nuevas tareas; Hachi permaneció allí, y yo insistí a su lado, en silencio. Le sonreí a Tamura cuando se acercó a hablarnos y asentí, despidiéndolo. Al seguir su recorrido brevemente, noté que tanto Rengo como Yuzuki se habían unido al pequeño entierro. Me pregunté si era buena idea, pero también sabía que no me correspondía interferir. Al oír la voz de Rengo, sin embargo, me tensé levemente y por mero instinto miré a Hachi. Luego, medio giré el cuerpo para ver a Rengo. Sus intenciones eran nobles, claro que lo eran, y precisamente por eso me preocupaba. Tal y como había temido, la reacción de Hachi fue severa y rígida. Lo vi alejarse y me permití un profundo suspiro. Rengo se disculpó conmigo y le sonreí, acercándome para tocar el costado de su brazo. —Gracias por venir, y gracias por tus palabras —murmuré, con plena honestidad, y deshice el contacto—. A Hachi... le llevará un tiempo asimilar lo ocurrido, pero es un muchacho inteligente y de buen corazón. Lo comprenderá, estoy seguro. No pretendía hablar por él, realmente no lo conocía tanto, pero había querido intentar tranquilizar a Rengo de alguna manera y caí en el desliz. Se marchó junto a Yuzuki y viré el cuerpo en la dirección que Hachi había tomado, dubitativo. ¿Debía...? No, ¿quería? No había percibido rechazo de su parte hasta ahora, aunque ¿seguirlo quizá sería demasiado? Yo mismo tendía a distanciarme en silencio cuando algo me dolía, sin embargo, ¿era realmente lo que prefería? Me alejaba, sí, pero también era cierto que nadie iba detrás mío. Volví a suspirar, algo exasperado con mis propias dudas, y miré a Chiasa, en mi hombro. —¿Qué debería hacer, pequeña? —susurré. La ardilla chilló suavemente y alzó la cabecita hacia el cielo. La imité, reconocí el fulgor de dos estrellas puntuales y sonreí. En medio de esta vasta e inmensa oscuridad, al menos, el lienzo se pintaba de luces que no creía haber visto nunca. Avancé un paso, luego otro, y logré convencerme de que valía la pena el intento. Prefería cometer un error a ceder ante el miedo de molestarlo, permitiéndole existir a la terrible posibilidad de que se sintiera solo en medio de su dolor. Conforme lo alcanzaba, empecé a hablar en voz baja. No quería asustarlo, aunque probablemente ya me hubiera oído. —¿Has oído la historia de Hikoboshi y Orihime? El pastor y la princesa tejedora. Están allí arriba, separados por el río Amanogawa. Orihime tejía telas espléndidas que encantaban a su padre, Tentei, el Rey Celestial; pero a Tentei le preocupaba la soledad de su hija y le presentó a Hikoboshi. Se enamoraron al instante, tanto, con tal fervor, que comenzaron a descuidar sus tareas. Orihime dejó de tejer, y el ganado del pastor se desperdigó por todo el Cielo. Tentei, furioso, decidió separarlos por el río de estrellas. Orihime lloró, lloró profusamente, y una bandada de grullas, conmovida por sus lágrimas, prometió construir un puente para que pudieran reunirse. Así, una vez al año los amantes vuelven a verse. —Despegué la vista del cielo—. El séptimo día del séptimo mes lunar. Esa noche, en mi villa, festejábamos y pedíamos deseos al Cielo. Mi madre solía cantar una canción. No faltaba mucho, ahora que lo pensaba. Recordé a Chiasa en su vestimenta de miko, los instrumentos sonando en el aire, los pequeños fuegos tintineando entre la oscuridad y cómo lucía el cielo desde lo hondo del bosque, junto al Ine-no-Ki. Empecé a cantar, en voz baja, y me pregunté si algo de esto era lo correcto. Si tenía sentido. Las hojas de bambú susurran, meciéndose en el alero del tejado. Las estrellas brillan en los granos de arena dorados y plateados. Las estrellas brillan, nos miran desde el cielo. Le sonreí a Hachi, animándolo a sentarse a mi lado. —He llegado a preguntarme lo mismo —murmuré—. Cuando, de repente, las voces de mis hermanos se entremezclan en mis recuerdos. ¿Quién se quejó de que el agua estaba demasiado fría? ¿Fue Itsuki o Hinata? O cuando dudo si el kimono de mi madre aquella tarde era azul índigo o lavanda. El tiempo diluye los detalles, es inevitable, pero la ausencia convierte la pérdida en una certeza cruel y frustrante. Intento no verlo así, pero me he preguntado lo mismo y la duda duele. ¿Olvidaré sus rostros? ¿El sonido de sus risas? —Regresé al cielo—. Si tan sólo... si al menos pudiera volver a verlos una vez al año, si las grullas construyeran un puente para poder alcanzarlos... Sonreí. Sabía que era un anhelo tonto, tonto y necio, uno que no creía haber verbalizado antes. Intentaba esforzarme por aceptar y avanzar, pero había una pequeña parte de mí irremediablemente atada al pasado. A las risas que olvidaría y los rostros que ya no evocaría. —La sonrisa de tu padre era suave y gentil —agregué poco después, volviendo a mirar a Hachi—. Su cabello era lacio, oscuro, y lo llevaba largo y algo desalineado. Caía sobre su rostro y sobre la venda ornamentada que cubría su ojo derecho. Su voz, llamando tu nombre, sonaba... dulce. Vi a Seiji, al pie de un acantilado, en Tateyama. No recuerdo si te lo dije, fue su espíritu quien me condujo a su tumba, al arco que dejaste allí, y eventualmente a ti. —Le sonreí—. Quizá los recuerdos se diluyan y quizá sea arduo, pero entre todos podremos recordar mejor, ¿verdad? Completando nuestras piezas faltantes. Contenido oculto Me costó un huevo encontrar una versión que me convenciera de la canción del Tanabata, so here it goes. Ignoremos la edición del vid JAJAJA. Also, brief disclaimer, obvié la frase de las tiras de papel porque me pareció demasiado moderno para la época (?
[Hachi; Kohaku; Tamura; Ukita; Yato; Yuzuki; Hayato; Togashi; Rengo; Hashimoto; Kumo; Byakko; Inukawa; Inuzuka] [Yurei: Taiki; Kozaemon] Hachi se había acercado al río para lavar su ropa; seguía portando el hakama; pero el kimono ya estaba sumergido en el agua, detenido de una piedra; se cubría aun de la piel de lobo. La voz de Kohaku lo alcanzó y el continuó quitando toda la sangre posible de la prenda sin mirarlo, así continuó en todo el relato de Hikiboshi y Orihime. "El séptimo día del séptimo mes lunar. Esa noche, en mi villa, festejábamos y pedíamos deseos al Cielo. Mi madre solía cantar una canción." Hachi detuvo sus movimientos y lentamente miró a Kohaku, le había estado prestando atención en cada momento; pero pensó que también hablaría de alguna especie de espiritualidad, y cuándo entendió que aquello era personal lo miró preocupado. La canción comenzó y avanzó hacia Kohaku y le acompañó sentándose en mariposa a su lado después de aquella sonrisa. "...la ausencia convierte la pérdida en una certeza cruel y frustrante" Afirmó suavemente. Entendía que Kohaku también pasaba por un duelo, uno que la memoria le impedía simplemente desintegrar. "La sonrisa de tu padre era suave y gentil" Hachi cerró sus puños y los depositó sobre sus rodillas mientras escuchaba la descripción de su padre; y comenzó a recordar vagamente golpeándolo en su interior, "Su voz, llamando tu nombre, sonaba... dulce" Hachi lo observó completamente incrédulo a aquellas palabras —Mi padre. ¿Está en Tateyama? —Quería preguntarle más cosas sobre su padre, si se parecían ahora que él había crecido. Si se veía tranquilo. Quería saber que llevaba puesto. El por qué lo había guiado. Pero calló las preguntas porque la verdad lo silenció, si estaba allí mucho antes del eclipse, seguramente estaba sufriendo porque no lo encontraba. Respiró con fuerza, sintiendo cómo el aire frío le recorría el cuerpo para después expulsarlo con calma. No sintió dolor físico; su hombro ya no pulsaba a cada instante; la herida en su pecho había desaparecido. Pero por dentro sentía aquel vacío y frustración, estaba enojado, completamente desesperado. Tenía tantas dudas, mucha incertidumbre y un pesar que arrastraba sin saber cómo levantar. Llevó su mano a la muñeca y encontró la pulsera que Kohaku le había obsequiado y esto le permitió calmarse, para llevar su mano a la orilla del río el cual desembocaba en un mar agitado. —Este dolor que cargamos es como granos de arena; se adhiere a todo —dijo sintiendo la arena en sus dedos — Se esconde en los rincones, se cuela entre la ropa, se aloja en el pelo y causa escozor para recordarte que está allí aunque uno no pueda verla —le mostró su mano a Kohaku mostrando la arena —A veces se deja ver con facilidad —limpió su mano como pudo, sin poder quitarla por completo. Miró al cielo y colocó su mano sobre la de Kohaku para apretarla ligeramente; lo que había de arena se sentía al tacto — El duelo es persistente, este no llama a la puerta con educación ni se va cuando se lo pides. Se derrama, mancha... se queda. Porque es lo que queda del amor; es por eso que duele tanto. El amor en todas sus formas es la razón por la que pasamos duelos en primer lugar. Así como Hikiboshi y Orihime —dijo mirando a las estrellas y sonrió — Ko... agradezco que estés a mi lado; hoy, que es el séptimo día del séptimo mes.
Kohaku Ishikawa El murmullo del río me alcanzó antes que la silueta de Hachi, encorvada en la orilla, y me permití una pequeña sonrisa resignada. Una de mis intenciones había sido ayudarlo a lavar su ropa, pero por supuesto me había ganado de mano. No podía vencer al muchacho que descosía y cosía las secciones de sus prendas para asearlas, ¿verdad? Inicié mi relato y me empeñé en continuarlo aún siendo consciente de que él se mantenía enfocado en su tarea. Pese a ello, quería creer que me estaba escuchando. Sus movimientos se pausaron y giró a verme conforme iniciaba la canción. Me dio algo de vergüenza, pero volví a insistir y le sonreí. Me alegraba haber captado su atención, que no luciera molesto. Al terminar, me senté cerca del río, de donde había suspendido sus tareas, y lo invité a hacer lo mismo. Le hablé de su padre, también, y la incredulidad que asoló su rostro me causó una mezcla de ternura y simpatía. Asentí, despacio. Comprendía las implicancias de que su espíritu se hubiera materializado allí, en el preciso lugar donde Hachi había sido arrojado al vacío. —Sí —afirmé, sin elevar el tono, y distraje mi mirada en el fluir del río—. Por eso me gustaría regresar contigo, algún día. Me gustaría intentar... hablar con él, que sepa que estás bien. Que descanse en paz. Era uno de mis deseos desde el principio, uno de mis motivos para encontrarte. Ahora que te conozco, ese deseo naturalmente se intensificó. Otras ideas se amontonaron en mi boca, ideas egoístas, ideas vanas, y decidí callarlas. Al menos de momento, no vi que tuvieran espacio entre nosotros. Aguardé a que respirara, que exhalara, y seguí sus movimientos en silencio. Tocó la pulsera que le había regalado, ascendí la mirada a su rostro y esbocé una pequeña sonrisa. Me habló de granos de arena, del duelo y del amor. Recibí su tacto, tan frío como cálido, y lo seguí mirando a él, aunque sus ojos se hubieran posado en el cielo. No sabía si interpretar sus palabras de la forma que encajaban en mi mente y la simple idea me avergonzó. Pensé en Rengo, en su noticia. ¿Era el séptimo día del séptimo mes? —Debo haber contado mal los días... —murmuré, junto a una risa muy leve, y bajé la vista a su mano—. "Señora, ¿qué es el amor? Cuando duele decir adiós". Recuerdo ese pasaje de los libros que he leído, no estoy seguro cuál. La muerte de mi familia me permitió reconocer en mí mismo cosas que creía impropias, ajenas. Me di cuenta que amaba y odiaba como los demás, que era capaz de sentir un dolor tan punzante... Que podía ahogarme, desesperarme, llorar hasta quedarme dormido. Lentamente, también empecé a reír, a enternecerme, a encariñarme con existencias pasajeras. El duelo inicia con las pérdidas, pero también creo que parte de él implica ir más allá. Cuando te das cuenta que el amor sigue latiendo, sigue siendo parte de ti, y que puedes volcarlo en otras personas. En algún punto supe que amo este mundo, amo sus ríos, sus bosques, el sol y el cielo lleno de estrellas. Amo a los ancianos encorvados que venden pescado junto al mar, a las señoras que labran las parcelas de tierra detrás de sus casas, a los niños correteando con los perros del pueblo y a los gatos desperezándose sobre los techos. Amo este mundo, a sus personas, y quiero luchar por él. Giré mi mano para recoger la suya, la elevé con delicadeza y estiré mi otro brazo, recogiendo un poco de agua del río. —Porque en el amor que das, está el amor que recibiste, y en el amor que dan los demás, está el que tú les concediste. —Vertí el agua sobre nuestras manos, sintiendo cómo los granos de arena se barrían lentamente, y fui repitiendo la acción—. El dolor se adhiere y molesta, y puede parecer que nunca acabará... Tal vez nunca nos deje, no del todo. Pero las personas que conocemos, las veces que reímos, disfrutamos y amamos, son el agua que barre el dolor. Poco a poco, grano a grano. Y cuando el agua está corriendo, así sea por un instante, la arena deja de molestar, ¿cierto? Envolví su mano entre las mías, la presioné ligeramente y mantuve la mirada allí, en la unión. Intenté tragarme la vergüenza. Si no se lo decía ahora, ¿cuándo? —Desde que te conozco he intentado echar puentes que me acerquen a ti —confesé, en voz baja—. Al principio para entenderte, luego para servirte, ahora para acompañarte. Quizá la excusa sea inconsecuente, pues la realidad es que quiero permanecer a tu lado y punto. Cuando... —Pasé saliva—, cuando recibiste esa herida en el pecho, y caíste al suelo y perdiste tanta sangre... creo que lo entendí. Quería que vivas, quiero que vivas, lo quiero con tanta fuerza que yo... Me callé, pues mis palabras empezaban a desviarse por derroteros que no pretendía. Solté el aire por la nariz y busqué sus ojos, pasando por la piel de lobo y su torso en el proceso. ¿Sentiría frío? —Te quiero, eso es todo.
[Hachi; Kohaku] [Tamura; Yato; Yuzuki; Hayato; Hashimoto; Kumo; Byakko; Inukawa; Inuzuka] [Ukita;Togashi; Rengo] [Yurei: Taiki; Kozaemon] La idea de regresar a Tateyama con Kohaku le emocionó, había sitios que él aun recordaba entre la nieve. Pensó en que hace no mucho tiempo, la idea de regresar a Tateyama no estaba en sus planes; simplemente porque no era lo que Tomoe o Kozaemon hubieran decidido, y él no solía expresar sus deseos porque primero estaba su misión. Al liberar a Tomoe, su propósito táctico se tornó obsoleto. Kohaku limpió las manos con agua de río y la arena se fue al instante, aquello hizo que Hachi sonriera ligeramente. Eso hacía Kohaku desde el momento que lo conoció, se llevaba ese dolor constantemente de una u otra manera. Hachi miró sus manos cuando Kohaku las comprimió entre las suyas y esa imagen quería guardarla hasta el final de sus días. "Desde que te conozco he intentado echar puentes que me acerquen a ti" Levantó su vista al rostro de Kohaku a pesar de que él seguía mirando a las manos; pero cuándo habló de su deseo por que él siguiera vivo, sus miradas se alcanzaron. Sintió el palpitar en el pecho. "Estoy vivo" pensó al ser consciente de cada fibra de su cuerpo. Por unos breves instantes sintió pánico de que su corazón lo delatara; que demostrara que aquellas palabras viniendo de Kohaku lo hacían feliz. Pero escuchó aquella vergüenza en su interior y sonrió; porque él ya lo había internalizado, él sabía lo que sentía y por eso, él quemó todos los puentes dejando sólo los que Kohaku creaba hacia él. Para él era evidente, porque fue una decisión que tomó por propio anhelo suyo, no era una misión; no era ninguna obligación. "Te quiero, eso es todo" Hachi levantó las manos de Kohaku, aquellas que siempre habían tenido detalles hacia él; detalles que lentamente lo fueron cautivando conscientemente. Besó sus nudillos imitando la acción que él tuvo en Shima, fue en ese instante dónde algo comenzó a nacer en su interior —¿Eso es todo? —preguntó con sarcasmo dejando ir una de las manos de Kohaku con suavidad para que esta no cayera ante la gravedad— No, no lo es — Tomó delicadamente la barbilla de Kohaku con su mano libre para perderse en esa mirada tan única que tenía — No escuché la voz de Shinatobe cuándo cumplí su misión, nada — sus ojos eran cristalinos por el llanto reciente, más claros y luminosos. Su mano se sentía temblar al tacto en el rostro de Kohaku mientras Hachi llevaba despacio sus dedos de la barbilla hasta la nuca, dejando que su pulgar reposara frente a la oreja de Kohaku mientras ofrecía pequeñas caricias. —En cambio, escuché tu voz repetirse una y otra vez— detuvo sus caricias — Dijiste que te diera mi dolor y entendí que intentabas sacrificarlo todo — las palabras que Kohaku había usado para intentar hacer un ritual y evitar la muerte de Hachi —Tú eres quien me ha devuelto mi nombre, y lentamente he aprendido a recobrarlo. Eres quien siempre me ha seguido hasta las últimas instancias. Me enseñaste a valorar cada aspecto de la vida, y por primera vez tuve miedo a morir— sonrió — Yo quiero aprender a amar el mundo de la misma manera que tú, y sólo quiero que tú me enseñes a hacerlo. Hachi se acercó lentamente y recargó su frente a la de Kohaku — Mi felicidad; mi dolor; todo lo que soy. Todo es tuyo —Cerró los ojos y lentamente se acercó a Kohaku para besarlo. Contenido oculto No había dudas, ninguna. Y cuando sus labios tocaron los de él, sólo sintió temor a que sus intensiones se percibieran agresivas o apresuradas.
Kohaku Ishikawa El silencio que le siguió a mi declaración me hizo más consciente del movimiento del agua, de los tenues sonidos que nos alcanzaban de la ciudad. El pálido fulgor de las estrellas se reflejaba aquí y allá en tonos plateados y la nieve danzaba, esporádica, lentamente. Hachi alzó mis manos, las acercó a su boca y mi vergüenza se entremezcló con una suerte de expectativa. El contacto fue suave, delicado, y me envió de regreso a la oscuridad de la clínica, en Shima. Tal y como lo sabía desde entonces, su beso no me molestó en absoluto. Nada de él lo había hecho nunca. ¿Con eso bastaba? Lo miré a los ojos al oírlo repetir mis palabras con aquel dejo irónico y quise replicar, pero no logré verbalizar nada. Alcanzó mi rostro, sostuvo mi barbilla, y mi mente se silenció. El bochorno, los nervios, la novedosa cercanía, se mudaron a un segundo plano y lo único que permaneció fue la expectativa. Curiosidad, si se quiere. Detallé el tono carmín de sus ojos, tenuemente iluminado, y cómo contrastaba entre su cabello azabache y el abrigo blanquecino. Pensé que... me gustaba verlo, el trazo de sus facciones, el sonido de su voz. Me había gustado siempre, sólo no lo entendía. No habría creído nunca que fuera posible, pero las palabras de Rengo insistían. Parpadeé con ligereza y pasé saliva, el recorrido de su mano hasta mi nuca me cosquilleó de una forma... diferente. Permanecí en aquella especie de trance hasta que afirmó saber de mis intenciones, de lo que intenté en su lecho de muerte, y sentí el impulso renovado de replicar. Separé los labios, dispuesto a hablar, a intentar justificarme de alguna manera, pero a medio camino me detuve y retrocedí. ¿Qué... sentido tenía? No podía negarlo. Exhalé por la nariz, resignándome al hecho, y bajé la mirada un par de segundos. Me enfoqué en la tibieza de sus dedos, en su voz, y cerré los ojos. No podía negar nada. Era culpable. De mis intenciones y mis anhelos. Cada una de sus palabras era indescriptiblemente cálida, las sentía acariciarme y alojarse en algún rincón profundo de mi mente, a salvo. Eran generosas, abnegadas, devotas. Transparentes. ¿Cómo sería ostentar emociones así? ¿Qué se necesitaba para... querer así a alguien? No lo sabía, no todavía, pero sus manos me tocaban, su voz me hablaba, y me instaba a averiguarlo. Me instaba a... corresponderle, o al menos intentarlo. Se inclinó, su frente encontró la mía y el corazón me golpeteó el pecho, inquieto. ¿El impulso nacía del amor o del egoísmo? Mi felicidad, mi dolor. No lo sabía. Todo lo que soy. No todavía. Todo es tuyo. Pero sabía lo que quería que fuera. El aire se había viciado lo suficiente para no sorprenderme. Aún así, sentir sus labios presionarse contra los míos fue una sensación totalmente diferente. Era la primera vez que besaba a alguien, que siquiera pensaba en hacerlo. Parpadeé, cerré el ojo a voluntad e intenté enfocarme en la sensación, acostumbrarme a ella. Era un tacto delicado, su cuerpo estaba tan cerca del mío y... olía a él. Era Hachi. Los dedos me cosquillearon y me pregunté si estaba demasiado quieto, o demasiado rígido, o si debía hacer algo diferente. Las dudas se agolparon y me separé levemente de sus labios. Tuve que respirar por la boca. Clavé la vista en el espacio entre nosotros, la piel de lobo, parte de su piel expuesta. Me repasé los labios, percibí mi saliva pastosa y me forcé a calmarme. Un... beso. Hachi me había besado. Mi vista recorrió sus facciones y se detuvo en sus ojos. Había sido dulce, delicado, pero... no tenía idea qué hacer. ¿Me había disgustado? No. En absoluto. —Es mi... primera vez —balbuceé, el bochorno me alborotó el estómago y volví a tragar saliva, pero insistí—. Tendrás que... enseñarme. Subí una mano a los bordes de la piel de lobo, los que caían sobre su torso, y los comprimí dentro de mi puño, jalándolo levemente en mi dirección. ¿Se trataba de valor? No, era más bien un capricho. —Enséñame a besarte. Y quería permitirme ceder.